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Historias de guardavidas: el noble oficio de rescatar personas

La mirada de alguien que se está por ahogar cuando llegan para brindar su ayuda, llena de energía a estos héroes anónimos en los ríos, lagos y mar de esta parte del país. Quiénes son, qué sienten, cómo se preparan...

Las altas temperaturas ya llegaron a la región hace varias semanas y la cercanía del final de año hace que cada vez más gente se acerque a la gran cantidad de lugares con agua que tiene esta zona del país. Ríos, lagos, mar… todo muy atractivo para esta época del año, pero nunca hay que descuidarse para evitar accidentes. Y en ese trabajo de prevención es clave la tarea de los guardavidas, no siempre reconocidos por cuidarnos.

¿Quiénes son, cómo se preparan, por qué eligieron esta profesión, cuáles fueron sus rescates más difíciles, cuál es la devolución de la gente, qué precauciones se deben tomar?

Todas estas respuestas y muchas más, se van a responder al conocer sus historias.


Escuela de guardavidas: “Generar valores en las personas para que empaticen con el prójimo”


En Roca funciona una de las dos escuelas de Guardavidas de Río Negro y quien está a cargo de la formación es Gerardo Paniceres. Como en la mayoría de las profesiones, la sociedad exige un cambio de paradigma y por eso “ya no se trabaja para formar a alguien rígido, que está sentado allá arriba con su sillita y dirige desde ahí. Hay nuevas demandas, como la inclusión, el lenguaje de señas, el cuidado del medioambiente, empatizar con el otro”, comenta el instructor.

Uno de los días en los que el grupo realizó prácticas en el río Negro.


Claro que no se descuida la clásica función de “guardavida” y por eso el curso es de máxima exigencia, teórica y práctica. “Tenemos turnos de entrenamientos de hasta tres horas por días, durante un año, o un año y medio”, cuando en otros países los cursos de socorrismo son de dos o tres semanas.


“Se apunta tanto o más a la prevención. Nuestra impronta está vinculada a la prevención, no sólo a las maniobras de rescate. Hoy un guardavidas tiene que estar instruido en nuevas temáticas, como lenguaje de señas, diferentes tipos de discapacidad y comunicación. Las personas con discapacidad están cada vez más integradas y nosotros tenemos que poder dar respuestas. Debemos estar actualizados, adquiriendo nuevos protocolos y una mirada bien inclusiva”, comentó Paniceres.

La mirada siempre atenta del instructor es clave.


El instructor agregó que uno de los momentos más gratificantes “es el agradecimiento de la gente, eso es todo!. Por ahí mucha gente no dimensiona el peligro o no le da ‘bolilla’ a la recomendación de un guardavidas. Nos dicen “vos me vas a decir que no puedo andar por acá? Si yo vengo al río de toda la vida…’ y nosotros vamos igual a advertirles o ayudarlos.

La satifacción de ayudar a salvar una vida es todo en esta noble profesión.


Actualmente no todos los que hacen el curso lo hacen para ser guardavidas, “y está bien también”. “Para nosotros es importante formar a la mayor cantidad de gente posible, porque sabemos que son eslabones importantes en la sociedad. Se van con herramientas para ayudar a ser mejores y también para poder intervenir en cualquier momento, en cualquier situación que se requiera ayuda. Si alguien que hizo el curso y ve que otra persona necesita ayuda, se la va a dar inmediatamente”, agregó.

Un debutante
Juan Lezica (23 años) es Licenciado en Servicio Social y ayudante de trabajos prácticos en la UNC. Su espíritu inquieto lo llevó a descubrir una nueva profesión y una nueva forma de empatizar con el otro. Es uno de los estudiantes avanzados del curso de guardavidas de Roca, que este verano hará sus prácticas en el balneario de Pomona.

Nadar con pantalón largo y remera, parte del entrenamiento que realizó Juan Lezica (primero desde la izquierda).


“El entrenamiento del curso es muy exigente, pero la satisfacción de poder ayudar a una persona que está en una situación límite es impagable. Esa mirada a los ojos de alguien que está luchando por no morirse cuando llegás a ayudarlo, es impresionante”, comentó Juan.


El muchacho que volvió a su valle medio natal para una función tan noble como la cuidar a sus vecinos dijo sentirse “muy entusiasmado” con esta posibilidad de terminar su formación en el campo de trabajo, aunque ya tuvo su primer rescate.


“Hace unas semanas fuimos con un grupo de compañeros a hacer prevención a una competencia que se hacía en el río. Yo estaba en uno de los últimos puestos antes de la llegada, y vi como un hombre se iba contra las piedras, que estaba mal. Ni lo dudé, me tiré y pude ayudarlo. Incluso se recuperó y me pidió que lo acompañe hasta la orilla para que pueda terminar la carrera porque era una promesa para su hija. Y llegamos juntos, fue una gran satisfacción porque lo pude ayudar y él cumplió su sueño”.


Florencia, la guardavidas de Viedma que pasó toda su vida bajo el agua


Por Carlos Morando

Viedma está rodeado de dos espejos de agua. El río Negro y el mar en el balneario El Cóndor. Tan bellos pero la vez pueden llegar a ser peligrosos cuando asoman los primeros calores. Por eso la tarea de los y las guardavidas es clave. Son quienes tienen autoridad, conocimiento y nos pueden ofrecer consejos claves para que una jornada agradable no se transforme en tragedia.  

Florencia Henriquez es guardavidas en las playas del balneario El Condor Foto: gentileza Andres Caballeri

Florencia Henriquez es guardavidas en la playa intermedia de El Cóndor, más precisamente frente al Casino. Tiene 30 años y lleva nueve temporadas como guardavidas, las últimas siete en la capital rionegrina pero fue en su lugar natal, Villa Regina, donde inició esta pasión por el agua.

“Mis primeros pasos los di en Circulo Italiano de Villa Regina porque mi papá era el encargado del club y como vivíamos ahí, me empecé a formar en la natación desde los 2 años”, explica Florencia en diálogo con RÍO NEGRO.

Ese amor por el agua se forjó en esa pileta. Compitió a nivel federada e integró el seleccionado rionegrino. Si bien estudió durante dos años la carrera de Control e Higiene de los Alimentos en la Universidad del Comahue, el deporte y el agua la llevaron a otra profesión.

“Tenía mucha salida laboral, pero a mí me gustaba lo deportivo y en Viedma empecé a estudiar en el Instituto de Educación Física y a su vez realicé el curso municipal de guardavidas. Trabajé dos veranos en la pileta de Círculo Italiano y luego logró el título profesional de guardavidas para ejercer en cualquier parte del Mundo”, cuenta Florencia.

A partir de ese momento echó raíces en la capital rionegrina y ya lleva siete temporadas como guardavidas, una en el río Negro y las restantes en el mar.

Florencia ya lleva varias temporadas trabajando en el mar. Foto: gentileza Andres Caballeri

En toda su carrera recuerda dos rescates que tuvo que realizar. El primero fue hace dos años atrás cuando una familia mendocina vacacionaba en El Cóndor. “Previamente habíamos hablado de los peligros y ese día había muchas olas que reventaban en la orilla, y detrás de la ola el mar no te dejaba volver. Esa familia se fue detrás de la ola y sucedió que no podía volver a la orilla, se empezaron a cansar y apenas vimos esa situación salimos a sacar a los cinco integrantes. Por suerte no tragaron agua, pero se asustaron mucho”.

La segunda situación fue aún peor y sucedió el verano pasado, en febrero. Un nene de 3 años se encontraba con su abuela de la mano en un día caluroso. “Era de esos días que necesitabas estar dentro del agua por el calor y estaba subiendo”, recuerda.

“El mar estaba lleno de personas y sigo esa situación porque estaban sobre un banco de arena. De golpe observo que el nene por una ola quedó tapado de agua, se suelta de la mano y solo se veía la parte de arriba de la cabeza. La abuela no pudo hacer nada y yo salí corriendo para levantarlo. El nene abrió los ojos grandes y por suerte no había tragado agua. Nadie se dio cuenta, ni la abuela ni las otras personas que estaba tapado de agua. Es un momento, porque tal vez pudo haber pasado algo grave”.

Esa reacción fue clave. El instinto surgió a tiempo, entre cientos de personas que buscaban refugio del calor en el agua. Y para Florencia esas situaciones despiertan la pasión por una profesión que no es nada sencilla.

“Me gusta esta profesión de poder ayudar a la gente y explicar cómo funciona el río y el mar. Trabajamos mucho en la prevención que es clave, por eso siempre tratamos de hablar con la gente para advertirles”, afirma la guardavidas.  

Esa pasión por el agua la comparte con su hermana melliza, Luciana que se encuentra en otra playa, en la bajada de Piccoto.

“Las mujeres no somos tantas, generalmente es una por playa porque no hay muchas. Como 10 o 12 de 63 guardavidas, a veces menos”, destaca. Florencia aclara que hoy son parte del staff, que en su mayoría son varones. “Antes se veía muchas más diferencias, por ejemplo, ponían una mujer por sector porque necesitaban hacer cuaraciones y éramos como las enfermeras. Pero ahora eso ya no es así, hace tiempo desaparecieron esas diferencias”.

Durante el año trabaja como profesora de Educación Física y también transmite sus habilidades y experiencias en el agua. “Doy natación y también estoy en Salvamento Deportivo donde enseño a chicos entre 8 y 15 años, todo lo relacionado con esa disciplina donde también compito y participé de un Mundial en 2018 en Australia”.

Florencia trabaja de domingo a domingo, cuenta con un franco por semana, pero sólo se lo puede tomar los días hábiles ya que los fines de semana hay mayor afluencia de personas y en las playas no se cuenta con un numeroso personal.

El reconocimiento es de las personas. En el último tiempo siente que la reconocen, aunque pide mejores condiciones. Si bien cuentan con una casilla de madera, es muy pequeña y en momentos de temporal se refugian entre los tamariscos ya que en esa casilla los espacios son reducidos.

Parte del equipo de guardavidas del balneario El Condor Foto: gentileza Andres Caballeri

Más allá de esas situaciones, su pasión no se va a desmoronar y dejó un par de consejos para este verano. “Hacer caso a las indicaciones de los y las guardavidas es clave. También hay que tener cuidado con los niños y niñas que siempre los vemos solos. Puede ser muy peligroso”.

Florencia tiene una vasta experiencia y explicó también los peligros y diferencias entre el río y el mar. “Cada espejo de agua tiene sus características. El río tiene a veces corrientes fuertes que te arrastra, podés encontrar pozones en cualquier momento y no hacer pie. Lo que tiene el mar es que hay días que está peligroso por las olas, la corriente y es mucho más complicado para la persona que quiere salir nadando”. Agrega que “sobre todo hay que tener mucho respeto a todos los espejos de agua porque siempre puede pasar algo. Si estamos más preparados, sabemos nadar y conocemos la zona, los riesgos disminuyen”.

“Cuando vamos a asistir lo externo deja de importar”


Por Martina Shemsdorf

En época de descanso y disfrute algunos que se calzan el uniforme y se dedican al noble y poco reconocido oficio de salvar vidas. Federico Pedemonte (26 años) es guardavidas de Neuquén y contó que durante las asistencias, “lo externo deja de importar”.


Trabaja en el balneario Albino Cotro y relató cómo nació su amor por el oficio y qué significa ser guardavidas en las aguas del río Limay.

Federico Pedemonte trabaja en el Albino Cotro de Neuquén. Foto: Florencia Salto


A los 16 comenzó a hacer canotaje y notó que aún en invierno la gente se metía al agua y sufría accidentes, “por lo que trataba de salvarla como podía, pero no tenia ningún recurso”, recordó. “De ver tantas situaciones me picó el bichito de querer hacer el curso para ayudar desde otro lado”, agregó.
Por eso en 2016 el joven realizó el curso en la Escuela de Guardavidas del Comahue (AMGAA), y ahora trabaja en el Balneario Albino Cotro. “Si bien trabajamos ahí, cubrimos mucho más la zona del Paseo de la Costa”, mencionó Federico.


Este joven guardavidas cuenta que cotidianamente “los niños son a quienes asistimos más seguido. Pasa mucho que los padres se distraen y ellos quieren meterse cada vez más”.


Para ellos, el “rescate” en el agua “es una situación súper cotidiana y normal, pero después cuando lo contás, bajás un poco los pies a la tierra y te das cuenta de la dimensión de lo que hiciste”.


Claro que para los guardavidas, es muy importante la prevención y “asistir antes de que pase algo grave. Ttratamos de no llegar a lo más crítico, incluso a veces lo hacemos y al final no era nada, pero preferimos eso”, mencionó.


Federico relató lo que siente al momento de rescatar a alguien y habló acerca de la adrenalina. “Es un arma muy poderosa, es muchísima la adrenalina, lo externo deja de importar, deja de existir todo y te enfocás en eso”.

En el río Limay
A pesar de su corta edad, ya tiene sobre sus hombros gran cantidad de rescates. El último, hace unos días.


Cerca de las 20:30 del miércoles, dos chicas estaban remando en el Limay probando un bote nuevo. “Estaba medio inestable y se dieron vuelta, el agua estaba muy fría y se asustaron. Una de ellas terminó abajo de un árbol con el bote. Obvio las asistimos con mi compañero, pero siempre priorizamos a la persona y después lo material si podemos ayudar”, explicó.

El joven guardavidas a realizado varios rescates. Foto: Florencia Salto


Claro que en trabajo no son todas buenas. El año pasado tuvo que realizar una reanimación y fue una experiencia “shockeante”. Una tarde de mucho calor escuchó un “silbatazo” y salió corriendo cerca del balneario de la Asociación Mutual del BPN. “Cuando llegué había un señor de 74 años que se había metido al agua alcoholizado y había entrado en paro cardíaco. Mis compañeros estaban haciendo RCP y me sumé a la rotación, pero cuando llegó la ambulancia no tenía signos vitales”, manifestó. Aparentemente el hombre tenía problemas de salud y patologías.

Patrullando el río con sus compañeros. Foto: Florencia Salto


La “más complicada” que tuvo hasta el momento fue cuando “estábamos patrullando con mi compañero por la mañana cuando vimos un bote inflable con cinco personas, estaban pescando y los vigilamos”, narró.


“Cuando el bote estaba entrando al paseo de la costa, casi llegando al final, se dio vuelta y vemos que se desparramaron todas las cosas y las personas, nos tuvimos que tirar rapidísimo. Cuando llegamos era todo un desastre. Nosotros éramos dos y había cinco personas para asistir y muchísimos elementos. Dimos vuelta el bote y empezamos a subir a la gente. Salimos cerca del balneario BPN, muy abajo, estuvimos mucho tiempo por suerte la asistencia salió correctamente”.


Javier, el guardavida que custodia una porción del lago Gutiérrez


Por Lorena Roncarolo

Cuando Javier Bravo (45 años) decidió radicarse en Bariloche 23 años atrás, jamás imaginó que dejaría el rubro de la fotografía para convertirse en guardavida.

En los últimos años, se le asignó la playa pública de Arelauquen en el Lago Gutiérrez que, los días de altas temperaturas, se llena de turistas y barilochenses.

Javier vigilando la playa Arelauquen del lago Gutiérrez. Foto: Alfredo Leiva

«Nado desde los 5 años y aprendí natación con la vieja escuela. Nos sentaban en el borde de la pileta, con un profesor adentro y otro afuera que te pegaba el empujoncito. Hoy, por suerte, se avanzó en cuestiones de pedagogía», comentó risueño el cordobés.

Cuando se abrió la Escuela Municipal de Guardavidas en Bariloche 11 años atrás, Bravo decidió inscribirse. Desde entonces, trabaja en piletas para el turismo estudiantil y en playas municipales. «En Argentina los cursos duran un año, entre preparación física y técnicas; en países como Estados Unidos o España, los cursos de socorrismo son de dos o tres semanas. Por eso, los guardavidas de Argentina somos bastante solicitados afuera», reconoció.

Bravo siempre trabajó como guardavidas en Bariloche porque, según admitió, disfruta de los lagos. Pero el desafío de proteger a los bañistas en los espejos de agua patagónicos es muy diferente a la labor en las playas de la costa atlántica, por ejemplo. Los riesgos difieren exponencialmente: la baja temperatura de los lagos, la sorpresa del veril (la zona donde se pasa abruptamente a una profundidad de 2 a 10 metros) y el viento que incide en el oleaje y en las pequeñas embarcaciones.

Bravo trabajó en varias playas públicas, pero en el último tiempo, se desempeñó en Arelauquen. «Es hermosa y explota de gente los días lindos. Pero los últimos días, el lago está picado con oleaje», advirtió.

Dijo que, todos los días, los guardavidas suelen ingresar al lago para aclimatarse. «La temperatura duele. Pero cuando tenés que entrar al agua, ni lo pensás», señaló.

Javier Bravo: “la temperatura del agua es el mayor riesgo”. Foto: Alfredo Leiva

Los últimos veranos, con temperaturas que sobrepasan los 30 grados, cada vez más gente se vuelca a las playas. «Todos los años suelen pasar cosas. Se hacen muchas asistencias, sin que esto signifique peligro de vida. Constantemente, se da vuelta algún kayak y hay que salir a buscar a esas personas. Si es turista, entra en shock al sentir la temperatura del agua. Por eso, estamos muy atentos al uso de chaleco salvavidas», alertó.

Dijo que el mayor riesgo de meterse en los lagos de la región es la temperatura del agua que puede producir algún calambre.

«Hemos sacado a personas tragando agua, a punto de ahogarse, y ahí sí, hay que salir corriendo, nadar fuerte. Con los nenes es normal que aparezca alguna ola que lo tire y no se levantan solos. Quizás los padres están tomando mate, distraídos, y no se dieron cuenta», contó.

Bravo y sus compañeros recuerdan especialmente un 28 de febrero, el último día de la temporada, seis años atrás. «El clima estaba muy feo. De pronto, vimos a dos nenes, de 9 y 12 años, que estaban boyando en el lago en una tabla de Stand Up Paddle. Resultó que habían salido con el día lindo desde el camping Baqueanos, pero perdieron el remo. Al verlos, nos metimos y los sacamos, ya con principio de hipotermia. No podían ni hablar porque habían estado como tres horas en contacto con el agua», contó Bravo.

Uno de los niños, contó, se llevó su buzo de guardavidas y al final de cada temporada, tiene por costumbre, enviarle una foto en forma de agradecimiento.

Cuestión de segundos

Puede no pasar nada. O suceder una tragedia en solo un segundo. Por eso, la clave de los guardavidas es estar atentos constantemente. No hay lugar para la distracción.

«Muchas veces, se trata de prevenir el accidente. Si una persona se aleja de la costa y ves que no sabe nadar -y tiene cansancio físico-, sabés que no va a poder volver. Hay que salir para que evitar riesgos. Uno conoce los lugares más inseguros, donde hay rocas que patinan. La persona ingresa caminando sin saber, puede resbalarse y terminar en el veril de golpe», relató.

¿Cuáles son las recomendaciones en los lagos sureños? En primer lugar, chequear el estado de los banderines que advierten sobre el estado del agua. Además, más allá del calor, se debe ingresar suavemente y no tirarse de golpe.

Bravo recalcó que, este año, los lagos están bastante crecidos y hay que prestar especial atención al veril. «Los veriles están más alejados, la gente se confía y empieza a caminar hasta que, de golpe, no hace pie. Das un paso más y estás en 5 metros de profundidad», aseguró.

Bravo aseguró que los guardavidas no requieren de una capacitación diferente para trabajar en los lagos del sur. «Todo guardavida requiere de preparación física. La mayoría nadamos todo el año; muchos corren. Y con el tema de la temperatura del agua, es importante aclimatarse. Estar acostumbrado», aseveró.


“El rescate que más recuerdo es el de un chico al que evidentemente no le había llegado su hora” 


Por Vanesa Miyar

Mauro Scalessa acaba de cumplir 30 años como guardavidas, pero sigue asombrándose con una de las tantas anécdotas que le deparó su profesión. 

Mauro Scalessa, uno de los guardavidas de Las Grutas. (Foto: Martín Brunella)

Es que el mar lo puso varias veces en el límite entre la vida y la muerte, pero recuerda siempre la más caprichosa de esas experiencias, en la que rescató a alguien al que simplemente “no le había llegado su hora, no se tenía que morir”. 

“Todo fue casual. Bajamos a la playa temprano y el bote andaba mal, por eso decidimos salir con otro guardavidas, para que se purgara la nafta del motor. Nunca tirábamos el bote a esa hora, y cuándo llegamos a la zona de La Rinconada ví, a lo lejos, como un color diferente en el mar. Nos acercamos y era una persona flotando, con un chaleco salvavidas puesto. Lo rescatamos y no reaccionaba, parecía muerto. Era un chico de 20 años, de Quilmes. Después nos enteramos que se tiró a surfear temprano, y el mar le jugó una mala pasada. Volvimos a la tercera bajada y llamamos a una ambulancia. Era muy jovencito y se salvó. Pero todo fue tan casual que siempre me quedó grabado. Evidentemente no era su hora, no debía irse” sentenció Mauro. 

(Foto: Martín Brunella)

Hoy, a los 49, con una hija de 17 y otra de 12, asegura que fue su niña menor la que lo hizo regresar a San Antonio. “Nací y me crié junto al agua. Pero la vida me llevó a Buenos Aires. Volvía cada verano para trabajar de guardavidas. Es de familia, porque mi hermano Renzo me propuso seguir sus pasos y arrancar en esto. Pero cuando nació la nena más chica estuvo complicada por un tema de salud.  Por eso decidimos quedarnos, y ya no nos fuimos más”. 

Ahora, pese a que adora la playa, elige la montaña para desconectarse. “El trekking es mi pasión, me conozco todos los puntos para recorrer en Bariloche…ahí vamos en familia a disfrutar” confesó. 

(Foto: Martín Brunella)

También compartió la emoción que le generó un homenaje que le hicieron por los años de trabajo transcurridos. “Uno ya tiene otra consciencia. Es que con el tiempo vas asumiendo los riesgos que corriste en el rescate, en tiempos en los que no contábamos con casi nada. Pero eso cambió, y hoy se trabaja de otra manera. Es algo que conseguimos todos los que desde hace tiempo venimos poniéndole el cuerpo a esta tarea. Y es nuestro legado para los guardavidas que llegan” cerró, con emoción. 


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