¡Agua va!

Alcantarillas de Madrid. Madrid, 2020. ©ReviveMadrid

Alcantarillas de Madrid. Madrid, 2020. ©ReviveMadrid

Alcantarillado de madrid, las entrañas de la capital

Imagina… estás paseando tranquilamente por las calles del Madrid de los Austrias… disfrutando del paisaje urbano, con tu música favorita sonando en tus cascos, sonriendo, relajado, feliz, distraído, ensimismado disfrutando el momento… y de repente se abre una ventana y se escucha un grito fatídico: “¡AGUA VA!”. Dos segundos después estás empapado, chorreando, cubierto de una sustancia cuyo desagradable olor te recuerda al WC de una prisión turca… y no sabes dónde meterte. Hoy en día, salvo inocentada o agresión, es muy difícil que puedas vivir esta situación en las calles de la capital, pero de haber vivido en el siglo XVII habrías aprendido a esquivar el pestilente contenido del orinal de tus vecinos, debido a la falta de alcantarillado.

Aunque solemos pensar, como con tantos otros servicios de nuestra rutina diaria, que el agua corriente, las alcantarillas, las cloacas, las tuberías, los pozos y los desagües siempre han estado ahí, lo cierto es que su empleo es relativamente reciente.

El sistema de alcantarillado, tal y como lo conocemos hoy, tiene su origen a finales del siglo XIX, gracias a la extensión del pensamiento higienista en Europa que, alarmado por la situación sanitaria de las grandes ciudades, demandaba la necesidad de mejoras sanitarias urbanas. La implantación de un sistema de alcantarillado moderno redujo a una tercera parte la mortalidad en España.

Hasta ese momento y durante siglos, las calles de Madrid habían servido, para que por ella corrieran, hasta que el sol las evaporara, las aguas residuales procedentes de los vecinos que, al grito de “¡Agua va!” arrojaban por la puerta o la ventana sus residuos, orines y demás inmundicias.

Hasta ese momento, las calles de la villa tan solo disponían de unas cuantas regueras para separar la lluvia y las aguas residuales, así como de unos cuantos sumideros para poder capturarlas.

Al convertirse en capital y nueva sede de la Corte en 1561, Madrid incrementó notablemente su población, lo que desembocó en renovados problemas higiénicos y sanitarios, multiplicándose los residuos en la vía pública y favoreciendo la proliferación de infecciones entre sus habitantes y un grave problema de olores.

Esta patente falta de higiene de la Villa y Corte llegó a ser muy criticada por los viajeros europeos que visitaban la capital, lo que la convirtió en una de las ciudades más insalubres de Europa.

En 1618 Madrid había alcanzado los 80.000 habitantes y fue entonces cuando se planteó un primer plan de saneamiento que incluía la construcción de las primeras alcantarillas de la capital, en zonas como la calle Nueva de San Jerónimo ( hoy Carrera de San Jerónimo) o la Plaza de Leganitos ( actual Calle de San Bernardo).

A pesar de que el plan prometía buenos resultados, no sería hasta el año 1717 cuando llegaría una propuesta técnica de verdad, capaz de solucionar este problema. Teodoro Ardemans, tracista Mayor de las Obras Reales y Maestro Mayor de las de Madrid, planteó la instalación de una red de tuberías bajantes en todos los edificios de la ciudad, desde los retretes hasta un pozo. Desde allí, una conducción subterránea llevaría las aguas fecales a otro pozo de depósito, accesible desde el exterior.

Sin embargo, este proyecto no se pudo llevar a cabo por el temor de los madrileños a que las obras dañaran el subsuelo y sus viviendas… y habría que esperar otros 50 años para que se iniciara la primera acción global de saneamiento en Madrid.

Al subir al trono Carlos III, una de sus primeras medidas fue comenzar a construir el sistema de alcantarillado de la capital. Encomendó el proyecto al ingeniero y arquitecto Francisco Sabatini, que en 1761 desarrollaría una red de alcantarillas de piedra, de unos 3,50 metros de profundidad y a lo largo de una extensión de 1840 metros, en el entorno del Palacio Real.

Sabatini había tomado como punto de partida los proyectos de Ardemans y, sobre todo, los del ingeniero José Alonso de Arce, que en 1735 había ideado un proyecto para dotar a Madrid de un sistema de alcantarillado capaz de evacuar hacia las afueras de la ciudad y al río Manzanares las aguas de casas y calles.

Los trabajos de Sabatini resultarían fundamentales para el progreso sanitario de la ciudad en las décadas siguientes. Sin embargo, habría que esperar un siglo para la puesta en marcha de una auténtica red de saneamiento de agua en Madrid, bajo el reinado de Isabel II.

En 1851, con la puesta en marcha del Canal de Isabel II por parte del gobierno de Juan Bravo Murillo, se modernizaron definitivamente los sistemas utilizados para evacuar el agua utilizado por los madrileños.

Es en este momento cuando se distribuyeron por Madrid estas características tapas de alcantarilla, fabricadas en plomo y diseñadas de forma circular por un motivo claro, apoyado en una razón matemática: que no se caiga la tapa por el agujero. La anchura de la circunferencia es siempre la misma, el diámetro. Esto implica, que si colocáramos la tapa en el agujero de la alcantarilla de cualquier manera, sería imposible que entrara por el agujero y cayera.

Con Bravo Murillo se sentarían las bases del actual sistema de alcantarillado de la capital, que se completaría a lo largo del siglo XX con la construcción de las primeras instalaciones de depuración de aguas.

Actualmente, la red madrileña de alcantarillado transporta un caudal medio de 9.000 litros por segundo, en un total de 4.500 km de extensión. Un entramado oculto de galerías y conducciones que conforman las entrañas de la ciudad, de un valor operativo incalculable, destinadas a mejorar nuestra calidad de vida… ese Madrid subterráneo que no apreciamos, parte de nuestra Historia, y sin el cual nuestra vida diaria sería muchísimo más complicada.

Carlos III (Madrid, 1716-1788)

Carlos III (Madrid, 1716-1788)

Mis vasallos son como los niños: lloran cuando se les lava
— Carlos III


¿cómo puedo encontrar el acceso a las alcantarillas de madrid?