La historia de amor de 37 años entre Emma Cohen y Fernando Fernán Gómez: "Quería ser libre, ser ella y estaba sola y no quería estar sola"

En 1980, tras una década convencido de que había encontrado a su "compañera de vida", Fernán Gómez empezó su autobiografía por el final: Emma Cohen le había abandonado, y con ese acto daba su vida por terminada.

Fernando Fernán Gómez y Emma Cohen en los 70.

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Emma Cohen y Fernando Fernán Gómez fueron durante 37 años los discretos protagonistas de una de las relaciones más longevas de nuestra cultura. El actor, 24 años mayor que ella y siempre celoso de su vida privada, describiría a Cohen como "mi compañera de vida": una forma de reconocer no sólo el amor, sino el extraordinario intelecto de la actriz. Las tertulias que ambos celebraban se convirtieron en uno de los grandes bienes intangibles de nuestra cultura. Y en Cohen se juntaban tantos talentos como en Fernán Gómez: ser actriz era, simplemente, la faceta más conocida por el gran público.

Ambos se conocieron en 1970, en el rodaje de una película menor, Pierna creciente, falda menguante, con guion y producción de José Luis Dibildos, y cada uno llegó a esa película con su particular historia. Por un lado, el pelirrojo rozaba ya la cincuentena y dos relaciones fracasadas (su matrimonio con María Dolores Pradera, en 1945, un año antes de que naciese Cohen; y una relación con Analía Gadé que borró por completo de sus memorias). Por otro, Cohen acababa de desembarcar en Madrid con 24 años, recién aterrizada como quien dice de sus primeras obras teatrales en Barcelona y sus experiencias en la primavera parisina del 68. Emma lucía ya su apellido artístico, falso, que marcaba esa vocación de actriz que sus padres, burgueses catalanes de buena posición, no pudieron abortar. Y eso que lo intentaron, pero fue peor el remedio que la enfermedad.

La semilla de Emma Cohen, cuando todavía se llamaba Emmanuela Beltrán Rahola, estuvo en Barcelona, donde nació y se crio. Más concretamente en la facultad de Derecho. Allí sus padres confiaban en que las leyes le quitasen la bohemia de la cabeza, pero el resultado fue el opuesto: Cohen se juntó con otros alumnos como Mario Gas (futuro productor teatral) o el escritor en ciernes Carlos Trías, y con ellos se sumergió en un mundo de literatura y cine al margen de lo aprobado por el régimen... y de teatro, a través del Teatro Universitario Español.

Así, abandonó los estudios de leyes para dedicarse a los de Arte Dramático y debutó en el teatro bajo la dirección de Adolfo Marsillach, con Marat/Sade, casi al mismo tiempo que se estrenaba en el cine –como secundaria y bajo el nombre artístico de Emma Silva, en un musical protagonizado por Sara Montiel–. A la vuelta de las soflamas del 68 se estrenó en TVE en El conde de Montecristo, un año antes de conocer a Fernán-Gómez.

La literatura sobre aquel encuentro en el 70 no deja muy claro cómo empezó la relación, o hasta que punto fue seria hasta su segundo encuentro profesional, en 1973 (para una serie de TVE). Pero lo cierto es que en el resto de la década, ambos se convirtieron en inseparables en la noche intelectual madrileña, donde se batían en duelos de ingenio durante las noches de tertulia. En lo profesional, también colaboraron con frecuencia: Cohen estuvo a las órdenes de Fernán Gómez en dos series (una de ellas, El Pícaro, con la propia Emma como coguionista) y un puñado de películas, en una década en la que protagonizó decenas de películas para todo tipo de directores, desde Paul Naschy hasta Fernando Colomo, pasando por Mariano Ozores. Una versatilidad que incluso la llevó a enfundarse el traje de la predecesora de Espinete, la Gallina Caponata, en la primera emisión en España de Barrio Sésamo.

A finales de esa década "en la que habíamos hecho de todo", como confesaría Cohen en varias entrevistas, los caminos de los dos actores e intelectuales se separan. Según Fernán Gómez, tras una gira teatral, "a la vuelta a Madrid, mi compañera de vida me abandonó". Para largarse con el escritor Juan Benet, con el que mantuvo una relación de un año según arrancaban los ochenta. Una relación que terminó cuando Fernán Gómez, en un raro ejercicio de exhibición pública, publicó en Triunfo una suerte de autobiografía (con frases que aparecerían después verbatim en El tiempo amarillo, sus prodigiosas memorias de 1995) en la que dejaba traslucir la pérdida de Cohen. En esa exhibición del desamor, que recuperó Elsa Fernández Santos en El País, Fernán Gómez acababa diciendo: "Aquí [tras el 'abandono' de Cohen] termina mi autobiografía. A partir de aquí empieza la de otro señor, ojalá me lleve bien con él”.

Suficiente para que la actriz rompiese con Benet y volviese con él. Un interludio, el único, durante 37 años, y en el que la carrera de ella derivaría hacia la literatura (debutó como novelista en 1983) e iría reduciendo el ritmo frenético de los setenta. Ambos seguirían siendo compañeros eternos en la vida y ocasionales en la pantalla –en El abuelo, de Garci, se les puede ver por última vez juntos, ya al final del siglo XX–. Y sería en el año 2000, en una clínica, con Fernán Gómez viendo la muerte de cerca por primera vez, cuando decidieron casarse allí mismo. El actor todavía habría de sobrevivir siete años a esa ceremonia. La exactriz, todavía más: casi una década –entre 2007 y 2016– en la casa que compartieron, entregada a la lectura, la escritura y el recuerdo, con una lucidez que todavía paseaba en alguna que otra entrevista.

Emma Cohen, discreta siempre, ocultó a casi todo el mundo que padecía cáncer. Uno que se la llevó en verano de 2016, hace cinco años, ocho meses después del diagnóstico. De esos 37 años con Fernán Gómez ella siempre disculpó sus exabruptos, menos frecuentes y más anecdóticos en sus palabras que la imagen pública que quedó del actor. Y él, a ella, no la mencionó por el nombre en sus memorias, pero quedaba claro que esa "compañera de vida" siempre fue la misma persona que en aquella exhibición en Triunfo, cuyas palabras repetía casi exactamente 15 años después:

"Un día, durante el trabajo entre los árboles de la Casa de Campo, dentro de un coche de caballos, disfrazada de antigua, encontré a la compañera de mi vida. Era joven, hermosa, alegre, pensativa. Le gustaba leer, quería trabajar en el cine, en el teatro, dirigir películas, escribir, cambiar el mundo. Quería ser libre, ser ella y estaba sola y no quería estar sola. A partir de entonces compartimos nuestros proyectos, confundimos nuestros recuerdos, trabajamos y esperamos juntos. Llenó la casa de risas, de bromas, de juegos, de amigos. Cuanto ella podía tener de hospitalaria me lo entregó, procurando, con su gran instinto, restañar las viejas heridas y, con minuciosa delicadeza, no abrir ninguna nueva".