Una faena de Talavante, con el guión de la mansedumbre de un toro basto y grande, dos tandas superiores con la derecha, el trazo paralelo a tablas, la mejor actitud y una buena estocada, fue consumida por el público como el hambriento que quiere ver torear y no ve. Siendo el toreo un azar, le hemos añadido a este azar mal de ojo: adiós a las hechuras del toro. Las hechuras con armonía que tuvo siempre, digan lo que digan, el toro de Sevilla. Hoy salió uno que estuvo de segundo sobrero en Valladolid. Un tercero sin trapío por delante, sustituido por uno basto de concurso. Tapado por la cara el primero. Y, el último, toro propio para Valladolid, fue expuesto a un feo y agresivo capotear abajo para tirarlo al suelo antes de ser devuelto. Fea y lamentable forma de tratar a un toro, pues él no es culpable de haber salido a esta plaza, Sevilla, donde todos los toros posibles han sustituido a 'su toro' de siempre.

La corrida de Matilla amalgamó ejemplares grandes y chicos, bastos y vareados, llenos y sin remate, pero todos con un denominador común: su falta de identidad. Sólo el cuarto recordó vagamente el toro que siempre gustó en esta plaza, donde caben animales hasta terciados, pero elegidos con gusto y hechuras, algo que se está echando en falta no sólo esta tarde, sino durante todo lo que llevamos de feria. El comportamiento del envío salmantino fue más parejo, pues estuvo definido por una mansedumbre que se intuyó en los primeros tercios y fue más evidente conforme se desarrollaba la lidia. Hubo dos toros con buena intención pero muy lastrados por su escaja pujanza y raza, tercero y cuarto, y un quinto que, dentro de su condición, tuvo cierta emotividad en su querencia. El resto, incluido un sobrero de Torrestrella de llamativa pinta y sin trapío para esta plaza, contribuyeron a que la tarde pesara en los tendidos maestrantes, y no sólo por su duración.

Dentro de la condición que tuvo la corrida, el quinto, grande, basto, con poca cara, hondo y sin cuello, tuvo más duración que sus hermanos. Cierto que ya marcó su predilección por la tapia antes de la segunda vara, pero cuando Talavante le dio celo, lo recogió y buscó, el animal respondió. Plasmó el extremeño muletazos de excelente dibujo, mejor cuando jugó con las querencias y lo llevó en línea y en paralelo a las tablas, porque para fuera al toro le costaba mucho. Faena por tanto de distinta intensidad -hasta la sexta tanda no arrancó la banda de música- en la que sobresalieron dos series con la derecha de gran expresión. El público, muy predispuesto y con ganas de llevarse algo a la boca tras dos horas de tedio, le pidió la oreja después de una estocada tendida.

El otro momento álgido que tuvo la tarde lo protagonizó Roca Rey en el tercero, un sobrero voluminoso y espeso (Si te dicen que es de Cuadri, tragas) al que toreó a la verónica de modo soberbio. Será difícil que se vuelva a ver torear así con el capote e lo que queda de feria. Porque el animal no tenía inercia de salida y embistió sobre las manos, lo que no impidió que Roca Rey lo cuajara, muy aplastado en la arena, esperándolo casi enfrontilado, para jugar los brazos con el mentón hundido, ganando terreno, sin afectación, con gran expresión y aparente facilidad , y rematar casi en los medios, a pies juntos. Si lo hace otro le hacen poemas... Brindó al maestro Campuzano, inició por estatuarios, recogiendo al toro al final en lugar de despedirlo, antes de ligarle dos series con la derecha, muy aplastado en el piso, de mucha entidad, pero cuando cogió la zurda cambió el terreno al toro, que había pasado sin emplearse, y en terreno ajeno se sintió a disgusto y comenzó a defenderse.

Los toros que completaron el lote de ambos ofrecieron aún menos posibilidades. El primero de Talavante, fino, estrecho, muy astifino, zancudo y fino de cabos, no tenía remate. Quizá por eso estuvo como segundo sobrero en Valladolid el pasado mes de septiembre. Tuvo el de Matilla el defecto de protestar con un feo tornillazo al final del embroque, aunque cuando el torero lo obligó por abajo, respondió más y mejor. Hubo buena postura, pero Talavante no limpió el final cada muletazo y por eso su la labor no terminó de romper ni de adquirir continuidad. Anduvo además desconfiado con el acero. Roca Rey vio cómo el presidente devolvía al sexto, un otro fuertemente protestado por su falta de trapío, después de que Juan José Domínguez echara el capote abajo para que claudicara. El deslucido sobrero de Torrestrella no le dio ninguna opción.

Abrió plaza Miguel Ángel Perera, que fue doblemente silenciado en su única comparecencia en el abono. Su primero, que se tapó por la cara, se defendió por su escaso poder, motivado por su falta de raza mientras el chorreado cuarto, morfológicamente, el tuerto en el país de los ciegos, le faltó chispa con la que salpimentar la fijeza y la prontitud de la que hizo gala. Perera trató de aplicar suavidad, dio sitio al animal, pero dos desarmes seguidos, cuando la faena estaba en el momento de definirse, fueron un obstáculo insalvable para que el trasteo despegara.