Aunque la experiencia del cine sigue siendo a día de hoy algo mágico, lo digital ha acabado con uno de los oficios con más magia del séptimo arte. Los proyeccionistas se han convertido en una especie en peligro de extinción, algo que, en muchos casos, ha quedado ligado al recuerdo de los viejos cinéfilos. Sin embargo, en Gipuzkoa todavía queda una superviviente, Nagore Portugal, la encargada de que todas las sesiones de Tabakalera salgan en las más perfectas condiciones. “Simplemente, trato de dar la mejor experiencia posible al espectador”, explica esta joven, también responsable de copias en el Zinemaldia.

Al mencionar la palabra proyeccionista, la imagen de más de un amante del séptimo arte seguramente viaje hasta la de Alfredo, el carismático personaje del filme Cinema Paradiso que enseñaba los secretos del cine al pequeño Totò entre bobinas y carteles de películas. Pero, ¿qué es ser proyeccionista en pleno siglo XXI, en medio de avances tecnológicos constantes? “Algo queda, pero es verdad que ahora la mayoría de las películas llegan en digital y lo analógico va poco a poco desapareciendo”, responde Nagore Portugal. 

“Solo quiero que algo de la experiencia que yo tengo al ver una película la tenga también el público”

Esta joven de Errenteria es la cara oculta de la sala de cine de Tabakalera. La que, en la sombra, procura que todas las proyecciones se emitan en las mejores condiciones posibles y la que salvaguarda que la amplísima programación del espacio del centro, con todos sus agentes, se cumpla. Lo hace, al igual que Alfredo, en una cabina semi a oscuras, rodeada de pósters de películas, pero con muchos más medios. Allí cuenta con dos proyectores de gran tamaño, uno digital, en el que también se pueden proyectar vídeos Beta –“Alguno ha llegado”, asegura sobre esta casi reliquia del pasado– y otro para películas en 35 milímetros; y un tercero mucho más pequeño, de 16 milímetros, que suele usarse para trabajos más experimentales o para actividades con niños en las que descubren cómo funciona una sala de cine.

“No hay muchos sitios que tengan esta variedad. Aquí llegan películas de todo tipo y es una oportunidad increíble tener la posibilidad de mostrarlas tal y como se grabaron”, explica Nagore. En Donostia, los teatros Victoria Eugenia y Principal también cuentan con proyectores para 35 milímetros, pero carecen de una programación tan completa como la de Tabakalera y apenas se usan. Los cines comerciales del territorio, por su parte, proyectan solo en digital, con horarios programados por ordenador para las sesiones, por lo que apenas es necesario que haya una persona a su cargo. De hecho, en muchos cines son los propios empleados de barra o los de la venta de entradas los que combinan su labor con ello

No es el caso de Nagore, la única persona de toda Gipuzkoa que puede decir que se dedica íntegramente a ser proyeccionista. Ella es la encargada de probar cada película, de buscarla en el caso de no contar con la copia adecuada, de retocarla si fuese necesario y de añadir subtítulos. “Empecé a los 17 años con películas de 35 milímetros. Lo digital tiene sus ventajas, no estoy para nada en contra de ello, pero me gusta más lo analógico, poder manipular los rollos y mostrar los trabajos tal y como se idearon”, afirma.

Nagore Portugal, en la sala desde la que proyecta las películas en Tabakalera. Arnaitz Rubio

A Tabakalera han llegado rollos de todo tipo, incluidos aquellos que no se pueden manipular y que tienen que ser proyectados lote a lote a mano. Son con los que más cuidado tiene que tener, los que la obligan a estar atenta al salto de carrete para que el espectador no lo note e incluso, como le pasaba al personaje de Cinema Paradiso, no se prendan. “El riesgo de que se quemen existe, pero los equipos de hoy en día tienen mucha más seguridad y las cintas son de poliéster, por lo que un incendio es impensable”, asegura.

El resto de proyecciones, las que requieren menos atención, las observa desde su txoko, una mesa llena de pantallas de ordenador con una ventana desde la que ve todo lo que pasa en la sala, incluidas las propias películas. “Es más fácil seguirlas sí son en digital, pero, aún así, puede pasarles cualquier cosa que le podría pasar a tu ordenador. Son los mismos problemas informáticos que requieren de más tiempo y que normalmente no se pueden corregir al momento. En 35 mm, en cambio, puedo hacer un empalme y listo”, indica entre risas.

Parte de un todo

Nagore es una apasionada del cine desde que tiene uso de razón, pero, ¿cómo acaba una joven de 17 años interesándose por las proyecciones en 35 milímetros? “Empecé en los cines Niessen de Errenteria. Me contrataron y dije que me gustaría aprender a proyectar. Una vez que me enseñaron fui aprendiendo sola, sacándome las castañas del fuego yo misma siempre que salían problemas”, comenta. Así, ha conseguido convertirse en toda una experta que incluso es requerida por los festivales más importantes del Estado, incluido el Zinemaldia, para el que se ha convertido en la responsable de copias del área técnica.

“Siento que mi trabajo forma parte de un todo, de un equipo. Creo que el cine es algo mágico y solo quiero que algo de la experiencia que yo tengo al ver una película la pueda tener también el público”, observa. Para ello, en muchas ocasiones se transforma en la apagafuegos oficial, ya sea del festival o de Tabakalera, capaz de pelearse con los subtítulos de una película –“Un clásico, te dicen que están en inglés y te llegan en chino”, revela–, o, como ocurrió recientemente en un pase en el que el negro se veía verde, con los colores de la proyección.

“Creo que es importante que el espectador sepa que hay alguien vigilando que todo vaya bien”

Son problemas que el espectador normalmente no aprecia. “La textura en 35 milímetros es diferente, pero cada uno tiene sus pros y sus contras. Si quieres ver la última de Jurassic World, la vas a ver mucho mejor en digital, pero en el analógico hay otro encanto. Es cómo la pregunta de que te gusta más, el CD o el vinilo. La respuesta depende de cada persona”, explica, añadiendo que, lo más importante de todo es tener una sala de cine de como la de Tabakalera que permite ver “películas que son imposibles de ver en otro sitio”.

Ella también actúa como programadora, ya que su labor de proyeccionista la compagina en el cineclub Ozzinema de su pueblo, en el que, inevitablemente, sale su vena técnica. “Cuando voy con amigos al cine me dicen que esté tranquila y disfrute de la película, porque me pongo a fijarme en los problemas de la proyección”, cuenta entre risas. Desde su atalaya en Tabakalera, por su parte, espía las reacciones del público y la que gente que acude a cada sesión. “Cada película es una nueva aventura. Lo digital ha cambiado todo y el oficio se está perdiendo, pero creo que es muy importante que el espectador sepa que hay alguien ahí controlando que todo vaya bien, asegurándote de que vas a ver la película de la mejor manera posible”, concluye con una sonrisa la salvaguarda de esta sala.