HAY CRECIMIENTOS QUE MATAN
(O como malograr una cosecha)

HAY CRECIMIENTOS QUE MATAN (O como malograr una cosecha)

Por: Soc. Daniel Romero Pernalete, MSc

Crecieron juntos. Juntos entraron y salieron de la universidad. Juntos habían decidido que no trabajarían para nadie, que tendrían su propia empresa. Aquiles Limpio se llamaba uno. Zoilo Pulido, el otro. Éste se tituló en administración. Aquél, en ingeniería de mantenimiento. Por la naturaleza de su formación y siendo uno Limpio y el otro Pulido, les pareció buena idea asociarse para formar una empresa de limpieza y mantenimiento industrial a la que nombrarían “Limpio y Pulido”. Pero como creían que los nombres agringados daban caché, terminaron bautizándola como “Clean & Polished”. 

Con dos años en el mercado, “Clean & Polished”  venía prestando un buen servicio a pequeñas y medianas empresas. Treinta operarios, cinco supervisores y  seis empleados de oficina formaban la plantilla. Clientes, proveedores y colaboradores manifestaban un alto nivel de satisfacción... ¡Pero Limpio y Pulido querían ir por más! Andaban a la caza de un jugoso contrato con una gran empresa del Estado, cuyo nombre omito en defensa propia. El contrato suponía unos 250 operarios colocados en diez sucursales asentadas en diferentes ciudades. Se requeriría unos 15 supervisores y se aumentaría a 20 el número de empleados de oficina... Se esperaba, eso sí, que las ganancias crecieran exponencialmente.

 “Clean & Polished” no eran los únicos que aspiraban al atractivo contrato (ni los únicos anglófilos del giro, adelanto). Varias empresas también lo perseguían. Algunas de ellas (“Bright Services”, “Total Maintenance”, “Cleaning Heroes”),  superaban en logística, experiencia y recursos a la recién llegada. 

A Limpio y Pulido no les quedó otra opción que competir sobre la base del precio, para lo cual tendrían que estirar las potencialidades de su empresa a como diera lugar, más allá de sus fortalezas y más acá de sus debilidades. Presentaron, entonces, una oferta que achataba sus ansiadas ganancias, pensando que este transitorio sacrificio valdría la pena, porque les abriría las puertas a mayores y mejores oportunidades. Debían también endeudarse para adquirir maquinarias y equipos sofisticados (querían hacer más eficiente su trabajo), contratar personal que se conformara con un sueldo menor al que pagaban las empresas rivales, e incluso sobrecargar de trabajo a sus operarios y empleados. 

Con la “desinteresada” intervención de un alto ejecutivo amigo de un amigo que trabajaba en la empresa estatal, “Clean & Polished” consiguió el contrato. La celebración fue grande.  Se había impuesto sobre rivales de superior capacidad y mayor experiencia… Fue, sin embargo, una victoria pírrica. Unos meses bastaron para desnudar la realidad. 

Para mantener el precio bajo, los jóvenes empresarios comenzaron estirar la paciencia del cliente utilizando productos de dudosa calidad. Los sueldos ofrecidos a los operarios, como ya se advirtió,  estaban por debajo del estándar del giro, y por tal motivo apenas consiguieron unos 200 trabajadores. Así que cancelaron los pequeños contratos con los clientes anteriores y pusieron todos los huevos en una sola cesta: concentraron sus recursos en el nuevo contrato, con exigencias mayores de tiempo y esfuerzo, tensando demasiado la capacidad (y la resistencia) de los operarios. Para reducir gastos de traslado y permanencia de los supervisores a las zonas foráneas, espaciaron las visitas y redujeron los viáticos, elongando en exceso el compromiso de los supervisores. Incomodaron también a los empleados de oficina, quienes empezaron a protestar entre dientes por el exceso de trabajos y los continuos reclamos del cliente.

Los números comenzaron a ruborizarse. Limpio y Pulido empezaron entonces a pisar terrenos de ilegalidad: retiraron bajo engaño el Seguro Social de los trabajadores más “cándidos”, disminuyeron un 20% el sueldo de los empleados con la promesa de que se los repondrían cuando el barco enderezara el rumbo, falsearon las declaraciones de impuestos… y otros imperdonables ilícitos que no creo necesario detallar.

Los operarios empezaron a fallar, ya por cansancio, ya por sus bajos sueldos (muchos emigraron a otras empresas), aumentando la carga de trabajo de los que se quedaban. La rotación entre los empleados de oficina se tornó incesante. Las fallas en las zonas foráneas se multiplicaron por deficiente supervisión. La moral del equipo se resintió. Y lo peor: los números seguían peligrosamente colorados. La empresa no tenía nuevos huequitos para ajustar un cinturón que ya estaba apretando demasiado. 

A los seis meses del inicio del trabajo en la empresa estatal, ésta evaluó la gestión de “Clean & Pulished” y rescindió el contrato. Llovieron las demandas de proveedores, clientes y trabajadores. Y arreciaron las multas de los organismos contralores del Estado. Acosados por los cuatro costados, Limpio y Pulido quisieron reconquistar a sus pequeños clientes (a los que habían abandonado), pero estos les pintaron “a small pigeon” (una palomita, pues).

El proceso descrito trajo a mi mente una antigua fábula china atribuida al filósofo Mencio, un fiel discípulo de Confucio. Narra la historia de un hombre a quien le pareció que los vástagos de su campo no crecían con la rapidez que él deseaba para dar los frutos que ansiaba y las ganancias a las que aspiraba. Así que un buen día decidió acelerar el proceso dando un estirón a cada uno de los brotes que en su campo tenía. Ya tarde, se marchó a su casa exhausto (pero satisfecho) porque sentía que había ayudado a sus plantas a crecer y, por consiguiente, a acelerar la cosecha y las ganancias… Sin embargo, su sorpresa fue grande cuando el día siguiente se encontró con todas las plantas muertas. La cosecha y las ganancias, en consecuencia, se habían perdido. Con su apresuramiento, y a pesar de sus buenas pero aceleradas intenciones, el campesino había desenraizado las plantitas y había cortado su desarrollo natural. Las estiró tanto que les reventó el hilo que las unía a la vida.

 Como sembradores o como emprendedores, es bueno que desbrocemos el terreno y que ofrezcamos nutrientes a las plantas o a la empresa para que crezcan sanas y fuertes… Lo que no podemos hacer es pretender que crezcan más allá de sus reales posibilidades alterando el crecimiento natural de las mismas, so pena de quedarnos sin cosecha… ¡O sin empresa!                

Excelente artículo, sobretodo para los noveles emprendedores. En el desarrollo de una empresa, subyace un balancín invisible, que desafía su gerencia. Esta son las ventas. Ventas bajas y altas ventas, parecen ser dos aspectos contrapuestos; algunos se sentirían tentados en apresurar juicios sobre ellas. Las primeras son un problema y las segundas, una oportunidad. Y mi opinión es que las dos, pueden formar parte de un problema o constituir una misma oportunidad. Desde el punto de vista del problema, las ventas bajas son un motivo de alarma, presiona la gerencia, tensiona a los trabajadores y satisface poco al cliente. Cuando las ventas son altas, pasa lo mismo; se elevan los requerimientos de inversión, se lleva al límite la logística, se incrementan los costos de personal, disminuye la cobertura del marketing, se extralimitan los esfuerzos de los trabajadores y desaparecen las responsabilidades por la calidad, la planificación y el control. Por esta razón, siempre se recomienda frente a un crecimiento acelerado, poner un freno de planeación, para ajustar a la empresa a los niveles operacionales que se van verificando.

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Dándose, por supuesto, el tiempo para evaluar que dicho ajuste se ha producido, para luego impulsarla a nuevos objetivos. Este relato profesor, es una muestra fiel, de que un bajo crecimiento y un alto crecimiento, son dos caras de un mismo problema. Y para que cualquier gerente, administrador o propietario de empresa, se permita prevenir el inevitable colapso que puede ocasionar una empresa desbocada.

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Muy interesante el artículo, totalmente de acuerdo con la conclusión de esta historia.

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