Hace mucho que los políticos anglosajones mostraron cómo se trata a la prensa cuando no se quiere responder a una pregunta incómoda: Sin comentarios. Eso, por supuesto, está muy mal, y peor lo está cuando además se insulta al que pregunta, como hace con frecuencia el presidente Trump. Los políticos españoles, que son mucho más demócratas, han desarrollado una técnica más sofisticada, que consiste en lo mismo, insultar y no responder, pero provocando al mismo tiempo en el interlocutor y los oyentes un efecto soporífero. Se llama charlatanería. La técnica, que en distintos niveles ha venido siendo desarrollada por políticos de todo pelaje, alcanza sus más altas cotas en las intervenciones de Pedro y Sánchez y, sobre todo, de Irene Montero. Tiene connotaciones de izquierda porque la derecha ha sido siempre más lacónica y más autoritaria, con voz de mando. Recoge la tradición del monologuismo hispanoamericano desarrollado principalmente por Fidel Castro, -que podía hablar por televisión once horas seguidas-, y también la oratoria de la escuela venezolana de Hugo Chávez y su delfín Maduro. Irene Montero a mí me tiene fascinando. Es lo que por estas latitudes llamamos una lercha. Da lo mismo lo que le pregunten. Ella contesta lo que quiere y de paso da unas cuantas lecciones de moral. En sus intervenciones matinales suelta incansablemente a la sinhueso recordándonos lo que en estas tierras de gentes parcas y prudentes sabemos desde tiempos inmemoriales. Que «o falar non ten cancela».