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OPINIÓN: ¿El COVID-19 hará más rígida la frontera México-Estados Unidos?

En esta foto de archivo tomada el 4 de abril de 2019, una vista aérea de camiones de carga
En esta foto de archivo tomada el 4 de abril de 2019, se observa una vista aérea de camiones de carga alineados para cruzar a Estados Unidos cerca de la frontera México-Estados Unidos en el puerto de cruce de Otay Mesa en Tijuana.
(GUILLERMO ARIAS/AFP/Getty Images)
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La frontera terrestre entre México y Estados Unidos de 3.200 kilómetros de extensión en donde viven poco más de 12 millones de personas que interactúan de manera cotidiana usando los 23 puntos de cruce entre los dos países nunca ha tenido un modelo de gestión flexible, sin embargo, localmente las comunidades se las han ingeniado para aprovechar ambos lados. La lista de posibles interacciones es larga, se vive de un lado y se trabaja, estudia, compra, consume o simplemente se socializa del otro. Muchos prestadores de servicios de un lado tienen a sus principales proveedores o clientes del otro.

A pesar de esa interacción que beneficia ampliamente a los estados fronterizos de ambos países, la presencia del COVID-19, en uno de los muchos impactos no calculados y por supuesto no deseados, ha dado lugar a la reaparición de perspectivas acerca de las fronteras entre los países como mecanismo de control de transmisión y contagio.

De manera simplista se piensa que cerrando o controlando las fronteras se evita la dispersión del virus, aunque técnicamente y en el muy corto plazo eso fuera cierto, debería quedar claro que no es un modelo sustentable de gestión de las regiones fronterizas y quizá lo mas grave, alimenta la percepción de la frontera como una zona de riesgo y no de oportunidades como es vista por quienes ahí viven, de ambos lados de la zona fronteriza. La solución debiera ser un modelo regional, binacional de gestión de la crisis sanitaria y no muros o el cierre que no detiene nada.

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La frontera entre los dos países se encuentra cerrada a viajeros no esenciales desde el 21 de marzo de este año y apenas la semana pasada, el gobierno estadounidense decidió mantener esta condición hasta por lo menos el 21 de septiembre. El gobierno mexicano dice que lo decidieron conjuntamente o peor aún que se trata de una propuesta mexicana. Eso es falso, el comunicado del Departamento de Estado es claro, se trata de una decisión estadounidense coordinada con México y Canadá. Así la primera medida forzosa que instrumenta México y que no descansa en el convencimiento que AMLO tanto pregona, es por instrucciones de Estados Unidos.

A pesar de que el 99.9% de los millones de cruces anuales de un lado a otro benefician a la región y se dan por cuestiones positivas relacionadas con el desarrollo, la perspectiva dominante impulsada sobre todo desde Washington y aceptada sumisamente en la Ciudad de México es la del .1% restante, es decir que por ahí entran enemigos de Estados Unidos, que hacen daño a su sociedad.

Fue así como en la década de los 90 el gobierno del presidente Clinton inició la construcción de muros en la frontera para detener a los inmigrantes que buscaban entrar a Estados Unidos de manera subrepticia y sin autorización. La medida escondía una estrategia macabra, orillar a los migrantes a cruzar por zonas de alto riesgo y que en su intento muchos de ellos fallecieran mandando así un mensaje a otros inmigrantes potenciales según el cual cruzar era muy difícil y se podía morir en el intento. Los resultados los conocemos.

Uno de los puntos culminantes de esa perspectiva ocurrió en el año 2001 como consecuencia de los ataques terroristas del 11 de septiembre. A pesar de que ninguno de los terroristas involucrados en el diseño o ejecución de los ataques había entrado por México, la frontera se cerró inmediatamente y la interacción nunca más fue la misma, los tiempos de espera para poder cruzar se hicieron y continúan siendo mucho más largos y las inspecciones más profundas.

Sin embargo, el presidente estadounidense más “antifronterizo” es el actual. Desde su campaña en 2016 impulsó la construcción de un muro continuo, a lo largo de los 3.200 kilómetros para evitar que entren migrantes indocumentados y hoy, según él mismo afirma, para detener el COVID-19 y la pandemia.

El presidente Trump, de frente al electorado de su país, “construye” un enemigo (los migrantes) y más aún, se presenta como quien defenderá a Estados Unidos de ese enemigo que, en su perspectiva ya no solo quitará empleos, sino que contagiará del virus. Va todavía más allá y acusa a los demócratas de pretender fronteras totalmente abiertas y de libre circulación.

Más allá del uso político-electoral de este tipo de discursos y de que no existe ninguna evidencia que sugiera que desde México se contagia a Estados Unidos (de hecho, es más probable que ocurra en sentido inverso), se ha perdido otra oportunidad para administrar de mejor manera la frontera abordando de forma conjunta la gestión de una pandemia que no se detiene en un muro.

*Jorge Santibáñez es presidente de Mexa Institute

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