Román Sanahuja, patriarca del clan familiar. :: EFE
Economia

Sacresa va a concurso de acreedores con una deuda de 1.800 millones

La inmobiliaria de los Sanahuja paga la compra de Metrovacesa y protagoniza la tercera mayor quiebra tras las de Fadesa y Habitat

BARCELONA. Actualizado: Guardar
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Su caso será estudiado en las escuelas de negocio por representar como ninguno la crisis inmobiliaria que asola España. Alcanzaron el número uno del sector del ladrillo, pero su ambición fue el principio de su fracaso. La inmobiliaria Sacresa, controlada por la familia Sanahuja, no ha logrado conseguir el apoyo de la banca acreedora para refinanciar su deuda, lo que le ha obligado a presentar concurso de acreedores con un pasivo de 1.800 millones, una de las mayores insolvencias de la historia empresarial del país.

La antigua suspensión de pagos ha arrastrado a cuatro sociedades del grupo Sanahuja que se han acogido al proceso concursal voluntario. Son Cresa Patrimonial, Sacresa Terrenos Promoción, Sacresa Terrenos 2 y Sanahuja Escofet Inmobiliaria (Sein).

Dicen que en su caso la ambición ha roto el saco, agravado por la crisis y que el principio de su fin llegó cuando quisieron conquistar el mercado al hacerse con la entonces joya de la corona Metrovacesa. El pez chico se comió al grande y eso se paga.

El cabeza de familia, Román Sanahuja Pons, era accionista minoritario de la inmobiliaria que su entonces amigo, Joaquín Rivero, había convertido en la mayor de Europa. Pero Sanahuja y sus dos hijos, Javier y Román, fueron más allá, no se conformaron con ser sólo consejeros e incrementaron paulatinamente su participación hasta el 80% de la inmobiliaria, dando lugar a la mayor batalla por hacerse con el control de una empresa que se ha vivido en el sector inmobiliario español.

Al final de la operación, tanto Metrovacesa como Sacresa quedaron fuertemente endeudadas y el parón de las ventas inmobiliarias les bloqueó financieramente hasta el punto de no poder devolver los intereses (los Sanahuja llegaron a asumir una duda de 6.000 millones). Metrovacesa pasó a ser controlada por los 15 bancos acreedores, y ahora Sacresa ha acabado en los juzgados.

Fuentes de la compañía defendieron ayer un plan de viabilidad para afrontar su actual situación de insolvencia. Se han vistos obligados a presentar el concurso voluntario de cuatro de sus sociedades tras agotar el plazo legal establecido para intentar pactar con la banca una refinanciación de su deuda.

Aunque la familia Sanahuja siempre tuvo el sambenito de ser un clan cerrado y de huir de las fotos, un buen día abandonó el aislacionismo y se convirtió en el grupo líder del mercado español del ladrillo. Protagonizaron todas las portadas de prensa y se dieron a conocer más allá de Cataluña, su ámbito de negocio prioritario.

Pero para entender la historia de Sacresa y de la familia Sanahuja hay que remontarse como mínimo 50 años. La suya es una historia que corre en paralelo a la de la subida y luego caída del mercado inmobiliario del último medio siglo.

Y es que Román Sanahuja i Bosch (1907-1996) integró junto a Josep Maria Figueras (Habitat), Juan Antonio Samaranch (presidente del COI) y José Luis Núñez (presidente del Barça) el cuarteto de constructores que levantó media Cataluña del desarrollismo de los años 50 y 60. Comenzó como charcutero en el negocio de la familia, pero pronto vio que los jamones y los quesos no eran lo suyo y se empleó en la construcción como peón o como paleta, como dicen en Cataluña. Fue un empresario hecho a sí mismo que hizo fortuna al acabar la guerra.

Al patriarca le sucedió su hijo Román Sanahuja Pons (1939), que protagonizó el gran salto con la creación de una inmobiliaria, Sacresa, en los años 60. En los 90, Sacresa promovió el emblemático centro comercial de L'Illa Diagonal en Barcelona. Ahora tiene en marcha el barrio Porta Barcelona con 709 viviendas y dos torres de oficinas. Fue con la entrada de la tercera generación de la familia cuando a los Sanahuja no les bastó con ser una potente promotora barcelonesa. Luego vinieron Metrovacesa y la operación que les arruinó, la compra de la sede del HSBC, en Londres, por la que pagaron 1.600 millones de euros.