Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Manuel Alcaraz

Repicar y estar en misa

Imagen de archivo de una misa en la catedral de Oviedo.

Siempre me fascina lo que la Iglesia Católica es capaz de hacer con el lenguaje. Lo que logró históricamente con la obediencia, la pobreza y la castidad es bastante conocido. Pero nunca se acabará de enaltecer suficientemente la oratoria sagrada, sea en el púlpito, en las brumas del confesionario, en la buena prensa. La clave es institucionalizar un doble mensaje. Por un lado, está el mensaje evangélico, de uso resonante, amparados en la idea de que esta Verdad revelada debe ser Verdad histórica para todos, de tal guisa que el que duda no sólo es un descreído, sino también un ignorante, incapaz de gozar de la poesía del Verbo. Por otro lado, están los mandatos de la Iglesia, ese Tesoro de Fe que en muchos casos nada tiene que ver con la Otra Palabra. Por los siglos de los siglos, ha interesado mucho más imponer esta palabra de la Santa Burocracia que la Otra, interpretable por la clase sacerdotal. En ese tránsito entre las dos clases de Palabra, la religión se destila en mandatos morales que tienden a asegurar la alianza de la Iglesia con otros poderes -aunque a veces se cruce el conflicto-, de manera que se afirma la reproducción del propio poder eclesial.

De vez en cuando hay correcciones que suelen encontrar enfrente una reacción que, si bien no impide adaptaciones a un mundo cambiante, fuerza a los renovadores a pactos internos, pero que nunca acaba de poner a la Iglesia, definitivamente, del lado de los más vulnerables en su praxis cotidiana y continuada. Todo sea por Dios. Y esto te lo crees o no te lo crees. Tras muchos años dedicados a la meditación sobre estas cosas, me gusta distinguir en los eclesiásticos entre personas de fe y personas de Iglesia, mucho más numerosas. De las primeras me fío. De las otras no tanto. No son modelos puros, pero creo que nos entendemos. Y luego están los creyentes de a pie. Tan masivos en España a la hora de echar cuentas para subvenciones. Tan masivamente incrédulos como para echar por tierra todas las pretensiones éticas de la propia Jerarquía. Todo sea por Dios.

Y esto viene a cuento de las misas por el alma de Franco. Se ha generalizado una opinión curiosa: la Iglesia no puede negar los rezos por nadie. Por supuesto la Iglesia no puede impedir que nadie rece en conciencia por alguien. Menos mal. Porque si hubiera podido penetrar en el corazón de los fieles -sin uso de máquinas de mala apariencia- no sé lo que hubiera ocurrido en la Historia de Europa. Desde luego las democracias no existirían. El sacramento de la Penitencia es lo más parecido, y ya es demasiado; pero no alcanza ese control. Pero los que dicen esas cosas dicen, en realidad, otra cosa: la Iglesia no puede negar algún tipo de ritual público a quien se lo pide. ¿Cómo que no?

La Historia está llena de esas cosas: comunistas, masones, sindicalistas, apóstatas, herejes, los que eligieron la cremación y no la sepultura por razones contrarias a la fe, suicidas, niños no bautizados, fetos… han sufrido la negación del consuelo en exequias y enterramientos. Quizá a ello les diera lo mismo. No a sus familiares y amigos, en muchos casos, que quedaban estigmatizados en sociedades católicas altamente represivas. ¿Pedirá perdón la Iglesia por tanta amargura? ¡Qué habrá de pedir! Pero sí lo reconoció, hasta cierto punto, en diversas disposiciones pastorales y canónicas desde el Concilio Vaticano II.

En realidad, no todo lo comentado forma un conjunto coherente, pues se mezclan exequias, otros rituales y sepulturas. Pero, me parece, argumentalmente se sostiene: pues si se negara lo más debería negarse lo menos, y lo menos aquí son rezos dilatados en el tiempo que, en última instancia, dan por supuesto que el rezado está en el Purgatorio, cosa que no sé si sigue existiendo como artículo de fe: el que está en el infierno allí se queda, el que está en el cielo no requiere de preces, aunque puedan haber actos no cultuales de recuerdo. Pero el caso es que lo que más aclara el asunto es la pervivencia en el Código de Derecho Canónico de algunas causas de exclusión de las exequias, y, entre ella, la que figura en el canon 1184.2: “a los demás pecadores manifiestos, a quienes no pueden concederse las exequias eclesiásticas sin escándalo público de los fieles”. El 1185 declara: “A quien ha sido excluido de las exequias eclesiásticas se le negará también cualquier Misa exequial”.

Este es el quid de la cuestión. Desde luego a Franco no se le negaron exequias truculentas y aparatosas. Ese entierro, podríamos decir, fue también parte del consenso de la Transición. Pero el problema es que la Iglesia sigue sin considerar a Franco un pecador manifiesto. No soy teólogo, pero si un productor de guerra y un genocida furibundo no es un pecador, “manifiesto”, ¿quién lo es? Este es el espejo frente el que debe ponerse la Iglesia. Y no tiene nada que ver con la existencia de asesinos republicanos que masacraron a cristianos inocentes y menos inocentes. Franco no asesinó en masa en defensa propia. Me da lo mismo que no condenen a Franco. Pero, por favor, que sean suficientemente decentes para ponerse del lado de todas las víctimas, también de las que están en las cunetas, que no premien la memoria política, -insisto: política, de ultraderecha-, del genocida y que se dejen de monsergas escolásticas.

Porque luego va el pobre Casado, que llega a misa con las justas, por sus muchas tareas evangelizadoras, y se sienta en una misa por el Dictador, con sus banderas y eso. Y, claro, no va a ser cosa que pidamos a Casado que pida perdón. Pobre. Debe haber sido lo de los renglones torcidos los que le llevó a ese último asiento a solicitar salvación para aquel, cuyo culto le asegura simpatías para el acceso a los cielos del poder. Que aquí cada uno asalta los cielos como puede. Y él va sobre seguro, con un profesional: Franco, nada menos. Eso es repicar y estar en misa.

Eso ha debido pensar la derecha alicantina, por ejemplo, que acaba de aprobar una ordenanza según la cual hay que multar gravemente al buen samaritano, apedrear a la prostituta evangélica, rematar de frío a los Inocentes, negar alojamiento a la Virgen en el momento del parto en la calle y pedir los papeles a la Santa Mujer Verónica, que vete tú a saber quién sería, pues en los Evangelio no se aclara: una inmigrante indocumentada, es evidente. No sé qué pensar de los coherentes Ciudadanos, tan cobardes, pordioseros y amorales que deben ser de todo un poco y lo contrario y de lo que dé dinero y unos selfies, a la espera de salir de su almario para volar al PP. Pero estoy razonablemente seguro de que los concejales de Vox y PP se sienten católicos, van a sus rituales, se golpean el pecho con saña alegre y desmedida. Cáritas, ese otro rostro decente de los católicos, ha alzado la voz para consagrar una sencilla ternura civilizada para criticar la ordenanza. Ahora sólo falta que lo haga también la jerarquía diocesana. Por el amor de Dios.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats