ANÁLISIS

La maldición del minifundio: la gran revolución pendiente en el campo asturiano

Tres sectores agrícolas con gran potencial, como el kiwi, la faba asturiana y el vino de Cangas, viven lastrados por la falta de tierra, pero podrían incrementar notablemente su producción si el Principado ordenase el inmenso puzle de propietarios que bloquea el acceso a más hectáreas de cultivo

Una plantación de fabas en La Vega de Arbón (Villayón).| MIKI LÓPEZ

Una plantación de fabas en La Vega de Arbón (Villayón).| MIKI LÓPEZ / Ramón Díaz

Ramón Díaz

Ramón Díaz

Asturias es un puzzle indescifrable de pequeñas fincas y parcelas. Este rompecabezas está lastrando severamente el enorme potencial agrario de la región. Más aún si al minifundio se unen circunstancias añadidas, como el afán municipal por recalificar los mejores suelos para levantar viviendas, la imparable expansión urbana, la burocracia administrativa, la imposibilidad de determinar la propiedad de miles de fincas que en muchos casos proceden de herencias no resueltas, y la atávica resistencia a vender el terruño de la mayoría de los habitantes de la zona rural, aunque esté abandonado o sea improductivo. Muchos productores de faba, de vino o de kiwi necesitan suelo abundante para que la producción sea rentable, pero a menudo solo encuentran a la venta pequeños fragmentos dispersos. Así que, aunque estén dispuestos a crecer, no pueden. La lucha contra todos estos obstáculos, en especial contra el minifundio, es la gran revolución pendiente para hacer más productivo el sector agroalimentario del paraíso natural.

Aunque hay quien señala que en Asturias ni hay tierra ni quién la trabaje, el que fuera consejero de Infraestructuras y gerente del Banco de Tierras, Benigno Fernández Fano, niega, cuando menos, la primera parte de la frase. Porque en la región hay superficie agraria suficiente, sostiene. Los inconvenientes son otros y "muy distintos" en cada zona y para cada necesidad, por lo que conviene no generalizar. El primer escollo es que buena parte de la tierra es de propiedad municipal, pero está gestionada por el Principado a través de los montes de utilidad pública (MUP). Un ejemplo: "En Caso el 92 por ciento del suelo agrícola es propiedad municipal y casi el 100 por ciento de él, monte de utilidad pública", apunta.

El resultado es que en muchos casos se realiza una gestión forestal y no agrícola. Porque "todo lo que tienen que ver con lo agrario se menoscaba desde hace muchos años", lamenta Fernández Fano, que plantea la conveniencia de que la gestión de los suelos públicos pase a ser municipal, "más cercana a los vecinos". Eso en las zonas de montaña, porque en las costeras el problema es "tan complejo" que se hace necesario analizar "caso por caso", matiza.

Otro de los obstáculos más destacados que encuentran los productores que necesitan suelo es que buena parte de las rasas costeras y las vegas, ideales para usos agroganaderos, se destinan a otros fines, principalmente a la construcción de viviendas o a la instalación de polígonos y parques empresariales. De tal manera que los precios del suelo se disparan y adquirirlos para dedicarlos a la producción agraria se convierte en una utopia. "No se puede competir. En Llanes, por ejemplo, resulta imposible", resalta el exconsejero.

El precio del suelo agrícola es en ocasiones prohibitivo. No en vano en Asturias es el triple de caro que en otras zonas de España. Según la encuesta de precios medios de la tierra del Ministerio de Agricultura, en 2020 el precio de los aprovechamientos del suelo uso agrario se situaba en 10.102 euros por hectárea. En la España peninsular, solo Galicia presentaba un precio más alto.

El filón verde de las vegas

El kiwi. Para producirlo se requiere una superficie amplia, tractorable y situada a poca altura y cercana al mar –para evitar las heladas– pero tampoco demasiado –para evitar el exceso de salinidad–. Pero en Asturias resulta tremendamente complicado conseguir parcelas grandes. Asturias está "muy parcelada". Además hay importantes problemas en torno a la propiedad del suelo, porque la realidad en muchas ocasiones nada tiene que ver con lo que recoge el catastro: hay miles de particiones sin hacer y de herencias sin resolver, e identificar a los propietarios en muchos casos es "tremendamente difícil", indica Fernández Fano.

Más obstáculos: "Hay una clara tendencia en la zona rural asturiana a no vender". Aparte de por la tradición de aferrarse a la tierra heredada "de los antiguos", porque muchas fincas están en manos de personas jubiladas o que perciben ayudas públicas y no necesitan vender. ¿Qué ocurre con las concentraciones parcelarias? Pues varias cosas. Una, que "no da votos". Dos, que son proyectos "muy caros y complejos". Y tres, que hay zonas en las que ya se han tenido que hacer dos veces, e incluso alguna ya necesita una tercera, porque las herencias provocan nuevas divisiones de las parcelas… y el minifundio resucita.

Juan Cimas, de la empresa Kiwis La Isla, destaca que para que una plantación de ese fruto sea rentable debe tener, como mínimo, ocho hectáreas; el equivalente a unos diez campos de fútbol. Conseguir una parcela de ese tamaño en Asturias es tarea "muy difícil". La alternativa, tener esa extensión en parcelas separadas, eleva de manera notable el coste de producción.

Las quejas de Cimas se dirigen a la Administración, que "no mueve un dedo para impulsar concentraciones parcelarias" y que "únicamente se dedica a regular y a prohibir". Y eso que en su caso no tiene ese problema, pues su empresa es propietaria desde hace 40 años del islote de Arcubín, una finca de 25 hectáreas situada en el río Nalón, en Soto del Barco. Pero, por ejemplo, en la vecina vega de Los Cabos, con unas 200 hectáreas e ideal también para la producción de kiwi, se cuentan más de 200 propietarios. Y muchas de esas parcelas ni siquiera se cultivan, pero nadie vende. Es "una pena", dice, porque Asturias tiene "un potencial enorme. Tiene electricidad, agua, terreno, se dan casi todos los productos agrícolas, hay turismo… Si está parada es por el inmovilismo de los políticos, que no hacen nada", critica.

El vino, aguado por las herencias

"El problema es el minifundio. Hay muchas fincas que tienen numerosos titulares por causa de las herencias. Si ya es complicado llegar a acuerdos con un único propietario, hacerlo con todos los herederos se convierte en tarea muy difícil", señala José María Martínez Parrondo, viticultor, bodeguero y presidente de la Denominación de Origen Protegida (DOP) Vino de Cangas, que integran unos 60 productores. Para dedicarse en exclusiva a la producción de vino en Asturias y que la producción sea rentable se necesita una parcela de, al menos, tres hectáreas. Justo las que tiene la suya, en un monte del concejo orientado al Sur (requisito indispensable), procedente de una herencia de sus abuelos e integrada por una veintena de parcelas que fueron adquiriendo poco a poco.

Otros viticultores no tienen tanta suerte. Beatriz Pérez García tiene 11 parcelas alquiladas en diferentes pueblos de Cangas del Narcea, "desperdigadas y pequeñas", que suman 5 hectáreas. El minifundio se traduce en "gastos de más. Hay que ir a tratar y a vendimiar a cada parcela cuatro veces, lo que supone un coste añadido en gasóleo… Es muy complicado", resalta esta viticultora canguesa. Problemas: no hay parcelas grandes, que sería "lo ideal", y las concentraciones parcelarias realizadas hasta la fecha se centran en la ganadería, no en las necesidades de los productores de vino u otros productos. Adquirir parcelas tampoco es a menudo posible, sobre todo porque muchas proceden "de herencias de herencias de herencias sin arreglar", otras están en manos de "prejubilados de la mina, que no necesitan vender" y el resto, en buena parte, es de personas que "no se quieren desprender" de sus propiedades.

La faba

Los escollos de los productores de kiwi y vino de Cangas son similares a los del sector de la faba. Ana Acevedo, de Coaña, forma parte de una explotación familiar múltiple de faba y verdina de segunda generación, integrada por cuatro titulares. Entre todos suman 50 hectáreas, pero integradas por parcelas pequeñas –la mayor tiene dos hectáreas– y situadas en cuatro municipios diferentes. Un galimatías. Ahora mismo está cosechando verdinas en tres fincas diferentes, entre las cuales hay unos cuatro o cinco kilómetros. Y no están entre las más alejadas. El mayor problema a la hora de lidiar con esta situación es "la logística", más incluso que el dinero. Resultaría "mucho más cómodo y más barato" si las 50 hectáreas estuvieran "en una sola pieza", en "terreno llano" y tractorable, y "no pegada al mar para evitar el Nordés", pero no hay parcelas de esas características.

Pablo Lechado, portavoz de la empresa familiar Kiwinatur, ubicada en Pravia, conoce a la perfección la dificultad que entraña conseguir suelo. Y eso que su sociedad cuenta con un total de 100 hectáreas de terreno; eso sí, repartidas en varias fincas, la mayor de las cuales suma 30 hectáreas y, aunque cercanas entre sí, situadas en tres municipios: Pravia, Soto del Barco y Castrillón. La familia ha ido comprando poco a poco "pequeños trozos" de suelo. No ha sido fácil, porque buena parte de las parcelas procedían de herencias con varios propietarios y alcanzar un acuerdo con todos ellos suele ser "un proceso complejo y enrevesado". El hecho de que las fincas estén separadas supone "un gasto añadido".

Falta de mano de obra

Hay tierra, aunque mal repartida y fragmentada, lo que no hay es quién la trabaje, según denuncian los productores agrarios. Tampoco en este punto hay distinciones entre quienes producen faba, kiwi o vino. "Es un problema serio, la gente no quiere trabajar. Se refiere a los asturianos, a los españoles en general ¿La razón? Pues lo que dicen es: ‘Por 1.100 euros no trabajo, me quedo en casa jugando a la Play y cobrando 700 de paro, y ni paso frío ni me mojo’", explica Juan Cimas, que resalta la paradoja que supone que no se encuentre mano de obra cuando hay trabajo "el que quieras y más", y cuando España es el país con la tasa de paro más alta de Europa entre menores de 25 años, el 28,9 por ciento. "¿Solución? "Gente de fuera", extranjeros. Porque otro apaño sería "quitar las ayudas públicas", que no dejan de ser "compra de votos". Eliminando esas pagas "se arreglaba el problema rápido", sentencia.

Tampoco en el sector del vino se encuentra mano de obra. En Cangas del Narcea, por un lado, "apenas hay población", y por otro, "la que poca hay no quiere trabajar", destaca la bodeguera Beatriz Pérez. Incide en ello José María Martínez, presidente de la DOP Vino de Cangas, quien destaca  que hay "enormes dificultades" tanto para encontrar mano de obra como personal cualificado. En su caso, está solucionando el problema momentáneamente trabajando él solo, pero si la próxima añada es buena tendrá que ponerse a buscar trabajadores. Sabe que no será fácil.

Ana Acevedo considera el problema de la falta de mano de obra tan importante o más que el del escaso suelo disponible. Defiende que no se traba de un problema de dinero porque en el sector de la faba "se paga bien y las condiciones son dignas". Ocurre que los españoles "no quieren trabajar, quizá porque el trabajo agrario está totalmente desprestigiado". Así que no tiene ni un español empleado, son todos extranjeros. El único que subraya que no tiene problemas de mano de obra es Pablo Lechado. Sostiene que quizá se debe a que buena parte de sus empleados están fijos durante todo el año. La ventaja es que la suya es una gran empresa, que trabaja también en el hemisferio sur (tiene fincas en Argentina), y por lo tanto mientras en Asturias es invierno, por lo que la estacionalidad no es problema.

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