Un joven campesino amante de las ciencias llega a la gran ciudad para cumplir con sus sueños. Allí lo aguardan el ruido, la furia y las desopilantes sorpresas de una urbe, La Paz, donde la faz hierática de los ídolos deviene carcajada telúrica, donde el mito y el logos se entreveran en una danza macabra y el tiritar de los huesos bajo los temibles efectos del Frío desata la reverberación de otras ciencias, otros saberes: el Cacho, el Alcohol, la Palabra, el Cuerpo. De kenchas, perdularios y otros malvivientes es una desafiante vuelca de tuerca al género del Bildgunsroman y una verdadera fiesta del lenguaje. Aquí la variedad de registros orales conforman un soberbio tapiz cuya fina trama es capaz de revelar las sutilezas, los horrores, las cumbres y los abismos de la polifonía paceña. El vitalismo y la energía celebratoria de los Hermanos Loayza resulta francamente contagiosa. Juan Cárdenas
En esta novela, el cacho deja de ser un juego de azar para convertirse en ciencia y culto. Es un deporte de borrachos al que se entregan todo tipo de pillos: desde delincuentes de poca monta y criminales peligrosos hasta un alcalde pusilánime y un cura malhablado, siempre junto a unas copas de singani, porque —si le creemos a los hermanos Loayza, y no hay razón para no creerles— el cacho siempre va de la mano del singani. Estos hermanos Loayza tienen un oído muy fino para todas las variables de la jerga paceña, pero también tienen un humor que lo impregna todo: historia, personajes, diálogos, narración. No hay una sola página que no tenga algo de qué reírse.