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II.

EL CARÁCTER SAGRADO DE LA
BIBLIA
En el capítulo anterior aprendimos sobre la Revelación sobrenatural, la
cual está contenida, testimoniada y expresada en la Sagrada Escritura y
se transmite en la Tradición.
En esta parte estudiaremos por qué y cómo unos libros escritos por
seres humanos concretos, pertenecientes a una tribu y cultura, son
considerados Palabra de Dios. Veremos qué nos dice la Escritura, la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia acerca de ello.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

1. LOS DATOS BÍBLICOS, DE TRADICIÓN Y DE MAGISTERIO


a) Testimonios del Antiguo Testamento
• Antes que la Torah (Pentateuco) asumiese su forma definitiva hacia el siglo V
aC, Israel consideró el conjunto de tradiciones orales y escritas, que luego
confluyeron en la Torah, una revelación proveniente del mismo Dios a través de
Moisés, con valor normativo para la propia vida (Dt 31, 9- 13. 24-27; Ne 8, 1-15)
• En el período posexílico, además de la Torah, algunos libros comenzaron a gozar
de una gran consideración. El segundo libro de los Macabeos menciona el
esfuerzo realizado por Nehemías (ca. 450 a.C.) por recuperar los libros perdidos
durante los tormentosos años del exilio y de la reconstrucción de Jerusalén. En
la biblioteca por él fundada, Nehemías reunió «los libros referentes a los reyes y
a los profetas, los de David y las cartas de los reyes acerca de las ofrendas» (2 M
2, 13-15).
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

• Un sentimiento análogo al que existió respecto a la Torah tuvo lugar, por


tanto, en relación a la tradición de los profetas escritores. Los oráculos
que los profetas pronunciaron con autoridad como «palabra del Señor»,
conscientes de que eran «hombres de Dios» (1 S 2, 27), fueron recibidos
por la tradición judía como «palabra de Dios dirigida a…» Oseas (1, 1),
Jeremías (1, 1-2), Miqueas (1, 1), Joel (1, 1), Sofonías (1, 1), etc., y
transmitidos para el futuro como testimonio perenne (cf Is 30, 8).
• Hacia finales del siglo II aC, los Ketubim, comienzan a ser mencionadas
junto a la Torah y los Profetas, según atestigua el ya citado prólogo del
Sirácide, como una nueva forma de revelación más o menos con la
misma autoridad que los antiguos escritos, en una época en la que la
voz de los profetas ya no se hacía sentir.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
b) La Tradición Judía
• Filón (ca. 20 aC-50 dC) llama «sagrados» a los escritos bíblicos y, al
citarlos, los atribuye directamente a Dios.
• Flavio Josefo (a fines del siglo I) declara a su vez que entre los judíos no
fue concedido a cualquiera escribir la historia sacra, sino únicamente a
los profetas, quienes narraron los antiguos hechos conocidos por
«inspiración divina».
• También la tradición rabínica, a partir del siglo II dC, se refiere a los
textos bíblicos con fórmulas que denotan reconocer a Dios como autor.
• Pero, el concepto de inspiración en los antiguos escritores judíos se delineó
como un fenómeno de carácter prevalentemente estático (mecanicista), en el
que habría tenido lugar un ‘dictado’ palabra a palabra, de Dios al profeta, que
lo habría puesto por escrito bajo la acción divina.
• Dicho concepto, sin embargo, no se encuentra en el A. T., el cual presenta a los
profetas y hagiógrafos conscientes y responsables de los propios oráculos y
acciones, formulados y realizados, evidentemente, bajo el influjo de la
inspiración divina.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

c) Testimonios del Nuevo Testamento


• Jesús y los apóstoles atribuyen a la Escritura, en efecto, una autoridad
absoluta, infalible, indiscutible, como reflejan las palabras de Jesús
recogidas en Mt 5, 18: «En verdad os digo que mientras no pasen el
Cielo y la tierra no pasará de la Ley ni la más pequeña tilde o signo
hasta que todo se cumpla».
• Se habla de los textos del Antiguo Testamento como de «oráculo de
Dios», «palabra de Dios» (Mc 7, 13; Rm 3, 2), «Escritura» o «Sagrada
Escritura» (Mc 12, 10; Lc 4, 21; Jn 2, 22; 7, 38. 42).
• El Concilio Vaticano II, siguiendo las directivas del Magisterio
precedente, cita cuatro textos como fundamento de la doctrina de la
inspiración bíblica: Jn 20, 31; 2 Tm 3, 16; 2 P 1, 19-21; 3, 15-16.
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d) La Enseñanza de los Padres
• Deus auctor. Contra el gnosticismo, marcionismo y maniqueísmo, los
padres defendieron que el único y mismo Dios es el autor de uno y
otro Testamento. La fórmula ‘Deus auctor’ aparecerá frecuentemente
en la elaboración teológica patrística y será elevada a doctrina
magisterial en el Concilio de Florencia del 1442, en el Concilio de
Trento del 1546 y en los Concilios Vaticano I (1870) y Vaticano II (DV
11).
• El hagiógrafo como ‘instrumento’. La Escritura afirma con el uso de
metáforas, que Dios ha hablado «por boca» de sus santos profetas (Lc
1, 70; Hch 1, 16), o que estos hablaron «movidos por el Espíritu Santo»
(Mc 12, 36; 2 P 1, 20-21). Estas expresiones pasaron a la teología
posterior. De origen directamente patrístico son, por el contrario, las
imágenes del ‘instrumento musical’ que toca un artista (Atenágoras), o
de la mano que escribe lo que le ordena la cabeza (san Agustín).
Contra el montanismo que sostenía que el profeta hablaba en un
estado de alienación de los sentidos, similar al de los vates (adivino,
profeta) de oráculos paganos, san Jerónimo contesta: «No es verdad,
como se imaginan Montano y mujeres ignorantes, que los profetas
hablaran en éxtasis, de modo que no sabían lo que decían».
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
• ‘Dictatio’. Surge en la tradición latina a partir, según parece, del siglo IV. Se encuentra, entre
otros, en san Jerónimo y san Agustín. La fórmula pasó a la teología medieval y fue utilizada
sucesivamente por el Magisterio eclesiástico. Pero dicha expresión no era entendida en el
sentido mecanicista de un dictado verdadero y propio hecho por Dios al hagiógrafo. De hecho,
‘dictar’, en el latín clásico, tiene un significado mucho más amplio, que va desde el acto de
‘componer’ hasta el de ‘enseñar’ o ‘prescribir’. Debido a que no carece de equívocos, la
teología de este siglo ha dejado la expresión aparte.
• La ‘condescendencia divina’. La noción de ‘condescendencia’ (synkatábasis), que encuentra en
el ámbito cristiano su primer antecedente en Orígenes, fue elaborada sobre todo por san Juan
Crisóstomo (siglo IV), que la aplicó a las diversas acciones de Dios en favor de los hombres,
particularmente a su modo de actuar en la historia de la salvación. Con palabras del
Crisóstomo, la condescendencia se puede describir como «el aparecer y el mostrarse de Dios,
no como es, sino como puede ser visto por aquel que es capaz de esa visión, ofreciendo su
apariencia a la debilidad de quien lo mira». Es decir, Dios, al dirigirse a los hombres, tiene en
cuenta su pequeñez, y condesciende con sus modos de decir, su lenguaje ordinario, sus
palabras y, dentro de los razonables límites, con su modo de sentir y pensar (Filipenses 2,6-11).
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

• La encíclica Divino afflante Spiritu, condensa la doctrina precedente con la


siguiente fórmula: «en efecto, igual que el Verbo sustancial de Dios se ha
hecho semejante a los hombres en todo, ‘excepto en el pecado’ (Hb 4, 15), del
mismo modo las palabras de Dios, expresadas en lengua humana, se han
hecho semejantes al lenguaje humano en todo, salvo en el error. En esto
consiste la condescendencia (synkatábasis) de la providencia de nuestro Dios,
que ya san Juan Crisóstomo con suma alabanza exaltó y muchas veces afirmó
que se encontraba en los libros sagrados». Este texto encontrará eco en el
Magisterio posterior (cf DV 13).
• La Biblia, ‘carta de Dios’. San Agustín: «A esta ciudad en la que somos
peregrinos, nos han llegado cartas: son las Escrituras». El Concilio Vaticano II
se enlaza a estas fórmulas cuando afirma: «En los sagrados libros, el Padre
que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos» (DV 21).
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e) Documentos del Magisterio


1. Concilio de Florencia (XVII ecuménico) para la unión con la Iglesia de los Jacobitas
coptos y etiópicos (monofisitas), que lleva fecha de 4 de febrero de 1441. En ese
decreto se declara que «la Iglesia confiesa un solo e idéntico Dios como autor del
Antiguo y del Nuevo Testamento, es decir, de la Ley y los Profetas, como también
del Evangelio, porque los santos de uno y otro Testamento han hablado bajo la
inspiración del mismo Espíritu Santo.
2. Los teólogos protestantes impugnaban el canon de los libros sagrados y negaban la
inspiración de algunos libros o de algunas de sus partes, tanto del Antiguo como
del Nuevo Testamento. Ante esto el Concilio de Trento el 8 de abril de 1546 emitió
un decreto en el cual afirma, en efecto, que todos los libros de uno y otro
Testamento deben ser recibidos con el mismo sentimiento de «piedad y
veneración» y «en su integridad», «tal como se encuentran en la antigua edición de
la Vulgata latina». Además definió el canon de los libros sagrados, con lo que quedó
establecida definitivamente la lista de libros que la Iglesia considera inspirados.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
3. El Concilio Vaticano I (1869-1870) enfrentó la teoría de la aprobación subsiguiente
que afirmaba la posibilidad de que un libro escrito con las solas capacidades humanas
pudiera llegar a ser inspirado en el caso de que fuera aprobado como tal por la Iglesia.
La inspiración se consideraba por tanto, al menos en algunos casos, el acto por el que
la Iglesia incluía un libro de época bíblica en el canon de los libros sagrados. En
definitiva, se identificaban los conceptos de inspiración y canonicidad; se excluía la
necesidad de la intervención divina durante la composición de los libros sagrados.
También enfrento la teoría de la asistencia negativa, afirmaba que la inspiración
consistiría en una asistencia divina que se limitaría a preservar al hagiógrafo del error.
Por tanto, no habría un influjo positivo de Dios sobre el autor sagrado. En esta teoría,
en consecuencia, se identificaban los conceptos de inspiración e inerrancia bíblica,
por lo que, al igual que en la hipótesis anterior, la composición de la Escritura era
considerada en todo igual a la de los demás libros, ya que Dios no ejercitaría
influencia positiva alguna sobre el autor sagrado.
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El Concilio Vaticano I estableció en la constitución dogmática Dei Filius


(1870): «Estos libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, íntegros con
todas sus partes, tal como se enumeran en el decreto del mismo Concilio, y
se contienen en la antigua edición Vulgata latina, han de ser recibidos como
sagrados y canónicos. Ahora bien, la Iglesia los tiene por sagrados y
canónicos, no porque, compuestos por sola la industria humana, hayan sido
luego aprobados por ella; ni solamente porque contengan la revelación sin
error; sino porque, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios
por autor, y como tales han sido transmitidos a la misma Iglesia».
«Si alguno no recibiera como sagrados y canónicos los libros de la Sagrada
Escritura, íntegros con todas sus partes, tal como los enumeró el santo
Concilio de Trento, o negare que han sido divinamente inspirados, sea
anatema».
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4. La encíclica Providentissimus Deus (18-XI-1893): El contexto cultural del


momento: el racionalismo que niega lo sobrenatural y que cuando
descubre algo trascendente en los libros sagrados lo lee como fábula o
como mito. Ante esta circunstancia, el Papa León XIII rechaza un camino
falso que había tomado la apologética católica (tener algunas partes de los
textos sagrados como no inspiradas).
«Por lo cual nada importa que el Espíritu Santo se haya servido de hombres como
de instrumentos para escribir, como si a estos escritores inspirados, ya que no al
autor principal, se les pudiera haber deslizado algún error. Porque Él de tal manera
los excitó y movió con su influjo sobrenatural para que escribieran, de tal manera
los asistió mientras escribían, que ellos concibieron rectamente todo y sólo lo que
Él quería, y lo quisieron fielmente escribir, y lo expresaron aptamente con verdad
infalible; de otra manera, Él no sería el autor de toda la Escritura».
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5. La encíclica Divino aflante Spiritu (30-IX-1943):

6. Dei verbum 11:


«Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se
consignaron por inspiración del Espíritu Santo. La santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene
por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes,
porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo (cf Jn 20, 31; 2 Tm 3, 16; 2 P 1, 19-21; 3, 15-
16), tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia. Para la
composición de los libros sagrados, Dios eligió y empleó hombres en posesión de sus facultades y
capacidades, y actuó en ellos y por medio de ellos, para que escribiesen como verdaderos
autores, todo y solo lo que Él quería» (DV 11).
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2. DIOS, UNO Y TRINO, AUTOR PRINCIPAL DE LA SAGRADA ESCRITURA
Afirmar que Dios es autor de la SE quiere decir que:
• Igual que todas las operaciones divinas ad extra, la inspiración es común a las
tres Personas divinas, pero se atribuye de modo particular al Espíritu Santo.
• El ‘influjo inspirativo’ es una acción divina ‘sobrenatural’, pues su efecto se
encuentra más allá de las fuerzas y exigencias de la naturaleza creada.
• La acción divina en la inspiración es una gracia carismática, como son la profecía,
el don de hacer milagros y otras gracias del mismo género.
• La Escritura contiene, en efecto, la Palabra única del Padre escondida bajo
numerosas palabras, que, a su vez, encuentran su unidad en la Palabra
encarnada. La analogía entre la Biblia y el Verbo encarnado explica, además, el
hecho que los Padres la hayan considerado un sacramentum, en cuanto signo
sensible de realidades invisibles.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

3. LOS HAGIÓGRAFOS, INSPIRADOS POR DIOS, VERDADEROS AUTORES


DE SUS ESCRITOS
a) La inspiración bíblica y la acción de los hagiógrafos como «verdaderos
autores»
• El ‘modelo de la instrumentalidad’:
• Santo Tomás, «Auctor principalis sacrae Scripturae est Spiritus sanctus, homo
vero auctor instrumentalis».
• Una aportación de la Providentissimus Deus en este tema fue la de introducir por
primera vez en el lenguaje magisterial el término ‘instrumento’ para describir el
modo de actuar del hagiógrafo.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
La Spiritus Paraclitus (Benedicto XV, 1920), siguiendo la enseñanza de la
Providentissimus Deus y sobre la base de la doctrina exegética de san Jerónimo,
expuso:
«[San Jerónimo] no solo afirma sin reservas lo que a todos los escritores de los
libros sagrados es común –es decir, el haber seguido al Espíritu de Dios al
escribir, de tal manera que Dios debe ser considerado como causa principal y
determinante de todo el sentido y de todas las sentencias de la Escritura–, sino
que además distingue cuidadosamente lo que es propio de cada uno de ellos
[…]. Esta comunidad de trabajo entre Dios y el hombre para realizar la misma
obra, la ilustra san Jerónimo con la comparación del artífice, que para hacer un
objeto cualquiera emplea un órganon o instrumento; pues todo lo que los
escritores sagrados dicen “no es otra cosa que la misma palabra de Dios y no su
palabra, y lo que por boca de ellos dice lo habla Dios como por un instrumento”.
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La Divino afflante Spiritu:

Dei Verbum 11: «Para la composición de los libros sagrados, Dios eligió y empleó
hombres en posesión de sus facultades y capacidades, y actuó en ellos y por medio
de ellos, para que escribiesen como verdaderos autores todo y solo lo que Él
quería».
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
Utilizando los principios de la causalidad instrumental en el estudio de la
inspiración bíblica, esta realidad teológica se puede explicar en los términos
siguientes:
— En el proceso de la inspiración, Dios ‘auctor principalis’ actúa sobre el
hagiógrafo con una moción previa e inmediata. Este influjo produce una
elevación del hagiógrafo al orden sobrenatural carismático: se le infunde, en
efecto, el don conocido en el lenguaje teológico como ‘carisma de la inspiración’,
luz y fuerza divinas que iluminan la inteligencia y determinan la voluntad a
escribir, asistiendo al hagiógrafo en todo el proceso de composición del libro. Se
trata por tanto, primariamente, de una acción de Dios ‘en’ el hagiógrafo, que
perfecciona las facultades y capacidades humanas que intervienen en la
realización del escrito sagrado, moviéndolas suave y eficazmente a realizar dicha
tarea. De este modo, Dios habilita al hagiógrafo para que pueda realizar una obra
que está más allá de su propia capacidad natural, intelectual y volitiva.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
— En tanto que agente instrumental, en el hagiógrafo existen dos capacidades
fuertemente enlazadas: una propia, que deriva de los talentos y actitudes personales;
otra, que nace del influjo divino, es decir, del carisma de la inspiración, que
insertándose en sus facultades le otorga un modo más alto y seguro de pensar y de
juzgar, y un deseo más fuerte de poner por escrito lo que ha concebido en el
pensamiento. Estas dos capacidades no son independientes: se reclaman entre sí hasta
constituir como una única fuerza. Dios, en efecto, cuando elige a los hagiógrafos,
quiere servirse de sus condiciones, fuerzas y capacidades: conocimiento, empuje,
imaginación, memoria, dotes literarias, personalidad, etc.
— Los textos sagrados que resultan de esa colaboración inefable del hombre con Dios
se deben atribuir enteramente a Dios y enteramente al hagiógrafo, porque ambos
actúan como un único autor que elabora toda la obra; sin embargo, existe una
diferencia, puesto que Dios, como autor principal, posee una acción más plena y
determinante, que da origen a la posibilidad misma de la acción carismática del
hagiógrafo.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

— En la Sagrada Escritura, resultado de la colaboración del hombre con


Dios, se descubren las huellas de ambos autores. Los textos sagrados
manifiestan por esto su conocimiento, su cultura, su capacidad literaria, su
estilo, su modo de ser, etc. Por otro lado, los textos sagrados, a pesar de
todas las limitaciones humanas del hagiógrafo, llevan consigo, de modo
pleno, el sello determinante de la sabiduría divina. Dios, autor principal,
ha dejado en ellos una impronta que se extiende a cada libro y a cada una
de sus partes.
— Por último, aunque la actividad carismática del hagiógrafo sea
transeúnte, no por eso es menos autor de sus textos. El carácter
transeúnte del carisma de la inspiración manifiesta, sobre todo, el pleno
dominio de Dios en la composición de los textos sagrados.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
b) La inspiración bíblica y la teología del verbo encarnado
• La palabra de Dios se ha encarnado realmente en la palabra humana, adecuándose a su
multiforme variedad.
• «La Palabra eterna se ha encarnado, en un momento preciso de la historia, en un
ambiente social y cultural bien determinado», y «quien desea escucharla debe buscarla
humildemente donde se ha hecho perceptible, aceptando la ayuda necesaria del saber
humano».
• Para hablar a los hombres, Dios ha aprovechado todas las posibilidades del lenguaje
humano y, a la vez, ha querido «someter su Palabra a todos los acondicionamientos de
ese lenguaje».
• Los textos bíblicos no pueden por eso equipararse a los escritos ordinarios, sino que, al
haber sido inspirados por Dios, poseen un contenido de importancia trascendente,
misterioso y difícil en muchos aspectos, como lo es la Persona del Verbo encarnado; por lo
que para comprenderlos y explicarlos se necesita que venga sobre quien los lee o estudia
el mismo Espíritu que los inspiró, con su luz y su gracia.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

c) El carisma de la inspiración
• La Providentissimus Deus enseña: «Dios mismo, por sobrenatural virtud,
de tal modo los impulsó y movió [a los hagiógrafos] para que escribieran,
de tal modo los asistió mientras escribían, que ellos concibieran
rectamente en su mente todo y solo lo que Él quería, y lo quisieran
fielmente escribir, y lo expresaran aptamente con verdad infalible; de
otro manera, Él no sería el autor de toda la Sagrada Escritura».
• La Spiritus Paraclitus afirma a su vez: «Dios, con un don de su gracia,
ilumina la mente del escritor en la verdad que este debe transmitir a los
hombres “en nombre de Dios”, suscita en él la voluntad y le mueve a
escribir, y le confiere una asistencia especial y continua hasta la
realización del libro».
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

• Estos textos presentan un concepto de inspiración como gracia


sobrenatural concedida gratuitamente por Dios de modo transeúnte
(«mientras escribían»), es decir, como carisma que actúa sobre la
estructura psico-física del escritor sagrado, perfeccionando las facultades
intelectiva, volitiva y operativa.
• La acción divina se delinea concretamente como:
• «luz» en la inteligencia, para que los hagiógrafos «concibieran rectamente» la
verdad;
• «moción» en la voluntad, para que «quisieran fielmente escribir», y
• «asistencia» a las facultades ejecutivas, para que «expresasen aptamente con
verdad infalible», «todo y solo lo que Él (Dios)quería».
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

• Dios, como verdadero autor, además de iluminar la mente del


hagiógrafo, ha tenido que actuar sobre su voluntad. Solamente así la
decisión humana se puede considerar también decisión divina, o bien,
partícipe de la decisión divina. Si la voluntad del hagiógrafo se
determinase por sí misma a escribir, el libro que resultase no sería de
Dios, ya que Dios no habría influido en el proceso originario de
formación del texto sagrado.
• Se trata de una moción previa a la iniciativa humana, infaliblemente
eficaz aunque sin lesionar la libertad del hagiógrafo, e interna, es decir,
inmediata, porque actúa directamente sobre la voluntad.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

• Dios asiste al hagiógrafo de modo «especial hasta la realización del


libro», de modo que se pueda expresar «en manera adecuada con
infalible verdad». La necesidad de este influjo se debe a que las
facultades ejecutivas son indispensables para la composición del texto.
• Por ‘facultades ejecutivas’ la teología entiende tanto las psíquicas
(memoria, fantasía, etc.), como las fisiológicas (cerebro, sentidos
externos, nervios, músculos, mano para escribir, boca para dictar, etc.).
• Ciertamente, no es necesario que todas estas facultades sean asistidas
por el carisma de la inspiración, sino solo aquellas que intervienen en el
proceso de composición del libro.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
d) La inspiración en los diferentes colaboradores y coautores del libro inspirado
La inspiración en los colaboradores:
• Los autores de añadidos –​de versículos o de algún bloque literario​– que forman
parte del texto inspirado y canónico.
• Los amanuenses, es decir, personas que escriben al dictado del verdadero autor
humano, como el profeta Baruc, que escribió al dictado de Jeremías al menos
una parte del libro de este profeta (Jr 36, 4. 18. 32; 45, 1), y Tercio, a quien san
Pablo parece haber dictado la Carta a los Romanos (Rm 16, 22).
• El redactor, es decir, de aquel que ha elaborado un trabajo de composición por
escrito sobre un argumento que el autor inspirado le proponía, dejándole
libertad en la redacción. Este podría ser el caso de la Carta a los Hebreos, cuyo
redactor habría dado forma literaria a ideas que le habrían sido comunicadas
tal vez por san Pablo.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

• La Iglesia considera inspirado –​y, por tanto, canónico​– el libro final, no las
fases parciales de redacción, que mezclándose y fundiéndose con otros
elementos habrían adquirido una nueva forma en la que podría haber
quedado poco de las fases originales.
• Desde un punto de vista teológico, el proceso por el que Dios previó y
acompañó los pasos previos a la composición de un libro no exige
necesariamente la concesión de la inspiración bíblica a todos los que han
participado en la elaboración de un libro inspirado. Estos pasos se
pueden atribuir simplemente a la Providencia ordinaria de Dios, no a la
extraordinaria. Los pasos previos pueden bien ser meras fuentes, aunque
importantes, de las que se sirvieron los autores inspirados que fijaron la
forma definitiva del texto.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
e) Inspiración individual y dimensión comunitaria de la inspiración
Los hagiógrafos no pueden ser separados de la comunidad en la que vivieron.
Karl Rahner:
Dios, en su decreto eterno de establecer la Iglesia, la ideó con todos sus elementos
esenciales y definitivos, entre los que se encuentra la Sagrada Escritura. Los libros
sagrados constituyen por eso el modo privilegiado con el que la Iglesia apostólica ha
expresado y objetivado su fe. El verdadero sujeto de la inspiración es, por tanto, según
Rahner, no el escritor sagrado, sino la Iglesia, que habría reconocido como expresión
auténtica y pura de su naturaleza algunos libros escritos por autores humanos, de modo
semejante a como el Romano Pontífice puede hacer suyo un documento compuesto por
otros y aprobado por él como expresión de su pensamiento.
Al autor humano le competería el título de ‘autor literario’ (Verfasser) por haber
compuesto la obra; Dios, por el contrario, sería el autor delos libros como ‘causa agente’
(Urheber), en el sentido de que, con predisposición absoluta, quiso que la Iglesia
apostólica fuese norma y fuente para todos los tiempos posteriores, habiendo quedado
establecida con todos sus elementos esenciales.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

• Difícilmente se puede armonizar el pensamiento de Rahner con el dato


esencial por el que Dios, en la composición de los textos sagrados, actuó
«in illis et per illos», en los hagiógrafos y por medio de ellos, existiendo
un concreto e inmediato influjo de Dios en los hagiógrafos. El carisma de
la inspiración caería, por consiguiente, formalmente, sobre la Iglesia, e
indirectamente, a través de ella, sobre los escritores sagrados.
• Pero si hay que decir que la acción de Dios sobre la Iglesia se manifestó
históricamente en la fijación del canon bíblico, y continúa ahora
manifestándose en las luces con las que el Espíritu Santo ilumina la
Iglesia en la interpretación de los libros sagrados.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

d) La inspiración de la escritura en la teología protestante


Lutero y Calvino, llegaron a concebir la inspiración como una especie de
‘dictado mecánico’. La Escritura ‘inspira a Dios’: mueve hacia Dios, crea un
sentido de Dios; produce esa ‘fe fiducial’ que caracterizó el pensamiento
teológico de Lutero. Por este motivo, la exégesis protestante insistió en el
significado activo del theópneustos de 2 Tm 3, 16, traduciendo el término
por ‘inspira a Dios’ y afirmando que ‘la Escritura sola basta’, quedando
introducido el principio de la sola Scriptura.
Junto a la Escritura ‘que inspira a Dios’, los reformadores subrayaron la
actitud subjetiva del lector, en el sentido de que la palabra de la Biblia no
puede ser reconocida como palabra de Dios si el Espíritu no actúa sobre el
que la lee o escucha.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

4. LA INSPIRACIÓN DE LOS LIBROS BÍBLICOS


a) La escritura contiene «todo y solo lo que Dios quería»
Jesús, en efecto, afirmó solemnemente que no dejaría de cumplirse ni siquiera lo
anunciado por una iota o una tilde de la ley porque todo se realizaría (cf Mt 5, 18;
Lc 16, 17); palabras que insinúan que todo en la Escritura proviene de Dios.
b) Las palabras de la Escritura son verdaderamente Palabra de Dios
«Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en
verdad la palabra de Dios». Otra formulación del mismo principio la encontramos
en DV 11: «Todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse
como afirmado por el Espíritu Santo».
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

c) La condescendencia divina y la huella humana en la escritura


• La revelación divina –explica santo Tomás– «ha sido hecha en
conformidad con la naturaleza del hombre» (C. G. IV, 1.). Dios se ha
acercado al hombre para ofrecerle un camino adecuado a la medida
humana, para que pudiera alzarse hasta Él y alcanzar las verdades más
altas sobre Dios, el mundo y la propia existencia.
• La DV 13 propone esta enseñanza afirmando que «las palabras de Dios,
expresadas en lenguas humanas, se han hecho semejantes al lenguaje
de los hombres, como el Verbo del eterno Padre, al asumir las
debilidades de la naturaleza humana, se hizo semejante a los hombres».
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

• El lenguaje de Dios adquirió en la Sagrada Escritura una forma humana,


sin embargo, siguiendo la comparación entre la palabra inspirada y el
Verbo Encarnado, no se transformó en un mero lenguaje humano, ni
perdió su propia identidad.
• Puesto que «el evento único y enteramente singular de la Encarnación
del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte
hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa de lo divino y de
lo humano», sino que «se ha hecho verdaderamente hombre sin dejar de
ser, de verdad, Dios»; del mismo modo, la Sagrada Escritura no es en
parte divina y en parte humana, ni tampoco una realidad amorfa en la
que lo divino y lo humano se han mezclado confusamente, sino que es
una realidad verdaderamente humana, que sigue siendo a la vez
verdaderamente divina.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
d) En la Escritura, todo está igualmente inspirado
• La inspiración bíblica, no puede admitir grados diferentes; es decir, todos los libros sagrados
están igualmente inspirados. Precisamente por esto, la Iglesia los acoge con «la misma piedad y
veneración»(C. de Trento). Este principio no niega, evidentemente, que los diversos libros y
textos bíblicos puedan poseer un mayor o menor contenido teológico, según los casos, sino que
indica que todo cuanto ha sido escrito en la Biblia procede igualmente de Dios como autor
principal de los libros sagrados: Dios no es más autor de un libro que de otro, aunque en algunos
haya manifestado una verdad más alta que en otros.
• En la exégesis judía, ha existido la creencia de que la Torah, en cuanto que procede de una
tradición más antigua que se remontaría a Moisés, goza de mayor autoridad que los Profetas y
los Escritos. De hecho, algunas sectas del judaísmo antiguo, como la de los saduceos, y los
samaritanos, solo aceptaban la Torah. El protestantismo liberal, que identificaba la inspiración
con un cierto entusiasmo religioso, introdujo, por su parte, la distinción entre un grado supremo
de inspiración, presente en algunos salmos, otro medio, propio de libros como el Sirácide, y uno
ínfimo, ejemplificado en el libro de Ester.
• Las copias, transcripciones y traducciones se pueden considerar inspiradas en la medida en que
reproducen con fidelidad el contenido y la forma literaria del texto original.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
5. PROPIEDADES DE LOS LIBROS SAGRADOS
a) La unidad de la biblia
• Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, forman una unidad, ya que todos
tuvieron un único autor principal, Dios, Sabiduría infinita, en quien no hay
contradicción. Los diversos autores inspirados expusieron por esto una sola verdad,
aunque lo hicieran desde perspectivas diversas.
• La unidad de la que hablamos es precisamente eso, ‘unidad’, no uniformidad, ni
repetición tautológica de las mismas afirmaciones.
• “Todas las páginas de los dos Testamentos convergen hacia Cristo, como a su punto
central”, escribe san Jerónimo en carta a santa Paula, y, en el comentario a aquel
pasaje del Apocalipsis que habla del río y del árbol de la vida, añade el siguiente
texto: “un solo río salía del trono de Dios, la gracia del Espíritu Santo, y esta gracia
se encuentra en la Sagrada Escritura, es decir, en el río de las Escrituras; río que, no
obstante, corre entre dos orillas, que son el Antiguo y el Nuevo Testamento, y en
ambas se encuentra plantado el árbol, Cristo mismo”.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
• San Agustín: «Recordad que es una misma palabra de Dios la que se extiende en
todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los
escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita
sílabas porque no está sometido al tiempo» (Enarratio in Psalmos 103, 4, 1).
• Dios, en efecto, en su sabiduría, dispuso las cosas de modo que «el Nuevo
Testamento estuviese escondido en el Antiguo, y el Antiguo se hiciese patente en
el Nuevo»(S. AGUSTÍN, Quaes​tiones in Heptateuchum 2, 73), pues si los textos
del Antiguo Testamento «adquieren y manifiestan su significado pleno en el
Nuevo», a su vez «lo iluminan y explican» (DV16). Entre el Antiguo Testamento y
el Nuevo existe, por tanto, una relación que se puede describir así: según el plan
divino de salvación, «la economía del Antiguo Testamento estaba ordenada,
sobre todo, a preparar, anunciar proféticamente y significar con diversas figuras
la venida de Cristo redentor universal y la del Reino mesiánico» (DV15).
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

«Esto es lo que os decía cuando aún estaba con vosotros: es necesario que se
cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y en los
Salmos acerca de mí». Jesús se refiere a las tres partes en que se divide la
Biblia judía, indicando de este modo el conjunto de la Escritura (Lc 24, 44). (Jn
5, 39).
La dimensión tipológica de la Escritura, en efecto, por su misma naturaleza,
«reconoce en las obras de Dios en la antigua alianza, prefiguraciones de lo que
Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado»
(1 Co 10, 11). Así, por ejemplo, el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la
salvación por medio del bautismo (cf 1 P 3, 21), igual que la Nube y el paso del
Mar Rojo; el agua que emanó de la roca era figura de los dones espirituales que
Cristo derramaría sobre los hombres (cf 1 Co 10, 1-6); el maná del desierto
prefiguraba la Eucaristía, el verdadero Pan del cielo (cf Jn 6, 32)
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
• El Nuevo Testamento, posee el carácter de plenitud de lo que el Antiguo
Testamento contenía en germen, en promesas o en figuras. El Nuevo Testamento,
siguiendo la imagen tradicional, se presenta como el árbol respecto a la semilla:
desarrolla de modo explícito y total el mensaje de salvación todavía en germen
en el Antiguo Testamento.
• En Cristo, la revelación alcanza su cumplimiento y su perfección. Él ha mostrado a
los hombres los misterios escondidos en Dios, por medio de su Encarnación, con
su presencia y su manifestación, con sus palabras y obras, con sus signos y
milagros, con su muerte y resurrección y, después de su marcha al cielo, con el
envío del Espíritu Santo (DV 5).
• Cristo es, por tanto, «mediador y plenitud de toda la Revelación» (DV 2), que
«realiza y completa» la revelación antigua, de modo que «no hay que esperar ya
ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor
Jesucristo (cf 1Tm6, 14; Tt 2, 13)» (DV 4; cf DV 7).
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

b) La verdad de la Biblia
• «Como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, se debe
considerar afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros
de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que
Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación» (DV 11).
• Puesto que Dios es el autor principal de los libros inspirados, estos no
pueden contener error ni llevar a engaño, debido a que Dios, suma Verdad,
no puede ni engañarse ni engañarnos.
• Por ‘error’ se entiende, no la equivocación material debida a la falta de
pericia del hagiógrafo (por ejemplo, puede haber errores de sintaxis), sino
el ‘error lógico’, es decir, la falta de conformidad entre el juicio del
hagiógrafo y la realidad objetiva.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

• La veracidad de la Biblia, por su íntima conexión con el dogma de la


inspiración bíblica y de su amplio fundamento en la Revelación –​Biblia y
Tradición​–, debe ser considerada un elemento constitutivo de la fe
católica.
• Hasta el Vaticano I, la verdad de la Biblia no había sido puesta
directamente en discusión por los teólogos católicos. Por influjo de las
corrientes racionalistas, algunos teólogos restringieron la inerrancia solo
a las enseñanzas explícitamente religiosas de la Biblia.
• Otros movidos por un espíritu apologético, acudieron a sistemas
concordistas que lograran armonizar ciencia y Biblia, pero sin
conseguirlo.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

En la encíclica Pascendi (8-IX-1907), se condenaron las desviaciones


teológicas de los modernistas, que admitían la existencia de numerosos
errores en la Biblia. La encíclica recuerda que eso equivaldría a convertir al
Espíritu Santo en autor de falsedades.
La encíclica Spiritus Paraclitus (15-IX-1920) condenó a quienes
«distinguían en la Sagrada Escritura un doble elemento, uno principal o
religioso, y otro secundario o profano [...], restringiendo o limitando los
efectos [de la inspiración], en particular la inmunidad de error y la
absoluta verdad, al elemento principal o religioso».
En la Humani generis (12-VIII-1950) se afirma: «[algunos] falsamente
hablan de un sentido humano en la Biblia, bajo el cual se escondería el
sentido divino, que sería, como estos declaran, el único infalible».
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

La verdad bíblica en el caso de descripciones de fenómenos del mundo


natural
• La encíclica Providentissimus Deus expuso algunos principios
fundamentales:
• En la interpretación de los textos bíblicos no se puede asumir por cierto
lo que para la ciencia o para la teología permanece todavía en el terreno
de lo opinable; a la vez, que la ciencia y la exégesis bíblica, bien
conducidas, están llamadas a convivir en un diálogo armónico.
• La Escritura no habla de los fenómenos naturales con el fin de enseñar la
constitución íntima de la realidad, sino en la medida en que están en
relación con la finalidad salvífica de los textos bíblicos.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
El hagiógrafo, al hablar de los fenómenos de la naturaleza, se fija en las
apariencias externas y pronuncia juicios sobre ellas. Esos juicios son verdaderos,
pues su contenido corresponde a la real apariencia externa de las cosas.
Además, el hagiógrafo cuenta con la luz de la inspiración para que pueda
describir con fidelidad los fenómenos naturales, basándose en lo que los
sentidos constatan.
La verdad bíblica en las narraciones históricas
• Mientras que la constitución íntima de los fenómenos naturales no guarda
relación necesaria con la salvación, sí que la tienen los hechos históricos.
• Así, por ejemplo, si para nuestra salvación no posee mayor importancia que la
tierra gire alrededor del sol o viceversa, no es indiferente en absoluto que el
pecado del primer hombre o el evento de la Encarnación del Verbo hayan
acontecido realmente, o solo en parte.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

• Las principales verdades que se refieren a Dios y a la economía de la


salvación han sido reveladas a través de acontecimientos históricos, que
sucedieron en momentos y lugares determinados, o vinculados a ellos.
La creación, el pecado original, la Encarnación, la Redención, la
fundación de la Iglesia, la institución de los sacramentos, etc., son
acontecimientos históricos que manifiestan el sentido último de la vida
del hombre y de sus relaciones con Dios.
• Si se negase la realidad histórica de esas narraciones, se debilitaría la
verdad que encierran. La verdad bíblica, en definitiva, quedaría a merced
del subjetivismo que terminaría por acomodarla al propio gusto,
adaptándose a la concepción que cada uno tiene del mundo y de las
cosas.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

c) La santidad de la biblia
La santidad de la Escritura aparece frecuentemente mencionada junto con
la verdad bíblica en los documentos del Magisterio, como realidad
esencial de los textos bíblicos (cf DV 11-13). Una y otra son consecuencia
de la inspiración bíblica. De modo semejante a como la inspiración
comporta la verdad de todo el contenido de la Biblia, gracias también a la
inspiración, la Escritura participa de la santidad de Dios. La santidad de la
que aquí hablamos indica, por una parte, que los textos bíblicos enseñan
una doctrina moral justa y buena, capaz de llevar el hombre a la
participación de la perfección que solo hay en Dios; por otra parte, que en
los textos bíblicos no hay nada que desdiga de la santidad de Dios, estando
inmunes de cualquier carencia o error moral.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
d) Perennidad e inmutabilidad de la Biblia
• DV 14, afirma: «La economía de la salvación preanunciada, narrada y explicada por
los autores sagrados, se conserva como verdadera palabra de Dios en los libros del
Antiguo Testamento; por lo cual, estos libros inspirados por Dios conservan un valor
perenne: “Pues todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza fue escrito, a fin
de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras estemos firmes en la
esperanza” (Rm 15, 4)».
• DV 21, afirma: «[La Iglesia] siempre las ha considerado y considera (la Escritura),
juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que,
inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente
la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras
de los Profetas y de los apóstoles».
• Así pues, la Escritura, inseparablemente unida a la Tradición viva de la Iglesia, ha
sido, es y será siempre la regla firme de fe para la Iglesia de todos los tiempos.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA
• ‘Perennidad’ e ‘inmutabilidad’ son dos nociones que se compenetran. Cuando se dice
que la Biblia contiene un mensaje perenne susceptible de ser actualizado y aplicado a
cada época, a cada hombre y a cada comunidad de hombres, no se está relativizando su
mensaje, vinculándolo con circunstancias cambiantes. La capacidad de los textos bíblicos
de adaptarse a cada hombre y a cada situación se realiza, de hecho, mediante una
simultánea reconducción de los hombres a la verdad eterna e inmutable que la Biblia
enseña, pues su enseñanza nunca cesa de ser válida, siendo como es un mensaje eterno
de Dios para todos los hombres.
• Actualización e inculturación del mensaje de la Biblia
• El mensaje bíblico, «es susceptible de ser interpretado y actualizado, es decir, de ser
separado, al menos parcialmente, de su acondicionamiento histórico del pasado, para ser
trasplantado a las condiciones presentes.
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

La actualización:
a) es posible, porque «el texto bíblico, debido a su plenitud de
significado, tiene valor en todas las épocas y en todas las culturas [...].
El mensaje bíblico puede al mismo tiempo relativizar y fecundar los
sistemas de valores y las normas de comportamiento de cada
generación»;
b) es necesaria, «porque, aunque el mensaje [bíblico] tiene un valor
duradero, los textos de la Biblia han sido redactados en función de
circunstancias pasadas y en un lenguaje condicionado por diferentes
épocas [...]. Esto presupone un esfuerzo hermenéutico que busque
discernir, a través de los acondicionamientos históricos, los puntos
esenciales del mensaje».
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

c. debe respetar el dinamismo de la Biblia, es decir, «debe tener en cuenta


constantemente el complejo de relaciones que existen, en la Biblia
cristiana, entre el Nuevo Testamento y el Antiguo, por el hecho de que el
Nuevo se presenta como cumplimiento y superación del Antiguo»;
d. se realiza gracias al dinamismo de la Tradición viva: «En la actualización,
la Tradición realiza un doble papel: por una parte, proporciona
protección contra las interpretaciones aberrantes y, por otra, asegura la
transmisión del dinamismo original»;
e. la «actualización no significa, por tanto, manipulación de los textos», no
se trata de proyectar sobre los escritos bíblicos opiniones o ideologías
nuevas, sino que se trata de «buscar con sinceridad la luz que contienen
para el tiempo presente».
II. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA BIBLIA

• El fundamento teológico de la inculturación es la convicción de fe de que


la palabra de Dios trasciende las culturas en las que ha sido expresada y
tiene la capacidad de propagarse en las demás culturas, de modo que
puede alcanzar a todos los seres humanos en el contexto cultural en el
que viven.
• La primera etapa posbíblica de la inculturación se realizó con la
traducción de la Biblia a las diversas lenguas, lo que conllevaba un
cambio de contexto cultural; la inculturación se ha completado después
con la interpretación del mensaje bíblico y con su aplicación a todas las
dimensiones de la existencia humana: oración, trabajo, vida social,
costumbres, legislación, ciencia, arte, pensamiento, etc.

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