El misterio de San Marino: ¿por qué la peor selección de fútbol del mundo no deja de sumar seguidores?

Carlos Portolés
Carlos Portolés REDACCIÓN / LA VOZ

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JENNIFER LORENZINI | REUTERS

Ocupa el último lugar en el ránking FIFA, algo que ha motivado a cientos de miles de usuarios de redes a comenzar un movimiento de apoyo internacional. El objetivo es ver a este humilde país ganar un partido, algo que lleva sin suceder más de 20 años

22 feb 2024 . Actualizado a las 17:23 h.

El fútbol es un deporte de once contra once en el que siempre pierde la selección nacional de San Marino. Es este un país hasta difícil de situar en el mapa, principalmente porque es tan pequeño que parece un borrón de tinta. Está dentro de Italia. Rodeado de italianidad. Casi recuerda a la aldeíta gala de Astérix. En un territorio lleno de genios de la redonda, una pequeña población se atreve a ser más mala que un dolor de estómago. Desde luego, sus futbolistas se beneficiarían de un sorbito de poción mágica, porque el equipo lleva unas dos décadas sin ganar un partido. Es, según el ránking FIFA, el peor del mundo, ocupando el puesto 211. Justo por encima están tres diminutos archipiélagos: Anguila, Islas Vírgenes Británicas e Islas Vírgenes Estadounidenses. Quiera Dios que algún día organicen un torneíllo, aunque sea pequeñito. Sería un festival de la ilusión.

Lo curioso es que es precisamente esta mitología derrotista lo que ha convertido a San Marino en un tótem. Un símbolo. Un icono. Miles de personas —de verdad, no es broma— siguen con entusiasmo a través de las redes sociales sus muchas derrotas y sus muy —muy, muy, muy— ocasionales empates. Sus victorias no, porque bueno, no tienen. Los internautas que han sido insuflados con el veneno del santismo marinero cantan y lloran cada gol —dos o tres al año si hay suerte— con la felicidad suprema del futbolero entusiasta. Del hincha sentimental.

Un argentino exaltado

Una cifra para contextualizar. San Marino Fútbol (@SanMarinoTeam) es la cuenta de Twitter en castellano (el administrador es argentino) dedicada al sanmarinismo más exitosa. No se tomen el tema a guasa. Acumula 254.000 seguidores. Su biografía reza esto: «Una victoria, escasos empates, infinitas derrotas. Aun así, una pasión sin fronteras». Porque ir con Brasil, con Alemania o con Francia es tarea fácil. Pero depositar tus esperanzas en un lugar donde, sabes, serán pisoteadas y resquebrajadas y arrastradas por el suelo es cosa de valientes.

El tema, la cuestión, el meollo del asunto es que todo parece indicar que esta nueva ola de entusiasmo ha despertado fuerzas ocultas. Como si estos jugadores que ni siquiera se dedican profesionalmente al fútbol hubieran comenzado a sentir el empuje virtual de su miríada de nuevos admiradores. No es que de repente hayan empezado a ganar, tampoco funciona así la vida. Pero, después de infinitos minutos de juego sin perforar la portería rival siquiera una vez, los sanmarinenses han conseguido romper esta maldición con holgura. Acumulan tres partidos oficiales seguidos marcando gol. Perdieron muy dignamente contra Finlandia y Dinamarca, en ambos duelos por 2-1. Contra Kazajistán fue un 3-1. La mejoría es clara.

La riada de forofos de estos perdedores —que no derrotados— requetedignos se volvió loca. Se rebozó en las mieles de la euforia. Lo contó así el exaltado líder de los tuiteros: «Gol de San Marino, te juro que no es un sueño, es totalmente real lo que estamos viendo. Lo hizo Golinucci, nuestro nuevo héroe. Le hicimos un gol a Dinamarca, no lo puedo creer, voy a llorar, revivió el fútbol». Tiene mérito doble lo de escribir con impecable ortografía cuando se tienen los ojos arrasados en lágrimas y se está borracho de éxito. Pero es que los que viven a bordo de la sanmarineta están hechos de un material especial. Nacieron equipados para resistir los golpes más duros, pero también para soñar con las metas más elevadas.

No es la sanmarinista una mala filosofía, quizás por eso ha atrapado y encandilado a tantos miles de jóvenes navegantes de la red. Los jugadores vienen a ser un grupo de amigos que, hagamos un poco de ficción, seguramente se van a alegremente de cañas después de enfrentarse a la virtuosísima selección inglesa de Harry Kane y perder 10-0. Esto último pasó de verdad, por cierto. Pero, lejos de ser motivo para agachar las orejillas, es una medalla que llevar en el pecho. Si se está acostumbrado a recibir tantos goles como días hay en el año y flores en la primavera, cada pequeña conquista sabe a croqueta de jamón. Cada gol marcado de rebote y casi sin querer es como un trofeo. Y entonces ya nada ni nadie puede pararte.

San Marino es la vida en 90 minutos, de eso parece estar convencido todo un ejército tuitero. Una de estas aleatoriedades virales que casi cuesta explicar a alguien que no haya seguido el fenómeno desde su improbable nacimiento. ¿Es cosa de humor? Un poco. Pero lo cierto es que se intuye de fondo una profundidad mayor. Lo que empieza como chanza, como farsa delirante, acaba adquiriendo los contornos de un sentimiento real. San Marino es ese niño al que elegían el último en los partidos del recreo. El que se tropezaba cada vez que reunía el valor para intentar patear la pelota. Y por eso tantos dejan entrar en sus corazones la causa imposible, la causa perdida de que un equipo de once niños desincronizados consiga hacer cosquillas a otro de millonarios tatuados que en jornada laboral frecuentan los estadios de la Premier o La Liga. Al contrario de lo que pudiera parecer, es poco agradecido para las grandes potencias balompédicas medirse a estos guerrilleros patosos. Si golean, bueno, era de esperar, es San Marino. Si no golean, la victoria moral es siempre para el chiquito.

Esta es la historia del David más David de todos los Davides. Un David tan David que absolutamente todos parecen Goliat a su lado. La historia de un diminutísimo contendiente al que nadie tuvo nunca en cuenta. Pero miren por el retrovisor, belgas, italianos, brasileños y demás paisanos acostumbrados a (y hasta cansados de) vencer. Porque por detrás —muy por detrás, tampoco vamos a vender una burra— viene con paso firme y lentísimo la encarnación de la derrota alegre, aupada por inesperadas legiones creyentes entregadas a al sueño final de ver una victoria de la santísima marina. Miles de ojos se cierran cada noche visualizando un triunfo por llegar. Uno que se pinta de un azul y blanco que solo con mucho esfuerzo consigue materializar remates que no acaben en la luna, no digamos ya en el fondo de una red. Paso a paso. El objetivo es superar a Anguila y a las Islas Vígenes (a todas ellas). ¿El límite? El cielo. Avance San Marino, nosotros bancamos.