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Feminismo para principiantes - Nuria Varela

¿Quiénes eran las sufragistas? ¿De dónde sale el feminismo radical? ¿Por qué se habla de marxismo y feminismo como de un matrimonio mal avenido? ¿Por qué el feminismo ha sido vilipendiado y ridiculizado? ¿Por qué las feministas han sido tratadas de «marimachos», feas o mujeres insatisfechas sexualmente? ¿Cómo y dónde surge la expresión «violencia de género»? ¿Qué relación existe entre el feminismo y los accidentes de tráfico? ¿En qué consiste la masculinidad? A partir de estos interrogantes, y otros muchos, la autora repasa tres siglos de hacer y deshacer el mundo y de alumbrar líderes fascinantes, y narra la aventura de una agitación social que ningún otro movimiento ha conseguido mantener durante tanto tiempo.

¿Quiénes eran las sufragistas? ¿De dónde sale el feminismo radical? ¿Por qué se habla de marxismo y feminismo como de un matrimonio mal avenido? ¿Por qué el feminismo ha sido vilipendiado y ridiculizado? ¿Por qué las feministas han sido tratadas de «marimachos», feas o mujeres insatisfechas sexualmente? ¿Cómo y dónde surge la expresión «violencia de género»? ¿Qué relación existe entre el feminismo y los accidentes de tráfico? ¿En qué consiste la masculinidad? A partir de estos interrogantes, y otros muchos, la autora repasa tres siglos de hacer y deshacer el mundo y de alumbrar líderes fascinantes, y narra la aventura de una agitación social que ningún otro movimiento ha conseguido mantener durante tanto tiempo.

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¿Quiénes eran las sufragistas? ¿De dónde sale el feminismo radical?<br />

¿Por qué se habla de marxismo y feminismo como de un matrimonio<br />

mal avenido? ¿Por qué el feminismo ha sido vilipendiado y<br />

ridiculizado?<br />

¿Por qué las feministas han sido tratadas de «marimachos», feas o<br />

mujeres insatisfechas sexualmente? ¿Cómo y dónde surge la<br />

expresión «violencia de género»? ¿Qué relación existe entre el<br />

feminismo y los accidentes de tráfico? ¿En qué consiste la<br />

masculinidad?<br />

A partir de estos interrogantes, y otros muchos, la autora repasa tres<br />

siglos de hacer y deshacer el mundo y de alumbrar líderes<br />

fascinantes, y narra la aventura de una agitación social que ningún<br />

otro movimiento ha conseguido mantener durante tanto tiempo.


A todas las mujeres rebeldes


Prólogo<br />

Todo libro ha de ser necesario. En un momento como el actual, en el que los<br />

ojos apenas se posan un instante en un tema antes de saltar a otro más<br />

escandaloso, más llamativo, los libros han de recuperar el ritmo lento, la<br />

necesidad de trascendencia imprescindible <strong>para</strong> que la reflexión y el<br />

aprendizaje brinden un mínimo de sentido a la sociedad moderna. Actuar de<br />

otra manera sería, a estas alturas, imperdonable.<br />

Todo libro ha de completar a los anteriores. El conocimiento objetivo<br />

avanza con demasiada rapidez como <strong>para</strong> limitarse a recoger las fuentes<br />

clásicas, la ya domadas, y no interpretar las nuevas. Vivimos saturados de<br />

datos, de imágenes, indefensos ante hechos que no sabemos cómo descifrar.<br />

Todo libro ha de revelar una verdad oculta. Oculta por olvidada, o por<br />

censurada, por desconocida o por novedosa. Hay demasiadas obras banales<br />

publicadas ya como <strong>para</strong> aumentar de manera indefinida la lista.<br />

<strong>Feminismo</strong> <strong>para</strong> <strong>principiantes</strong> cumple las tres exigencias. Podría no<br />

hacerlo. ¿Quién se plantea, a estas alturas, que el feminismo sea necesario?<br />

¿Que haya algo más que añadir a lo dicho por mujeres extraordinarias como<br />

Simone de Beauvoir, Clara Campoamor o Kate Millett? ¿Que se puedan<br />

revisar las mentiras sociales, los hábitos instaurados en un entorno<br />

paternalista y misógino? Sin embargo, las falacias viriles continúan, y una de<br />

ellas, no la menor, insiste en que no queda nada por conseguir, en que<br />

vivimos en el mejor de los mundos posibles, con la reconciliación entre las<br />

exigencias de libertad y los encantos de la femineidad.


Quien defienda, sea cual sea su motivación, que la igualdad de géneros es<br />

un hecho, se equivoca por completo. Ni en términos de poder, ni de<br />

visibilidad, ni de remuneración económica, ni en lo que respecta a la<br />

seguridad, a la salud, al grado y la intensidad de trabajo se ha conseguido el<br />

sueño de la equidad, un sueño que comenzó a esbozarse hace ya tres siglos.<br />

No hemos dejado atrás el problema que la fertilidad, la constitución física, la<br />

explotación sexual y la belleza provoca. Las medias verdades han sustituido a<br />

la realidad. Los logros a medias (el sufragio, las leyes de igualdad, la<br />

presencia social) se han tomado como universales. Y sobre todo ello pesa un<br />

silencio, una ignorancia que nadie se molesta en desvelar.<br />

Todo libro ha de hacer pedazos el silencio. Creo, sinceramente, que <strong>Nuria</strong><br />

<strong>Varela</strong> lo consigue. Tras la ruptura del silencio llega la indignación, la rabia,<br />

los propósitos de enmienda. Los libros solos no sirven <strong>para</strong> nada; los<br />

<strong>principiantes</strong> no aportan nada al mundo si no abandonan esa bisoñez.<br />

Todo buen libro ha de encontrar un buen lector. Muchos lectores.<br />

Lectores valientes. Ojalá los encuentre.<br />

ESPIDO FREIRE,<br />

diciembre de 2004


Agradecimientos<br />

Nadie piensa solo, nadie piensa sola, pero las feministas menos. Lo dice Celia<br />

Amorós y ¡qué razón tiene! En el hacer y deshacer de este libro quiero<br />

agradecer especialmente a Luisa Posada, Rosa Cobo y Justa Montero su<br />

generosidad con el tiempo, los afectos y los conocimientos. Ellas han tejido<br />

la red de confianza y apoyo necesaria <strong>para</strong> que esta trapecista se lance al<br />

vacío que supone publicar un libro como éste.<br />

A Ángel Ibáñez su lectura detallada, sus inteligentes correcciones y su<br />

paciencia.<br />

A todas las mujeres sabias su buen hacer y mejor pensar. Muchas están<br />

citadas a lo largo de las páginas del libro porque este texto se asienta sobre su<br />

trabajo. Otras no lo están porque necesitaría una enciclopedia <strong>para</strong> relatar el<br />

trabajo de miles de mujeres que cada día hacen feminismo. También me<br />

faltarían páginas <strong>para</strong> mencionar a todas con las que he compartido esta<br />

forma de estar en el mundo. Por eso, sólo a modo de homenaje y a sabiendas<br />

de todos los nombres que se me quedan en el tintero, me gustaría recordar a<br />

la Tertulia Feminista Les Comadres, a Rosa Villarejo, a Rosario Fernández<br />

Hevia, a la Red Feminista contra la Violencia de Género, a las amigas de la<br />

Librería de Mujeres de Madrid, a Cimac y Sara Lobera, a Fernanda Romeu, a<br />

la Plataforma de Artistas contra la Violencia de Género, al Club de las<br />

Veinticinco, a las Emilias y, muy especialmente, a la querida Dulce Chacón.<br />

A las mujeres sóricas que me regalan su amistad quiero agradecerles su<br />

cariño y esa capacidad que tienen <strong>para</strong> hacer luminosos hasta mis peores<br />

momentos: Irma Gutiérrez, Celsi García, Yolanda Suárez, Dori Santolaya,


Anna Dalmau, Inma Muro y Pilar Velasco.<br />

A Luisa Antolín y Rocío León el haberme enseñado todo lo que significa<br />

ser feminista.<br />

A Pedro Adrados sus aportaciones al capítulo de la masculinidad pero<br />

sobre todo, le agradezco su confianza en la revolución permanente.<br />

A mis padres todo, como siempre.<br />

Y a mi abuela, el ejemplo de una gran mujer.


1<br />

¿Qué es el feminismo?<br />

La metáfora de las gafas violetas<br />

Me declaro en contra de todo poder<br />

cimentado en prejuicios aunque sean<br />

antiguos.<br />

MARY WOLLSTONECRAFT<br />

El feminismo es un impertinente —como llama la Real Academia Española a<br />

todo aquello que molesta de palabra o de obra—. Es muy fácil hacer la<br />

prueba. Basta con mencionarlo. Se dice feminismo y cual palabra mágica,<br />

inmediatamente, nuestros interlocutores tuercen el gesto, muestran desagrado,<br />

se ponen a la defensiva o, directamente, comienza la refriega.<br />

¿Por qué? Porque el feminismo cuestiona el orden establecido. Y el orden<br />

establecido está muy bien establecido <strong>para</strong> quienes lo establecieron, es decir,<br />

<strong>para</strong> quienes se benefician de él.<br />

El feminismo fue muy impertinente cuando nació. Corría el siglo XVIII y<br />

los revolucionarios e ilustrados franceses —también las francesas—,<br />

comenzaban a defender las ideas de «igualdad, libertad y fraternidad». Por<br />

primera vez en la historia, se cuestionaban políticamente los privilegios de<br />

cuna y aparecía el principio de igualdad. Sin embargo, ellas, las que<br />

defendieron que esos derechos incluían a todos los seres humanos —también<br />

a las humanas—, terminaron en la guillotina mientras que ellos siguieron


pensando que el nuevo orden establecido significaba que las libertades y los<br />

derechos sólo correspondían a los varones. Todas las libertades y todos los<br />

derechos (políticos, sociales, económicos…). Así, aunque existen precedentes<br />

feministas antes del siglo XVIII, podemos establecer que, como dice Amelia<br />

Valcárcel, «el feminismo es un hijo no querido de la Ilustración» [1] . Es en ese<br />

momento cuando se comienzan a hacer las preguntas impertinentes: ¿Por qué<br />

están excluidas las mujeres? ¿Por qué los derechos sólo corresponden a la<br />

mitad del mundo, a los varones? ¿Dónde está el origen de esta<br />

discriminación? ¿Qué podemos hacer <strong>para</strong> combatirla? Preguntas que no<br />

hemos dejado de hacer.<br />

El feminismo es un discurso político que se basa en la justicia. El<br />

feminismo es una teoría y práctica política articulada por mujeres que tras<br />

analizar la realidad en la que viven toman conciencia de las discriminaciones<br />

que sufren por la única razón de ser mujeres y deciden organizarse <strong>para</strong><br />

acabar con ellas, <strong>para</strong> cambiar la sociedad. Partiendo de esa realidad, el<br />

feminismo se articula como filosofía política y, al mismo tiempo, como<br />

movimiento social. Con tres siglos de historia a sus espaldas, ha habido<br />

épocas en las que ha sido más teoría política y otras, como el sufragismo,<br />

donde el énfasis estuvo puesto en el movimiento social.<br />

Pero además de impertinente, o precisamente por serlo, el feminismo es<br />

un desconocido. «Del feminismo siempre se dice que es recién nacido y que<br />

ya está muerto», dice Amelia Valcárcel. Ambas cuestiones son falsas. El<br />

trabajo feminista de los últimos años ha proporcionado material suficiente<br />

como <strong>para</strong> rastrear la historia escondida y silenciada y recuperar los textos y<br />

las aportaciones del feminismo durante todo este tiempo. Ha sido tan<br />

beligerante el ocultamiento del trabajo feminista a lo largo de la historia que<br />

sabemos que este libro, con el paso del tiempo, se quedará viejo no sólo por<br />

las nuevas aportaciones, cambios, éxitos sociales o nuevas corrientes que irán<br />

apareciendo, sino porque el trabajo de recuperación de nuestra historia<br />

añadirá a la genealogía del feminismo nombres, acciones y textos<br />

desconocidos hasta ahora.<br />

Sobre la segunda afirmación, que «ya está muerto», mucho nos tememos<br />

que corresponde más a un deseo de quienes lo dicen que a una realidad. Todo<br />

lo contrario. A estas alturas de la historia lo que parece incorrecto es hablar


de feminismo y no de feminismos, en plural, haciendo así hincapié en las<br />

diferentes corrientes que surgen en todo el mundo. De hecho, podemos hablar<br />

de sufragismo y feminismo de la igualdad o de la diferencia, pero también de<br />

ecofeminismo, feminismo institucional, ciberfeminismo…, y podríamos<br />

detenernos tanto en el feminismo latinoamericano como en el africano, en el<br />

asiático o en el afroamericano. Como se cantaba en las revoluciones<br />

centroamericanas del siglo XX: «Porque esto ya comenzó y nadie lo va a<br />

<strong>para</strong>r». Y es que uno de los perfiles que diferencian al feminismo de otras<br />

corrientes de pensamiento político es que está constituido por el hacer y<br />

pensar de millones de mujeres que se agrupan o van por libre y están<br />

diseminadas por todo el mundo. El feminismo es un movimiento no dirigido<br />

y escasamente, por no decir nada, jerarquizado.<br />

Además de ser una teoría política y una práctica social, el feminismo es<br />

mucho más [2] . El discurso, la reflexión y la práctica feminista conllevan<br />

también una ética y una forma de estar en el mundo. La toma de conciencia<br />

feminista cambia, inevitablemente, la vida de cada una de las mujeres que se<br />

acercan a él. Como dice Viviana Erazo: «Para millones de mujeres [el<br />

feminismo] ha sido una conmoción intransferible desde la propia biografía y<br />

circunstancias, y <strong>para</strong> la humanidad, la más grande contribución colectiva de<br />

las mujeres. Removió conciencias, replanteó individualidades y revolucionó,<br />

sobre todo en ellas, una manera de estar en el mundo» [3] .<br />

Ángeles Mastretta explica esta aventura personal con trasfondo poético en su<br />

libro El cielo de los leones: «Las puertas que bajan del cielo se abren sólo por<br />

dentro. Para cruzarlas, es necesario haber ido antes al otro lado con la<br />

imaginación y los deseos. […] Una buena dosis de la esencia de este valor<br />

imprescindible tiene que ver, aunque no lo sepa o no quiera aceptarlo un<br />

grupo grande de mujeres, con las teorías y la práctica de una corriente del<br />

pensamiento y de la acción política que se llama feminismo. Saber estar a<br />

solas con la parte de nosotros que nos conoce voces que nunca imaginamos,<br />

sueños que nunca aceptamos, paz que nunca llega, es un privilegio de la<br />

estirpe de los milagros. Yo creo que ese privilegio, a mí y a otras mujeres,<br />

nos los dio el feminismo que corría por el aire en los primeros años setenta.


Al igual que nos dio la posibilidad y las fuerzas <strong>para</strong> saber estar con otros sin<br />

perder la índole de nuestras convicciones. Entonces, como ahora, yo quería ir<br />

al <strong>para</strong>íso del amor y sus desfalcos, pero también quería volver de ahí dueña<br />

de mí, de mis pies y mis brazos, mi desafuero y mi cabeza. Y pocos de esos<br />

deseos hubieran sido posibles sin la voz, terca y generosa, del feminismo. No<br />

sólo de su existencia, sino de su complicidad y de su apoyo» [4] .<br />

La disputa sobre el feminismo comienza con su propia definición. Por un<br />

lado, como dice Victoria Sau: «Atareadas en hacer feminismo, las mujeres<br />

feministas no se han preocupado demasiado en definirlo» [5] . Y por otro lado,<br />

sabido es que quien tiene el poder es quien da nombre a las cosas. Por ello, el<br />

feminismo desde sus orígenes ha ido acuñando nuevos términos que histórica<br />

y sistemáticamente han sido rechazados por la «autoridad», por el «poder»,<br />

en este caso, por la Real Academia Española (RAE), cuya «autoridad» hace<br />

décadas que está cuestionada por el feminismo. Así, dice el Diccionario de la<br />

RAE ¡en su vigésima segunda edición del año 2001!: «<strong>Feminismo</strong>: doctrina<br />

social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados<br />

antes a los hombres. Movimiento que exige <strong>para</strong> las mujeres iguales derechos<br />

que <strong>para</strong> los hombres». Tres siglos y los académicos aún no se han enterado<br />

de que exactamente eso es lo que no es el feminismo. La base sobre la que se<br />

ha construido toda la doctrina feminista en sus diferentes modalidades es<br />

precisamente la de establecer que las mujeres son actoras de su propia vida y<br />

el hombre ni es el modelo al que equi<strong>para</strong>rse ni es el neutro por el que se<br />

puede utilizar sin rubor varón como sinónimo de persona. ¿Pensará la<br />

Academia que las mujeres no tenemos derecho al aborto, por ejemplo, puesto<br />

que los hombres no pueden abortar? Siguiendo a Victoria Sau, «el feminismo<br />

es un movimiento social y político que se inicia formalmente a finales del<br />

siglo XVIII y que supone la toma de conciencia de las mujeres como grupo o<br />

colectivo humano, de la opresión, dominación y explotación de que han sido<br />

y son objeto por parte del colectivo de varones en el seno del patriarcado bajo<br />

sus distintas fases históricas de modelo de producción, lo cual las mueve a la<br />

acción <strong>para</strong> la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la<br />

sociedad que aquélla requiera» [6] .<br />

En la definición se hace hincapié en el primer paso <strong>para</strong> entrar en el<br />

feminismo: «la toma de conciencia». Imposible solucionar un problema si


antes éste no se reconoce. De hecho, <strong>para</strong> Ana de Miguel, «como ponen de<br />

relieve las recientes historias de las mujeres, éstas han tenido casi siempre un<br />

importante protagonismo en las revueltas y movimientos sociales. Sin<br />

embargo, si la participación de las mujeres no es consciente de la<br />

discriminación sexual, no puede considerarse feminista» [7] . Por eso nos gusta<br />

utilizar la metáfora de las gafas violetas que ya dejó por escrito Gemma<br />

Lienas en su libro El diario violeta de Carlota [8] , un estupendo manual <strong>para</strong><br />

jóvenes. El violeta es el color del feminismo. Nadie sabe muy bien por qué.<br />

La leyenda cuenta que se adoptó en honor a las 129 mujeres que murieron en<br />

una fábrica textil de Estados Unidos en 1908 cuando el empresario, ante la<br />

huelga de las trabajadoras, prendió fuego a la empresa con todas las mujeres<br />

dentro. Ésta es la versión más aceptada sobre los orígenes de la celebración<br />

del 8 de marzo como Día Internacional de las Mujeres. En esa misma leyenda<br />

se relata que las telas sobre las que estaban trabajando las obreras eran de<br />

color violeta. Las más poéticas aseguran que era el humo que salía de la<br />

fábrica, y se podía ver a kilómetros de distancia, el que tenía ese color. El<br />

incendio de la fábrica textil Cotton de Nueva York y el color de las telas<br />

forman parte de la mitología del feminismo más que de su historia, pero tanto<br />

el color como la fecha son compartidos por las feministas de todo el mundo.<br />

Dice la Real Academia en su tercera acepción de impertinente: «Anteojos<br />

con manija, usados por las señoras». Así que, trayéndonos los impertinentes a<br />

la moda del siglo XXI, la idea es com<strong>para</strong>r el feminismo con una gafas<br />

violetas porque tomar conciencia de la discriminación de las mujeres supone<br />

una manera distinta de ver el mundo. Supone darse cuenta de las mentiras,<br />

grandes y pequeñas, en las que está cimentada nuestra historia, nuestra<br />

cultura, nuestra sociedad, nuestra economía, los grandes proyectos y los<br />

detalles cotidianos. Supone ver los micromachismos —como llama el<br />

psicoterapeuta Luis Bonino a las pequeñas maniobras que realizan los<br />

varones cotidianamente <strong>para</strong> mantener su poder sobre las mujeres—, y la<br />

estafa que supone cobrar menos que los hombres. Ser consciente de que<br />

estamos infrarrepresentadas en la política, que no tenemos poder real, y ver<br />

cómo la mujer es cosificada día a día en la publicidad. Supone conocer que la<br />

medicina —tanto la investigación como el desarrollo de la industria<br />

farmacéutica—, es una disciplina hecha a la medida de los varones y que las


mujeres seguimos pariendo acostadas en los hospitales <strong>para</strong> comodidad de los<br />

ginecólogos, una profesión en España copada por varones. Supone saber que,<br />

según Naciones Unidas, una de cada tres mujeres en el mundo ha padecido<br />

malos tratos o abusos y que en España son más de un centenar las mujeres<br />

asesinadas cada año por sus compañeros, maridos, novios o amantes. Supone,<br />

en definitiva, ser conscientes de que nos han robado nuestros derechos y<br />

debemos afanarnos en recuperarlos si queremos vivir con dignidad y libertad<br />

al tiempo que construimos una sociedad justa y realmente democrática. Es<br />

tener conciencia de género, eso que a veces parece una condena porque te<br />

obliga a estar en una batalla continua pero consigue que entiendas por qué<br />

ocurren las cosas y te da fuerza <strong>para</strong> vivir cada día. Porque el feminismo hace<br />

sentir el aliento de nuestras abuelas, que son todas las mujeres que desde el<br />

origen de la historia han pensado, dicho y escrito libremente, en contra del<br />

poder establecido y a costa, muchas veces, de jugarse la vida y, casi siempre,<br />

de perder la «reputación». De todas las mujeres que con su hacer han abierto<br />

los caminos por los que hoy transitamos y a las que estamos profundamente<br />

agradecidas.<br />

En eso consiste la capacidad emancipadora del feminismo. El feminismo<br />

es como un motor que va transformando las relaciones entre los hombres y<br />

las mujeres y su impacto se deja sentir en todas las áreas del conocimiento. El<br />

feminismo es capaz de percibir las «trampas» de los discursos que adrede<br />

confunden lo masculino con lo universal, como explica Mary Nash. Ésa es la<br />

revolución feminista. No es una teoría más. El feminismo es una conciencia<br />

crítica que resalta las tensiones y contradicciones que encierran esos<br />

discursos.<br />

Asegura Amelia Valcárcel que el feminismo «compromete demasiadas<br />

expectativas y demasiadas voluntades operantes. Incide en todas las<br />

instancias y temas relevantes, desde los procesos productivos a los retos<br />

medioambientales. Es una transvaloración de tal calibre que no podemos<br />

conocer todas sus consecuencias, cada uno de sus efectos puntuales, ya sea la<br />

baja tasa de natalidad, la despenalización social de la homofilia, la<br />

transformación industrial, la organización del trabajo…». Y añade: «Nada<br />

nos han regalado y nada les debemos. […] Ya que hemos llegado a divisar<br />

primero, y a pisar después, la piel de la libertad, no nos vamos» [9] .


Ése es el espíritu del feminismo: una teoría de la justicia que ha ido<br />

cambiando el mundo y trabaja día a día <strong>para</strong> conseguir que los seres humanos<br />

sean lo que quieran ser y vivan como quieran vivir, sin un destino marcado<br />

por el sexo con el que hayan nacido. «Educar seres humanos valientes,<br />

dueños de su destino, tendría que ser la búsqueda y el propósito primero de<br />

nuestra sociedad. Pero no siempre lo es. Empeñarse en la formación de<br />

mujeres cuyo privilegio, al parejo del de los hombres, sea no temerle a la vida<br />

y por lo mismo, estar siempre dispuestas a comprenderla y aceptarla con<br />

entereza es un anhelo esencial. Creo que este anhelo estuvo y sigue estando<br />

en el corazón del feminismo. No sólo como una teoría que busca mujeres<br />

audaces, sino como una práctica que pretende de los hombres el fundamental<br />

acto de valor que hay en aceptar a las mujeres como seres humanos libres,<br />

dueñas de su destino, aptas <strong>para</strong> ganarse la vida y <strong>para</strong> gozarla sin que su<br />

condición sexual se lo impida» [10] .<br />

El feminismo es la linterna que muestra las sombras de todas las grandes<br />

ideas gestadas y desarrolladas sin las mujeres y en ocasiones a costa de ellas:<br />

democracia, desarrollo económico, bienestar, justicia, familia, religión…<br />

Las feministas empuñamos esa linterna con orgullo por ser la herencia de<br />

millones de mujeres que partiendo de la sumisión forzada y mientras eran<br />

atacadas, ridiculizadas y vilipendiadas, supieron construir una cultura, una<br />

ética y una ideología nuevas y revolucionarias <strong>para</strong> enriquecer y democratizar<br />

el mundo.<br />

La llevamos con orgullo porque su luz es la justicia que ilumina las<br />

habitaciones oscurecidas por la intolerancia, los prejuicios y los abusos. La<br />

llevamos con orgullo porque su luz nos da la libertad y la dignidad que hace<br />

ya demasiado tiempo nos robaron en detrimento de un mundo que sin<br />

nosotras no puede considerarse humano.


2<br />

La primera ola<br />

Comienza la polémica<br />

No conozco casi nada que sea de<br />

sentido común. Cada cosa que se dice<br />

que es de sentido común ha sido<br />

producto de esfuerzos y luchas de<br />

alguna gente por ella.<br />

AMELIA VALCÁRCEL<br />

Al siglo XVIII se le conoce como el siglo de la Ilustración, el «Siglo de las<br />

luces»… y de las sombras. La Ilustración y la Revolución francesa<br />

alumbraron el feminismo, pero también su primera derrota. La vida de las<br />

primeras feministas es un buen ejemplo de ello. En 1791, Olimpia de Gouges<br />

escribía la «Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana». En<br />

su artículo X la escritora francesa declaraba: «La mujer tiene el derecho a ser<br />

llevada al cadalso y, del mismo modo, el derecho a subir a la tribuna…». Y<br />

eso fue exactamente lo que le pasó. Olimpia fue guillotinada en 1793, aunque<br />

nunca subió a ninguna tribuna y no porque no lo hubiera intentado. Un año<br />

antes, era la inglesa Mary Wollstonecraft quien escribía Vindicación de los<br />

derechos de la mujer, considerada la obra fundacional del feminismo.<br />

Wollstonecraft moría también simbólicamente: a causa de una infección tras<br />

haber dado a luz a una niña.


Y EL JOVEN CURA DIJO: «LA MENTE NO TIENE SEXO»<br />

Antes del nacimiento del feminismo, las mujeres ya habían denunciado la<br />

situación en la que vivían por ser mujeres y las carencias que tenían que<br />

soportar. Esas quejas y denuncias no se consideran feministas puesto que no<br />

cuestionaban el origen de esa subordinación femenina. Tampoco se había<br />

articulado siquiera un pensamiento destinado a recuperar los derechos<br />

arrebatados a las mujeres.<br />

A partir del Renacimiento, que es cuando se transmite el ideal del<br />

«hombre renacentista» —que lejos de ser un ideal humano, sólo se trataba de<br />

un ideal masculino—, se abre un debate sobre la naturaleza y los deberes de<br />

los sexos. Un precedente importante es la obra de Christine de Pizan La<br />

ciudad de las damas, escrita en 1405.<br />

Christine de Pizan es una mujer absolutamente inusual <strong>para</strong> su época.<br />

Nació en Venecia en 1364 aunque, cuando tan sólo tenía cuatro años, su<br />

familia se trasladó a Francia y allí se educó y vivió hasta su muerte. Es la<br />

primera mujer escritora reconocida, dotada además de gran capacidad<br />

polémica lo que le permitió terciar en los debates literarios del momento.<br />

Christine de Pizan roturó un terreno que transitarán, además de las místicas,<br />

las humanistas del Renacimiento y destacadas poetisas [11] . En pleno<br />

siglo XIV, esta mujer, hija de un astrónomo, casada cuando tenía quince años<br />

con un hombre diez años mayor que ella, se queda viuda cuando apenas había<br />

cumplido los veinticinco años y al cargo de sus tres hijos, su madre anciana y<br />

una sobrina sin recursos.<br />

En La ciudad de las damas, reflexiona sobre cómo sería esa ciudad donde<br />

no habría ni las guerras ni el caos promovidos por el hombre. Christine<br />

asegura que su obra nació tras haberse hecho una serie de preguntas clave.<br />

Así, relata en el primer capítulo de su Ciudad, cómo ojeando un librito muy<br />

ofensivo contra las mujeres se puso a pensar: «Me preguntaba cuáles podrían<br />

ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las<br />

mujeres, criticándolas bien de palabra, bien en escritos y tratados. No es que<br />

sea cosa de un hombre o dos […] sino que no hay texto que esté exento de


misoginia. Al contrario, filósofos, poetas, moralistas, todos —y la lista sería<br />

demasiado larga—, parecen hablar con la misma voz […]. Si creemos a esos<br />

autores, la mujer sería una vasija que contiene el poso de todos los vicios y<br />

males» [12] . La autora decide fiarse más de su experiencia que de los escritos<br />

masculinos y con esa idea escribe La ciudad de las damas. En ella, defiende<br />

la imagen positiva del cuerpo femenino, algo insólito en su época, y asegura<br />

que otra hubiera sido la historia de las mujeres si no hubiesen sido educadas<br />

por hombres. Sorprendentemente, elogia la vida independiente y escribe:<br />

«Huid, damas mías, huid del insensato amor con que os apremian. Huid de la<br />

enloquecida pasión, cuyos juegos placenteros siempre terminan en perjuicio<br />

vuestro» [13] .<br />

En sus libros, fundamentalmente políticos, de instrucción moral, civil y<br />

jurídica e históricos, Christine abordó temas como la violación o el acceso de<br />

las mujeres al conocimiento. Ya en su época, se la consideró como la primera<br />

mujer que se atrevió a rebatir los argumentos misóginos en defensa de los<br />

derechos de las mujeres. De Pizán falleció a los sesenta y seis años en la<br />

abadía de Passy. La ciudad de las damas se adjudicó a Boccaccio hasta 1786,<br />

cuando otra mujer, Louise de Kéralio, recuperó <strong>para</strong> Christine de Pizán la<br />

autoría de su libro.<br />

La historia no enterró a esta mujer excepcional pero sí lo hizo con muchas<br />

otras. En ese debate sobre los sexos que arranca en el Renacimiento se<br />

enfrentan dos discursos: el de la inferioridad y el de la excelencia. Nunca<br />

llegan a ponerse de acuerdo, pero ninguno duda de que las mujeres han de<br />

estar bajo la autoridad masculina. Por eso aún no hablamos de feminismo. De<br />

toda esa disputa, la historia apenas ha respetado los textos femeninos o<br />

aquellos que defendían a las mujeres, pero sí ha llegado hasta nuestros días la<br />

reacción a ellos, como señala Ana de Miguel, con obras tan<br />

espeluznantemente misóginas como Las mujeres sabias de Molière o La<br />

culta latiniparla de Quevedo.<br />

Es en medio de esa polémica sobre los sexos cuando aparecen los escritos<br />

de Poulain de la Barre. Este filósofo, como señala Rosa Cobo [14] , siendo un<br />

joven cura de 26 años, publica en 1671 un libro polémico y radicalmente<br />

moderno titulado La igualdad de los sexos. Siguiendo a Cristina Sánchez [15] ,<br />

Poullain de la Barre es un filósofo cartesiano que por sus ideas merece ser


considerado un adelantado del discurso de la Ilustración. «En sus obras —<br />

subraya Sánchez—, aplica los criterios de racionalidad a las relaciones entre<br />

los sexos. Anticipándose a las ideas principales de la Ilustración, critica<br />

especialmente el arraigo de los prejuicios y propugna el acceso al saber de las<br />

mujeres como remedio a la desigualdad y como parte del camino hacia el<br />

progreso y que responde a los intereses de la verdad».<br />

Poulain de la Barre publicó otros dos textos sobre el mismo tema en los<br />

dos años siguientes: La educación de las damas <strong>para</strong> la conducta del espíritu<br />

en las ciencias y las costumbres y La excelencia de los hombres contra la<br />

igualdad de los sexos. En el primero, su intención era mostrar cómo se puede<br />

combatir la desigualdad sexual a través de la educación, y en el segundo,<br />

quiso desmontar racionalmente las argumentaciones de los partidarios de la<br />

inferioridad de las mujeres [16] . De la Barre hizo célebre la frase «la mente no<br />

tiene sexo» e inauguró una de las principales reivindicaciones del feminismo<br />

tanto en su primera ola como en la segunda: el derecho a la educación.<br />

Pero no sólo eso. El que fuera uno de los fundadores de la sociología<br />

también defendía algo aún mucho más moderno, una idea parecida a la que<br />

siglos más tarde se desarrollaría con el nombre de discriminación positiva.<br />

Poullain de la Barre parte de la idea de que a las mujeres como colectivo<br />

social, históricamente se les ha arrebatado todo lo que era suyo así que el<br />

filósofo escribe: «Además de varias leyes que fueran ventajosas <strong>para</strong> las<br />

mujeres, prohibiría totalmente que se les hiciese entrar en religión a su<br />

pesar» [17] .<br />

LOS CUADERNOS DE QUEJAS<br />

No lo hemos estudiado en el colegio, pero aquellos grandes principios con los<br />

que la Ilustración y la Revolución francesa cambiaron la historia —libertad,<br />

igualdad y fraternidad—, no tuvieron nada que ver con las mujeres. Todo lo<br />

contrario, las francesas y todas las europeas salieron de aquella gran revuelta<br />

peor de lo que entraron.<br />

Los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX señalan la<br />

transición de la edad moderna a la contemporánea. Las características de este


período histórico son el desarrollo científico y técnico y sus fundamentos<br />

fueron tres: el racionalismo —toda realidad puede ser científicamente<br />

analizada según principios racionales—; el empirismo —la experiencia de los<br />

hechos produce su conocimiento—; y el utilitarismo —el grado de verdad de<br />

una teoría reside en su valor práctico.<br />

Al mundo que anunciaban teóricamente los filósofos de la Ilustración se<br />

llega gracias a dos procesos revolucionarios. Por un lado, las revoluciones<br />

políticas que derribarán el absolutismo y caminarán por un primitivo embrión<br />

de democracia y la revolución industrial, que transformará los métodos<br />

tradicionales de producción en formas de producción masiva. Así, el 4 de<br />

julio de 1776, Thomas Jefferson redacta la Declaración de Independencia de<br />

Estados Unidos, que en realidad consiste en la primera formulación de los<br />

derechos del hombre: vida, libertad y búsqueda de la felicidad. En Francia, en<br />

pleno proceso revolucionario, el 28 de agosto de 1789, se proclama la<br />

Declaración de los Derechos del Hombre: reconocimiento de la propiedad<br />

como inviolable y sagrada; derecho de resistencia a la opresión; seguridad e<br />

igualdad jurídica y libertad personal garantizada.<br />

En ambos casos, no hay un uso sexista del lenguaje. Realmente, cuando<br />

escribieron «hombre» no querían decir ser humano o persona, se referían<br />

exclusivamente a los varones. Ninguno de esos derechos fue reconocido <strong>para</strong><br />

las mujeres.<br />

Las revoluciones fueron posibles porque, además de una serie de razones<br />

económicas objetivas —malas cosechas, hambrunas, fluctuaciones<br />

demográficas y económicas, alza de los precios…—, comenzaba una nueva<br />

forma de pensar. Por primera vez en la historia se defiende el principio de<br />

igualdad y ciudadanía.<br />

Sin embargo, Rousseau, uno de los teóricos principales de la Ilustración,<br />

un filósofo radical que pretende desenmascarar cualquier poder ilegítimo, que<br />

ni siquiera admite la fuerza como criterio de desigualdad, que apela a la<br />

libertad como un tipo de bien que nadie está autorizado a enajenar y que<br />

defiende la idea de distribuir el poder igualitariamente entre todos los<br />

individuos, afirma que, por el contrario, la sujeción y exclusión de las<br />

mujeres es deseable. Es más, construye el nuevo modelo de familia moderna<br />

y el nuevo ideal de feminidad [18] .


El ejemplo de Rousseau es probablemente el mejor <strong>para</strong> identificar lo<br />

ocurrido en aquella época. Todo el cambio libertario y político que supone la<br />

Revolución francesa, sus filósofos, sus políticos, sus declaraciones de<br />

derechos, por un lado traen como consecuencia inevitable el nacimiento del<br />

feminismo y por otro, su absoluto rechazo y represión violenta. Como señala<br />

Ana de Miguel: «Las mujeres de la Revolución francesa observaron con<br />

estupor cómo el nuevo estado revolucionario no encontraba contradicción<br />

alguna en pregonar a los cuatro vientos la igualdad universal y dejar sin<br />

derechos civiles y políticos a todas las mujeres» [19] .<br />

Así, el nacimiento del feminismo fue inevitable porque hubiese sido un<br />

milagro que ante el desarrollo de las nuevas aseveraciones políticas —todos<br />

los ciudadanos nacen libres e iguales ante la ley— y el comienzo de la<br />

incipiente democracia, las mujeres no se hubiesen preguntado por qué ellas<br />

eran excluidas de la ciudadanía y de todo lo que ésta significaba, desde el<br />

derecho a recibir educación hasta el derecho a la propiedad.<br />

Porque las mujeres no eran simples espectadoras como pudiéramos<br />

imaginar tras la lectura de los libros de historia. El feminismo ya nació siendo<br />

teoría y práctica. Además de los escritos de Olimpia de Gouges y Mary<br />

Wollstonecraft, muchas mujeres en aquella época comenzaban a vivir de<br />

forma distinta, cuestionando su reclusión obligatoria en la esfera doméstica.<br />

Las propias teóricas, De Gouges y Wollstonecraf, eran mujeres que no<br />

acababan de encajar en su época por la forma de vida que tuvieron. Pero<br />

junto a ellas, en la Francia del siglo XVIII, las mujeres fueron activas en todos<br />

los campos y crearon los salones literarios y políticos donde se gestaba buena<br />

parte de la cultura y la política del momento. Esos salones que nacen en París<br />

se extienden en los años siguientes a Londres y Berlín. Además, también<br />

abrieron los clubes literarios y políticos que fueron sociedades que<br />

adquirirían una gran relevancia en el proceso revolucionario, especialmente la<br />

Confederación de Amigas de la Verdad creada por Etta Palm y la Asociación<br />

de Mujeres Republicanas Revolucionarias. En ambos clubes se discutían los<br />

principios ilustrados apoyando activamente los derechos de las mujeres en la<br />

esfera política [20] .<br />

Otra de las formas en las que las mujeres participaron en la política de<br />

este momento fue a través de Los Cuadernos de Quejas. Fueron redactados en


1789 <strong>para</strong> hacer llegar a los Estados Generales (una especie de Parlamento de<br />

la época que a los pocos días se constituyó en Asamblea Nacional), las quejas<br />

de los tres estamentos: clero, nobleza y tercer estado (el pueblo). La apertura<br />

en mayo de 1789 de los Estados Generales que no se reunían desde 1614,<br />

precipitó la Revolución. Las mujeres quedaron excluidas de la Asamblea<br />

General y entonces se volcaron en los Cuadernos de Quejas donde hicieron<br />

oír sus voces por escrito, desde las nobles hasta las religiosas pasando por las<br />

mujeres del pueblo. Esos Cuadernos «suponían un testimonio colectivo de las<br />

esperanzas de cambio de las mujeres» [21] .<br />

¿QUÉ QUERÍAN LAS MUJERES DEL SIGLO XVIII?<br />

¿Qué pedían y reivindicaban las mujeres del siglo XVIII? Fundamentalmente,<br />

derecho a la educación, derecho al trabajo, derechos matrimoniales y respecto<br />

a los hijos y derecho al voto [22] . Mary Nash añade que también quedaban<br />

reflejados en los Cuadernos de Quejas de las mujeres su deseo de que la<br />

prostitución fuese abolida así como los malos tratos y los abusos dentro del<br />

matrimonio. También formulaban la necesidad de una mayor protección de<br />

los intereses personales y económicos de las mujeres en el matrimonio y la<br />

familia y se hacían planteamientos políticos nítidos como el que recoge El<br />

Cuaderno de Quejas y Reclamaciones de la anónima Madame B. B. del Pais<br />

de Caux:<br />

Se podría responder que estando demostrado, y con razón, que un noble<br />

no puede representar a un plebeyo, ni éste a un noble, del mismo modo un<br />

hombre no podría, con mayor equidad, representar a una mujer, puesto que<br />

los representantes deben tener absolutamente los mismos intereses que los<br />

representados: las mujeres no podrían pues, estar representadas más que por<br />

mujeres [23] .<br />

Los Cuadernos de Quejas de las mujeres no fueron tenidos en cuenta. En<br />

agosto de 1789, la Asamblea Nacional proclamaba la Declaración de los<br />

Derechos del Hombre y del Ciudadano.<br />

Frente a este texto, dos años más tarde, Olimpia de Gouges publicó la<br />

réplica feminista: la «Declaración de los Derechos de la Mujer y de la


Ciudadana» [24] , que constituyó una de las formulaciones políticas más claras<br />

en defensa de ese derecho a la ciudadanía femenina. Con su Declaración,<br />

Olimpia denunciaba que la revolución había denegado los derechos políticos<br />

a las mujeres y, por lo tanto, que los revolucionarios mentían cuando se les<br />

llenaba la boca de principios «universales» como la igualdad y la libertad<br />

pero no digerían mujeres libres e iguales.<br />

Olimpia, sin duda, no encajaba en su época. Según Oliva Blanco, tenía<br />

todo a favor <strong>para</strong> escandalizar a la opinión pública de su tiempo. Y fue<br />

castigada. A una mujer que tiene más de cuatro mil páginas de escritos<br />

revolucionarios que abarcan obras de teatro, panfletos, libelos, novelas<br />

autobiográficas, textos filosóficos, satíricos, utópicos… se le acusó de que no<br />

sabía leer ni escribir. Olimpia enviudó siendo muy joven, circunstancia que<br />

parece no sintió mucho ya que se refería al matrimonio como «la tumba del<br />

amor y de la confianza». Fue apasionada defensora del divorcio y la unión<br />

libre, anticipándose así a las saint-simonianas en más de cincuenta años y<br />

ciento cincuenta años antes de que Simone de Beauvoir planteara una postura<br />

similar [25] .<br />

Tras la muerte de su esposo, renuncia al apellido de su marido, se hace<br />

llamar Olimpia de Gouges y se traslada a París. Tenía 22 años y era<br />

inteligente, indomable, bella, experta a menudo en provocar al sexo<br />

masculino y apasionada en la defensa de los asuntos más comprometidos:<br />

«Desde la prisión por deudas hasta la esclavitud de los negros pasando por<br />

los derechos femeninos (divorcio, maternidad, la masiva entrada forzada en la<br />

religión de muchas mujeres). Nada queda fuera de su interés y alzará la voz<br />

en defensa de los oprimidos con empecinamiento y generosidad» [26] . Todo<br />

ello no le abrió las puertas de la Asamblea de París ni siquiera las de la<br />

Comedia Francesa, donde peleó con todas sus fuerzas <strong>para</strong> que sus obras de<br />

teatro fueran representadas sin conseguirlo. Eso sí, numerosos libros se<br />

hicieron eco tanto de su belleza como de las dudas sobre su «virtud», lo que<br />

le hizo aparecer tanto en el «Homenaje a las mujeres más bonitas y virtuosas<br />

de París» como una mujer honesta, como tratada como una prostituta en el<br />

«Pequeño Diccionario de los Grandes Hombres» o en la «Lista de prostitutas<br />

de París» [27] .<br />

Cuando Olimpia se decidió a escribir, recibió una carta de su padre que


merece ser reproducida parcialmente:<br />

No esperéis, señora, que me muestre de acuerdo con vos sobre este punto.<br />

Si las personas de vuestro sexo pretenden convertirse en razonables y<br />

profundas en sus obras, ¿en qué nos convertiríamos nosotros los hombres,<br />

hoy en día tan ligeros y superficiales? Adiós a la superioridad de la que nos<br />

sentimos tan orgullosos. Las mujeres dictarían las leyes. Esta revolución sería<br />

peligrosa. Así pues, deseo que las Damas no se pongan el birrete de Doctor y<br />

que conserven su frivolidad hasta en los escritos. En tanto que carezcan de<br />

sentido común serán adorables. Las mujeres sabias de Molière son modelos<br />

ridículos. Las que siguen sus pasos son el azote de la sociedad. Las mujeres<br />

pueden escribir, pero conviene <strong>para</strong> la felicidad del mundo que no tengan<br />

pretensiones [28] .<br />

Parece que los temores del padre de Olimpia de Gouges eran idénticos a<br />

los que tenían la mayoría de los revolucionarios franceses. Pero nada<br />

amilanaba a las francesas. Como destaca Mary Nash, las mujeres participaron<br />

en el proceso revolucionario de forma muy activa. La marcha sobre Versalles<br />

que realizaron alrededor de 6.000 parisinas el 5 y el 6 de octubre de 1789 en<br />

busca del rey y de la reina fue un detonante revolucionario. Las mujeres<br />

consiguieron el traslado de ambos a París. Poco después, se presentó una<br />

petición de las damas dirigida a la Asamblea Nacional que denunciaba la<br />

«aristocracia masculina» y en ella se proponía la abolición de los privilegios<br />

del sexo masculino, tal cual se estaba haciendo con los privilegios de los<br />

nobles sobre el pueblo. Entre 1789 y 1793 quedaron censados cincuenta y<br />

seis clubes republicanos femeninos activos en la emisión de peticiones y con<br />

expresión pública de una voz en femenino que reclamaba la presencia de las<br />

mujeres en la vida política [29] .<br />

Tampoco todos los ilustrados fueron incoherentes. En 1790, Condorcet<br />

publica: «Sobre la admisión de las mujeres al derecho de ciudadanía». Este<br />

autor, que fue diputado de la Asamblea Legislativa y de la Convención, no<br />

tenía dudas: los principios democráticos significaban que los derechos<br />

políticos eran <strong>para</strong> todas las personas. Además de sus sólidas<br />

argumentaciones políticas, Condorcet también llegó a ironizar burlándose de<br />

los prejuicios y estereotipos que manejaban sus contemporáneos: «¿Por qué<br />

unos seres expuestos a embarazos y a indisposiciones pasajeras no podrían


ejercer derechos de los que nunca se pensó privar a la gente que tiene gota<br />

todos los inviernos o que se resfría fácilmente?» [30] .<br />

A pesar de todo ello, la Constitución de 1791, cuyo preámbulo era la<br />

Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, afirmaba<br />

la distinción entre dos categorías de ciudadanos: activos —varones mayores<br />

de 25 años independientes y con propiedades—, y pasivos —hombres sin<br />

propiedades y todas las mujeres, sin excepción.<br />

LA HIENA CON FALDAS<br />

Aunque el ideal de la Ilustración era la naturaleza dominada por la razón y<br />

como consecuencia se defendían la crítica, la libertad y la tolerancia como<br />

sustitutos de la tradición e incluso uno de los ejes teóricos fundamentales fue<br />

la idea de emancipación, la vida de las mujeres no cambió.<br />

Es en ese escenario en el que aparece el texto de Mary Wollstonecraft,<br />

Vindicación de los derechos de la mujer. Wollstonecraft nació en Inglaterra<br />

en 1759. Era la segunda de cuatro hermanos de una familia que no carecía de<br />

recursos hasta que se arruinó por el despilfarro del padre, aficionado a los<br />

caballos y la bebida. Mary creció protegiendo a su madre de las palizas de su<br />

padre. Edward Wollstonecraft ejerció sobre su mujer y el resto de la familia,<br />

durante años, violencia verbal y física.<br />

Ni Mary ni su hermana recibieron una buena educación, aunque como<br />

destaca Clara Obligado: «Tan escaso era el interés de los Wollstonecraft por<br />

educar a sus hijas que las libraron también de la educación tradicional de las<br />

mujeres, consistente en una recua de conocimientos domésticos y sociales<br />

que la muchacha consideraba tediosos y estúpidos» [31] . Así, Obligado nos<br />

presenta a Wollstonecraft como una cría aislada y fantasiosa que sólo desea<br />

emanciparse pero sin pasar por el matrimonio, algo casi milagroso en su<br />

época. En las cartas que escribía con 15 años, ya se ve a sí misma como «una<br />

vieja solterona» e insiste en su voluntad de no casarse jamás [32] . Mary lo<br />

consigue con empleos propios de las mujeres de su época. Entre sus 19 y 28<br />

años, Mary Wollstonecraft fue dama de compañía, maestra en una escuela<br />

<strong>para</strong> señoritas establecida con sus hermanas y su gran amiga Frances Blood y,


finalmente, institutriz de una familia aristocrática. Es decir, experimentó<br />

todos y cada uno de los sucesivos personajes que las reglas de la decencia de<br />

su época le tenían reservados [33] .<br />

Tras la muerte de su madre, además, ejercita la rebeldía: aleja a su<br />

hermana que acababa de dar a luz de los malos tratos de su marido y se la<br />

lleva a vivir consigo y con una amiga. Un acto insólito e incluso escandaloso<br />

en su época. Tanto como que las mujeres vivieran solas, sin padres, maridos,<br />

hermanos ni ninguna autoridad masculina. Fue con la fuga de su hermana<br />

Eliza, planeada por Mary, como comienza la leyenda de Mary<br />

Wollstonecraft. Explica Isabel Burdiel que «aquel desafío, sin embargo, no se<br />

planteó exclusivamente en el ámbito personal. Poco a poco, fue tomando<br />

cuerpo también como un desafío intelectual que trataba de dar forma, a través<br />

de la reflexión y de la palabra, a aquel cúmulo de experiencias. Lo<br />

característico de Mary Wollstonecraft —y lo que la convirtió en lo que llegó<br />

a ser—, fue su capacidad e insistencia en pensarse a sí misma intentando<br />

trascenderse; es decir, buscando una explicación pública (social) a sus<br />

experiencias privadas» [34] .<br />

Wollstonecraft comienza a escribir cuando recibe una oferta que no puede<br />

rechazar: un libro sobre la educación femenina. Por ese encargo nace<br />

Pensamientos acerca de la educación de las niñas, donde ya deja clara su<br />

defensa de las mujeres. Pero su gran amiga Frances Blood estaba muy<br />

enferma en Lisboa y Mary —«en uno de esos grandes gestos que casi<br />

siempre le jugaron malas pasadas», dice Isabel Burdiel—, abandonó la<br />

escuela <strong>para</strong> estar con ella hasta su muerte. Al volver, sus hermanas se habían<br />

cargado de deudas y habían llevado el negocio a la ruina. Mary tuvo que<br />

aceptar un trabajo de institutriz en Irlanda, pero no lo pudo soportar por<br />

mucho tiempo. Once meses le duró el empleo. Mary ya se había<br />

acostumbrado a la libertad de su escuela. Volvió a Londres con 28 años y el<br />

mismo editor de su primer libro, Joseph Johnson, le ofreció casa y trabajo<br />

como escritora y traductora a tiempo completo en su editorial, que era el<br />

corazón de la intelectualidad más interesante y crítica del Londres de su<br />

época. Allí se instala Mary, trabaja, lee, estudia y se dedica plenamente a su<br />

formación y a la vida política e intelectual.<br />

Poco antes de que se tomara La Bastilla, escribió Vindicación de los


derechos del hombre, un texto emocionado y emocionante hecho en menos<br />

de 30 días que la convirtió, de pronto, en una mujer famosa y, subraya<br />

Burdiel, insólita <strong>para</strong> la época. Tras ese éxito rotundo e inesperado, Mary<br />

tuvo la osadía de escribir otro libro, continuación del primero, donde se<br />

reivindicaran los derechos de la mujer. Así nació Vindicación de los derechos<br />

de la mujer, en el que abogaba por el igualitarismo entre los sexos, la<br />

independencia económica y la necesidad de la participación política y<br />

representación parlamentaria [35] .<br />

Wollstonecraft tenía 33 años cuando publicó Vindicación. En la<br />

dedicatoria, señala la autora «… abogo por mi sexo y no por mí misma.<br />

Desde hace tiempo he considerado la independencia como la gran bendición<br />

de la vida, la base de toda virtud» [36] . Así, Vindicación recoge los debates de<br />

su época e inicia ya los caminos del feminismo del siglo XIX. No es tanto una<br />

obra de reivindicación de unos derechos políticos concretos como de<br />

reivindicación moral de la individualidad de las mujeres y de la capacidad de<br />

elección de su propio destino. Señala Rosa Cobo que el texto, redactado en<br />

seis semanas durante el año 1792, presenta una sólida argumentación en la<br />

defensa de la igualdad de la especie y como consecuencia, de la igualdad<br />

entre los géneros; la lucha radical contra los prejuicios; la exigencia de una<br />

educación igual <strong>para</strong> niños y niñas, y la reclamación de la ciudadanía <strong>para</strong> las<br />

mujeres [37] .<br />

Una vez publicada Vindicación, los conservadores le lanzaron su odio<br />

apodándola «la hiena con faldas», aunque eso no evitó que se convirtiera en<br />

la mujer más célebre del momento en Europa. Tenía Wollstonecraft un sólido<br />

anclaje. «La vitalidad de sus ideas venía de sus experiencias personales. La<br />

preocupación por la opresión de las mujeres estaba firmemente arraigada en<br />

su propia vida, en la que su condición de mujer fue un gran obstáculo <strong>para</strong> su<br />

desarrollo vital y profesional» [38] .<br />

Y fue así como Mary Wollstonecraft pasó su vida sufriendo entre sus<br />

ideas y la realidad que la rodeaba. En plena revolución, viajó a París y allí se<br />

encontró siendo extranjera y mujer. «El Terror aumentó el peligro en las<br />

calles y los ciudadanos, aunque a su lado habían combatido muchas mujeres,<br />

no eran proclives al cambio en sus alcobas. Así, muchas líderes murieron en<br />

la guillotina y, finalmente, se decretó la expulsión de los extranjeros» [39] . En


ese momento, cuando se decreta la expulsión, Mary vivía una historia de<br />

amor con un aventurero y hombre de negocios americano, Gilbert Imlay, con<br />

quien tendrá una hija. Se encuentra, una vez más, entre dos fuegos. Ella que<br />

siempre ha defendido sus ideas contrarias al matrimonio, tampoco quiere que<br />

su hija sufra por ser ilegítima.<br />

Mary regresa a Inglaterra. En ese momento, intenta suicidarse. Isabel<br />

Burdiel relata cómo ocurrió en las aguas del londinense río Támesis, en una<br />

tarde lluviosa, cuando Wollstonecraft tenía 36 años y un desamor tan intenso<br />

que le había arrebatado el sentido común del que había hecho gala hasta<br />

conocer a Gilbert Imlay. Tanto la había abandonado la sensatez —<br />

afortunadamente en este caso—, que sólo se le ocurrió que <strong>para</strong> no flotar,<br />

nada mejor que caminar durante un buen rato <strong>para</strong> que así se le empa<strong>para</strong> la<br />

ropa. El cálculo le salió mal y fueron precisamente esos ropajes que llevaban<br />

las mujeres de finales del siglo XVIII los que la salvaron de la muerte pues<br />

aunque tragó mucha agua, la mantuvieron a flote el tiempo suficiente <strong>para</strong><br />

que la rescataran unos pescadores [40] .<br />

Fue un paréntesis de año y medio. Tras la apasionada y turbulenta ruptura<br />

con Gilbert Imlay, Mary comienza una nueva relación con William Godwin,<br />

filósofo radical y uno de los precursores del anarquismo. Ambos defienden el<br />

amor libre hasta que Mary vuelve a quedar embarazada y se enfrenta al<br />

horror de tener otra hija natural. La pareja renuncia a sus convicciones y se<br />

casa, lo que les convierte en el centro de las críticas por la incoherencia entre<br />

sus ideas y sus actos. Mary muere en 1797, a los 38 años, diez días después<br />

de dar a luz a quien sería conocida como Mary Shelley, la famosa autora de<br />

Frankenstein, libro mucho más leído y reconocido que la Vindicación de su<br />

madre.<br />

La vida de Mary Wollstonecraft concluyó de un mal llamado fiebres<br />

puerperales «un mal que era, casi invariablemente, producto de la escasa<br />

atención médica de entonces al oficio más viejo del mundo por lo que a las<br />

mujeres se refiere y que consiste, como es sabido, en dar a luz. Fue un caso<br />

común, situado entre los primeros por lo que respecta a los índices de<br />

mortalidad femenina del siglo XVIII: una placenta mal expulsada y a duras<br />

penas extraída por un médico que —siguiendo las costumbres en uso—, no<br />

consideraba necesario, ni de sentido común, lavarse las manos


previamente» [41] . Wollstonecraft tuvo una digna heredera que también debió<br />

de sufrir lo suyo. La propia Mary Shelley, que empeñó casi toda su vida<br />

adulta en huir del escándalo y lograr el olvido, supo de las dificultades <strong>para</strong><br />

una mujer brillante, como lo había sido su madre y ella misma. Así, cuando<br />

tuvo que enfrentarse a la educación de su único hijo superviviente, el futuro<br />

sir Percy F. Shelley, lo hizo bajo la advocación de: «Oh, Dios, enséñale a<br />

pensar como los demás». Parece que sus ruegos fueron oídos porque sir<br />

Percy se encargó de destruir los papeles más comprometedores de su madre y<br />

de su abuela [42] .<br />

Pero Vindicación de los derechos de la mujer no nacía sola. Como señala<br />

Amelia Valcárcel, estaba avalada por el difuso sentimiento igualitarista que<br />

fluía en el conjunto social y Wollstonecraft «inaugura la crítica de la<br />

condición femenina. Supone que bastantes de los rasgos de temperamento y<br />

conducta que son considerados propios de las mujeres son en realidad<br />

producto de su situación de falta de recursos y libertad» [43] . Siguiendo a<br />

Valcárcel, la novedad teórica de Wollstonecraft era que, por primera vez,<br />

llamaba privilegio al poder que siempre habían ejercido los hombres sobre las<br />

mujeres de forma «natural», es decir, como si fuera un mandato de la<br />

naturaleza.<br />

Wollstonecraft es radicalmente moderna puesto que pone el embrión de<br />

dos conceptos que el feminismo aún maneja en el siglo XXI: la idea de género<br />

—lo considerado como «natural» en las mujeres es en realidad fruto de la<br />

represión y el aprendizaje social o como diría años después Simone de<br />

Beauvoir «no se nace mujer, llega una a serlo» [44] —, y la idea de la<br />

discriminación positiva puesto que asegura la autora inglesa: «Y si se decide<br />

que naturalmente las mujeres son más débiles e inferiores que los hombres<br />

¿por qué no establecer mecanismos de carácter social o político <strong>para</strong><br />

compensar su supuesta inferioridad natural?» [45] . Decía la escritora inglesa<br />

Virginia Woolf, ya en 1929, que hubo algo en el apasionado experimento<br />

vital e intelectual de Mary Wollstonecraft que la hizo abrirse camino «hasta<br />

llegar al mismo meollo de la vida» [46] .<br />

UNA SANGRIENTA REPRESIÓN


A modo de resumen, «el debate feminista ilustrado afirmó la igualdad entre<br />

hombres y mujeres, criticó la supremacía masculina, identificó los<br />

mecanismos sociales y culturales que influían en la construcción de la<br />

subordinación femenina y elaboró estrategias <strong>para</strong> conseguir la emancipación<br />

de las mujeres. Los textos fundacionales del feminismo ilustrado avanzaron<br />

haciendo énfasis en la idea acerca de la cual las relaciones de poder<br />

masculino sobre las mujeres ya no se podían atribuir a un designio divino, ni<br />

a la naturaleza, sino que eran el resultado de una construcción social. […] Al<br />

apelar al reconocimiento de los derechos de las mujeres como tales, situaron<br />

las demandas feministas en la lógica de los derechos» [47] .<br />

Sin embargo, el poder masculino reaccionó con saña. En 1793, las<br />

mujeres son excluidas de los derechos políticos recién estrenados. En octubre<br />

se ordena que se disuelvan los clubes femeninos. No pueden reunirse en la<br />

calle más de cinco mujeres. En noviembre es guillotinada Olimpia de<br />

Gouges [48] . Muchas mujeres son encarceladas. En 1795, se prohíbe a las<br />

mujeres asistir a las asambleas políticas. Aquellas que se habían significado<br />

políticamente, dio igual desde qué ideología, fueron llevadas a la guillotina o<br />

al exilio.<br />

Quince años más tarde, el Código de Napoleón, imitado después por toda<br />

Europa, convierte de nuevo el matrimonio en un contrato desigual, exigiendo<br />

en su artículo 321 la obediencia de la mujer al marido y concediéndole el<br />

divorcio sólo en el caso de que éste llevara a su concubina al domicilio<br />

conyugal.<br />

Con el Código de Napoleón —explica Amelia Valcárcel—, la minoría de<br />

edad perpetua de las mujeres quedaba consagrada: «Eran consideradas hijas o<br />

madres en poder de sus padres, esposos e incluso hijos. No tenían derecho a<br />

administrar su propiedad, fijar o abandonar su domicilio, ejercer la patria<br />

potestad, mantener una profesión o emplearse sin permiso, rechazar a su<br />

padre o marido violentos. La obediencia, el respeto, la abnegación y el<br />

sacrificio quedaban fijados como sus virtudes obligatorias. El nuevo derecho<br />

penal fijó <strong>para</strong> ellas delitos específicos que, como el adulterio y el aborto,<br />

consagraban que sus cuerpos no les pertenecían. A todo efecto ninguna mujer<br />

era dueña de sí misma, todas carecían de lo que la ciudadanía aseguraba, la


libertad» [49] .<br />

Las mujeres entraron en el siglo XIX atadas de pies y manos pero con una<br />

experiencia política propia a su espalda que ya no permitiría que las cosas<br />

volviesen a ser exactamente igual que antes puesto que la lucha había<br />

empezado [50] . «Sin capacidad de ciudadanía y fuera del sistema normal<br />

educativo, quedaron las mujeres fuera del ámbito completo de los derechos y<br />

bienes liberales. Por ello, el obtenerlos, el conseguir el voto y la entrada en<br />

las instituciones de alta educación se convirtieron en los objetivos del<br />

sufragismo» [51] .<br />

El sufragismo continuará con la lucha que las mujeres del siglo XVIII<br />

inauguraron, y que a muchas les costó incluso la vida, sin llegar a disfrutar<br />

ningún derecho.


3<br />

La segunda ola<br />

Del sufragismo a Simone de Beauvoir<br />

DECIDIMOS: Que todas las leyes que impidan que la mujer ocupe en la<br />

sociedad la posición que su conciencia le dicte, o que la sitúen en una<br />

posición inferior a la del hombre, son contrarias al gran precepto de la<br />

naturaleza y, por lo tanto, no tienen ni fuerza ni autoridad.<br />

DECLARACIÓN DE SENTIMIENTOS<br />

Seneca Falls, Nueva York,<br />

19 y 20 de julio de 1848<br />

CL,ASEASANGRELos mejores purasangres de Inglaterra corrían en el<br />

hipódromo de Epsom Downs el 4 de junio de 1913. Ese día se celebraba,<br />

como se venía haciendo desde 1780, el Derby Day, una gran prueba hípica<br />

anual en la que se concentraba lo más destacado de la sociedad inglesa. En<br />

medio del espectáculo y la fiesta que se vivía en las gradas, una joven se<br />

lanzó a la pista y trató de sujetar por las riendas el caballo del Rey. No lo<br />

consiguió, el animal la arrolló y quedó gravemente herida. Cuatro días<br />

después, fallecía. La joven era Emily Wilding Davison, una combativa<br />

sufragista que se convertía en mártir al perder la vida por sus ideas: el


derecho al voto de las mujeres.<br />

El funeral de Emily W. Davison constituyó un gran acto feminista en las<br />

calles de Londres. Las sufragistas inglesas llevaban ya sesenta años de lucha<br />

por el derecho al voto, sin ningún resultado. Antes, habían comenzado las<br />

norteamericanas. La segunda mitad del siglo XIX y principios del XX supuso<br />

una gran prueba de la capacidad, estrategia y, sobre todo, paciencia, de las<br />

feministas. Esta vez sí, consiguieron su primera gran victoria.<br />

¿DE DÓNDE SALEN LOS SUFRAGISTAS?<br />

A las mujeres estadounidenses del siglo XIX no las sacaron de casa sus<br />

propios problemas, sino un injusticia que se desarrollaba a su alrededor y<br />

que, por lo visto, percibían mejor que su propia realidad: la esclavitud. Las<br />

mujeres, que ya habían luchado junto a los hombres por la independencia de<br />

su país, hasta entonces una colonia inglesa, se organizaron <strong>para</strong> terminar con<br />

la situación de los esclavos. Esta actividad les aportó experiencia en la lucha<br />

civil, en la oratoria, en los asuntos políticos y sociales, y, por otro lado, les<br />

sirvió de «linterna» <strong>para</strong> ver cómo la opresión de los esclavos era muy similar<br />

a su propia opresión. Las hermanas Sarah y Angelina Grimké, nacidas en una<br />

familia propietaria de esclavos de Carolina del Sur, fueron de las primeras<br />

activistas en el movimiento de abolición de la esclavitud que luego aplicaron<br />

su crítica social a la condición de la mujer [52] .<br />

Como anécdota —o quizá no por casualidad—, la primera novela<br />

antiesclavista del continente americano es una obra de Harriet Beecher<br />

Stowe, escritora estadounidense que en 1851 publica por entregas la conocida<br />

La cabaña del tío Tom.<br />

Paralelamente, Estados Unidos estaba inmerso en otro proceso: el<br />

movimiento de reforma moral [53] . La Reforma protestante, iniciada por<br />

Lutero en la Europa del siglo XVI frente a la Iglesia católica, defendía la<br />

libertad de cada creyente <strong>para</strong> interpretar personalmente las sagradas<br />

escrituras, y afirmaba que lo importante era la conciencia de cada individuo.<br />

La Reforma prendió de distinta manera por Centroeuropa y tuvo especial<br />

importancia en Inglaterra bajo el nombre de puritanismo. Su fuerza, ya a


mediados del siglo XVII, dio lugar a algunas sectas que, como los cuáqueros,<br />

desafiaron a la iglesia oficial.<br />

Las prácticas políticas protestantes —evangelistas, pero sobre todo las<br />

cuáqueras—, permitían la presencia de las mujeres en las tareas de la iglesia.<br />

Las mujeres podían intervenir públicamente en la oración y hablaban ante<br />

toda la congregación.<br />

La nueva iglesia llegó al Nuevo Continente. Los cuáqueros, por ejemplo,<br />

fundaron su propia colonia en Pensilvania, en 1682. Y, como al contrario que<br />

el catolicismo, defendían la interpretación individual de los textos sagrados,<br />

favorecían que las mujeres aprendieran a leer y escribir. Este motivo fue<br />

fundamental <strong>para</strong> que en Estados Unidos el analfabetismo femenino fuera<br />

mucho menor que en Europa y <strong>para</strong> que se crearan colegios universitarios<br />

femeninos. Con la educación se desarrolló una clase media de mujeres<br />

educadas que fueron el núcleo y dieron cuerpo al feminismo norteamericano<br />

del XIX [54] .<br />

Con todas estas condiciones —explica María Salas—, ya existían las<br />

bases <strong>para</strong> un movimiento de mujeres real. Lo que hacía falta era un impulso<br />

que le diese vida, una cabeza y un programa [55] . Quizá también necesitasen<br />

una última injusticia. Todas esas circunstancias se dieron en el Congreso<br />

Antiesclavista Mundial celebrado en Londres en 1840. De la delegación<br />

norteamericana formaban parte cuatro mujeres que, sin embargo, no fueron<br />

bien recibidas en Inglaterra. Todo lo contrario. El Congreso, escandalizado<br />

por su presencia, no las reconoció como delegadas e impidió que<br />

partici<strong>para</strong>n. Las cuatro mujeres tuvieron que seguir las sesiones tras unas<br />

cortinas.<br />

Efectivamente, el Congreso fue el detonante. Las delegadas regresaron de<br />

Londres a Estados Unidos humilladas, indignadas y decididas a centrar su<br />

actividad en el reconocimiento de sus propios derechos, los derechos de las<br />

mujeres. Especial empeño pusieron en ello Lucretia Mott y Elizabeth Cady<br />

Stanton.<br />

Lucretia Mott era una cuáquera que fundó la primera sociedad femenina<br />

contra la esclavitud y cuya casa se utilizaba como refugio en el camino de<br />

huida de los esclavos. Tenía unos 20 años más que Elizabeth Cady Stanton,<br />

quien fue en cierto modo su discípula, convirtiéndose con el tiempo en la


intelectual más destacada del movimiento americano [56] .<br />

LA DECLARACIÓN DE SENTIMIENTOS<br />

Si los años pueden tener apellidos, 1848 ha pasado a la historia como un año<br />

«revolucionario». Tomó su nombre la revolución que se desarrolló en<br />

Francia, la revolución de 1848, y además es la fecha en la que Marx y Engels<br />

publicaron su célebre Manifiesto comunista. Pero en la mayoría de los libros<br />

de historia, le falta el segundo apellido. En verano, 1848 también vio nacer la<br />

Declaración de Seneca Falls o Declaración de Sentimientos [57] , el texto<br />

fundacional del sufragismo norteamericano.<br />

Ocurrió en un pueblecito al oeste del estado de Nueva York. En una<br />

capilla metodista, Elizabeth Cady Stanton convocó a cien personas —más del<br />

doble de mujeres que de hombres—, de distintas asociaciones y<br />

organizaciones políticas del ámbito liberal —fundamentalmente<br />

comprometidas todas con la lucha abolicionista—, a una reunión. Elizabeth<br />

Cady Stanton era hija de un juez y estaba casada con un abogado. Tenía ya<br />

experiencia en hablar en público por sus actividades en contra de la<br />

esclavitud y, además, habían pasado ya ocho años tras el vergonzoso episodio<br />

del Congreso Antiesclavista Mundial de Londres. Tiempo suficiente <strong>para</strong><br />

haber madurado la rabia y la humillación y <strong>para</strong> haber tomado decisiones.<br />

La reunión se anunció públicamente en el periódico local:<br />

Convención sobre los derechos de la mujer. El miércoles y jueves, 19 y<br />

20 de julio a las 10.00 horas de la mañana, se celebrará en la capilla<br />

metodista, Seneca Falls, estado de Nueva York, una convención <strong>para</strong> discutir<br />

los derechos y la condición social, civil y religiosa de la mujer. El primer día<br />

se celebrará una sesión exclusivamente <strong>para</strong> mujeres, a las que se invita<br />

cordialmente. El público en general está invitado a la sesión del segundo día,<br />

cuando Lucretia Mott de Filadelfia, y otras damas y caballeros, se dirigirán a<br />

los presentes [58] .<br />

Parece que en total, entre los invitados y el público que acudió tras leer el<br />

periódico, se congregaron alrededor de 300 personas. La reunión, como decía<br />

el anuncio, se había convocado <strong>para</strong> estudiar las condiciones y derechos


sociales, civiles y religiosos de la mujer. Cuando ésta terminó, después de los<br />

dos días de conversaciones, redactaron un texto cuyo modelo es la<br />

Declaración de Independencia de Estados Unidos. Era la Declaración de<br />

Seneca Falls, que ellas llamaron «Declaración de Sentimientos». Este<br />

acontecimiento marcó un hito en el feminismo internacional al quedar<br />

consensuado uno de los primeros programas políticos feministas. La<br />

Convención fue el primer foro público y colectivo de las mujeres [59] .<br />

El texto fue aprobado por unanimidad y firmado por las sesenta y ocho<br />

mujeres y los treinta y dos hombres convocados, salvo una cláusula, la que<br />

reclamaba el derecho al voto. En ese momento, aún no era una reivindicación<br />

clara <strong>para</strong> todas. Como «hijas de la libertad», las mujeres de Seneca Falls se<br />

apropiaron de los discursos políticos del momento en la cultura<br />

norteamericana <strong>para</strong> legitimar su filosofía feminista. Por eso, la Declaración<br />

fue calcada de la Declaración de Independencia americana, porque al hacerlo<br />

así daban legitimidad política a sus reivindicaciones y entroncaban con la<br />

filosofía que ya estaba asentada en la cultura política de su país [60] .<br />

Explica Alicia Miyares que la Declaración de Seneca Falls se enfrentaba<br />

a las restricciones políticas: no poder votar, ni presentarse a elecciones, ni<br />

ocupar cargos públicos, ni afiliarse a organizaciones políticas o asistir a<br />

reuniones políticas. Iba también contra las restricciones económicas: la<br />

prohibición de tener propiedades, puesto que los bienes eran transferidos al<br />

marido; la prohibición de dedicarse al comercio, tener negocios propios o<br />

abrir cuentas corrientes. En definitiva, la Declaración se expresaba —y de<br />

forma muy rotunda—, en contra de la negación de derechos civiles y<br />

jurídicos <strong>para</strong> las mujeres [61] .<br />

Así, en 1848, cuando el recién nacido Manifiesto Comunista proclama<br />

que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, las<br />

reunidas en Seneca Falls se encargan de señalar que ésa era sólo parte de la<br />

historia. Ellas eran el primer movimiento político de mujeres. Ellas eran las<br />

que convocaban, las que se reunían y reclamaban derechos <strong>para</strong> sí mismas.<br />

Las mujeres se convertían en sujeto de la acción política.<br />

A partir de esa fecha, las mujeres de Estados Unidos empezaron a luchar<br />

de forma organizada a favor de sus derechos, tratando de conseguir una<br />

enmienda a la Constitución que les diera acceso al voto. Como les había


ocurrido a las francesas durante la revolución de 1789, las sufragistas<br />

también fueron traicionadas. Después de todo su trabajo en contra de la<br />

esclavitud, la recompensa fue que en 1866 el Partido Republicano, al<br />

presentar la Decimocuarta Enmienda a la Constitución que por fin concedía<br />

el voto a los esclavos, negaba explícitamente el voto a las mujeres. La<br />

enmienda sólo era <strong>para</strong> los esclavos varones liberados. Pero aún sufrieron<br />

otra traición. Más dolorosa si cabe. Ni siquiera el movimiento antiesclavista<br />

quiso apoyar el voto <strong>para</strong> las mujeres, temeroso de perder el privilegio que<br />

acababa de conseguir.<br />

Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony llegaron al convencimiento<br />

de que la lucha por los derechos de la mujer dependía sólo de las mujeres y<br />

en 1868 fundaron la Asociación Nacional pro Sufragio de la Mujer (NWSA).<br />

En 1869, sufrieron una escisión liderada por Lucy Stone y formada por<br />

quienes consideraban excesivos los planteamientos de la NWSA. Nacía la<br />

Asociación Americana pro Sufragio de la Mujer (AWSA), la parte más<br />

conservadora del movimiento. Ellas se dedicaron al voto a través de<br />

campañas graduales, estado por estado [62] . Y ese mismo año, en 1869,<br />

Wyoming se convertía en el primer estado que reconocía el derecho del voto<br />

a las mujeres. ¡21 años después de la declaración de Seneca Falls!<br />

Los avances fueron lentos y ante las dificultades, de nuevo, las dos alas<br />

del sufragismo norteamericano volvieron a unirse en 1890 y, con la llegada<br />

del nuevo siglo, se radicalizaron. En 1910 organizan desfiles monstruo en<br />

Nueva York y Washington. Todas, las más moderadas y las más radicales,<br />

desarrollaron una actividad frenética hasta conseguir en 1918 que el<br />

presidente Wilson anunciara su apoyo al sufragismo y un día después, la<br />

Cámara de Representantes aprobaba la Decimonovena Enmienda. Aún tardó<br />

en entrar en vigor. Por fin, en agosto de 1920, el voto femenino fue posible<br />

en Estados Unidos.<br />

El sufragismo fue un movimiento épico donde las mujeres demostraron<br />

su capacidad y su paciencia. De todas las mujeres que se reunieron en Seneca<br />

Falls, sólo Charlotte Woodward, entonces una modistilla de diecinueve años,<br />

vivió lo suficiente como <strong>para</strong> poder votar en las elecciones presidenciales de<br />

1920. «El sufragismo fue un movimiento de agitación internacional —señala<br />

Amelia Valcárcel—, presente en todas las sociedades industriales, que tomó


dos objetivos concretos —el derecho al voto y los derechos educativos— y<br />

consiguió ambos en un período de ochenta años, lo que supone ¡tres<br />

generaciones militantes empeñadas en el mismo proyecto!» [63] .<br />

Ese afán de aprender creció hasta alcanzar proporciones gigantescas,<br />

dando lugar a anécdotas tan conmovedoras y pintorescas como la de la bolsa<br />

verde de Mary Lyon, quien recorrió Nueva Inglaterra recogiendo donativos<br />

de cinco, tres o incluso un dólar, con el fin de poder instituir en América un<br />

centro universitario femenino [64] . Cuando sus amistades escribían a Mary<br />

Lyon reprochándole que no era propio de una señorita viajar sola recogiendo<br />

dinero <strong>para</strong> comenzar su Universidad de Mujeres, ella contestaba: «¿Qué<br />

hago que esté mal hecho? Mi corazón está enfermo. Mi alma está dolorida.<br />

Estoy realizando un gran trabajo. No puedo retroceder» [65] .<br />

Al movimiento sufragista le debe la política democrática, al menos, dos<br />

grandes aportaciones —explica Valcárcel—. Una es la palabra solidaridad.<br />

Otra, los métodos de lucha cívica actuales. La palabra solidaridad fue elegida<br />

<strong>para</strong> sustituir a fraternidad, que en realidad significaba hermano varón, lo que<br />

tenía demasiadas connotaciones masculinas. La otra aún es más importante.<br />

El sufragismo se vio obligado a intervenir en política desde fuera, llamando<br />

la atención sobre su causa y con vocación de no violencia. Así que tuvo que<br />

ensayar y probar nuevas formas de protesta. Y acertó. El sufragismo se<br />

inventó las manifestaciones, la interrupción de oradores mediante preguntas<br />

sistemáticas, la huelga de hambre, el autoencadenamiento, la tirada de<br />

panfletos reivindicativos… Todos éstos fueron sus métodos habituales. El<br />

sufragismo innovó las formas de agitación e inventó la lucha pacífica que<br />

luego siguieron movimiento políticos posteriores como el sindicalismo y el<br />

movimiento en pro de los Derechos Civiles.<br />

LA PROTESTA SUICIDA DE EMILY W. DAVISON<br />

A las sufragistas inglesas se les acabó la paciencia antes que a las<br />

norteamericanas. La primera petición de voto <strong>para</strong> las mujeres presentada al<br />

Parlamento británico está fechada en agosto de 1832. Tres décadas más tarde,<br />

en junio de 1866, Emily Davies y Elizabeth Garret Anderson elevan otra


nueva «Ladies Petition» firmada por 1.499 mujeres, que es presentada a la<br />

Cámara de los Comunes por los diputados John Stuart Mill y Henry Fawcett.<br />

Al ser rechazada, se crea un movimiento permanente: la Sociedad Nacional<br />

pro Sufragio de la Mujer, liderada por Lidia Becker [66] . Al año siguiente,<br />

1867, cuando se está debatiendo una segunda reforma de la ley electoral <strong>para</strong><br />

incrementar el número de varones adultos con derecho al sufragio, el mismo<br />

Mill presenta una enmienda <strong>para</strong> que se sustituya la palabra «hombre» por<br />

«persona», lo que daría el voto a aquellas mujeres que cumpliesen los<br />

mismos requisitos que se les pedían a los hombres. Fue rechazada.<br />

Las sufragistas inglesas tuvieron dos grandes aliados: John Stuart Mill y<br />

Jacob Brigt. Este último era un parlamentario que insistente e<br />

infatigablemente presentó una y otra vez propuestas en la Cámara Baja <strong>para</strong><br />

conseguir el derecho político de las mujeres. En 1867 Jacob Brigt aseguró<br />

que «si los mítines carecen de efecto, si la expresión precisa y casi universal<br />

de la opinión no tiene influencia ni en la Administración ni en el Parlamento,<br />

inevitablemente las mujeres buscarán otros sistemas <strong>para</strong> asegurarse estos<br />

derechos que les son constantemente rehusados» [67] .<br />

Brigt no se equivocó. Aunque las sufragistas inglesas aguantaron casi<br />

cuarenta años más defendiendo el feminismo por medios legales. Hasta 1903,<br />

cuando, cansadas de que no se les hiciera caso, pasaron a la lucha directa.<br />

Describe María Salas que la táctica que emplearon fue interrumpir los<br />

discursos de los ministros y presentarse en todas las reuniones del partido<br />

liberal <strong>para</strong> plantear sus demandas. La policía las expulsaba de los actos y les<br />

imponía multas que ellas no pagaban, así que iban a la cárcel. Allí, eran<br />

consideradas presas comunes y no políticas como reivindicaban.<br />

Aun en la cárcel, no desistieron. Iniciaron una huelga de hambre en<br />

prisión. Gladstone, el primer ministro en aquel momento, ordenó que las<br />

alimentaran a la fuerza. Comenzó entonces una espiral de violencia entre las<br />

feministas y la policía inglesa. En julio de 1902, lady Pankhurst, presidenta<br />

de la National Union of Women Suffrage, fue condenada a tres años de<br />

trabajos forzados, pero las sufragistas lograron su evasión de la cárcel [68] .<br />

El presidente Wilson la invitó a Estados Unidos. Se había convertido en<br />

una figura casi legendaria, aunque no se libró de volver a prisión en cuanto<br />

regresó a Inglaterra. En esos años, las sufragistas también llevaron a cabo una


serie de actos violentos contra diversos edificios públicos, aunque nunca<br />

realizaron ningún atentado personal, ni nadie resultó herido como<br />

consecuencia de sus protestas. La única pérdida se registró en sus propias<br />

filas, con la muerte de Emily W. Davidson en el hipódromo de Epson. Como<br />

hemos dicho, el funeral de Emily W. Davidson fue un grandioso acto<br />

feminista, según relatan las historiadoras. Describe María Salas que entre las<br />

decenas de carrozas que seguían el féretro de la joven desfiló una vacía con<br />

las cortinas bajadas. Era la de lady Pankhurst que no pudo acudir porque, de<br />

nuevo, estaba arrestada.<br />

Sin embargo, ni siquiera el sacrificio de la joven Davidson fue suficiente<br />

ni puso fin a la lucha. Tuvo que estallar la Primera Guerra Mundial. El rey<br />

Jorge V amnistió a todas las sufragistas y encargó a lady Pankhurst el<br />

reclutamiento y la organización de las mujeres <strong>para</strong> sustituir a los hombres<br />

que debían alistarse. «Un buen ejemplo del pragmatismo inglés», señala<br />

Salas.<br />

Por fin, el 28 de mayo de 1917 fue aprobada la ley de sufragio femenino<br />

por 364 votos a favor y 22 en contra, casi como contraprestación a los<br />

servicios prestados durante la guerra, ¡después de 2.588 peticiones<br />

presentadas en el Parlamento! De todas formas, las inglesas tuvieron que<br />

esperar aún otros diez años a que las condiciones <strong>para</strong> su derecho al voto<br />

fueran idénticas a las de los varones ya que en la primera ley se decía que<br />

podían votar las mujeres mayores de 30 años. Diez años más tarde, todas las<br />

mayores de 21, la misma edad que los varones, podían votar y ser votadas.<br />

De la épica de las sufragistas inglesas dan cuenta los recuerdos de Ida<br />

Alexa Ross Wylie, quien dejó escrito:<br />

Ante mi asombro, he visto que las mujeres, a pesar de la falta de<br />

entrenamiento y del hecho de que durante siglos no se podía hablar de las<br />

piernas de una mujer respetable, podían, en un momento dado, correr más<br />

que cualquier policía londinense. […] Su capacidad <strong>para</strong> improvisar, <strong>para</strong><br />

guardar el secreto y ser leales, su iconoclasta desprecio de las clases sociales<br />

y del orden establecido, fueron una revelación <strong>para</strong> todos, pero especialmente<br />

<strong>para</strong> ellas mismas […].<br />

Durante dos años de locas y a veces peligrosas aventuras, trabajé y luché<br />

hombro con hombro con mujeres sensatas, vigorosas, felices, que reían a


carcajadas en vez de reírse por lo bajo, que caminaban libremente en vez de<br />

contenerse, que podían ayunar más que Gandhi y salir del trance con una<br />

sonrisa y una broma. Dormí sobre el duro suelo entre viejas duquesas,<br />

robustas cocineras y jóvenes dependientas. A menudo estábamos fatigadas,<br />

contusionadas o asustadas. Pero éramos tan felices como nunca lo habíamos<br />

sido. Compartíamos con júbilo una vida que nunca habíamos conocido. La<br />

mayoría de mis compañeras de lucha eran esposas y madres. Y ocurrieron<br />

cosas insólitas en su vida doméstica. Los esposos llegaban a su casa, por la<br />

noche, con una nueva ansiedad… Los hijos cambiaron rápidamente su actitud<br />

de condescendencia afectuosa hacia la «pobre y querida mamá» por una de<br />

admirado asombro. Al disiparse la humareda de amor maternal —ya que la<br />

madre estaba demasiado ocupada <strong>para</strong> poder preocuparse por ellos más que<br />

de vez en cuando—, los hijos descubrieron que les era simpática, que «era un<br />

gran tipo». Que tenía agallas [69] …<br />

EL DERECHO A VOTO, UNA ESTRATEGIA DE FUTURO<br />

Las sufragistas no reivindicaban sólo el derecho al voto, al sufragio universal.<br />

Se las conoce por ese nombre porque fue en el voto donde pusieron todo el<br />

énfasis. Confiaban en que una vez conseguido éste, sería posible alcanzar la<br />

igualdad en un sentido muy amplio. Las feministas de esta época<br />

reivindicaron el derecho al libre acceso a los estudios superiores y a todas las<br />

profesiones, los derechos civiles, compartir la patria potestad de los hijos y<br />

administrar sus propios bienes. Denunciaban que sus esposos fueran los<br />

administradores de los bienes conyugales, incluso de lo que ellas ganaban<br />

con su trabajo. En la práctica, cualquier marido podía «alquilar» a su esposa<br />

<strong>para</strong> un empleo y cobrarlo y administrarlo él. También reivindicaban igual<br />

salario <strong>para</strong> igual trabajo.<br />

Además, bajo el sufragismo se podían unir todas puesto que fuese cual<br />

fuese su situación económica, social o sus opiniones políticas, la<br />

reivindicación del derecho al voto era común. La conciencia feminista estaba<br />

extendida: en cualquier caso, todas estaban excluidas por ser mujeres.<br />

Y es que en el siglo XIX se da una gran <strong>para</strong>doja. Por un lado, las mujeres


quedan divididas. Con la llegada del capitalismo, las mujeres se incorporan al<br />

trabajo industrial dado que eran una mano de obra más barata y menos<br />

reivindicativa que los hombres. Sin embargo, en la burguesía —la clase<br />

social adinerada del momento y que cada día tenía más poder—, las mujeres<br />

se quedaban encerradas en su casa. No se les permitía trabajar y cada día eran<br />

más cosificadas. Simplemente simbolizaban el poder de sus maridos. Cuanto<br />

más hermosas mejor. Casadas, carecían de derechos; solteras, eran castigadas<br />

y rechazadas socialmente. Pero a pesar de esta se<strong>para</strong>ción cada vez mayor en<br />

distintas clases y por lo tanto con distintos roles, y distintas exigencias, las<br />

mujeres comienzan a organizarse. Con el sufragismo, «el feminismo aparece,<br />

por primera vez, como un movimiento social de carácter internacional, con<br />

una identidad autónoma teórica y organizativa. Además, ocupará un lugar<br />

importante en el seno de los otros grandes movimientos sociales, los<br />

diferentes socialismos y el anarquismo» [70] .<br />

«¿ACASO NO SOY UNA MUJER?»<br />

Sojourner Truth es un gran ejemplo de las diversas voces de mujeres distintas<br />

que se van uniendo al sufragismo. Cristina Sánchez recuerda su vida y sus<br />

discursos [71] . Sojourner hizo honor a su nombre —literalmente, «Verdad<br />

Viajera»— y pregonó allí donde pudo algunas «verdades» que cuestionaban<br />

aún más los discursos que justificaban la exclusión de las mujeres. Sojourner<br />

Truth era una esclava liberada del estado de Nueva York. No sabía leer ni<br />

escribir, pues estaba prohibido y castigado con la muerte <strong>para</strong> los esclavos,<br />

pero fue la única mujer negra que consiguió asistir a la Primera Convención<br />

Nacional de Derechos de la Mujer, en Worcester, en 1850. Al año siguiente,<br />

pronunció un discurso en la Convención de Akron y con él enfocó por<br />

primera vez los problemas que tenían las mujeres negras, asfixiadas entre la<br />

doble exclusión: la de la raza y la del género.<br />

Creo que con esa unión de negros del Sur y de mujeres del Norte, todos<br />

ellos hablando de derechos, los hombres blancos estarán en un aprieto<br />

bastante pronto. Pero ¿de qué están hablando todos aquí?<br />

Ese hombre de allí dice que las mujeres necesitan ayuda al subirse a los


carruajes, al cruzar las zanjas y que deben tener el mejor sitio en todas partes.<br />

¡Pero a mí nadie me ayuda con los carruajes, ni a pasar sobre los charcos, ni<br />

me dejan un sitio mejor! ¿Y acaso no soy yo una mujer? ¡Miradme! ¡Mirad<br />

mi brazo! ¡He arado y plantado y cosechado, y ningún hombre podía<br />

superarme! ¿Y acaso no soy yo una mujer? […] He tenido trece hijos, y los vi<br />

vender a casi todos como esclavos, y cuando lloraba con el dolor de una<br />

madre, ¡nadie, sino Jesús me escuchaba! ¿Y acaso no soy yo una mujer? [72]<br />

El discurso de Sojourner Truth abría el camino <strong>para</strong> el desarrollo del<br />

feminismo de las mujeres negras y demostraba que las supuestas debilidades<br />

naturales de las mujeres o sus incapacidades <strong>para</strong> según qué trabajos o<br />

responsabilidades sólo eran disquisiciones absurdas e interesadas.<br />

Las nadies aparecían en la escena pública. Las mujeres silenciadas iban<br />

recuperando la voz. El sufragismo engordaba día a día y los últimos años del<br />

siglo XIX y principios del XX fueron un continuo pensar y repensar, hacer<br />

estrategias y modificarlas sobre la marcha <strong>para</strong> un feminismo que se<br />

consolidaba y al que llegaban mujeres diversas que lo engrandecían.<br />

Señala Sánchez que Truth hacía su reivindicación apelando a criterios<br />

universalistas, esto es, no abría la puerta de la diferencia, sino la de la<br />

igualdad. Extendían la reivindicación a la raza, y más concretamente, al punto<br />

estratégico en que en ese momento histórico se entrecruzaban la raza y el<br />

género: los derechos de las mujeres negras. Reivindica su identidad no como<br />

negra, sino como mujer, como lo que no era reconocido [73] .<br />

JOHN STUART MILL: EL MARIDO DE LA FEMINISTA<br />

Quizá parezca irrespetuoso presentar así a uno de los grandes pensadores del<br />

siglo XIX. Todo lo contrario, es un homenaje a un hombre que esperó veinte<br />

años <strong>para</strong> casarse con Harriet Taylor, la mujer que amaba y junto a la que<br />

construyó una relación de amor y respeto rebosante de pasión, cariño,<br />

complicidad y confianza entre iguales. Pero no sólo eso. Harriet Taylor y<br />

John Stuart Mill pusieron las bases de la teoría política en la que creció y se<br />

movió el sufragismo.<br />

El feminismo respeta a John Stuart Mill especialmente por su libro La


sujeción de la mujer —publicado en 1869— y también por su trabajo político<br />

como diputado en la Cámara de los Comunes (el parlamento inglés). Mill no<br />

consiguió ninguna de sus iniciativas, tuvo que soportar la sorna de sus<br />

compañeros diputados e incluso en el periódico Times se escribió con ironía<br />

que Mill intentaba realizar «una gran reforma social» mediante el cambio de<br />

una simple palabra cuando éste pretendió cambiar «hombre» por «persona»<br />

en la reforma electoral que se discutía en ese momento [74] . Sin embargo,<br />

llevar la petición del voto al parlamento fue muy importante <strong>para</strong> las<br />

sufragistas y <strong>para</strong> que la cuestión llegara a la opinión pública. Como ejemplo<br />

del agradecimiento feminista a la obra de Mill y la repercusión que ésta tuvo<br />

entre las mujeres de su época, nada mejor que la carta que Elizabeth Cady<br />

Stanton, líder de las sufragistas norteamericanas, le escribió tras leer La<br />

sujeción de la mujer:<br />

Terminé el libro con una paz y una alegría que nunca antes había sentido.<br />

Se trata, en efecto, de la primera respuesta de un hombre que se muestra<br />

capaz de ver y sentir todos los sutiles matices y grados de los agravios hechos<br />

a la mujer, y el núcleo de su debilidad y degradación [75] .<br />

Pero no sólo Elizabeth Cady Stanton se deslumbró por la lectura del libro<br />

de Mill, feministas de todo el mundo se sintieron impresionadas:<br />

El ensayo de Mill, La sujeción de la mujer, publicado en 1869, fue la<br />

biblia de las feministas. Es difícil exagerar la enorme impresión que causó en<br />

la mentalidad de las mujeres cultas de todo el mundo. En el mismo año en<br />

que se publicó en Inglaterra y Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda,<br />

también apareció traducido en Francia, Alemania, Austria, Suecia y<br />

Dinamarca. En 1870 fue publicado en polaco e italiano, y también las<br />

estudiantes de San Petersburgo hablaban de él con entusiasmo. Hacia 1883, la<br />

traducción sueca dio lugar a un debate entre un grupo de mujeres de Helsinki<br />

que fundaron el movimiento femenino finlandés tan pronto como terminaron<br />

de leer el libro. Desde toda Europa llegaron testimonios impresionantes del<br />

impacto inmediato y profundo que ejerció el opúsculo de Mill; su publicación<br />

coincidió con la fundación de movimientos feministas no sólo en Finlandia,<br />

sino también en Francia y Alemania y muy posiblemente en otros países [76] .<br />

Además de respeto intelectual y político, el feminismo guarda especial<br />

cariño a Mill por su vida privada. Era un romántico que se enamoró


completamente de Harriet Taylor y juntos formaron una pareja sorprendente,<br />

provocadora <strong>para</strong> su época. John Stuart y Harriet Taylor se conocieron en el<br />

verano de 1830. Harriet tenía 23 años y John Stuart 25. Ella se había casado a<br />

los 18 con John Taylor, un hombre de negocios interesado en la política<br />

radical y al que Harriet quería y respetaba aunque no estaba —ni ella lo<br />

consideraba— a su nivel intelectual. Harriet era una mujer de grandes<br />

cualidades, inteligencia y belleza. Y lo que parece indiscutible es que<br />

deslumbró a Mill y Mill la deslumbró a ella. Cuando se conocieron, ella era<br />

madre de dos hijos y al año nacería Helen, la pequeña. Harriet era hija de un<br />

cirujano acomodado y había recibido una buena educación. En aquella época<br />

colaboraba en la revista Monthly Repository, una publicación política y<br />

radical en consonancia con su grupo de amigos y su círculo más próximo.<br />

Neus Campillo nos presenta a una Harriet que antes de conocer a Mill<br />

mostraba ser una madre feliz y buena esposa aun con distintos gustos a su<br />

marido y con ideología feminista y anticonvencional [77] .<br />

Cuando Mill conoce a Harriet, éste se encuentra en medio de una fuerte<br />

depresión. Mill era un hombre extraño con el que su padre, James Mill, había<br />

experimentado desde que era muy pequeño educándole de manera<br />

extraordinariamente precoz. De hecho, le trató y le educó como si nunca<br />

hubiese sido un niño. «No guardo memoria del momento en que empecé a<br />

aprender griego. Me han dicho que fue cuando tenía tres años» [78] .<br />

Mill llama a su propia depresión «una crisis en mi historia mental» y<br />

parece que fue provocada por la falta de interés sobre lo que hasta entonces<br />

había sido el centro de su vida, «ser un reformador del mundo». Cuando esto<br />

dejó de interesarle, se derrumbó [79] . Esa depresión, sin embargo, no le había<br />

<strong>para</strong>lizado. Mantenía una intensa actividad intelectual y completaba su<br />

formación visitando y conociendo a fondo a los pensadores más destacados<br />

de su época, buena parte de ellos, amigos de su padre. Sus males<br />

melancólicos desaparecieron cuando conoció a Harriet y juntos<br />

protagonizaron una relación apasionada que rompió todos los tópicos,<br />

componiendo una serie de libros y escritos esenciales en la historia del<br />

pensamiento. Dos personas con una enorme complicidad intelectual y<br />

personal y, además, una gran pasión que no encajaba de ninguna manera en<br />

los ideales románticos de la época en los que las mujeres sólo eran receptoras


pasivas del amor. Dos apasionados que renuncian a las relaciones sexuales<br />

por respeto al marido de Harriet y a las convenciones del momento, puesto<br />

que no existía divorcio en la Inglaterra de mediados del siglo XIX, en plena<br />

época de puritanismo victoriano. Dos personas, una mujer y un hombre, que<br />

se tratan de igual a igual en una época en la que las mujeres comenzaban la<br />

pelea por sus derechos políticos y empezaban a soñar con los derechos<br />

civiles.<br />

Aunque la época no daba <strong>para</strong> pasiones dentro de los límites de lo<br />

respetable, por la correspondencia que se conserva, ésta, aunque contenida,<br />

debió de ser arrolladora y supuso una gran crisis en el matrimonio de Harriet.<br />

Para resolverla, la pareja —parece que no sin largas discusiones— decidió<br />

se<strong>para</strong>rse durante seis meses [80] . Harriet se mudó a París y Mill también. Seis<br />

meses felices que Harriet resolvió con un acuerdo con su esposo: conservar<br />

su vida familiar con él y sus hijos y mantener también la relación de amistad<br />

con Mill [81] .<br />

Tanto su marido como Mill aceptaron la solución de Harriet. Ella<br />

evidenciaba con su propia vida, con sus sentimientos y deseos, que las<br />

normas y las leyes que la sociedad había creado <strong>para</strong> las mujeres eran sólo<br />

diques de contención ante su libertad. Esas mismas mujeres no se parecían a<br />

la caricatura que la sociedad les había dibujado sobre lo que debía de ser una<br />

mujer. A Harriet, culta e inteligente, no le bastaba con tener un marido, una<br />

casa y unos hijos, quería una vida propia y buscó la rendija del dique <strong>para</strong><br />

conseguirla.<br />

La situación era extraña y se convirtió en objeto de murmuraciones de<br />

todo tipo que ni Harriet ni Mill dejaron que enturbiaran su especial amistad.<br />

La desaprobación fue general, pero ellos prefirieron romper con las<br />

actividades sociales e incluso con los amigos que criticaban sus vidas antes<br />

que con su relación.<br />

Mill fue, además, un hombre consecuente. Lejos de aprovecharse de las<br />

leyes del momento que le regalaban toneladas de privilegios por ser varón,<br />

reniega de ellas. Así, el 6 de marzo de 1851, después de veinte años de<br />

amistad, Harriet Taylor y John Stuart Mill van a casarse. Con ese motivo él<br />

escribió la siguiente declaración:<br />

Estando a punto —si tengo la dicha de obtener su consentimiento—, de


entrar en relación de matrimonio con la única mujer con la que, de las que he<br />

conocido, podría haber yo entrado en ese estado; y siendo todo el carácter de<br />

la relación matrimonial tal y como la ley establece, algo que tanto ella como<br />

yo conscientemente desaprobamos, entre otras razones porque la ley confiere<br />

sobre una de las partes contratantes poder legal y control sobre la persona, la<br />

propiedad y la libertad de acción de la otra parte, sin tener en cuenta los<br />

deseos y la voluntad de ésta, yo, careciendo de los medios <strong>para</strong> despojarme<br />

legalmente a mí mismo de esos poderes odiosos, siento que es mi deber hacer<br />

que conste mi protesta formal contra la actual ley del matrimonio en lo<br />

concerniente al conferimiento de dichos poderes; y prometo solemnemente<br />

no hacer nunca uso de ellos en ningún caso o bajo ninguna circunstancia. Y<br />

en la eventualidad de que llegara a realizarse el matrimonio entre Mrs. Taylor<br />

y yo, declaro que es mi voluntad e intención, así como la condición del<br />

enlace entre nosotros, el que ella retenga en todo aspecto la misma absoluta<br />

libertad de acción y la libertad de disponer de sí misma y de todo lo que<br />

pertenece o pueda pertenecer en algún momento a ella, como si tal<br />

matrimonio no hubiera tenido lugar. Y de manera absoluta renuncio y<br />

repudio toda pretensión de haber adquirido cualesquiera derechos por virtud<br />

de dicho matrimonio [82] .<br />

De esa unión extraordinaria quedó una obra extraordinaria. En 1832<br />

publican Los ensayos sobre el matrimonio y el divorcio. En ellos indagan en<br />

una nueva manera de entender y vivir las relaciones de pareja que no<br />

supongan la esclavitud de la mujer, sino un contrato entre iguales. Como<br />

queda reflejado en la carta previa a su propio matrimonio, fueron<br />

consecuentes en su vida con las ideas que quedaron reflejadas en los ensayos.<br />

Su matrimonio se produjo dos años después de la muerte de John Taylor,<br />

el marido de Harriet. Éste murió por un cáncer y Harriet le cuidó hasta el<br />

final. En la correspondencia quedó reflejado el respeto —mutuo—, con el<br />

que Harriet Taylor también había conseguido vivir ese primer matrimonio.<br />

Harriet falleció en noviembre de 1858. A partir de la muerte de su esposa,<br />

fue su hija, Helen, a quien Mill consideraba también hija suya, la que le<br />

ayudó en su trabajo intelectual. Helen era digna heredera de su madre en<br />

ideas sociales y políticas y especialmente respecto a los derechos de las<br />

mujeres.


Mill, respetuoso en cuanto a las aportaciones que tanto Harriet como<br />

Helen hacían a su obra, se encargó de reseñar ese trabajo en su autobiografía<br />

e incluso en las introducciones de los propios textos. La sujeción de la mujer<br />

fue escrito en 1861, pero Mill lo publicó en 1869. En su autobiografía explica<br />

sobre este libro:<br />

Fue escrito por sugerencia de mi hija <strong>para</strong> dejar constancia de las que eran<br />

mis opiniones sobre esta gran cuestión, expresadas de la manera más<br />

completa y conclusiva de que fuese capaz. […] Tal y como fue hecho público<br />

en última instancia, contiene importantes ideas de mi hija y pasajes de sus<br />

propios escritos que enriquecen la obra. Pero lo que en el libro está<br />

compuesto por mí y contiene los pasajes más eficaces y profundos pertenece<br />

a mi esposa y proviene del repertorio de ideas que nos era común a los dos y<br />

que fue el resultado de nuestras innumerables conversaciones y discusiones<br />

sobre un asunto que tanto ocupó nuestra atención [83] .<br />

La trascendencia de La sujeción de la mujer fue excepcional. Se convirtió<br />

en el libro de referencia, algo así como la música de fondo de todo el<br />

sufragismo. Su tesis principal, que Mill desarrollará no sólo con argumentos<br />

racionales, sino también apelando a la emoción —pues, como él mismo<br />

explica, los prejuicios son difícilmente desmontables desde la lógica—, es la<br />

afirmación nítida de las mujeres como individuos libres.<br />

Para los Mill, el matrimonio, tal como estaba regulado, era una forma de<br />

prostitución —«acto de entregar su persona por pan»— y defienden el<br />

cambio de la ley de matrimonio, el divorcio y la necesidad de que las mujeres<br />

recibieran una educación que permitiera su independencia económica y que<br />

sólo por amor decidieran la relación con un hombre.<br />

El único punto sobre el que discrepan es sobre el derecho de las mujeres<br />

al trabajo. Para Mill no era deseable cargar el mercado laboral con un número<br />

doble de competidores. Esta controvertida afirmación de Mill fue muy<br />

discutida por Harriet Taylor. Para ella, las mujeres no deberían sufrir ningún<br />

límite en sus actividades. Harriet defiende que, si hubiera igualdad, no harían<br />

falta leyes sobre el matrimonio puesto que las mujeres se formarían <strong>para</strong><br />

trabajar en lo que gustasen [84] .<br />

Frente al argumento que se esgrimía en aquella época, a saber, que con la<br />

entrada de las mujeres en el mercado laboral bajarían los salarios, Harriet


defiende que aunque así fuera y la pareja ganara menos que lo que podría<br />

ganar sólo el hombre, aún así, se produciría un cambio notable en el<br />

matrimonio: la mujer pasaría de sirvienta a socia. Para Harriet Taylor, la<br />

desigualdad de las mujeres es un prejuicio debido a la costumbre y mantenido<br />

por la ley del más fuerte —en sintonía con lo ya explicado por Poulain de la<br />

Barre y Mary Wollstonecraft—, pero Harriet añadía que, además, el sexo y el<br />

ámbito emocional hacen que la dominación del hombre sobre la mujer sea<br />

distinta a todas las demás [85] .<br />

Quizá sea el desarrollo de esta idea en La sujeción de la mujer lo que<br />

proporciona la novedad y el punto de vista original a esta obra, «los sutiles<br />

matices» de los que le habla Elizabeth Cady Stanton a John Stuart Mill en su<br />

carta. Así, además de subrayar la dificultad que tiene acabar con esta<br />

desigualdad por la relación íntima y sentimental que se da entre hombres y<br />

mujeres, Mill señala que el caso de las mujeres es diferente al de cualquier<br />

otra clase sometida, lo que hace muy difícil una rebelión colectiva de éstas<br />

contra los varones. La peculiaridad, según Mill, consiste en que sus amos no<br />

quieren sólo sus servicios o su obediencia, quieren además sus sentimientos:<br />

«no una esclava forzada, sino voluntaria». Para lograr este objetivo han<br />

encaminado toda la fuerza de la educación a esclavizar su espíritu:<br />

Así, todas las mujeres son educadas desde su niñez en la creencia de que<br />

el ideal de su carácter es absolutamente opuesto al del hombre: se les enseña<br />

a no tener iniciativa y a no conducirse según su voluntad consciente, sino a<br />

someterse y a consentir en la voluntad de los demás. Todos los principios del<br />

buen comportamiento les dicen que el deber de la mujer es vivir <strong>para</strong> los<br />

demás; y el sentimentalismo corriente, que su naturaleza así lo requiere: debe<br />

negarse completamente a sí misma y no vivir más que <strong>para</strong> sus afectos [86] .<br />

Para los Mill, los seres humanos son libres e iguales. Desde ese punto de<br />

vista su trabajo se esfuerza en criticar y desarticular todas las formas de<br />

dominio de las mujeres por parte de los hombres.<br />

APARECEN MÁS MUJERES RARAS: LAS OBRERAS<br />

Harriet Taylor y John Stuart Mill recogieron la herencia del feminismo de la


primera ola, pero las voces de Mary Wollstonecraft, Olimpia de Gouges o<br />

Condorcet también provocaron una tremenda reacción. No fueron sólo la<br />

guillotina, el exilio y el Código napoleónico. Para acallar las demandas de<br />

libertad de las mujeres se construyó «el monumental edificio de la misoginia<br />

romántica», en palabras de Amelia Valcárcel [87] . Para levantarlo, las<br />

principales cabezas del siglo XIX teorizaron sobre porqué las mujeres debían<br />

estar excluidas. Así que a todo lo dicho por Rousseau, se sumaron las teorías<br />

de Hegel, Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche… que además influyeron en<br />

todos los campos del saber que <strong>para</strong>dójicamente estaban comenzando una<br />

nueva época bajo la guía de la «razón».<br />

Tanto se habían empeñado en construir en sus teorías —y probablemente<br />

en sus deseos— princesas domésticas, débiles, obedientes, pasivas y mujeresmadre<br />

que cuando las obreras comenzaron a reivindicar sus derechos, igual<br />

que ocurrió con las mujeres negras, que habían sido esclavas y trabajado y<br />

vivido como tales, no se sabía muy bien qué hacer con ellas.<br />

Como señala Cristina Sánchez, las trabajadoras representaban una<br />

anomalía que no se sabía cómo tratar. Son un problema puesto que<br />

compatibilizan la feminidad y el trabajo asalariado y participan tanto en la<br />

reproducción y el ámbito privado como en la producción industrial, es decir,<br />

en el ámbito público. Con ellas nacen nuevos interrogantes: ¿Podía ser<br />

compatible el trabajo asalariado con las mujeres? ¿Había que poner límites?<br />

¿Qué tipo de trabajador era una mujer? ¿Debía obtener el mismo salario que<br />

un hombre? A todas estas preguntas tendrían que darle respuesta tanto los<br />

misóginos, como los legisladores, como las propias feministas [88] .<br />

FLORA TRISTÁN: REPORTERA DE LA MISERIA<br />

Una de las primeras en responder a esas cuestiones fue Flora Tristán. «Todas<br />

las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se<br />

ha hecho de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer» [89] . Así<br />

de rotunda hablaba y escribía esta francesa, autodidacta y de orígenes<br />

peruanos. Aunque tradicionalmente a Flora Tristán se la ha enmarcado en el<br />

primer socialismo, el socialismo utópico, es una mujer de transición entre el


feminismo ilustrado y el feminismo de clase [90] . Flora Tristán, precursora y<br />

avanzadilla de las nuevas feministas, las feministas socialistas, explica su<br />

situación de conflicto:<br />

Tengo casi al mundo entero en contra mía. A los hombres porque exijo la<br />

emancipación de la mujer; a los propietarios, porque exijo la emancipación de<br />

los asalariados [91] .<br />

Tristán era hija de una parisina y de un noble peruano. El matrimonio de<br />

sus padres, celebrado en Bilbao, no tenía validez legal en Francia y éstos<br />

nunca se preocuparon por regu-larizarlo. Así, la muerte repentina del padre<br />

dejó a la familia en la ruina y a Flora como hija ilegítima. La gran herencia<br />

correspondió a Pío, hermano de Mariano Tristán, que vivía en Arequipa,<br />

Perú. Flora tenía diecisiete años cuando entró a trabajar como iluminadora en<br />

el taller de André Chazal. Un año después, su madre la obliga a casarse con el<br />

patrón movida por la penuria económica en la que vivían. «Mi madre me<br />

obligó a casarme con un hombre al que yo no podía ni amar ni apreciar. A esa<br />

unión debo todos mis males; pero como después mi madre no dejó de<br />

manifestarme su más vivo pesar, la perdoné» [92] .<br />

Las consecuencias de ese matrimonio <strong>para</strong> Flora fueron tremendas<br />

durante toda su vida. Sufrió agresiones de su marido, tanto en forma de<br />

maltratos psíquicos como físicos y sexuales. En la Francia de aquella época el<br />

divorcio no era legal así que Flora se se<strong>para</strong> —se esconde—, de su marido y<br />

trabaja como doncella, dama de compañía, traductora, niñera… desde 1826<br />

hasta 1831. Sólo su hija Aline —la que sería madre del pintor Paul Gauguin<br />

—, viajará con Flora en algunas ocasiones puesto que Alexandre, el mayor,<br />

muere cuando tenía ocho años y su marido, apoyado por la justicia, consigue<br />

la custodia del otro hijo varón, Ernest [93] .<br />

Nada amilanó a Flora Tristán. Ni siquiera la brutalidad de Chazal que<br />

llegó al extremo de intentar violar a su propia hija y de atentar contra la vida<br />

de Flora, atacándola con la intención de asesinarla en plena calle. En sus<br />

cuarenta y un años de vida, Flora Tristán pasó veinte meses en un viaje a<br />

Perú y cuatro estancias en Gran Bretaña, desde donde viajó también a Italia y<br />

a Suiza. Sus recorridos por Perú y Gran Bretaña le proporcionan el material<br />

<strong>para</strong> dos de sus obras más importantes, Peregrinaciones de una paria (1838)<br />

y Paseos en Londres (1840). En el prefacio de Peregrinaciones de una paria,


Flora explica parte de su vida:<br />

Tenía veinte años cuando me separé de mi marido. […] Hacía seis años,<br />

en 1833, que duraba esta se<strong>para</strong>ción. Supe durante esos seis años de<br />

aislamiento todo lo que está condenada a sufrir la mujer que se se<strong>para</strong> de su<br />

marido por medio de una sociedad que, por la más aberrante de las<br />

contradicciones, ha conservado viejos prejuicios contra las mujeres en esta<br />

situación. […] Al se<strong>para</strong>rme volví a tomar el nombre de mi padre. Bien<br />

acogida en todas partes como viuda o como soltera, siempre era rechazada<br />

cuando la verdad llegaba a ser descubierta. Joven, atrac-tiva y gozando en<br />

apariencia de una sombra de independencia, eran causas suficientes <strong>para</strong><br />

envenenar las conversaciones y <strong>para</strong> que me repudiase una sociedad que<br />

soporta el peso de las cadenas que se ha forjado, y que no perdona a ninguno<br />

de sus miembros que trata de liberarse de ellas.<br />

La actividad política de Flora Tristán y su compromiso con los<br />

movimientos obrero y feminista propician su obra Unión Obrera (1843). Fue<br />

Flora Tristán una de las primeras reporteras de la miseria: denunció y abogó<br />

por la abolición de la esclavitud en los continentes africano y americano y<br />

denunció la situación de los colectivos sociales pobres británicos, en pleno<br />

desarrollo del incipiente capitalismo, asegurando que era peor, por<br />

infrahumano, al sistema esclavista. Flora supo mirar y denunciar todas las<br />

formas de explotación, de exclusión, de sumisión y de miseria, y en sus<br />

trabajos habla de las prisiones, los prostíbulos, los asilos [94] …<br />

Flora, como sus antecesoras en el feminismo, une vida, obra y denuncia.<br />

En su novela Méphis expresa que todo cuanto ahoga a la mujer o la reduce a<br />

sacrificarse es condenable y critica el corsé como artilugio que convierte a la<br />

mujer en «una muñequita». Flora pone en práctica sus teorías y no lleva<br />

corsé, adelantándose una vez más a su época, pues hasta 1912 no<br />

desaparecerá en un desfile de modas esta prenda que «mejoraba la figura<br />

femenina» eso sí, a costa de dificultar la respiración [95] .<br />

En Unión Obrera, Flora propone ideas <strong>para</strong> mejorar «la situación de<br />

miseria e ignorancia de los trabajadores»: la unión universal de los obreros y<br />

las obreras —de hecho, se la considera precursora del internacionalismo— o<br />

la construcción de edificios que ella llama «Palacios de la Unión Obrera» que<br />

casi parecen un embrión del estado del bienestar: «En ellos se educaría a los


niños de ambos sexos, desde los 6 a los 18 años, y se acogería a los obreros<br />

lisiados o heridos y a los ancianos…» [96] . Flora Tristán habla y escribe en<br />

masculino y en femenino —«a los obreros y a las obreras»— y en Unión<br />

Obrera lo explica en su capítulo titulado «Por qué menciono a las mujeres».<br />

En él describe la horrible situación en la que vivían las trabajadoras —aporta<br />

información de primera mano, la Flora reportera aparece a lo largo de todo el<br />

capítulo—, y asegura que si no se educa a las mujeres es porque<br />

económicamente es muy rentable <strong>para</strong> la sociedad:<br />

En lugar de enviarla a la escuela, se la guardará en casa con preferencia<br />

sobre sus hermanos, porque se le saca mejor partido en las tareas de la casa,<br />

ya sea <strong>para</strong> acunar a los niños, hacer recados, cuidar la comida, etc. A los<br />

doce años se la coloca de aprendiza: allí continuará siendo explotada por la<br />

patrona y a menudo también maltratada como cuando estaba en casa de sus<br />

padres [97] .<br />

Flora Tristán defiende que «en la vida de los obreros la mujer lo es<br />

todo» [98] y por eso les insta a que hagan suya la lucha por la igualdad:<br />

A vosotros obreros, que sois las víctimas de la desigualdad de hecho y de<br />

la injusticia, a vosotros os toca establecer, al fin, sobre la tierra el reino de la<br />

justicia y de la igualdad absoluta entre el hombre y la mujer [99] .<br />

FEMINISMO Y MARXISMO: UN MATRIMONIO MAL<br />

AVENIDO<br />

Hay socialistas que se oponen a la emancipación de la mujer con la misma<br />

obstinación que los capitalistas al socialismo. Todo socialista reconoce la<br />

dependencia del trabajador con respecto al capitalista […] pero ese mismo<br />

socialista frecuentemente no reconoce la dependencia de las mujeres con<br />

respecto a los hombres porque esta cuestión atañe a su propio yo [100] .<br />

Son palabras de August Bebel, el hombre que procuró desarrollar las tesis<br />

marxistas sobre la «cuestión femenina». Con el socialismo se inaugura una<br />

nueva corriente de pensamiento dentro del feminismo. Y a mediados del<br />

siglo XIX comenzó a imponerse en el movimiento obrero el socialismo de<br />

inspiración marxista. La atracción inicial entre marxismo y feminismo fue


mutua. Ambas son teorías críticas, que contemplan la realidad con disgusto y<br />

que todo lo que tocan, lo politizan. Por ejemplo, cuando el marxismo habla<br />

de clase social o plusvalía está politizando la realidad y poniendo las bases<br />

del sindicalismo internacional. El feminismo igual: cuando habla de acoso<br />

sexual o feminización de la pobreza está haciendo política.<br />

El feminismo, en cuanto nace el marxismo, establece relación con él<br />

porque es la primera teoría crítica de la historia que contempla las relaciones<br />

humanas en clave de dominación y subordinación, lo mismo que el<br />

feminismo… con una diferencia. El marxismo no tiene ninguna capacidad<br />

explicativa <strong>para</strong> analizar otro sistema de dominación: el patriarcado, la<br />

dominación de los hombres sobre las mujeres. De ahí que se sientan<br />

próximos y, al mismo tiempo, polemicen constantemente [101] .<br />

Así, tanto Marx como Engels describen la opresión de la mujer como una<br />

explotación económica. A Marx, la emancipación de las mujeres no le lleva<br />

ni tiempo ni espacio en su obra y, cuando lo trata, tan sólo es un apéndice de<br />

la emancipación del proletariado. Engels sí lo intentó y fruto de sus esfuerzos<br />

es la obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. En ella,<br />

Engels señaló que el origen de la sujeción de las mujeres no estaría en causas<br />

biológicas, la capacidad reproductora o la constitución física, sino sociales.<br />

En concreto, en la aparición de la propiedad privada y la exclusión de las<br />

mujeres de la esfera de la producción social. Según este análisis, la<br />

emancipación de las mujeres irá ligada a su independencia económica [102] .<br />

Bebel estimuló más que Marx y Engels la igualdad de derechos y el<br />

sufragio femenino aunque no llegó a dar el paso definitivo sobre la libertad<br />

de las mujeres. Aseguraba que en la futura sociedad socialista, las mujeres<br />

realizarían tareas adaptadas a sus capacidades, pero insistía mucho en que<br />

serían distintas de las de los hombres. Y es que Bebel tampoco se distanciaba<br />

demasiado de la idea aceptada socialmente sobre lo que eran y debían ser las<br />

mujeres y defendía que éstas estaban adaptadas por naturaleza a la<br />

maternidad y la crianza de los hijos y que, de hecho, las mujeres eran<br />

impulsivas y emocional y físicamente no eran aptas <strong>para</strong> el trabajo manual<br />

pesado, que destruía su «feminidad» [103] .<br />

Así que quien realmente puso las bases <strong>para</strong> un movimiento socialista<br />

femenino fue la alemana Clara Zetkin (1854-1933) quien dirigió la revista


femenina Igualdad y organizó una Conferencia Internacional de Mujeres en<br />

1907 que se mantiene viva hasta hoy —aunque en 1978 cambió el nombre<br />

por el de Internacional Socialista de Mujeres—. En aquella primera<br />

conferencia liderada por Zetkin se reunieron 58 delegadas de países europeos<br />

pero también de otras regiones del mundo como India o Japón.<br />

Zetkin fue una activa militante comunista que tuvo mucha más<br />

importancia en la práctica que en la teoría feminista. Escribió sobre todo<br />

conferencias y panfletos, ya que su intención era persuadir a las masas, hacer<br />

una tarea de educación y proselitismo [104] .<br />

Explica Ana de Miguel que <strong>para</strong> Zetkin, los problemas de la proletaria no<br />

tenían nada que ver con sus maridos ni con los hombres de su misma clase<br />

social, los obreros. Los problemas de las mujeres proletarias sólo tenían que<br />

ver con el sistema capitalista y la explotación económica. Sin embargo, la<br />

activista socialista defiende el apoyo a las reivindicaciones del movimiento<br />

feminista burgués, especialmente el derecho al voto. Y <strong>para</strong> ella, la<br />

aportación fundamental que hace el marxismo a las mujeres es defender que<br />

éstas deben entrar en el sistema de producción. Pero, como ya admitía Bebel,<br />

esto no era ni mucho menos compartido en las filas del movimiento obrero.<br />

De hecho, Clara Zetkin tuvo problemas incluso dentro de su propio partido<br />

como demuestra una regañina de Lenin que no tiene desperdicio:<br />

Clara, aún no he acabado de enumerar la lista de vuestras fallas. Me han<br />

dicho que en las veladas de lecturas y discusión con las obreras se examinan<br />

preferentemente los problemas sexuales y del matrimonio. Como si éste fuera<br />

el objetivo de la atención principal en la educación política y en el trabajo<br />

educativo. No pude dar crédito a esto cuando llegó a mis oídos. El primer<br />

estado de la dictadura proletaria lucha contra los revolucionarios de todo el<br />

mundo… ¡Y mientras tanto comunistas activas examinan los problemas<br />

sexuales y la cuestión de las formas de matrimonio en el presente, en el<br />

pasado y en el porvenir! [105]<br />

Fue Heidi Hartmann quien describió la relación entre marxismo y<br />

feminismo como un matrimonio mal avenido [106] , pero son muchas las<br />

autoras que hablan de ello. De hecho, a pesar de la buena voluntad de Bebel,<br />

el divorcio entre sufragismo y socialismo en Europa a finales del siglo XIX<br />

era patente. Es cierto que tenían reivindicaciones comunes —educación,


mejoras en el trabajo, igualdad de salarios, derecho al sufragio—, pero las<br />

estrategias políticas eran muy distintas. Todo ello, a pesar de los esfuerzos y<br />

la sagacidad de Zetkin <strong>para</strong> integrar a las mujeres dentro del partido con la<br />

Internacional Socialista de Mujeres [107] .<br />

Quedaba claro que la «cuestión de la mujer» era más compleja que lo que<br />

los marxistas clásicos habían señalado. Sólo diciendo que la mujer estaba<br />

oprimida y que la causa de esa opresión era el sistema capitalista, como<br />

hacían Marx y Engels, ni se solucionaba nada, ni se llegaba al centro del<br />

problema y, además, las socialistas tenían dudas de fidelidad entre la<br />

ortodoxia de su partido y los intereses específicos de las mujeres [108] .<br />

Así se desarrolló un feminismo de clase, socialista y comunista, junto al<br />

feminismo de las sufragistas y en ocasiones frente a él. Cuando las feministas<br />

socialistas tratan de empujar a sus camaradas a llevar sus promesas a la<br />

práctica, entonces sufren las ambivalencias y los conflictos. En ciertos<br />

momentos, incluso, las mujeres socialistas no se atreven a insistir demasiado<br />

en sus objetivos feministas por temor a perjudicar la causa socialista. Las<br />

mujeres continuaban siendo «la causa aplazada». Ahora, también por los<br />

marxistas <strong>para</strong> quienes lo importante era la revolución del proletariado y no la<br />

de las mujeres. Daban por hecho que, conseguida la primera, conseguida la<br />

segunda. Muchas mujeres sospechaban que no sería así tras tantas traiciones<br />

acumuladas ya a esas alturas. La historia les daría la razón.<br />

ALEJANDRA KOLLONTAI: LA MUJER NUEVA<br />

Fue Alejandra Kollontai quien dio un paso más allá dentro del marxismo y<br />

sus ideas se acercaron mucho a lo que sería el feminismo radical de los años<br />

setenta.<br />

Aunque mi corazón no aguante la pena de perder el amor de Kollontai,<br />

tengo otras tareas en la vida más importantes que la felicidad familiar. Quiero<br />

luchar por la liberación de la clase obrera, por los derechos de las mujeres,<br />

por el pueblo ruso [109] .<br />

Es la carta que Alejandra Kollontai le escribe a su amiga Zoia desde el<br />

tren que la aleja de su noble y rica familia rusa, de su marido —su primo,


ingeniero joven y sin fortuna con el que se había casado por amor—, y de su<br />

hijo, rumbo a Zúrich <strong>para</strong> proseguir sus estudios marxistas en la universidad<br />

de la ciudad suiza. Kollontai había nacido en 1872 y cuando inicia ese primer<br />

viaje tiene 26 años. Ya no <strong>para</strong>ría. De vuelta a San Petersburgo ingresó en el<br />

partido socialdemócrata, en la facción menchevique, ilegal en aquellos<br />

momentos. Kollontai trabajaría como escritora y propagandista a favor de la<br />

clase obrera pero también ella comprobó el poco interés del partido por la<br />

liberación de las mujeres. Así que, como señala Ana de Miguel, asumió la<br />

doble misión que marcaría su vida: luchar contra el potente movimiento<br />

feminista de su época intentando atraer a las feministas al partido y, al mismo<br />

tiempo, contra la indiferencia de la clase obrera y sus dirigentes por la<br />

opresión específica de las mujeres [110] .<br />

Kollontai abrió en 1907 el primer Círculo de Obreras y al año siguiente<br />

tuvo que huir de Rusia. Hasta 1917 vive exiliada en Europa y Estados<br />

Unidos; cuando regresa a Rusia, forma parte del primer gobierno de Lenin<br />

como comisaria del Pueblo <strong>para</strong> la Asistencia Pública. Tres años después, se<br />

une a Oposición Obrera, mostrando así sus discrepancias con la nueva<br />

política económica de Lenin. A partir de 1922 es enviada a la delegación<br />

diplomática de Oslo. Desde entonces, no deja de recorrer embajadas. La<br />

fuerza de Kollontai era tal que a pesar de sufrir una apoplejía en 1942,<br />

durante tres años dirigió la delegación diplomática de Oslo en silla de ruedas.<br />

Kollontai murió en 1952 en Moscú, pero unos años antes llegó a ser<br />

candidata al Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos <strong>para</strong> poner fin a la<br />

guerra ruso-finlandesa.<br />

Lo más significativo de su discurso fue hacer suya la idea de Marx de que<br />

<strong>para</strong> construir un mundo mejor, además de cambiar la economía, tenía que<br />

surgir el hombre nuevo. Así, defendió el amor libre, igual salario <strong>para</strong> las<br />

mujeres, la legalización del aborto y la socialización del trabajo doméstico y<br />

del cuidado de los niños, pero, sobre todo, señaló la necesidad de cambiar la<br />

vida íntima y sexual de las mujeres. Para Kollontai, era necesaria la mujer<br />

nueva que, además de independiente económicamente, también tenía que<br />

serlo psicológica y sentimentalmente.<br />

Por estas razones, <strong>para</strong> muchas expertas como Ana de Miguel, Alejandra<br />

Kollontai fue quien articuló de forma más racional y sistemática feminismo y


marxismo. Porque Kollontai no se limitó a incluir a la mujer en la revolución<br />

socialista, sino que definió qué tipo de revolución necesitaban las mujeres.<br />

Para ella, abolir la propiedad privada y que las mujeres se incorporaran al<br />

trabajo fuera de casa no era suficiente ni mucho menos. La revolución que<br />

necesitaban las mujeres era la revolución de la vida cotidiana, de las<br />

costumbres y, sobre todo, de las relaciones entre los sexos. Rotunda, <strong>para</strong><br />

Kollontai no tiene sentido hablar de un «aplazamiento» de la liberación de la<br />

mujer, en todo caso, habría que hablar de un aplazamiento de la revolución.<br />

Con estas ideas, claro está, Kollontai tuvo muchos enfrentamientos con sus<br />

camaradas varones que negaban la necesidad de una lucha específica de las<br />

mujeres [111] . Como anécdota, en el local donde se iba a celebrar la primera<br />

asamblea de mujeres que Kollontai convocó, apareció el siguiente cartel: «La<br />

asamblea sólo <strong>para</strong> mujeres se suspende, mañana asamblea sólo <strong>para</strong><br />

hombres» [112] .<br />

EMMA GOLDMAN: MUJERES LIBRES<br />

La arrestaron tan a menudo que cada vez que hablaba en público llevaba<br />

consigo un libro <strong>para</strong> leer en la cárcel. Era Emma Goldman y su delito doble:<br />

ser anarquista y feminista, orgullosa representante de las mujeres que se<br />

autodesignaban «mujeres libres». Y eso que no fue el anarquismo un<br />

movimiento que teorizara sobre los derechos de las mujeres: incluso su<br />

máximo representante, Pierre J. Proudhom defendió posturas<br />

antiigualitaristas. Sin embargo, dentro del anarquismo fueron muchas las<br />

«mujeres libres» que como Goldman trabajaron y defendieron la igualdad.<br />

Consideraban que la libertad era el principio de todo y que las relaciones<br />

entre los sexos tenían que ser absolutamente libres. Siempre se mantuvieron<br />

en tierra de nadie. Por un lado, como estaban en contra de la autoridad y del<br />

estado, quitaban importancia a la reivindicación de las sufragistas sobre el<br />

derecho al voto, y por otro, <strong>para</strong> ellas, la propuesta comunista —que el estado<br />

regulara la procreación, la educación y el cuidado de los niños—, era una<br />

idea, cuanto menos, peligrosa [113] .<br />

Goldman había nacido en 1869 en un gueto de la Rusia zarista, murió en


1940 en Canadá y fue enterrada en Chicago. Escapó de su país hacia Estados<br />

Unidos huyendo de «la pesadilla de mi infancia» —como se refería a su<br />

padre y a los golpes que le propinaba—. También abandonó en esa huida un<br />

matrimonio que su padre le había amañado cuando tenía 15 años. A esa edad,<br />

Goldman ya llevaba dos años trabajando en una fábrica donde se había<br />

sumado al feminismo de las mujeres revolucionarias que allí conoció. En<br />

Estados Unidos encontró trabajo en otra fábrica, se volvió a casar —y<br />

divorciar al poco tiempo—, con un compañero inmigrante y comenzó a<br />

interesarse por el anarquismo. A partir de entonces, en sus discursos y<br />

escritos, Emma siempre unirá anarquismo y feminismo.<br />

El desarrollo de la mujer, su libertad, su independencia, deben surgir de<br />

ella misma y es ella quien deberá llevarlos a cabo. Primero, afirmándose<br />

como personalidad y no como una mercancía sexual. Segundo, rechazando el<br />

derecho que cualquiera pretenda ejercer sobre su cuerpo; negándose a<br />

engendrar hijos, a menos que sea ella quien los desee; negándose a ser la<br />

sierva de Dios, del estado, de la sociedad, de la familia [114] …<br />

El 28 de marzo de 1915, ante una audiencia mixta de seiscientas personas<br />

en el Sunrise Club de Nueva York, Goldman explicó, por primera vez en toda<br />

América, cómo se debía usar un anticonceptivo [115] . Relata Amparo Villar<br />

que fue arrestada de inmediato y, después de un juicio tormentoso y<br />

sensacional, se le dio a elegir entre pasar quince días en un taller<br />

penitenciario o pagar una multa de cien dólares. Eligió la cárcel y la sala<br />

entera la aplaudió. Desde los medios de comunicación se escribieron cosas<br />

como: «Emma Goldman fue enviada a prisión por sostener que las mujeres<br />

no siempre deben mantener la boca cerrada y su útero abierto».<br />

Goldman mantenía que, <strong>para</strong> las mujeres, el cambio no vendría de<br />

reformas como el derecho al voto. Para ella, lo importante era una revolución<br />

que surgiera de las propias mujeres, no tanto de la conquista del poder como<br />

de la «liberación» del peso de los prejuicios, las tradiciones y las costumbres.<br />

Su feminismo estaba mucho más próximo al de la década de los setenta que<br />

al de sus propias contemporáneas ya que su análisis sobre la condición<br />

oprimida de las mujeres se centraba en el problema sexual. Para Goldman,<br />

éste era el arma más importante que la sociedad esgrimía contra la mujer.<br />

Emma fue encarcelada durante dos años y deportada tras la Primera Guerra


Mundial por sus denuncias del conflicto bélico y dedicó el resto de su vida a<br />

combatir por el anarquismo, primero en Rusia contra los bolcheviques y<br />

después en España, durante la Guerra Civil.<br />

MORIR DE ÉXITO: EL VACÍO DE ENTREGUERRAS<br />

Las inglesas consiguieron el voto tras la Primera Guerra Mundial<br />

(1914-1917). En ese mismo año, 1917, comienza la Revolución rusa. Cuando<br />

acabó la guerra se produjo el desmoronamiento del Imperio austro-húngaro<br />

(Alemania, Austria, Checoslovaquia y Polonia), lo que trajo reformas muy<br />

progresistas, el voto femenino entre ellas. En realidad, todo el orden europeo<br />

se descalabró antes de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Cuando ésta<br />

concluyó, en la mayoría de las naciones desarrolladas y en aquéllas donde se<br />

habían dado los procesos de descolonización, el voto de las mujeres era una<br />

realidad.<br />

Pero el período de entreguerras ya está marcado por la decadencia del<br />

feminismo. Conseguidos los objetivos, derecho al voto y a la educación<br />

superior, muchas mujeres abandonaron la militancia. Otras continuaron<br />

trabajando, fundamentalmente en los problemas económicos y las reformas<br />

de las leyes de la infancia y la maternidad. Como explica Alicia Miyares, las<br />

feministas no pudieron competir con los partidos políticos en un sistema tan<br />

institucionalizado. Además, con el triunfo del bolchevismo en la revolución<br />

de Rusia y Europa Central, el «miedo rojo» se extendió entre las clases<br />

medias de muchos países y las feministas se vieron afectadas, acusadas de ser<br />

subversivas.<br />

A todo esto hay que sumarle que la natalidad estaba descendiendo desde<br />

los primeros años del siglo XX. De esa caída, en los países industrializados,<br />

se culpabilizó a la independencia cada vez mayor de las mujeres. A las<br />

feministas se las acusaba de socavar los cimientos de la nación y destruir a la<br />

familia [116] . El hecho fue que durante décadas, al feminismo se le dio por<br />

muerto. La segunda ola estaba concluyendo. Fue Simone de Beauvoir,<br />

concretamente en su libro El segundo sexo, quien puso la base teórica <strong>para</strong><br />

una nueva etapa.


SIMONE DE BEAUVOIR: «NO SE NACE MUJER, SE LLEGA A<br />

SERLO»<br />

El segundo sexo hizo feminista a la mismísima Simone de Beauvoir. Cuando<br />

la filósofa francesa publicó este libro, en 1949, ni se consideraba feminista, ni<br />

albergaba ninguna intención política ni reivindicativa con él. A esas alturas<br />

de su vida —Simone de Beauvoir tenía 41 años—, ya era una mujer conocida<br />

y reconocida tanto como filósofa como por escritora.<br />

Nacida en París en 1908, había sido una joven brillante —su padre solía<br />

decir de ella que «tenía la inteligencia de un hombre»— [117] . Esa inteligencia<br />

le hizo acabar sus estudios con precocidad y poder independizarse muy joven<br />

de su familia. Cuando Simone tenía 21 años y estaba pre<strong>para</strong>ndo sus últimos<br />

exámenes —se licenció en Filosofía en la Sorbona—, conoció a Sartre, el<br />

padre del existencialismo, que era apenas tres años mayor que ella y también<br />

estaba estudiando <strong>para</strong> el examen de fin de carrera que había suspendido el<br />

año anterior [118] . Simone y Sartre desde entonces mantendrán una relación<br />

peculiar —que le valió no pocas críticas a Simone, incluso desde algunos<br />

sectores del feminismo, que la consideraban supeditada a él—. Esa relación<br />

duró hasta la muerte del filósofo aunque nunca se casaron ni vivieron bajo el<br />

mismo techo [119] .<br />

Explica la propia Simone en su autobiografía que, hablando con mujeres<br />

que habían cumplido los 40 años, todas tenían el sentimiento de haber vivido<br />

como «seres relativos», lo que le hizo pensar en las dificultades, las trampas y<br />

los obstáculos que la mayoría de las mujeres encuentran en su camino. Así,<br />

cuando cumplió los 40 y sintió ganas de escribir sobre ella misma, antes de<br />

hacerlo, se planteó la pregunta de «¿qué ha supuesto <strong>para</strong> mí el hecho de ser<br />

mujer?». Al principio, se respondió que nada: «Nunca había tenido<br />

sentimientos de inferioridad por ser mujer. […] La feminidad nunca había<br />

sido una carga <strong>para</strong> mí». Simone reconoce que al hablarlo con Sartre, éste le<br />

indicó que no había sido educada como un hombre, lo que le hizo volver a<br />

plantearse la cuestión [120] .<br />

De ese «replanteamiento» nace El segundo sexo, un libro que consta de<br />

dos tomos —el primero titulado «Los hechos y los mitos» y el segundo «La


experiencia vivida»—, y que constituye uno de los textos clásicos del<br />

feminismo. Aún más. Para Celia Amorós, buena parte del feminismo de la<br />

segunda mitad del siglo XX, o todo, puede ser considerado comentarios o<br />

notas a pie de página de El segundo sexo y <strong>para</strong> Teresa López Pardina este<br />

famoso ensayo marca un hito en la historia de la teoría feminista. No sólo<br />

porque vuelve a poner en pie el feminismo después de la Segunda Guerra<br />

Mundial, sino porque es el estudio más completo de cuantos se han escrito<br />

sobre la condición de la mujer [121] .<br />

Efectivamente, cuando Simone de Beauvoir escribe El segundo sexo el<br />

feminismo estaba desarticulado, parecía que no tenía ya razón de ser, una vez<br />

conseguidos los objetivos del sufragismo. Explica Amelia Valcárcel que por<br />

eso nunca se sabe dónde colocar esta obra, si como colofón del sufragismo o<br />

como pionera de la tercera ola del feminismo. Quizás ahí reside su éxito.<br />

Simone de Beauvoir no escribe <strong>para</strong> un público militante, su libro no es una<br />

obra de consignas, sino «un trabajo explicativo sin pausas» [122] . Simone<br />

comparte con las sufragistas una gran paciencia, pero lejos de reivindicar,<br />

como había hecho el feminismo hasta entonces, la filósofa explica y…<br />

convence. Aunque no inmediatamente. El ensayo no fue demasiado<br />

reconocido en Francia hasta que, traducido al inglés, las feministas<br />

norteamericanas se entusiasmaron con él. En poco tiempo se vendieron dos<br />

millones de ejemplares y se tradujo a otros dieciséis idiomas. Convenció<br />

hasta a la propia Beauvoir, que cuando escribió el libro hablaba de las<br />

mujeres como «ellas» pero que en los años siguientes, según fue recibiendo<br />

cartas de lectoras de todo el mundo dándole las gracias y contándole sus<br />

experiencias, cambió de idea [123] . Así fue cómo El segundo sexo hizo<br />

feminista a su propia autora.<br />

Pero ¿qué dice El segundo sexo? En este libro se recoge buena parte de<br />

los temas que el feminismo trabajará desde entonces y hasta la actualidad.<br />

Simone expone la teoría de que la mujer siempre ha sido considerada la otra<br />

con relación al hombre sin que ello suponga una reciprocidad, como ocurre<br />

en el resto de los casos. Por ejemplo, si <strong>para</strong> un pueblo los otros son los<br />

«extranjeros», <strong>para</strong> esos «extranjeros», los otros serán quienes les llaman así.<br />

Es decir, el sentimiento de los otros es recíproco. Con la mujer no ocurre eso.<br />

El hombre en ningún caso es el otro. Todo lo contrario, el hombre es el


centro del mundo, es la medida y la autoridad —esta idea será la que el<br />

feminismo posterior llame androcentrismo: el varón como medida de todas<br />

las cosas—. Beauvoir utiliza la categoría de otra <strong>para</strong> describir cuál es la<br />

posición de la mujer en un mundo masculino porque es un mundo donde son<br />

los hombres los detentadores del poder y los creadores de la cultura. Esa<br />

categoría es universal puesto que está en todas las culturas. Las mujeres son<br />

consideradas otras por los varones sin connotación de reciprocidad [124] . El<br />

segundo sexo ve el mundo dominado por los varones como generador de<br />

mala fe, donde las libertades —las de las mujeres al menos— no tienen su<br />

oportunidad [125] .<br />

Simone de Beauvoir llega a la conclusión de que la mujer ha de ser<br />

ratificada por el varón a cada momento, el varón es lo esencial y la mujer<br />

siempre está en relación de asimetría con él [126] . Y desarrolla el concepto de<br />

la heterodesignación ya que considera que las mujeres comparten una<br />

situación común: los varones les imponen que no asuman su existencia como<br />

sujetos, sino que se identifiquen con la proyección que en ellas hacen de sus<br />

deseos [127] . Pero la filósofa no se queda ahí. Todo el primer volumen del<br />

ensayo es una investigación sobre estos conceptos. Y con ella, también<br />

inaugura una forma de trabajar que será característica del feminismo de la<br />

tercera ola, el carácter interdisciplinar del mismo. El feminismo posterior ya<br />

no se dedicará sólo a la reivindicación sino que indagará en todas las ciencias<br />

y disciplinas de la cultura y el conocimiento como hizo Simone de Beauvoir.<br />

Para llegar a las conclusiones del primer volumen, la filósofa estudia las<br />

ciencias naturales y humanas: biología, psicología, materialismo histórico…,<br />

y luego hace un recorrido por la historia de Occidente y por los mitos de la<br />

cultura. Su conclusión es que no hay nada biológico ni natural que explique<br />

esa subordinación de las mujeres, lo que ha ocurrido es que la cultura —<br />

desde la Edad del Bronce— dio más valor a quien arriesgaba la vida —que es<br />

lo que hacían los hombres en las guerras y conquistas de nuevos territorios—<br />

que a quienes la daban —que es lo que hacían las mujeres con su poder de<br />

concebir [128] .<br />

Después de este trabajo de análisis e investigación del primer volumen, el<br />

segundo se inicia con la famosa frase «No se nace mujer, se llega a serlo».<br />

Porque <strong>para</strong> la filósofa «se trata de saber lo que la humanidad ha hecho con la


hembra humana» [129] . Ésta es la base sobre la que el feminismo posterior<br />

construirá la teoría del género. Desde Poulain de la Barre hasta<br />

Wollstonecraft o Harriet Taylor ya habían hecho hincapié en que no hay nada<br />

biológico que justifique la discriminación de las mujeres y que una cosa era<br />

el sexo —diferencias biológicas— y otra lo que la cultura decía que tenían<br />

que ser y cómo comportarse un hombre y una mujer. Ninguno lo había<br />

expuesto de manera tan profunda, sencilla y resumida como lo haría<br />

Beauvoir: «No se nace mujer, se llega a serlo». La filósofa insiste en se<strong>para</strong>r<br />

naturaleza de cultura y profundiza en la idea de que el género es una<br />

construcción social —aunque ella aún no utilice la palabra género.<br />

Para Valcárcel, la excepcionalidad de Beauvoir surge de su potencia<br />

filosófica: una combinación exitosa de existencialismo, hegelianismo y<br />

filosofía de la sospecha [130] y por lo que Beauvoir pasa a la historia y será<br />

siempre digna de alabanza es precisamente por su valentía al declararse mujer<br />

sujeta a todos y los mismos lazos y cadenas que humillan a las demás [131] . En<br />

la segunda parte, La experiencia vivida, se muestra cómo viven las mujeres<br />

su papel de otras desde la infancia hasta la vejez; cómo se sienten vivir «a<br />

partir de lo que otros han hecho de ellas». Al final de Hacia la libertad, se<br />

citan las vías <strong>para</strong> alcanzar la liberación. Los primeros requisitos, según<br />

Beauvoir, son la independencia económica y la lucha colectiva. Lo<br />

fundamental, antes que ninguna otra cosa, haber sido educada <strong>para</strong> la<br />

autonomía [132] .<br />

Quizá lo más fascinante de Simone de Beauvoir tras haber escrito El<br />

segundo sexo sea su propio descubrimiento al verse como un eslabón más<br />

dentro de la larga cadena de la tradición feminista. De hecho, el primer tomo<br />

se abre con dos citas. La primera corresponde a Pitágoras: «Hay un principio<br />

bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que ha<br />

creado el caos, las tinieblas y la mujer»; y la segunda… a Poulain de la Barre:<br />

«Todo cuanto ha sido escrito por los hombres acerca de las mujeres debe<br />

considerarse sospechoso, pues ellos son juez y parte a la vez».<br />

El poso de El segundo sexo cala a lo largo de los años cincuenta y se<br />

convierte en un libro muy leído por la nueva generación feminista, la<br />

constituida por las hijas, ya universitarias, de las mujeres que obtienen<br />

después de la Segunda Guerra Mundial el voto y los derechos educativos [133] .


Hijas universitarias que serán quienes inicien la tercera ola del feminismo.


4<br />

La tercera ola<br />

Del feminismo radical al ciberfeminismo<br />

Los mismos problemas que mutan sin<br />

desaparecer.<br />

DIANA BELLESI<br />

Los Ángeles (EE.UU.), 1951. Laura Brown pre<strong>para</strong> un pastel de cumpleaños<br />

<strong>para</strong> su marido. No le está quedando muy apetecible. A punto de terminar,<br />

recibe la visita de su vecina Kitty.<br />

—Todo el mundo puede hacerlo —le dice Kitty, guapa y bien arreglada,<br />

como siempre—. ¿Por qué lo ves todo tan difícil?<br />

Laura cambia de conversación y pregunta a Kitty por su esposo, ésta le<br />

responde que está bien y añade suspirando:<br />

—Esos chicos son fenomenales.<br />

—Y que lo digas. Al volver de la guerra creo que se lo merecían, lo<br />

habían pasado tan mal… —dice Laura.<br />

—¿Qué? ¿Qué se merecían? —pregunta Kitty.<br />

—A nosotras, supongo… Y todo esto. —Mientras contesta, Laura mira a<br />

su alrededor. Sus ojos recorren una cocina amplia, moderna y soleada,<br />

equipada con todo tipo de electrodomésticos.


Laura Brown es una de las protagonistas de la película Las horas [134] . En<br />

el largometraje, tras aquella conversación en la cocina de su casa, Laura<br />

planea suicidarse, pero no se atreve. Tiene un niño pequeño, Richard, y está<br />

embarazada.<br />

Al final de la película, ese niño es un hombre enfermo que resuelve<br />

acabar con su propia vida. Laura viaja a Nueva York, donde vivía Richard,<br />

nada más enterarse de su muerte. Allí, esta vez en casa de Clarissa Vaughan,<br />

la editora de los libros de su hijo, las dos mujeres hablan:<br />

—Es natural que me sienta indigna, que me sienta como algo sin valor.<br />

Tú sobrevives y ellos no —dice Laura, como <strong>para</strong> sí misma, mirando una foto<br />

de su hijo.<br />

—¿Ha leído los poemas? —le pregunta Clarissa refiriéndose a los libros<br />

que Richard había publicado.<br />

—Sí, y también la novela. La gente dice que la novela es muy dura. Me<br />

hizo morir en la novela. Ya sé por qué lo hizo. Me dolió, no puedo decir que<br />

no me doliera, pero sé por qué lo hizo.<br />

—Usted dejó a Richard cuando era un niño —le reprocha Clarissa.<br />

—Dejé a mis dos hijos. Les abandoné. Es lo peor que puede hacer una<br />

madre. —Laura decide confiarse a Clarissa—. Hay momentos en que estás<br />

perdida y crees que lo mejor es suicidarte. Una vez fui a un hotel. Esa misma<br />

noche tracé un plan. Planeé dejar a mi familia cuando naciese mi segundo<br />

hijo y eso hice. Me levanté una mañana, hice el desayuno, fui a la <strong>para</strong>da del<br />

autobús y subí a él. Había dejado una nota. Conseguí un empleo en una<br />

biblioteca en Canadá. Quizá sería maravilloso decir que te arrepientes. Sería<br />

fácil, pero ¿tendría sentido? ¿Acaso puedes arrepentirte, cuando no hay<br />

alternativa? No pude soportarlo. Y ya está. Nadie va a perdonarme. Era la<br />

muerte. Yo elegí la vida.<br />

EL PROBLEMA QUE NO TIENE NOMBRE<br />

En ese breve diálogo, Laura Brown consigue transmitir lo que era la vida de<br />

las mujeres en Norteamérica durante los años cincuenta. El fascismo y el<br />

estallido de la Segunda Guerra Mundial redujeron de forma dramática, a


pesar de los grandes logros de las sufragistas, la presencia y el<br />

reconocimiento del movimiento de las mujeres. Prácticamente<br />

desaparecieron, el movimiento y su historia. En 1969, la capilla metodista de<br />

Seneca Falls era un puesto de gasolina señalado con un rótulo junto a la<br />

carretera [135] . Las mujeres se movilizaron masivamente durante la contienda,<br />

pero una vez la guerra terminó, se tuvieron que replegar a casa. Hitler había<br />

sido vencido, pero el discurso nazi sobre las mujeres, las célebres tres K<br />

alemanas (kinder, Kirche, Kürchen, que significan niños, iglesia, cocina,<br />

traducidas en España por las tres C: casa, calceta y cocina), se extendió<br />

prácticamente por todo el mundo.<br />

De nuevo reinaba la domesticidad obligatoria. Parece que los soldados<br />

tras la dura guerra quisieron hacer realidad el mito del reposo del guerrero y<br />

consiguieron vivir aquello con lo que soñaban durante las sangrientas<br />

batallas: casas grandes con mujeres amorosas pendientes de sus deseos y de<br />

un montón de hijos que tanto se necesitaban en todos los países después de<br />

los millones de muertos. También había que revitalizar la economía. Se echó<br />

a las mujeres de los trabajos que habían tenido, su lugar lo ocuparon los<br />

varones y se desarrollaron electrodomésticos y bienes de consumo. Consumo,<br />

mucho consumo que necesitaba a muchas mujeres dispuestas a comprar.<br />

Todas perfectas amas de casa.<br />

«Era la muerte», decía Laura Brown. Efectivamente, había un grave<br />

problema y fue Betty Friedan quien lo detectó, investigó, desentrañó y puso<br />

nombre. La tercera ola del feminismo comienza nombrando «el problema que<br />

no tiene nombre». No tenía nombre pero estaba arrastrando a miles de<br />

mujeres a una profunda insatisfacción consigo mismas y con su vida. Todo<br />

eso se traducía en problemas personales y patologías autodestructivas:<br />

ansiedad, depresión, alcoholismo… El problema que no tenía nombre hasta<br />

que Friedan se lo puso era el motivo por el que Laura Brown, embarazada,<br />

madre de un niño pequeño, casada, joven, formada, guapa, y con una casa<br />

hermosa y amplia, sin problemas económicos, abandonó todo aquello. «Era la<br />

muerte. Yo elegí la vida».<br />

LA MÍSTICA DE LA FEMINIDAD


Betty Friedan fue una joven brillante que desde niña supo lo que era ser<br />

«diferente». Nació en 1921, en Peoria (EE.UU.), en una familia judía.<br />

Cuando comenzó sus estudios universitarios escribió: «En Smith no sólo<br />

sacaba sobresalientes, sino que las demás muchachas —supongo que también<br />

habrían sufrido por ser demasiado inteligentes “<strong>para</strong> ser chicas” en sus<br />

institutos— me aceptaban. En mi pueblo yo era un ser solitario, muy a mi<br />

pesar». La muchacha «diferente» se graduó en psicología social con las<br />

mejores notas, con experiencia de liderazgo entre sus compañeras y con un<br />

premio literario universitario por sus editoriales en el periódico. Pero tras<br />

aquel extraordinario comienzo, renunció a una beca de investigación y eligió<br />

ponerse a trabajar y formar una familia.<br />

Pasó sus estrecheces, pero todo iba más o menos bien hasta que, recuerda:<br />

«En el quinto mes de embarazo, me anunciaron que me despedían del trabajo<br />

del periódico sindical. No me dieron ninguna razón. Finalmente, un<br />

compañero me explicó que no estaban dispuestos a dejar que me tomara otro<br />

permiso de maternidad, como había hecho la primera vez. Estaba furiosa. No<br />

era justo. Pero Jule, nuestro jefe de redacción me dijo: “Tuya es la culpa, por<br />

haberte quedado embarazada otra vez”. Entonces no había una expresión <strong>para</strong><br />

designar la discriminación por razón de sexo, ninguna ley <strong>para</strong> evitarla» [136] .<br />

Expulsada del mundo laboral, Betty comenzó a trabajar por libre, desde<br />

su casa: «Me embarqué en una carrera clandestina y no reconocida como<br />

escritora freelance» [137] . Betty reconoce en su autobiografía que su vida se<br />

parecía bastante a lo que había soñado… aunque comenzó a detectar algunos<br />

síntomas: «Lo que de verdad quería era ser una ama de casa feliz y realizada,<br />

afincada en un barrio residencial y muy pronto madre de tres hijos. Pero<br />

recuerdo que un domingo que salimos de excursión en familia con algún<br />

grupo de feligreses y luego, otra vez, en el aparcamiento de un supermercado,<br />

sentí un ataque de pánico repentino, inexplicable y aterrador. Aquello era<br />

peor que el asma» [138] . También, con la distancia de los años, Betty analiza<br />

su matrimonio: «Había llegado a un punto en el que dependía casi por<br />

completo de Carl [su marido] <strong>para</strong> relacionarme con otros adultos y gozar de<br />

su apoyo. Y además, tenía que escribir aquellos artículos a la fuerza, <strong>para</strong><br />

contribuir a pagar nuestros gastos. Debí mostrarme menos indulgente con los<br />

negocios de Carl —pues teníamos un montón de pagos pendientes— y


también con que no viniera a casa a cenar. Creo recordar una impresión de<br />

horror, de miedo indecible; me sentía aturdida, hasta que una noche me pegó.<br />

Y después lloró, aquella primera vez» [139] .<br />

Betty Friedan era el prototipo de la mujer norteamericana de su época, la<br />

década de los cincuenta. Pero una serie de circunstancias la empujaron a<br />

profundizar tanto en sus sensaciones como en el mundo que la rodeaba. Así,<br />

ante una reunión de antiguas alumnas de la universidad, los organizadores<br />

pidieron a Betty que realizara un cuestionario. Era 1957. A partir de ahí, una<br />

serie de cabreos consecutivos llevaron a la publicación de su primer libro.<br />

Betty aceptó realizar el cuestionario por varias razones: por un lado, se sentía<br />

culpable de no haber hecho las grandes cosas que todo el mundo esperaba de<br />

ella tras su brillante expediente académico. Al final, su currículum decía:<br />

renunció a una beca en psicología, fue expulsada de su trabajo por estar<br />

embarazada y se dedica a escribir artículos superficiales <strong>para</strong> revistas<br />

femeninas. Pero además, hacía escasas semanas que había leído un libro<br />

recién publicado y que había suscitado amplio debate, Modern Women. The<br />

Lost Sex, de Marynia Farnham y Ferdinand Lundberg. Estos dos<br />

psicoanalistas freudianos sostenían la siguiente tesis con respecto a las<br />

mujeres norteamericanas: «Éstas tenían un nivel educativo demasiado alto, lo<br />

que les impedía adaptarse a su rol como mujeres» [140] . Poco más o menos<br />

decían que de aquellos barrios residenciales ideales, en los que entre nueve de<br />

la mañana y cinco de la tarde no se movía nada que midiera más de un metro<br />

de alto, empezaba a surgir un rumor de desasosiego, de descontento y de ira.<br />

Si las amas de casa estadounidenses de los barrios residenciales no se sentían<br />

«felices» cuidando de sus hijos y utilizando los electrodomésticos con los que<br />

soñaban otras mujeres, el problema debía de residir en su educación.<br />

«Aquello me puso furiosa», recuerda Friedan: «Por supuesto, había<br />

aceptado sin cuestionarlo todo aquel rollo freudiano sobre el papel de las<br />

mujeres. Al fin y al cabo ¿acaso no había renunciado también yo a mi carrera<br />

<strong>para</strong> realizarme como esposa y madre? Pero la idea de que educar a las<br />

mujeres tenía consecuencias negativas <strong>para</strong> ellas mismas y sus familias<br />

sobrepasaba los límites» [141] . Betty decidió entonces hacer el cuestionario y<br />

luego aprovecharlo <strong>para</strong> escribir un reportaje, oponiéndose a las tesis de<br />

aquel libro y demostrar que la educación no era la causa de la frustración de


las mujeres. Pero una vez realizado, las respuestas que le enviaron doscientas<br />

mujeres suscitaban aún más preguntas que las que ella les había hecho: «Las<br />

mujeres que aparentemente valoraban más su educación, que se mostraban<br />

más alegres y positivas con respecto a su vida, eran las que no encajaban<br />

exactamente en el “rol de las mujeres”, en el sentido en que se definía<br />

entonces —esposa, madre, ama de casa, entregada a su marido, a sus hijos, al<br />

hogar—. Las que manifestaban dedicarse únicamente a ello estaban<br />

deprimidas o totalmente frustradas. Tal vez el problema que impedía que las<br />

mujeres estadounidenses “se adaptaran a su rol como mujeres” no fuera la<br />

educación, sino aquella obtusa definición del “rol” de las mujeres. El<br />

“problema femenino”, como se le llamaba entonces. Las mujeres acudían al<br />

médico aquejadas de enfermedades extrañas, sin diagnóstico; y los<br />

facultativos no daban con el motivo o el remedio de su “síndrome de fatiga<br />

crónica”» [142] .<br />

Betty decidió entonces escribir el artículo y con él llegó el segundo gran<br />

cabreo. Por primera vez en su vida de freelance, ninguna revista quiso<br />

publicárselo. A grandes males, grandes remedios: si nadie quería publicar su<br />

reportaje, escribiría un libro. El contenido quedó definido una mañana de<br />

abril de 1959, cuando Betty escuchó a una madre de cuatro hijos, que estaba<br />

tomando café con otras madres, en tono de resignada desesperación: «Es el<br />

problema. Soy la esposa de Jim y la mamá de Janey, especialista en poner<br />

pañales y monos de nieve, en servir comidas, en hacer de chófer. ¿Pero yo<br />

quién soy como persona? Es como si el mundo siguiera adelante sin mí». Así<br />

fue como Friedan identificó lo que más tarde llamaría «el problema que no<br />

tiene nombre» [143] .<br />

Según Betty Friedan, en aquella época se achacaba a las mujeres la<br />

responsabilidad de todo tipo de «problemas»: que los niños se hicieran pis en<br />

la cama, que sus maridos tuvieran úlcera, que el fregadero no reluciera, que<br />

las camisas no estuvieran bien planchadas, incluso que ellas no tuvieran<br />

orgasmos. «Si una mujer tenía un problema en las décadas de 1950 y 1960<br />

sabía que algo debía de ir mal en su matrimonio, o que algo le pasaba a ella.<br />

¿Qué clase de mujer era si no se sentía misteriosamente realizada sacando<br />

brillo al suelo de la cocina?».<br />

Friedan se planteó escribir el libro en un año, pero tardó cinco. Ella


misma estaba inmersa en la mística de la feminidad. Y le costó muy caro<br />

salir. En su autobiografía, Betty cuenta que sufrió malos tratos psíquicos y<br />

físicos por parte de su marido y que tardó muchos, demasiados años, en<br />

divorciarse. Prácticamente, lo hizo cuando pensaba que le quedarían marcas<br />

en la cara <strong>para</strong> toda la vida de las palizas que recibía. De hecho, reconoce que<br />

tiene alguna cicatriz.<br />

Pero en los cinco años que tardó en escribir el libro aprendió y reflexionó<br />

todo lo que había alrededor de aquel vacío vital que bautizó con el título de<br />

su libro: «La mística de la feminidad. ¿Qué hacía que la mística pareciera<br />

inevitable, absolutamente irreversible y que cada mujer pensara que estaba<br />

sola ante “el problema que no tiene nombre”, sin darse cuenta jamás de que<br />

había otras mujeres a las que no les producía el menor orgasmo sacar brillo al<br />

suelo del cuarto de estar?» [144] .<br />

La mística de la feminidad se publicó en 1963 y como le había ocurrido a<br />

Simone de Beauvoir, el libro cambió la vida de miles de mujeres en todo el<br />

mundo y, al mismo tiempo, la vida de su propia autora. Recibió «un reguero<br />

de cartas, que luego se convirtió en un auténtico mar, que procedía de<br />

mujeres que estaban hartas de sentirse “como un electrodoméstico” o<br />

“descerebradas”, o “con una depresión mortal”. […] Cuando tuve el primer<br />

ejemplar del libro en mis manos, lo único que sabía era que, de repente, era<br />

capaz de volar» [145] .<br />

El libro se convirtió en un best-seller. Friedan había dado en el clavo:<br />

La mística de la feminidad afirma que el valor más alto y la única misión<br />

de las mujeres es la realización de su propia feminidad. Asegura que esta<br />

feminidad es tan misteriosa e intuitiva y tan próxima a la creación y al origen<br />

de la vida que la ciencia creada por el hombre tal vez nunca llegue a<br />

entenderla. Pero por muy especial y diferente que sea, no es en manera<br />

alguna inferior a la naturaleza del hombre; incluso puede que sea, en algunos<br />

aspectos, superior. El error, afirma esta mística, la raíz de los problemas de la<br />

mujer en el pasado, estriba en que las mujeres envidiaban a los hombres,<br />

intentaban ser iguales que ellos, en vez de aceptar su propia naturaleza, que<br />

sólo puede encontrar su total realización en la pasividad sexual, en el<br />

sometimiento al hombre y en consagrarse amorosamente a la crianza de los<br />

hijos [146] .


El libro se centraba sólo en las mujeres privilegiadas de la clase media de<br />

Estados Unidos, no daba una teórica explicativa ni del patriarcado ni del<br />

privilegio masculino y tampoco presentaba estrategias alternativas de vida,<br />

pero en todo el mundo, a través de sucesivas traducciones, se convirtió en un<br />

clásico del feminismo. Su importancia estuvo en descifrar con lucidez el rol<br />

opresivo y asfixiante que se había impuesto a las mujeres de medio mundo y<br />

analizar el malestar y el descontento femenino. Friedan afirmaba de forma<br />

clara que la nueva mística convertía el modelo ama-de-casa-madre-defamilia,<br />

en obligatorio <strong>para</strong> ¡todas! las mujeres.<br />

No era un libro complejo, tenía un lenguaje claro y analizaba la vida<br />

cotidiana, su propia vida. Friedan escrutaba todo lo que le parecía<br />

significativo, incluso las revistas femeninas o las heroínas de Hollywood. Por<br />

eso facilitó a millones de amas de casa, en distintos países, referentes<br />

comunes con otras mujeres y les permitió identificar su situación de opresión<br />

como experiencia ya no personal, sino colectiva. La mística de la feminidad<br />

fue un revulsivo en un nuevo proceso de concienciación feminista al crear<br />

una identidad colectiva capaz de generar un movimiento social liberador [147] .<br />

Además, <strong>para</strong> Friedan, el problema era político: «la mística de la<br />

feminidad, que en realidad era la reacción patriarcal contra el sufragismo y la<br />

incorporación de las mujeres a la esfera pública durante la Segunda Guerra<br />

Mundial, identifica mujer con madre y esposa, con lo que cercena toda<br />

posibilidad de realización personal y culpabiliza a todas aquellas que no son<br />

felices viviendo solamente <strong>para</strong> los demás» [148] .<br />

ACCIONES, NO PALABRERÍA<br />

«Mi “segundo libro” de verdad fue el movimiento de mujeres que hizo<br />

posible la aparición de nuevos modelos» [149] . No le falta razón a Betty<br />

Friedan cuando explica así lo que fue su vida a partir de La mística de la<br />

feminidad. Metida en un continuo ajetreo de ir y venir dando conferencias por<br />

Estados Unidos, Europa e incluso países como Irán, también fue requerida<br />

<strong>para</strong> organizar lo que sería el comienzo del más amplio movimiento de<br />

mujeres que conocería la historia. Ella contribuyó a poner la primera piedra


creando la Organización Nacional <strong>para</strong> las Mujeres cuyas siglas (NOW) en<br />

inglés, significan «ahora, ya».<br />

La mística de la feminidad había contribuido a la conciencia de las<br />

mujeres de su propia opresión, pero no veían cuáles eran los caminos <strong>para</strong> ir<br />

cambiando las cosas. Así que un puñado de mujeres creó —basándose sobre<br />

todo en la amistad y en las continuas decepciones— lo que Friedan llama una<br />

«organización clandestina». Muchas de aquellas mujeres trabajaban en la<br />

Administración, precisamente encargándose de los nuevos organismos<br />

públicos a favor de las mujeres. Algunas de estas funcionarias habían<br />

comprendido que eran sólo un medio <strong>para</strong> callarles la boca, pero detrás no<br />

había ningún tipo de voluntad política <strong>para</strong> cambiar la realidad. Cuando a<br />

Franklin Roosevelt, Jr. le preguntaron en una rueda de prensa en la Casa<br />

Blanca, en 1965, lo que pensaba hacer con respecto a la discriminación por<br />

razón de sexo, contestó: «¡Ah, ya! ¡Discriminación sexual! Supongo que<br />

tendremos que empeñarnos en que los chicos puedan ser conejitos de<br />

Playboy» [150] .<br />

No sabemos si los «conejitos» de Playboy fueron el detonante, pero unos<br />

meses más tarde arrancaba una nueva Revolución, con mayúsculas. El<br />

movimiento de mujeres nació en una comida que se celebró el 29 de junio de<br />

1966. Aquel día, en dos mesas contiguas, quince mujeres que hablaban en<br />

voz baja y con gran animación y agitación, se pasaban notas escritas en las<br />

servilletas de papel. Se creó durante la tercera conferencia anual de las<br />

distintas comisiones sobre el estatus de las mujeres que se celebraba en<br />

Washington.<br />

Estábamos pre<strong>para</strong>ndo el terreno <strong>para</strong> una de las revoluciones sociales<br />

más profundas del siglo XX. Teníamos que darnos mucha prisa, porque la<br />

mayoría habíamos reservado avión <strong>para</strong> aquella misma tarde. Había que<br />

hacer la cena y pre<strong>para</strong>r a los niños <strong>para</strong> ir al colegio el lunes. Decidimos que<br />

el nombre del movimiento de mujeres moderno sería National Organization<br />

for Women. No se trataba de enfrentar a las mujeres contra los hombres; los<br />

hombres formarían parte de la organización, aunque serían las mujeres las<br />

que llevarían la voz cantante [151] .<br />

Friedan, quien sería su primera presidenta, escribió la frase fundacional<br />

de la Declaración de Principios de NOW en una servilleta de papel.


«Acometer las acciones necesarias <strong>para</strong> que se incluya a las mujeres en la<br />

corriente general de la sociedad norteamericana ya, ejerciendo todos los<br />

privilegios y responsabilidades que de ella se derivan, en una asociación<br />

auténticamente igualitaria con los hombres». «Acciones, no palabrería»,<br />

repetiría Friedan [152] .<br />

NOW empezó oficialmente el 29 de octubre de 1966 con unos trescientos<br />

afiliados. Entre sus miembros se contaban dos monjas, mujeres sindicalistas,<br />

empresarias y algunos hombres. «Había un sentimiento de estar haciendo<br />

historia que todos percibíamos cuando pusimos aquello en marcha. Las<br />

mujeres llevábamos muchos años haciendo labor de voluntariado,<br />

colaborando en la organización y el apoyo a las causas contra el fascismo, o<br />

en la lucha contra la pobreza, organizando cosas <strong>para</strong> todo el mundo menos<br />

<strong>para</strong> nosotras mismas. […] La palabra “liberación” estaba en el aire, y<br />

hubiera sido sorprendente que las mujeres no se la hubiesen aplicado a sí<br />

mismas» [153] .<br />

En la Declaración de Principios de NOW sólo el aborto se quedó fuera de<br />

las reivindicaciones que quería Friedan. «Me recomendaron que no lo<br />

incluyera porque resultaba excesivamente polémico (no lo planteamos hasta<br />

el segundo año de NOW)», recuerda. La declaración reivindicaba la igualdad<br />

de oportunidades y que se pusiera fin a la discriminación de las mujeres y de<br />

otros grupos marginados frente al empleo, que en las instituciones de<br />

educación superior dejaran de existir las cuotas de acceso <strong>para</strong> mujeres, que<br />

hubiera igual número de mujeres que de hombres en las comisiones y las<br />

direcciones de los partidos políticos, que se pusiera fin a la falsa imagen que<br />

de la mujer daban los medios de comunicación y a las políticas y prácticas<br />

proteccionistas que negaban oportunidades a las mujeres [154] .<br />

Friedan asegura que la ideología de las personas que iniciaron el<br />

movimiento de las mujeres no era ni sexual ni política. Trabajaban bajo la<br />

idea de igualdad, de democracia: «No se trataba en absoluto de un grupo<br />

oprimido que se hace con el poder y se dedica a oprimir a sus antiguos<br />

opresores. Aquello era una revolución y un concepto totalmente nuevo. Un<br />

movimiento de mujeres que luchaba por la igualdad en una asociación<br />

auténticamente igualitaria con los hombres» [155] .<br />

Betty Friedan hizo su propia revolución y en 1969 se divorció: «Al fin,


euní el coraje <strong>para</strong> divorciarme de Carl. Tan importantes acontecimientos<br />

tenían lugar en mi vida pública, en tanto que en mi vida privada mi marido no<br />

dejaba de pegarme. Ya no podía seguir siendo la mujer de dos cabezas» [156] .<br />

A esas alturas, se había hecho una mujer pragmática y sus consignas nacían a<br />

pie de obra: «Si no hay guarderías, lo demás es palabrería». «Si las mujeres<br />

necesitan leyes de protección [en el trabajo], también se deben aplicar a los<br />

hombres. Después de todo, los hombres también se lesionan la espalda y<br />

tienen hernias por levantar pesos. Partiendo de esto, las leyes debían tener en<br />

cuenta la salud y no el sexo. En lugar de proteger a las mujeres, lo que hacían<br />

esas leyes era mantenerlas alejadas de los buenos puestos de trabajo» [157] .<br />

La autora de La mística de la feminidad ya ha dejado escrito cuál le<br />

gustaría que fuese su epitafio: «Contribuyó a construir un mundo en el que<br />

las mujeres están satisfechas de ser mujeres y se sienten libres de poder amar<br />

de verdad a los hombres» [158] .<br />

No le falta razón. Además de escribir La mística de la feminidad, y<br />

contribuir a fundar NOW, Friedan y su organización han llegado a ser las<br />

máximas representantes del feminismo liberal. NOW se constituyó en una de<br />

las organizaciones feministas más poderosas de EE. UU. En el año 2003 ya<br />

tenía 500.000 afiliadas [159] . El feminismo liberal se caracteriza por definir la<br />

situación de las mujeres como una desigualdad —y no una opresión o una<br />

explotación—. Por ello, defienden que hay que reformar el sistema hasta<br />

lograr la igualdad entre los sexos. Las liberales definieron el problema<br />

principal de las mujeres como su exclusión de la esfera pública, y<br />

propugnaron reformas relacionadas con la inclusión de las mismas en el<br />

mercado laboral. También, desde el principio tuvieron una sección destinada<br />

a formar y promover a las mujeres <strong>para</strong> ocupar cargos políticos.<br />

Muy poco tiempo después de crearse NOW, la influencia del feminismo<br />

radical empujó a las más jóvenes a sumarse a él y a abandonar a las liberales.<br />

Pero años después, cuando le llegó el declive al feminismo radical, el liberal<br />

se había reciclado y así cobró un importante protagonismo hasta llegar a<br />

convertirse en la voz del feminismo como movimiento político. Fue, sin<br />

embargo, al feminismo radical, caracterizado por su aversión al liberalismo, a<br />

quien correspondió el verdadero protagonismo en las décadas de los sesenta y<br />

setenta.


«¿Y ESTO ERA TODO?»<br />

La pregunta que se hacían las amas de casa era idéntica a la que se hacían las<br />

militantes de los nuevos movimientos sociales. Los años sesenta fueron<br />

intensos en cuanto a agitación política. El «sueño americano» se había<br />

convertido en pesadilla tras el asesinato del presidente Kennedy y las<br />

protestas juveniles se generalizaron a raíz de la guerra de Vietnam. El sistema<br />

tenía contradicciones profundas, era sexista, racista, clasista e imperialista<br />

aunque se presentara como el mejor de los posibles.<br />

Todo esto motivó la formación de la Nueva Izquierda y el resurgir de<br />

diversos movimientos sociales radicales como el movimiento antirracista, el<br />

estudiantil, el pacifista y el feminista, claro. A todos les unía su carácter<br />

contracultural. No eran reformistas, no estaban interesados en la política de<br />

los grandes partidos, querían nuevas formas de vida. Muchas mujeres<br />

entraron a formar parte de este movimiento de emancipación [160] . Pero, una<br />

vez más, aparecieron las contradicciones en esa Nueva Izquierda. Robin<br />

Morgan escribió lo que hacían en aquellas revolucionarias reuniones:<br />

Como quiera que creíamos estar metidas en la lucha por construir una<br />

nueva sociedad, fue <strong>para</strong> nosotras un lento despertar y una deprimente<br />

constatación descubrir que realizábamos el mismo trabajo en el Movimiento<br />

que fuera de él: pasando a máquina los discursos de los varones, haciendo<br />

café pero no política, siendo auxiliares de los hombres, cuya política,<br />

supuestamente, reemplazaría al viejo orden.<br />

Lidia Sargent <strong>para</strong>fraseaba a Betty Friedan: «Después de limpiar y<br />

decorar las oficinas, pre<strong>para</strong>r las cenas de los activistas, fotocopiar panfletos,<br />

contestar teléfonos, etc., no podían dejar de preguntarse: ¿Y esto era todo?».<br />

Además, las mujeres se enfrentaban a su invisibilización como líderes, a que<br />

los debates estuviesen dominados por los hombres y a que sus voces no<br />

fuesen escuchadas. La opresión sólo se analizaba teniendo en cuenta la clase<br />

social. El sexismo o era objeto de bromas o no entraba en los debates<br />

teóricos. Así las cosas, aunque las mujeres sentían que las cuestiones que<br />

afectaban de manera más directa a sus vidas (la sexualidad, el reparto de las<br />

tareas domésticas, la opresión…) debían pasar a formar parte de la discusión


política, no lo conseguían [161] .<br />

En palabras de Ana de Miguel, «puesto que el hombre nuevo se hacía<br />

esperar demasiado, la mujer nueva —de la que tanto hablaba Kollontai a<br />

principios de siglo— optó por tomar las riendas. La primera decisión política<br />

del feminismo fue la de organizarse de forma autónoma, se<strong>para</strong>rse de los<br />

varones. Así se constituyó el Movimiento de Liberación de la Mujer» [162] .<br />

FEMINISMO RADICAL<br />

Fueron tan espectaculares en sus acciones públicas de protesta como en su<br />

destreza intelectual o en su nueva manera de hacer política. El feminismo<br />

radical se desarrolló entre 1967 y 1975 y puso patas arriba tanto la teoría<br />

como la práctica feminista y, de paso, la sociedad, que era lo que pretendían.<br />

Las radicales consiguieron la famosa revolución de las mujeres del siglo XX<br />

cambiando el día a día, desde la calle hasta los dormitorios.<br />

Estas jóvenes feministas llegaban tremendamente pre<strong>para</strong>das y armadas<br />

de herramientas como el marxismo, el psicoanálisis, el anticolonialismo o las<br />

teorías de la Escuela de Frankfurt. El feminismo radical tuvo dos obras<br />

fundamentales: Política sexual de Kate Millett, publicada en 1969, y La<br />

dialéctica del sexo de Sulamith Firestone, editada al año siguiente. Fue<br />

Sulamith Firestone quien formuló el feminismo como un proyecto radical —<br />

como explica Celia Amorós—, en el sentido marxista de «radical». Radical<br />

significa tomar las cosas por la raíz y, por lo tanto, irían a la raíz misma de la<br />

opresión [163] .<br />

En estas obras se definieron conceptos fundamentales <strong>para</strong> el análisis<br />

feminista como el de patriarcado, género y casta sexual. El patriarcado se<br />

define como un sistema de dominación sexual que es, además, el sistema<br />

básico de dominación sobre el que se levantan el resto de las dominaciones,<br />

como la de clase y raza. El patriarcado es un sistema de dominación<br />

masculina que determina la opresión y subordinación de las mujeres. El<br />

género expresa la construcción social de la feminidad y la casta sexual se<br />

refiere a la experiencia común de opresión vivida por todas las mujeres.<br />

El interés por la sexualidad es lo que diferencia al feminismo radical tanto


de la primera y segunda ola como de las feministas liberales de NOW. Para<br />

las radicales, no se trata sólo de ganar el espacio público (igualdad en el<br />

trabajo, la educación o los derechos civiles y políticos) sino también es<br />

necesario transformar el espacio privado. Son herederas de la «revolución<br />

sexual» de los años sesenta, pero desde una actitud crítica. Ya no son las<br />

puritanas del siglo XIX, pero tampoco se dejan engañar por la retórica de una<br />

revolución sexual que «traía carne fresca al mercado del sexo patriarcal» [164] .<br />

Con el eslogan de «lo personal es político», las radicales identificaron<br />

como centros de la dominación áreas de la vida que hasta entonces se<br />

consideraban «privadas» y revolucionaron la teoría política al analizar las<br />

relaciones de poder que estructuran la familia y la sexualidad. Consideraban<br />

que los varones, todos los varones y no sólo una elite, reciben beneficios<br />

económicos, sexuales y psicológicos del sistema patriarcal [165] . Así,<br />

problemas tan enraizados y silenciados en la sociedad que aún hoy no se han<br />

solucionado como la violencia de género, fueron puestos encima de la mesa<br />

por las radicales. Si lo personal es político, las leyes no se pueden quedar a la<br />

puerta de casa.<br />

Además de revolucionar la teoría política y feminista, las radicales<br />

hicieron tres aportaciones, como mínimo, igual de importantes: las grandes<br />

protestas públicas, el desarrollo de los grupos de autoconciencia y —menos<br />

espectaculares pero enormemente beneficiosos <strong>para</strong> las mujeres— la creación<br />

de centros alternativos de ayuda y autoayuda. Las feministas no sólo crearon<br />

espacios propios <strong>para</strong> estudiar y organizarse, también desarrollaron una salud<br />

y ginecología fuera de las normas del patriarcado, animando a las mujeres a<br />

conocer su propio cuerpo, y fundaron guarderías, centros <strong>para</strong> mujeres<br />

maltratadas, centros de defensa personal [166] …<br />

El primer acto que convirtió el Movimiento de Liberación de la Mujer en<br />

noticia en Estados Unidos fue en septiembre de 1968, cuando un grupo<br />

radical realizó una marcha de protesta contra la celebración del concurso de<br />

Miss América. En la manifestación contra la presentación de la mujer como<br />

objeto sexual estereotipado, las feministas tiraron cosméticos, zapatos de<br />

tacón alto y sujetadores en lo que llamaban un «basurero de la libertad».<br />

Querían romper con el tradicional modelo de feminidad y reivindicar la<br />

diversidad de las mujeres y de sus cuerpos.


En Gran Bretaña, dos años después, en noviembre de 1970, el<br />

Movimiento de Liberación de la Mujer ocupó las primeras páginas de las<br />

noticias nacionales cuando las activistas invadieron la celebración del<br />

concurso de Miss Mundo, con sacos de harina, tomates y bombas fétidas,<br />

entonando la consigna «No somos hermosas, no somos feas, estamos<br />

enfadadas».<br />

Ese mismo año, las francesas en otro acto cargado de simbolismo y de<br />

audacia por lo que suponía de ruptura del poder patriarcal, atrajeron todas las<br />

miradas. Depositaron una corona en uno de los monumentos nacionales más<br />

emblemáticos de París, la tumba del soldado desconocido situada en el Arco<br />

de Triunfo… en honor a su esposa desconocida.<br />

Otra campaña espectacular fue la desarrollada en Gran Bretaña y<br />

Alemania del oeste en 1977 y en Italia en 1978. En los tres países se<br />

organizaron movilizaciones denominadas «Reclamar la noche», que<br />

consistieron en marchas nocturnas con antorchas <strong>para</strong> reivindicar espacios<br />

seguros de noche <strong>para</strong> las mujeres, así como su derecho a la libre movilidad.<br />

Explica Mary Nash, tras relatar todos estos actos, que esta forma de<br />

desobediencia civil se convirtió en la nueva modalidad de protesta feminista.<br />

Su objetivo era obvio, querían sacar a la luz todos los mecanismos que<br />

ayudaban a mantener la opresión femenina y que hasta entonces estaban<br />

ocultos porque se consideraban «naturales» y, desde luego, nada dañinos <strong>para</strong><br />

las mujeres. Además, las radicales querían extender sus análisis y con estos<br />

actos conseguían sensibilizar a toda la población sobre sus reivindicaciones.<br />

El feminismo radical nació en Estados Unidos, pero las protestas se<br />

extendieron por todo el mundo. Especialmente, en los temas más difíciles de<br />

cambiar como eran los derechos sexuales y reproductivos. Entre las<br />

movilizaciones más destacadas estuvieron aquéllas en las que las mujeres se<br />

autoinculpaban de actuaciones que eran juzgadas como delitos y que ellas<br />

estaban convencidas de que, lejos de poder ser sancionadas, eran derechos<br />

arrebatados. Así, en 1971, se publicó en Francia el «Manifiesto de las 343<br />

Salopes» donde otras tantas mujeres ratificaban una confesión abierta: «Yo<br />

he abortado». En la declaración firmaban mujeres de renombre como Simone<br />

de Beauvoir o la actriz Catherine Deneuve, cuando aún existía la penalización<br />

del aborto por ley.


En 1973 se realizó un acto parecido en Alemania occidental. También<br />

España se sumó a este tipo de protestas. Una de las primeras fue el acto<br />

masivo de desobediencia civil, que tuvo una enorme repercusión en los<br />

medios, en el que, al igual que las francesas, un montón de mujeres españolas<br />

firmaban una confesión: «Yo también soy adúltera». El objetivo, la<br />

despenalización del adulterio y el fin del trato jurídico discriminatorio <strong>para</strong><br />

las mujeres.<br />

Estas movilizaciones tuvieron un fuerte impacto en la opinión pública.<br />

Las feministas consiguieron convertir en político aquello que tenía que ver<br />

con la subordinación de las mujeres y hasta entonces era considerado<br />

«natural». Todo era nuevo, tanto las formas de protesta como las ideas. Por<br />

eso las movilizaciones, aparentemente realizadas de forma espontánea y<br />

seguidas masivamente en tantos países, estaban cuidadosamente planificadas<br />

y eran tremendamente simbólicas y subversivas. Todo iba encaminado a<br />

acabar con esa posición de subalternas que tenían las mujeres en la<br />

sociedad [167] .<br />

Pero si las movilizaciones consiguieron cambiar opiniones y puntos de<br />

vista en la opinión pública, los grupos de autoconciencia cambiaron<br />

realmente a las mujeres. La mayoría de las historiadoras considera que la<br />

formación y el desarrollo internacional de los miles de grupos de<br />

autoconciencia en los países europeos, latinoamericanos y en Estados Unidos<br />

fue una nueva forma política y de organización de la práctica feminista y una<br />

de las aportaciones más significativas del movimiento feminista radical.<br />

En 1967 se crea en Chicago el primer grupo independiente y en la misma<br />

época el New York Radical Women, fundado por Sulamith Firestone y Pam<br />

Allen. Se trataba de que cada mujer participante explicara cómo sentía ella su<br />

propia opresión. Se pretendía propiciar «la reinterpretación política de la<br />

propia vida y poner las bases <strong>para</strong> su transformación» [168] . Los grupos<br />

fomentaban la autoestima de las mujeres, de cada una de las mujeres; daban<br />

valor a la palabra de la mujer, tantos siglos silenciada y despreciada, y a las<br />

palabras de las mujeres individualmente. En ellos, cada mujer se iba<br />

reconociendo como persona con identidad propia. Era importante lo que cada<br />

una sentía, lo que cada una pensaba. No se trataba de cómo debían ser, sino<br />

de cómo eran realmente.


Como dice Mary Nash, ese proceso fue decisivo <strong>para</strong> crear el camino de<br />

liberación, independencia y autonomía personal y, por tanto, colectiva. A<br />

través de estos grupos de discusión, las reflexiones teóricas sobre la política<br />

sexual se convirtieron en práctica feminista, desafiando la idea predominante<br />

acerca de que las relaciones entre hombres y mujeres eran de índole natural.<br />

No se hablaba de normas, sino de las realidades cotidianas de las mujeres y<br />

de cómo ellas vivían las relaciones de pareja. Al contar, explicar y debatir<br />

esas experiencias personales, las mujeres pusieron en evidencia que se trataba<br />

de relaciones políticas de poder.<br />

«A diferencia del feminismo histórico, que cuestionó las prácticas de<br />

poder formal discriminatorio, de instituciones y de gobiernos, el Movimiento<br />

de Liberación de la Mujer identificó al varón como el opresor, que por tanto,<br />

estaba en casa. Este enfoque significaba que se entendía que el ejercicio del<br />

predominio masculino patriarcal se ubicaba en el hogar y a través de<br />

relaciones estrechas y afectivas de la mujer con su opresor. Se trataba del<br />

marido o el padre al cual las mujeres se sentían unidas con lazos amorosos y<br />

afectivos» [169] .<br />

La rebelión fue compleja porque al ponerse las gafas violetas, todos esos<br />

análisis significaban cambios en las relaciones familiares y de pareja. Por eso<br />

los grupos también fueron una red de apoyo <strong>para</strong> las mujeres que comenzaron<br />

a cambiar su «rol», a cambiar sus familias y sus parejas, a sentirse libres y<br />

ejercer como tales. Y en muchos casos eso implicaba, más que cambios,<br />

rupturas. Las radicales hicieron todo al mismo tiempo: desarrollar la teoría<br />

que dejaba en evidencia las relaciones de poder entre hombres y mujeres,<br />

ponerle nombre a la raíz de la desigualdad, sacarlo a la luz pública y<br />

manifestarse subversivamente contra el orden establecido; crear los medios<br />

<strong>para</strong> que cada mujer hiciera un proceso personal de liberación, apoyarla y,<br />

además, proveer los recursos materiales (guarderías, casas de acogida…) que<br />

esa libertad recién estrenada necesitaba.<br />

Esas mujeres liberadas no se olvidaron de su cuerpo. La libertad sexual<br />

fue el centro del debate. Se desvinculó la maternidad y la procreación de la<br />

práctica sexual y ahí se abrió el camino decisivo <strong>para</strong> las mujeres. El<br />

matrimonio se identificó nuevamente como fuente de opresión, pero no ya<br />

como lo habían hecho feministas anteriores —desde Mary Wollstonecraft, las


sufragistas o Harriet Taylor—, cuestionando las leyes que lo regían, sino<br />

como una opresión cotidiana, de tú a tú entre marido y mujer. El poder<br />

masculino fue desafiado en su propia casa. La libertad sexual y la autonomía<br />

de las mujeres en las relaciones de pareja fue una de las luchas principales.<br />

Estas aportaciones en el terreno de la sexualidad y los derechos reproductivos<br />

tuvieron un impacto social duradero y modificaron realmente los valores y las<br />

prácticas públicas y personales en la sociedad. El Movimiento de Liberación<br />

de la Mujer consiguió romper el tabú sobre la sexualidad femenina y tradujo<br />

en derecho irrenunciable el placer sexual de las mujeres, negado hasta<br />

entonces [170] .<br />

La mayoría de las mujeres vivían en países donde los medios de<br />

planificación familiar y los métodos anticonceptivos eran penalizados por la<br />

ley. Apenas circulaba información sobre educación sexual. La demanda del<br />

derecho a la maternidad libre también quedó expresada en términos de<br />

maternidad deseada como pone de manifiesto esta consigna del feminismo<br />

francés: «Es mucho más bonito vivir cuando uno es deseado». Además, la<br />

mayoría de las mujeres sólo tenía conocimientos rudimentarios sobre el<br />

funcionamiento de la sexualidad femenina. Los patrones culturales<br />

tradicionales conllevaban una mutilación sexual simbólica de las mujeres al<br />

negar su sexualidad y anestesiar cualquier expresión de placer sexual<br />

femenino por considerarse antinatural y pecaminosa. El descubrimiento y la<br />

publicidad dada al orgasmo a través del clítoris respecto al vaginal fue una<br />

ruptura extraordinaria en la práctica sexual [171] .<br />

Política sexual de Kate Millett fue uno de los libros que más contribuyó<br />

intelectualmente a todo este cambio real en la vida de las mujeres y, como<br />

consecuencia, de toda la sociedad. Cuando se publicó, en 1970, el periódico<br />

New York Times comentó: «De lectura sumamente placentera, brillantemente<br />

concebido, irresistiblemente persuasivo, da testimonio de un manejo de la<br />

historia y de la literatura que deja sin aliento» [172] . Efectivamente, Política<br />

sexual, tiene un comienzo arrollador e impactante que es sólo el anuncio de<br />

una serie de teorías deslumbrantes tanto por la claridad de sus planteamientos<br />

como por la forma en la que están expuestas. De hecho, a pesar de los años<br />

transcurridos desde su publicación, Política sexual no ha perdido fuelle y<br />

continúa «dejando sin aliento» en la actualidad.


El libro fue la tesis doctoral de Kate Millett, que leyó en la Universidad<br />

de Oxford en 1969. Fue la primera tesis doctoral sobre género que se hizo en<br />

el mundo y, cuando se publicó, se convirtió en un best-seller. Millett había<br />

nacido en Minnesota en 1934, en una familia católica de origen irlandés. Al<br />

año siguiente de graduarse en Oxford, en 1959, inició su actividad como<br />

escultora, pintora y fotógrafa y se trasladó a Tokio donde fue profesora de<br />

inglés al tiempo que estudiaba escultura. En Tokio conoció a su marido,<br />

Fumio Yosimura, también escultor —con quien estuvo casada veinte años,<br />

desde 1965 hasta 1985—, y al que dedicó este libro. Millett regresó a Estados<br />

Unidos en 1963 y allí se implicó en el Movimiento de Liberación de la Mujer<br />

desde sus comienzos [173] .<br />

La intención de Política sexual era combatir los prejuicios patriarcales<br />

arraigados incluso entre la izquierda e impulsar líneas de actuación más<br />

radicales y renovadoras [174] . La propia Millett considera que la parte más<br />

importante de su libro es el capítulo 2, titulado «Teoría de la política sexual».<br />

En él afirma que «el sexo es una categoría social impregnada de<br />

política» [175] , y añade:<br />

Un examen objetivo de nuestras costumbres sexuales pone de manifiesto<br />

que constituyen y han constituido, en el transcurso de la historia, un claro<br />

ejemplo de relación de dominio y subordinación. […] Se ha alcanzado una<br />

ingeniosísima forma de «colonización interior», más resisten-te que cualquier<br />

tipo de segregación. Aun cuando hoy día resulte casi imperceptible, el<br />

dominio sexual es tal vez la ideología más profundamente arraigada en<br />

nuestra cultura, por cristalizar en ella el concepto más elemental de poder.<br />

Ello se debe al carácter patriarcal de nuestra sociedad y de todas las<br />

civilizaciones históricas. Recordemos que el ejército, la industria, la<br />

tecnología, las universidades, la ciencia, la política y las finanzas —en una<br />

palabra, todas las vías del poder, incluida la fuerza coercitiva de la policía—,<br />

se encuentran por completo en manos masculinas. Y como la esencia de la<br />

política radica en el poder, el impacto de ese privilegio es infalible. Por otra<br />

parte, la autoridad que todavía se atribuye a Dios y a sus ministros, así como<br />

los valores, la ética, la filosofía y el arte de nuestra cultura —su auténtica<br />

civilización, como observó T. S. Eliot—, son también de fabricación<br />

masculina. […] La supremacía masculina, al igual que los demás credos


políticos, no radica en la fuerza física, sino en la aceptación de un sistema de<br />

valores cuya índole no es biológica. La robustez física no actúa como factor<br />

de las relaciones políticas. La civilización siempre ha sabido idear métodos<br />

(la técnica, las armas, el saber) capaces de suplir la fuerza física, y ésta ha<br />

dejado de desempeñar una función necesaria en el mundo contemporáneo. De<br />

hecho, con elevada frecuencia el esfuerzo físico se encuentra vinculado a la<br />

clase social, puesto que los individuos pertenecientes a los estratos inferiores<br />

realizan las tareas más pesadas, sean o no fornidos [176] .<br />

Millett no ahorra críticas a nadie. Explica la situación económica de las<br />

mujeres:<br />

Uno de los instrumentos más eficaces del gobierno patriarcal es el<br />

dominio económico que ejerce sobre las mujeres. […] Ya que en las<br />

sociedades patriarcales la mujer siempre ha trabajado, realizando con<br />

frecuencia las tareas más rutinarias o pesadas, el problema central no gira en<br />

torno al trabajo femenino, sino a su retribución económica [177] .<br />

Y a continuación, escribe sobre el sindicalismo:<br />

Aunque las reformas (laborales) beneficiaron por igual a los hombres, las<br />

mujeres y los niños, los varones fueron los únicos favorecidos por el<br />

movimiento sindicalista. Los sindicatos eran, <strong>para</strong> la mujer asalariada, una<br />

necesidad mucho más apremiante que el voto. Sin embargo, el movimiento<br />

sindicalista demostró (y sigue demostrando) un interés ínfimo por ella. Por<br />

ello, las mujeres representaban una mano de obra desorganizada y<br />

escandalosamente barata, a la que se podía explotar con mayor facilidad que<br />

a los hombres, y despedir, dejar en paro o denegar trabajo siempre que<br />

resultase conveniente. La situación no ha cambiado mucho desde<br />

entonces [178] .<br />

También cuestiona Millett, paso a paso, las teorías freudianas e inaugura<br />

la irreverencia sistemática a los «dioses» del conocimiento. Antes que ella, lo<br />

habían hecho otras feministas como Wollstonecraft con Rousseau, por<br />

ejemplo, pero Millett no deja títere con cabeza. Ella es la primera que lleva<br />

las relaciones de poder entre hombres y mujeres a una tesis doctoral, pero<br />

además, es tremendamente impertinente y pone nombre a las grandes<br />

mentiras o a las grandes exclusiones que todavía hoy los niños y las niñas<br />

estudian en el colegio: son las «falacias viriles», dice Millett. Amparo


Moreno lo explica como experiencia personal en su introducción a la edición<br />

española de Política sexual.<br />

Obligado es que reconozca mi deuda con Kate Millett en la reducción de<br />

esa inseguridad femenina que nos invade en la medida en que nos adentramos<br />

en un sistema escolar construido históricamente <strong>para</strong> ensalzar el predominio<br />

viril a base de menospreciar a las mujeres, por tanto, en una actitud<br />

irreverente hacia los padres del saber académico. […] Probablemente, los<br />

primeros y decisivos pasos en la crítica al orden androcéntrico […] se lo debo<br />

a sus reflexiones sobre las falacias viriles.<br />

Y LAS AGUAS SE DESBORDARON<br />

A partir de 1975, el feminismo ya no volvió a ser uno, singular. El feminismo<br />

radical abrió las compuertas. A partir de su teoría y su práctica —de «lo<br />

personal es político» y los grupos de autoconciencia—, las aguas se<br />

desbordaron. Cada feminista comenzó a trabajar sobre su propia realidad. Las<br />

semillas echaron raíces, con lo que el feminismo fue floreciendo en cada<br />

lugar del mundo con sus características, tiempos y necesidades propias.<br />

Las críticas a la cultura patriarcal de las radicales norteamericanas les<br />

hicieron profundizar en una cultura propia de las mujeres, alejada de la que<br />

habían construido los hombres. De ahí nacería el feminismo cultural que,<br />

cuando se importó a Europa y fue traducido y asimilado, se convirtió en el<br />

feminismo de la diferencia. Éste tiene sus máximos exponentes en Francia e<br />

Italia y también presentan características distintas entre ellos. El respeto a la<br />

opción sexual trajo consigo el nacimiento de un feminismo lesbiano con<br />

identidad propia. Lo mismo que ocurrió con la raza. El feminismo de las<br />

mujeres negras ha tenido un desarrollo y una presencia específica<br />

extraordinariamente potente en las últimas décadas. Un nuevo feminismo, el<br />

feminismo institucional, se desarrolló a partir de las conferencias<br />

internacionales de la mujer auspiciadas por la ONU y la entrada en los<br />

distintos gobiernos de las reclamaciones políticas de las feministas y, más<br />

recientemente, con la llegada de mujeres políticas surgidas del feminismo.<br />

También el feminismo académico, nacido en las universidades, ha tenido su


particular personalidad (en España, especialmente relevante), así como el<br />

desarrollo de las nuevas tecnologías ha hecho florecer el ciberfeminismo. La<br />

realidad de las mujeres del tercer mundo y su implicación con la tierra<br />

alumbró el ecofeminismo y las feministas latinoamericanas al igual que las<br />

árabes y musulmanas han desarrollado sus propias teorías y dado una<br />

impronta personal a lo que ya se conoce como feminismo latinoamericano y<br />

feminismo árabe.<br />

Así, a partir de los años setenta, el feminismo nunca más ha vuelto a ser<br />

uno. La explosión del feminismo radical, en todos los sentidos, <strong>para</strong> bien y<br />

<strong>para</strong> mal, tuvo varias causas. Además de la ya dicha —una vez puesta la<br />

semilla de «lo personal es político» cada grupo se puso a hacer política desde<br />

su propia realidad vital—, una característica común de los grupos radicales<br />

fue ser antijerárquicos y absolutamente igualitaristas. Fue otro concepto clave<br />

de las radicales, la «política de la experiencia», es decir, el análisis de la<br />

sociedad desde la experiencia personal. Con esto dieron un giro definitivo a<br />

las reuniones políticas de los partidos. Las radicales rompieron el concepto de<br />

jerarquía y sustituyeron la representación por la participación y el reparto de<br />

poder.<br />

Ninguna mujer tenía más poder o más peso que otra. Y, como dice Ana<br />

de Miguel, esa forma de entender la igualdad trajo muchos problemas.<br />

Tantos, como que la mayor parte de las líderes fueron expulsadas de los<br />

grupos que ellas mismas habían creado. Jo Freeman supo reflejar esta<br />

experiencia personal en su obra La tiranía de la falta de estructuras [179] . Por<br />

otro lado, lo que había sido la fuerza del feminismo radical fue también causa<br />

de su desaparición. Éste se basaba en la hermandad o sororidad de todas las<br />

mujeres, La hermandad de las mujeres es poderosa [180] , rezaba otro eslogan<br />

de la época. Pero ese afán de unidad no se pudo mantener en cuanto entraron<br />

en cuestión diferencias como las ya mencionadas de raza, religión u opción<br />

sexual.<br />

El hecho de que el feminismo ya no se pueda nombrar en singular, de que<br />

nunca más haya vuelto a mantener la unidad de las sufragistas o de las<br />

radicales, no quiere decir que esté enfrentado, aunque en ocasiones así ha<br />

sido. Las feministas de la diferencia, en sus comienzos, atacaron tanto al<br />

sistema y cultura patriarcales como a las feministas «de la igualdad», como se


comenzaron a denominar a aquellas que mantenían sus orígenes en la<br />

Ilustración y se sentían herederas de toda la historia (Revolución francesa,<br />

sufragismo y lucha por los derechos políticos y sociales). Fue un<br />

enfrentamiento importante y doloroso que duró casi dos décadas y que ya<br />

parece estar superado.<br />

Así lo explica Victoria Sendón de León, echando la vista atrás: «… me<br />

pregunto y me respondo a la vez por qué en los primeros setenta, las hijas del<br />

68 nos encaminamos hacia dos feminismos diversos que, estoy convencida,<br />

se complementan por más que se empeñen en excluirse. Si uno u otro no<br />

existieran habría que inventarlos. Unas eligieron lo urgente y otras nos<br />

encaminamos hacia lo importante. Creo que ni unas ni otras estábamos<br />

dispuestas a ser una generación perdida. De modo más o menos consciente<br />

sabíamos que estábamos transformando el mundo (Marx) y cambiando la<br />

vida (Rimbaud). Y todas, sin duda, hacíamos historia. Más de lo que<br />

imaginábamos, pues el feminismo, de modo diluido o light, ha impregnado<br />

ya todos los rincones de la sociedad del dos mil. Y un plus: ha sido el<br />

movimiento político más importante de las últimas décadas» [181] .<br />

Como señala Sendón de León, y subraya Ana de Miguel «es más lo que<br />

nos une que lo que nos diferencia». La gran fuerza del feminismo y su ya<br />

larga historia nace, en primer lugar, de ser una teoría de justicia, legítima, que<br />

brota de la vida y, en segundo lugar, de ser una teoría crítica. «El feminismo,<br />

todo lo que toca, lo politiza», que dice Rosa Cobo. Cuestiona y recuestiona,<br />

piensa y repiensa, propone y hace, insólito sería entonces, que no fuese<br />

crítico consigo mismo. Pero no sólo eso.<br />

Sistemáticamente, tras una época de expansión y éxitos de las mujeres,<br />

viene a continuación una virulenta reacción patriarcal. Contra el nacimiento<br />

del feminismo en la Revolución francesa, se alzaron la guillotina y el código<br />

napoleónico; frente a la victoria, tan trabajada, de las sufragistas y la<br />

obtención del derecho al voto y por lo tanto la expansión de la democracia<br />

con el sufragio universal, se alzó la mística de la feminidad con toda su<br />

<strong>para</strong>fernalia. Tras la sacudida del feminismo radical, se alzó la reacción<br />

conservadora de los años ochenta liderada por Ronald Reagan en Estados<br />

Unidos y Margaret Thatcher en Inglaterra. Fue en ese momento cuando<br />

apareció la moda de la supermujer (superwoman), escondiendo, tras ese


nombre tan rimbombante, la explotación que supone la doble jornada —<br />

trabajar fuera y dentro de casa— y además, ser una madre perfecta, amante<br />

excepcional y siempre guapa, por supuesto. Simultáneamente, se<br />

desarrollaron las teorías de que tanto esfuerzo no merecía la pena, así que era<br />

mejor volver a casa. «La última reacción antifeminista no se desencadenó<br />

porque las mujeres hubieran conseguido plena igualdad con los hombres, sino<br />

porque parecía posible que llegaran a conseguirla» [182] .<br />

Mientras todo eso flotaba en el ambiente, el feminismo se hacía realmente<br />

mundial. Así el feminismo no ha desaparecido, pero ha conocido profundas<br />

transformaciones en las últimas décadas. Tantas que hay autoras que hablan<br />

de postfeminismo <strong>para</strong> referirse a toda la diversidad surgida a partir de los<br />

años ochenta. En esas transformaciones han influido tanto los enormes éxitos<br />

cosechados como la profunda conciencia de lo que queda por hacer, si<br />

com<strong>para</strong>mos la situación de varones y mujeres en la actualidad [183] .<br />

Los logros son muchos y las mujeres aprendieron a superar el victimismo<br />

histórico y a reconocer los avances producidos. Pero son aún enormes los<br />

problemas, discriminaciones y opresiones que se padecen en todo el mundo.<br />

Aún no se han consolidado la igualdad ni la equidad entre hombres y<br />

mujeres. En el siglo XXI la violencia de género es común a las mujeres, como<br />

también la discriminación sexista o racista en los ámbitos laboral y<br />

educativos y la continua marginación en los puestos relevantes de toma de<br />

decisión política, militar y económica [184] .<br />

Por eso, tras la explosión de los años setenta, la reacción de los ochenta y<br />

la escisión de los feminismos de los últimos años, la propuesta de todo el<br />

feminismo continúa siendo muy simple: exige que las mujeres tengan libertad<br />

<strong>para</strong> definir por sí mismas su identidad, en lugar de que ésta sea definida, una<br />

y otra vez, por la cultura de la que forman parte y los hombres con los que<br />

conviven [185] . Y dos ejes de lucha recorren su trabajo: la erradicación de la<br />

violencia y la pobreza. Ésa es la esencia del patrimonio común, vamos a ver<br />

«lo que nos diferencia».<br />

FEMINISMO DE LA DIFERENCIA


El concepto de diferencia ha sido polémico por varias razones. La primera,<br />

por su propio nombre. Desde el modelo patriarcal y androcéntrico, con el<br />

varón como medida de lo humano, que incluso se apropia de lo neutro y lo<br />

considera masculino, la diferencia de género se entiende como negativa e<br />

inferior. Sin embargo, el feminismo de la diferencia toma la palabra y le da<br />

un sentido completamente distinto. Reivindica el concepto y se centra<br />

precisamente en la diferencia sexual <strong>para</strong> establecer un programa de<br />

liberación de las mujeres hacia su auténtica identidad, dejando fuera la<br />

referencia de los varones [186] . «No queríamos ser mujeres emancipadas.<br />

Queríamos ser mujeres libres porque sí, por derecho propio» [187] . Así, <strong>para</strong><br />

este feminismo el camino hacia la libertad parte precisamente de la diferencia<br />

sexual. «Descubrimos lo que era la amistad y la complicidad entre mujeres en<br />

un ambiente sin jefes, sin novios, sin maridos, sin secretarios generales que<br />

mediaran entre nosotras y el mundo» [188] .<br />

Una de sus ideas clave es señalar que diferencia no significa desigualdad<br />

y subraya que lo contrario de la igualdad no es la diferencia, sino la<br />

desigualdad. El feminismo de la diferencia plantea la igualdad entre mujeres<br />

y hombres, pero nunca la igualdad con los hombres porque eso implicaría<br />

aceptar el modelo masculino [189] . Entre sus propuestas destacan la<br />

importancia de lo simbólico: «Las cosas no son lo que son, sino lo que<br />

significan» [190] . Y reivindican que lo que hacen las mujeres puede ser<br />

significativo y valioso, sea igual o no a lo que hacen los hombres. Entre las<br />

fórmulas <strong>para</strong> crear otro «orden simbólico» se da mucha importancia al arte:<br />

el cine, la literatura, la música, las plásticas diversas utilizan símbolos que<br />

van al corazón del problema.<br />

Fue el feminismo radical el que dio paso al feminismo cultural y al de la<br />

diferencia en Europa. Explica Sendón de León que aunque la falta de<br />

estructuras y la ausencia de lideresas —puesto que no querían ni<br />

profesionalizar la política ni repetir los esquemas de siempre—, causaron la<br />

desaparición del movimiento radical, de todo aquello surgió el sentimiento de<br />

la sororidad, que iba más allá de la camaradería. La sororidad se había<br />

fraguado en los grupos de autoconciencia, en los que se reflexionaba sobre la<br />

propia vida de las mujeres, creando así una conciencia de género que


perviviría en las décadas posteriores. Para 1975, la mayoría de los grupos de<br />

autoconciencia se había disuelto [191] .<br />

¿Cómo se dio el salto del feminismo radical al cultural? Quizá la última<br />

conclusión de Política sexual de Kate Millett da la pista:<br />

El profundo cambio social que implica una revolución sexual atañe sobre<br />

todo a la toma de conciencia, así como a la exposición y eliminación de<br />

ciertas realidades, tanto sociales como psicológicas subyacentes a las<br />

estructuras políticas y culturales. Supone, pues, una revolución cultural que,<br />

si bien ha de llevar consigo esa reestructuración política y económica a la que<br />

suele aplicar el término revolución, tiene que trascender necesariamente<br />

dicho objetivo.<br />

La pionera en el feminismo de la diferencia es Luce Irigaray, filósofa y<br />

psicoanalista belga que se instaló en París y formó parte de L’École<br />

Freudienne. En 1969, comenzó a enseñar en la Universidad de Vicenns en el<br />

departamento de psicoanálisis pero, después de la publicación de su obra<br />

Speculum, fue expulsada tanto de la Escuela Freudiana como de la<br />

Universidad.<br />

Junto a Irigaray, Annie Leclerc y Hélène Cixous son las más destacadas<br />

representantes del feminismo francés de la diferencia. El grupo Psychanalyse<br />

et Politique que formaron surgió en los setenta y es un referente ineludible<br />

del feminismo francés, pero realmente es un feminismo sólo <strong>para</strong> filósofas<br />

pues sus textos son tremendamente crípticos y oscuros. No así sus críticas al<br />

feminismo de la igualdad, que son muy claritas: lo descalifican porque<br />

consideran que es reformista, asimila las mujeres a los varones y no logra<br />

salir de la dominación masculina. Sus partidarias protagonizaron duros<br />

enfrentamientos con otros feminismos, pero Irigaray y Cixous innovaron la<br />

teoría feminista al insistir en la subversión del lenguaje masculino, la<br />

reivindicación de la escritura femenina y la creación de un saber<br />

femenino [192] .<br />

También en Italia surgió una importante corriente del feminismo de la<br />

diferencia. A finales de los sesenta y durante toda la década siguiente, Italia<br />

fue uno de los países más activos dentro del movimiento feminista. Aunque<br />

la mayoría de los grupos estaban ligados a la política de izquierda, entre ellos<br />

apareció Carla Lonzi con su obra Escupamos sobre Hegel, una crítica


despiadada a la cultura patriarcal y, de paso, «a las aspiraciones igualitarias<br />

de un cierto feminismo colonizado, ya que la igualdad es un principio<br />

jurídico, mientras que la diferencia supone una realidad existencial» [193] .<br />

Afirmaba Lonzi tajante: «La igualdad entre los sexos es el ropaje con el que<br />

se disfraza hoy la inferioridad de la mujer» [194] .<br />

De aquella actividad surgieron varias iniciativas, entre ellas, la Librería de<br />

Mujeres de Milán y la Biblioteca de Mujeres de Parma, con el propósito de<br />

crear espacios <strong>para</strong> las mujeres en los que se diera a conocer su pensamiento.<br />

Mantienen que la ley del hombre nunca es neutral, y que la idea de resolver la<br />

situación de las mujeres a través de leyes y reformas generales es<br />

descabellada [195] . Lo más característico del feminismo italiano de la<br />

diferencia es el término affidamento, que se puede traducir como «confiar o<br />

dejar una cuestión en manos de otra persona». Con el affidamento se crean<br />

lazos sólidos entre mujeres otorgándose confianza y autoridad unas a otras.<br />

De esta manera, se reconstruye la autoridad femenina inexistente en el<br />

patriarcado. Explican que precisamente el patriarcado se basa en la autoridad<br />

paterna en detrimento de la materna. Así, el affidamento entre mujeres es la<br />

práctica social que rehabilita a la madre en su función simbólica. Al recuperar<br />

la grandeza materna perdida, su valor simbólico, se podrá construir al mismo<br />

tiempo la autoridad social femenina [196] .<br />

FEMINISMO INSTITUCIONAL<br />

El camino de este feminismo se abrió gracias al feminismo internacional de<br />

entreguerras que impulsó el Informe Mundial sobre el Estatus de la Mujer,<br />

realizado por la Liga de Naciones. Con este informe se cambió<br />

completamente la idea de que la situación de las mujeres fuese competencia<br />

exclusiva de los gobiernos nacionales. Desde entonces, se convirtió en un<br />

asunto asumido por los organismos internacionales. El siguiente paso fue la<br />

creación de la Comisión sobre el Estatus de las Mujeres de las Naciones<br />

Unidas en 1946 [197] .<br />

El feminismo institucional, según en los países donde se ha desarrollado,<br />

asume formas distintas. Desde los pactos interclasistas de mujeres a la


nórdica —donde se habla de feminismo de estado—, a la formación de<br />

lobbys o grupos de presión a la americana, hasta la creación de ministerios o<br />

institutos interministeriales de la mujer (en España se creó el Instituto de la<br />

Mujer en 1983). Al margen de los logros concretos en cada país, el<br />

feminismo institucional tiene en común, lo que supone un cambio radical<br />

respecto a todos los feminismos anteriores, su apuesta por situarse dentro del<br />

sistema. Por un lado, ha traído avances respecto al inmovilismo que suponía<br />

la postura anterior de no aceptar los pequeños cambios; por otro, hay quienes<br />

consideran incluso que el institucional no es feminismo. Lo cierto es que el<br />

asentamiento del feminismo institucional ha supuesto un cambio lento y<br />

difícil <strong>para</strong> todo el feminismo ya que éste es un colectivo que, aparte de su<br />

vocación radical —no hay nada más ajeno al feminismo que lo políticamente<br />

correcto—, siempre se había desarrollado alejado del poder [198] .<br />

La I Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer se celebró en Ciudad<br />

de México en 1975, el mismo que había sido decretado por Naciones Unidas<br />

como Año Internacional de la Mujer [199] . A Ciudad de México acudieron<br />

6.000 mujeres pertenecientes a organizaciones no gubernamentales de<br />

ochenta países distintos, con la idea de hablar sobre la formación <strong>para</strong> el<br />

empleo, la planificación familiar y el trabajo. Pero apenas tuvieron<br />

oportunidad de hacerlo. Las delegaciones oficiales, muchas de ellas<br />

encabezadas por esposas de jefes de estado y compuestas mayoritariamente<br />

por hombres, estaban allí <strong>para</strong> promover sus propios intereses políticos y no<br />

los derechos de las mujeres.<br />

A pesar de los tibios avances conseguidos, en México se utilizó la<br />

conferencia <strong>para</strong> hacer «otras políticas», que no eran políticas <strong>para</strong> las<br />

mujeres. Cuando Leah Rabin de Israel se levantó <strong>para</strong> hablar, las<br />

delegaciones de los bloques árabe y comunista abandonaron la sala. Luis<br />

Echeverría, a la sazón presidente de México, anunció que la liberación de las<br />

mujeres requería la «transformación del orden económico mundial», mientras<br />

que los bloques soviético y chino defendieron a ultranza que cualquier plan<br />

de acción mundial a favor de la igualdad de las mujeres carecía básicamente<br />

de sentido mientras no se acabara con el colonialismo, el neocolonialismo, el<br />

racismo y la dominación extranjera [200] .<br />

La dificultad de hacer cualquier cosa concreta <strong>para</strong> las mujeres a través de


las Naciones Unidas quedó aún más claramente de manifiesto en la<br />

Conferencia Intermedia Mundial sobre la Mujer celebrada en Copenhague en<br />

1980. Pero en Nairobi, en 1985, las cosas comenzaron a cambiar. Allí se<br />

celebró la Conferencia del Tercer Mundo, patrocinada por Naciones Unidas,<br />

sobre Mujeres Internacionales (Conferencia Mundial <strong>para</strong> el Examen y la<br />

Evaluación de los Logros del Decenio de las Naciones Unidas <strong>para</strong> la Mujer:<br />

Igualdad, Desarrollo y Paz). A la conferencia de Nairobi, que duró diez días,<br />

acudieron cerca de 17.000 mujeres procedentes de 159 países, la mayoría de<br />

ellas, <strong>para</strong> participar en el foro extraoficial, denominado Forum 85.<br />

El movimiento de mujeres surgió en Nairobi con suficiente fuerza como<br />

<strong>para</strong> imponer su propia agenda, con las preocupaciones de las mujeres, a la<br />

agenda política masculina. Pero donde se dio realmente el salto definitivo fue<br />

en la IV Conferencia Mundial de Mujeres de las Naciones Unidas, que se<br />

celebró en Pekín en 1995. Cuarenta mil mujeres de todos los colores<br />

acudieron a la capital china, bien como miembros de organizaciones no<br />

gubernamentales, bien como delegadas oficiales. Las delegadas y<br />

representantes de ONGs y de movimientos de todo el mundo dieron una<br />

muestra impresionante de poder en Pekín. Hubo, como siempre, intentos del<br />

Vaticano y de los estados musulmanes <strong>para</strong> evitar la resolución sobre el<br />

derecho de las mujeres a controlar su propio sistema reproductivo, así como<br />

una polémica de última hora sobre el derecho de las mujeres musulmanas a<br />

caminar sin ocultarse por las calles de sus respectivos países. Pero los<br />

reaccionarios se vieron desarmados ante la enorme capacidad política y la<br />

habilidad táctica de las delegadas.<br />

El Plan de Acción que resultó al final afirmaba los derechos básicos de<br />

las mujeres de todo el mundo a controlar su propia sexualidad y el proceso<br />

reproductivo, y consideraba delictivos la mutilación genital y los malos tratos<br />

infligidos a las mujeres en la casa o en la calle. El plan exigía que las mujeres<br />

tuvieran acceso a la misma educación que los hombres y a créditos bancarios<br />

<strong>para</strong> crear sus propias empresas. También se sugirió que en el producto<br />

nacional bruto de todas las naciones se incluyera el cómputo del trabajo no<br />

retribuido realizado por las mujeres en sus hogares y en sus comunidades. En<br />

Pekín, por primera vez en la historia, se dijo alto y claro y quedó por escrito<br />

que los derechos de las mujeres son derechos humanos.


LAS MÁS MODERNAS: ECOFEMINISMO Y CIBERFEMINISMO<br />

Entre la variedad de corrientes dentro del feminismo de los últimos años,<br />

quizá las más modernas sean el ecofeminismo y el ciberfeminismo. En el<br />

ecofeminismo se aúnan tres movimientos: el feminista, el ecológico y el de la<br />

espiritualidad femenina. Así lo define la Women’s Environmental Network,<br />

la red de mujeres ambientalistas. Aunque también dentro del propio<br />

ecofeminismo hay varias corrientes, lo característico es su capacidad de<br />

construcción y no sólo de defensa ante el arrollador desarrollismo sexista. En<br />

los países del sur, son las mujeres quienes controlan todas las fases del ciclo<br />

alimentario. Se calcula que en América Latina y Asia, las mujeres producen<br />

más del 50 % de los alimentos disponibles, cifra que en África llega al 80 %.<br />

Pero también son ellas quienes se encargan de conseguir el agua y la leña. A<br />

cambio, estas mujeres son dueñas del 1 % de la propiedad y su acceso a<br />

créditos, ayudas, educación y cultura está tremendamente restringido. Las<br />

ecofeministas fueron las primeras en dar la voz de alarma acerca de que la<br />

pobreza, cada vez tiene más rostro de mujer.<br />

Las ecofeministas reivindican a Ráchale Carson como «la primera voz»,<br />

tras haber publicado en 1962 el libro Primavera silenciosa. En su obra ya<br />

denunciaba cómo los avances tecnológicos precipitaban una crisis ecológica<br />

y marcó un nuevo camino frente al riesgo de que la agroquímica industrial<br />

pudiera dar a luz a una «primavera silenciosa» sin el canto de pájaros ni el<br />

ruido de los insectos. Entre los movimientos del Tercer Mundo más<br />

reconocidos está Chipko de la India, difundido por Vandana Shiva, y el<br />

Movimiento del Cinturón Verde de Kenia, liderado por Wangari Maathai,<br />

ambas premios Nobel alternativos. Maathai también ha sido galardonada con<br />

el premio Nobel de la Paz en 2004.<br />

Las ecofeministas, además de desarrollar su propia teoría como corriente<br />

feminista y realizar estudios sobre dioxinas, contaminación o nuevas técnicas<br />

agroquímicas, son tremendas activistas. El movimiento Chipko (en hindi<br />

significa «abrazar») nació cuando las mujeres se opusieron a la deforestación<br />

en el estado indio de Uttar Pradesh, en los años setenta. Las mujeres se<br />

abrazaban a los árboles <strong>para</strong> evitar que fueran cortados. La campaña culminó


en 1980 cuando el gobierno indio dio su aprobación a una moratoria en la tala<br />

de árboles. El movimiento entonces inició una campaña masiva de<br />

plantación [201] .<br />

El Cinturón Verde, programa creado en 1977 por Wangari Maathai,<br />

combina el desarrollo comunitario con la protección medioambiental.<br />

Maathai se puso en marcha ante la reflexión de que «no podemos esperar<br />

sentadas a ver cómo se mueren nuestros hijos de hambre». Desde entonces,<br />

las mujeres del Cinturón Verde han plantado 30 millones de árboles y creado<br />

5.000 guarderías.<br />

Internet está siendo una herramienta fundamental en el desarrollo del<br />

feminismo. Por un lado, como medio de comunicación alternativo: se<br />

elaboran informaciones propias, permite distribuir información de forma<br />

masiva e inmediata, se debaten propuestas o nuevos planteamientos, conecta<br />

al movimiento mundial y es posible acceder a través de la red a textos,<br />

biografías o documentos que no se encuentran en los circuitos comerciales.<br />

Por otro lado, la red es el instrumento perfecto <strong>para</strong> organizar campañas tanto<br />

locales como mundiales entre un colectivo siempre falto de tiempo y de<br />

recursos. Además, en Internet se están proponiendo nuevas formas de<br />

creatividad feminista que por añadidura son fácilmente compartidas. Así, se<br />

puede hablar de una potente corriente, el ciberfeminismo que, como mínimo,<br />

tiene tres ramas desarrollándose con fuerza: la creación, la información<br />

alternativa y el activismo social.<br />

Fue en Australia, en 1991, donde el grupo de artistas denominado VNS<br />

Matrix, acuñó el término de ciberfeminismo. Una de sus primeras acciones<br />

fue el diseño de un antivideojuego desde la óptica feminista. Sus primeras<br />

instalaciones tenían formato electrónico, fotografía, sonido y video. Su<br />

propuesta consiste en utilizar la tecnología <strong>para</strong> la subversión irónica de los<br />

estereotipos culturales. Esta rama del ciberfeminismo pretende, por medio de<br />

las nuevas tecnologías, construir una identidad en el ciberespacio alejada de<br />

los mitos masculinos. Las raíces teóricas parten del feminismo francés de la<br />

tercera ola. El movimiento se consolidó en el Primer Encuentro Internacional<br />

Ciberfeminista, el 20 de septiembre de 1997 —organizado por las OBN,<br />

colectivo liderado por la alemana Cornelia Sollfrank— en el seno de la<br />

Documenta X, una de las muestras internacionales de arte contemporáneo


más relevantes, celebrada en Kassel (Alemania). El ciberfeminismo se define<br />

a sí mismo como fresco, desvergonzado, ingenioso e iconoclasta y no le falta<br />

razón. Desde su punto de vista, el ciberespacio es un mundo crucial <strong>para</strong> la<br />

lucha de género.<br />

Una segunda rama se inició en el desarrollo de la perspectiva de género y<br />

el uso estratégico de las redes sociales electrónicas. Este ciberfeminismo<br />

social surgió en 1993 en la Asociación <strong>para</strong> el Progreso de las<br />

Comunicaciones donde se creó el grupo APC-mujeres con la intención de<br />

utilizar las nuevas tecnologías <strong>para</strong> el empoderamiento de las mujeres en el<br />

mundo. La australiana Karen Banks, desde el servidor GreenNet en Londres,<br />

y la periodista británica Sally Burch, desde la agencia alternativa de<br />

información ALAI en Ecuador, serán sus promotoras [202] .<br />

El primer éxito del ciberfeminismo social se vivió en la IV Conferencia<br />

Mundial de Mujeres en Pekín, donde un equipo de 40 mujeres de 24 países<br />

creó un espacio electrónico con información de lo que ocurría en la capital<br />

china en 18 idiomas, que contabilizó 100.000 visitas en su página web.<br />

Teniendo en cuenta la poca o nula cobertura informativa de estos encuentros,<br />

según los países, la experiencia fue positiva y reveladora. Puesto que el<br />

feminismo está ausente en los grandes medios de comunicación, en Internet<br />

se encuentra el mejor instrumento <strong>para</strong> comunicar y comunicarse. A partir de<br />

Pekín, fue una realidad que las redes electrónicas ofrecen una nueva<br />

dimensión a la lucha y el trabajo feminista. Quizás el mejor ejemplo fue la<br />

Marcha Mundial de Mujeres del año 2000, organizada por las feministas<br />

canadienses y que movilizó a millones de activistas de todo el mundo en<br />

torno a dos ejes fundamentales de la lucha feminista: la pobreza y la violencia<br />

de género [203] .<br />

LA NUEVA TAREA: NOMBRAR Y DESENMASCARAR<br />

A partir de la década de los setenta, las feministas, todas, se pusieron manos a<br />

la obra y así han seguido, sin pausa, hasta estos primeros años del siglo XXI.<br />

Trabajan con la pasión que infunde la verdad personal. Reconquistada la<br />

libertad que les había sido arrebatada —aunque no <strong>para</strong> todas ni en todo el


mundo—, estaban puestas las bases <strong>para</strong> despegar. El primer ejercicio de<br />

poder que otorgaba esa nueva libertad fue nombrar y desenmascarar. Había<br />

una tarea ingente por delante: torpedear y desmontar todas las «falacias<br />

viriles».<br />

Cada grupo, desde su realidad, corriente dentro del feminismo y<br />

formación, empezó a desgranar los temas: la sexualidad femenina, el aborto y<br />

los derechos reproductivos, la salud femenina, el control de natalidad, la<br />

nutrición, los deportes, la investigación científica y farmacéutica, el<br />

embarazo, el parto y la maternidad. Estudiando el cuerpo y las relaciones de<br />

poder que todo lo impregnan cuando hablamos de mujeres, se reveló el grave<br />

problema de la violación y su práctica habitual en el control de las mujeres.<br />

De hecho, nombrar entonces la violencia dentro de la familia fue un paso<br />

decisivo <strong>para</strong> su inicial reconocimiento. En los setenta, las feministas ya<br />

habían identificado de forma clara el maltrato y la violencia contra las<br />

mujeres, aunque se haya tardado décadas en trasladar todos estos<br />

conocimientos a la sociedad y en convencer a los poderes públicos de que es<br />

un problema de estado de urgente solución.<br />

En la misma línea, se desenmascararon las trampas del lenguaje, la<br />

sesgada visión sexista de los medios de comunicación, la ultrajante<br />

representación de las mujeres en la publicidad, las diferencias de salario, los<br />

déficits en los servicios sociales, las exclusiones de la historia, las mentiras<br />

de las ciencias sociales, las carencias de las ciencias experimentales… En<br />

definitiva, se dijo con rotundidad que ya no es posible, con rigor académico,<br />

considerar como universal y neutral un punto de vista unilateral, el<br />

masculino. Llegadas al siglo XXI, «lo que nos une» y queda pendiente <strong>para</strong><br />

todas las mujeres, de todos los rincones del mundo, es hacer realidad que los<br />

derechos de las mujeres son derechos humanos.<br />

Todo esto, más la creación de nuevos modelos de relaciones personales e<br />

íntimas y de diferentes opciones de vida <strong>para</strong> las mujeres, fue posible gracias<br />

a la impertinencia, inteligencia y valor de las mujeres de la Revolución<br />

francesa, de las sufragistas, de las feministas de todas las clases: utópicas,<br />

anarquistas, socialistas, marxistas, radicales, ilustradas, de la diferencia… de<br />

todas las razas y de todos los países, ricas y obreras, asalariadas y amas de<br />

casa que supieron que la vida, además de vivirla, está <strong>para</strong> disfrutarla.


5<br />

<strong>Feminismo</strong> en España<br />

De la clandestinidad al gobierno paritario<br />

Hay mucha prevaricación masculina<br />

en la historia humana, que parece una<br />

historia sólo de hombres.<br />

LUISA MURARO<br />

«¡Españoles! Franco ha muerto», dijo el presidente Arias Navarro. Y a los<br />

dieciséis días, las españolas celebraban las Primeras Jornadas por la<br />

Liberación de la Mujer. ¡Dieciséis días! tardaron en organizarse. Durante los<br />

días 6, 7 y 8 de diciembre de 1975, quinientas mujeres llegadas de todos los<br />

rincones del país se concentraban en Madrid de forma clandestina. Nacía el<br />

movimiento feminista en España. No tenían tiempo que perder y mucho<br />

trabajo por delante.<br />

«TODAS LAS MUJERES CONCIBEN IDEAS, PERO NO TODAS<br />

CONCIBEN HIJOS»<br />

Que en España no haya habido, hasta la muerte de la dictadura franquista, un<br />

sufragismo fuerte ni un gran movimiento de mujeres no quiere decir que


históricamente no hubiera pequeños grupos organizados ni mujeres rebeldes<br />

que se negaran a vivir un destino no deseado, diseñado por otros <strong>para</strong> ellas.<br />

La gallega Concepción Arenal fue la primera que disfrutó de la reclamación<br />

por excelencia de todas las feministas: educación superior. Concepción<br />

Arenal nació en El Ferrol (La Coruña) en 1820 y decidió que estudiaría<br />

derecho en la Universidad de Madrid. Para ello, se vistió de hombre y acudió<br />

como alumna oyente. Teniendo en cuenta que la abolición definitiva de la<br />

Inquisición se produjo en 1834, lo de Concepción Arenal fue más que un acto<br />

de rebeldía.<br />

Ella misma se consideraba una reformista y así, toda su vida, hizo lo que<br />

quiso con inteligencia, audacia y sorteando una dificultad tras otra. El precio:<br />

esconder que era una mujer. En 1860 escribió La beneficencia, la filantropía<br />

y la caridad, obra de tal envergadura que mereció el premio de la Real<br />

Academia de Ciencias Morales y Políticas. La presentó a concurso con el<br />

nombre de su hijo Fernando, al sospechar que los académicos no iban a<br />

conceder el galardón a una mujer. Académicos y público se quedaron<br />

pasmados cuando fue a recoger el premio un niño de diez años, cogido de la<br />

mano de su madre. Aunque lo intentaron, ya no podían echarse atrás, así que<br />

Concepción Arenal se convirtió en la primera mujer premiada por una<br />

Academia [204] .<br />

Concepción Arenal continuará usando ropas masculinas tras casarse con<br />

Fernando García Carrasco <strong>para</strong> acudir juntos a las tertulias que por aquel<br />

entonces se celebraban en Madrid. Arenal conseguía de esta manera no ser<br />

importunada. El matrimonio también comparte las colaboraciones<br />

periodísticas en el diario La Iberia hasta que Fernando García enferma de<br />

tuberculosis y es ella quien escribe los artículos, firmados con el nombre de<br />

su marido. Cuando queda viuda, su mejor amigo demuestra al director del<br />

periódico que era ella quien realmente escribía y, por lo tanto, lo justo de<br />

mantenerle el trabajo —y el sueldo—, único ingreso con que contaba <strong>para</strong><br />

ella y sus dos hijos. El director acepta pero, en lugar de las dos onzas de oro<br />

que recibía su marido, decide pagarle la mitad [205] .<br />

Los derechos de las mujeres y la situación en las prisiones son dos de los<br />

temas que más preocupan a Concepción Arenal y que estudia<br />

abundantemente en sus libros. En 1865 publica Cartas a los delincuentes,


considerada una obra pionera en la que trata de demostrar que la delincuencia<br />

es resultado de la marginación social. Tres años más tarde, en 1868 da a<br />

conocer La mujer del porvenir, uno de los estudios más lúcidos de la época<br />

sobre la situación subalterna de la mujer, que fue seguido en obras posteriores<br />

por autoras como Emilia Pardo Bazán. En 1884, completa su trabajo con El<br />

estado actual de la mujer en España [206] .<br />

Hacía sólo dos años, en octubre de 1882, que Dolores Aleu había<br />

defendido su tesis doctoral ante el tribunal que la examinaba en la<br />

Universidad Central de Madrid, con estas palabras:<br />

Hago uso de un derecho ya indiscutible, por más que —y esto es<br />

lamentable—, tenga límites en un corto número de españolas. […] Parece<br />

increíble que haya quien crea y diga que la instrucción de la mujer es un<br />

peligro. […] Hágase, si no, la prueba: póngase al niño y a la niña en las<br />

mismas condiciones, tanto de instrucción como de educación, tanto del medio<br />

como de los alimentos, tanto de los hábitos como de las preocupaciones<br />

sociales, y creo que nos encontraremos con mujeres que saldrán buenas y<br />

otras que serán inútiles, lo mismo que pasa con los hombres [207] .<br />

Dolores Aleu se convertía en la primera mujer doctorada tras haberse<br />

licenciado en Medicina. Aleu fue coetánea de Emilia Pardo Bazán, la gran<br />

rebelde. Fue Pardo Bazán la primera mujer en recibir una cátedra de<br />

Literatura en la Universidad Central de Madrid —que nunca pudo ejercer—,<br />

y la que más sacó los colores a la Real Academia Española. La institución era<br />

un cortijo masculino en el que se hacía y decidía sobre la lengua de todos y<br />

todas. Por sus respuestas ante las peticiones de ingreso, parece que el<br />

conocimiento, saber y reconocimiento de las mujeres no le importaba lo más<br />

mínimo. Antes que Pardo Bazán ya habían intentado entrar Gertrudis Gómez<br />

de Avellaneda y Concepción Arenal. Ninguna lo consiguió. La Real<br />

Academia Española permaneció cerrada a las mujeres ¡300 años!, hasta 1981,<br />

cuando Carmen Conde, por fin, rompe el abuso. Pero ninguna aspirante fue<br />

tan explícita como Pardo Bazán: «Que se otorgue al mérito lo que es sólo del<br />

mérito y no del sexo».<br />

Había nacido Emilia Pardo Bazán en La Coruña en 1851. Fue hija única<br />

de una familia con economía desahogada y con 17 años ya estaba casada con<br />

José Quiroga, con quien tendrá un hijo y dos hijas. Las filias y fobias


políticas de su padre llevaron al joven matrimonio de Galicia a Madrid y de<br />

allí por media Europa. Cuando en 1873 la familia regresa a Madrid, Emilia<br />

Pardo Bazán tiene 22 años y ya ha aprendido inglés, francés y alemán. La<br />

escritora comienza a publicar novelas con reconocimiento del público hasta<br />

que escribe unos artículos sobre el naturalismo que resultan muy polémicos y<br />

la colocan en el centro de todas las críticas. No sólo literarias, claro: se le<br />

reprocha que esté casada, que tenga hijos, que sea mujer, en definitiva. La<br />

presión es tal que su marido, hasta entonces cómplice y admirador de su obra,<br />

le exige que abandone la literatura. Pardo Bazán elige abandonarlo a él y el<br />

matrimonio se se<strong>para</strong>.<br />

La primera novela de la escritora tras esa ruptura es La tribuna, una obra<br />

novedosa y sólidamente documentada que defiende los derechos de las<br />

cigarreras, una actividad industrial ocupada en España masivamente por<br />

mujeres. Tras ésta publicará Los pazos de Ulloa, su mejor trabajo. Emilia<br />

Pardo Bazán vivió y escribió hasta su muerte, en 1921, <strong>para</strong> ser libre y<br />

económicamente independiente. Como a todas las rebeldes, ser mujer no le<br />

resultó un hecho sin importancia. En 1890, publica La mujer española, una<br />

compilación de artículos en los que trata, entre otros, los temas de la<br />

educación y la maternidad. Sobre el primero, se distancia de quienes<br />

defienden la educación femenina <strong>para</strong> que las mujeres puedan ser mejores<br />

madres e instruir mejor a sus hijos:<br />

… considero altamente depresivo <strong>para</strong> la dignidad humana el concepto<br />

del destino relativo, subordinado al ajeno. La instrucción y cultura racional<br />

que la mujer adquiera, adquiéralas en primer término <strong>para</strong> sí, <strong>para</strong> desarrollo<br />

de su razón y natural ejercicio de su entendimiento.<br />

Y sobre la maternidad, rotunda y lúcida escribe:<br />

Además de temporal, la función (de la maternidad) es adventicia: todas<br />

las mujeres conciben ideas, pero no todas conciben hijos. El ser humano no<br />

es un árbol frutal, que sólo se cultive por la cosecha [208] .<br />

Se cerraba el siglo XIX con las españolas entrando en la universidad y en<br />

las artes, aunque el mundo del conocimiento permanecía sin conquistar<br />

puesto que los intelectuales de la nación aún aceptaban muy mal la<br />

competencia en el feudo del saber. La enorme cultura y la insaciable<br />

curiosidad de Emilia Pardo Bazán no siempre fueron reconocidas con


admiración. La sociedad la calificó, a modo de insulto, de heterodoxa, atea,<br />

pornográfica, naturalista y feminista.<br />

Resultan curiosos los celos que manifiesta Menéndez Pelayo a Emilia<br />

Pardo Bazán —en una carta a su amigo Juan Valera—, que a falta de defectos<br />

que poner en cuestión, la acusa de lo que en los hombres era reconocido<br />

como muy meritorio: «Hay en todo esto cierta inofensiva pedantería que a mí<br />

me hace gracia y que nace principalmente del prurito de aparecer siempre al<br />

tanto de la última palabra del arte y de la ciencia» [209] .<br />

«¿POR QUÉ SE HA DE CONTINUAR LLAMÁNDONOS SEXO<br />

DÉBIL?»<br />

Los varones no sólo aceptaron mal la competencia intelectual, lo mismo<br />

ocurrió en las fábricas. En esa época, en la que las españolas comenzaban una<br />

a una a asomarse por la universidad, miles de mujeres ya trabajaban en la<br />

industria en condiciones de extrema dureza. Aunque España permanecía<br />

ajena a las ideas más modernas o renovadoras, la industrialización que<br />

comenzó de forma tímida también a finales del siglo XIX incorporó<br />

masivamente a las mujeres.<br />

La tremenda situación en la que se encontraban las trabajadoras quedó<br />

reflejada en los informes de la Comisión de Reformas Sociales creada en<br />

1883. Según éstos, las mujeres trabajaban entre doce y catorce horas diarias<br />

en condiciones infrahumanas, en centros industriales con pésimas<br />

condiciones higiénicas y, en la mayoría de los casos, situados a kilómetros de<br />

distancia de sus hogares [210] .<br />

Así las cosas, ese mismo verano se convoca en Sabadell la llamada<br />

«Huelga de las siete semanas», que movilizó a miles de trabajadoras y en la<br />

que destacó Teresa Claramunt, una de las primeras obreras españolas con<br />

discurso feminista. A Claramunt se la recuerda como militante destacada del<br />

Movimiento Libertario Español y como fundadora de un grupo anarquista de<br />

trabajadoras de la rama textil. Su actividad cesó tras sufrir una dura represión.<br />

En 1891, contrajo una parálisis en la cárcel que le impidió continuar su lucha<br />

obrera. Aún así, en 1929 habló por última vez en un mitin. Pero ya en 1899,


Teresa Claramunt escribía:<br />

En el orden moral, la fuerza se mide por el desarrollo intelectual, no por<br />

la fuerza de los puños. Siendo así, ¿por qué se ha de continuar llamándonos<br />

sexo débil? […] El calificativo parece que inspira desprecio; lo más,<br />

compasión. No, no queremos inspirar tan despreciativos sentimientos; nuestra<br />

dignidad como seres pensantes, como media humanidad que constituimos,<br />

nos exige que nos interesemos más y más por nuestra condición en la<br />

sociedad. En el taller se nos explota más que al hombre, en el hogar<br />

doméstico hemos de vivir sometidas a capricho del tiranuelo marido, el cual,<br />

por el solo hecho de pertenecer al sexo fuerte, se cree con derecho de<br />

convertirse en reyezuelo de la familia (como en la época del barbarismo).<br />

[…] Hombres que se apellidan liberales los hay sin cuento. Partidos, lo más<br />

avanzado en política, no faltan; pero ni los hombres por sí, ni los partidos<br />

políticos avanzados se preocupan lo más mínimo por la dignidad de la<br />

mujer [211] .<br />

La reacción a esta primera protesta colectiva de mujeres trabajadoras en<br />

Sabadell no se hizo esperar. En España, el siglo XX comenzaba con la Ley de<br />

Trabajo de Mujeres y Niños, promulgada en 1900. Fue la primera de una<br />

serie de medidas legislativas que limitaron el trabajo de las mujeres en la<br />

industria. Como bien habían dicho las feministas socialistas europeas, no se<br />

trataba de proteger a las mujeres, sino de echarlas del trabajo remunerado.<br />

Sus compañeros, en vez de defender que a igual trabajo igual salario y con<br />

ello evitar que a las mujeres se les bajaran los sueldos y no fuesen<br />

competencia ilícita y, de paso, que el trabajo se repartiera por igual entre<br />

hombres o mujeres, optaron por lo contrario. Los trabajadores hicieron<br />

huelgas, entre ellas las de varias fábricas de pasta de Barcelona donde<br />

llegaron a estar cuatro meses sin trabajar hasta que consiguieron expulsar a<br />

las mujeres [212] .<br />

Pero las obreras debieron pensar algo similar a lo dicho ya en 1846 por<br />

Carolina Coronado sobre las mujeres en el arte: «Es inútil que decidan si la<br />

poetisa debe o no existir porque no depende de la voluntad de los<br />

hombres» [213] . En 1930, eran el 12,6 % del total de la mano de obra. Las<br />

condiciones sociales <strong>para</strong> ellas también fueron tremendamente restrictivas. Su<br />

vida laboral terminaba a los 25-30 años, cuando por matrimonio o nacimiento


de los hijos eran obligadas a abandonar el trabajo asalariado y dedicarse por<br />

entero a la familia. Sus empleos se consideraban subsidiarios a los del esposo<br />

y <strong>para</strong> ellas, las opciones profesionales estaban limitadas.<br />

En todos los campos las puertas estaban cerradas <strong>para</strong> las mujeres pero<br />

éstas demostraron una audacia insólita. Recoge Isaías Lafuente una atrevida<br />

historia de amor que da fe de la valentía de las mujeres jugándose el tipo<br />

contra las imposiciones fueran del orden que fueran. Ocurrió en la parroquia<br />

de San Jorge, en La Coruña, donde dos maestras gallegas, Marcela Gracia y<br />

Elisa Sánchez vivieron una intensa relación amorosa. Se habían conocido de<br />

adolescentes en la escuela y al percibir los padres de Marcela que algo<br />

extraño ocurría, fueron se<strong>para</strong>das. Pero al terminar la carrera ambas amigas<br />

fueron destinadas a aldeas vecinas de Galicia: Elisa a Calo; Marcela, a<br />

Dumbría, donde ocupó la casa-escuela que el pueblo dejaba a disposición de<br />

su maestra. Durante dos años, cada noche, Elisa recorría a pie los doce<br />

kilómetros que se<strong>para</strong>n las aldeas <strong>para</strong> dormir con Marcela. Cansadas de la<br />

clandestinidad, Elisa se convirtió en Mario. Masculinizó su aspecto, vistió<br />

pantalones y se inventó un pasado: infancia en Londres, padre ateo que no<br />

quiso bautizarlo de niño… Consiguió convencer al padre Cortiella, párroco<br />

de San Jorge <strong>para</strong> que lo bautizase y le diese la primera comunión y,<br />

convertida ya en Mario, el 8 de junio de 1901, a las siete y media de la<br />

mañana, se celebró la boda. La primera noche como marido y mujer la<br />

pasaron en la pensión de Corcubión. Fue La Voz de Galicia quien publicó el<br />

engaño, lo que hizo que el matrimonio tuviera que marcharse del pueblo<br />

primero y del país después, tras haber sido dictada una orden de busca y<br />

captura contra ellas.<br />

Nadie sabe cómo terminó su viaje —en Oporto embarcaron rumbo a<br />

América—, pero en la historia queda la valentía de dos mujeres que se<br />

enfrentaron a todas las normas que las obligaban a vivir como no eran ni<br />

querían [214] .<br />

EL ÁNGEL DEL HOGAR<br />

Y es que las españolas, todas, por decreto, tenían que ser ángeles, eso sí,


ángeles recluidos en sus hogares. Cuando comienza el siglo XX y<br />

prácticamente hasta que Clara Campoamor, casi en solitario, hace del derecho<br />

al voto femenino un derecho irrenunciable, en España sólo existía un modelo<br />

femenino aceptado socialmente. Se consideraba que la mujer era inferior por<br />

su debilidad física y psíquica y por lo tanto, estaba justificada su permanente<br />

tutela por un varón. Primero el padre, luego, el marido, porque lo adecuado<br />

era estar casada y ser madre, el único objetivo vital. Ser una mujer soltera era<br />

lo peor que podía ocurrir y sólo el convento se aceptaba como alternativa.<br />

Además de estas obligaciones sociales y de servicio hacia los demás, las<br />

mujeres también tenían obligaciones de carácter. Todas debían ser<br />

obedientes, abnegadas, humildes y cariñosas. Todas debían estar siempre<br />

dispuestas y disponibles <strong>para</strong> las atenciones que requirieran el resto de los<br />

miembros de la familia y una única virtud era inexcusable: tener probada<br />

honradez o, en palabras de Pardo Bazán, «poseer o simular poseer una única<br />

virtud, la castidad» [215] .<br />

Este ideal de «ángel del hogar» era defendido tanto por los discursos<br />

teológicos como científicos y cuestionado por obreras y feministas. Como las<br />

contradicciones se hicieron evidentes, se modeló el ideal y el discurso<br />

patriarcal <strong>para</strong> adaptarlo a los nuevos tiempos: el concepto de inferioridad<br />

natural quedó en desuso y se sustituyó por el de las diferencias biológicas y<br />

psicológicas entre hombres y mujeres. De esta manera, con un nuevo<br />

vocabulario y nuevos conceptos, el fin es el mismo: hombres y mujeres<br />

tienen distintos derechos y capacidades. Por lo tanto, las mujeres pueden<br />

trabajar y recibir un educación que les permita sobrevivir en caso de<br />

necesidad, pero el matrimonio y la maternidad continúan siendo su prioridad<br />

y su fin vital [216] . España entró en el siglo XX con un altísimo nivel de<br />

analfabetismo. Entre las mujeres, la cifra se elevaba al 71 %. De ahí que en<br />

las tres primeras décadas del siglo la educación fuera un gran campo de<br />

batalla y de trabajo.<br />

INTELECTUALES, MODERNAS Y SUFRAGISTAS EN EL<br />

LYCEUM CLUB


El primer paso se consiguió en 1910. Después de tanta rebeldía desde<br />

Concepción Arenal, por fin, las españolas pueden asistir a la universidad. En<br />

los años siguientes se irán abriendo, sucesivamente, la Residencia de<br />

Estudiantes —defiende idéntica educación <strong>para</strong> hombres y mujeres—, la<br />

Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas —gracias a<br />

sus becas por primera vez muchas españolas se forman en el extranjero—, el<br />

Instituto Internacional de Madrid y, posteriormente, la Residencia de<br />

Estudiantes <strong>para</strong> Mujeres. Con la apertura de todas estas instituciones,<br />

jóvenes como María de Maeztu o Victoria Kent, por ejemplo, recibieron una<br />

extraordinaria formación.<br />

Pero además, el sufragismo no había sucedido en vano. Aunque en<br />

muchos países como España apenas se vivió, dejó un halo de libertad tras de<br />

sí que modificó la vida de pequeñas elites de mujeres en toda Europa. Se<br />

conjugaron los deseos de libertad de las mujeres con pequeñas<br />

modificaciones legales de los respectivos gobiernos obligados a seguir el<br />

ritmo social. España no fue un excepción. Así, en 1918 coinciden dos hechos<br />

importantes. Por un lado, se aprueba el estatuto de funcionarios públicos, que<br />

permite el servicio de la mujer al estado —sólo en las categorías de auxiliar<br />

—. Clara Campoamor —en Correos— y María Moliner —en el Cuerpo de<br />

Archiveros y Bibliotecarios—, fueron de las primeras mujeres que<br />

aprovecharon esta rendija <strong>para</strong> acceder a un empleo.<br />

Y en ese mismo año, el 20 de octubre, un grupo de mujeres se reúnen en<br />

el despacho de María Espinosa de los Monteros —una mujer dedicada a sus<br />

propios negocios—, y constituyen la Asociación Nacional de Mujeres<br />

Españolas (ANME). En ella se integra un grupo heterogéneo de mujeres de<br />

clase media, maestras, escritoras, estudiantes y esposas de profesionales entre<br />

las que estaban María de Maeztu, Clara Campoamor, Victoria Kent, Elisa<br />

Soriano o Benita Asas. La ANME se coordina con otros grupos de mujeres y<br />

juntas forman el Consejo Supremo Feminista de España.<br />

Siguiendo esta onda expansiva surgirán otras organizaciones: la Unión de<br />

Mujeres de España, la Juventud Universitaria Feminista, Acción Femenina —<br />

creada en Barcelona—, o la Cruzada de Mujeres Españolas, donde destaca la<br />

periodista Carmen de Burgos. Y fueron ellas, las agrupadas en la Cruzada de


Mujeres Españolas, quienes organizaron el primer acto público feminista en<br />

España: en la primavera de 1921 se celebra la primera manifestación de las<br />

feministas españolas. Las militantes recorrieron el centro de Madrid<br />

repartiendo un manifiesto a favor del derecho al voto de las mujeres. El texto<br />

estaba firmado por un amplio grupo, desde Pastora Imperio a la marquesa de<br />

Argüelles o las Federaciones Obreras de Alicante. Mientras, el sistema<br />

político de la Restauración agonizaba. El golpe de estado de Primo de Rivera,<br />

el 13 de septiembre de 1923, definitivamente acabó con él estableciendo una<br />

dictadura militar.<br />

La presentación que hizo Primo de Rivera de su régimen es antológica:<br />

«Este movimiento es de hombres. El que no sienta la masculinidad<br />

completamente caracterizada, que espere en un rincón, sin perturbar los días<br />

buenos que <strong>para</strong> la patria pre<strong>para</strong>mos» [217] . Tras esa declaración de<br />

principios, respecto a las mujeres el general opta por el paternalismo. Así<br />

que, <strong>para</strong>dójicamente, fue con la dictadura de Primo de Rivera —en<br />

septiembre de 1923—, cuando se promulgó el Estatuto Municipal, que otorgó<br />

el voto a las mujeres… salvo a las casadas —la mayoría—, con el fin,<br />

aseguraban, de evitar discusiones en los hogares. Es decir, un voto que no era<br />

<strong>para</strong> todas y además no sirvió <strong>para</strong> nada porque no se pudo ejercer durante la<br />

dictadura. Salvo en una especie de simulacro electoral con el que el dictador<br />

pretendía reforzar su régimen. Este amago de referéndum se celebró el 11 de<br />

septiembre de 1926 y en él se permitió, por primera vez, participar a todos los<br />

españoles mayores de 18 años, sin distinción de sexo. Como diría Clara<br />

Campoamor, años después: «Lo que la dictadura le concedió a la mujer fue la<br />

igualdad en la nada» [218] .<br />

Es en ese ambiente paternalista y falto de libertades en el que se abre el<br />

Lyceum Club, en 1926. Lo fundó María de Maeztu con el grupo de mujeres<br />

que se reunían en la Residencia de Señoritas, creada <strong>para</strong> suplir la falta de un<br />

espacio público cultural. El Lyceum fue concebido como un lugar de debate y<br />

reflexión similar a los clubes de mujeres que existían por Europa. En él se<br />

reunían las dos generaciones de españolas que protagonizaron los primeros<br />

pasos de la rebeldía. María de Maeztu, María Goyri, Victoria Kent, Isabel de<br />

Oyarzábal (escritora y diplomática que firmaba entonces con el pseudónimo<br />

de Beatriz Galindo), María Lejárraga, Margarita Nelken… El Lyceum fue


espetado y criticado casi en la misma medida. Mientras que los medios de<br />

comunicación generalmente recurrían a sus socias pidiendo opinión sobre<br />

determinados asuntos, algunos personajes públicos llegaron a calificarlo<br />

como «el club de las maridas» por el número de esposas de hombres ilustres<br />

que allí se reunían. Claro que las «maridas» no eran menos ilustres que ellos.<br />

Allí estaba, por ejemplo, Zenobia Camprubí, esposa de Juan Ramón Jiménez.<br />

Cuando Camprubí llegó a España, hablaba inglés y francés además de<br />

castellano. Había traducido la obra del Premio Nobel hindú Rabindranath<br />

Tagore y disfrutaba de una desahogada situación económica. De hecho, fue<br />

ella quien mantuvo económicamente a la pareja gracias a su trabajo. También<br />

se reunía en el Lyceum la esposa de Gobera, Encarnación Aragoneses, que<br />

con el pseudónimo de Elena Fortún, fue la creadora de Celia [219] . Y María<br />

Lejárraga, brillante mujer que durante toda su vida escribió las obras que<br />

firmaba su marido, Gregorio Martínez Sierra. Lo cierto es que el Lyceum se<br />

convirtió en un referente intelectual y una bandera de la independencia de las<br />

mujeres.<br />

CLARA CAMPOAMOR: EL DERECHO AL VOTO<br />

La primera iniciativa sobre el derecho de las mujeres al voto en España llegó<br />

en 1907. En ese año se presentaron dos propuestas. Ninguna de ellas<br />

planteaba <strong>para</strong> las mujeres iguales condiciones que <strong>para</strong> los varones, pero así<br />

y todo, sólo nueve diputados votaron a favor. Un año después, siete diputados<br />

republicanos vuelven a proponer una enmienda también muy limitada: las<br />

mujeres podrían votar en las elecciones municipales —pero no ser elegidas<br />

—, y sólo las mayores de edad emancipadas y no sujetas a la autoridad<br />

marital. La propuesta también fue rechazada.<br />

En 1919, el diputado conservador Burgos Mazo lo intenta de nuevo.<br />

Aunque su proyecto de ley electoral era limitadísimo. Otorgaba el voto a<br />

todos los españoles de ambos sexos y mayores de 25 años, pero impedía que<br />

las mujeres pudieran ser elegibles. Remataba la propuesta estableciendo dos<br />

días <strong>para</strong> celebrar los comicios, uno <strong>para</strong> los hombres y otro <strong>para</strong> las mujeres.<br />

Ni siquiera fue debatida. Después llegaría el simulacro del régimen de Primo


de Rivera.<br />

Una vez acabada la dictadura militar e instaurada la Segunda República,<br />

el ministro de Gobernación, Miguel Maura, sale por la tangente y apuesta por<br />

el pragmatismo frente a la justicia. El ministro dicta un decreto <strong>para</strong> regular<br />

las elecciones <strong>para</strong> diputados de la Asamblea Constituyente en el que decide<br />

<strong>para</strong> las mujeres el sufragio pasivo, es decir, no podían elegir pero podían ser<br />

elegidas. No podían votar, pero podrían legislar. De los 470 escaños, sólo tres<br />

mujeres obtuvieron acta de diputadas en aquellas elecciones de junio de<br />

1931: Clara Campoamor, por el Partido Radical y Victoria Kent, por el<br />

Partido Radical Socialista. La tercera, Margarita Nelken, que se presentó con<br />

el PSOE, tuvo que esperar a tener la nacionalidad española —aunque había<br />

nacido en Madrid, era hija de alemanes emigrados a España— <strong>para</strong><br />

incorporarse. Lo hizo meses después.<br />

Tres entre 470, pero aún así, molestaban. Incluso al mismísimo presidente<br />

de la República. Manuel Azaña escribe en sus diarios, con fecha de 5 de<br />

enero de 1932, lo siguiente:<br />

Esto de que la Nelken opine en cosas de política me saca de quicio. Es la<br />

indiscreción en persona. Se ha pasado la vida escribiendo sobre pintura y<br />

nunca me pude imaginar que tuviese ambiciones políticas. Mi sorpresa fue<br />

grande cuando la vi candidata por Badajoz. Ha salido con los votos<br />

socialistas derrotando a Pedregal; pero el Partido Socialista ha tardado en<br />

admitirla como diputado. Se necesita vanidad y ambición <strong>para</strong> pasar por todo<br />

lo que ha pasado la Nelken hasta conseguir sentarse en el Congreso. […] La<br />

Campoamor es más lista y más elocuente que la Kent, pero también más<br />

antipática [220] .<br />

Por mucho que le disgustara al presidente Azaña, la presencia de la<br />

«antipática» Clara Campoamor en los debates parlamentarios resultó<br />

determinante <strong>para</strong> que la Constitución de 1931 no discriminara a las mujeres.<br />

Los compiladores del proyecto se habían mostrado cicateros respecto a la<br />

cuestión de la igualdad de los sexos y habían sugerido la siguiente redacción:<br />

No podrán ser fundamento de privilegio jurídico: el nacimiento, la clase<br />

social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas. Se reconoce en<br />

principio la igualdad de derechos de los dos sexos.<br />

Clara Campoamor protestó con ironía ese «en principio» tan poco


convincente:<br />

Se trata simplemente de subsanar un olvido en que, sin duda, se ha<br />

incurrido al redactar el párrafo primero de este artículo. Se dice en él que no<br />

podrán ser fundamento de privilegio jurídico el nacimiento, la clase social, la<br />

riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas. Sólo por un olvido se ha<br />

podido omitir en este párrafo que tampoco será fundamento de privilegio el<br />

sexo [221] .<br />

Finalmente, consiguió que se enmendara el artículo hasta quedar como<br />

sigue:<br />

No podrán ser fundamento de privilegio jurídico: la naturaleza, el sexo, la<br />

filiación, la clase social, la riqueza, las ideas políticas, ni las creencias<br />

religiosas. (Artículo 25).<br />

Después, defendió el voto femenino. Era el 1 de septiembre de 1931.<br />

Clara Campoamor convenció con su último discurso a una mayoría de<br />

diputados. Resultado final: 161 votos a favor, 121 en contra. Quienes votaron<br />

contra el sufragio femenino fueron Acción Republicana, el Partido Radical<br />

Socialista, de Victoria Kent, y el Partido Radical, de Clara Campoamor, que<br />

no consiguió persuadir ni a uno solo de sus cincuenta compañeros. Por el<br />

contrario, votaron a favor los diputados de la derecha, pequeños partidos<br />

republicanos y nacionalistas y el PSOE, aunque con cualificadas excepciones,<br />

como la de Indalecio Prieto.<br />

El hecho de que Clara Campoamor defendiera el sufragio femenino y de<br />

que Victoria Kent se opusiera, provocó burlas y chanzas. Como escribiera<br />

María Teresa León años después sobre los lances protagonizados por las<br />

mujeres, «casi siempre tomados a broma por los imprudentes».<br />

La disputa se centraba sobre si el momento era el oportuno o no. Victoria<br />

Kent propuso que se aplazara la concesión del voto a las mujeres. No era,<br />

decía, una cuestión de la capacidad de la mujer, sino de oportunidad <strong>para</strong> la<br />

República. El momento oportuno sería al cabo de algunos años, cuando las<br />

mujeres pudiesen apreciar los beneficios que les ofrecía la República. Clara<br />

Campoamor replicaba diciendo que las mujeres habían demostrado sentido de<br />

la responsabilidad social y que sólo aquellos que creyesen que las mujeres no<br />

eran seres humanos podían negarles la igualdad de derechos con los hombres.<br />

Advirtió a los diputados de las consecuencias de defraudar las esperanzas que


las mujeres habían puesto en la república.<br />

Clara Campoamor declaraba en una entrevista:<br />

¿No hemos quedado que el voto es la expresión de la voluntad popular?<br />

¿Es que acaso el pueblo son sólo los hombres? Mal podríamos decir que<br />

nuestra república es el fruto del deseo de toda España, si pudiésemos<br />

sospechar que la otra parte de la sociedad española, las mujeres, no están de<br />

acuerdo [222] .<br />

Pero no acabó ahí la lucha por el sufragio. Cuentan las crónicas<br />

periodísticas que se armó un buen guirigay entre los casi quinientos diputados<br />

el día de la votación y que muchos quedaron menos que conformes. Así que,<br />

dos meses después del debate, un representante de Acción Republicana<br />

volvió a la carga. Redactó una enmienda en la que proponía que las mujeres<br />

pudieran votar en las elecciones municipales, pero no en las generales. A lo<br />

que de nuevo contestó Campoamor con apasionadas palabras:<br />

Lo que os pasa es que medís al país por vuestro miedo; os ocupáis de lo<br />

accesorio, y no de lo verdaderamente sustantivo, y englobáis a todas las<br />

mujeres en la misma actitud, acaso —y yo no ofendo a los diputados, sino<br />

que contemplo la situación del país—, mirándola por la intimidad de vuestra<br />

vida, en que no habéis sabido hacer la se<strong>para</strong>ción entre religión y política. Y<br />

voy ahora al argumento <strong>para</strong> mí más claro, en defensa de mi punto de vista.<br />

Decís que la mujer no tiene pre<strong>para</strong>ción política. Decía el señor Peñalba, no<br />

sé en virtud de qué cálculos, que un millón sí la tienen y cinco millones no. Y<br />

yo os pregunto, de los hombres, ¿cuántos millones están pre<strong>para</strong>dos? [223]<br />

La enmienda que motivó el discurso de la diputada llevó a una segunda<br />

votación en la que por fin y definitivamente se aprobó el sufragio femenino<br />

por cuatro votos de diferencia. En el artículo 36 de la Constitución Española<br />

de 1931 se pudo leer: «Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de 23<br />

años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las<br />

leyes». Gracias a ese par de líneas, en las elecciones generales de 1933, las<br />

españolas consiguen votar por primera vez.<br />

Fue una victoria casi personal de Clara Campoamor aunque alentada por<br />

los pequeños grupos de las modernas, intelectuales y sufragistas. No eran<br />

muchas pero sí terriblemente vehementes. Como ejemplo, el discurso que<br />

escribía María Lejárraga en 1931, mientras se desarrollaban las discusiones y


las votaciones sobre el sufragio:<br />

¡A conquistar España, españolas! Y no se avergüencen ustedes de la<br />

pelea, no les dé rubor proclamarse de una vez <strong>para</strong> siempre feministas. Están<br />

ustedes obligadas a serlo por ley de naturaleza. Una mujer que no fuese<br />

feminista sería un absurdo tan grande […] como un rey que no fuese<br />

monárquico [224] .<br />

Pero en las elecciones generales de 1933, la derecha arrasó en las urnas y<br />

los partidos de izquierda se hundieron. Todo el mundo encontró de inmediato<br />

una culpable: Clara Campoamor, quien ni siquiera pudo renovar su escaño.<br />

Echar la culpa de la victoria de la derecha a las mujeres era, como mínimo,<br />

una conclusión superficial. Si se sumaban todos los votos de izquierda<br />

emitidos en esas elecciones todavía superaban a los de los conservadores. Se<br />

trataba sobre todo, de un problema de estrategia y unidad, como se<br />

encargarían de demostrar las elecciones de febrero de 1936 con la vuelta al<br />

poder de la izquierda gracias al triunfo del Frente Popular. Como afirmó<br />

Clara Campoamor: «El voto femenino fue, a partir de 1933, la lejía de mejor<br />

marca <strong>para</strong> lavar las torpezas varoniles» [225] .<br />

Campoamor había nacido en Madrid en 1888. Pertenecía a una familia<br />

humilde, así que tuvo que trabajar duro <strong>para</strong> poder licenciarse. Lo hizo en<br />

Derecho cuando tenía 36 años. A partir de 1932, una vez aprobada la Ley de<br />

Divorcio en las Cortes, dedicó la mayor parte de su actividad a este tipo de<br />

causas, llevando adelante dos divorcios muy célebres: el de la escritora<br />

Concha Espina de su marido Ramón de la Serna y el de Josefina Blanco de<br />

Ramón María del Valle-Inclán.<br />

Fue Clara Campoamor una mujer coherente con sus ideas sin importarle<br />

las consecuencias. Cuando el general Primo de Rivera quiso contar con ella<br />

<strong>para</strong> la Asamblea Nacional de la dictadura le rechazó, igual que hizo cuando<br />

la Academia de Jurisprudencia le concedió la Gran Cruz de Alfonso XII.<br />

Años después el gobierno la nombró directora general de Beneficencia, pero<br />

en 1934 abandonó su cargo y su partido, tras realizar un viaje oficial y<br />

contemplar los efectos de la brutal represión de la Revolución de Asturias,<br />

ordenada por el gobierno al que representaba. Cuando en 1936 ganó las<br />

elecciones el Frente Popular, también con el voto de las mujeres, nadie le<br />

pidió disculpas. Al comenzar la guerra se exilió y ya no pudo regresar a


España antes de su muerte, en 1972.<br />

Tampoco Victoria Kent logró volver al Parlamento en 1933. Margarita<br />

Nelken, en cambio, sí renovó su acta y junto a ella ocuparon escaños la<br />

escritora María Lejárraga, la periodista Matilde de la Torre, la maestra<br />

Veneranda García Blanco y la abogada Francisca Bohígas. Tras las<br />

elecciones de 1936, Margarita Nelken y Matilde de la Torre volvieron a<br />

obtener escaño. Victoria Kent regresa a la Cámara y se estrenan la maestra<br />

socialista Julia Álvarez Resano y la dirigente comunista Dolores Ibárruri,<br />

Pasionaria. En total, nueve mujeres en tres legislaturas. Dolores Ibárruri<br />

llegó a ser vicepresidenta de las Cortes en 1937. También el Parlamento<br />

vasco tuvo una diputada durante la república, Victoria Uribe Lasa. Pertenecía<br />

al Partido Nacionalista Vasco (PNV), una formación que no permitió la<br />

afiliación de mujeres hasta 1933 [226] .<br />

Otro triunfo conseguido en la república fue la Ley del Divorcio. Había<br />

pocos países europeos en 1931 en los que no se hubiera aprobado una ley al<br />

respecto: España e Italia eran las dos principales excepciones. Sin embargo,<br />

la Ley del Divorcio española, cuando por fin fue aprobada, en 1932, fue una<br />

de las más progresistas.<br />

A pesar de las dificultades, las tesis sufragistas se anotaron sus triunfos en<br />

la España republicana. La concesión del voto y la Ley del Divorcio fueron<br />

logros de las mujeres, pero tan efímeros como el propio régimen republicano.<br />

La guerra civil y la dictadura, tras la victoria de las fuerzas franquistas el 1 de<br />

abril de 1939, darían al traste con todo lo conseguido. Habría que esperar al<br />

cierre de ese largo y desgarrador período de 40 años, <strong>para</strong> que las mujeres<br />

recuperaran el punto de partida que significó la conquista del voto en 1931.<br />

Tras la guerra civil llegó el exilio, el franquismo y la represión. Miles de<br />

mujeres fallecieron en la contienda y durante las persecuciones posteriores y<br />

otras muchas salieron de España. Al exilio se van luchadoras anónimas y<br />

rebeldes ilustres como Rosa Chacel, Clara Campoamor, Elena Fortún,<br />

Dolores Ibárruri, Victoria Kent, María Lejárraga, María Teresa León, María<br />

de Maeztu, Federica Montseny, Margarita Nelken, María Zambrano… Al<br />

exilio se irán todas ellas, y en sus maletas se llevarán sus luchas, sus<br />

esperanzas, sus trabajos. Con su partida desaparecerán también todos los<br />

senderos abiertos por esas mujeres republicanas que iban camino de ser


mujeres libres. Las que se quedaron no pudieron continuar el trabajo.<br />

Sufrieron la dura represión y el silencio obligado.<br />

«Las mujeres nunca descubren nada. Les falta, desde luego, el talante<br />

creador, reservado por Dios <strong>para</strong> inteligencias varoniles; nosotras no<br />

podemos hacer nada más que interpretar mejor o peor lo que los hombres han<br />

hecho». Lo decía en 1943 Pilar Primo de Rivera [227] . Así de radical fue el<br />

cambio. La dictadura destrozará todas las leyes, todos los derechos que tantos<br />

esfuerzos había costado conseguir y supondrá la muerte civil <strong>para</strong> las<br />

mujeres. El ángel del hogar volvía a ser obligatorio. Marichu de la Mora, una<br />

de las nietas de Antonio Maura, no deja lugar a dudas:<br />

«Una cosa queda clara en nuestro espíritu femenino: que en resumidas<br />

cuentas, ¡por fin!, hay un estado que se ocupa de realizar el sueño de tantas<br />

mujeres españolas: ser amas de casa» [228] .<br />

1975, AÑO INTERNACIONAL DE LA MUJER<br />

La aparición del movimiento feminista tras los cuarenta años de franquismo<br />

fue como un ciclón. Todo era necesario y todo se hizo al mismo tiempo. Se<br />

abre la esperanza de cambiar la vida y las mujeres se organizan <strong>para</strong><br />

conseguirlo: grupos de barrio, de autoconciencia, en las empresas, en la<br />

universidad, de amas de casa… Había urgencia por destruir el modelo de<br />

feminidad que la dictadura franquista había impuesto. «Por eso los primeros<br />

años estuvieron particularmente marcados por la crítica sin matices a la<br />

maternidad y el matrimonio, a la familia y al modelo sexual. El objetivo era<br />

sacudir a una sociedad machista hasta el esperpento», explica Justa<br />

Montero [229] .<br />

La excusa <strong>para</strong> empezar a trabajar antes de la muerte de Franco la<br />

encontraron las feministas en Naciones Unidas. Aprovechando que 1975 fue<br />

declarado por la ONU Año Internacional de la Mujer, desde mediados de<br />

1974 se iniciaron reuniones y contactos que, escudándose en el organismo<br />

internacional, sirvieron <strong>para</strong> proponer una alternativa feminista a los actos<br />

oficiales que el gobierno y la sección femenina del Movimiento pretendían<br />

organizar como únicos interlocutores y representantes de los intereses de las


mujeres.<br />

La estrategia de los grupos fue elaborar un programa común feminista y<br />

democrático <strong>para</strong> 1975. Y además, quisieron presentarlo públicamente <strong>para</strong><br />

romper el silencio impuesto. Todo se hizo como se hacían las cosas en<br />

aquellos años: semiclandestinas y con una tremenda complicidad social. La<br />

Plataforma de Organizaciones Feministas que se había ido consolidando,<br />

organizó en febrero de 1975 una rueda de prensa en un pub en el centro de<br />

Madrid. Se invitó a los medios de comunicación que sabían que iban a «algo»<br />

y guardaron prudente silencio. A los dueños del local se les dijo que se iba a<br />

celebrar una pequeña fiesta, que vendrían periodistas y que dejaran la planta<br />

baja libre <strong>para</strong> disponer de un lugar reservado que no llamara la atención. En<br />

el pub también fueron discretos. Así se dio a conocer a la opinión pública el<br />

proyecto de actividades. La prensa difundió el acto y el programa profusa y<br />

muy favorablemente [230] .<br />

La Organización de las Naciones Unidas había hecho dos convocatorias<br />

<strong>para</strong> este Año Internacional de la Mujer. La Conferencia Mundial —<br />

gubernamental—, que se celebró en México del 19 de junio al 2 de julio y el<br />

Congreso Mundial de Mujeres, dirigido a organizaciones no gubernamentales<br />

que tuvo lugar en Berlín Oriental del 20 al 24 de octubre del mismo año.<br />

El Congreso de Berlín estuvo coordinado por la Federación Democrática<br />

Internacional de Mujeres. Cuando el Movimiento Democrático de Mujeres<br />

recibió la invitación <strong>para</strong> que cinco españolas asistieran al congreso no tenían<br />

ni idea de lo cerca que estaba el fin de la dictadura ni tampoco de que<br />

probablemente fueran las primeras en celebrarlo… antes de tiempo. El<br />

Movimiento Democrático de Mujeres consideró que, por las características<br />

políticas de España y por la red de grupos feministas que se tejía velozmente<br />

en ese año, cinco mujeres era un número muy pequeño. Así, se consiguió que<br />

entre la aportación de la Federación Internacional, la de la Junta Democrática<br />

—organismo unificador de las fuerzas políticas de la oposición en ese<br />

momento—, y de la Federación de Mujeres Cubanas se pudiesen cubrir los<br />

gastos <strong>para</strong> una delegación de trece mujeres, a las que se unieron dos<br />

exiliadas. Era una comisión plural y con dos denominadores comunes: la<br />

liberación de la mujer y el antifranquismo [231] .<br />

En Berlín se reunieron dos mil participantes de 140 países y de unas


doscientas organizaciones. En medio del congreso, las radios y televisiones<br />

norteamericanas dieron la noticia de la muerte de Franco. Estupefacción y<br />

júbilo, así definen las delegadas lo que sintieron. «Lo que allí se organizó en<br />

pocos minutos es casi imposible de contar: corrieron el vino y el champán y<br />

se cantó hasta la madrugada». La fiesta terminó en las habitaciones del hotel.<br />

Al día siguiente, las noticias dieron otra versión: Franco estaba muy mal<br />

pero… no había muerto. La delegación se reunió <strong>para</strong> ver qué hacía. Hubo<br />

tensión. Al final, la decisión mayoritaria fue volver sin imaginar que aún<br />

quedaba un mes de incertidumbre por delante.<br />

Lo que no se frenó fue la organización de las jornadas. A las religiosas<br />

del Colegio Montpellier se les dijo que, de acuerdo con la proclamación de<br />

las Naciones Unidas, se iba a celebrar una reunión de mujeres con motivo del<br />

Año Internacional de la Mujer. Las jornadas fueron posibles por todo el<br />

trabajo de coordinación de los grupos iniciado en otoño de 1974 y porque sus<br />

miembros tenían la convicción de que el feminismo tenía su razón de ser y su<br />

espacio social y político en la nueva etapa que se avecinaba [232] .<br />

Así que tras interminables avatares, las Primeras Jornadas por la<br />

Liberación de la Mujer se celebraron en el Colegio Montpellier de Madrid<br />

entre el 6 y el 8 de diciembre de 1975. Las distintas tendencias dentro del<br />

feminismo, los temas que luego serían objeto de debates durante varios<br />

años…, de todo se trató en estas primeras jornadas: educación, trabajo, leyes,<br />

familia, sexualidad, divorcio, anticoncepción, aborto… Fue realmente una<br />

explosión tras tantos años de dictadura sin haber podido debatir<br />

colectivamente. Estas jornadas tienen una importancia especial puesto que es<br />

la primera vez que se expone clara y explícitamente la necesidad de construir<br />

un movimiento de liberación amplio, unitario e independiente de los partidos<br />

políticos. Días después, el 15 de enero de 1976, se organizó la primera<br />

manifestación postfranquista. El lema fue «Mujer: lucha por tu liberación».<br />

Por fin, la calle era de las mujeres. Aunque terminó con cargas policiales.<br />

LA EXPLOSIÓN DE LA TRANSICIÓN<br />

Las feministas inician su camino trabajando por una sexualidad libre, contra


la penalización del adulterio, por la legalización de los anticonceptivos, la<br />

exigencia de guarderías y de educación sexual, por el derecho al divorcio, al<br />

trabajo asalariado o la amnistía <strong>para</strong> las más de 350 mujeres que permanecían<br />

en las cárceles condenadas por los llamados delitos específicos (adulterio,<br />

aborto, prostitución). Se redactan los proyectos de ley alternativos sobre el<br />

divorcio y sobre el aborto. Se ponen en marcha centros de mujeres donde,<br />

junto a actividades de denuncia y formación ideológica, se facilitan<br />

anticonceptivos que en aquel momento eran ilegales [233] .<br />

El año 1976 tuvo como eje central dos luchas que continuaron a lo largo<br />

de 1977: la amnistía y la despenalización del adulterio. Las pancartas decían:<br />

«Amnistía <strong>para</strong> los delitos específicos de la mujer», «presas a la calle»,<br />

«anticoncepción, aborto, prostitución, adulterio no son delitos. Amnistía».<br />

Pero donde realmente se vio y se vivió la fuerza del feminismo español<br />

fue en las jornadas organizadas en Barcelona entre los días 27 y 30 de marzo<br />

de 1976. En ellas se reunieron unas tres mil personas con representación de<br />

grupos de mujeres de toda España. El avance desde las jornadas de Madrid<br />

del año anterior era tanto numérico como de calado político. Pero igual en<br />

unas como en las otras había una idea compartida: la de que la lucha<br />

feminista tenía un claro contenido político y era parte de la lucha por una<br />

sociedad democrática. Por primera vez, en 1977, en la calle y de forma<br />

unitaria, se celebró el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.<br />

También en 1977 se lanzó la campaña por una sexualidad libre y con una<br />

triple reivindicación: educación sexual y creación de centros de orientación<br />

sexual, anticonceptivos libres y gratuitos y aborto legal. La campaña no cesó<br />

hasta que se consiguió la despenalización de los anticonceptivos en octubre<br />

de 1978 y lo mismo sucedió con las campañas por la abrogación del delito de<br />

adulterio que se conquistó en mayo de ese mismo año. Para las primeras<br />

elecciones democráticas de junio de 1977, la plataforma elaboró un programa<br />

reivindicativo que hizo llegar a todos los partidos políticos.<br />

En 1978 fueron legalizadas las organizaciones feministas que lo<br />

solicitaron y se consiguieron, en Madrid, algunos de los locales de la antigua<br />

Sección Femenina. También fue suprimido el Servicio Social de las mujeres<br />

establecido por Franco en 1937. Todo se alcanzó sin experiencia política<br />

previa. Tampoco había una sólida base teórica. Es a partir de 1975 cuando


llegan los primeros textos del feminismo europeo y norteamericano. Las<br />

feministas tenían que elaborar teoría, conseguir que se derogara un largo<br />

listado de leyes, y hacer propuestas <strong>para</strong> la nueva legislación, reivindicar en<br />

la calle, abrir servicios, organizar su propio movimiento, hacer los cambios y<br />

reajustes personales, tomar conciencia y expandirla… Una verdadera<br />

revolución.<br />

Explica Justa Montero que protagonizar un cambio social de la<br />

envergadura del propuesto por el feminismo, enfrentado a resistencias<br />

explícitas e implícitas, requiere que se construyan nuevos códigos de<br />

referencia y una identidad colectiva: «Y se va creando un nosotras. Un claro<br />

ejemplo de ello es el reiterado recurso a un “yo” afirmativo y desafiante: “Yo<br />

también soy adúltera”, “yo también he abortado”, “yo también tomo<br />

anticonceptivos”, “yo también soy lesbiana”. Así se consolida un movimiento<br />

dispuesto a ponerlo todo en cuestión».<br />

Un movimiento que hizo todo esto sin referencias. El feminismo español<br />

contemporáneo —como expone Amelia Valcárcel— empieza a existir en los<br />

años setenta en medio de una gran desmemoria. No existía pasado. El<br />

franquismo lo había destruido. Las herederas de Concepción Arenal<br />

comenzaron a llenar las aulas universitarias sin saber que eran herederas de<br />

nadie. El primer momento del cambio no fue asertivo, sino negativo, había<br />

que abolir y derogar tantas leyes… Pero también hubo que inventarse un<br />

mundo nuevo. Las condiciones legales de las españolas hasta 1975, asegura<br />

Valcárcel, explican por qué había tantas abogadas en el feminismo de los<br />

primeros años.<br />

Y estas circunstancias hacen que el feminismo español sea especial, dicho<br />

esto a su favor. Es como es —serio, radical, político—, porque partió de<br />

aquella situación: «No nos tocó enfrentarnos a una misoginia travestida o<br />

vagarosa, sino a las prácticas civiles y penales del estado y al conjunto de la<br />

moral corriente. […] No es (el nuestro) un feminismo por lecturas, sino por<br />

vivencias. Primero vinieron la rabia y el coraje. Las lecturas vinieron<br />

después» [234] .<br />

De aquellos primeros años efervescentes el movimiento feminista español<br />

guarda un recuerdo imborrable. Cada grupo, y fueron cientos los que se<br />

crearon, tiene su propia historia, sus victorias, sus anécdotas. Cada militante


se siente orgullosa de lo que entre todas consiguieron. Sin embargo, también<br />

hay una conciencia de que la historia oficial no ha hecho justicia. No se<br />

puede entender la transición española sin conocer la militancia política de las<br />

mujeres, pero de la lectura de los relatos oficiales se desprende que ésta no<br />

existió. «A todos los grupos oprimidos se les roba la historia y la memoria»,<br />

afirma Rosa Cobo. Lo que no tiene pasado no tiene legitimidad ni, por tanto,<br />

tiene capacidad de propuesta política. Ésta es la razón fundamental por la que<br />

en los últimos años ha habido un incesante trabajo <strong>para</strong> dejar por escrito la<br />

historia del feminismo español.<br />

UNA CONSTITUCIÓN DECEPCIONANTE<br />

En 1978 la actividad se centró en la crítica a la Constitución. Un texto que<br />

sólo tuvo padres y que fue calificado por el feminismo de «machista y<br />

patriarcal». Ninguna mujer participó en su redacción, no hubo la conciencia<br />

democrática de contar al menos con otra Clara Campoamor. Desde los grupos<br />

de trabajo se elaboraron propuestas alternativas a algunos de sus artículos,<br />

particularmente los que hacían referencia a la familia, el trabajo, la educación<br />

y el aborto.<br />

La Plataforma de Organizaciones Feministas de Madrid firmaba en 1978<br />

un documento sorprendente por la agudeza con la que se señalaban los fallos<br />

del texto constitucional. Leído casi treinta años después, está claro que las<br />

feministas de entonces no se equivocaban. Señalaba el documento que, a<br />

pesar de que el artículo 14 proclama que «los españoles son iguales ante la<br />

ley», no resulta difícil descubrir el engaño: una Constitución que pretendía<br />

ser democrática debería haber asumido una norma elemental del Derecho,<br />

que establece que cuando se parte de una situación de desigualdad no se<br />

puede dar un trato de igualdad. «Pero, a juzgar por el texto de la futura<br />

Constitución, sus autores prescinden de la existencia de hecho de una<br />

desigualdad en las situaciones de partida de hombres y mujeres, y, al<br />

proclamar erróneamente que todos los españoles somos iguales, soslayan la<br />

necesidad de establecer medidas concretas <strong>para</strong> poner fin a esta desigualdad.<br />

Por otro lado, la mujer posee unos problemas específicos, derivados de su


capacidad reproductora, que requieren la existencia de unos derechos<br />

específicos <strong>para</strong> la población femenina. Tampoco la Constitución contempla<br />

estos problemas ni recoge estos derechos. Así pues, el texto constitucional<br />

omite puntos indispensables <strong>para</strong> lograr la participación igualitaria de la<br />

mujer en el proceso social, contribuyendo con ello a mantener y perpetuar<br />

nuestra condición de ciudadanos de segunda categoría. Y, por último, hay<br />

que añadir que el principio de no discriminación ante la ley por razón de<br />

sexo, que postula el citado artículo 14, es quebrantado por la propia<br />

Constitución que, a lo largo de su articulado, contiene una clara<br />

discriminación explícita y otras varias implícitas» [235] .<br />

A partir de este primer análisis, la plataforma estudia, punto por punto, las<br />

debilidades de la Constitución. La primera es el divorcio, que la Constitución<br />

remite a una legislación posterior, lo que en aquel momento era muy<br />

preocupante empeñadas como estaban en romper «con el trágico principio de<br />

indisolubilidad del matrimonio». También discrepan del artículo 39 en su<br />

apartado 1 donde se establece: «Los poderes públicos aseguran la protección<br />

social, económica y jurídica de la familia». Explican que, teniendo en cuenta<br />

que la opresión de la mujer tiene su origen precisamente en su asignación a<br />

los papeles de esposa y madre dentro de la familia, con este artículo se presta<br />

un flaco servicio a la causa de la emancipación femenina. Algo similar ocurre<br />

en el artículo que se refiere al trabajo asalariado. El texto constitucional<br />

oculta las tremendas diferencias que tenían —y tienen—, hombres y mujeres<br />

en esta cuestión.<br />

Criticaban también que el derecho al aborto no sólo quedaba fuera de la<br />

Constitución sino que no iba a ser fácil regularlo posteriormente a la vista del<br />

texto constitucional —de hecho es la gran asignatura pendiente, aún continúa<br />

sin ser ni libre ni gratuito—, y hacían especial hincapié en que la educación<br />

no sufría cambios con la inclusión del artículo 16: «Ninguna confesión tendrá<br />

carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias<br />

religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones<br />

de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones». El artículo<br />

alternativo que proponía la plataforma decía así: «El estado sólo protegerá la<br />

enseñanza estatal, que será laica, mixta, gratuita y obligatoria. A tal efecto, el<br />

estado garantizará que se realice sin discriminación o menoscabo por razón


de sexo, implantando la coeducación efectiva a todos los niveles y<br />

sancionando a los establecimientos que no cumplieran con este principio». En<br />

esta cuestión, tampoco parece que hayan pasado treinta años. El debate<br />

continúa en el mismo lugar.<br />

La plataforma no se olvidaba de rechazar el artículo que daba prioridad al<br />

varón sobre la mujer en el acceso a la jefatura del estado, ni tampoco del<br />

control de los medios de comunicación y las deficiencias de la Seguridad<br />

Social. A su juicio, el sistema propuesto <strong>para</strong> la Seguridad Social obliga a que<br />

la inclusión en ésta de las mujeres que no trabajan fuera de casa, se realice a<br />

través del marido. Explicaban que era de justicia haber garantizado un<br />

sistema de seguridad social único <strong>para</strong> toda la ciudadanía <strong>para</strong> lo que a partir<br />

de la mayoría de edad, todos cotizarían un mínimo y que devengaría las<br />

mismas prestaciones. En cuanto a los medios de comunicación, las feministas<br />

subrayaban «el denigrante papel que la mujer juega dentro de ellos y su<br />

constante utilización como reclamo sexual <strong>para</strong> el consumo», por lo que<br />

proponían la prohibición explícita del sexismo en los medios.<br />

En sus conclusiones, la Plataforma Feminista de Madrid afirmaba:<br />

No está claro que ésta sea la Constitución de la concordia y del consenso.<br />

Tampoco está claro que sea la Constitución de todos los españoles. Pero lo<br />

que sí está claro es que no es la Constitución de las españolas. […] Se nos<br />

dice que tengamos paciencia. Se nos dice que en estos momentos lo más<br />

importante es consolidar la democracia, y que, una vez consolidada, habrá<br />

tiempo <strong>para</strong> todo. Durante los miles de años que llevamos esperando, siempre<br />

ha habido cosas más importantes de las que ocuparse que transformar las<br />

condiciones de vida de las mujeres. Pero ya hemos aprendido que no es a<br />

base de paciencia como se consiguen las cosas, sino a base de presiones y<br />

movilizaciones colectivas. Y, consecuentemente, iniciaremos a partir de<br />

ahora las campañas oportunas <strong>para</strong> conquistar las reivindicaciones más<br />

urgentes que en este momento tiene planteadas la mujer española, tanto si la<br />

Constitución lo permite como si no. La Constitución ya está hecha. Ni la<br />

hemos hecho nosotras, ni tenemos posibilidad de modificarla. Lo único que<br />

podemos hacer es dejar constancia de nuestra protesta [236] .<br />

Dicho esto, el movimiento feminista se manifestó mayoritariamente<br />

contrario al sí en el referéndum constitucional aunque las mujeres del PSOE y


del PC redactaron un manifiesto en apoyo del voto afirmativo. En Cataluña,<br />

por ejemplo, el movimiento mantuvo la posición crítica pero no se pronunció<br />

sobre el sentido del voto. El texto constitucional fue la primera traición de los<br />

partidos políticos al feminismo. No era algo nuevo en la historia del<br />

feminismo mundial pero no por ello dejó de ser doloroso. Las españolas se<br />

quedaron en un segundo plano en el diseño del nuevo orden constitucional.<br />

Durante la transición se alimentó el desencanto y la desconfianza en el<br />

compromiso de los partidos políticos con la causa feminista.<br />

LA PRIMERA ESCISIÓN<br />

En los años posteriores a la muerte de la dictadura todo iba a velocidad de<br />

vértigo. En 1979 se convocan las siguientes jornadas estatales, esta vez, en<br />

Granada. A ellas acudieron 3.000 mujeres y en ellas se produjo la primera<br />

inflexión significativa del feminismo español. Explica Celia Amorós que<br />

tuvieron lugar en un clima general de «desencanto» provocado por una<br />

reforma sin ruptura que había costado demasiadas concesiones ante los<br />

poderes fácticos del período anterior.<br />

En el ámbito específico del feminismo había que sumarle una situación de<br />

cansancio por las discusiones sobre la doble militancia. Con ella se hacía<br />

referencia a las mujeres que, además de formar parte de grupos feministas,<br />

pertenecían a partidos y/o sindicatos. Una polémica particularmente crispada<br />

pues cuestionaba la autonomía de estas mujeres por considerarlas<br />

«contaminadas» por la ideología de los hombres que dirigían<br />

mayoritariamente sus organizaciones. En consecuencia, en Granada se<br />

propugna un modelo organizativo basado en la única militancia y la fidelidad<br />

al feminismo.<br />

En la España de la década de los sesenta, la práctica política se enmarcaba<br />

ineludiblemente en la oposición democrática al franquismo. Entre las mujeres<br />

comprometidas en la lucha antifranquista quedaba descartada cualquier<br />

definición del movimiento de mujeres como feminista y la discusión versaba<br />

sobre si era deseable la existencia de un movimiento organizado de mujeres<br />

con un carácter específico. A Granada ya llegan mujeres que proponen


apostar con fuerza por el movimiento feminista, pero la mayoría de las<br />

reunidas mantenía la doble militancia. Las jornadas de Granada fueron un<br />

acontecimiento de enorme valor e interés pero concluyeron con la primera y<br />

dolorosa ruptura del feminismo español. «Fue el alto precio pagado por la<br />

falta de madurez del movimiento», afirma Justa Montero.<br />

En estas condiciones, irrumpió polémica y espectacularmente en aquel<br />

encuentro multitudinario lo que se llamaría el feminismo de la diferencia.<br />

Según Celia Amorós, se trataba de una ruptura radical con las anteriores<br />

líneas de actuación vertida en tono militantemente lúdico y festivo. Se<br />

propuso romper con todos los cánones al uso, los órdenes del día fijados y<br />

hacer algo completamente diferente. Frente a las tediosas discusiones acerca<br />

de la relación entre el patriarcado y el capitalismo, el feminismo y los<br />

partidos políticos… había que elaborar nuevas formas específicamente<br />

femeninas de discutir y comunicarse, convertir los encuentros feministas en<br />

una fiesta que hiciera quebrar los rígidos esquemas de unas programaciones y<br />

unos contenidos marcados por la impronta de lo patriarcal. Las reacciones<br />

contra el feminismo de la diferencia no se hicieron esperar y se desencadenó<br />

la polémica [237] . Fue una segunda ruptura que quebró definitivamente el<br />

funcionamiento unitario que hasta entonces se había dado en torno a la<br />

Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas.<br />

AÑOS 80: EL ABORTO<br />

Tras lo que se denominó «la apertura y el destape», las feministas<br />

comenzaron a analizar las relaciones de poder entre los hombres y las<br />

mujeres en el patriarcado. En este contexto, acabar con el poder exigía<br />

recuperar el propio cuerpo. La consigna «Nosotras parimos, nosotras<br />

decidimos» fue coreada con frecuencia durante las movilizaciones de la<br />

década de los ochenta y marca una línea de avance en lo que concierne al<br />

derecho de las mujeres a decidir sobre sí mismas más allá de las<br />

determinaciones de médicos, jueces, políticos, padres, maridos o compañeros.<br />

La lucha por el derecho al aborto libre y gratuito centra la actividad del<br />

movimiento de aquellos años. Había que liberar una sexualidad constreñida y


eprimida que estaba limitada a la normativa de la pareja heterosexual y de la<br />

familia y que, restringida por unos fines reproductivos, concebía la<br />

sexualidad femenina como algo inexistente. Así, en junio de 1983 se<br />

organizan en Madrid las Primeras Jornadas sobre Sexualidad.<br />

Además de ser un tema central <strong>para</strong> el feminismo español, las campañas a<br />

favor de una sexualidad propia fueron, probablemente, las más<br />

espectaculares. Desde que se abrieron los primeros centros de planificación<br />

familiar en los años setenta, desafiando la legislación aún vigente, hasta el<br />

acto más audaz realizado en las jornadas de 1985, donde médicas del<br />

movimiento feminista practicaron un aborto en el mismo local donde se<br />

desarrollaba el encuentro. Una vez realizado, se presentaron ante la prensa<br />

con el instrumental y autoinculpándose. «Fuimos nosotras», desafiaban.<br />

Fueron métodos radicales <strong>para</strong> romper con una realidad tremendamente<br />

dramática en la que la sexualidad de las mujeres no existía, el cuerpo<br />

femenino estaba completamente cosificado, los embarazos no deseados eran<br />

una realidad habitual en un país sin anticonceptivos y los tabúes escondían el<br />

día a día de las mujeres. Y sobre todo, los abortos clandestinos, realizados sin<br />

garantías ginecológicas ni higiénicas, suponían un elevado riesgo de muerte<br />

<strong>para</strong> las mujeres.<br />

En España, la interrupción voluntaria del embarazo fue legalizada entre<br />

los años 1931 y 1939, en época republicana. Tras esa fecha, Franco volvió a<br />

penalizarlo. En 1941, se castigaba el aborto no espontáneo con penas que<br />

podían ir desde meses hasta años de prisión. Actualmente, la ley española<br />

recoge la posibilidad legal de interrumpir el embarazo en tres supuestos. La<br />

voluntad de las mujeres no se contempla como uno de ellos. El feminismo<br />

continúa denunciando esta situación y destaca que ni siquiera en los casos<br />

contemplados por la ley, las mujeres pueden ejercer libre y gratuitamente su<br />

derecho ya que más del 97 % de las interrupciones voluntarias del embarazo<br />

se realizan actualmente en la sanidad privada.<br />

Los años ochenta marcan también el inicio del feminismo institucional.<br />

Los precedentes arrancan en 1977, con la creación por parte del gobierno de<br />

UCD de la Subdirección General de la Condición Femenina y se consolidan<br />

con la llegada del PSOE al poder en 1982, más concretamente tras la<br />

apertura, en 1983, del Instituto de la Mujer. Las relaciones entre el


movimiento feminista y el feminismo institucional son complejas. Por un<br />

lado, este organismo es consecuencia de que el feminismo exige políticas<br />

públicas dirigidas a cambiar la situación de las mujeres. Pero, por otro lado,<br />

hay feministas que abandonan los grupos <strong>para</strong> incorporarse a las diferentes<br />

administraciones en una apuesta por lo que califican «feminismo eficaz y<br />

realista». Desde el feminismo institucional se recogen reivindicaciones del<br />

movimiento y conceptos feministas pero éstos se vacían de contenido crítico.<br />

Parece que las relaciones entre un movimiento crítico y reivindicativo y las<br />

instituciones son necesariamente conflictivas y complejas.<br />

Otro fenómeno que arranca en la misma década fue el feminismo<br />

académico. Tampoco fue fácil que las universidades aceptaran albergar y<br />

financiar estos departamentos de investigación. Los antecedentes se remontan<br />

a 1974, cuando Mary Nash hizo la primera incursión en la Universidad de<br />

Barcelona impartiendo una asignatura sobre historia del feminismo. Los<br />

primeros seminarios y centros dedicados a los estudios académicos cuajaron<br />

unos años después. El primero se creó en 1979, en la Universidad Autónoma<br />

de Madrid, dirigido por María Ángeles Durán. En 1982, Mary Nash fundó el<br />

Centro de Investigación Histórica de la Mujer en la Universidad de<br />

Barcelona. En Madrid, la Universidad Complutense aprobó en el curso<br />

1988-1989 el Instituto de Investigaciones Feministas dirigido por Celia<br />

Amorós. Desde el curso siguiente, el instituto imparte un curso de Historia de<br />

la Teoría Feminista. La mayoría de las universidades españolas tienen ya<br />

departamentos específicos.<br />

LAS FEMINISTAS DEL SIGLO XXI<br />

No existe perspectiva histórica <strong>para</strong> analizar las consecuencias del trabajo<br />

feminista de los últimos años. Habrá que esperar <strong>para</strong> conocer los resultados<br />

del incesante trabajo contra la violencia de género realizado por el feminismo<br />

español. Tampoco se puede valorar aún la importancia del primer consejo de<br />

ministros paritario de la historia nombrado por el presidente Rodríguez<br />

Zapatero tras las elecciones generales de marzo de 2004 y que abrió la puerta<br />

a la representación equilibrada entre mujeres y hombres. Ni tampoco el


alcance del desarrollo legal realizado durante esa legislatura,<br />

fundamentalmente con la aprobación de la Ley Orgánica de medidas de<br />

protección integral contra la violencia de género del 28 de diciembre de 2004<br />

y la Ley Orgánica <strong>para</strong> la igualdad efectiva de mujeres y hombres de marzo<br />

de 2007. También resulta imposible valorar aún cómo cambiará la percepción<br />

que las mujeres y la ciudadanía en su conjunto tendrán sobre la nueva<br />

sociedad del siglo XXI tras el empeño del feminismo por modificar la<br />

representación que de las mujeres hacen los medios de comunicación.<br />

Sólo tenemos algunas pistas. Actualmente se contabilizan alrededor de<br />

5.000 asociaciones de mujeres repartidas por todas las comunidades<br />

autónomas. No todas son feministas, pero la cifra indica la preocupación de<br />

las mujeres por su propia realidad y la voluntad de modificarla y de<br />

reflexionar de forma colectiva. Otro indicador fueron las Jornadas de<br />

Córdoba del año 2000 convocadas por la Coordinadora Estatal de<br />

Organizaciones Feministas. Hacía 25 años de aquellas primeras jornadas de<br />

1975. En Córdoba se festejaron tres realidades. La primera, las heridas están<br />

cerradas. Ni la doble militancia ni la división entre el feminismo de la<br />

igualdad y la diferencia son actualmente un problema. La segunda, la<br />

aparición entre las 4.000 participantes de decenas de mujeres jóvenes<br />

haciendo realidad el título de las propias jornadas: «<strong>Feminismo</strong>.es… y será».<br />

Dos nuevas generaciones feministas están ya en activo. Y la tercera, que no<br />

hay ámbito de la actividad humana en el que el feminismo no esté trabajando.<br />

¡Cincuenta y cuatro ponencias sobre otros tantos temas fueron presentadas<br />

durante los días de las jornadas!<br />

Muchos son los éxitos del feminismo español, pero quizás el más<br />

destacado sea la expansión del feminismo difuso. Es el que representan las<br />

mujeres que, sin reconocerse feministas, realizan una práctica diaria —en su<br />

trabajo, en sus casas, en su participación pública y en sus relaciones de<br />

amistad o de pareja— de afirmación de autonomía, de espacios de libertad.<br />

Mujeres conscientes de sus derechos a los que no quieren renunciar y sí<br />

ejercer. Las reivindicaciones feministas han calado entre las mujeres que<br />

desean vivir en libertad.<br />

«Nadie ha regalado nada —explica Justa Montero— ni ha sido el devenir<br />

de la sociedad quien nos ha conducido de forma natural hasta donde estamos,


más bien al contrario. Se ha hecho frente a fuertes resistencias. Reclamar el<br />

carácter movilizador de este proceso y el papel jugado por el movimiento<br />

feminista no sólo es de justicia sino imprescindible <strong>para</strong> nuestra memoria<br />

colectiva» [238] . Como decía el manifiesto aprobado en Córdoba tras la<br />

celebración de las jornadas: «Larga y diversa es la historia de lucha que nos<br />

precede. […] Hemos dejado de sentirnos víctimas <strong>para</strong> convertirnos en<br />

agentes sociales de transformación de una realidad que es injusta. Cada día<br />

son más las mujeres que según sus sensibilidades se agrupan <strong>para</strong> ir tejiendo<br />

redes sociales creativas que nos permiten soñar futuros más humanos.<br />

Futuros sin fronteras entre hombres y mujeres porque se haya superado la<br />

sexualización que hoy hacemos de los valores, de los intereses, de los<br />

espacios, de los símbolos, de las formas de mirarnos y sentirnos».


6<br />

La mirada feminista<br />

¿Para qué sirven las gafas?<br />

El radicalismo de ayer se convierte en<br />

el sentido común de hoy.<br />

GARY WILLS<br />

Si son los ojos de las mujeres los que miran la historia, ésta no se parece a la<br />

oficial. Si son los ojos de las mujeres los que estudian la antropología, las<br />

culturas cambian de sentido y de color. Si son los ojos de las mujeres los que<br />

repasan las cuentas, la economía deja de ser una ciencia exacta y se asemeja a<br />

una política de intereses. Si son los ojos de las mujeres los que rezan, la fe no<br />

se convierte en velo y mordaza. Si son las mujeres las protagonistas, el<br />

mundo, nuestro mundo, el que creemos conocer, es otro.<br />

Las nadies son millones en el mundo. Su experiencia no tiene altavoces y<br />

sus pies están sobre una tierra que no les pertenece pero que comprenden<br />

como ningún estadista. Las mujeres de La Dimas, una comunidad de El<br />

Salvador, explican la globalización mejor que Bill Gates: «Antes, con unas<br />

moneditas podíamos hacer una llamada de teléfono. Ahora, no tenemos el<br />

dinero que cuestan las tarjetas que necesitan las cabinas nuevas».<br />

Las mujeres afganas conocen los resortes de las relaciones


internacionales: «Las grandes potencias necesitan el gas natural y las materias<br />

primas de las repúblicas asiáticas exsoviéticas en detrimento de Irán, Rusia e<br />

India. Un Afganistán estable se lo garantiza, aunque sea a costa de nosotras.<br />

Valen más los gaseoductos que la vida de las mujeres afganas».<br />

En China, las mujeres saben que no son deseadas porque tras tantos años<br />

con brutales políticas de natalidad que sólo permitían un descendiente, <strong>para</strong> la<br />

economía familiar, mejor que fuese varón. De los labios de las niñas salen<br />

frases como: «Yo nunca tuve el calor de un beso». Las adultas que consiguen<br />

saber a tiempo el sexo del feto, cuando es femenino, abortan.<br />

Todas hemos escuchado que íbamos a ser reinas, pero «un día pasaron<br />

por allí los ojos de una niña a la que le habían robado el cielo». Por ser niña;<br />

por haber nacido en Paquistán —y tener que casarse sin poder elegir marido<br />

—; en Argelia —y tener que abandonar su trabajo después de haber luchado<br />

contra los colonizadores—; en Bosnia —y haber sido violada en una guerra<br />

que nunca deseó—; en Burkina Faso —y sufrir la ablación de su clítoris—;<br />

en una familia gitana de la rica Europa —y casarse con quince años, virgen y<br />

representar de por vida el honor de su familia—; en la España del siglo XXI<br />

—y quedar huérfana porque su padre decidió que su madre merecía veinte<br />

puñaladas por desobediente.<br />

Habría que escuchar la experiencia de una joven ingeniera soviética que<br />

trabaja como prostituta <strong>para</strong> entender que detrás de la caída del Muro de<br />

Berlín había algo más que una guerra fría, había personas, había mujeres.<br />

Habría que escuchar a las madres iraquíes que ven morir a sus hijos <strong>para</strong><br />

entender que detrás del bloqueo y las operaciones militares había seres<br />

humanos, había mujeres que tras conseguir la legalización de los<br />

anticonceptivos en un país árabe, no los podían utilizar porque el bloqueo<br />

impedía que atravesaran sus fronteras. Habría que escucharlas hoy, después<br />

de una nueva invasión estadounidense… pero <strong>para</strong> eso habría que ponerles<br />

los micrófonos y enfocarlas con las cámaras que siempre están ocupadas por<br />

líderes ambiciosos, clérigos rebeldes o políticos poderosos.<br />

Habría que escuchar a las exguerrilleras centroamericanas <strong>para</strong> entender<br />

que además de muertos, la política de los ochenta en sus países supuso una<br />

sociedad desvertebrada donde desde entonces las mujeres se enfrentan solas a<br />

la lucha por la supervivencia de sus numerosos hijos. Habría que escuchar a


las mujeres del mundo porque, por fin, ellas deberían tener la palabra.<br />

Y, si las escucháramos, también las oiríamos reír y proponer, inventar y<br />

crear. Solucionar problemas, consolar tristezas, alegrar corazones. Ayudarse,<br />

trabajar, bailar y soñar. Ahí están las Mujeres de Negro, palestinas y judías<br />

juntas, desafiando a la violencia, gritando al viento que no son enemigas y<br />

construyendo paz. O las mujeres de la India, abrazándose a los árboles <strong>para</strong><br />

frenar leyes devastadoras. O las mujeres africanas, negociando con sentido<br />

común <strong>para</strong> sus países, denunciando a las multinacionales por sus precios<br />

abusivos hasta en los medicamentos. O las indígenas, evitando que los<br />

comerciantes del norte patenten sus plantas, sus conocimientos ancestrales, su<br />

sabiduría; diciendo no a los transgénicos. O a las mujeres europeas, luchando<br />

por la paridad que haga a las democracias occidentales merecerse el nombre.<br />

O a las mujeres españolas, manifestándose todos los 25 de cada mes, durante<br />

siete años, en invierno y en verano, en vacaciones y en Navidad <strong>para</strong> exigir<br />

que el país entero, hombres y mujeres, diga no a la violencia de género.<br />

Si las mujeres hubiesen podido hablar, hoy los pueblos seríamos más<br />

sabios. Habríamos aprendido los conocimientos de los nueve millones de<br />

mujeres quemadas en la hoguera, porque eran tan inteligentes que parecían<br />

brujas [239] . Recordaríamos el nombre de Murasaki Shikibu, la mujer que<br />

escribió la primera obra considerada una novela en el mundo. Fue en Japón<br />

en el año 1010. También nos sentiríamos orgullosos de Hildegarda de<br />

Bingen, la monja alemana (1098-1179), que además de monja fue escritora,<br />

filósofa, compositora, pintora y médica. Entre otras muchas cosas, autora del<br />

Libro de medicina compuesta, considerado como el libro base de la medicina.<br />

Así, cuando los fanatismos religiosos atacaran de nuevo, recordaríamos la<br />

frase de Hildegarda: «Cuando Adán miró a Eva quedó lleno de sabiduría».<br />

Sabríamos que la introducción de la física en el campo del conocimiento<br />

científico se dio con el libro Institutions, escrito por Emilie de Breteuil,<br />

marquesa de Chateler (1706-1749), gran matemática y filósofa. También<br />

recordaríamos a Alice Guy-Blanche (1873-1968), quien realizó la primera<br />

película con argumento en la historia del cine. Y también sabríamos que es<br />

una mujer la única persona que ha ganado el Premio Nobel en dos disciplinas<br />

diferentes. Marie Slodowska Curie (Polonia 1867-1934), quien en 1903<br />

recibió el Nobel de Física junto a su esposo, Pierre Curie, por el


descubrimiento y el trabajo pionero en el campo de la radioactividad y los<br />

fenómenos de la radiación. En 1911, Marie Slodowska Curie recibiría el<br />

Nobel de Química. A ella se le debe lo que hoy se denomina la «Edad del<br />

átomo».<br />

Si hubiésemos podido escuchar a las mujeres, si pudiésemos escucharlas<br />

hoy, hombres y mujeres seríamos más sabios y las mujeres, además,<br />

tendríamos más autoestima y sospecharíamos ante los relatos en los que no<br />

hay ni rastro de nosotras.<br />

Por eso, <strong>para</strong> dejar de ser miopes, las feministas se pusieron las gafas<br />

violetas. Sirven <strong>para</strong> ver las injusticias y una vez descubiertas, nombrarlas. La<br />

historia es selectiva porque no todo el mundo ha tenido la palabra. Una vez<br />

puestas las gafas, se ve claro que no hay razones naturales que justifiquen la<br />

desigual distribución de poder entre hombres y mujeres. Todo lo relatado<br />

hasta ahora, la invisibilización de las mujeres, de sus logros y saberes, la<br />

violencia ejercida contra ellas… no ocurre porque sí. Para analizar, explicar y<br />

cambiar estas realidades, la teoría feminista ha desarrollado cuatro conceptos<br />

clave: patriarcado, género, androcentrismo y sexismo. Los cuatro están<br />

íntimamente relacionados.<br />

ANDROCENTISMO: EL HOMBRE COMO MEDIDA DE TODAS<br />

LAS COSAS<br />

El mundo se define en masculino y el hombre se atribuye la representación de<br />

la humanidad entera. Eso es el androcentrismo: considerar al hombre como<br />

medida de todas las cosas. El androcentrismo ha distorsionado la realidad, ha<br />

deformado la ciencia y tiene graves consecuencias en la vida cotidiana.<br />

Enfocar un estudio, un análisis o una investigación desde la perspectiva<br />

masculina únicamente y luego utilizar los resultados como válidos <strong>para</strong> todo<br />

el mundo, hombres y mujeres, ha supuesto que ni la historia, ni la etnología,<br />

la antropología, la medicina o la psicología, entre otras, sean ciencias fiables<br />

o, como mínimo, que tengan enormes lagunas y confusiones.<br />

Por ejemplo, el androcentrismo de los antropólogos se discute desde hace<br />

ya un siglo. En 1968, el francés Marcel Mauss aseguraba que «se puede decir


a nuestros estudiantes, sobre todo a los y a las que un día pueden hacer<br />

observaciones sobre el terreno, que nosotros no hemos hecho más que la<br />

sociología de los hombres y no la sociología de las mujeres o de los dos<br />

sexos» [240] . En sus estudios, los antropólogos despreciaban aspectos de la<br />

vida de los pueblos que visitaban, sólo porque creían, desde el punto de vista<br />

masculino, que no tenían importancia. Además, casi siempre, los nativos a<br />

quienes entrevistaban eran hombres, lo cual condicionaba la visión de la<br />

totalidad del poblado.<br />

Esto que puede parecer anecdótico o sólo <strong>para</strong> expertos y expertas, es<br />

muy esclarecedor <strong>para</strong> analizar qué ocurre actualmente con los medios de<br />

comunicación. La visión androcéntrica del mundo decide y selecciona qué<br />

hechos, acontecimientos y personajes son noticia, cuáles son los de primera<br />

página y a qué o quién hay que dedicarle tiempo y espacio. Esa misma visión<br />

también decide, cuando ocurre un hecho, a quién se le pone el micrófono,<br />

quién explica lo que ha ocurrido, quién da las claves de los acontecimientos.<br />

Como los medios de comunicación configuran la visión que tiene la sociedad<br />

del mundo, perpetúan en pleno siglo XXI la visión androcéntrica. Un reto: que<br />

alguien busque la voz de las mujeres iraquíes entre los años 2003 y 2004, una<br />

época en la que todos los días se informaba sobre Irak en periódicos, radios y<br />

televisiones. El mismo ejercicio se puede hacer con las mujeres afganas —a<br />

excepción de Masuda Jalal, la única mujer que se presentaba como candidata<br />

a las elecciones de octubre de 2004—, o con las palestinas a lo largo de 2007.<br />

La distorsión del androcentrismo y sus terribles consecuencias también se<br />

dan en otras ciencias, como la medicina. Un ejemplo: popularmente, es de<br />

todos conocido que los síntomas de un infarto son dolor y presión en el pecho<br />

y dolor intenso en el brazo izquierdo. Pero, no es tan popular que éstos son<br />

los síntomas de un infarto ¡en un hombre! En las mujeres, los infartos se<br />

presentan con dolor abdominal, estómago revuelto y presión en el cuello.<br />

PATRIARCADO<br />

Hasta que la teoría feminista lo redefinió, se consideraba el patriarcado como<br />

el gobierno de los patriarcas, de ancianos bondadosos cuya autoridad


provenía de su sabiduría. De hecho, ésa es la interpretación que aún hace de<br />

la palabra la Real Academia Española.<br />

Pero ya a partir del siglo XIX, cuando comienzan las teorías que explican<br />

que la hegemonía masculina en la sociedad es una usurpación, se utiliza el<br />

término patriarcado en sentido crítico. Es el feminismo radical, a partir de los<br />

años setenta del siglo XX, el que utiliza el término patriarcado como pieza<br />

clave de sus análisis de la realidad.<br />

Una de las definiciones más completas de patriarcado la ofrece Dolors<br />

Reguant:<br />

Es una forma de organización política, económica, religiosa y social<br />

basada en la idea de autoridad y liderazgo del varón, en la que se da el<br />

predominio de los hombres sobre las mujeres; del marido sobre la esposa; del<br />

padre sobre la madre, los hijos y las hijas; de los viejos sobre los jóvenes y de<br />

la línea de descendencia paterna sobre la materna. El patriarcado ha surgido<br />

de una toma de poder histórico por parte de los hombres, quienes se<br />

apropiaron de la sexualidad y reproducción de las mujeres y de su producto,<br />

los hijos, creando al mismo tiempo un orden simbólico a través de los mitos y<br />

la religión que lo perpetúan como única estructura posible [241] .<br />

Analizar el patriarcado como un sistema político supuso ver hasta dónde<br />

se extendía el control y dominio sobre las mujeres. Buena parte de la riqueza<br />

teórica del feminismo de las últimas décadas procede de aquí. Al darse cuenta<br />

de que ese control patriarcal se extendía también a las familias, a las<br />

relaciones sexuales, laborales… las feministas popularizaron la idea de que<br />

«lo personal es político». Es cuando se organizan los grupos de<br />

autoconciencia y, con ellos, un nuevo descubrimiento: las mujeres se dieron<br />

cuenta de que aquello que cada una pensaba que sólo le ocurría a ella, que<br />

tenía mala suerte, que había hecho una mala elección de pareja o cualquier<br />

otra razón, no era, sin embargo, nada personal. Eran experiencias comunes a<br />

todas las mujeres, fruto de un sistema opresor.<br />

Todo esto fue determinante, por ejemplo, <strong>para</strong> el análisis de la violencia<br />

de género. Durante siglos, las mujeres se avergonzaban y se culpaban a sí<br />

mismas de la violencia que sufrían por parte de sus maridos y novios. En<br />

España, este sentimiento aún es común y hasta que el feminismo no<br />

consiguió que esta violencia apareciera en los medios de comunicación, miles


de mujeres pensaban que el maltrato era normal, y que debían callar y<br />

aguantar porque lo que pasaba entre las cuatro paredes de su casa no le<br />

importaba a nadie.<br />

El patriarcado es un sistema político. Su existencia no quiere decir que las<br />

mujeres no tengan ningún tipo de poder o ningún derecho. Una de las<br />

características del patriarcado es su adaptación en el tiempo. Son las victorias<br />

<strong>para</strong>dójicas. Por ejemplo, cuando el feminismo comenzó a exigir igual<br />

representación en política, se colocó a mujeres en las listas electorales, pero<br />

en los puestos del final, en los que se sabía que no iban a ser elegidas. El<br />

feminismo tuvo entonces que inventarse las listas cremallera: situar<br />

alternativamente una mujer y un hombre <strong>para</strong> asegurarse así que las mujeres<br />

también estarían entre las elegidas.<br />

Otro ejemplo es lo que ocurre actualmente en las sociedades occidentales.<br />

Las mujeres han conseguido el derecho a la educación y al trabajo retribuido,<br />

pero la mayoría de quienes trabajan fuera de sus casas, tanto las asalariadas<br />

como las que han creado sus propias empresas, continúan encargándose<br />

mayoritariamente del trabajo doméstico y del cuidado de los hijos. Es la<br />

tremenda doble jornada o doble presencia. Aún más, aquellas que delegan<br />

esas tareas también abrumadoramente lo hacen sobre otras mujeres: más<br />

pobres o de más edad. Son las mujeres que trabajan en el servicio doméstico,<br />

en su mayoría inmigrantes, y las abuelas.<br />

No todas las teóricas feministas utilizan el término patriarcado. Algunas<br />

prefieren usar «sistema de género-sexo». Para Celia Amorós, son expresiones<br />

sinónimas puesto que un sistema igualitario —explica—, no produciría la<br />

marca de género. Todo sistema patriarcal se basa en la coerción y en el<br />

consentimiento: violencia y educación. Aunque también aquí las feministas<br />

radicales norteamericanas puntualizan. Ellas sostienen que no se puede hablar<br />

en realidad de consentimiento dentro del sistema patriarcal ya que las mujeres<br />

están excluidas desde el origen al no haber formado parte de los pactos entre<br />

varones. Afirman por tanto, que no puede haber consentimiento dentro de<br />

una relación de desigualdad.<br />

Las formas de patriarcado varían. Así, en un país como Arabia Saudita,<br />

por ejemplo, donde las mujeres no disfrutan de ningún derecho fundamental,<br />

la realidad de las mujeres no se parece a la de las europeas que, al menos


formal y legalmente, han conseguido sus derechos. En Europa, el patriarcado<br />

utiliza otros instrumentos, como los medios de comunicación, <strong>para</strong> mantener<br />

los estereotipos y los roles sexuales; la discriminación laboral y económica y,<br />

sobre todo, la violencia de género, que sigue existiendo en las sociedades<br />

occidentales contemporáneas en magnitudes estremecedoras. Por eso, es<br />

habitual encontrarse con ideas opuestas respecto a la actual situación de las<br />

mujeres en el mundo. Quienes no tienen en cuenta el patriarcado aseguran<br />

que las cosas han cambiado una barbaridad mientras que quienes lo perciben<br />

con nitidez afirman que «las cosas» no han cambiado tanto, aquello de «los<br />

mismos problemas que mutan sin desaparecer», que decía Diana Bellesi.<br />

Ambas posturas están en lo cierto. La vida de las mujeres en algunas partes<br />

del mundo se ha transformado, pero el patriarcado aún goza de buena salud.<br />

El objetivo fundamental del feminismo es acabar con el patriarcado como<br />

forma de organización política.<br />

MACHISMO Y SEXISMO<br />

El machismo es un discurso de la desigualdad. Consiste en la discriminación<br />

basada en la creencia de que los hombres son superiores a las mujeres. En la<br />

práctica, se utiliza machismo <strong>para</strong> referirse a los actos o las palabras con las<br />

que normalmente de forma ofensiva o vulgar se muestra el sexismo que<br />

subyace en la estructura social. Así, hay ocasiones en las que una expresión,<br />

un chiste, una descalificación, una observación, un comentario… son<br />

machistas y pueden resultar molestos, inoportunos o de mal gusto, sin que la<br />

persona que lo dice o hace sea sexista. Para entendernos, de alguna manera<br />

podríamos decir que el sexismo es consciente y el machismo inconsciente.<br />

Por eso, un machista no tiene por qué ser forzosamente un sexista y, de igual<br />

manera, un sexista puede que no tenga ningún rasgo aparente de machista.<br />

Entonces, ¿qué es el sexismo?<br />

El sexismo se define como «el conjunto de todos y cada uno de los<br />

métodos empleados en el seno del patriarcado <strong>para</strong> poder mantener en<br />

situación de inferioridad, subordinación y explotación al sexo dominado: el<br />

femenino. El sexismo abarca todos los ámbitos de la vida y las relaciones


humanas» [242] . Es decir, ya no se trata de costumbres, chistes o<br />

manifestaciones de «poderío» masculino en un momento determinado, sino<br />

de una ideología que defiende la subordinación de las mujeres y todos los<br />

métodos que utiliza <strong>para</strong> que esa desigualdad entre hombres y mujeres se<br />

perpetúe.<br />

Por ejemplo, machismo es un piropo mientras que sexismo es la división<br />

de la educación por sexos, que ha sido una constante hasta nuestros días y<br />

que ha oscilado entre enseñar a las niñas a coser y rezar únicamente, hasta la<br />

prohibición de ingresar en la universidad o ejercitar ciertas profesiones. El<br />

lenguaje también es un buen ejemplo del sexismo cultural vigente [243] .<br />

GÉNERO<br />

El concepto de género es la categoría central de la teoría feminista. La noción<br />

de género surge a partir de la idea de que lo «femenino» y lo «masculino» no<br />

son hechos naturales o biológicos, sino construcciones culturales [244] . Por<br />

género se entiende, como decía Simone de Beauvoir, «lo que la humanidad<br />

ha hecho con la hembra humana». Es decir, todas las normas, obligaciones,<br />

comportamientos, pensamientos, capacidades y hasta carácter que se han<br />

exigido que tuvieran las mujeres por ser biológicamente mujeres. Género no<br />

es sinónimo de sexo. Cuando hablamos de sexo nos referimos a la biología<br />

—a las diferencias físicas entre los cuerpos de las mujeres y de los hombres<br />

—, y al hablar de género, a las normas y conductas asignadas a hombres y<br />

mujeres en función de su sexo.<br />

Fue Robert J. Stoller, en 1968, quien primero utilizó el concepto de<br />

género:<br />

Los diccionarios subrayan principalmente la connotación biológica de la<br />

palabra sexo, manifestada por expresiones tales como relaciones sexuales o el<br />

sexo masculino. De acuerdo con este sentido, el vocablo sexo se referirá en<br />

esta obra al sexo masculino o femenino y a los componentes biológicos que<br />

distinguen al macho de la hembra; el adjetivo sexual se relacionará, pues, con<br />

la anatomía y la fisiología. Ahora bien, esta definición no abarca ciertos<br />

aspectos esenciales de la conducta —a saber, los afectos, los pensamientos y


las fantasías—, que, aun hallándose ligados al sexo, no dependen de factores<br />

biológicos. Utilizaremos el término género <strong>para</strong> designar algunos de tales<br />

fenómenos psicológicos: así como cabe hablar del sexo masculino o<br />

femenino, también se puede aludir a la masculinidad y la feminidad sin hacer<br />

referencia alguna a la anatomía o a la fisiología. Así pues, si bien el sexo y el<br />

género se encuentran vinculados entre sí de modo inextricable en la mente<br />

popular, este estudio se propone, entre otros fines, confirmar que no existe<br />

una dependencia biunívoca e ineluctable entre ambas dimensiones (el sexo y<br />

el género) y que, por el contrario, su desarrollo puede tomar vías<br />

independientes [245] .<br />

Después de este trabajo de Robert J. Stoller, fueron las feministas<br />

radicales quienes desarrollaron el concepto género. Así, Kate Millett<br />

explicaba:<br />

En virtud de las condiciones sociales a que nos hallamos sometidos, lo<br />

masculino y lo femenino constituyen, a ciencia cierta, dos culturas y dos tipos<br />

de vivencias radicalmente distintos. El desarrollo de la identidad genérica<br />

depende, en el transcurso de la infancia, de la suma de todo aquello que los<br />

padres, los compañeros y la cultura en general consideran propio de cada<br />

género en lo concerniente al temperamento, al carácter, a los intereses, a la<br />

posición, a los méritos, a los gestos y a las expresiones. Cada momento de la<br />

vida del niño implica una serie de pautas acerca de cómo tiene que pensar o<br />

comportarse <strong>para</strong> satisfacer las exigencias inherentes al género. Durante la<br />

adolescencia, se recrudecen los requerimientos de conformismo,<br />

desencadenando una crisis que suele templarse y aplacarse en la edad<br />

adulta [246] .<br />

A todo esto añade Victoria Sau que las diferencias biológicas hombremujer<br />

son deterministas, vienen dadas por la naturaleza, pero en cuanto que<br />

somos seres culturales, esa biología ya no determina nuestros<br />

comportamientos [247] . Y lo de la cultura y la evolución está muy claro en<br />

algunas cosas pero no en lo que a las mujeres se refiere. Así, aquellos que<br />

claman <strong>para</strong> que todas las mujeres tengan como prioridad en su vida<br />

dedicarse a criar hijos y cuidar maridos, no parecen muy dispuestos a regalar<br />

sus automóviles <strong>para</strong> trasladarse en burro de una ciudad a otra. Tampoco<br />

renuncian a colgar sus encíclicas en Internet. El primer propósito de los


estudios de género o de la teoría feminista es desmontar el prejuicio de que la<br />

biología determina lo «femenino», mientras que lo cultural o humano es una<br />

creación masculina.<br />

Los estudios de género surgen en las universidades norteamericanas en la<br />

década de los setenta y en las españolas diez años después. Ya en los últimos<br />

veinte años, el estudio del género se ha incorporado a todas las ciencias<br />

sociales. Si el género es una construcción cultural, por fuerza ha de ser objeto<br />

de estudio de las ciencias sociales [248] .<br />

Los géneros están jerarquizados. El masculino es el dominante y el<br />

femenino el subordinado. Es el masculino el que debe diferenciarse del<br />

femenino <strong>para</strong> que se mantenga la relación de poder. Por eso a los<br />

muchachos, históricamente, se les ha pedido pruebas de virilidad. Y los<br />

peores insultos que pueden recibir los varones son todos los que sugieren en<br />

ellos «feminidad»: nena, gallina, nenaza, bailarina…<br />

Ninguna de las grandes corrientes teóricas (marxismo, funcionalismo,<br />

estructuralismo…) ha dado cuenta de la opresión de las mujeres. Así, la<br />

consecuencia más significativa que provoca el nacimiento de la teoría<br />

feminista es una crisis de <strong>para</strong>digmas: cuando las mujeres aparecen en las<br />

ciencias sociales, ya sea como objetos de investigación o como<br />

investigadoras, se tambalea todo lo establecido. Se cuestiona cómo se miden<br />

las investigaciones, cómo se verifican, la supuesta neutralidad de los<br />

términos y las teorías y las pretensiones de universalidad de sus modelos. La<br />

introducción de los estudios de género supone una redefinición de todos los<br />

grandes temas de las ciencias sociales [249] .<br />

Y también una revolución política. La tarea que se ha dado a sí misma la<br />

teoría feminista, distinguir aquello que es biológico de lo que es cultural, ha<br />

tenido una gran trascendencia política puesto que ha trasladado el problema<br />

de la dominación de las mujeres al territorio de la voluntad y de la<br />

responsabilidad humana [250] .<br />

Es decir, que si los salarios son distintos <strong>para</strong> los hombres y <strong>para</strong> las<br />

mujeres, es un problema político, no natural o biológico y dependerá de la<br />

voluntad política cambiarlo. Como los salarios, toda la desigual distribución<br />

de recursos: dinero, ocio, seguridad física, oportunidades. ¿Hay algo natural<br />

en decidir que no haya suficientes guarderías o residencias de ancianos o


centros de día <strong>para</strong> mayores? ¿Hay algo natural en mantener el IVA de los<br />

productos higiénicos femeninos —compresas y tampones—, productos de<br />

primera necesidad <strong>para</strong> todas las mujeres durante la mayor parte de su vida,<br />

como si fuesen artículos de lujo? ¿Hay algo de natural en decidir que toda<br />

una generación de ancianas que tuvieron prohibido por ley trabajar fuera de<br />

casa reciban pensiones no contributivas, las más bajas de la Seguridad<br />

Social?<br />

Así, <strong>para</strong>fraseando a la popular obra ¿Por qué lo llaman amor cuando<br />

quieren decir sexo?, podríamos preguntarnos: «¿Por qué lo llaman sexo<br />

cuando quieren decir género?». O quizás es que no lo quieren decir. Recuerda<br />

Victoria Sau que la miopía en ocasiones se convierte en ceguera «al no<br />

reconocer los varones actuales que el tratamiento históricamente dado a las<br />

mujeres era el propio de una relación de abuso de poder que creó al<br />

dominante y a la subordinada, y no simplemente una cuestión de iguales mal<br />

avenidos» [251] . Un argumento, por cierto, que se emplea todavía con los<br />

malos tratos cuando en las noticias se repite: «Después de una fuerte<br />

discusión, fulanito degolló a su esposa», transmitiendo así la idea de que la<br />

violencia de género se desarrolla entre iguales. De esta manera se olvida —o<br />

niega— que el patriarcado existe.<br />

Añade Sau: «Sin necesidad de estar expresamente escrito en un<br />

documento único al estilo de El Decálogo, el Corán o la Biblia, sino<br />

atomizado en cientos y miles de discursos “profesionales” de toda índole,<br />

había, —hay—, un tratado masculino suscrito explícita o implícitamente por<br />

la mayoría de los hombres <strong>para</strong> dar un determinado trato a las mujeres en<br />

tanto que seres declarados naturales. […] Así se ven obligados a rechazar el<br />

feminismo en lugar de beneficiarse de él y a malograr sus avances políticos<br />

en democracia, por ejemplo, al negar la dimensión real de los hechos<br />

ocurridos entre ambos sexos, siendo la negación el más mórbido y peligroso<br />

de los mecanismos de defensa, que se vuelve irremediablemente contra la<br />

persona que lo emplea» [252] .<br />

Sexismo, androcentrismo, género y patriarcado, cuatro conceptos clave<br />

que sirven como herramientas de análisis <strong>para</strong> examinar las sociedades<br />

actuales, detectar los mecanismos de exclusión, conocer sus causas y, tras<br />

haber atesorado todo ese conocimiento, proponer soluciones y modificar la


ealidad. Ponerla patas arriba, que de eso se trata, de construir un mundo en el<br />

que no exista una mitad invisible, sino mujeres y hombres libres y<br />

responsables de sus propias vidas. Como escribió Carmen Martín Gaite:<br />

«Abrid ya las ventanas. / Adentro las ventiscas / y el aire se renueve» [253] .


7<br />

Iguales ¿o quizá no?<br />

El poder resultante de un abuso de<br />

poder, nunca es <strong>para</strong> siempre.<br />

VICTORIA SAU<br />

«¿QUÉ ES LO QUE NO HA IDO BIEN?»<br />

Explica el poeta irlandés Robert Graves que en el Olimpo había doce<br />

divinidades: seis diosas y seis dioses, que representaban los Estados de la<br />

Confederación griega de entonces. Cuando Zeus se hizo con el título de<br />

«padre de los dioses y los humanos» y Apolo como «dios-sol» representante<br />

del mundo patriarcal que se estaba construyendo a gran velocidad, cambiaron<br />

las cosas. Una diosa, Vesta, fue sustituida por un nuevo dios, Dionisos. Éste<br />

había nacido directamente del muslo de Zeus, quien previamente había<br />

fulminado a su madre. Y a partir de entonces, la relación de sexo-género fue<br />

de cinco a siete. No se la llamaba paridad, pero el equilibrio acababa de<br />

desaparecer <strong>para</strong> unos cuantos milenios [254] .<br />

Lo cierto es que, desde entonces, en el entorno divino las cosas fueron<br />

realmente mal y en el terrenal, lo que no ha ido bien han sido las razones o<br />

sinrazones de nuestro pasado que han ido mutando hasta las razones o<br />

sinrazones de nuestro presente. En el largo camino hacia la igualdad ha<br />

habido que saltar más obstáculos de los previstos. La igualdad formal, legal,<br />

no garantizó la igualdad real. Así que el feminismo y el movimiento de


mujeres han ido creando nuevas estrategias y herramientas <strong>para</strong> caminar<br />

hacia esa sociedad democrática que anuncian las constituciones y denuncia la<br />

vida cotidiana.<br />

La democracia no ha satisfecho las expectativas de las mujeres porque en<br />

la práctica política, am<strong>para</strong>rse confiadamente en la justicia o disfrutar sin<br />

represiones de la libertad o la igualdad es una utopía <strong>para</strong> millones de<br />

ciudadanas. Qué entendemos por justicia, hasta dónde alcanza nuestra<br />

libertad, a quiénes aceptamos como iguales, son los fundamentos sobre los<br />

cuales las teorías políticas construyen el modelo social [255] .<br />

El patriarcado ha mantenido a las mujeres apartadas del poder. El poder<br />

no se tiene, se ejerce: no es una esencia o una sustancia, es una red de<br />

relaciones. El poder nunca es de los individuos, sino de los grupos. Desde<br />

esta perspectiva, el patriarcado no es otra cosa que un sistema de pactos<br />

interclasistas entre los varones. Y el espacio natural donde se realizan los<br />

pactos patriarcales es la política [256] .<br />

La igualdad formal no es la igualdad real y la neutralidad del sistema es<br />

sólo una farsa. Ya lo decía Emilia Pardo Bazán cuando pretendía entrar en la<br />

Real Academia Española: «Que se otorgue al mérito lo que es sólo del mérito<br />

y no del sexo». Efectivamente, las mujeres han estado apartadas de ¡todas!<br />

las instancias del poder —no sólo del poder político— a lo largo de la<br />

historia y no porque fueran más tontas o menos competentes que los<br />

hombres. La exclusión se hizo porque eran mujeres. Ni siquiera aquellas que<br />

consiguieron romper las trabas y adquirieron una formación académica y un<br />

desarrollo intelectual notable fueron reconocidas ni admitidas en los centros<br />

de poder. La respuesta que la Academia dio a Pardo Bazán fue escueta y<br />

clara: «Nada de mujeres. Son las normas». La exclusión también consiguió<br />

que las mujeres no pudieran generar su propio sistema de poder.<br />

Pero cuando se eliminaron las trabas legales y las leyes de las<br />

democracias recogieron la no discriminación por razón de sexo, las mujeres<br />

tampoco accedieron —ni acceden— al poder en la proporción que por su<br />

formación y esfuerzos sería razonable. La farsa de la neutralidad oculta las<br />

razones. En realidad, las mujeres no llegan a los centros de poder porque el<br />

sistema de selección previo aún prima a los varones. Los mecanismos de<br />

exclusión se mantienen con la perversión de que son más sutiles, por lo tanto,


más difíciles de combatir.<br />

Ante estas sutilezas —que como se verá con cifras tienen resultados de<br />

proporciones escandalosas—, se han implantado progresivamente medidas de<br />

acción positiva —también llamadas de discriminación positiva—, sistemas de<br />

cuotas y exigencias de paridad. Medidas sólo posibles en las democracias<br />

porque aunque éstas no han satisfecho las expectativas de las mujeres, en los<br />

sistemas autoritarios la situación es aún peor. Para las mujeres, las<br />

restricciones de libertad general son especialmente dañinas. En aquellos<br />

lugares donde se recortan las libertades, las primeras en desaparecer son las<br />

de las mujeres. Así como sufren doblemente allí donde se instala la violencia.<br />

Por ejemplo, en países como Arabia Saudita la población general tiene<br />

restringidas sus libertades pero <strong>para</strong> las mujeres las prohibiciones van desde<br />

no poder trabajar a no poder conducir, desde no poder abortar hasta no poder<br />

salir del país libremente. En los conflictos armados, además de ser víctimas<br />

de guerra también lo son de abusos sexuales y violaciones. En medio mundo,<br />

las mujeres violadas son posteriormente asesinadas por sus propias familias<br />

por el «deshonor» que suponen.<br />

ACCIONES POSITIVAS Y CUOTAS<br />

Las acciones positivas desarrollan el principio de igualdad y la igualdad está<br />

en su fundamento. La acción positiva consiste en establecer medidas<br />

temporales que corrijan las situaciones desequilibradas como consecuencia de<br />

prácticas o sistemas sociales discriminatorios [257] . El objetivo de estas<br />

medidas es eliminar barreras y facilitar la participación de las mujeres. La<br />

base filosófica es sencilla: tratar de manera desigual lo que es desigual <strong>para</strong><br />

conseguir un equilibrio. Consiste en lograr que todo el mundo parta de la<br />

misma línea de salida, luego, cada cual que llegue hasta donde le permitan<br />

sus posibilidades. Las medidas de acción positiva nacieron en Estados Unidos<br />

en los años sesenta y se utilizan con las minorías o los colectivos sociales<br />

excluidos.<br />

Las acciones positivas se pueden aplicar a cualquier ámbito de la vida<br />

pero su campo de actuación se ha centrado prioritariamente en tres grandes


áreas: laboral, educativa y participación política. En Europa y América<br />

Latina, el término quedó fijado <strong>para</strong> combatir las discriminaciones contra las<br />

mujeres. Así, según la definición del Comité <strong>para</strong> la igualdad entre hombres y<br />

mujeres del Consejo de Europa, por acción positiva se entiende «una<br />

estrategia destinada a establecer la igualdad de oportunidades por medio de<br />

unas medidas temporales que permitan contrastar o corregir aquellas<br />

discriminaciones que son el resultado de prácticas o de sistemas sociales».<br />

Por lo tanto, una acción positiva tiende a corregir las desigualdades de hecho<br />

y, como se refleja en el decreto-ley que las aprobó en Estados Unidos en los<br />

años sesenta, «lejos de comprometer el principio de la igualdad, constituye<br />

una parte esencial del programa <strong>para</strong> llevar a cabo este principio» [258] .<br />

En España, las medidas de acción positiva están am<strong>para</strong>das<br />

constitucionalmente. El artículo 9.2 de la Constitución contempla<br />

explícitamente que «corresponde a los poderes públicos promover las<br />

condiciones <strong>para</strong> que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos<br />

en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan<br />

o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en<br />

la vida política, económica, cultural y social». También el estatuto de los<br />

trabajadores en su artículo 17.1 estipula el desarrollo de medidas de acción<br />

positiva: «El gobierno podrá otorgar subvenciones, desgravaciones y otras<br />

medidas <strong>para</strong> fomentar el empleo de grupos específicos de trabajadores<br />

desempleados que encuentren dificultades especiales <strong>para</strong> acceder al<br />

empleo». Se trata, tal como señala el Consejo de la Unión Europea<br />

(Recomendación 84/635), de la promoción de acciones positivas a favor de la<br />

mujer debido a que «las normas jurídicas existentes sobre la igualdad de trato<br />

son insuficientes <strong>para</strong> eliminar toda forma de desigualdad de hecho si<br />

<strong>para</strong>lelamente no se emprenden acciones por parte de los gobiernos y de los<br />

interlocutores sociales y otros organismos competentes, tendentes a<br />

compensar los efectos perjudiciales que resultan <strong>para</strong> las mujeres de<br />

actitudes, comportamientos y estructuras de la sociedad».<br />

En el ámbito de la política, la filosofía de las acciones positivas dio paso a<br />

los sistemas de cuotas. Se trata de una nueva herramienta dentro de los<br />

partidos políticos y las listas electorales. Fue el PSC —Partido Socialista de<br />

Cataluña— quien primero introdujo las cuotas en el estado español. Era el


año 1982 y las mujeres consiguieron un modesto 12 %. El porcentaje era<br />

mínimo, pero el éxito enorme puesto que iniciaron un camino que ha llevado<br />

a la paridad. En 1987, el PSOE establecía la cuota femenina del 25 % en las<br />

listas electorales que fue gradualmente ampliada al 30 y al 40 %.<br />

En noviembre de 2001, el PSOE presentó una propuesta de ley <strong>para</strong><br />

modificar la Ley Orgánica de Régimen Electoral General, de tal modo que las<br />

listas de candidatos <strong>para</strong> todas las elecciones que se celebren en España<br />

contengan entre un 40 % y un 60 % de miembros de uno y otro sexo, y ello<br />

tanto en el conjunto de la lista como en cada tramo de cinco candidatos.<br />

Por su parte, en junio de 2002, los gobiernos socialistas de Baleares y<br />

Castilla-La Mancha aprobaron sendas leyes <strong>para</strong> imponer listas paritarias —<br />

en cremallera, alternando mujeres y hombres—, <strong>para</strong> las elecciones<br />

autonómicas. En ambos casos, el PP votó en contra y posteriormente presentó<br />

un recurso de inconstitucionalidad contra ambas. La excusa utilizada <strong>para</strong><br />

frenar estas iniciativas legales: al poder deben acceder los o las mejores, sin<br />

distinción de sexo. Eso es exactamente lo que dicen las feministas pero<br />

intuimos que en sentido contrario. Las mujeres no se creen que los y las<br />

mejores sean siempre, en todas las instituciones y en todos los momentos<br />

históricos, los hombres.<br />

Hubo que esperar a la aprobación de la Ley Orgánica 3/2007 <strong>para</strong> la<br />

Igualdad efectiva entre mujeres y hombres <strong>para</strong> que quedara fijado el<br />

principio de presencia o composición equilibrada, con el que se trata de<br />

asegurar una presencia suficientemente significativa de ambos sexos en<br />

órganos y cargos de responsabilidad, tanto a nivel estatal como autonómico y<br />

local. La Ley de Igualdad establece en su artículo 16 que «los poderes<br />

públicos procurarán atender al principio de presencia equilibrada de mujeres<br />

y hombres en los nombramientos y designaciones de los cargos de<br />

responsabilidad que les correspondan».<br />

¿Por qué son necesarias las cuotas? La mejor respuesta es el siguiente<br />

gráfico.


LA PARIDAD, PRINCIPIO DEMOCRÁTICO BÁSICO<br />

La paridad es, actualmente —debido al déficit de representación y de poder<br />

que aún soportan las mujeres—, una condición <strong>para</strong> que la democracia<br />

merezca ese nombre, exactamente igual que, <strong>para</strong> serlo, la democracia<br />

necesita se<strong>para</strong>ción de poderes o sufragio universal. Tres ejemplos, tres<br />

fotografías que ilustran los déficits de representatividad:<br />

La primera se hizo el 6 de septiembre de 2000 y apareció publicada al día<br />

siguiente en los periódicos de medio mundo. Era la Cumbre del Milenio, la<br />

reunión auspiciada por Naciones Unidas en la que se reunieron 152


presidentes o primeros ministros de otros tantos países. De esta cumbre<br />

debían salir las claves <strong>para</strong> la paz y el bienestar del mundo en el siglo XXI. La<br />

foto era espectacular y tremendamente simbólica. Entre los 152 líderes<br />

mundiales se encontraban siete mujeres —¡el 4,6 %!—. Entre los países<br />

representados estaban todas las democracias del mundo.<br />

Segunda foto. Fue portada de los periódicos europeos el 2 de mayo de<br />

2004. El titular de todos ellos, más o menos, decía así: Europa celebra el<br />

nacimiento de una gran potencia unificada. Los jefes de gobierno de la Unión<br />

Europea ampliada expresan en Dublín sus esperanzas sobre el futuro de la<br />

Europa de 455 millones de habitantes. Allí estaba, también, la foto de la<br />

familia europea. En total, 25 presidentes de gobierno representantes de 25<br />

naciones, de las 25 democracias europeas donde formalmente las mujeres<br />

tienen asegurados sus derechos y las discriminaciones legales no existen.<br />

Entre los 25, una mujer: Vaira Vike-Frieberga, presidenta de Letonia.<br />

Tercera foto: Se publicó apenas seis días después de la ampliación<br />

europea. En este caso se trataba de Marruecos y la foto era mucho menos<br />

numerosa pero aún tenía más poder simbólico. Se trataba de la foto oficial<br />

difundida por el palacio real de Marruecos del rey Mohamed VI con su hijo<br />

Mulay el Hassan con motivo del primer cumpleaños del príncipe heredero.<br />

Sólo ellos dos en la foto, ni rastro de la madre del príncipe heredero. Un<br />

poder masculino que se perpetuará, si nada lo impide, en otro poder<br />

masculino.<br />

El término paridad nombra una representación igual de las mujeres y de<br />

los hombres en las instituciones electas. En la práctica, se ha formulado en<br />

que ninguno de los dos sexos esté representado ni por encima del 60 % ni por<br />

debajo del 40 %. La desigualdad de los sexos en la representación cuestiona<br />

los fundamentos de la democracia representativa; la paridad debería<br />

contribuir a refundar un sistema democrático que es todavía deficiente, ya<br />

que no ha podido integrar a la mitad de los ciudadanos, esto es, a las<br />

ciudadanas.<br />

La noción de paridad nace políticamente en Europa. La expresión<br />

«democracia paritaria» se lanza en un coloquio organizado en 1989 en<br />

Estrasburgo por el Consejo de Europa en el que la igualdad entre hombres y<br />

mujeres se plantea como una cuestión política. Pero fue en 1992 cuando la


paridad quedó fijada. A petición de la Comisión de las Comunidades<br />

Europeas, tuvo lugar el 3 de noviembre de 1992, en Atenas, la primera<br />

cumbre europea «Mujeres al poder», compuesta por ministras o exministras<br />

del ámbito europeo. Las participantes denunciaron el déficit democrático<br />

existente y proclamaron la necesidad de conseguir un reparto equilibrado de<br />

los poderes públicos y políticos entre hombres y mujeres. En esta primera<br />

cumbre se firmó la denominada «Declaración de Atenas». En ella se constata<br />

que la igualdad formal y real entre las mujeres y los hombres es un derecho<br />

fundamental del ser humano, que las mujeres representan más de la mitad de<br />

la población y que la democracia exige la paridad en la representación y en la<br />

administración de las naciones. Las firmantes aseguran que «constatan un<br />

déficit democrático» y que, por lo tanto, piden la igualdad de participación de<br />

las mujeres y de los hombres en la toma de decisión pública y política.<br />

LAS TRAMPAS POLÍTICAS<br />

La paridad no es el final del camino. Todo lo contrario: es el comienzo. Tan<br />

sólo consigue que las reglas del juego democrático sean más justas. La<br />

evolución, en España, del principio de presencia equilibrada en los gobiernos<br />

de los últimos 33 años, desde el fin de la dictadura hasta el 2008 ha sido<br />

impresionante. Demuestra la utilidad del trabajo teórico y político del<br />

feminismo. Pero el patriarcado continúa haciendo trampas. El problema es<br />

que la cuota femenina está gestionada por los líderes de los partidos. Ésta ha<br />

sido la causa principal de su devaluación. Las mujeres son elegidas,<br />

cooptadas, pero hasta la fecha, los liderazgos femeninos en política son<br />

auténticas excepciones. En la mayoría de los países, las presidentas o números<br />

uno de los partidos, son hijas de, viudas de o hermanas de. En España,<br />

la excepción ha sido Dolores Ibárruri, Pasionaria.<br />

En la historia democrática de este país, sólo tres mujeres han disfrutado<br />

durante seis legislaturas del acta de diputadas. Otra excepción. El 60 % de<br />

ellas sólo permanecen una legislatura en su escaño. Según han aumentado las<br />

cuotas de representación femenina ha disminuido el tiempo que las mujeres<br />

permanecen en sus cargos. Las tres políticas son Ana Balletbó, y Carmen del


Campo Casasús por el Partido Socialista y Celia Villalobos por el Partido<br />

Popular.<br />

En 1982, Soledad Becerril es nombrada ministra de Cultura en el<br />

gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo. Será la primera mujer ministra de la<br />

democracia. Tras las elecciones del año 2000, ambas cámaras están<br />

presididas por mujeres del Partido Popular, Luisa Fernanda Rudi en el<br />

Congreso y Esperanza Aguirre en el Senado.


El primer gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, formado tras las<br />

elecciones de marzo de 2004, es el primer gobierno paritario…


supuestamente. En realidad, es el primer consejo de ministros paritario ya que<br />

quedó configurado con un espléndido 50 a 50, ocho ministros y ocho<br />

ministras. Pero en el segundo nivel —secretarios de estado, subsecretarios y<br />

directores generales—, es decir, la estructura total de lo que se considera un<br />

gobierno, la presencia de mujeres ha quedado reducida al 24 %. En los altos<br />

cargos, la paridad ni asoma tampoco: fiscal general del Estado, presidencia de<br />

las Cámaras, Consejo de Estado, embajadores… la presencia masculina es<br />

abrumadora en las altas instancias de poder. De los 19 delegados del<br />

gobierno, sólo dos son mujeres.<br />

«La paridad implica consolidación del poder. Sin consolidación, se queda<br />

en una cuestión simplemente representativa. El fin de la paridad es un cambio<br />

de actitudes y valores respecto a la distribución social de los sexos. Si al final<br />

la paridad va a consistir en que seguimos perpetuando los estereotipos, la<br />

hemos vaciado de contenido», explica Alicia Miyares, autora del estudio<br />

Paridad y consolidación del poder de las mujeres [259] . Tras el análisis de los<br />

datos obtenidos, Miyares asegura que «cuando no existía la discriminación<br />

positiva, las poquísimas mujeres que había en el Congreso tenían un cierto<br />

poder orgánico y respaldo del partido. Cuando se amplía el número es cuando<br />

las mujeres comienzan a desfilar, es decir, son más fáciles de quitar».<br />

Según los resultados del estudio de Miyares, el promedio de años que los<br />

varones están en el Congreso es de dos legislaturas completas. Por el<br />

contrario, las mujeres no llegan a una y media. Aún más significativo es que<br />

el 20 % de los varones permanecen tres o más legislaturas en sus escaños,<br />

mientras que sólo lo consiguen el 2,8 % de las mujeres. Subraya Miyares<br />

cómo a partir de la legislatura 1989-1993, cuando comienzan a implantarse<br />

las cuotas, según aumenta la presencia femenina disminuye el tiempo de<br />

permanencia de las mujeres en sus puestos. Es una de las trampas que se le<br />

hacen a la paridad. Parece que los varones son insustituibles y las mujeres,<br />

intercambiables.<br />

Los porcentajes masculinos, un 20 % de varones conservan sus escaños<br />

alrededor de 12 años, permiten establecer pactos incluso entre distintos<br />

partidos políticos: es habitual que exministros o varones que han disfrutado<br />

de diferentes puestos de responsabilidad se vean impulsados en sus<br />

ambiciones. Un ejemplo es el de Rodrigo Rato, responsable del Fondo


Monetario Internacional, con el apoyo tanto de su partido (PP) como del<br />

gobierno socialista; o en su momento, Javier Solana. Un 2,8 % de diputadas<br />

impide cualquier tipo de pacto o capacidad <strong>para</strong> designar a mujeres <strong>para</strong><br />

cualquier instancia representativa.<br />

AUTORIDAD NO ES SINÓNIMO DE PODER<br />

El feminismo celebró y se felicitó por el primer gobierno paritario de la<br />

historia y después por todo el efecto «arrastre» que supuso tanto en gobiernos<br />

posteriores, como en algunas comunidades autónomas como incluso en<br />

gobiernos de otros países que se formaron tras la apuesta del presidente<br />

Zapatero. Fue otra victoria, importante y tremendamente simbólica. Un punto<br />

de partida sobre el que construir una realidad política nueva porque la<br />

igualdad necesita un nuevo discurso de poder, nuevas teorías que permitan la<br />

construcción de estructuras socioeconómicas, culturales y simbólicas<br />

diferentes. Pero el feminismo tiene muy en cuenta el concepto de autoridad,<br />

que no entiende como sinónimo de poder.<br />

Las puntualizaciones, no por obvias, dejan de ser importantes. Así, se<br />

advierte que el concepto de igualdad no es lo contrario de diferencia. Lo<br />

contrario a igualdad es desigualdad. Por lo tanto, cuando las feministas<br />

reclaman la igualdad lo hacen en el sentido de equivalencia. Todos y todas<br />

iguales en derechos equivalentes, no idénticos-idénticas. Lo que quiere decir<br />

que no se exige la igualdad <strong>para</strong> ser iguales a los varones, en el sentido de ser<br />

idénticas a ellos y ejercer el poder o interpretar los cargos imitándolos. Se<br />

exige la igualdad <strong>para</strong> acceder a la libertad de ejercer los derechos, los<br />

cargos, los puestos… conforme al criterio de cada una.<br />

Desde el feminismo también se explica que tener un cargo no significa<br />

tener poder y que el poder se construye en grupo. Cuando las mujeres<br />

salieron de la clausura familiar, se reunieron, se encontraron y se<br />

comunicaron, empezó a circular la autoridad entre ellas. La autoridad, <strong>para</strong> el<br />

feminismo, tiene que ver con el respeto, con el prestigio, con el<br />

reconocimiento de las mujeres como creadoras de cultura y pensamiento.<br />

«Todo empieza cuando una mujer habla a otra mujer». Así terminaron las


jornadas 20 años de <strong>Feminismo</strong> en Cataluña celebradas en 1996, con esta<br />

frase de Mireia Bofill.<br />

Uno de los mayores empeños del patriarcado ha sido el aislamiento de las<br />

mujeres. Cada una en su ámbito privado, en su entorno familiar, sin compartir<br />

sus experiencias con otras mujeres. Cuando las mujeres comenzaron a hablar,<br />

también comenzaron a escucharse, organizarse y autorizarse. Fue un camino<br />

<strong>para</strong>lelo al final del enfrentamiento entre las mujeres, otro empeño patriarcal.<br />

Con las mujeres peleándose entre ellas, desautorizándose, no habría<br />

oposición a su poder. Respetarse, darse crédito unas a otras y trabajar juntas<br />

es la fórmula más eficaz <strong>para</strong> acabar con el dominio patriarcal, y de paso,<br />

mejorar la autoestima como colectivo y como personas. Una fórmula que,<br />

además, tiene traducción política.<br />

PACTOS ENTRE MUJERES<br />

La constitución de las mujeres en sujeto político pasa por la lucha<br />

reivindicativa y ésta ha encontrado la fórmula más eficaz y adecuada en los<br />

pactos entre mujeres. Si las mujeres no han constituido una fuerza política ni<br />

han ejercido poder relevante en el espacio público ha sido justamente por su<br />

dispersión atomizada en los espacios privados. No es inocente ni banal la idea<br />

de que una reunión exclusiva de mujeres haya sido siempre estigmatizada<br />

hasta en el lenguaje cotidiano: aquelarre, «¿estáis solas?» —ante un grupo de<br />

media docena de mujeres—, reunión de ovejas…<br />

La conciencia femenina de su sometimiento dentro de la estructura<br />

patriarcal y la revuelta ante el mismo recibe un nombre inicial: sororidad. Un<br />

concepto que, como indica su raíz etimológica «sor», hace alusión a la<br />

hermana, a la hermandad de las mujeres en la conciencia y el rechazo del<br />

papel que les ha tocado jugar en el guión patriarcal. Explica Luisa Posada que<br />

es el reverso de la fraternidad como hermandad de los varones, los hermanos.<br />

La sororidad como relación interpersonal es al menos tan antigua como la<br />

fraternidad, pero no se retoma políticamente hasta la tercera ola del<br />

feminismo. En los años setenta del siglo XX es cuando se insiste en la<br />

opresión común sufrida por todas las mujeres, más allá de las diferencias de


clase, raza, religión o cultura. Todas las mujeres eran hermanas bajo una<br />

misma dominación y una esperanza de lucha [260] .<br />

La sororidad, plasmada en la acción y en la participación políticas, ha<br />

sido el fermento de los pactos entre mujeres hoy posibles. El feminismo tiene<br />

clara la idea de que «el poder de una mujer individual está condicionado al de<br />

las mujeres como genérico» [261] . La experiencia real más exitosa de los<br />

pactos es la vivida por el feminismo político noruego, que se saltó las<br />

diferencias ideológicas: «Trabajad juntas, desde las comunistas a la izquierda,<br />

hasta las conservadoras a la derecha, <strong>para</strong> que podamos conseguir ese 50 % al<br />

que tenemos derecho», pedía Berit Äs ya en 1990 explicando que la<br />

democracia no puede funcionar a menos que haya ese cincuenta por ciento de<br />

mujeres en todas partes. Con su experiencia, demostraron no sólo que el<br />

pacto es posible, sino que la participación política de las mujeres en un<br />

número elevado puede conseguir evitar el fenómeno de contagio. Cuando las<br />

mujeres acceden a cotas de poder de una en una, en la mayoría de los casos lo<br />

único que hacen es imitar el modelo existente, el masculino, una sola persona<br />

no puede cambiar las reglas del juego. Las noruegas insistieron en que no se<br />

trataba de entrar, sin más, en las esferas del poder patriarcal. Ellas lo hicieron<br />

desde la perspectiva y la apuesta feminista. Tenían claro que el enemigo es el<br />

patriarcado y su mejor herramienta fue crear una cultura de la solidaridad<br />

entre generaciones y entre mujeres y hombres [262] .<br />

LOS DERECHOS DE LOS HUMANOS Y DE LAS HUMANAS<br />

Otro instrumento político que ha tenido que ser repensado y reelaborado por<br />

el feminismo ha sido la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Se<br />

pueden destacar tres fases en la evolución de los derechos humanos en el<br />

ámbito internacional, explica Raquel Osborne. En la primera, se aprueban la<br />

Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal que tiene fecha de<br />

10 de diciembre de 1948. En la segunda, se afirma la igualdad de derechos<br />

entre mujeres y varones en una serie de convenciones internacionales, y en la<br />

tercera parte, se adoptan normativas que se refieren únicamente a las mujeres<br />

como categoría socio-legal [263] .


Así, a la vista de las múltiples violaciones de los derechos humanos de las<br />

mujeres, la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de Viena (1993)<br />

reconoció en su Declaración y Programa de Acción que los derechos<br />

humanos de la mujer y la niña son parte inalienable, integrante e indivisible<br />

de los derechos humanos universales. Este principio se vuelve a recordar en<br />

1995, en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer en Pekín.<br />

Transformar el concepto de derechos humanos desde una perspectiva<br />

feminista pasa por una afirmación tan obvia como utópica todavía: los<br />

derechos de las mujeres son derechos humanos. Y con esta afirmación, por<br />

un lado, se aclara que los derechos formulados en masculino han de ser<br />

extensivos a las mujeres y, por otro, se señalan los derechos específicos de las<br />

mujeres; los derechos sexuales y reproductivos. Son éstos los aspectos donde<br />

más se vulneran los derechos de las mujeres: los abusos que surgen<br />

específicamente en relación con el sexo, como la esclavitud sexual femenina,<br />

la violencia contra las mujeres, los crímenes «de honor» o los «crímenes<br />

familiares» tales como el matrimonio obligado o la mutilación genital. El<br />

ejemplo más claro es el aborto, derecho negado en decenas de países,<br />

controlado o legislado en la mayoría y convertido en delito en buena parte del<br />

mundo. Cada mujer debe tener el derecho de control sobre su propio cuerpo,<br />

su sexualidad y su vida reproductiva. Cada mujer es capaz de tomar sus<br />

propias decisiones.<br />

Así, ante la falta de reconocimiento de los derechos de las mujeres, se<br />

desarrolló la Convención sobre la eliminación de todas las formas de<br />

discriminación contra la mujer [264] , aprobada por Naciones Unidas en 1979 y<br />

que entró en vigor en 1981. Este documento representó un hito en la historia<br />

jurídica de las mujeres hacia la igualdad. La universalidad es un rasgo<br />

fundamental de esa convención, ya que abarca todos los ámbitos en los que<br />

pueda existir discriminación: político, civil, social, económico y cultural [265] .<br />

España suscribió la convención en 1984. Dos años después, en 1986, se<br />

firmaba el Tratado de adhesión de España a la Comunidad Europea. Al<br />

hacerlo, asumió de paso toda la legislación ya elaborada por la Unión<br />

Europea. Ahí se incluyen las cinco directivas aprobadas por la Unión como<br />

desarrollo del artículo 119 del Tratado de Roma que establece la igualdad de<br />

trato de hombres y mujeres en el ámbito laboral y que incluye la protección


de la maternidad [266] .<br />

¿DÓNDE ESTÁN LAS MUJERES?<br />

Las feministas se pasaron la década de los ochenta contando. Ante la<br />

igualdad formal y la falta de concordancia entre ésta y la satisfacción de las<br />

mujeres, hubo que ir desenmascarando la realidad. Y la realidad es<br />

demoledora. No hay ámbito en el que las mujeres no estén<br />

infrarrepresentadas.<br />

Las acciones positivas se han quedado a la puerta de las empresas. Se ha<br />

comprobado que la fórmula más eficaz <strong>para</strong> expandir el concepto de paridad<br />

fuera del ámbito político se ha dado en aquellos países con organismos que<br />

hacen seguimiento de las acciones positivas con carácter ejecutivo. Es decir,<br />

que pueden imponer sanciones o rescindir contratos a empresas públicas o<br />

privadas que tengan acuerdos con la Administración [267] . En España, tras la<br />

aprobación de la Ley de Igualdad, las empresas están obligadas a respetar la<br />

igualdad de trato y de oportunidades en el ámbito laboral y <strong>para</strong> ello deben<br />

adoptar medidas dirigidas a evitar cualquier tipo de discriminación. La ley<br />

también les da un plazo de 8 años (hasta el 2015) <strong>para</strong> que sus consejos de<br />

administración tengan una presencia equilibrada entre hombres y mujeres. En<br />

España, la primera mujer magistrada del Tribunal Supremo fue nombrada en<br />

2002. El Supremo es el máximo órgano judicial del país, y cuenta con más de<br />

sesenta miembros; de los veinte vocales del Consejo General del poder<br />

judicial sólo dos son mujeres. No hay ninguna mujer presidenta entre los<br />

diecisiete tribunales superiores de Justicia y sólo tres entre las cincuenta<br />

audiencias provinciales, ello pese a que las mujeres representan el 60 % de<br />

las últimas promociones de la carrera judicial y el 40 % del total del cuerpo<br />

judicial.<br />

En los medios de comunicación la situación es igual de patética. A fecha<br />

de marzo de 2003, las mujeres dirigían 17 diarios de información general de<br />

los 157 que se editaban en todo el país, frente a 140 varones. Las mujeres<br />

representaban el 10,8 %. En 2007, la situación era idéntica.<br />

Las mujeres constituyen más del 50 % del alumnado universitario pero en


el curso 2005-2006, mientras que el 42,12 % del profesorado en las<br />

universidades españolas eran mujeres, sólo ocupaban el 13,96 % de las<br />

cátedras. En el curso siguiente, 2006-2007, el porcentaje había subido hasta<br />

un modestísimo 14,36 %. Durante el verano de 2004, Pilar Aguilar realizó un<br />

estudio sobre los cursos de verano de las universidades. Las proporciones<br />

eran similares <strong>para</strong> todas. En la Universidad Internacional Menéndez Pelayo,<br />

por ejemplo, 138 de los cursos programados fueron dirigidos por hombres, 6<br />

por mujeres y 7 codirigidos por ambos sexos. Según la FEDEPE, Federación<br />

de Mujeres Directivas Ejecutivas Profesionales y Empresarias, las mujeres<br />

componen el 4 % del total de altos cargos en las empresas [268] .<br />

Una última propuesta. Para estrenar las gafas violetas, no sería mala idea<br />

preguntarse siempre: ¿Dónde están las mujeres? Desde la Declaración<br />

Universal de los Derechos Humanos hasta los resúmenes de fin de año de las<br />

televisiones; desde los cursos de verano de las universidades hasta el listado<br />

de los puestos directivos de los colegios profesionales; desde las academias a<br />

los consejos de administración de las empresas. Preguntárselo ante los libros<br />

de historia, las portadas de los periódicos, los ensayos clínicos, los especiales<br />

al estilo de «las 100 mejores canciones del siglo XX» o «las 10 mejores<br />

novelas de la década»… ¿Dónde están las mujeres?


8<br />

La economía<br />

¿Cuánto vale el bienestar?<br />

En lugar de dar la bienvenida al<br />

crecimiento por el crecimiento,<br />

debemos calcular su coste total,<br />

incluidos los costes ecológicos y<br />

sociales.<br />

SUSAN GEORGE<br />

LAS FRESAS Y LAS UVAS: LA DIVISIÓN SEXUAL DEL<br />

TRABAJO<br />

Decía Paracelso, médico suizo del siglo XV, que «quienes se imaginan que<br />

todos los frutos maduran al mismo tiempo que las fresas, no saben nada de<br />

las uvas».<br />

Algo así les ocurrió a los economistas durante siglos. Daban por hecho<br />

que sólo el trabajo remunerado era trabajo, así que no sabían nada del trabajo<br />

no remunerado realizado en el hogar, del trabajo doméstico —tampoco<br />

parecía preocuparles—. También las mujeres asumieron esa afirmación como<br />

verdad y creyeron que el prestigio iba asociado a las personas que realizaban<br />

oficios, labores o misiones relevantes. La alianza entre la antropología y la


economía feministas desenmascaró la farsa.<br />

Lo que ocurre entre el poder y la autoridad es similar a lo que ocurre entre<br />

el trabajo y el prestigio. Históricamente, ni la autoridad ni el prestigio se<br />

infieren únicamente del poder o el trabajo de cada persona, el sexo es lo<br />

determinante. «El hombre puede cocinar, tejer o vestir muñecas […] pero si<br />

esas actividades se consideran como ocupaciones apropiadas <strong>para</strong> el hombre,<br />

entonces la sociedad entera las ve como algo importante. Cuando las mismas<br />

ocupaciones están realizadas por mujeres, son consideradas menos<br />

importantes» [269] . La antropóloga Margaret Mead pasó varios años de su vida<br />

estudiando diferentes grupos étnicos de Nueva Guinea y Samoa. La pionera<br />

norteamericana llegó a la conclusión de que «lo femenino» no se definía<br />

tanto por una serie de características que se adscribían a las mujeres, ni de<br />

unas actividades que ellas pudieran desarrollar mejor, sino de una<br />

infravaloración que teñía siempre lo que las mujeres fueran o hicieran [270] .<br />

Así es. Ellas son cocineras, ellos son chef; ellas son modistas, ellos son<br />

diseñadores o modistos de alta costura; ellas son azafatas, ellos, auxiliares de<br />

vuelo…<br />

La introducción de la categoría género ha revelado la insuficiencia de los<br />

cuerpos teóricos de las ciencias sociales por su incapacidad <strong>para</strong> ofrecer, no<br />

ya una explicación, sino ni siquiera un tratamiento adecuado a la desigualdad<br />

social entre mujeres y hombres. Así, el objetivo de la economía feminista es<br />

hacer visible lo que tradicionalmente la economía ha mantenido oculto: el<br />

trabajo familiar doméstico y sus relaciones, con lo que ha constituido su<br />

objeto de estudio, la producción y el intercambio mercantil [271] . La división<br />

sexual del trabajo no sólo diferencia las tareas que hacen hombres o mujeres,<br />

además, confiere o quita prestigio a esas tareas y también crea desigualdades<br />

en las recompensas económicas que se obtienen.<br />

TRABAJO DOMÉSTICO, TRABAJO INVISIBLE<br />

Las labores domésticas constituyen la mayor parte del trabajo invisible<br />

desarrollado por las mujeres. El Instituto de la Mujer realiza, desde 1993,<br />

encuestas sobre los usos del tiempo. Tanto en 1993 como en 2001, las


mujeres dedicaban más tiempo que los hombres al trabajo de la casa,<br />

mientras que éstos consagraban más horas al estudio, a sus empleos y al<br />

tiempo libre. En 1993, las mujeres destinaban 5 horas y 28 minutos diarios<br />

más que los hombres a las tareas domésticas; en 2001, las mujeres aún<br />

trabajaban en casa 4 horas y 12 minutos diariamente más que los varones.<br />

Ellos, entre 1993 y 2001 habían aumentado en 40 minutos el tiempo que<br />

empleaban en las labores domésticas. Así, en el año 2001, más de la mitad de<br />

las mujeres que trabajaban fuera de casa manifestaban realizar prácticamente<br />

ellas solas tareas como cocinar, lavar o planchar y más del 40 % aseguraban<br />

que eran las responsables en exclusiva de la compra o la limpieza. Los datos<br />

de 2006 plantean algunas variaciones significativas. Aunque eran los varones<br />

quienes continuaban disfrutando de más tiempo libre y dedicando casi el<br />

doble de tiempo que las mujeres al trabajo remunerado, las mujeres<br />

dedicaban más tiempo al estudio. Y, respecto al trabajo doméstico, entre<br />

2001 y 2010 (según los últimos datos del Instituto Nacional del Estadística)<br />

ha habido una gran reducción del tiempo que le dedican las mujeres (de 7<br />

horas y 22 minutos en 2001 a 4 horas y 4 minutos en 2010) pero,<br />

curiosamente, los varones también le dedican menos tiempo. Esto quiere<br />

decir que las labores domésticas han disminuido, buenas parte de ellas se<br />

contratan, las familias son más pequeñas… pero no ha aumentado la<br />

corresponsabilidad.<br />

Aunque la brecha continúa reduciéndose, la diferencia aún es de 2 horas y<br />

15 minutos diarias más <strong>para</strong> las mujeres.<br />

Según estos datos, se hace evidente que la carga recae casi<br />

exclusivamente sobre el sexo femenino. Además, cuando los hombres<br />

realizan alguna tarea doméstica se produce una especialización que resulta<br />

generalmente desfavorable <strong>para</strong> las mujeres, tanto en cantidad como en<br />

calidad. La permanencia de los roles de sexo en el seno de la familia provoca<br />

desigualdades.<br />

El feminismo comenzó a debatir sobre el trabajo doméstico en los años<br />

setenta. En aquel momento, se analizaba en relación al trabajo remunerado.<br />

Este último era la actividad que tenía valor y reconocimiento social, tanto,<br />

que se identificaba trabajo con empleo. De aquí que si se quería otorgar<br />

reconocimiento al trabajo doméstico había que demostrar que era una


actividad análoga al trabajo de mercado. En las primeras jornadas feministas<br />

estatales celebradas en España en los años 1975 y 1976 se mantenía incluso<br />

la idea de que el trabajo doméstico se iba a abolir. Las propuestas eran<br />

complementarias. Por un lado, adquirir parte de ese trabajo en el mercado —<br />

tintorerías, lavanderías, comprar la ropa confeccionada…—. Otra parte<br />

debería proporcionarla el sector público —guarderías, atención a mayores,<br />

centros de día, asistencia a domicilio…—, y el resto se compartiría con los<br />

varones puesto que hombres y mujeres dedicarían los mismos esfuerzos y<br />

tiempos en el trabajo fuera del hogar.<br />

La realidad hizo repensar toda la teoría. Las mujeres accedían al mercado<br />

laboral pero lo varones no compartían las tareas domésticas. Ellas seguían<br />

asumiendo las cargas y, además, el estado del bienestar no era tal —aún hoy<br />

no existen ni suficientes guarderías ni residencias de mayores ni otros<br />

servicios necesarios—. Las mujeres vivían con tensión la doble jornada —<br />

trabajar en la casa y fuera de ella—, y también la doble presencia —estar y no<br />

estar simultáneamente en ambos espacios—. Surgían entonces dos preguntas:<br />

¿por qué las mujeres no imitaban a los varones en su forma de incorporarse al<br />

trabajo asalariado?, ¿por qué continuaban asumiendo el trabajo doméstico?<br />

Fue cuando el feminismo diferenció entre las uvas y las fresas: las<br />

actividades realizadas en el hogar tienen un valor que la sociedad capitalista<br />

patriarcal desde siempre había ignorado.<br />

Se trata de un trabajo diferente, con una forma de hacer distinta, cuyo<br />

objetivo fundamental es el cuidado de la vida y el bienestar de las personas y<br />

no el logro de beneficios como es en su gran mayoría el del trabajo de<br />

mercado. Desde esta nueva perspectiva, las mujeres no son secundarias y<br />

dependientes sino personas activas, actoras de su propia historia, creadoras de<br />

culturas y valores del trabajo distintos a los del modelo masculino. Se había<br />

abandonado la referencia al trabajo asalariado masculino <strong>para</strong> recuperar los<br />

valores propios de otra actividad, aceptando y reivindicando la diversidad en<br />

el quehacer.<br />

Las personas tenemos necesidades objetivas y subjetivas. Humanos y<br />

humanas demandamos necesidades materiales pero también afectivas y de<br />

relaciones. En buena parte de las actividades que se realizan en el hogar<br />

resulta imposible se<strong>para</strong>r la relación personal de la actividad, por el


componente afectivo que implican. Por tanto, estas actividades no tienen<br />

sustituto de mercado ni sustituto público. No todo se puede reducir a precios<br />

de mercado, especialmente, la vida humana.<br />

A partir de ahí, en vez de renegar del trabajo doméstico, la economía<br />

feminista lo valoró por sí mismo en cuanto que es proveedor de relaciones<br />

afectivas, de cuidados y de calidad de vida. Simultáneamente, los estudios<br />

sobre usos del tiempo fueron determinantes <strong>para</strong> hacer visible su dimensión<br />

cuantitativa. Tanto en su contenido, el cuidado de la vida humana, como en<br />

cuantía, el trabajo no remunerado realizado fundamentalmente por las<br />

mujeres se presentaba como más importante que el trabajo remunerado. Más<br />

aún, esta actividad no reconocida es de hecho la que permite que funcione el<br />

mercado y el resto de las actividades. El tiempo que se dedica a los niños y<br />

las niñas, a los hombres y mujeres desde el hogar es determinante <strong>para</strong> que<br />

crezcan y se desarrollen como seres sociales, con capacidad de relación, con<br />

seguridades afectivas… todas aquellas características que nos convierten en<br />

personas.<br />

La economía feminista también echó por tierra la base de los modelos<br />

económicos de la escuela neoclásica: el denominado homo economicus. Éste<br />

había sido definido como un individuo racional que, como en las historias de<br />

Robinson Crusoe, no tiene niñez ni se hace viejo, no depende de nadie ni se<br />

hace responsable mas que de sí mismo. El medio no le afecta, participa en la<br />

sociedad sin que ésta le influya. Interactúa en un mercado ideal donde los<br />

precios son su única forma de comunicación, sin manifestar relaciones<br />

emocionales con otras personas. Es decir, la teoría económica se había<br />

inventado un modelo imposible. Este homo economicus representa una<br />

libertad de actuación que sólo puede existir porque hay alguien que realiza las<br />

otras actividades. Pero la economía tradicionalmente ni siquiera vio a ese<br />

alguien. La alternativa al homo economicus es pensar de manera más realista:<br />

las personas no son hongos que salen de la tierra. Más bien nacen de mujeres,<br />

son cuidadas y alimentadas en la niñez, socializadas en la familia y grupos<br />

comunitarios y la norma es que todas las personas son interdependientes a lo<br />

largo de toda la vida [272] .<br />

Las mujeres, al asumir los dos trabajos viven desplazándose de un<br />

espacio a otro, interiorizando la tensión que significa la doble presencia. Los


varones, en cambio, con su dedicación única al mercado de trabajo pueden<br />

entregarse a esta actividad sin vivir los problemas de combinar tiempos de<br />

características tan diferentes. Esa forma masculina de participación, con libre<br />

disposición de tiempos y espacios, sólo existe porque los varones han<br />

delegado en las mujeres su deber de cuidar.<br />

Otra de las máximas económicas del patriarcado ha sido: «Hay que<br />

superar el reino de la necesidad <strong>para</strong> conquistar el reino de la libertad». Pero<br />

tampoco es cierta. La necesidad no se supera. Las diferentes necesidades son<br />

parte de la naturaleza humana y hay que satisfacerlas continuamente. Por<br />

tanto, sólo es posible delegarlas, no eliminarlas. La libertad que conquistan<br />

los varones es a cuenta de que las mujeres se responsabilicen de atender esas<br />

necesidades. En la actualidad ocurre lo mismo con las mujeres que adoptan la<br />

forma masculina tradicional de participar en la economía de mercado. Sólo<br />

pueden hacerlo delegando los cuidados. Cuando las tareas domésticas no se<br />

comparten, recaen fundamentalmente en mano de obra inmigrante —es<br />

tremendamente doloroso escuchar a miles de madres que han tenido que dejar<br />

a sus hijos en sus países de origen <strong>para</strong> venir a Europa a criar a los hijos de<br />

otras familias—. También les toca parte de ese trabajo a las abuelas. Mujeres<br />

que vuelven a asumir una gran carga de trabajo y que, en muchos casos, se<br />

encuentran divididas entre el cuidado de sus propios padres y madres y el de<br />

sus nietos y nietas. En su mayoría, son las mujeres que en España, por edad,<br />

nunca se llegaron a liberar de las tareas caseras en su juventud.<br />

Llevándolo a políticas concretas, la economía feminista insiste en que el<br />

modelo masculino de uso del tiempo y de incorporación al mercado de<br />

trabajo no es generalizable, no responde a las necesidades de la vida humana.<br />

Si las mujeres, todas las mujeres, adoptaran dicho modelo ¿quién realizaría<br />

las tareas de cuidados?, ¿qué sucedería con las personas dependientes por<br />

razones de edad o salud? De aquí que las políticas que sólo se desarrollan<br />

<strong>para</strong> que las mujeres asuman el modelo masculino tradicional de<br />

comportamiento, al margen de que interese a las mujeres o no imitar dicho<br />

modelo, no son viables. Parece más sensato tener como modelo la<br />

experiencia femenina de trabajo. Pero modificando un aspecto esencial: los<br />

cuidados, el bienestar humano, no son un problema ni una obligación de las<br />

mujeres sino un problema y una cuestión social. El aspecto esencial es la


corresponsabilidad entre hombres y mujeres.<br />

Así, de la idea inicial de abolición del trabajo doméstico como forma de<br />

liberación de las mujeres se ha pasado a otras concepciones. Las feministas<br />

socialistas anglosajonas desarrollaron en los años ochenta las ideas del salario<br />

doméstico y la plusvalía generada por el ama de casa. Las políticas públicas<br />

inciden actualmente en la conciliación de la vida familiar y laboral y también<br />

se propone reivindicar este trabajo, y sobre todo las tareas de cuidados, como<br />

una actividad social necesaria, proveedora de bienestar, que no puede ser<br />

eliminada. Darle su verdadero valor, conseguir su distribución entre mujeres<br />

y hombres y exigir una mayor implicación de las instituciones es el eje de la<br />

cuestión.<br />

Frente a esto no sirve ya utilizar el sentimiento de culpabilidad <strong>para</strong> que<br />

las mujeres cumplan ese papel. Tampoco la famosa ayuda masculina que no<br />

sólo no es suficiente en cuanto al tiempo y la responsabilidad empleadas, sino<br />

que además elude los requerimientos emocionales propios del trabajo<br />

doméstico y de los cuidados. Repartir responsabilidades no consiste en que<br />

los hombres realicen tareas parciales, dirigidas y complementadas por las<br />

verdaderas especialistas en el cuidado: las mujeres.<br />

Proporcionar desde el mercado servicios de atención doméstica y de<br />

cuidados a quien pueda pagarlos aparece como una nueva fuente de<br />

beneficios. Incluso llega a plantearse como un nuevo yacimiento de empleo.<br />

Eso sí, de empleo muy precario, desempeñado fundamentalmente por<br />

mujeres, de las que no se dice cómo solucionarán estas tareas en su propia<br />

familia.<br />

Soluciones difíciles que sólo pasan por hacer la vida más humana y que la<br />

conciliación sea real y <strong>para</strong> todos y <strong>para</strong> todas. Porque la conciliación de la<br />

vida familiar y laboral no puede ser una política <strong>para</strong> mujeres que en la<br />

práctica se reduzca a que ellas compaginen: precarizando el empleo femenino<br />

con jornadas más cortas que suponen salarios más bajos <strong>para</strong> que se pueda<br />

trabajar gratis en casa. Las políticas de conciliación tienen que ser diseñadas<br />

<strong>para</strong> hombres y <strong>para</strong> mujeres [273] .<br />

Las cifras evidencian el abuso. Las diferencias en las tasas de actividad y<br />

ocupación por sexo se acentúan a partir de los 24 años y es máxima en el<br />

grupo de edad 25-54 años. Tener hijos aún es un factor que condiciona la


presencia de las mujeres en el mercado de trabajo español. El 22 % de las<br />

mujeres, según los últimos datos correspondientes a 2010, trabajan a tiempo<br />

parcial frente a un 5 % de los hombres.<br />

España dispone de una elevada tasa de escolarización en los niños y niñas<br />

de entre 3 y 6 años, pero entre los menores de 3 años la escolaridad es<br />

mínima. El índice de cobertura de los servicios públicos de ayuda a domicilio<br />

<strong>para</strong> las personas mayores de 65 años se situaba en 2002 en un 2,8 %. La<br />

cobertura de los centros de día públicos era de un 0,1 % y las plazas de<br />

residencia, tanto públicas como privadas y concertadas alcanzaban un 3,4 %<br />

de las necesidades. En el año 2003, España era el país con el gasto social en<br />

protección a la familia más bajo de la Unión Europea con un 0,5 % del PIB,<br />

frente al 2,1 % de promedio en Europa [274] .<br />

Y quizás el dato más revelador sobre la falta de justificación sobre por<br />

qué recae el trabajo sobre las mujeres: las mujeres que tienen empleos fuera<br />

de casa dedican sustancialmente más horas al trabajo doméstico que los<br />

hombres desempleados. El trabajo remunerado no es la razón que explique la<br />

falta de corresponsabilidad entre los sexos [275] . A esta situación quieren poner<br />

freno dos de las leyes aprobadas recientemente, la Ley de Igualdad y la<br />

popularmente conocida como Ley de Dependencia, aunque ni una ni otra<br />

están aún desarrolladas completamente.<br />

LA ÉTICA DEL CUIDADO<br />

La sociedad no es un ente abstracto, está compuesta —como afirma Sira del<br />

Río—, por individuos concretos, por los hombres y mujeres que la forman y<br />

la transforman. Así, las mujeres concretas, en los esfuerzos <strong>para</strong> compartir el<br />

trabajo de cuidados, se encuentran con hombres concretos, situados en<br />

cualquier nivel de la estructura social y con cualquier ideología, que no<br />

comprenden ni la importancia ni la necesidad de este trabajo y, sobre todo, no<br />

se sienten en absoluto responsables de su realización [276] . La idea —y la<br />

práctica— de la corresponsabilidad está ausente en el día a día.<br />

Al profundizar en ese desapego y falta de responsabilidad masculina ante<br />

las necesidades vitales, en la década de los ochenta surgió el debate sobre dos


éticas distintas. Los primeros trabajos fueron desarrollados por Carol Gilligan<br />

quien en 1982 publicó In a Different Voice en controversia con L. Kohlberg.<br />

Explica Celia Amorós que los resultados de las investigaciones de Gilligan<br />

ponían de manifiesto la existencia de diferencias significativas en el<br />

razonamiento moral según el sexo. Así como los varones razonaban<br />

jerarquizando principios, normas morales de justicia y derechos, las mujeres<br />

lo hacían dentro de un contexto, atendiendo a consideraciones relativas a las<br />

relaciones personales, a los detalles de la situación… Como consecuencia,<br />

eran ubicadas en un rango inferior al de los varones en la escala que<br />

L. Kohlberg elaboró <strong>para</strong> medir el desarrollo moral de los sujetos [277] .<br />

Entendiendo la ética como las normas morales que rigen la conducta<br />

humana, <strong>para</strong> Gilligan hay dos formas de comportarse: siguiendo una ética de<br />

la justicia o según las normas prescritas por la ética del cuidado. La ética de<br />

la justicia, que es la ética dominante en las sociedades occidentales, surgió<br />

<strong>para</strong> resolver los conflictos mediante el consenso, <strong>para</strong> ser aplicada donde<br />

hay que distribuir algo. Es la ética de lo público. No importa lo que se<br />

distribuya, lo que importa es que el procedimiento sea justo. Es la ética que<br />

se desarrolla en el siglo XVIII, en el siglo de la Ilustración. Pero una vez más,<br />

lo universal —igual que ocurrió con los derechos—, sólo se refería a lo<br />

masculino. Así, ésta —según Gilligan— es una ética que sólo sirve <strong>para</strong> lo<br />

público y que se construye sin contar con las mujeres.<br />

Gilligan se planteaba si existen distintas formas de razonamiento moral<br />

entre hombres y mujeres como consecuencia de las construcciones de género,<br />

ya que a los hombres se les exige individualidad e independencia y a las<br />

mujeres se les impone el cuidado de los demás y rara vez son vistas como<br />

individuas solas. Así, ponía de manifiesto que la ética de la justicia se<br />

caracteriza por el respeto a los derechos formales de los demás, la<br />

importancia de la imparcialidad y juzgar al otro sin tener en cuenta sus<br />

particularidades. En esta ética, la responsabilidad hacia los demás se entiende<br />

como una limitación de la acción, un freno a la agresión puesto que se ocupa<br />

de consensuar unas reglas mínimas de convivencia y nunca se pronuncia<br />

sobre si algo es bueno o malo en general, sólo si la decisión se ha tomado<br />

siguiendo las normas.<br />

Frente a ella, la ética del cuidado, seguida por las mujeres, consiste en


juzgar teniendo en cuenta las circunstancias personales de cada caso. Está<br />

basada en la responsabilidad por los demás. Ni siquiera se concibe la<br />

omisión. No actuar cuando alguien lo necesita se considera una falta. Esta<br />

ética entiende el mundo como una red de relaciones y lo importante no es el<br />

formalismo, sino el fondo de las cuestiones sobre las que hay que decidir.<br />

Las teorías de la filosofía moral y política modernas nacen de una idea<br />

semejante a la del homo economicus. Hobbes y Rousseau, entre otros, hablan<br />

de hombres que también parece que surgen de la tierra, como hongos. El<br />

ideal es un hombre desarraigado, sin vínculos (no tiene madre, ni esposas, ni<br />

hermanas). En sus teorías no existe el equivalente de la mujer desarraigada.<br />

Los pensadores se dan cuenta de que ese hombre no está solo en el mundo,<br />

pero porque hay otros hombres, tampoco ellos ven a las mujeres. Así, lo que<br />

proponen es que los hombres tienen que hacer pactos entre sí, es el contrato<br />

social, la ley que domestica la competición y evita la lucha de todos contra<br />

todos. Otra teoría interesante pero falsa porque la sociedad no podría<br />

funcionar así y, sobre todo, no podría reproducirse.<br />

Frente a esta teoría dominante, el concepto central de la ética del cuidado<br />

es la responsabilidad. Puesto que la sociedad no es un conjunto de individuos<br />

solos, los seres humanos formamos parte de una red de relaciones,<br />

dependemos unos de otros. La ética del cuidado cuestiona la base de las<br />

sociedades capitalistas en las que el intercambio es de valores idénticos:<br />

«tanto me das, tanto te doy». Si se aplica la responsabilidad, el intercambio<br />

no es exacto, depende de lo que cada uno necesite. La corresponsabilidad ha<br />

de existir entre hombres y mujeres y en todos los ámbitos: la familia, la<br />

amistad, el amor, la política y las relaciones sociales. El feminismo defiende<br />

la ética del cuidado, pero no sólo <strong>para</strong> las mujeres. La ética del cuidado debe<br />

ser universal.<br />

La responsabilidad y la solidaridad han de ser un deber ético <strong>para</strong> el<br />

conjunto de la sociedad. Como propone Carol Gilligan, justicia y<br />

responsabilidad <strong>para</strong> unas y otros [278] . Además, es un antídoto <strong>para</strong> la<br />

violencia: es difícil destruir lo que uno mismo ha cuidado.<br />

PARO Y SALARIOS CON APELLIDO


La lógica patriarcal consigue que aunque las mujeres se hayan incorporado al<br />

mercado laboral masivamente, con pre<strong>para</strong>ción y dedicación, ni en salario ni<br />

en los índices de empleo sean equivalentes a los hombres. El salario y el paro<br />

llevan un apellido, «femenino», que los diferencia claramente de la situación<br />

salarial y de los índices de desempleo masculinos. En este caso, las<br />

desigualdades están denunciadas y son bien visibles, pero no se modifican.<br />

«En la economía están los retos del poder», afirma Viviane Forrester, en su<br />

libro El horror económico. Parte de ese horror está perfectamente<br />

cuantificado: las mujeres perciben un salario medio por hora que representa<br />

el 75 % del que reciben los hombres por el mismo trabajo. El cobro de un 25<br />

% menos entre el colectivo femenino demuestra que hay una diferencia<br />

salarial entre ocupaciones o categorías que no tiene su origen en un nivel<br />

distinto de productividad, sino en la discriminación de sexo. La evolución de<br />

las tasas de desempleo en España en el periodo 2007-2012 resulta muy<br />

ilustrativa. Está claro que ha habido un fuerte crecimiento del desempleo<br />

masculino durante la crisis, sin embargo, el paro femenino siempre ha sido<br />

superior (26,6 % desempleo femenino en 2012 respecto al 25,6 %<br />

masculino). Es decir, se ha estrechado la distancia en las cifras de desempleo<br />

entre hombres y mujeres porque ha aumentado el paro masculino, no porque<br />

haya mejorado la situación de las mujeres.


EL TRASNOCHADO TECHO DE CRISTAL<br />

Como algunas mujeres han accedido —y están accediendo— a cargos<br />

relevantes tanto en política como en economía, parece que el camino está<br />

despejado <strong>para</strong> todas. Los medios de comunicación también se encargan de<br />

dar una falsa imagen de la realidad hablando de boom femenino en cuanto<br />

aparecen dos mujeres destacadas en un mismo sector. Así, denuncias de<br />

situaciones de discriminación históricas parece que están trasnochadas. Es el<br />

caso del techo de cristal, expresión que se utiliza desde hace décadas <strong>para</strong><br />

explicar las dificultades que tienen las mujeres <strong>para</strong> acceder a los puestos de<br />

poder y responsabilidad. Cuanto más poder y responsabilidad tenga el puesto,


peor, más dificultades <strong>para</strong> llegar. Las cifras demuestran que el techo de<br />

cristal no se ha roto y desmienten esa falsa imagen de centenares de mujeres<br />

copando cargos de responsabilidad.<br />

Uno de los indicadores clave en este sentido son los consejos de<br />

administración de las grandes empresas. Sus miembros gozan de poder <strong>para</strong><br />

definir el curso económico del mundo. En la mayor parte de los casos, la<br />

composición de los consejos de administración es desproporcionadamente<br />

masculina. La razón es simple: la mayoría de los consejeros provienen de los<br />

altos ejecutivos de las grandes empresas y muy pocas mujeres han alcanzado<br />

estos puestos. En muchos países como España, la mayoría de las mujeres que<br />

llegan a ocupar cargos en consejos de administración pertenecen a la familia<br />

que dio origen a la empresa y, por lo tanto, poseen un gran paquete<br />

accionarial.<br />

Corporate Women Directors International (CWDI) ha elaborado listados<br />

de mujeres de todo el mundo que participan en consejos de administración.<br />

Estas listas han servido <strong>para</strong> construir redes nacionales e internacionales que<br />

faciliten el intercambio de estrategias e ideas y <strong>para</strong> ampliar el grupo de<br />

potenciales mujeres con cargos directivos.<br />

El informe global de 2011 de CWDI señala que las mujeres comienzan a<br />

llegar a los consejos de administración en aquellos países donde las leyes<br />

marcan cuotas. Así, 36 empresas con sede en países con cuotas (de la lista<br />

Fortune Global 200), tenían un mayor porcentaje de mujeres en los consejos<br />

(16,1 %) que el porcentaje medio de mujeres directoras (13,8 %) de todas las<br />

empresas de la lista Fortune.<br />

Francia, cuya ley de cuotas fue aprobada en 2010, tuvo la mayor tasa de<br />

aumento en el porcentaje de mujeres directoras entre las Fortune Global 200<br />

pasando del 7,2 % en 2004 al 20,1 % en 2011.<br />

La segunda tasa más alta de incremento de los consejeros mujeres<br />

corresponde a España, donde se aprobaron las cuotas en los consejos de<br />

administración en 2007, con la Ley de Igualdad. El incremento ha sido del<br />

1,9 % en 2004 al 9,2 % en 2011.<br />

En primer lugar se encuentra Estados Unidos, donde, según Fortune<br />

Global 200, el 20,8 % de los miembros de consejos de administración son<br />

mujeres pero están a punto de quedarse por detrás de Francia (20,1 %) en


eve, dada su anémica tasa de crecimiento (3,3 %) desde 2004. Y el último<br />

lugar le corresponde a Japón, que tiene una representación femenina del 2 %<br />

en todas las entidades que cotizan en sus nueve bolsas.<br />

¿Cómo se adaptarán las grandes empresas españolas a la nueva<br />

legislación sobre igualdad que les da hasta marzo de 2015 <strong>para</strong> tener una<br />

representación equilibrada (es decir, 60-40) en sus consejos de<br />

administración? Mucho nos tememos que será necesaria una prórroga.<br />

LAS NUEVAS HEROÍNAS<br />

Buena parte de todas estas realidades han quedado reflejadas en el estudio La<br />

incorporación de la mujer al mercado laboral: implicaciones personales,<br />

familiares y profesionales, realizado en febrero de 2004 por la escuela de<br />

negocios IESE, de la Universidad de Navarra. Según el profesor Sandalio<br />

Gómez, responsable de la cátedra de Relaciones Laborales de esta<br />

universidad, «la base en la que deberían apoyarse las mujeres que entran en el<br />

mundo laboral no aparece por ningún lado. Las mujeres que quieren<br />

dedicarse a fondo a su profesión siguen teniendo que hacer actos heroicos».<br />

Algunas empresas han comenzado a dar respuesta a las necesidades de sus<br />

empleados con medidas que han venido a denominarse «de conciliación<br />

laboral y familiar» y que se traducen en políticas de flexibilidad del horario<br />

laboral, medidas de apoyo o beneficios y servicios sociales <strong>para</strong> los<br />

trabajadores. Aún no son generalizadas pero, en muchos casos, según<br />

denuncia el informe del IESE, a las trabajadoras les resulta incluso perjudicial<br />

<strong>para</strong> su desarrollo profesional acogerse a ellas: «Son muchas las empresas<br />

que, desde sus departamentos de recursos humanos, proclaman tener<br />

magníficos programas de apoyo a sus empleados <strong>para</strong> poder atender mejor<br />

sus responsabilidades familiares. En la realidad sus empleados, y más las<br />

empleadas, deciden no aprovecharlos porque saben que significaría el fin de<br />

su carrera dentro de la empresa. Introducir medidas no es la única tarea. Es<br />

necesario que se produzca un verdadero cambio en la cultura de las<br />

empresas», señala el estudio. También afirma el catedrático que «las medidas<br />

adoptadas por las instituciones públicas si se com<strong>para</strong>n con las de otros


países europeos, resultan insuficientes <strong>para</strong> dar solución a los problemas<br />

estructurales de la conciliación» [279] .<br />

Quizá vienen a cuento las palabras de Carmen Rico-Godoy: «Se culpa a<br />

las mujeres de la baja natalidad porque es mucho más cómodo. No, no, si hay<br />

baja natalidad es porque el hombre no ha querido participar en el cuidado de<br />

los hijos». Tampoco la sociedad. La maternidad continúa siendo un obstáculo<br />

<strong>para</strong> el desarrollo profesional de muchas jóvenes. Además, estafadas en el<br />

reparto de los tiempos, <strong>para</strong> buena parte de las mujeres, el ocio es,<br />

simplemente, un sueño.<br />

SEXO, MENTIRAS Y PRECARIEDAD<br />

Fue en la segunda mitad de los años ochenta cuando comenzó la<br />

incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo español. La tasa<br />

de ocupación femenina ha pasado de un 27 % en 1975 al 49,37 % en 2007.<br />

Pero a pesar de esa importante evolución, las diferencias por sexos son aún<br />

de 20 puntos a favor de los hombres. Una de las características más<br />

significativas de la evolución del empleo en España desde 1975 ha sido el<br />

espectacular aumento en el sector servicios y el descenso en el sector<br />

primario. La incorporación de las mujeres al mercado laboral ha sido<br />

<strong>para</strong>lela. Los servicios han llegado a ocupar al 80 % de las mujeres con<br />

empleo. Según los datos de 2007, actualmente son el 53,24 % pero suponen<br />

hasta el 70 % de las personas que trabajan en hostelería y comercio [280] .<br />

Si se afina un poco más en las características del mercado laboral se<br />

percibe que también son las mujeres las más afectadas por los últimos<br />

cambios. Así, el trabajo temporal y el empleo a tiempo parcial son dos de las<br />

principales fórmulas de la famosa flexibilidad laboral. Pero el contrato<br />

temporal se considera como uno de los signos de deterioro de las condiciones<br />

de trabajo, ya que la temporalidad en el empleo se ha asociado con peores<br />

condiciones así como con alteraciones de la salud. La temporalidad afecta<br />

principalmente a los jóvenes y a las mujeres —las mujeres jóvenes tienen<br />

todas las papeletas—. El 64 % de los menores de 25 años tienen un contrato<br />

temporal, una de cada tres mujeres ocupadas se encuentra en situación


temporal y la tasa de trabajo temporal de las mujeres se sitúa cinco puntos<br />

por encima de la tasa de los varones. También el trabajo a tiempo parcial está<br />

feminizado. En España, un 17 % de las mujeres ocupadas se encuentra en<br />

esta situación frente al 2,6 % de los hombres. La excusa es que el trabajo a<br />

tiempo parcial es favorable a la conciliación, pero ni siquiera eso es cierto —<br />

al margen de que quienes argumentan así piensen que la conciliación es una<br />

obligación femenina—. En muchas ocasiones, este tipo de empleos se<br />

produce en el sector servicios y tiene horarios atípicos (noches, fines de<br />

semana, fiestas…) [281] .<br />

Uno de los grupos que más ha profundizado en las nuevas realidades<br />

laborales de las mujeres desde el feminismo es el Laboratorio de<br />

trabajadoras: precarias a la deriva. Un proyecto de investigación-acción que<br />

gestionan distintas mujeres a partir de reflexiones en torno a las<br />

transformaciones del mundo del trabajo. Los nombres de los grupos de los<br />

que nace el Laboratorio de trabajadoras son tremendamente explícitos:<br />

Trabajo Zero o Sexo, Mentiras y Precariedad. El laboratorio nació en la<br />

huelga general del 20-J convocada por los sindicatos. Se dieron cuenta de que<br />

ésta no satisfacía la lucha de miles de trabajadoras. Por un lado, no recogía la<br />

experiencia de explotación y reparto injusto del trabajo doméstico y de<br />

cuidado, mayoritariamente realizado por mujeres en el ámbito «no<br />

productivo» de las familias. Y por otro, por la marginación que en estas<br />

jornadas de huelga o en la tarea diaria de los sindicatos se hace de los trabajos<br />

que en general se denominan «precarios», sin conceder atención alguna al<br />

trabajo flexible, mal pagado e infravalorado, todas variedades<br />

específicamente feminizadas.<br />

Decidieron entonces transformar el piquete clásico en piquetes-encuestas.<br />

«No nos veíamos con cuerpo <strong>para</strong> increpar a una precaria contratada por<br />

horas en un súper o <strong>para</strong> cerrar el pequeño comercio de frutos secos de una<br />

inmigrante porque, al fin y al cabo, a pesar de los muchos motivos que<br />

existían <strong>para</strong> <strong>para</strong>r y protestar ¿a quién se había convocado en esta huelga?,<br />

¿en quién se estaba pensando?, ¿existía un mínimo interés sindical por la<br />

realidad de los precarios, de los inmigrantes, de las amas de casa? ¿Acaso el<br />

paro detenía el proceso productivo de las trabajadoras domésticas, de las<br />

traductoras, diseñadoras, programadoras, de todas las trabajadoras autónomas


cuya interrupción o no de ese día no haría más que duplicar su trabajo del día<br />

siguiente?». Así que transformaron la jornada de paro en jornada de<br />

conversación sobre las realidades concretas de estas trabajadoras,<br />

escuchándolas.<br />

El laboratorio confirmó que los nuevos modos de organización del trabajo<br />

basados en políticas neoliberales consisten básicamente en recortar costes en<br />

derechos y salarios y fomentar la sumisión en una fuerza de trabajo cada vez<br />

más fragmentada y móvil. Es la forma de trabajar de miles de mujeres: por<br />

obra, con horarios flexibles e imprevisibles, con jornadas extensivas y<br />

períodos de inactividad sin renta, por horas, sin contratos, sin derechos, como<br />

autónomas, en casa… Las consecuencias son: aislamiento e incapacidad de<br />

organizarse la vida, estrés, cansancio, imposibilidad de protestar, de decidir el<br />

propio camino, miedo. Los sectores precarios feminizados fundamentalmente<br />

son el doméstico, telemarketing, profesoras de idiomas, traductoras,<br />

hostelería, enfermería social, publicistas, comunicadoras, mediadoras,<br />

educadoras… El empleo a tiempo parcial supone habitualmente un trabajo<br />

más monótono, con menos oportunidades <strong>para</strong> aprender y desarrollar las<br />

habilidades y peor pagado, no sólo en términos del sueldo mensual, sino en<br />

precio por hora.<br />

La precariedad determina el acceso al mundo laboral de las jóvenes —<br />

expertas en entrevistas de trabajo a las que denominan «¡esa gran máquina de<br />

humillación cotidiana!»—, y de las inmigrantes. Algunas conclusiones de su<br />

trabajo fueron que <strong>para</strong> las jóvenes hoy día lo único estable es el estar de paso<br />

permanentemente, la «costumbre de lo imprevisto» «hasta que encuentre algo<br />

mejor», algo que no acaba de ocurrir [282] .<br />

OTRO PROBLEMA QUE YA TIENE NOMBRE<br />

A partir del verano de 2005, los países de la Unión Europea cuentan con una<br />

directiva que define y tipifica, por primera vez, el acoso sexual. Según la<br />

nueva normativa, hay acoso sexual cuando se produce «un comportamiento<br />

verbal, no verbal o físico no deseado de índole sexual que tenga por objeto o<br />

efecto violar la dignidad de una persona o crear un entorno intimidatorio,


hostil, degradante, humillante, ofensivo o perturbador». La directiva,<br />

aprobada el 17 de abril de 2004, fue una victoria casi personal de la<br />

responsable comunitaria de Empleo y Asuntos Sociales, Anna<br />

Diamantopoulou. Ese 17 de abril, tras más de dos años de trabajos y<br />

negociaciones, anunció el logro sintiéndose triunfante como comisaria<br />

europea y feliz como mujer.<br />

La razón era que la misma Diamantopoulou hace 24 años, cuando era una<br />

joven recién licenciada en ingeniería civil y había logrado su primer trabajo,<br />

sufrió acoso sexual. Pero hace 24 años ni siquiera había sido bautizado el<br />

delito. «Era un problema sin nombre», recuerda la comisaria. Y, desde luego,<br />

tampoco había instrumentos legales <strong>para</strong> denunciarlo. «Me sentí muy<br />

culpable, y eso a pesar de que yo ya estaba <strong>para</strong> entonces muy implicada en<br />

movimientos feministas muy activos», explicaba una vez aprobada la<br />

directiva.<br />

Hace 24 años, Anna Diamantopoulou optó por el silencio. No contó a<br />

nadie lo que estaba sufriendo, y menos en público. Y consideró que acudir a<br />

un tribunal no ayudaría a su causa en absoluto. «Yo no tenía testigos, y los<br />

necesitaba si quería llevar el caso adelante», explica.<br />

Cuando la comisaria propuso, con el apoyo del resto del ejecutivo<br />

comunitario, la iniciativa de legislar sobre el acoso sexual, decidió<br />

aprovechar la oportunidad: «Quería lanzar el mensaje, como política, de que<br />

hay que admitir que el acoso sexual es un problema en nuestra sociedad y que<br />

afecta a todo el mundo, de todas las edades y estatus. Que es un problema que<br />

está en todas partes. Quería lanzarle al resto de las mujeres víctimas de acoso<br />

sexual el mensaje de que no estaban solas, de que hay una inmensa cantidad<br />

de mujeres que han sufrido el mismo problema y que ahora iban a disponer<br />

de un arma legal de envergadura <strong>para</strong> defenderse» [283] .<br />

La nueva normativa, entre otros aspectos, destaca que se responsabiliza<br />

de la carga de la prueba al acusado y también que las empresas estarán<br />

obligadas a demostrar que aplicaron políticas tendentes a evitar abusos de<br />

poder en forma de acoso sexual. La directiva es parte de la historia de una<br />

mujer, de una chica de tantas que, a los 19 años, tuvo que abandonar su<br />

primer empleo por sufrir acoso sexual. Una historia que ha culminado en una<br />

importante norma comunitaria de obligado cumplimiento que por primera vez


en la historia europea define y tipifica un delito —invisible y sin nombre<br />

hasta hace pocos años— que frena a las mujeres en su vida laboral [284] .<br />

En el estudio realizado por Begoña Pernas sobre las raíces del acoso<br />

sexual certifica que éste es un acto de violencia que se ejerce contra las<br />

mujeres. En el ámbito laboral, la raíz del problema está en el sexismo en el<br />

lugar del trabajo. Pernas también suscribe la idea de que el acoso es un<br />

indicador patriarcal puesto que no lo conforman episodios laborales aislados,<br />

sino que es fruto de un imaginario y unas prácticas, más o menos bien vistas<br />

según los entornos, que facilitan y legitiman ciertas exigencias de los varones<br />

sobre el trabajo o el cuerpo de las mujeres. «La causa (del acoso sexual) es la<br />

falta de respeto a una voluntad o a una conciencia ajena, porque no se le<br />

otorga valor. El respeto tiene dos fuentes: la posibilidad de identificarse con<br />

el otro o el reconocimiento de su poder. El sexismo hace difíciles estos dos<br />

sentimientos» [285] .<br />

ACOSO MORAL<br />

Pero aún quedan asignaturas pendientes. Un 25 % de la población laboral ha<br />

padecido a lo largo de su vida el acoso moral de sus compañeros de trabajo,<br />

jefes o subordinados. Traducido a números, sería que más de un millón y<br />

medio de trabajadores en España son víctimas de acoso moral en el<br />

trabajo [286] . Lo que no siempre se dice es que en su mayoría son trabajadoras.<br />

Explica Iñaki Piñuel que en el ámbito laboral, el acoso moral señala el<br />

continuo y deliberado maltrato verbal y modal que recibe un trabajador por<br />

parte de otro u otros, que se comportan con él cruelmente <strong>para</strong> lograr su<br />

aniquilación o destrucción psicológica y obtener su salida de la organización.<br />

Lo realice un individuo o sea consecuencia del sistema de organización,<br />

el acoso moral es un proceso perverso. Puede manipular a las personas<br />

mediante el desprecio de su libertad con el único fin de que los demás<br />

aumenten su poder y su beneficio. En las empresas, los juegos de poder y de<br />

rivalidad se han convertido en norma.<br />

¿Es sexuado el acoso moral? Los datos del trabajo realizado por Marie-<br />

France Hirigoyen, así como el resto de los autores que la experta francesa


cita, así lo demuestran. Explica Hirigoyen que en su encuesta se muestra una<br />

diferencia neta en el reparto por sexos: 70 % de mujeres y 30 % de hombres.<br />

No sólo las mujeres son víctimas mayores en número que los hombres, sino<br />

que además se las acosa de un modo distinto. Hirigoyen explica que<br />

habitualmente lo sufren aquellas que rechazan los avances «sexuales» de un<br />

superior o de un colega y que, a partir de eso, se ven marginadas, humilladas<br />

o maltratadas. Esa mezcla de acoso sexual y acoso moral existe en todos los<br />

medios profesionales y en todos los escalafones de la jerarquía. Siempre es<br />

difícil de probar, a menos que se cuente con testigos, ya que el agresor lo<br />

niega. Por otra parte, la mayoría de las veces el acosador no considera que su<br />

conducta sea anormal, sólo la considera «viril». También ocurre que los otros<br />

hombres de la empresa estiman igualmente que dicha conducta es la norma.<br />

El acoso sexual frecuentemente es un paso previo del acoso moral. Las<br />

mujeres suelen guardar silencio, por vergüenza, por miedo o porque saben o<br />

intuyen que nadie las va a apoyar [287] .<br />

«¡CUENTEN! ¡CUÉNTENLO TODO!»<br />

Frente a todas estas situaciones las mujeres también se organizan. Una de las<br />

instituciones que estudia y analiza la situación económica de las mujeres en el<br />

planeta es la Globe Women. En la reunión celebrada en Barcelona en julio de<br />

2002, Irene Natividad, directora de la cumbre y líder de la comunidad asiática<br />

en EE. UU., decía: «¡Cuenten! Cuéntenlo todo: cuántas son, cuántas<br />

empresas crean, en cuántas mandan…». Natividad seguía animando al<br />

famoso conteo, el método utilizado desde la década de los ochenta por las<br />

feministas <strong>para</strong> sacar a la luz lo invisible. En un mundo en el que se dice que<br />

la igualdad es real, <strong>para</strong> desenmascararla nada mejor que las cifras y si se<br />

trata de economía, más aún. En la cumbre de Barcelona se reunieron mujeres<br />

de 76 países distintos que compartían un discurso: los problemas son los<br />

mismos —infravaloración social, diferencias de salarios, carga doble de<br />

trabajo, falta de corresponsabilidad de los varones…—, lo que varía es la<br />

intensidad.<br />

Los datos presentados sobre Europa fueron los siguientes: las mujeres


epresentan el 52 % de la población total, toman un 85 % de las decisiones<br />

sobre la compra de productos de consumo y sólo ocupan un 2,5 % de los<br />

puestos más elevados en las grandes corporaciones, lo que supone un 0,5 %<br />

más que en Japón y cinco veces menos que en Estados Unidos. En un 28 %<br />

de los hogares de la UE hay un único cabeza de familia que en el 80 % de los<br />

casos es una mujer sobre la que descansan hijos, tareas domésticas y carrera<br />

profesional. También se expuso que las europeas cobran de media un 30 %<br />

menos que los hombres, arrancan una de cada tres nuevas empresas y dos de<br />

cada tres franquicias.<br />

Si se puede hacer alguna lectura positiva, ésta sería la energía de las<br />

mujeres creando sus propias empresas ante el poco rendimiento que les da ser<br />

asalariadas.<br />

«¡NO ME IMPORTAN SUS HIJOS! ¡TRABAJEN!»<br />

En los países del sur la realidad laboral de buena parte de las mujeres se<br />

llama maquila. Los propietarios de estas fábricas sin ley ni vergüenza viven<br />

lejos de ellas y los productos que las trabajadoras elaboran a costa de su salud<br />

y a cambio de miseria los compramos en los países del norte, muchos de ellos<br />

bajo prestigiosas etiquetas. Noemí Dubón, primero se presenta y luego<br />

explica, al detalle, qué es una maquila. «Tengo 32 años. Nací en Copán<br />

(Honduras) y vivo en San Pedro Sula. Estoy casada y tengo dos hijos de 15 y<br />

8 años. Soy de izquierdas y católica. Coordino un colectivo en defensa de los<br />

derechos de las mujeres hondureñas llamado Codemuh.<br />

»Una maquila es una fábrica de ropa o de cualquier otro tipo, como<br />

componentes informáticos o electrónicos en la que básicamente trabajan<br />

mujeres. En las de ropa, el producto viene cortado, las mujeres lo<br />

confeccionan y luego se exporta. En teoría, la jornada laboral es de ocho<br />

horas, pero las horas extra se exigen por cumplimiento de pedidos y son<br />

obligatorias. Trabajamos un mínimo de 14 horas diarias y, a menudo, toda la<br />

noche. La edad de las trabajadoras es a partir de los 15 años y, como es ilegal,<br />

utilizan papeles prestados.<br />

»Yo entré a trabajar en una maquila a los 18 años. Se llamaba Intermoda


y era de capital árabe. Yo ya tenía un niño de dos años. Me casé cuando<br />

cumplí los 16. Me quedé embarazada, por eso me casé tan pronto. Fue mi<br />

falta de madurez. Mi novio era mayor y me convenció de que tuviéramos<br />

relaciones. Al cabo de dos años me separé porque él iba con otras mujeres y<br />

volví a las maquilas. Era obrera, trabajaba once horas diarias sábados<br />

incluidos y tres veces al mes, 24 horas seguidas, de 7 de la mañana a 7 de la<br />

mañana. Te imponen metas de producción que calculan con un cronómetro y<br />

te exigen las puntas más altas. Pero no tienen en cuenta que necesitas ir al<br />

lavabo, beber agua y comer. Ese tiempo no lo promedian. Así que yo entraba<br />

una hora antes <strong>para</strong> adelantar trabajo, sólo iba al baño una o dos veces en<br />

once horas y almorzaba en 15 minutos. Si por la tarde no había terminado me<br />

quedaba más rato por la noche. Si no cumples la meta te despiden. A mí me<br />

pagaban 12 dólares a la semana. Actualmente se están pagando 32 dólares.<br />

»Al cabo de dos años conseguí otro trabajo como auditora de calidad en<br />

una fábrica de capital norteamericano llamada Spring Town. Mi sueldo<br />

mejoró pero tenía que recorrer diariamente cuatro fábricas, no tenía horario<br />

de salida, trabajaba los sábados y, a menudo, los domingos. Mis jornadas<br />

eran de 6 de la mañana a 9 de la noche. Tuve problemas al intentar proteger a<br />

las trabajadoras que estaban a mi cargo de algunos abusos que veía en las<br />

fábricas. Pude ver a mujeres embarazadas realizando trabajos manuales de<br />

pie todo el día o a mujeres que nunca se levantaban de su puesto de trabajo ni<br />

siquiera <strong>para</strong> beber agua. Ninguna de las fábricas que visité cumplía las<br />

normativas. Falta de higiene, baños sucísimos, insuficientes o sin agua y, en<br />

muchos casos, cerrados bajo llave, de la que sólo disponía el supervisor. Y la<br />

música era insoportable. Ponen música movida a todo volumen <strong>para</strong> tener a<br />

las obreras aceleradas y que no hablen entre ellas. Después de seis años y<br />

medio dejé el trabajo, los problemas con el jefe del departamento de calidad<br />

iban en aumento.<br />

»En 2002 conseguí otro empleo en una compañía coreana, pero sólo duré<br />

un mes y medio. No soporté ver tanta injusticia y malos tratos. Las mujeres<br />

trabajan toda la noche sin descanso, muchas preferían pasar la noche allí<br />

porque desplazarse a altas horas a sus casas era peligroso. Constantemente les<br />

amonestaban castigándolas sin sueldo y el ambiente en las maquilas no es<br />

apto <strong>para</strong> estar tanto tiempo. Recuerdo una ocasión en la que le di permiso a


una obrera <strong>para</strong> que fuera a comprar medicamentos y el gerente de<br />

producción rompió mi permiso. “¡Usted debe estar con la cabeza muy alta y<br />

de brazos cruzados exigiendo a la gente que cumpla! ¡Cuando baja la cabeza<br />

parece una vaca!”, me decía mi jefe cuando intentaba ayudar a una<br />

trabajadora. “Repita conmigo”, me insistía “¡A mí no me importan sus hijos,<br />

aquí se viene a trabajar!”» [288] .


9<br />

La globalización<br />

Comerciar sin fronteras… y sin escrúpulos<br />

¿Vamos a aceptar, en nombre de la<br />

paz, la libertad, la democracia y las<br />

mejoras económicas, un sistema que<br />

ha normalizado la dominación, la<br />

crueldad y el trato degradante?<br />

MALKA MARCOVICH<br />

ANTIGLOBALIZACIÓN Y REDES DE MUJERES<br />

«“El enemigo principal, ¿cuál es? ¿La dictadura militar? ¿La burguesía<br />

boliviana? ¿El imperialismo? No, compañeros. Yo quiero decirles estito:<br />

nuestro enemigo principal es el miedo. Lo tenemos dentro”.<br />

»Estito dijo Domitila en la mina de estaño de Catavi y entonces se vino a<br />

la capital con otras cuatro mujeres y una veintena de hijos. En Navidad<br />

empezaron la huelga de hambre. Nadie creyó en ellas. A más de uno le<br />

pareció un buen chiste:<br />

»—Así que cinco mujeres van a voltear la dictadura.<br />

»El sacerdote Luis Espinal es el primero en sumarse. Al rato ya son mil<br />

quinientos los que hambrean en toda Bolivia. Las cinco mujeres,


acostumbradas al hambre desde que nacieron, llaman al agua “pollo” o<br />

“pavo” y “chuleta” a la sal, y la risa las alimenta. Se multiplican mientras<br />

tanto los huelguistas de hambre, tres mil, diez mil, hasta que son incontables<br />

los bolivianos que dejan de comer y dejan de trabajar y veintitrés días<br />

después del comienzo de la huelga de hambre el pueblo invade las calles y ya<br />

no hay manera de <strong>para</strong>r esto.<br />

»Las cinco mujeres han volteado la dictadura militar» [289] .<br />

Así cuenta Eduardo Galeano lo que ocurrió en La Paz en 1978. Millones<br />

de mujeres hacen estito mismo en todo el mundo. Durante la última gran<br />

crisis argentina, con la quiebra financiera del país y la implantación del<br />

corralito, las mujeres organizaron el reparto de comida por las barriadas,<br />

resucitaron el trueque y resolvieron la mayor parte de las necesidades básicas<br />

con productos que ellas mismas se ingeniaron en las casas.<br />

Son las mujeres saharauis las que han levantado un país en medio del<br />

desierto. Han conseguido escolarizar a todos los menores, han creado<br />

guarderías y mantenido huertos en la arena. La resistencia afgana frente a los<br />

talibanes fue organizada y sostenida por las mujeres de RAWA que<br />

desafiaron las prohibiciones, la violencia y el terror de los fanáticos. Ellas<br />

organizaron las escuelas clandestinas <strong>para</strong> las niñas, la asistencia sanitaria<br />

negada a las mujeres y recorrieron el mundo denunciando la situación que<br />

soportaban en su país con identidades falsas y reuniones clandestinas.<br />

Años antes, las Madres de la Plaza de Mayo argentinas, también las<br />

abuelas, las Viudas de Guatemala y las mujeres chilenas se enfrentaron a la<br />

impunidad de los militares, se negaron a aceptar las leyes de punto final —<br />

con las que los gobiernos de sus países querían olvidar la pesadillas de las<br />

dictaduras—, exigieron la verdad, sin ceder a la resignación. En 1988, en<br />

medio de la Primera Intifada, 10 mujeres vestidas de luto y en silencio<br />

fundaron Mujeres de Negro. Eran israelíes y palestinas, juntas, exigiendo la<br />

paz. Actualmente, hay más de 1.200 delegaciones de Mujeres de Negro por<br />

todo el mundo. En Belgrado, en Colombia, en España…<br />

Así, no es de extrañar que las mujeres formen la base del movimiento<br />

antiglobalización. Es el movimiento feminista y su forma de organizarse en<br />

redes de solidaridad, antijerárquicas y participativas, el que sirve de<br />

precedente al movimiento antiglobalización. El nombre surge en las protestas


de Seattle, en diciembre de 1999, cuando 50.000 personas llegadas de todo el<br />

mundo, se organizaron <strong>para</strong> protestar contra la cumbre de la Organización<br />

Mundial de Comercio. «Otro mundo es posible» fue el grito que se escuchó<br />

en el Primer Foro Social Mundial que se celebró en Porto Alegre, Brasil, en<br />

febrero de 2001, como respuesta a la cumbre de Davos. En esta ciudad suiza<br />

se reunían en las mismas fechas los poderosos del mundo. Otro mundo,<br />

posible, es el que se empeñan en construir los movimientos de mujeres.<br />

Pero el enemigo es poderoso. Bajo el nombre de globalización se esconde<br />

la mundialización de la economía ultraliberal. Con la caída del comunismo en<br />

el este de Europa, el capitalismo ya no tiene barreras ni freno. La única<br />

lógica, a partir de entonces, es la lógica del beneficio y los intereses de las<br />

empresas priman frente a los derechos de los trabajadores o el respeto al<br />

medio ambiente. Esto ocurre tanto en los países emergentes, donde se<br />

instalan las multinacionales en busca de mano de obra más barata o nuevos<br />

recursos <strong>para</strong> explotar, como en las democracias occidentales donde los<br />

derechos de trabajadores y trabajadoras parecían más consolidados [290] .<br />

Es la llamada «nueva economía», nombre que se acuña en la bolsa de<br />

Nueva York y como explica Pepa Roma, está basada en la privatización de<br />

las empresas públicas y los recursos naturales, el recorte de los gastos<br />

sociales, la liberalización del mercado laboral y la eliminación de todas las<br />

barreras que se interponen al comercio y al flujo de capitales. Son las<br />

instituciones económicas internacionales como la Organización Mundial de<br />

Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial las que<br />

imponen, a todos los países, la doctrina que interesa a la principal capital<br />

financiera del planeta. Son estas instituciones las que obligan a los gobiernos<br />

a aceptar las nuevas políticas económicas <strong>para</strong> conseguir préstamos a cambio<br />

y ser admitidos en las reglas del comercio mundial [291] .<br />

NORA, UNA MADRE COLOMBIANA<br />

La globalización, así, sin apellidos, podría definirse como la apertura de<br />

fronteras, la libertad absoluta de mercados y transacciones financieras, la<br />

información y operatividad al instante a través de Internet. Pero si se trata de


la globalización gestionada por el neoliberalismo, la que actualmente<br />

sufrimos, como mínimo habría que decir que está ahondando más y más las<br />

desigualdades, no sólo las sociales y económicas, sino también las<br />

provocadas por razón de sexo [292] . En realidad, la era global no sólo supone<br />

una nueva etapa del capitalismo, sino —y sobre todo— una furibunda fase<br />

del patriarcado [293] .<br />

El modelo de globalización actual confunde progreso humano con<br />

desarrollo tecnológico, acumulación ilimitada de riquezas con felicidad, y<br />

deseos, con cualquier clase de caprichos que el dinero y la tecnología puedan<br />

proporcionar al margen de una mínima justicia social [294] .<br />

Susan George, filósofa, analista política y presidenta del Observatorio de<br />

la Mundialización, en el anexo de su Informe Lugano, al referirse a las<br />

alternativas posibles a la globalización neoliberal, escribe: «La más eficaz es<br />

dar educación y posibilidades de elección a la mujer, algo imposible con los<br />

programas de austeridad y ajuste estructural vigentes» [295] . Imposible según<br />

la lógica del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, pues<br />

cuando conceden un préstamo a un país con grandes carencias, lo primero<br />

que exigen es que recorte gastos sociales, lo que supone que ese país no<br />

saldrá nunca de su pobreza.<br />

Las instituciones internacionales del comercio sólo obedecen a los<br />

dictámenes de las multinacionales y a sus intereses privados. Han saltado la<br />

barrera de cualquier posible control, de modo que el Fondo Monetario<br />

Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio<br />

han transformado el mundo en mercancía, consiguiendo que el comercio en sí<br />

constituya un valor por encima de cualquier otra consideración ecológica,<br />

sanitaria, cultural o política. Esas mercancías son de todo tipo. Están los<br />

productos de consumo, pero también drogas, armas y seres humanos.<br />

Nora es una mujer colombiana. Su vida, sus circunstancias y sus<br />

reflexiones ilustran los «efectos colaterales» de esta globalización sin alma —<br />

ni ética— mejor que ninguna teoría. La vida de Nora es mucho más explícita.<br />

Es como una madeja con la que se teje la red de pobreza, desprotección<br />

social, maternidad en solitario, tráfico de drogas, mafias… y todo a caballo<br />

entre un país de la Europa rica y un país del sur, acosado por la violencia y la<br />

codicia:


«Vine a España porque tenía un niño enfermo al que no podía operar<br />

porque no tenía plata. Se me murió hace siete meses. Tenía cinco hijos, ahora<br />

me quedan cuatro. Ninguno me quita la pena del que perdí.<br />

»Entré en prisión en 1996, tenía dos semanas de embarazo, pasé el<br />

embarazo en Carabanchel. Mi hijo nació en Carabanchel. Tenía mi hijo tres<br />

meses cuando me llevaron a la prisión de Soto del Real, también en Madrid,<br />

y hace seis meses que salí en régimen abierto a un piso de madres. Por las<br />

mañanas trabajo, por las tardes estoy con mi hijo, lo llevo al colegio y el resto<br />

del tiempo está conmigo. Los fines de semana está con una familia. Desde<br />

que estaba en Soto, me buscaron una familia de acogida <strong>para</strong> que el niño<br />

saliera y <strong>para</strong> que perdiera la imagen de la prisión, porque los niños lo ven y<br />

lo guardan todo. Se llama Salomón. Ahora ya tiene tres años y creo que está<br />

feliz. La familia lo lleva el sábado por la mañana y lo devuelve el domingo<br />

por la tarde. El resto del tiempo está conmigo.<br />

»Los otros tres están en Colombia, con mi madre. La mayor está<br />

trabajando, no gana mucho, pero al menos trabaja. La menor se ha puesto a<br />

estudiar, con dificultades, pero está estudiando. Y el menor no está<br />

estudiando, tiene 10 años, pero no me alcanza el dinero <strong>para</strong> que estudien<br />

todos.<br />

»Yo tenía cinco hermanos, ahora somos cuatro. Al menor lo mataron hace<br />

10 años. Lo mataron en la calle, no sé por qué. Mi madre es una mujer muy<br />

sufrida, nos ha sacado adelante y ha sufrido mucho. Cuando mataron a mi<br />

padre yo tenía 14 años. Lo mató un amigo en una riña; <strong>para</strong> mí, desde<br />

entonces no existen los amigos. Mi padre lo era todo <strong>para</strong> mí aunque mi<br />

madre ha sido una gran mujer, pero nunca llenará el vacío que dejó mi padre.<br />

Lo quería muchísimo, más de lo que pensaba, era todo lo que tenía.<br />

»He tenido compañeros, pero nunca un marido. Ninguno ha valido la<br />

pena. He salido adelante con los hijos y saldré adelante por ellos. He<br />

intentado tener una vida normal, tener una pareja, una familia, un hogar, ese<br />

cariño que yo vivía en mi casa cuando era niña, cuando vivía mi padre, el de<br />

una familia, pero no he podido. De hecho, estoy sola en España. Desde hace<br />

cuatro años. No tengo a nadie, sólo a mi hijo. Sí, mi compañero está allí en<br />

Colombia, pero las cosas se enfrían con el tiempo y decides seguir adelante<br />

con la vida y no amargarte, porque ya tengo suficientes motivos <strong>para</strong> estar


mal. Las hijas están muy grandes. Un hombre es una cantidad de problemas,<br />

que si llega porque llega y si no llega porque no ha llegado.<br />

»Mi padre era taxista, cuando era chica, vivíamos pobremente pero<br />

vivíamos bien. De hecho, teníamos casa y cuando mi padre murió le quitaron<br />

la casa a mi madre, nos quedamos en la calle porque mi padre no tenía<br />

papeles de la casa. Se la había vendido un tío de él, el marido de una tía y<br />

cuando mi padre murió, le reclamaron la casa a mi madre. Sacaron a mi<br />

madre de la casa y la vida, desde entonces, se complicó muchísimo. Desde<br />

entonces, tengo muchísimo rencor siempre porque ésa fue una grandísima<br />

injusticia. Cuando murió mi padre, lo único que le quedó a mi madre,<br />

después de haber vivido tantos años casada con él fueron problemas, nada<br />

más que problemas. Cinco hijos, cinco problemas. Mi madre no trabajaba<br />

fuera de la casa, tuvo que empezar cuando se quedó viuda. Ella y nosotros.<br />

Estábamos demasiado jóvenes <strong>para</strong> tener la obligación de trabajar tan pronto,<br />

pero lo hicimos. Mi madre se puso a trabajar en casas de familia. Yo también,<br />

trabajé como auxiliar de odontología en un centro, luego quedé embarazada y<br />

me fui de casa y comencé la lucha. Era muy joven. Me fui a conocer mundo,<br />

a trabajar, a guerrear, a seguir adelante. Siempre conté con el apoyo de mi<br />

madre.<br />

»Me fui <strong>para</strong> los Llanos Orientales, donde se cultiva la coca, allí estuve<br />

trabajando mucho tiempo, diez años o así. Cultivando y alimentando a<br />

trabajadores. Trabajando en el campo y en lo que saliera. Después tuve la<br />

segunda niña y a los dos años volví con mi madre. Le dejé a las niñas y me<br />

volví a trabajar otros seis años. Me fue fatal. Allí tuve los dos niños varones,<br />

uno seguido de otro. Muchas madres salen adelante con sus hijos, ¿por qué<br />

yo no lo iba a hacer? Yo quiero mi libertad. Cuando estás casada hay un<br />

compromiso y cuando llegan los problemas, que siempre llegan, los únicos<br />

comentarios que escuchas son “¿<strong>para</strong> qué te casaste?”. Yo no soy partidaria<br />

del matrimonio <strong>para</strong> nada y ya tengo 38 años. Si en una pareja no hay<br />

respeto, no hay nada, entonces mejor no casarse.<br />

»Nunca he tenido dinero. Cuando volví al lado de mi madre con mis<br />

cuatro hijos, yo trabajaba en casas haciendo la limpieza, pero ganaba muy<br />

poco, y no tenía <strong>para</strong> atender a este niño. Nació con problemas en los<br />

pulmones que le impedían la llegada regular de oxígeno al cerebro y eso le


provocó lesiones cerebrales. Estuvo muchos días en la incubadora, con<br />

cantidad de problemas nació este niño. Recuperó un poco, pero cuando tenía<br />

tres años los médicos me dijeron que necesitaba una operación y yo no tenía<br />

dinero <strong>para</strong> él.<br />

»Hice un trato. En mi país hay gente que se dedica a eso. Sabe quién tiene<br />

necesidades y las aprovechan. Un día me abordó un hombre en la <strong>para</strong>da del<br />

autobús, me preguntó si necesitaba dinero y me hizo una oferta. El trato fue<br />

que yo traía a España la maleta que me daban, y ellos me traían el niño <strong>para</strong><br />

operarle. Pero tuve la mala suerte de que me pillaron en el aeropuerto.<br />

»Tomé la decisión de pasar esa maleta porque era la única manera de<br />

hacer lo necesario por mi hijo. Yo no tenía con qué responder. Aquí no es<br />

mucho dinero, pero allí necesitaba 200.000 pesos —540 euros— sólo por una<br />

prueba. Yo no lo tenía. Allí no hay Seguridad Social, allí nada es regalado. A<br />

mí me tenían que haber hecho una cesárea <strong>para</strong> que ese niño hubiera salido<br />

bien pero no me la hicieron porque no tenía dinero <strong>para</strong> pagarla. Por parir,<br />

también te cobran, yo no sé ahora, pero entonces eran entre 30.000 y 35.000<br />

pesos —21 euros—, si tienen que hacerte una cesárea, 30 euros más, pero<br />

además tienes que quedarte unos días en el hospital y pagas cada día.<br />

»Yo pasé la maleta, salí de Barajas y me pillaron fuera. Me metí en el<br />

taxi, le dije la dirección al conductor y antes de que arrancara se acercó un<br />

policía de paisano que me dijo: “Por favor, acompáñame”. Todo mi miedo en<br />

ese momento era que yo no volvía a ver a mi niño vivo. Nunca he sabido qué<br />

pasó. Pero el policía vino directo a mí. La maleta venía bien pre<strong>para</strong>da. Yo no<br />

sé qué pasó, lo que sí sé es que tengo que pagar 9 años, 10 meses y un día.<br />

Me acusaron de un delito contra la salud pública. Traía un kilo y medio. Me<br />

castigaron por haber traído poquita, si hubiese traído muchos kilos, ya habría<br />

salido. Había una azafata a la que pillaron con 25 kilos y salió en un año. La<br />

conocí en la cárcel, una argentina. ¿Cómo salió? Con dinero, claro, el dinero<br />

manda. A mí me castigaron por traer poquito.<br />

»Cuando yo saqué a la jueza los papeles de mi niño, porque estaba malo,<br />

estaba muy malo y yo traía todos los papeles por si acaso el trato salía bien y<br />

podíamos operarle aquí en Madrid, la jueza me dijo que mentía. Yo sólo les<br />

dije, a mí si me tienen que condenar que me condenen, pero que me dejen ir a<br />

pagar a mi país, porque quiero ver a mi hijo antes de que se muera. Y me


dijo: miente. Mi niño se murió hace siete meses.<br />

»En la prisión sabes quién es tu amigo, si tienes madre… Amigos no<br />

tengo. Sólo tengo madre y a mis hijos. Todos los niños saben que estoy en la<br />

cárcel. No tengo por qué ocultarlo, no he matado a nadie. Desde que me<br />

cogieron se enteraron, porque yo no dije a nadie dónde iba ni nada. Fui donde<br />

mi madre, le dejé a los niños y dije, vengo mañana. No había acuerdo de<br />

dinero, sólo traer al niño a Madrid y hacer aquí lo que se pudiera por él. Nada<br />

se hizo.<br />

»Ahora ya comienzo a estar un poco tranquila. El resto de mis hijos están<br />

bien, dentro de lo que cabe, están con mi madre, no están como reyes, pero<br />

no están en la calle. Además son niños, sobre todo las dos niñas mayores,<br />

muy conscientes. Mi hija mayor no ha tenido infancia, siempre ha<br />

trabajado» [296] .<br />

FEMINIZACIÓN DE LA POBREZA<br />

La globalización es un fenómeno nuevo debido a la mundialización de las<br />

comunicaciones y a la expansión informática, lo que ha permitido a un<br />

capitalismo avanzado las transacciones especulativas en tiempo real. Los<br />

mercados financieros trabajan las 24 horas del día, transfieren enormes<br />

cantidades de dinero que enriquecen a pocos y hunden a países enteros. Pero<br />

la actual globalización económica sólo da total libertad de movimiento al<br />

capital y al comercio, no a las personas.<br />

La internacionalización de las relaciones económicas a nivel mundial y<br />

las desigualdades cada vez más profundas entre los países ricos y pobres,<br />

entre otros múltiples factores, han determinado que cada vez aumente el<br />

número de personas que buscan oportunidades en otros países a través de las<br />

migraciones. La globalización potencia la liberalización de las relaciones<br />

económicas y los procesos de integración entre países y mercados, pero no<br />

ocurre lo mismo cuando se trata de personas. Las posibilidades de migrar de<br />

forma legal son cada vez menores, sin embargo, los flujos migratorios son<br />

incontrolables y las personas siguen pensando en abandonar sus países como<br />

la única salida a situaciones de precariedad, pobreza o desigualdad. En pocos


años, las mujeres se han convertido en las protagonistas de los procesos<br />

migratorios, abandonando solas sus lugares de origen e insertándose en el<br />

mercado laboral de los países de destino <strong>para</strong> iniciar una nueva vida.<br />

Esta situación no es casual ya que se constata que la pobreza se extiende<br />

cada día más entre las mujeres hasta acuñar el concepto de feminización de la<br />

pobreza. Las penurias económicas, las catástrofes naturales, las guerras y<br />

conflictos armados que se suceden en los países del sur, el nivel de<br />

desempleo, las reformas económicas estructurales, la falta de oportunidades,<br />

las cargas familiares, las discriminaciones sexuales, afectan en mayor medida<br />

a las mujeres que ven en la emigración una salida posible. Es un fenómeno<br />

nuevo. Hasta hace un par de décadas, las remesas que llegaban a las familias<br />

de los emigrantes eran enviadas por los hombres; hoy, casi la mitad de estos<br />

envíos los realizan las mujeres —en algunos países latinoamericanos la<br />

aportación femenina llega al 80 %.<br />

La ley del mercado que, en la práctica, equivale a la ley del más fuerte,<br />

arroja a los márgenes de la economía a los que están en peores condiciones<br />

<strong>para</strong> competir, especular e invertir. Eso hace que las mujeres sean las que se<br />

llevan la peor parte. Las mujeres, al estar menos integradas en estructuras<br />

laborales y de poder, junto con los niños, son las principales víctimas, tanto<br />

en el norte como en el sur. El 80 % de los despidos tras la crisis del sureste<br />

asiático afectó a mujeres. La línea más baja de pobreza está ocupada en un 80<br />

% por mujeres, tres cuartas partes de la humanidad viven con menos de dos<br />

dólares al día y, entre ellos, más de 1.200 millones de personas viven con<br />

menos de un dólar al día, de las que el 80 % son mujeres.<br />

Según las estadísticas del Banco Mundial, la distancia entre ricos y<br />

pobres ha aumentado un 250 % desde 1960. Hoy, las 225 personas más ricas<br />

del planeta acumulan tantos recursos como los 3.000 millones de personas<br />

más pobres, es decir, la mitad de la humanidad [297] .<br />

Y esa mano de obra femenina, cuando llega a los países ricos, suele<br />

encontrar tan sólo algunos reductos <strong>para</strong> desarrollarse. Principalmente,<br />

servicios domésticos y servicios sexuales.<br />

Además, en la caída de las barreras en función del mercado, las fronteras<br />

se han hecho más permeables y ahora resulta mucho más fácil mercadear con<br />

todo: órganos humanos, prostitución, esclavitud sexual, tráfico de personas,


pornografía, armas y drogas constituyen los mercados más suculentos [298] . De<br />

hecho, después del tráfico de armas y la droga, el negocio de la prostitución<br />

es el que más dinero mueve.<br />

EL CRUCE DE CAMINOS DEL CAPITALISMO Y EL<br />

PATRIARCADO: LA PROSTITUCIÓN<br />

La mercantilización de las cosas y de las personas se ceba principalmente en<br />

las mujeres, y sus cuerpos se afianzan más y más como objetos reales y<br />

simbólicos de la dominación. La prostitución femenina, la pornografía e<br />

incluso la esclavitud sexual han crecido escandalosamente con el<br />

empobrecimiento, las guerras y las migraciones, efectos multiplicados<br />

planetariamente por las posibilidades de Internet, cuyos contenidos en un 45<br />

% divulgan y venden este tipo de prácticas [299] .<br />

La prostitución no es un fenómeno nuevo pero el desarrollo de la<br />

globalización la ha potenciado hasta cifras inimaginables hace un par de<br />

décadas. De hecho, ya no se puede considerar la prostitución como un hecho<br />

local o nacional. La prostitución es actualmente una manifestación<br />

internacional tremendamente compleja cuyo análisis requiere tener en cuenta<br />

las relaciones económicas y de poder que a su vez se manifiestan en la<br />

familia, la sociedad, los estados y el proceso de globalización mundial.<br />

La profesora Anuradha Koirala, directora de Maiti Nepal —organización<br />

que se encarga de atender a las niñas víctimas del abuso sexual y de las redes<br />

de tráfico sexual— explica que solamente en Asia, más de un millón de<br />

mujeres y niñas son vendidas anualmente a la industria del sexo. Koirala<br />

señala entre los principales implicados a los padres, conocidos o amigos,<br />

aduaneros y policías, autoridades locales, políticos…, pero también incide en<br />

las desigualdades económicas, las diferencias de género, el fracaso familiar,<br />

el analfabetismo y la falta de voluntad política. Sobre su país, Nepal, la<br />

profesora destaca que la edad de las mujeres que son traficadas oscila entre<br />

los 7 y los 24 años y, como un daño añadido, que si estas mujeres y niñas<br />

consiguen regresar a sus comunidades de origen, son rechazadas.<br />

La presidenta del Centro Internacional <strong>para</strong> los Derechos de la Mujer La


Strada, Kateryna Levchenco, aseguraba en el Foro Mundial de Mujeres<br />

contra la Violencia celebrado en Valencia en el año 2000 que la difícil<br />

situación económica por la que pasaba su país, Ucrania, y en general, todas<br />

las repúblicas exsoviéticas, era el punto de partida del tráfico de mujeres.<br />

Según Levchenco, los factores que influyen en la expansión de este tráfico<br />

son múltiples. En la mayoría de los países de la antigua Unión Soviética, las<br />

mujeres disfrutan de igualdad formal y legal y sufren, al mismo tiempo, una<br />

acusada discriminación sexual en todos los aspectos de la vida pública y<br />

privada. Pero junto a la pobreza también son factores <strong>para</strong> analizar la<br />

ausencia total de leyes que traten el tráfico de mujeres y el negocio del sexo y<br />

la falta de protección de las víctimas. Otro elemento fundamental remite a las<br />

razones psicológicas de las propias mujeres: «La crisis general ha llevado a<br />

las mujeres a tener una baja autoestima y al empeoramiento de su estado<br />

psicológico. Siguiendo el principio de “no puede ser peor”, las mujeres<br />

acceden a una serie de proposiciones sospechosas, sin considerar las posibles<br />

consecuencias de estas decisiones». También están quienes asumen cualquier<br />

riesgo con tal de salir de su país y mejorar su vida. Así, la entrada en el<br />

mercado del sexo puede ser voluntaria o forzada y las vías prácticamente<br />

iguales en ambos casos: anuncios <strong>para</strong> trabajar en el extranjero, invitaciones<br />

por parte de algún conocido, anuncios y contratos matrimoniales, Internet y<br />

sus páginas web mundiales conocidas como las «web de novias», las<br />

agencias de viajes <strong>para</strong> turistas o el sistema de au pair.<br />

En el mismo foro, Ndioro Ndiaye exministra de Senegal, exponía la<br />

realidad africana. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima<br />

que existen 250 millones de menores de 5 a 14 años de edad que trabajan en<br />

los países en desarrollo y, sobre este total, entre 50 y 60 millones efectúan<br />

trabajos peligrosos [300] . Las niñas son particularmente vulnerables puesto que<br />

en muchas sociedades nacer en un ambiente pobre significa exponerse a<br />

formas insidiosas de discriminación.<br />

En África, las niñas de las áreas más desfavorecidas a menudo viven a la<br />

sombra de sus hermanos, más privilegiados en materia de alimentación y de<br />

atenciones médicas y escolares. A merced de los hombres de su familia y de<br />

los de sus comunidades, son confinadas en la ignorancia y el analfabetismo.<br />

Esta situación las convierte en el blanco principal de violencias y abusos


cotidianos en sus puestos de trabajo. En Senegal, las principales situaciones<br />

que indican formas extremas del trabajo infantil tienen que ver con el trabajo<br />

doméstico de las niñas, el trabajo en ciertos sectores agrícolas y pesqueros,<br />

así como con la explotación sexual a través de la prostitución y de la<br />

mendicidad [301] . En las últimas décadas, explicaba Ndiaye, han nacido y se<br />

han desarrollado nuevas formas de explotación sexual de niños y niñas, tales<br />

como la prostitución de menores, la pornografía y la pedofilia en las zonas<br />

turísticas.<br />

DISTINTAS POSTURAS FEMINISTAS FRENTE A LA<br />

PROSTITUCIÓN<br />

El pensamiento feminista se encuentra actualmente dividido entre dos<br />

amplias perspectivas enfrentadas respecto a la prostitución. Por un lado, están<br />

quienes consideran la prostitución como una violencia hacia las mujeres que<br />

ha de ser erradicada y por otro, quienes entienden que la regulación de la<br />

prostitución es la mejor vía <strong>para</strong> garantizar la protección de quienes la<br />

ejercen.<br />

Puede hablarse de cinco posturas.<br />

1. Abolicionista. Considera la prostitución como un atentado contra la<br />

dignidad de las mujeres y, por tanto, niega toda posibilidad de<br />

legalización, ya que llevaría a perpetuar la injusticia.<br />

2. Prohibicionista. Se basa en la represión penal del ejercicio de la<br />

prostitución, castigando tanto a quien la ejerce como al cliente.<br />

3. Reglamentarista. Rechaza moralmente la prostitución. Considera que es<br />

un mal inevitable y que, en esta medida, es necesario aceptarla y<br />

regularla <strong>para</strong> evitar la clandestinidad en la que se ejerce. Propone que<br />

sea el estado quien controle la actividad, imponiendo una serie de<br />

controles de orden público y garantizando el ejercicio de los servicios<br />

sexuales en las mejores condiciones sanitarias posibles.<br />

4. Legalista. Considera que la prostitución debe ser regulada en su<br />

totalidad como una actividad laboral más, otorgando a las trabajadoras


de la industria del sexo los mismos derechos y la misma protección<br />

social y jurídica que al resto de los trabajadores. Pretende eliminar las<br />

situaciones de explotación y desprotección que conlleva la<br />

clandestinidad de su ejercicio.<br />

5. Regulación hacia la abolición. Es una postura alternativa que propone la<br />

superación del actual enfrentamiento entre quienes defienden la<br />

abolición y las defensoras de la postura legalista. Se defiende la<br />

regulación de la prostitución <strong>para</strong> fortalecer la posición de las mujeres<br />

frente a la violencia u opresión que padecen en el ejercicio de la<br />

actividad. Pero se trata de que la regulación tenga como estrategia la<br />

abolición de la prostitución por medio de un cambio estructural mucho<br />

más profundo, que afecta tanto a las esferas sociales, como a las<br />

económicas y jurídicas [302] .<br />

Dentro del feminismo español las posturas se reducen prácticamente a<br />

dos. La primera defiende que las prostitutas plantean las mismas demandas<br />

que las feministas y que el conjunto de las mujeres: aspiran al derecho al<br />

trabajo, a recibir protección contra la violencia, a una vida sexual en la forma<br />

que ellas quieran. Éstas son cuestiones básicas <strong>para</strong> el feminismo, así que la<br />

lucha es idéntica.<br />

La piedra de toque son los derechos de las trabajadoras, la consideración<br />

de esta actividad como trabajo y, por tanto, generadora de una serie de<br />

derechos equi<strong>para</strong>bles a los que se desprenden de otros trabajos y no como<br />

violencia o esclavitud sexual. Esta postura insiste en que son las prostitutas<br />

quienes deben hablar, sin que nadie lo haga en su nombre y defiende que<br />

muchas mujeres afirman su derecho a prostituirse y ser consideradas como el<br />

resto de las trabajadoras. Aseguran que las demás posturas acaban<br />

silenciando y victimizando a las mujeres que se dedican a la prostitución.<br />

Como explica Cristina Garaizábal, del colectivo Hetaira: «Si no tenemos en<br />

cuenta las decisiones que toman las prostitutas, si las victimizamos pensando<br />

que siempre ejercen de manera obligada y forzada; si consideramos que son<br />

personas sin capacidad de decisión… no podremos romper con la idea<br />

patriarcal de que las mujeres somos seres débiles e indefensos, necesitados de<br />

protección y tutelaje» [303] .


Quienes se inscriben en esta postura exigen que la prostitución sea una<br />

actividad económica y laboral con una regulación que además garantice la<br />

descriminalización de la prostitución libre entre adultos y la regulación de las<br />

relaciones entre terceros, clientes y empresarios, de acuerdo con las leyes de<br />

comercio, laborales y fiscales. También reclaman la aplicación estricta de las<br />

leyes penales contra el fraude, la coacción, la violencia, el abuso sexual de los<br />

niños, el trabajo infantil, los delitos contra la libertad sexual y el racismo, se<br />

produzcan donde se produzcan, tenga carácter nacional o internacional e<br />

impliquen o no la prostitución. El respeto de sus derechos humanos y<br />

libertades civiles, incluyendo la libertad de expresión, de viajar, de emigrar,<br />

de trabajar, de casarse, de tener hijos y cobertura de riesgos de desempleo,<br />

salud y vivienda. Derecho de asilo <strong>para</strong> todos aquellos a los que se acuse en<br />

su país de un crimen como prostitución u homosexualidad, libertad <strong>para</strong><br />

elegir el lugar de trabajo, dentro de las regulaciones administrativas<br />

aplicables a otro tipo de actividades económicas y derecho de asociación y<br />

trabajo colectivo.<br />

Frente a esta postura, una segunda línea dentro del feminismo español<br />

parte de no reconocer la prostitución como una actividad económica más. Sin<br />

negar la libertad de elección de cada mujer, considera que la realidad ofrece<br />

un panorama menos idílico. Así, sostiene que en los países donde se<br />

incrementa el nivel de renta, la prostitución local es sustituida por mujeres<br />

extranjeras de países más pobres. De hecho, las prostitutas españolas están<br />

siendo relevadas progresivamente por inmigrantes de países del este,<br />

Latinoamérica y el Caribe, el sudeste asiático y África subsahariana. Son los<br />

nuevos circuitos de la globalización.<br />

Así, analiza la prostitución como una realidad múltiple. Aunque haya<br />

mujeres que la eligen libremente, son las menos. En las zonas del mundo<br />

donde las condiciones sociales y económicas <strong>para</strong> las mujeres son mejores,<br />

éstas tienen más posibilidades de elegir y la prostitución no se encuentra<br />

entre sus prioridades. Son las extremas condiciones de partida: pobreza,<br />

violencia, abusos, vidas sin esperanza y sin expectativas de cambio, las que<br />

impulsan a las mujeres a acogerse a la prostitución como vía <strong>para</strong> mejorar sus<br />

ingresos y, por lo tanto, su futuro. La prostitución es una manifestación<br />

extrema de la violencia patriarcal. Las razones de pragmatismo no son


azones morales, explican. ¿Alguien desearía que su hija fuese prostituta?<br />

Para esta segunda postura, la prostitución atenta contra la dignidad de las<br />

mujeres, convirtiendo sus cuerpos en objetos de comercio y violencia. Para<br />

muchas feministas, la prostitución es el más violento punto de unión entre<br />

patriarcado y capitalismo. Además, la supuesta libertad de las prostitutas<br />

desaparece con las mafias y la trata de personas o cuando se ejerce por<br />

menores. Según Naciones Unidas, cada año, tres millones de niñas entre 5 y<br />

14 años son incorporadas al mercado del sexo.<br />

La unión entre violencia y prostitución también se pone de manifiesto en<br />

otros contextos. Así, asegura Mary Nash: «Millones de mujeres del mundo<br />

están sujetas y padecen los daños de la explotación sexual, que comprende,<br />

desde la violencia física: violaciones, tortura, maltratos, raptos y asesinatos, a<br />

la violencia emocional: tratar a las mujeres como un objeto de usar y tirar.<br />

Las industrias sexuales, locales y globales, han hecho fortunas <strong>para</strong> macarras<br />

y traficantes, y maltratan un número creciente de mujeres mediante la<br />

prostitución, el turismo y el tráfico sexual, los negocios de compra de<br />

mujeres por correo y la pornografía» [304] .<br />

Según Naciones Unidas, en seis de cada ocho países en guerra o conflicto<br />

a los que se enviaron cascos azules o tropas de paz, aumentó la prostitución<br />

de las niñas. Los soldados que pertenecían a la misión observadora de<br />

Naciones Unidas en Mozambique enviaron a este país, una vez firmado el<br />

tratado de paz en 1992, a niñas reclutadas entre 12 y 16 años en calidad de<br />

prostitutas. En todos los campamentos de refugiados —el ochenta por ciento<br />

de las personas que viven en los campamentos son mujeres, niños y niñas—,<br />

prolifera la prostitución.<br />

La violencia simbólica también forma parte de la prostitución. Ésta existe<br />

porque hay demanda masculina. No habría tráfico de mujeres si no existiera<br />

demanda. La prostitución es el universo donde las fantasías sexuales<br />

masculinas, sean cuales sean, siempre se cumplen. Mediante la prostitución<br />

desaparece la sexualidad femenina, es un ámbito donde los hombres<br />

aprovechan su hegemonía en el mundo. «A los varones su sexo les da<br />

derecho a disfrutar del entorno, el espacio, el tiempo, el cuerpo y la<br />

sexualidad aunque sea con violencia. La prostitución es una industria de<br />

esclavitud en función de unos compradores que siempre se mantienen


invisibles. El cliente y la sociedad ocultan la violencia con una estructura<br />

formada por el dinero» [305] .<br />

Por ello, <strong>para</strong> Fraser y otras feministas, es en la prostitución donde se<br />

revela hoy la fragilidad del género. Y así explica que aquello que con<br />

frecuencia se vende ahora en la sociedad del capitalismo tardío es una<br />

fantasía masculina del derecho sexual masculino. «Lejos de adquirir poder de<br />

mando sobre una prostituta, lo que obtiene el cliente es la representación<br />

escenificada de dicho poder» [306] .


10<br />

La violencia<br />

Los crímenes del patriarcado<br />

Se trata no solamente de que no haya<br />

guerra,<br />

ésa que sería ciertamente<br />

la última de toda la historia,<br />

sino que se trata de establecer la<br />

vida<br />

en vista de la paz.<br />

MARÍA ZAMBRANO<br />

La violencia es el arma por excelencia del patriarcado. Ni la religión, ni la<br />

educación, ni las leyes, ni las costumbres ni ningún otro mecanismo habría<br />

conseguido la sumisión histórica de las mujeres si todo ello no hubiese sido<br />

reforzado con violencia. La violencia ejercida contra las mujeres por el hecho<br />

de serlo es una violencia instrumental, que tiene por objetivo su control. No<br />

es una violencia pasional, ni sentimental, ni genética, ni natural. La violencia<br />

de género es la máxima expresión del poder que los varones tienen o<br />

pretenden mantener sobre las mujeres. Como dejó escrito Kate Millett, igual<br />

que otras ideologías dominantes —el racismo o el colonialismo—, la


sociedad patriarcal ejercería un control insuficiente, e incluso ineficaz, de no<br />

contar con el apoyo de la fuerza. Ésta no sólo constituye una medida de<br />

emergencia, sino también un instrumento de intimidación constante [307] .<br />

El feminismo está absolutamente comprometido con la erradicación de la<br />

violencia. La denuncia de la misma en el ámbito del matrimonio ya aparecía<br />

referenciada en los cuadernos de quejas durante la Revolución francesa, la<br />

condenaban las sufragistas y teóricos como John Stuart Mill y fue puesta en<br />

primer plano cuando las radicales norteamericanas lanzaron el mensaje de «lo<br />

personal es político», definieron la construcción de los géneros y acuñaron la<br />

definición de patriarcado. El feminismo nunca se ha resignado frente a la<br />

violencia y en las últimas décadas ha intensificado el trabajo <strong>para</strong> desentrañar<br />

sus mecanismos, desarrollar la prevención, proteger a las víctimas y crear<br />

sociedades en paz. Como se rebela Julia Otxoa:<br />

Me niego a creer<br />

en un mundo regido tan sólo<br />

por la persuasión de la espada,<br />

en un tiempo cerrado y excluyente<br />

donde ondeen gloriosas banderas hechas de mortajas.<br />

¿POR QUÉ SE LLAMA VIOLENCIA DE GÉNERO?<br />

El término violencia de género quedó definido por Naciones Unidas en el<br />

marco de su Convención <strong>para</strong> la eliminación de todas las formas de<br />

discriminación contra las mujeres y su significado ha sido ratificado por la<br />

conferencia de derechos humanos que se celebró en Viena en el año 1993.<br />

Es la violencia que sufren las mujeres, que tiene sus raíces en la<br />

discriminación histórica y la ausencia de derechos que éstas han sufrido y<br />

continúan sufriendo en muchas partes del mundo y que se sustenta sobre una<br />

construcción cultural (el género). Ser mujer es factor de riesgo.<br />

Algunas feministas consideran que la expresión violencia de género es<br />

demasiado institucional o que oscurece la realidad y prefieren utilizar<br />

violencia contra las mujeres. Quienes eligen violencia de género defienden<br />

que es la expresión utilizada en los organismos internacionales, por lo tanto


común en todo el mundo y, además, con ella reivindican la autoridad del<br />

pensamiento feminista puesto que el desarrollo de la teoría del género y el<br />

estudio sobre la violencia contra las mujeres forma parte de su tradición<br />

intelectual. Son expresiones prácticamente sinónimas por lo que ambas se<br />

utilizan indistintamente. Sin embargo, no ocurre lo mismo con violencia<br />

doméstica.<br />

La violencia doméstica es un término similar a violencia callejera, es<br />

decir, hace referencia al lugar donde se ejerce la violencia pero no aclara<br />

quién agrede ni por qué lo hace. Por violencia doméstica se entiende aquella<br />

que se desarrolla en el seno de las familias y puede ser ejercida por cualquiera<br />

de sus miembros y las víctimas pueden ser hombres, menores, ancianos..., es<br />

decir, cualquier miembro de la familia sin distinción de sexo ni edad. La<br />

precisión no es gratuita. Utilizar violencia doméstica <strong>para</strong> referirse a la<br />

violencia contra las mujeres es un error puesto que no son sinónimos.<br />

Además, habitualmente es un error interesado y consciente. La violencia<br />

doméstica invisibiliza que las mujeres son quienes sufren la violencia, sitúa al<br />

agresor y a la víctima en el mismo nivel, por lo que niega la existencia del<br />

patriarcado y, además, induce a confusión respecto a las cifras. Así, en<br />

España, durante años, oficialmente sólo se contabilizaban las mujeres<br />

asesinadas por sus maridos. En el cómputo no quedaban reflejadas aquellas<br />

que habían muerto a manos de sus novios, parejas de hecho o ex maridos.<br />

También se intentaba equilibrar los números de manera que en el epígrafe de<br />

varones fallecidos por violencia doméstica se sumaba a quienes, después de<br />

haber asesinado a sus parejas, se suicidaban.<br />

En resumen, la violencia doméstica hace referencia a la que se ejerce en<br />

el hogar por cualquiera de los miembros de la familia, y respecto a las parejas<br />

es la que se desarrolla en situaciones igualitarias, son las «riñas conyugales»,<br />

mientras que la violencia de género se refiere a las agresiones contra las<br />

mujeres como fórmula <strong>para</strong> controlarlas y mantenerlas en la obediencia y su<br />

rol tradicional. Es la manera que tiene el patriarcado de ratificar su poder.<br />

Agredir a una mujer durante 20 años es inexplicable como violencia<br />

doméstica, lo mismo que quemarla viva o impedirle trabajar o violarla o<br />

echarle ácido a la cara... Éstos son los crímenes del patriarcado, las<br />

manifestaciones de la violencia de género.


UNA REALIDAD ÉTICAMENTE INACEPTABLE<br />

Utilizar violencia doméstica cuando se está hablando de violencia de género<br />

forma parte de la ceremonia de la confusión en la que la sociedad se enreda<br />

<strong>para</strong> no examinar la realidad, analizarla y modificarla. Probablemente porque<br />

es demasiado vergonzoso enfrentarse a las cifras de mujeres maltratadas,<br />

violadas, agredidas, asesinadas o machacadas psicológicamente que provoca<br />

año tras año la violencia ejercida por los varones. También, porque cuando se<br />

conoce la realidad es inmoral permanecer en silencio y no hacer nada <strong>para</strong><br />

modificarla. Lo advierte la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su<br />

informe del 2002: «La autocomplacencia es una barrera <strong>para</strong> combatir la<br />

violencia» [308] .<br />

En dicho trabajo de la OMS se documenta que casi la mitad de las<br />

mujeres que mueren por homicidio son asesinadas por sus maridos o parejas<br />

actuales o anteriores, un porcentaje que se eleva al 70 % en países donde no<br />

hay altos índices de delincuencia, problemas graves de seguridad, ni<br />

conflictos armados. La OMS define la violencia como el uso deliberado de la<br />

fuerza física o el poder ya sea en grado de amenaza o efectivo y añade que<br />

una de cada cuatro mujeres será víctima de violencia sexual por parte de su<br />

pareja en el curso de su vida. En una tercera parte o en más de la mitad de<br />

estos casos se producen también abusos sexuales. En algunos países, hasta<br />

una tercera parte de las niñas señalan haber sufrido una iniciación sexual<br />

forzada.<br />

Los datos también son escalofriantes en España.


En total, desde que tenemos cifras oficiales, año 2003, y hasta el 2012,<br />

como refleja el cuadro anterior, 658 mujeres han sido asesinadas por sus<br />

maridos, compañeros, novios o ex, por los hombres de los que se<br />

enamoraron. Seiscientos cincuenta y ocho asesinatos documentados. Mujeres<br />

que tienen nombres y apellidos. Mujeres que tenían familia y amigos, sueños,<br />

ilusiones y una vida por delante <strong>para</strong> cumplirlos.<br />

De las mujeres asesinadas durante 2003, la más joven tenía 16 años. Su<br />

novio la estranguló en Alicante, en la bañera de su propia casa. La de más<br />

edad era una anciana de 90 años. Su marido la descuartizó con un hacha en<br />

Jaén. Entre estas mujeres fallecidas las hay que fueron arrojadas por la<br />

ventana, estranguladas, asesinadas con armas de fuego, con cuchillos —una<br />

de ellas sufrió 29 puñaladas—, muertas a golpes, por martillazos en la<br />

cabeza.<br />

Pero ellas son la punta del iceberg. No existen datos fiables sobre cuántas<br />

mujeres están sufriendo tortura y violencia cotidiana en sus casas sin<br />

resultado de muerte. Según los datos de 2011 del Instituto de la Mujer, en<br />

España, al menos 2.150.000 mujeres han sufrido violencia de género en<br />

contextos de pareja alguna vez en la vida. Como tampoco se conoce el


número de mujeres que fallecen cada año como consecuencia de lesiones o<br />

enfermedades provocadas por el maltrato continuado ni el número de<br />

aquellas que, ante el sufrimiento, se suicidan.<br />

Desde las organizaciones de mujeres se continúa reivindicando la revisión<br />

de los criterios de obtención de información respecto de la violencia de<br />

género, y se insta a que ese concepto incluya no sólo los episodios de<br />

violencia en función de la relación de parentesco, sino de la causa y el<br />

objetivo que persigue esa violencia. Es esta falta de coherencia en la recogida<br />

de datos lo que hace difícil, por no decir imposible, com<strong>para</strong>r éstos entre<br />

comunidades y países.<br />

NEGAR Y OCULTAR<br />

La violencia de género no es fácil de reconocer. Está socialmente<br />

invisibilizada, legitimada y naturalizada. El objetivo es precisamente<br />

ignorarla, negarla y ocultarla. Durante siglos fue un objetivo conseguido. «No<br />

nos veían ni muertas», que dice con razón Teresa Meana. El feminismo ha<br />

conseguido visibilizar lo escondido y exponerlo al debate político y social.<br />

Hasta hace un par de décadas, se consideraba que la violencia masculina era<br />

algo natural o producto de locos o psicópatas. En otros casos, se utilizaban<br />

los efectos o factores externos a la violencia de género <strong>para</strong> explicarla: el<br />

alcohol, la rebeldía de las mujeres, los celos, la rabia ante un proceso de<br />

se<strong>para</strong>ción o divorcio...<br />

Todo sistema de dominación elabora una ideología que lo explica y<br />

justifica. Los niños y las niñas van absorbiendo e integrando en su psicología<br />

la tolerancia y el abuso masculino a través de mitos culturales que se<br />

encuentran repetidamente a lo largo de su vida. Tanto niños como niñas, a los<br />

12 años ya tienen roles establecidos cargados de tolerancia al abuso en<br />

parejas. Las niñas se identifican en roles sumisos respecto a lo masculino, y<br />

los niños toman posiciones de supremacía como género privilegiado. Irán<br />

aprendiendo a justificar sus privilegios y el abuso que conlleven.<br />

La violencia en la pareja está rodeada de prejuicios que condenan de<br />

antemano a las mujeres y justifican a los hombres violentos. Ésta es una de


las principales razones que sustentan la tolerancia social ante este tipo de<br />

actos y los sentimientos de culpa de las mujeres maltratadas. Pero <strong>para</strong> un<br />

observador imparcial, la realidad es obvia. Ya en el informe de 2004 sobre<br />

España del Comité de Naciones Unidas <strong>para</strong> la eliminación de la<br />

discriminación contra la mujer, se subrayaba su preocupación al constatar que<br />

persisten actitudes patriarcales y estereotipos profundamente arraigados con<br />

respecto al papel y la responsabilidad de mujeres y hombres en la familia y<br />

en la sociedad. Y especifica que éstos son una de las causas subyacentes de la<br />

violencia basada en el género y de la situación desfavorable de las mujeres en<br />

varias esferas, entre ellas el mercado de trabajo.<br />

Añade el informe que es preocupante la prevalencia de la violencia contra<br />

las mujeres, en particular el número alarmante de denuncias de homicidios de<br />

mujeres a manos de sus cónyuges o parejas actuales y anteriores. Por lo tanto,<br />

exhorta al estado a que intensifique su lucha contra la violencia contra las<br />

mujeres, como una violación de sus derechos humanos. Y recomienda que se<br />

asegure de que los funcionarios públicos, especialmente los encargados de<br />

hacer cumplir las leyes, el poder judicial, el personal de salud y los<br />

trabajadores sociales, tomen plena conciencia de todas las formas de<br />

violencia contra las mujeres. También insiste en que se divulgue que esa<br />

violencia es social y moralmente inaceptable y constituye discriminación<br />

contra la mujer.<br />

La violencia de género está reconocida por la ONU como el crimen<br />

encubierto más frecuente del mundo y España no es una excepción.<br />

HISTORIA DE UNA LEY INTEGRAL<br />

A partir del año 1975, cuando el movimiento feminista español se pone en<br />

marcha, sitúa entre sus prioridades la lucha contra la violencia. En aquel<br />

momento, sin estudios y sin datos, se creía que la violencia que sufrían las<br />

mujeres era fundamentalmente violencia sexual, procedía de desconocidos,<br />

violadores que no tenían ninguna relación con sus víctimas, y que las<br />

agresiones se sufrían en la calle. Pero las comisiones contra la violencia, los<br />

despachos de las abogadas y las asociaciones que ya trabajaban con mujeres


se<strong>para</strong>das llamaron la atención sobre la violencia que se ejercía en las<br />

familias, los problemas legales a los que se enfrentaban en los casos de malos<br />

tratos, y el desdén social e institucional que sufrían las mujeres maltratadas.<br />

En las comisarías y los juzgados se valoraban las agresiones como<br />

«riñas» o «peleas domésticas», las denuncias no se tramitaban y en los casos<br />

en que se llegaba a juicio, los propios magistrados instaban a las mujeres a<br />

perdonar a sus agresores. Las penas que se imponían resultaban<br />

absolutamente ridículas. Diez años después, en 1985, las organizaciones<br />

feministas presionaron al gobierno <strong>para</strong> que organizara servicios de atención<br />

a las mujeres, inexistentes y necesarios, y así nacieron las primeras casas de<br />

acogida. También se realizaron en profundidad nuevos análisis e<br />

investigaciones sobre la violencia.<br />

A partir de 1998, las organizaciones de mujeres que trabajaban en el<br />

estudio de la violencia de género y en la atención a las víctimas, plantean la<br />

necesidad de una ley integral. En la campaña electoral del año 2000 todos los<br />

candidatos se comprometen, si ganan las elecciones, a sacar adelante la ley.<br />

José María Aznar ganó pero no cumplió su promesa. Así, el grupo<br />

socialista presentó en el Congreso de los Diputados su Proposición de Ley<br />

Orgánica Integral contra la violencia de género en diciembre de 2001. Pero la<br />

ley no fue aprobada. El resultado de la votación, tras el debate que se celebró<br />

el 10 de septiembre de 2002, fue de 165 votos en contra y 151 a favor. Todos<br />

los grupos políticos apoyaron la iniciativa a excepción del grupo popular que<br />

votó en contra.<br />

Mientras tanto, las organizaciones de mujeres constituidas en Red de<br />

Organizaciones Feministas contra la violencia de género, presentan en<br />

Madrid su campaña en favor de una ley integral contra la violencia de género.<br />

Con el triunfo electoral del Partido Socialista en marzo de 2004 comienza a<br />

elaborarse la ley sobre el borrador que había sido rechazado en el Congreso<br />

en 2002. El entonces candidato, José Luis Rodríguez Zapatero, había<br />

prometido que ésta sería la primera ley que aprobaría su gobierno en el caso<br />

de ganar las elecciones. Y así fue. La ley integral se aprobó por unanimidad<br />

en el Congreso de los Diputados y fue publicada en el BOE el 29 de<br />

diciembre de 2004.


LA CEREMONIA DE LA CONFUSIÓN<br />

A pesar de tantos años de trabajo, cuando la ley integral comenzó su<br />

andadura, simultáneamente, se escenificó una gran ceremonia de la<br />

confusión. Fue un gran ejemplo —el paso del tiempo dará perspectiva<br />

histórica <strong>para</strong> calificar lo ocurrido en España durante estos meses— de<br />

reacción patriarcal ante la posibilidad de que, por primera vez, una ley<br />

feminista entrara a formar parte de la legislación española. La reacción hizo<br />

buenas las reflexiones que hace más de dos décadas escribiera Susan Faludi<br />

sobre las consecuencias de los gobiernos conservadores de Ronald Reagan y<br />

Margaret Thatcher —aunque en el caso de España la reacción no fue<br />

gubernamental—: «La última reacción antifeminista no se desencadenó<br />

porque las mujeres hubieran conseguido plena igualdad con los hombres, sino<br />

porque parecía posible que llegaran a conseguirla» [309] . En España, en cuanto<br />

se presentó el proyecto de ley, las críticas llovieron desde todos los frentes.<br />

Lo sorprendente es que no aparecieron ni con la misma fuerza, ni en la misma<br />

cantidad las propuestas ni las ganas de trabajar <strong>para</strong> hacer de la ley integral<br />

un instrumento útil <strong>para</strong> erradicar la violencia, objetivo que supuestamente<br />

comparte toda la sociedad.<br />

El Consejo General del Poder Judicial, en su informe contra la ley,<br />

negaba que históricamente las relaciones de dominio que se han ejercido en el<br />

seno de la familia hayan sido practicadas por los hombres contra las mujeres.<br />

Tampoco se aceptaba en su informe que exista la cultura machista o sexista<br />

como problema social que explica que, durante décadas y a nivel universal,<br />

los hombres se han relacionado con las mujeres en el ámbito de la pareja<br />

desde el dominio y la posesión.<br />

A la ceremonia de la confusión también se sumó la jueza decana de los<br />

juzgados de instrucción de Barcelona, María Sanahuja, quien aseguró que las<br />

mujeres ponían denuncias falsas en los juzgados <strong>para</strong> conseguir mejoras en<br />

sus divorcios. Pero no presentó ni datos ni pruebas de semejante afirmación.<br />

También reaccionó la Iglesia con la carta a los obispos de la Iglesia Católica<br />

sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo,<br />

documento pre<strong>para</strong>do por la Congregación <strong>para</strong> la Doctrina de la Fe, el<br />

antiguo Santo Oficio y presentado el 31 de julio de 2004 en el Vaticano. En


él criticaba el feminismo radical y la llamada «ideología del género» por<br />

considerar que ese planteamiento, en el que no se tiene en cuenta el sexo de<br />

las personas, conduciría a que cada cual elija el propio género.<br />

Igualmente, el Consejo de Estado consideró que la situación de<br />

dominación sobre las mujeres que describía el anteproyecto de la ley,<br />

apoyada en convenios internacionales, «es más propia de países del Tercer<br />

Mundo, concretamente de África, por lo que puede no resultar ajustada a<br />

España, en donde padecemos una concreta situación de violencia<br />

doméstica» [310] . Sorprendente afirmación viniendo de un órgano presidido<br />

por un varón, Francisco Rubio Llorente, y que no contaba con ninguna mujer<br />

entre sus ocho consejeros permanentes, ni entre los siete consejeros natos ni<br />

tampoco entre los diez consejeros electivos. Es decir, no había ni una<br />

consejera entre los 25 que formaban el Consejo de Estado. Suponemos que<br />

sus miembros pensaban que era por casualidad y no tenía nada que ver con<br />

situaciones de dominación o discriminación respecto a las mujeres. Hasta<br />

2007 no hubo mujeres en la composición del Consejo de Estado.<br />

En palabras de la senadora Rosa Vindel, (PP) fue un «impresionante<br />

rosario» de críticas las que recibía esta ley. También desde la izquierda.<br />

Joaquín Leguina (PSOE) escribía que «esa barrera infranqueable, esa lucha<br />

de sexos, que las más radicales pretenden conducir, tiene su expresión más<br />

desalentadora en el tratamiento intelectual de la violencia doméstica o de<br />

género, donde negando el análisis, se pretende que todo ese complejo<br />

fenómeno se reduce a un solo impulso: la violencia intrínseca del macho,<br />

aunque sea intelectualmente ilegítimo sumar asesinatos con presiones<br />

psicológicas. La campaña emprendida, cuyos efectos positivos son evidentes,<br />

también se pretende explotar <strong>para</strong>, a partir de unos comportamientos<br />

patológicos, deducir una ley general acerca del mal comportamiento de los<br />

varones en general» [311] . El político atribuía al feminismo lo que eran sus<br />

propios errores personales, precisamente los tópicos y las mentiras que desde<br />

mediados de los años ochenta el movimiento de mujeres intenta desmontar.<br />

Así, utilizaba como sinónimos violencia doméstica y violencia de género;<br />

criticaba de falta de análisis a quienes precisamente lo habían realizado;<br />

calificaba de comportamientos patológicos los de los agresores, repitiendo el<br />

tópico de que son locos o enfermos, cuando hace años que se ha demostrado


que ni lo uno ni lo otro; y rechazaba la íntima relación que existe entre la<br />

violencia psicológica y la violencia física cuando ha quedado demostrado que<br />

la segunda es imposible sin la primera.<br />

La Real Academia Española no quiso faltar a la ceremonia y emitió un<br />

informe <strong>para</strong> rechazar el uso de la expresión violencia de género que no tiene<br />

desperdicio [312] . El sociólogo Amando de Miguel fue rotundo, asegurando<br />

que la ley «es una gigantesca ubre que alimentará el movimiento asociativo<br />

de mujeres» [313] , de lo que se puede deducir que no le parece una buena idea<br />

que las mujeres se asocien. Los medios de comunicación cambiaron el<br />

nombre a la ley, negándose a utilizar violencia de género y se pudieron leer<br />

titulares como: «El gobierno mantiene que la ley contra la violencia ampare<br />

sólo a las mujeres» [314] o «La ley que protege sólo a las mujeres es sexista<br />

según el Poder Judicial» [315] . Quedaba bastante claro que proteger a las<br />

mujeres les parecía poca cosa.<br />

Fue una ceremonia desconcertante y dolorosa. Al menos, <strong>para</strong> muchas<br />

mujeres maltratadas, <strong>para</strong> muchos hombres justos, y <strong>para</strong> buena parte de los<br />

colectivos de mujeres que confiaban en una respuesta social rotunda dirigida<br />

a colaborar en la elaboración de una ley que pudiera atajar la violencia de<br />

género. Se esperaba una sociedad que a través de sus instituciones dijera alto<br />

y claro: «No en mi nombre» frente a una lacra que va pasando de generación<br />

en generación.<br />

LAS HERMANAS MIRABAL<br />

El recuerdo de las hermanas Mirabal forma parte del trabajo feminista de<br />

visibilizar la violencia de género. En su honor, el 25 de noviembre fue<br />

declarado el Día internacional contra la violencia hacia las mujeres en el<br />

primer encuentro feminista <strong>para</strong> América Latina y el Caribe, celebrado en<br />

Bogotá, Colombia, en julio de 1981. Ya en esa fecha, mucho antes de que las<br />

instituciones y los gobiernos se pusieran a trabajar contra la violencia, las<br />

mujeres latinoamericanas denunciaron la violencia de género como una<br />

realidad sistemática que abarcaba desde agresiones domésticas a violaciones,<br />

desde tortura sexual a violencia de estado, incluyendo abusos a mujeres


prisioneras políticas. Dieciocho años después, en 1999, Naciones Unidas<br />

reconocía oficialmente el 25 de noviembre como Día internacional <strong>para</strong> la<br />

eliminación de la violencia contra las mujeres.<br />

Patria, Minerva, María Teresa y Debé nacieron en Ojo de Agua, en la<br />

región de Cibao de la República Dominicana. Eran hijas de Enrique Mirabal<br />

y María Mercedes Reyes y se las apodaba «las mariposas». Eran activistas<br />

políticas y símbolos muy visibles de la resistencia a la dictadura de Trujillo y<br />

fueron encarceladas repetidamente por sus actividades revolucionarias en<br />

defensa de la democracia y la justicia. El 25 de noviembre de 1960, Minerva,<br />

Patria y María Teresa fueron asesinadas por miembros de la policía secreta de<br />

Trujillo. Las tres mujeres se dirigían a Puerto Plata a visitar a sus maridos<br />

encarcelados. Sus cuerpos fueron encontrados en el fondo de un precipicio<br />

con los huesos rotos y signos de que habían sido estranguladas. La noticia de<br />

estos asesinatos conmovió y escandalizó a la nación. El brutal asesinato de<br />

las hermanas Mirabal impulsó al movimiento anti-Trujillo. El dictador fue<br />

asesinado el 30 de mayo de 1961 y su régimen cayó poco después. Las<br />

hermanas se han convertido en símbolos de la resistencia, tanto popular como<br />

feminista.<br />

UNA VIOLENCIA UNIVERSAL<br />

Cuando en 1993 la ONU aprobó la Declaración sobre la eliminación de la<br />

violencia contra la mujer marcó un hito histórico por tres razones<br />

fundamentales. En primer lugar, situó la violencia contra las mujeres<br />

directamente en el marco de los derechos humanos. La Declaración afirma<br />

que las mujeres tienen derecho a disfrutar igualmente de todos los derechos<br />

humanos y libertades fundamentales, incluidos la libertad y la seguridad de la<br />

personas, y el derecho a no ser sometidas a tortura, ni a otros tratos o penas<br />

crueles, inhumanos o degradantes y a que este derecho sea protegido. En<br />

segundo lugar, amplió el concepto de violencia de género <strong>para</strong> que reflejara<br />

la realidad de la vida de las mujeres. La Declaración no sólo reconoce la<br />

violencia física, sexual y psicológica, sino también la amenaza de dicha<br />

violencia y la aborda tanto dentro del contexto familiar como dentro de la


comunidad. También hizo hincapié en la violencia perpetrada o tolerada por<br />

el estado. El tercer aspecto fundamental fue resaltar que la violencia contra<br />

las mujeres está basada en el género. La Declaración refleja que la violencia<br />

de género no es fortuita o casual, que el factor de riesgo es ser mujer.<br />

La Declaración exige a los estados que regulen la violencia de género<br />

tanto en el ámbito privado como público y dicta una recomendación general:<br />

Las actitudes tradicionales según las cuales se considera a la mujer como<br />

subordinada o se le atribuyen funciones estereotipadas perpetúan la difusión<br />

de prácticas que entrañan violencia o coacción, tales como la violencia y los<br />

malos tratos en la familia, los matrimonios forzosos, el asesinato por<br />

presentar dotes insuficientes, los ataques con ácido y la circuncisión<br />

femenina. Esos prejuicios y prácticas pueden llegar a justificar la violencia<br />

contra la mujer como una forma de protección o dominación de la mujer. El<br />

efecto de dicha violencia sobre la integridad física y mental de la mujer es<br />

privarla del goce efectivo, el ejercicio y aun el conocimiento de sus derechos<br />

humanos y libertades fundamentales.<br />

La Declaración era el resultado de muchos años de trabajo. En ella se<br />

visibilizaba la violencia perpetrada contra las mujeres en todo el mundo. Y<br />

así, también se comenzaba a definir cómo la comunidad internacional estaba<br />

ciega ante la violencia ejercida contra las mujeres durante los conflictos<br />

armados.<br />

Por fin, el 22 de febrero de 2001, en el marco del Tribunal Penal<br />

Internacional <strong>para</strong> la ex Yugoslavia con sede en La Haya, por primera vez en<br />

la historia, se calificaba la violación sexual de civiles en tiempo de guerra<br />

como un crimen contra la humanidad. En el artículo 7 se definían las acciones<br />

punibles: «La violación, la esclavitud sexual, la prostitución forzada, el<br />

embarazo forzado, la esterilización forzada y toda otra forma de violencia<br />

sexual de análoga gravedad.»<br />

Actualmente, la violación es un acto de guerra en Sudán. La Organización<br />

<strong>para</strong> la Libertad de las Mujeres de Irak informaba a cuatro meses de la<br />

ocupación militar de Estados Unidos que al menos 400 mujeres iraquíes<br />

habían sido secuestradas y violadas en medio del caos generalizado que vivía<br />

el país. Meses después la situación era aún peor. Igual que ocurre en Sudán,<br />

las mujeres iraquíes se enfrentaban al doble castigo: tras ser violadas, son


echazadas por sus familias y comunidades. Varias organizaciones<br />

humanitarias documentaron que en la cárcel de Abu Ghraib mujeres iraquíes<br />

fueron humilladas y violadas lo que derivó en el suicido posterior de esas<br />

mujeres o su asesinato por parte de sus familias, que no soportaron «la des<br />

honra». Mohamed Daham al-Mohamed, presidente de la Unión de detenidos<br />

y presos, denunciaba el testimonio de una joven que ayudó a su hermana,<br />

madre de cuatro hijos y detenida en diciembre de 2003, a suicidarse después<br />

de haber sido violada varias veces por guardias en el mismo establecimiento<br />

penitenciario, delante de su marido. La repulsa de sus familias consigue que<br />

las mujeres violadas habitualmente no denuncien.<br />

En mayo de 2004, Amnistía Internacional denunciaba a efectivos de la<br />

policía de la misión de Naciones Unidas en Kosovo y fuerzas de la OTAN<br />

por participar en la explotación sexual de mujeres sin recibir ningún castigo.<br />

«Mientras los policías y las tropas disfrutan de impunidad, un número difícil<br />

de saber de mujeres y niñas, algunas de sólo 12 años, se convierten en<br />

esclavas, obligadas a atender al día entre 10 y 15 clientes», aseguraba Esteban<br />

Beltrán, director de la sección española de Amnistía Internacional (AI). Hasta<br />

esa fecha, mayo de 2004, 52 militares habían sido repatriados por delitos de<br />

este tipo, pero no se conocía que ninguno hubiese sido procesado, según<br />

Beltrán.<br />

Dos meses después, en julio de 2004, la misma organización (AI)<br />

denunciaba que en la región sudanesa de Darfur las milicias janjaweed<br />

violaban a niñas y mujeres mientras emitían cantos de triunfo. «La violación<br />

está siendo utilizada sistemáticamente <strong>para</strong> deshumanizar y humillar a las<br />

mujeres», se afirma en el documento «Darfur: la violación como arma de<br />

guerra. La violencia sexual y sus consecuencias». En el texto se<br />

documentaban las agresiones tanto contra niñas de ocho años como ancianas<br />

de ochenta, violadas por las milicias o los soldados del ejército sudanés y se<br />

explicaba cómo se realizan y qué significado tienen: «A menudo en público,<br />

en frente de sus maridos o familias. Los atacantes saben muy bien lo que una<br />

violación significa en su cultura: estigma y marginación de las víctimas por<br />

parte de sus propias familias y comunidades» [316] .<br />

Construir una cultura de paz es la gran tarea urgente en todos los rincones<br />

del planeta. La violencia sólo engendra violencia y ningún conflicto —ni


personal ni internacional— se resuelve con ella. El empeño del feminismo<br />

actual es contagiar a toda la sociedad con su compromiso de erradicar la<br />

violencia.<br />

Fanziya Kassindja, nacida en Togo, fue la primera mujer que en 1994<br />

consiguió asilo político en Estados Unidos alegando que huía de su país <strong>para</strong><br />

evitar la mutilación genital. El estatuto de refugiado de la Convención de<br />

Ginebra de 1951, señala que «el factor determinante <strong>para</strong> conceder el estatuto<br />

de refugiado es la existencia de temores fundados de ser perseguido por<br />

motivos de raza, religión, nacionalidad, opinión política o pertenencia a un<br />

grupo social determinado». Nunca antes se había considerado que la<br />

violencia contra las mujeres estuviera dentro de este contexto.<br />

MUTILACIÓN GENITAL FEMENINA<br />

La mutilación genital femenina es la expresión utilizada <strong>para</strong> referirse a la<br />

extirpación parcial o total de los órganos genitales femeninos. Su forma más<br />

severa es la infibulación —aproximadamente un 15 % de todas las<br />

mutilaciones que se practican en África son infibulaciones—. El proceso<br />

incluye la extirpación total o parcial del clítoris —clitoridectomía—, la<br />

escisión —extirpación de la totalidad o parte de los labios menores— y la<br />

ablación de los labios mayores <strong>para</strong> crear superficies en carne viva que<br />

después se cosen o se mantienen unidas con el fin de que, al cicatrizar, tapen<br />

la vagina. Se deja una pequeña abertura <strong>para</strong> permitir el paso de la orina y del<br />

flujo menstrual.<br />

El tipo de mutilación, la edad y la manera en que se practica varían<br />

conforme a diversos factores, entre ellos el grupo étnico al que pertenezca la<br />

mujer o la niña, el país en el que viva, si se encuentra en un área rural o<br />

urbana o su origen socioeconómico. Habitualmente se practica entre los<br />

cuatro y los ocho años, pero también la edad varía. Algunas niñas sufren la<br />

mutilación individualmente, pero con frecuencia se lleva a cabo en grupo. En<br />

la mayor parte de África es habitual que se practique al mismo tiempo a todas<br />

las niñas de la comunidad que tengan la misma edad. La mutilación se lleva a<br />

cabo utilizando un cristal roto, la tapa de una lata, unas tijeras, la hoja de una


navaja u otro instrumento cortante. Cada vez más niñas son mutiladas en<br />

Europa fruto de la inmigración. Generalmente se aprovechan las vacaciones<br />

de la familia <strong>para</strong> realizar la operación. Se desconoce el origen de esta<br />

práctica. Existía antes del cristianismo y del islam y no es un precepto de<br />

ninguna de las principales religiones. Atraviesa las fronteras étnicas y<br />

culturales. Cada vez más personas, de África y de todo el mundo, se oponen a<br />

ella por considerarla una forma de violencia sistemática contra la mujer y una<br />

negación de sus derechos fundamentales [317] .<br />

El objetivo de la mutilación es la representación material del cierre del<br />

cuerpo de las mujeres, reservado <strong>para</strong> la entrada del futuro marido, y la<br />

asociación de sexualidad y dolor. Para estas niñas, en el futuro, la penetración<br />

sexual y los partos auguran nuevos sufrimientos y complicaciones sanitarias.<br />

La mutilación genital femenina es una práctica que identifica la mutilación<br />

del cuerpo y la mutilación de los derechos de las mujeres y con ello su<br />

sujeción al colectivo de los varones. La subordinación de unos grupos<br />

sociales a otros siempre busca legitimarse en el sistema cultural, ya sea en los<br />

ritos y tradiciones, ya en las religiones y en las ciencias [318] .<br />

Mende Nacer fue raptada en 1994 y apartada de su familia y de su tribu<br />

—un pueblo de las montañas de Nuba, en Sudán— cuando tenía 12 años y<br />

vendida como esclava. Fue comprada por una familia rica de Jartum que años<br />

después la traspasó, como una propiedad más, a una hermana de su ama que<br />

vivía en Londres. Allí consiguió escapar y denunciar su experiencia en un<br />

libro:Esclava. En él también recuerda cómo fue mutilada cuando apenas tenía<br />

11 años. Es un relato tremendamente doloroso, pero mucho menos que la<br />

realidad que sufren millones de niñas en el mundo.<br />

La mujer me sentó en un pequeño escabel de madera y me separó las<br />

piernas todo lo que pudo. Hizo un agujero en la tierra delante de mí.<br />

Entonces, sin decir una palabra, se puso en cuclillas entre mis piernas.<br />

Sentí que me cogía los labios de la vagina. Dejé escapar un grito que<br />

helaba la sangre. Con un rápido corte descendente de la cuchilla, me había<br />

cortado un trozo de carne. Lloraba y pataleaba intentando liberarme. El dolor<br />

era tan insoportable que no se puede describir, nadie se lo puede imaginar, ni<br />

en la más terrible de las pesadillas. Pero mis hermanas y mi madre me tenían<br />

fuertemente sujeta y me mantenían las piernas se<strong>para</strong>das, así que la mujer


seguía cortando. Sentí que me escurría la sangre por los muslos hasta el<br />

suelo. Y sentí a la mujer cogiendo trozos de mi carne, cortándolos y<br />

arrojándolos en el agujero que había hecho en el suelo. Pensé que me iba a<br />

morir. [...]<br />

Lo peor no había llegado todavía. La mujer debía de haber terminado de<br />

cortar la carne que rodeaba mi vagina. Se inclinó de nuevo y sentí que<br />

sujetaba algo y empezaba a cortarlo con la cuchilla. El dolor fue más<br />

espantoso que antes, si era posible. Gritaba y me revolvía intentando<br />

apartarla, pero me tenían tan bien sujeta que no podía escapar. Finalmente<br />

con los brazos cubiertos de sangre, me quitó algo más y lo arrojó al hoyo. [...]<br />

—Pon en el fuego agua a hervir —le dijo a mi madre sin un rastro de<br />

emoción en su voz.<br />

Estaba tumbada, sin resuello, llorando y temblorosa, cuando vi que<br />

empezaba a enhebrar un espeso hilo de algodón en la aguja.<br />

Luego, introdujo la aguja en el agua hirviendo. Pocos segundos después<br />

la sacó y se volvió a inclinar entre mis piernas. [...] Todo lo que quedaba de<br />

mi orificio vaginal tenía el tamaño de un dedo meñique. Lo demás había<br />

desaparecido. [...] Después llegaron todos nuestros parientes y hubo una gran<br />

fiesta <strong>para</strong> celebrarlo. Pero casi no me di cuenta. Durante tres días estuve en<br />

cama. No podía dormir a causa del dolor. [...] El segundo día fue incluso<br />

peor. [...] Cualquier movimiento me producía unos dolores horrorosos. [...]<br />

Lo primero que puedo recordar con claridad es que al tercer día intenté<br />

orinar. No me podía agachar por el dolor, así que mi madre tuvo que<br />

sostenerme en pie. Pero cuando empezaron a salir las primeras gotas, entre<br />

las piernas sentí escozor y ardor. Empecé a llorar y revolverme y me agarré a<br />

mi madre.<br />

—No puedo hacer pis. ¡Me duele demasiado! [...]<br />

Durante toda esa semana, Umi me estuvo empapando los puntos con té<br />

caliente y aceite, <strong>para</strong> ablandarlos. Pero cada vez que intentaba quitármelos,<br />

le decía que lo dejara. Mi madre era muy amable y cuidadosa. Si dolía<br />

demasiado, seguía empapando los puntos. Luego, después de una hora<br />

aproximadamente, intentaba empezar a quitarlos de nuevo. Pasaron tres<br />

semanas antes de que hubiéramos terminado de hacerlo. Durante este tiempo,<br />

mi madre y mi padre parecían estar muy tristes y sentirse muy culpables.


Después de la ablación murieron algunas muchachas de la tribu debido a<br />

las infecciones. Otras más fallecieron años después, al dar a luz, porque su<br />

vagina era demasiado estrecha <strong>para</strong> permitirles parir normalmente.<br />

Pero lo más corriente era que el niño muriera en el momento de nacer, por<br />

la misma razón. Probablemente por eso murió la niña de Kunyat. Me llevó al<br />

menos dos meses perdonar a mis padres por esto. Ahora sé que su temor era<br />

que nunca me casara. Ningún hombre nuba se casa con una mujer que no sea<br />

«estrecha», lo cual demuestra que es virgen. Mis padres realmente creían que<br />

lo que hacían era lo mejor <strong>para</strong> mí [319] .


11<br />

El cuerpo de las mujeres<br />

El botín más preciado<br />

El ser humano no es un árbol frutal<br />

que sólo se cultive por la cosecha.<br />

EMILIA PARDO BAZÁN<br />

ENFERMAS DE DESENCANTO<br />

Ana es una veinteañera presumida. Aparece a primera hora de la mañana<br />

impecable. Puntual y perfecta. Luce coordinados todos los detalles de su<br />

ropa, los zapatos, el bolso, los pendientes… Maquillada de forma excesiva<br />

<strong>para</strong> su edad, quizás es el primer detalle que delata su enfermedad. Ana<br />

Serrano no sabe lo guapa que es.<br />

Fue una niña estudiosa y responsable. Pero, además, quería ser la mejor<br />

en todo, también quería ser la más delgada. Es guapa por dentro. Lo transmite<br />

su sonrisa y el brillo de sus ojos, atentos a los detalles, pidiendo cariño,<br />

ofreciéndolo. Habla con pasión y espontaneidad. Quiere ser mayor y que la<br />

vida no la asuste.<br />

«Hice la primera dieta <strong>para</strong> el día de mi primera comunión. Tenía ocho<br />

años. La hice <strong>para</strong> estar guapísima ese día. Fue mi primera visita al infierno<br />

del hambre. Primero llegó la anorexia, después, la bulimia».


Comienza Ana su relato, su dolor. Como en tantos otros dramas sufridos<br />

por las mujeres, dolor gratuito, sólo por ser mujer.<br />

«Creo que he madurado, he visto que se me iba la vida. Sé que no es<br />

importante estar delgada, pero esta sociedad nos bombardea. En todos los<br />

trabajos quieren chicas delgaditas y monas. Ahora me encuentro mucho<br />

mejor, pero me queda el estómago destrozado; los dientes, con las vomitonas<br />

de la bulimia, se te caen a trozos; también se te cae el pelo, la piel se queda<br />

sin brillo… espantoso».<br />

Cuando Ana llegó a la edad de disfrutar de su cuerpo no le quedaban ni<br />

carne ni ganas. Con la anorexia se le fue el deseo sexual y la capacidad de<br />

sentirse querida, se le escapó la autoestima. «Si no te aceptas, en el momento<br />

en que tu novio gira la cabeza y hay una chica, te enfadas. Yo tenía celos<br />

hasta de una mosca».<br />

No se avergüenza, pero esconde con disimulo un callo en un dedo de la<br />

mano izquierda. Es un feo recuerdo. Ana lo mira y explica que le hace revivir<br />

la película de su adolescencia: provocarse vomitonas hasta cinco veces al día.<br />

La novela de su obsesión: «Estaba en la cama y me tocaba los huesos. Las<br />

etiquetas de la ropa eran mis victorias, las pegaba detrás de la puerta de mi<br />

habitación. ¡Talla 27!, un trofeo más».<br />

A finales del siglo XIX, las mujeres vestían corsé y morían de tuberculosis<br />

porque la prenda deformaba la caja torácica y facilitaba la infección. Hasta<br />

que algunas tomaron conciencia y quemaron sus corsés en las plazas.<br />

Comenzó la moda de la gimnasia sueca, la vida al aire libre. Comenzó un<br />

nuevo siglo, una nueva era. A principios del siglo XXI, mujeres que no sufren<br />

la pobreza también mueren de hambre. Anorexia y bulimia, la epidemia del<br />

nuevo milenio en las sociedades del mundo desarrollado y entre las clases<br />

acomodadas del subdesarrollado.<br />

La anorexia no se cura equilibrando el peso de la enferma, hay que<br />

equilibrar a la persona y de paso, a una sociedad que esclaviza a las mujeres<br />

que quisieron ser libres y están presas de la moda, doblegadas por una cultura<br />

que las predetermina, que les impide la libertad de ser, de elegir su propio<br />

destino. Con la anorexia están llegando a los psiquiátricos de medio mundo lo<br />

mejor de cada casa. Las niñas ideales socialmente —últimamente también<br />

los niños, pero en una proporción de 9 mujeres por cada varón—. Las chicas


que desde muy pequeñas están compitiendo. Son excelentes estudiantes, muy<br />

rígidas en su forma de pensar, muy estructuradas. La sociedad busca,<br />

fomenta, mujeres perfectas y las niñas reciben esta presión, pero cuando llega<br />

la adolescencia se quiebran porque no son capaces de seguir las exigencias de<br />

su entorno tanto en rendimiento escolar como en imagen. Son las enfermas<br />

del desencanto de un mundo que un día les susurró que eran mujeres libres<br />

cuando sólo pretendía esclavas, sumisas consumistas, adornos bonitos sin<br />

fuerzas <strong>para</strong> correr ni músculos <strong>para</strong> luchar [320] .<br />

EL MITO DE LA BELLEZA<br />

A comienzos de los años noventa, la joven feminista estadounidense Naomi<br />

Wolf publicó un libro revelador titulado El mito de la belleza. En él afirmaba<br />

que, una vez más, los éxitos del feminismo habían desencadenado una fuerte<br />

reacción. Junto a la ola conservadora que se expandió por el mundo, otra<br />

arma política se esgrimió específicamente contra las mujeres, era el mito de<br />

la belleza. «Al liberarse las mujeres de la mística femenina de la<br />

domesticidad, el mito de la belleza vino a ocupar su lugar y se expandió <strong>para</strong><br />

llevar a cabo su labor de control social [321] » Wolf explicaba que hay algo<br />

oculto en que asuntos tan triviales como todo lo relacionado con el aspecto<br />

físico, el cuerpo, la cara, el pelo y la ropa tengan tanta importancia.<br />

Así es, era la reacción contra la libertad sexual y la reapropiación del<br />

cuerpo por parte de las mujeres. El cuerpo femenino ha sido territorio<br />

conquistado y arrebatado durante siglos. Aún hoy lo es en buena parte del<br />

mundo. El cuerpo femenino en toda su extensión: sexualidad, salud, belleza y<br />

capacidad reproductora. El patriarcado se ha empeñado en negar la<br />

sexualidad de las mujeres, su placer y su deseo, y, al mismo tiempo, se ha<br />

encargado de imponer cánones estéticos al margen del riesgo que éstos tienen<br />

<strong>para</strong> la salud. También se ha encargado de decidir, sin tener en cuenta a las<br />

mujeres, sobre la maternidad. Según las necesidades, las autoridades<br />

religiosas y políticas han impuesto leyes de control de natalidad, han<br />

prohibido los métodos anticonceptivos, regulado el derecho al aborto y se han<br />

apropiado de los hijos y de las hijas de las mujeres al negar la autoridad a las


madres.<br />

Buena parte de esta rígida estructura patriarcal saltó por los aires con las<br />

feministas radicales en los años setenta y la contraofensiva no se hizo esperar.<br />

El mito de la belleza —como dice Wolf— prescribe una conducta y no una<br />

apariencia. «Lo más importante es que la identidad de las mujeres debe<br />

apoyarse en la premisa de la belleza, de modo que las mujeres se mantendrán<br />

siempre vulnerables a la aprobación ajena, dejando expuesto a la intemperie<br />

ese órgano vital tan sensible que es el amor propio» [322] . Y en el ámbito de la<br />

economía, el siglo XX creó otra enorme bolsa de consumo. «Nos es impuesto<br />

por la sociología popular las revistas y la ficción, con el fin de disimular el<br />

hecho de que la mujer en su papel de consumidora ha sido esencial en el<br />

desarrollo de nuestra sociedad industrial… Si una conducta es esencial por<br />

razones económicas se la transforma en una virtud social» [323] .<br />

Irónica, afirma Wolf que «sospecho que si todas volviésemos mañana a<br />

casa y dijésemos que en realidad aquello no iba en serio, que renunciamos a<br />

los empleos, la autonomía, los orgasmos y el dinero, el mito aflojaría de<br />

inmediato su asedio y nos molestaría mucho menos» [324] . Pero como eso no<br />

va a ocurrir, será mejor estar alerta y desenmascarar a una sociedad que<br />

despilfarra anualmente —sólo en Estados Unidos— 32.000 millones de<br />

dólares en la industria dietética, 20.000 millones en la cosmética y 500<br />

millones en la cirugía estética. Son datos aportados por Lucía Etxebarria y<br />

Sonia Núñez en su libro En brazos de la mujer fetiche en el que afirman que<br />

«la sociedad que presuntamente ha conocido el nacimiento de la<br />

emancipación femenina, de la incorporación de la mujer a la esfera del poder,<br />

es en realidad una sociedad constrictora. Una sociedad que cosifica sobre<br />

todo a la mujer, pero que en realidad lo cosifica todo: individuos y<br />

sentimientos» [325] .<br />

En el ensayo, Etxebarria, que define el siglo XXI como «el siglo del culto<br />

a la cosa», explica que el modelo de cosificación de lo femenino que ahora<br />

cristaliza, comenzó en el siglo XIX: «Nunca la mujer ha sido tanto un objeto<br />

como lo es a día de hoy. En la era de la cirugía estética todo parece posible.<br />

Los cuerpos tratan de adaptarse a los deseos […]. En una sociedad de<br />

ganadores lo imperfecto se aborrece. Sólo se admiten los cuerpos perfectos, y<br />

la perfección se define según ciertos cánones muy determinados, cánones que


definen lo que es femenino y lo que es masculino según nuestra sociedad, y<br />

que descartan a los cuerpos que no se adaptan».<br />

EL HARÉN DE LA TALLA 38<br />

La escritora marroquí Fátima Mernissi describe en su libro El harén en<br />

Occidente, la perplejidad que vivió el día que, por primera vez, fue a una<br />

tienda de Estados Unidos con la intención de comprar una falda. Explica que<br />

también fue el día que escuchó por primera vez que sus caderas no iban a<br />

caber en la talla 38: «A continuación viví la desagradable experiencia de<br />

comprobar cómo el estereotipo de belleza vigente en el mundo occidental<br />

puede herir psicológicamente y humillar a una mujer».<br />

«¡Es usted demasiado grande!», le dijo la dependienta.<br />

«¿Com<strong>para</strong>da con qué?», respondió Mernissi.<br />

Asegura la escritora que tras pensar en su sobrina —delgadísima—, que<br />

tenía 12 años y usaba la talla 36, se dio cuenta del <strong>para</strong>lelismo entre las<br />

restricciones patriarcales en Oriente y Occidente. Así, explica que el hombre<br />

musulmán establece su dominación por medio del uso del espacio. A las<br />

mujeres se las excluye de los lugares públicos y en los más privados —las<br />

mezquitas o las casas—, se las se<strong>para</strong> en habitaciones o zonas bien<br />

diferenciadas. El occidental, según Mernissi, lo que manipula es el tiempo.<br />

«Afirma que una mujer es bella sólo cuando aparenta tener catorce años. […]<br />

Al dar el máximo de importancia a esa imagen de niña y fijarla en la<br />

iconografía como ideal de belleza, condena a la invisibilidad a la mujer<br />

madura. Las mujeres deben aparentar que son bellas, lo cual no deja de ser<br />

infantil y estúpido. […] El arma utilizada contra las mujeres es el tiempo.<br />

[…] La violencia que implica esta frontera del mundo occidental es menos<br />

visible porque no se ataca directamente la edad, sino que se enmascara como<br />

opción estética» [326] .<br />

Mernissi asegura que, en aquella tienda, no sólo se sintió horrorosa, sino<br />

también inútil. Y expone el mecanismo, idéntico al utilizado con el velo en el<br />

mundo musulmán o contra las mujeres en la China feudal, a quienes se les<br />

vendaban los pies. «No es que los chinos obligaran a las mujeres a ponerse


vendajes en los pies <strong>para</strong> detener su crecimiento normal. Simplemente<br />

definían el ideal de belleza» [327] . Es decir, no se obliga a ninguna mujer a<br />

hacerse una operación de cirugía estética o a pasar hambre, simplemente se<br />

rechaza a quien no entra en el modelo impuesto. Sólo un modelo idéntico<br />

<strong>para</strong> todas porque las mujeres, en el patriarcado, son la mujer, en singular, lo<br />

que quiere decir, todas iguales.<br />

Es lo que Pierre Bourdieu llamó la violencia simbólica: «La fuerza<br />

simbólica es una forma de poder, que se ejerce directamente sobre los<br />

cuerpos y como por arte de magia, al margen de cualquier coacción física;<br />

pero esta magia sólo opera apoyándose en unas disposiciones registradas, a la<br />

manera de unos resortes, en lo más profundo de los cuerpos» [328] .<br />

El «arte de magia» tiene unos estupendos instrumentos a su servicio en<br />

los medios de comunicación, la publicidad, las entrevistas de trabajo, el cine,<br />

la música, la pornografía… y consecuencias dramáticas en mujeres frágiles e<br />

inseguras, sumisas a los modelos corporales; mujeres anoréxicas, bulímicas,<br />

operadas, hambrientas y consumidoras de cualquier producto que prometa<br />

belleza y juventud en siete días. Frente a todo esto, la propuesta de Germaine<br />

Greer: la mujer completa, definida como una mujer que no existe <strong>para</strong> dar<br />

cuerpo a las fantasías sexuales masculinas ni espera que un hombre la dote de<br />

identidad y estatus social, una mujer que no está obligada a ser bella, que<br />

puede ser inteligente y que adquiere autoridad con la edad [329] . Porque como<br />

explica Wolf, los cosméticos sólo son un problema cuando las mujeres se<br />

sienten invisibles o inútiles sin ellos. Igual que cuando se sienten obligadas a<br />

adornarse <strong>para</strong> que las escuchen o <strong>para</strong> conseguir un empleo o mantenerlo.<br />

Lo mismo que la ropa deja de ser crucial cuando las mujeres tienen una<br />

identidad sólida. En un mundo en el que las mujeres tengan verdaderas<br />

opciones, lo que hagan respecto de su propio aspecto pasará a tener una<br />

importancia muy relativa [330] .<br />

TRASTORNO DE DISMORFIA CORPORAL<br />

Explica Germaine Greer en su mencionado libro, La mujer completa, cómo<br />

funciona esa perversa relación entre belleza, salud, autoestima y codicia


capitalista en lo que se refiere a las mujeres. Así, expone que toda mujer sabe<br />

que por muchos que sean sus demás méritos, no vale nada si no es guapa o<br />

atractiva o aparenta serlo. También sabe que cada día que pasa va perdiendo<br />

implacablemente la belleza, poca o mucha, que posee. Aunque sea<br />

extraordinariamente hermosa, jamás será suficientemente bella. Siempre<br />

habrá alguna parte de su cuerpo que no dará la talla. Ejemplo: «Cualquiera<br />

que sea la cantidad de vello que tenga, siempre será excesiva. Si su cuerpo es<br />

lo bastante delgado, sus senos son esmirriados. Si tiene un pecho abundante,<br />

seguro que el culo es demasiado gordo. Descubrí muy pronto que una mujer<br />

hermosa no se considera en absoluto bella. A menudo vive atenazada por la<br />

inseguridad. Toda mujer tiene algo que no le gusta de su aspecto» [331] .<br />

Pero ningún ejemplo mejor que la explicación sobre el Trastorno de<br />

dismorfia corporal (TDC), definido por los científicos como la preocupación<br />

anormal por algún supuesto defecto del propio cuerpo. Cita Greer la reunión<br />

anual del Real Colegio de Psiquiatría estadounidense que ya en 1996 explicó<br />

que los individuos que sufren este trastorno tienen muchas dificultades en su<br />

vida social, presentan una fuerte incidencia de depresiones y un 25 % ha<br />

intentado suicidarse. Los psiquiatras ponían como un caso claro de TDC al<br />

cantante Michael Jackson.<br />

Pues bien, desarrolla Greer que «lo que en un hombre se considera una<br />

conducta patológica, se le exige a una mujer. La que logra salvarse del exceso<br />

de vello, seguro que no escapará a la celulitis. La celulitis es pura y<br />

simplemente grasa subcutánea. Mantiene el calor corporal […] y su presencia<br />

es una cuestión genética; algunas mujeres tienen un tejido adiposo compacto<br />

y liso, y otras lo tienen más blando. El aspecto característico de “piel de<br />

naranja” se puede encontrar hasta en los culitos de bebés que aún no han<br />

comido chocolate, ni bebido café ni alcohol, ni tampoco han fumado ni han<br />

cometido ninguno de los pecados que tienen como castigo la celulitis. Como<br />

la celulitis no mata y tampoco desaparece, es una mina de oro <strong>para</strong> los<br />

médicos, nutricionistas, naturópatas, aromoterapeutas, expertos en fitness y<br />

organizadores de planes de vida. Los fabricantes de cremas, a<strong>para</strong>tos de<br />

ejercicios, cepillos <strong>para</strong> la piel y suplementos dietéticos ganan todos un<br />

pastón gracias al disgusto, atentamente cultivado, que sienten las mujeres por<br />

sus propios cuerpos» [332] .


Para la feminista australiana, se ha inoculado deliberadamente a las<br />

mujeres el TDC como un medio <strong>para</strong> inducirlas a comprar productos inútiles<br />

y sin ningún valor. Características que afectan prácticamente a todas las<br />

mujeres puesto que partes de sus cuerpos se describen como antiestéticas y<br />

anómalas, creándoles la impresión de que son ellas las defectuosas y es<br />

preciso que intenten modificarse o incluso alterarse quirúrgicamente. Los<br />

métodos <strong>para</strong> «inocular» el TDC son numerosísimos, pero quizás el más<br />

cruel y eficaz al mismo tiempo, sea el que utilizan las industrias cosméticas y<br />

de la moda a través de los medios de comunicación y especialmente de las<br />

revistas destinadas a las niñas y preadolescentes. Greer hace una descripción<br />

demoledora: «Inculcan a las niñas la necesidad de usar maquillaje y les<br />

enseñan a emplearlo, implantando así su dependencia de por vida de los<br />

productos de belleza. No satisfechas con enseñar a las adolescentes el uso de<br />

bases de maquillaje, polvos, difuminadores, colorete, sombras de ojos,<br />

perfiladores, lápices y abrillantadores de labios, las revistas también ayudan a<br />

detectar problemas de sequedad de piel, descamación, puntos negros, brillo,<br />

piel mate, imperfecciones, hinchazón, espinillas, que las niñas deberán tratar<br />

con humidificantes, revitalizantes, mascarillas, compactos, enjuagues,<br />

lociones, cremas limpiadoras, tónicos, exfoliantes, astringentes… ninguno de<br />

los cuales les servirá de nada. Los cosméticos <strong>para</strong> preadolescentes son<br />

relativamente baratos, pero al cabo de pocos años, un marketing más<br />

sofisticado conseguirá convencer hasta a la joven más sensata <strong>para</strong> que<br />

despilfarre su dinero en la adquisición de pre<strong>para</strong>dos capaces de retrasar su<br />

inminente caída en la decrepitud» [333] .<br />

MEDICINA Y FARMACOLOGÍA, COSAS DE HOMBRES<br />

El mito de la belleza tiene mucho que ver con la salud de las mujeres,<br />

especialmente con la salud mental por las repercusiones que acarrea:<br />

anorexia, bulimia, falta de autoestima, depresiones… Pero también la salud<br />

física tiene un rasgo de género. Parafraseando a María Zambrano cuando<br />

afirmaba que la paz no es la ausencia de guerra, la salud tampoco es la<br />

ausencia de enfermedad. Y parece que en las mujeres menos, puesto que los


varones están empeñados en convertir los procesos fisiológicos femeninos<br />

naturales en procesos patológicos. Así se inventan enfermedades o<br />

medicalizan el embarazo, el parto o la menopausia. La medicina y la<br />

farmacología son el colmo del androcentrismo.<br />

Ambas ciencias controladas desde hace siglos por los hombres, se basan<br />

en los estudios sobre los cuerpos masculinos. Además, los ensayos clínicos<br />

también se hacen sobre los varones. Las consecuencias son tremendas. Las<br />

mujeres están peor diagnosticadas. Puesto que muchas enfermedades<br />

presentan distintos síntomas en hombres y en mujeres, como los estudios y<br />

descripciones están hechos sobre ellos, cuando las sufre una mujer, los<br />

especialistas no los detectan. Las mujeres también soportan más esperas antes<br />

de ser intervenidas —por idénticas razones— y tienen menos<br />

hospitalizaciones. Además, sufren mayores efectos adversos de los fármacos<br />

porque no han sido probados en ellas.<br />

El informe de 2004 de la Sociedad Española de Salud Pública y<br />

Administración Sanitaria (SESPAS) titulado «La salud pública desde la<br />

perspectiva de género y clase social» es tremendamente revelador sobre las<br />

denuncias que desde hace un par de décadas hace el feminismo en este<br />

sentido [334] . El informe afirma textualmente que «la calidad de la atención<br />

sanitaria recibida por las mujeres está condicionada por el desconocimiento<br />

científico sobre la historia natural de ciertas enfermedades (distintas de las de<br />

los hombres) y por diferentes tipos de enfermedades respecto a las padecidas<br />

por los varones. […] Existen imprecisiones empíricas en la práctica médica,<br />

en la cual se aplican bastantes juicios subjetivos, así como falta de rigor y<br />

transparencia. […] Muchos estudios biomédicos han utilizado a los hombres<br />

como prototipos y han inferido y aplicado los resultados en mujeres como si<br />

la historia natural y social y sus respuestas a las enfermedades pudieran ser<br />

las mismas» [335] .<br />

En el informe, realizado por ochenta especialistas durante dos años,<br />

también se destaca que el androcentrismo de la ciencia puede estar en el<br />

origen de que los profesionales toman decisiones sin que en ocasiones sepan<br />

identificar completamente el valor de los signos y síntomas de las mujeres<br />

porque no han sido estudiadas.<br />

Las mujeres sufren más efectos adversos de los fármacos por su exclusión


en los ensayos clínicos realizados en varones. Ésta se justificó con el<br />

argumento de que así se prevenía el riesgo potencial de daño fetal. En<br />

realidad, el problema está en que es más difícil estudiar a las mujeres puesto<br />

que hay que tener en cuenta distintas variables: los cambios hormonales, las<br />

alteraciones que puede provocar el uso de anticonceptivos o terapias<br />

hormonales sustitutivas, el estadio del ciclo menstrual… Así que es mejor,<br />

como en el resto de las ciencias sociales, despreciar a las mujeres. Sólo que<br />

en el caso de las ciencias de la salud las consecuencias son aún más trágicas.<br />

Millones de mujeres en el mundo están tomando fármacos sin que se<br />

conozcan los efectos que tienen en sus cuerpos.<br />

Como indica el Informe SESPAS 2004: «Para prescribir un fármaco hay<br />

que conocer la existencia de variaciones en la respuesta al tratamiento según<br />

el estadio del ciclo menstrual y si es antes o después de la menopausia, si las<br />

terapias hormonales afectan a la respuesta, si los fármacos estudiados pueden<br />

afectar a su fertilidad y si ambos sexos responden de forma diferente al<br />

mismo tratamiento. El hecho es que las mujeres sufren más efectos adversos<br />

que los hombres, incluso bajo el control de dosis y el número de fármacos<br />

que se prescriben. La validez de la extrapolación a mujeres de los resultados<br />

de los ensayos realizados en hombres, es más que cuestionable» [336] .<br />

Idéntica situación ocurre con los diagnósticos: «Todos los estudios<br />

internacionales demuestran que las mujeres tienen retrasos en el diagnóstico<br />

puesto que presentan diferentes síntomas ante las mismas enfermedades que<br />

los hombres. Esto significa que las mujeres tienen mayor gravedad cuando<br />

ingresan en el hospital y también mayor índice de fallecimiento<br />

posthospitalización». Otra de las conclusiones es que las hospitalizaciones<br />

son más frecuentes en hombres en todos los grupos de edad y <strong>para</strong> la mayoría<br />

de los grupos diagnósticos. Los datos dicen que los varones utilizan más la<br />

atención hospitalaria y son los médicos quienes derivan a los pacientes a la<br />

asistencia hospitalaria. ¿Serán sus enfermedades más importantes? [337]<br />

Las expertas y los expertos del Informe SESPAS 2004 afirman que el<br />

malestar emocional de las mujeres está medicalizado. Y explican que<br />

habitualmente se utilizan los fármacos de manera errónea y sin estudiar las<br />

causas que provocan este malestar (depresión, estrés, angustia, insatisfacción,<br />

miedo…). Como también está medicalizada la menopausia. Entre 1996 y


2000, las ventas de la terapia hormonal sustitutiva aumentaron un 42 %, a<br />

pesar de la escasa evidencia de sus beneficios y despreciando los riesgos que<br />

suponen estos tratamientos. Pese a elevar el riesgo de cáncer de mama y no<br />

demostrar su utilidad en la prevención primaria de la enfermedad<br />

cardiovascular, la Asociación española <strong>para</strong> el estudio de la menopausia<br />

mantiene la indicación de esta terapia por su efecto protector de la<br />

osteoporosis [338] .<br />

Otra práctica que los autores del informe califican como mínimo de tener<br />

dudosa base científica es la extirpación de los órganos reproductivos<br />

femeninos. La extirpación total o parcial del útero así como de los ovarios se<br />

realizó durante décadas <strong>para</strong> solucionar epilepsias y enfermedades de los<br />

nervios y falsos problemas psicológicos como la histeria. Se presumía que<br />

cualquier problema psicológico podía ser curado o controlado mediante su<br />

eliminación. Actualmente, según el Informe SESPAS 2004, la mayoría de las<br />

histerectomías —extirpación total o parcial del útero—, se realizan debido a<br />

enfermedades benignas y son más frecuentes en centros privados. En España,<br />

aproximadamente el 60 % de estas intervenciones se realizan por<br />

enfermedades benignas. Pero el 37 % de las mujeres histerectomizadas<br />

tuvieron que ser tratadas de depresión después de la operación. También<br />

entre el 20 y el 40 % de las mujeres a quienes se les quita uno o ambos<br />

pechos sufren depresión. Desde mitad del siglo XX la histerectomía ha sido<br />

realizada con poca consideración a sus secuelas psicológicas [339] .<br />

Junto con la extirpación del útero también se extirpan los ovarios, sobre<br />

todo en mujeres en edad de menopausia. Esta práctica frecuente (limpieza o<br />

vaciado) no ha sido abandonada por completo porque se presume que los<br />

ovarios tienen poca función hormonal después de la menopausia y porque —<br />

dicen los especialistas— pueden enfermar con el tiempo. La realidad es que<br />

no se conocen con precisión las consecuencias hor-monales de estas<br />

operaciones a largo plazo [340] . Pero el mayor escándalo respecto al poco<br />

respeto hacia las mujeres en la práctica médica, a la consideración de sus<br />

procesos naturales como enfermedades y a la excesiva medicalización, se da<br />

en el parto.


PARTOS SIN MADRES<br />

En España y medio mundo los partos no tienen madre. Las mujeres que van a<br />

dar a luz desaparecen en cuanto atraviesan la puerta del hospital. No son<br />

personas, son enfermas, y sus opiniones no cuentan. El parto está organizado<br />

en los hospitales al servicio de los ginecólogos, del resto de profesionales de<br />

la medicina que intervienen y del sistema de salud. Se trata de que los partos<br />

sean rápidos, seguros y cómodos… <strong>para</strong> los facultativos, claro, no <strong>para</strong> las<br />

madres: cesáreas sin motivo, administración de hormonas <strong>para</strong> acelerar las<br />

contracciones, cortes vaginales y la peor posición <strong>para</strong> dar a luz, tumbadas. Si<br />

<strong>para</strong> las mujeres todo esto es más difícil, doloroso, violento y humillante —<br />

nunca se cuenta con su opinión—, da igual.<br />

Hace ¡veinte años! que la Organización Mundial de la Salud (OMS) daba<br />

las primeras recomendaciones en este sentido. En 1985 en el estudio «Tener<br />

un hijo en Europa» se afirmaba que: «No más de un 10 % de los<br />

procedimientos rutinarios utilizados en la asistencia al nacimiento en los<br />

servicios oficiales ha pasado un examen científico adecuado». Las líneas de<br />

actuación que marcaba ya en ese año la OMS eran en realidad un listado de<br />

sentido común, casi un manual de parto natural. La OMS subrayaba que, en<br />

los hospitales, todos sus medios fuesen utilizados sólo en el caso de que<br />

existiera alguna dificultad o complicación. Las recomendaciones echaban por<br />

tierra mitos como que la postura natural de parto es la horizontal, que la<br />

cesárea es la forma más segura de dar a luz o que la episiotomía (corte<br />

vaginal) previene desgarros —cuando en realidad es, junto con la postura<br />

horizontal, la principal causa de desgarro grave y además es traumática y deja<br />

secuelas como peor cicatrización o molestias y dolores durante el coito.<br />

Pero el sentido común no ha entrado en el servicio de salud en cuanto a<br />

los partos se refiere. Así, se continúa dando a luz en un paritorio y no en una<br />

habitación confortable. Las mujeres soportan rasurado, enemas y rotura de<br />

bolsa sin razón aparente. Tampoco se sabe por qué aguantan la dilatación,<br />

que puede durar horas, tumbadas e inmovilizadas en vez de poder pasear,<br />

estar acompañadas por quienes quieran y emplear métodos agradables <strong>para</strong>


soportar el dolor como darse un baño o un masaje… No se entiende por qué<br />

las mujeres no pueden elegir la postura más cómoda <strong>para</strong> dar a luz: taburete<br />

obstétrico, en cuclillas, de lado, en la bañera, de rodillas apoyada en la<br />

cama… teniendo la fuerza de la gravedad como aliada. Tampoco, salvo por el<br />

motivo de acelerar los partos, se explica que se suministre oxitocina sintética<br />

sin consultar a la parturienta cuando esta sustancia provoca contracciones<br />

más intensas, seguidas y dolorosas y es causa frecuente de sufrimiento fetal y<br />

maternal. Cuando las mujeres no tienen estrés, producen oxitocina<br />

naturalmente, pero <strong>para</strong> eso necesitarían estar en un ambiente tranquilo,<br />

agradable, íntimo y… no tener prisa. El parto tiene un ritmo lento, pero hasta<br />

esto, tan básico, ha sido olvidado por la medicina, la ginecología y el sistema<br />

de atención sanitaria.<br />

Las mujeres, en España, están monitorizadas permanentemente, práctica<br />

que eleva la tasa de cesáreas, obliga a la inmovilización y postura horizontal<br />

y no proporciona mejores resultados de salud. Se supone también que no<br />

debería haber nada que impidiera a las mujeres gritar y recibir al bebé en<br />

cuanto naciera, ser las primeras en abrazarlo, pero ni siquiera esto ocurre en<br />

los hospitales españoles. El desfase del sistema español de atención al parto<br />

ha sido motivo de repetidas advertencias por parte de la OMS. De los<br />

500.000 partos que se producen cada año en España, unos 125.000 acaban en<br />

cesárea. Uno de cada cuatro. El doctor Marsden Wagner, hasta hace pocos<br />

años representante de la OMS en materia de salud maternoinfantil, afirmaba<br />

en el Congreso de Jerez de 2000: «Resulta ridículo pensar que ese porcentaje<br />

de mujeres de España son incapaces de parir». Acerca del corte <strong>para</strong> abrir la<br />

vagina durante el parto, Wagner opina: «No es necesario en más del 20 % de<br />

los casos y la ciencia ha constatado que causa dolor, aumenta el sangrado y<br />

causa más disfunciones sexuales. Por todas estas razones, realizar demasiadas<br />

episiotomías ha sido correctamente etiquetado como una forma de mutilación<br />

genital en la mujer. El índice de episiotomías del 89 % en España constituye<br />

un escándalo y una tragedia» [341] . El número de cesáreas realizadas supera las<br />

recomendaciones de la OMS en un buen número de países. América Latina es<br />

la región del mundo donde más se practican. El 38 % de los nacidos entre<br />

2006 y 2010 vinieron al mundo en un quirófano, según el último informe<br />

Estado Mundial de la Infancia de Unicef. La Organización Mundial de la


Salud dice que solo debe hacerse una cesárea cuando el parto no se puede<br />

desarrollar de manera normal, lo que sucede en un 15 % de los casos. Por<br />

encima de esa cifra, se consideran intervenciones quirúrgicas innecesarias.<br />

El informe de Unicef pone a la cabeza a Brasil, con el 50 % de cesáreas.<br />

Países como la República Dominicana (42 %) o Paraguay (33 %) también<br />

doblan con creces el reto de la OMS. El informe de Unicef no ofrece datos de<br />

Chile, Argentina o Venezuela, pero indicadores nacionales muestran la<br />

misma tendencia. Argentina tuvo un 26,7 % de cesáreas en 2011, según datos<br />

del Gobierno. En EE.UU., el índice se eleva al 31 % de los partos. Respecto a<br />

Europa, en los países nórdicos el porcentaje de cesáreas es menor, un 20 %, y<br />

en el sur se dis<strong>para</strong> hasta el 40 % de Italia. En Reino Unido y Grecia se<br />

supera el 30 por ciento.<br />

«MI CUERPO ES MÍO»<br />

«Yo pertenezco a la generación del “ahí abajo”», asegura Gloria Steinem en<br />

el prólogo a la edición española del libro Monólogos de la vagina de Eve<br />

Ensler. Así era como las mujeres de su familia se referían, siempre en voz<br />

baja, a todos los genitales femeninos, ya fuesen internos o externos. No es<br />

que desconociesen la existencia de vagina, labios, vulva o clítoris,<br />

simplemente, no se usaban. Y añade Steinem: «Por ejemplo, ni una sola vez<br />

oí la palabra clítoris. Transcurrirían años hasta que aprendí que las mujeres<br />

poseíamos el único órgano en el cuerpo humano cuya función exclusiva era<br />

sentir placer. (Si semejante órgano fuese privativo del cuerpo masculino,<br />

¿pueden imaginarse lo mucho que oiríamos hablar de él… y las cosas que se<br />

justificarían con ello?)» [342] .<br />

En efecto, la sexualidad de las mujeres ha sido arrebatada históricamente<br />

por los varones. La negación de una sexualidad y un deseo propios y de<br />

libertad <strong>para</strong> disfrutarlos permanece aún hoy en buena parte del mundo. El<br />

patriarcado se ha volcado <strong>para</strong> controlar la sexualidad femenina, todos los<br />

métodos han sido pocos. Desde las imposiciones religiosas y morales, los<br />

códigos de conducta, la estigmatización en nombre del honor y la honra hasta<br />

la violencia y la represión brutal y mortal, pasando por la utilización del


sistema legal y el control de la ciencia…<br />

«Te digo una cosa, tengo 67 años y tres hijos, pero soy virgen», son las<br />

sabias palabras de Isabel <strong>para</strong> explicar toda una vida sin disfrutar de un<br />

orgasmo. La experiencia de Isabel es la de muchas mujeres que nunca han<br />

sido dueñas y beneficiarias de su propia sexualidad. El goce y el placer son<br />

atributos positivos del erotismo masculino mientras que en las mujeres son<br />

atributos negativos. La sexualidad masculina está íntimamente relacionada<br />

con el poder y una de las características fundamentales del poder masculino<br />

es el control de la sexualidad femenina, por todos los medios: físicos,<br />

psicológicos, legales, sociales, religiosos, culturales y verbales [343] .<br />

Fueron las feministas radicales de los años setenta quienes comenzaron el<br />

proceso de reapropiación del cuerpo femenino <strong>para</strong> las mujeres. Por eso<br />

Gloria Steinem cuenta que cuando fue por primera vez a ver cómo Eve Ensler<br />

interpretaba sus Monólogos, unos relatos basados en más de 200 entrevistas<br />

con mujeres, pensó: «Esto ya lo conozco: es el viaje de contar la verdad que<br />

(las mujeres) llevamos haciendo desde hace tres décadas» [344] . Algunas<br />

consignas de las manifestaciones feministas que aún hoy se corean son tan<br />

sencillas como explícitas: «Mi cuerpo es mío». Es insólito tener que<br />

reivindicar algo tan obvio como que el cuerpo de cada uno y de cada una<br />

pertenece a cada cual, pero las mujeres han tenido que pelear y luchar por lo<br />

más básico y lo más íntimo. La reconquista aún no ha terminado. La<br />

obviedad aún no es reconocida en decenas de países del mundo y en aquéllos<br />

donde la igualdad legal de las mujeres está reconocida, la consigna aún es<br />

repetida <strong>para</strong> exigir dos derechos que todavía no están conseguidos: acabar<br />

con la violencia sexual y manifestar que los procesos reproductivos deben ser<br />

decididos y controlados por las mujeres.<br />

La salud reproductiva es un derecho de las mujeres que está en el ámbito<br />

de los derechos humanos. Ya en 1994, en la Conferencia internacional sobre<br />

población y desarrollo, celebrada en El Cairo, se superaron los conceptos<br />

hasta entonces manejados de planificación familiar y anticoncepción como<br />

sinónimo de control de la natalidad —en manos de los gobiernos y sus leyes<br />

—, <strong>para</strong> definir la salud reproductiva como el hecho de llevar una vida sexual<br />

responsable, satisfactoria y segura, además de la capacidad de reproducirse y<br />

decidir, libremente, cuándo y cuánta descendencia se desea. Ha pasado una


década y aún no es una realidad.<br />

El feminismo siempre ha abogado por la libertad de elección en el ámbito<br />

de la reproducción. La elección sólo es posible si existen verdaderas<br />

alternativas. Tanto <strong>para</strong> tener hijos e hijas como <strong>para</strong> no tenerlos. Así, en<br />

muchos países en vías de desarrollo ha tenido que pelear por el derecho de las<br />

mujeres a ser madres, enfrentándose a políticas públicas de esterilización<br />

masiva o de elevadísimos índices de mortandad maternoinfantil por la<br />

escasez de recursos destinados a este fin. Y en todo el mundo, ha peleado por<br />

el derecho de las mujeres a la interrupción voluntaria del embarazo cuando<br />

ellas lo decidan.<br />

Siguiendo a Victoria Sau, etimológicamente la palabra aborto quiere decir<br />

privar de nacer. El aborto puede ser espontáneo o provocado, pero es el<br />

segundo el motivo de debate por ser objeto del derecho y estar tipificado<br />

como delito en el código penal de muchos países. Desde un punto feminista<br />

casi universal —afirma Sau—, el aborto es una agresión al cuerpo y la psique<br />

de las mujeres que hay que evitar por todos los medios, pero que, en última<br />

instancia, agrede menos de lo que lo haría la continuación del embarazo<br />

cuando una mujer decide interrumpirlo. «El aborto provocado, desde que<br />

existe patriarcado, ha estado y está controlado por los hombres. Estar bajo<br />

control no significa que forzosamente tuviera que constituir delito y<br />

castigarse como tal. Significa, ante todo, que el hombre se ha reservado el<br />

derecho de intervenir legalmente en el aborto, sea <strong>para</strong> decir que no constituía<br />

delito, que sí constituía delito o <strong>para</strong> cambiar de una posición a otra. Ni<br />

siquiera la palabra aborto responde a la realidad de un modo total, por lo que<br />

las feministas van utilizando cada vez más una expresión más acertada:<br />

interrupción voluntaria del embarazo» [345] .<br />

En España, desde 1998 hasta 2002, las interrupciones voluntarias del<br />

embarazo se han incrementado en un 43 %. La mayor incidencia se da en<br />

mujeres entre 20 y 24 años. La mitad de los embarazos de las adolescentes<br />

acaba en aborto. Las edades demuestran que el aumento se debe a la falta de<br />

educación sexual y a las dificultades en el acceso a los anticonceptivos. Las<br />

conquistas de las mujeres, además de conseguirlas, hay que mantenerlas.<br />

La doble moral se extiende sobre su salud reproductiva como una mancha<br />

pegajosa que no hay manera de quitar. En España, tan sólo el 2 % de los


abortos se realiza en los hospitales públicos. Lo «obvio» aún es un sueño. Las<br />

mujeres todavía no tienen acceso a los medios como un derecho, tienen que<br />

recurrir al poder médico <strong>para</strong> conseguir la «píldora del día siguiente» y si<br />

quieren que el sistema público de salud cubra la interrupción del embarazo,<br />

no será suficiente con que ellas lo hayan decidido, tendrán que convencer de<br />

lo acertado de su decisión a otras personas, que no tienen ningún interés en<br />

las consecuencias de este embarazo ni deberán responsabilizarse. Pero parece<br />

obvio también que quedar embarazada contra la propia voluntad significa<br />

empezar a perder el control sobre la propia vida [346] .<br />

Quizá sea éste el ámbito más trabajado por el feminismo y donde, a pesar<br />

de las tremendas resistencias, se han conseguido más éxitos. La rebeldía de<br />

las mujeres hacia la usurpación de sus cuerpos ha provocado la ruptura de la<br />

familia patriarcal tradicional, ámbito donde se consuman los abusos con<br />

impunidad y, durante siglos, con complicidad legal. La familia tradicional,<br />

lugar de sumisión obligatoria <strong>para</strong> las mujeres, se está despedazando a favor<br />

de múltiples formas de familia basadas en el respeto y la libertad. Mujeres<br />

que renuncian a la maternidad, mujeres que renuncian al matrimonio, mujeres<br />

que deciden ser madres solas, con métodos de reproducción asistida; mujeres<br />

que retrasan la maternidad hasta cumplir los cuarenta, mujeres que eligen la<br />

adopción frente a la propia maternidad, mujeres que optan por vivir una<br />

sexualidad libre, mujeres que prefieren uniones sin papeles, mujeres que<br />

rompen con la heterosexualidad obligatoria y muestran su opción<br />

homosexual… Desde la famosa teoría de «lo personal es político», el<br />

feminismo se ha empeñado en democratizar el ámbito familiar y parece que,<br />

poco a poco, lo consigue.<br />

SABOR DE VENDIMIA<br />

Frente al mito de la belleza, la exigencia de la juventud eterna, la maternidad<br />

arrebatada, la sexualidad impuesta, la salud regateada y el pecado de la<br />

madurez sabia, se nos ocurre proponer inteligencia, rebeldía y quizás unos<br />

versos. Dice Gioconda Belli bajo el título de Sabor de vendimia:


Recuerdo el terror de las primeras arrugas.<br />

Pensar: Ahora sí. Ya me llegó la hora.<br />

Las líneas de la risa marcadas sobre mi cara<br />

aun en medio de la más absoluta seriedad.<br />

Yo, frente al espejo,<br />

intentando disolverlas con mis manos,<br />

alisándome las mejillas, una y otra vez,<br />

sin resultado.<br />

Luego fue la mirada furtiva de mi reflejo en los esca<strong>para</strong>tes<br />

preguntarme si la luz del día las haría más evidentes,<br />

si el que me observaba desde la otra acera<br />

estaría censurando mi incapacidad de mantenerme joven,<br />

incólume ante el paso del tiempo.<br />

Viví esas primeras marcas de la edad<br />

con la vergüenza de quien ha fallado.<br />

Como una estudiante que reprueba el examen<br />

y debe caminar por la calle<br />

con las malas notas expuestas ante todos.<br />

—Las mujeres nos sentimos culpables por envejecer,<br />

como si pasada la juventud de la belleza,<br />

apenas nos quedara que ofrecer,<br />

y debiéramos hacer mutis;<br />

salir y dejar espacio a las jóvenes,<br />

a los rostros y cuerpos inocentes<br />

que aún no han cometido el pecado<br />

de vivir más allá de los treinta o los cuarenta.<br />

No sé cuándo dispuse rebelarme.<br />

No aceptar que sólo se me concedieran como válidos<br />

los diez o veinte años con piel de manzana;<br />

sentirme orgullosa de las señales de mi madurez.<br />

Ahora, gracias a estos razonamientos<br />

cada vez me detengo menos<br />

frente al espejo.<br />

Paso por alto


la aparición de<br />

inevitables líneas<br />

en el mapa de vida del rostro.<br />

Después de todo,<br />

el alma, afortunadamente,<br />

es como el vino.<br />

Que me beba quien me ame,<br />

que me saboree. [347]


12<br />

La cultura<br />

Mujeres de ficción<br />

Abandonar el ámbito de las ideas<br />

recibidas requiere un esfuerzo, y<br />

además puede ser entendido como una<br />

provocación.<br />

DOLORES JULIANO<br />

Los diccionarios se saltan su regla fundamental. Supuestamente, es el orden<br />

alfabético el que los organiza. Sin embargo, primero se pone el masculino y<br />

luego el femenino. A la a, primera letra del alfabeto, le hubiesen sido<br />

concedidos todos los honores si no fuera porque indica femenino. Así que la<br />

o, indicadora del masculino, por arte de magia, ha sido ascendida al primer<br />

lugar. De manera que gato siempre va delante de gata y completo delante de<br />

completa, por ejemplo. Los diccionarios no reflejan la realidad, ni la lengua,<br />

ni el mundo. Reflejan, simplemente, el poder de quienes los escriben.<br />

Ha sido tarea del feminismo de las últimas décadas cuestionar, modificar<br />

y ampliar los saberes. Desde que las mujeres conquistaron el derecho a<br />

acceder a la educación masivamente y en todos los tramos —aunque no en<br />

todo el mundo—, comprobaron estupefactas cómo la aparente neutralidad de


la ciencia era sólo eso, aparente, una gran farsa, y el saber científico, un saber<br />

reducido sólo a una parte del mundo.<br />

La elección de los temas de investigación, la forma de aproximarse a<br />

ellos, la interpretación de datos y resultados… tienen lugar bajo una<br />

perspectiva que pretende hacer universales unas normas y unos valores que<br />

responden a una cultura construida por los varones y defensora del dominio<br />

masculino. Cualquier forma de definir, clasificar, nombrar… es arbitraria,<br />

pero tiene una función ideológica porque determina una manera concreta de<br />

explicar la realidad. La representación de esa realidad se hace bajo los<br />

intereses del poder. En el caso de las mujeres, ha sido especialmente<br />

importante puesto que han sido representadas. Es decir, la prohibición<br />

expresa a las mujeres de acceder a la cultura y producirla, significaba la<br />

prohibición de explicar la vida y explicarse a sí mismas. La consecuencia es<br />

que tanto las mujeres como la vida han sido definidas por los varones,<br />

obviamente, bajo sus intereses y puntos de vista.<br />

Este androcentrismo en las ciencias y la cultura ha producido una ingente<br />

cantidad de mentiras. Son las «falacias viriles» de las que hablaba Kate<br />

Millett. Algunas de estas mentiras, repetidas durante siglos, están tan<br />

arraigadas que resulta difícil incluso detectarlas. Como el orden<br />

supuestamente alfabético de los diccionarios que en realidad expresa una<br />

jerarquía en la que el masculino está por encima del femenino.<br />

Ésta es la razón por la que el feminismo se puso a desmontar los saberes<br />

heredados, puesto que servían ideológicamente <strong>para</strong> perpetuar la dominación<br />

masculina. Por eso Amelia Valcárcel insiste en que el pensamiento feminista<br />

forma parte de lo que se denomina «filosofía de la sospecha» como fórmula<br />

de acercarse al saber: hay que aprender el componente de poder que reside en<br />

el núcleo de toda verdad y desconfiar de ciertas verdades aun aparentemente<br />

bien establecidas. En este hacer, las mujeres han puesto el mundo patas arriba<br />

como se ha visto en el campo de la economía, la política, la violencia, la<br />

autoridad, la historia, la medicina, la farmacología… y han ampliado el<br />

conocimiento en todas las disciplinas: literatura, arte, educación, psicología,<br />

sociología, filosofía, arquitectura, teología, comunicación, antropología… El<br />

listado es interminable y excede las dimensiones de este libro exponerlo<br />

completo. Así que hemos seleccionado sólo tres grandes campos: la lengua,


los medios de comunicación y las religiones.<br />

MUJERES CON VOZ<br />

En el mundo existen 6.000 lenguas, lo que indica que son algo adquirido. La<br />

lengua no es común <strong>para</strong> el total de los seres humanos. Las lenguas cambian<br />

día a día, están vivas. Por eso, las reticencias de las academias, de la<br />

autoridad, a incorporar el saber y hacer de las mujeres no tienen fundamento<br />

intelectual. El sexismo y el androcentrismo del patriarcado provocan,<br />

fundamentalmente, dos consecuencias: el silencio, la invisibilidad de las<br />

mujeres, y el menosprecio.<br />

El menosprecio es lo más evidente y probablemente lo más fácil de<br />

cambiar. Se construye con palabras que tienen significado muy distinto si se<br />

expresan en masculino o en femenino, lo que se denomina duales aparentes<br />

(zorro y zorra) o cuando nos encontramos con palabras que no tienen<br />

equivalentes femeninos si son positivas (caballerosidad) y no tienen<br />

equivalentes masculinos cuando son negativas (víbora, arpía).<br />

Otra forma de menosprecio es la negativa a feminizar las profesiones. No<br />

hay ninguna razón lingüística que lo impida puesto que continuamente se<br />

inventan palabras <strong>para</strong> nombrar nuevas realidades. En este caso, el trasfondo<br />

de poder es obvio puesto que son las profesiones que denotan autoridad y<br />

prestigio las más difíciles de feminizar. Así, cuando las mujeres comenzaron<br />

a trabajar en el comercio, «dependiente» pasó a «dependienta» sin mayores<br />

problemas, al igual que el originario «asistente» derivó en «asistenta». Pero<br />

cuesta mucho más trabajo feminizar «presidente» en «presidenta». Lo mismo<br />

ocurre con «jueza». Podemos decir sin problemas «andaluces» y «andaluzas»<br />

pero no «jueces» y «juezas». La objeción nunca está en la lengua.<br />

Para invisibilizar a las mujeres se recurre fundamentalmente a tres<br />

procedimientos: usar el masculino como genérico, utilizar la palabra hombre<br />

<strong>para</strong> referirse a hombres y mujeres y el salto semántico.<br />

Una vez más, lo obvio: el masculino es masculino. Su función es designar<br />

el masculino y no tiene amplitud semántica <strong>para</strong> incluir el femenino, <strong>para</strong> eso<br />

tenemos en la lengua los genéricos. Todo lo que sea utilizar el masculino


como genérico invisibiliza a las mujeres y las excluye. Ejemplo: en vez de<br />

decir «los asturianos se manifiestan» se puede decir «Asturias se manifiesta».<br />

Ante esta obviedad, quienes defienden la tradición patriarcal argumentan que<br />

visibilizar a las mujeres va en contra de la economía del lenguaje. Lo primero<br />

que sorprende es que, una vez detectados los fallos, no se hayan puesto a<br />

corregirlos. La academia y los lingüistas dedican sus esfuerzos a impedir los<br />

cambios en vez de a mejorar la lengua de manera que sea útil <strong>para</strong> todos y<br />

<strong>para</strong> todas y más veraz a la hora de reflejar el mundo. También sorprende que<br />

se pida economía hasta en el lenguaje, ¿por qué? En tercer lugar, no siempre<br />

es más largo como demuestra el ejemplo anterior y en último lugar, duplicar<br />

es hacer una copia, pero cuando se nombra a mujeres y hombres no se está<br />

duplicando, se está nombrando. Se dice lo que se quiere decir, que había<br />

hombres y mujeres.<br />

El salto semántico es un error lingüístico porque produce un fallo en la<br />

comunicación. Consiste en comenzar una frase o un texto con un supuesto<br />

masculino genérico <strong>para</strong> terminarla sólo refiriéndose a los varones. Ejemplo:<br />

«Todo el pueblo bajó a recibirlos quedándose en la aldea las mujeres y los<br />

niños». Con el lenguaje utilizado de esta manera se han construido grandes<br />

mentiras [348] : «La Revolución francesa consiguió universalizar el sufragio»<br />

(hasta el siglo XX no se consiguió el voto femenino), por ejemplo.<br />

El feminismo no se ha cansado de repetir que lo que no se nombra no<br />

existe. Por eso, ya no es cuestión de ignorancia. Numerosas filólogas,<br />

lingüistas, expertas y catedráticas han expuesto y desenmascarado el sexismo<br />

y el androcentrismo que esconden los mecanismos verbales de dominación.<br />

Sin embargo, los académicos de la lengua continúan aprovechando su poder<br />

<strong>para</strong> mantener los privilegios masculinos. El Diccionario de la Lengua<br />

Española está repleto de ejemplos: «Huérfano/na. Dícese de la persona de<br />

menor edad a quien se le han muerto el padre y la madre, o uno de los dos;<br />

especialmente el padre». Hay decenas de definiciones similares diseminadas<br />

por el DRAE. Si no fuese por las tremendas consecuencias que tiene el<br />

sexismo, algunas definiciones —como el ejemplo anterior (huérfano/na)—<br />

causan hasta risa.<br />

Otro ejemplo lo ofrece Eulàlia Lledò: «Periquear. Dicho de una mujer:<br />

Disfrutar de excesiva libertad. Andar periqueando».


«En esta última definición se constata, con un sentimiento que va de la<br />

estupefacción a la auténtica indignación, que se presenta un binomio letal a<br />

entender del patriarcado y también de quien redactó la acepción: la imposible<br />

unión de la libertad y de las mujeres; fijémonos con qué palabra se adjetiva la<br />

libertad femenina, con la palabra “excesiva”, y entonces cabe preguntarse,<br />

¿puede ser en algún caso excesiva la libertad? No, nunca, porque si se<br />

constriñe, ni que sea una milésima de centímetro, ya no es libertad; ¿y quién<br />

está decidiendo que esta libertad es excesiva?, ¿las mujeres?, en absoluto.<br />

Entonces, ¿de quién es, a quién representa la voz enunciadora de ésta y de<br />

tantas otras entradas del diccionario?<br />

»Hete aquí constreñidas a las mujeres como si de eternas menores se<br />

tratara, como si las mujeres fuésemos personas que necesitamos tutela y<br />

tutoría constante porque si no, no sabríamos usar la libertad, y esto<br />

enunciado, claro está, por una voz que no es la nuestra, que nos impone<br />

recortes en la libertad (que entonces ya no es libertad, porque un recorte<br />

desde fuera la invalida), que nos pone en nuestro lugar, que nos enclaustra.<br />

Vergonzoso» [349] .<br />

EL GRAN TEATRO DEL MUNDO<br />

Para reproducirse y perpetuarse, el patriarcado cuenta con numerosos<br />

mecanismos. Alicia H. Puleo explica que se puede hablar de dos grandes<br />

modelos: el patriarcado «de coerción» y el «de consentimiento». El primero<br />

se refiere a los sistemas que deciden mediante leyes o normas, sancionadas<br />

con violencia, lo que está permitido o no <strong>para</strong> las mujeres. Son los modelos<br />

utilizados en Afganistán o Arabia Saudita, por ejemplo. El segundo modelo,<br />

el «de consentimiento» es el que está establecido en las democracias<br />

occidentales donde se mantienen y reproducen las desigualdades de género<br />

mediante mitos y estereotipos —aunque ambos utilizan las dos fórmulas, la<br />

distinción se realiza sobre cuál es la de mayor peso.<br />

Así, en los países donde existe la igualdad formal, el patriarcado se<br />

asienta en los roles y estereotipos que produce el sistema de géneros. Luisa<br />

Antolín propone, <strong>para</strong> explicarlo, la metáfora del teatro. «Rol» alude a


función, tarea, papel. Hombres y mujeres, en cuanto nacen, tienen asignado<br />

un papel en función de su sexo. En él se les dice cómo tienen que<br />

comportarse, vestir, mirar, soñar, trabajar, hablar, relacionarse con los<br />

demás… Mujeres y hombres se convierten en actrices y actores en cuanto<br />

nacen y, según interpreten mejor o peor ese papel asignado en el gran teatro<br />

del mundo, el público —la sociedad— les aplaudirá o censurará. La crítica<br />

juzgará cuánto se acerca o aleja cada cual de los estereotipos. Si la niña es<br />

fuerte, valiente y activa será castigada igual que lo será el niño prudente y<br />

sensible [350] .<br />

En realidad, los roles y estereotipos nacidos de la construcción de los<br />

géneros hacen de hombres y mujeres seres atrofiados puesto que ni unos ni<br />

otras pueden desarrollar sus capacidades, siendo limitados a lo que se espera<br />

de ellos y no a lo que son.<br />

La palabra «estereotipo», etimológicamente viene del latín estereo, que<br />

significa molde. En el vocabulario de imprenta, de donde fue tomada, el<br />

estereotipo es una plancha de acero o plomo que imprime caracteres<br />

repetidamente sin ninguna modificación. En el contexto de las ciencias<br />

sociales —explica Luisa Antolín—, los estereotipos pueden definirse como<br />

imágenes o ideas simplificadas y deformadas de la realidad, aceptadas<br />

comunmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable. Los<br />

estereotipos se hacen verdades indiscutibles a fuerza de repetirse.<br />

VOCEROS GLOBALIZADOS<br />

Los medios de comunicación son, actualmente, los encargados de repetir y<br />

repetir hasta la extenuación los estereotipos sexuales. Y ya se sabe que «con<br />

la repetición se puede alcanzar todo. Una gota de agua acabará atravesando<br />

una roca. Si golpeáis de manera certera y continuada, el clavo se hundirá en<br />

la cabeza» [351] .<br />

Los medios de comunicación se han convertido en la gran barrera que<br />

impide el cambio real entre hombres y mujeres en las sociedades<br />

democráticas. Paradójicamente, los medios, siempre en busca de la noticia y<br />

atentos a ser los primeros en detectar y contar los cambios y novedades que


se producen en la sociedad, se han erigido en los guardianes del patriarcado.<br />

En la comunicación social se conjugan lenguaje, participación, visibilidad,<br />

poder y dinero. Un cóctel demasiado explosivo al que sólo le faltaba la<br />

guinda de la globalización. Con la expansión y la unificación de la<br />

información gracias a las nuevas tecnologías, la famosa aldea global que<br />

pronosticara McLuhan a finales de los años sesenta es una realidad, pero una<br />

realidad masculina.<br />

Hasta hace sólo unas décadas, se consideraba que los medios de<br />

comunicación eran únicamente un reflejo de la sociedad, desde las<br />

perspectivas de los intereses sociales dominantes. En este sentido, el espejo<br />

de una sociedad patriarcal que reforzaba una representación sexista del<br />

mundo. Posteriormente, se ha analizado a los medios como un agente<br />

socializador, que compite con la familia y con la escuela en el proceso de<br />

educar a la gente. Los medios proponen los modelos sociales adecuados y se<br />

han convertido en el lugar de discusión de lo que importa y lo que ocurre en<br />

las sociedades. En la actualidad, además de las dos funciones anteriores, los<br />

medios son capaces de construir la realidad social. En general, las opiniones<br />

se forman a partir de la información que transmiten a los avances<br />

tecnológicos. Numerosos especialistas señalan, con acierto, que resulta difícil<br />

incluso establecer diferencias entre la «realidad» y la realidad reconstruida<br />

por los medios a través de su información cotidiana [352] .<br />

Además, en el análisis de los medios es necesario tener en cuenta el<br />

concepto de poder. Como señala Vázquez Montalbán: «Los historiadores de<br />

la propaganda suelen esforzarse en distinguirla de la información, como si<br />

pudiera concebirse una información sin intencionalidad persuasora cuando<br />

hay una desigualdad evidente en la posición histórica que ocupan el emisor y<br />

el receptor» [353] .<br />

Ese enorme poder que actualmente tienen los medios es tremendamente<br />

dañino <strong>para</strong> las mujeres en cuanto que los estereotipos de género permanecen<br />

casi inalterables en las comunicaciones. Explica la profesora Felicidad<br />

Loscertales que «el estereotipo se puede definir como una generalización en<br />

las atribuciones sociales sobre una persona por causa de su pertenencia a un<br />

grupo determinado. Y es una realidad el hecho de que las distintas culturas<br />

han elaborado unas definiciones muy claras acerca de las personas en uno y


otro sexo: lo que son y lo que deben hacer; qué conductas se esperan de cada<br />

uno de estos sexos y cuáles les están vetadas» [354] .<br />

Loscertales añade que el uso de estereotipos es habitual en la<br />

comunicación puesto que, como creencias y saberes comunmente<br />

compartidos, facilita el mecanismo sobreentendido que la hace fluida. Así, el<br />

estereotipo es realmente un instrumento de comunicación poderoso,<br />

especialmente como transmisor ideológico. El estereotipo sexista, el que nos<br />

atañe en esta ocasión, es peligroso puesto que parte de una relación desigual<br />

de poder entre hombres y mujeres y su uso abunda y perpetúa el desequilibrio<br />

entre unos y otras.<br />

Las periodistas de Fempress fueron las primeras en explicar el<br />

<strong>para</strong>lelismo entre la invisibilización de las mujeres en la historia y en los<br />

medios de comunicación. Exactamente igual que las mujeres están presentes<br />

y lo han estado siempre en los grandes acontecimientos, también son<br />

protagonistas de los eventos cotidianos cubiertos por los medios de<br />

información, pero están siendo excluidas de la verdad mediática como están<br />

ocultas en los libros de historia.<br />

Además de excluidas, el uso de estereotipos hace que, habitualmente, las<br />

mujeres que aparecen en los medios de comunicación respondan a los ideales<br />

masculinos: belleza —fundamentalmente— y riqueza (modelos, mises,<br />

princesas). Todos los estudios consultados respecto al tratamiento de la mujer<br />

en los medios coinciden en que ésta se refleja mayoritariamente como madre,<br />

esposa y consumidora, es decir, en su relación con los varones o en las tareas<br />

tradicionalmente asignadas al ama de casa. También destacan que las que<br />

mejor tratamiento reciben, es decir, las que se proponen desde los medios<br />

como «triunfadoras», son las que por su actividad o actitud se acercan a los<br />

comportamientos masculinos. Es otra victoria <strong>para</strong>dójica del feminismo. El<br />

acceso de las mujeres como protagonistas a los medios de comunicación, tan<br />

lento y costoso, sin embargo, refuerza los estereotipos.<br />

Sólo hay un apartado en el que las mujeres aparecen muy a menudo,<br />

habitualmente sobrerrepresentadas en com<strong>para</strong>ción con los varones. Se trata<br />

de los casos en los que las mujeres son protagonistas como víctimas,<br />

maltratadas, analfabetas o discriminadas. Pero ni siquiera en este último<br />

apartado, en el que las mujeres sí tienen presencia, aparecen con discurso. En


éste, más que en ningún otro caso, sólo son imágenes.<br />

Un ejemplo muy visual es el de las mujeres con burka. Es una imagen<br />

tremendamente familiar <strong>para</strong> todo el mundo por el abuso que se ha hecho de<br />

ella en todos los medios de comunicación, pero ¿podría el público en general<br />

decir cuál es el nombre de la mayor organización de mujeres afganas, las<br />

únicas prácticamente que desde 1996, cuando los talibanes accedieron al<br />

poder, ejercieron verdadera oposición no violenta a los fanáticos? ¿Sabemos<br />

lo que opinan las mujeres de Kabul de los talibanes, de la ocupación<br />

norteamericana, de su propia vida? Aun cuando las mujeres son utilizadas<br />

como imagen, carecen de palabra.<br />

Esta forma de tratar a las mujeres en los medios se repitió con la tragedia<br />

ocurrida el sábado 4 de septiembre de 2004 en Beslán, la población de la<br />

república rusa de Osetia del Norte. Los medios españoles se hicieron eco de<br />

aquel horror con interés y profusión. Durante los días siguientes, mientras<br />

Beslán comenzaba a enterrar a las 338 personas que según los datos oficiales<br />

murieron durante el asalto a la escuela Número Uno, la imagen habitual en<br />

las portadas de los periódicos fueron mujeres llorando. También en las<br />

imágenes que ofreció la televisión se mostraba con generosidad el llanto y la<br />

desesperación de las mujeres. Era algo normal, la situación no era <strong>para</strong> menos<br />

y los medios así la recogían. Sin embargo, no tan normal aunque sí habitual<br />

era que tanto en televisión como en los medios escritos, el relato de los<br />

hechos, la transmisión de los sentimientos, el análisis de la situación, es decir,<br />

la voz de aquellas imágenes correspondió en una proporción que en algunos<br />

casos llegó al 100 por cien a los varones de Beslán. Una vez más, no oímos la<br />

voz de las mujeres. Mujeres innombradas, silenciadas, invisibilizadas…<br />

oprimidas [355] .<br />

En resumen, como explica Elvira Altés, el periodismo está marcado<br />

históricamente porque nace en Europa con la Ilustración, de ahí que<br />

construya un discurso androcéntrico como si fuera universal, practique una<br />

mirada masculina a su alrededor con la pretensión de abarcarnos a todos y a<br />

todas, y a partir de una serie de mecanismos y prácticas profesionales, nos<br />

ofrezca unos significados y explicaciones de los hechos que ocultan su carga<br />

subjetiva mediante el recurso de un sujeto neutro, sin sexo ni género,<br />

convertido en un narrador objetivo [356] .


Pero los medios de comunicación, además de transmitir información, son<br />

soporte <strong>para</strong> la publicidad y <strong>para</strong> la opinión. Y si en la información cualquier<br />

parecido entre lo que se muestra y la realidad de las mujeres —del mundo,<br />

por tanto— es pura coincidencia, en la publicidad es ciencia ficción. Si una<br />

marciana pretendiera entender la Tierra a través de la publicidad, difícilmente<br />

llegaría a ninguna conclusión aproximada de lo que son las mujeres. Pensaría<br />

que éstas sólo tienen un ob jetivo fundamental: exhibirse como reclamo<br />

sexual o conseguir el blanco más reluciente y satisfacer las necesidades de la<br />

familia en una casa con los suelos más brillantes de todo el barrio [357] .<br />

Recuerda Ignacio Ramonet sobre la publicidad que ésta es un vehículo de<br />

ideología y técnica de persuasión a la vez. La publicidad sabe hacerse<br />

seductora, movilizando todos los recursos de la estrategia del deseo. Bajo su<br />

atractiva apariencia, la publicidad no es con frecuencia mas que mera<br />

propaganda, una verdadera máquina de guerra ideológica al servicio de un<br />

modelo de sociedad basado en el capital, el mercado, el comercio y el<br />

consumo. La publicidad promete siempre lo mismo: bienestar, confort,<br />

felicidad y éxito. Vende sueños, propone atajos simbólicos <strong>para</strong> una<br />

ascensión social rápida, pero las mujeres continúan encerradas en un contexto<br />

que generalmente sólo las reconoce como objetos de placer o como sujetos<br />

domésticos. Las mujeres son acosadas y culpabilizadas, convertidas en<br />

responsables de la suciedad de la casa o de la ropa, del deterioro de su piel y<br />

de su cuerpo, de la salud de los niños y de la limpieza de sus «partes<br />

íntimas», del estómago de su marido y de la economía del hogar. En la<br />

oficina o en la cocina, en una playa o en la ducha, todo depende de su aliento,<br />

el realce de su sostén o el color de sus medias [358] . Y como decía Tedlow,<br />

«con la repetición, se puede alcanzar todo».<br />

Para combatir los estereotipos, el Instituto de la Mujer cuenta con un<br />

observatorio de la publicidad donde se pueden denunciar las campañas<br />

sexistas mediante un teléfono que funciona las 24 horas (900 191 010) o a<br />

través de la web www.mtas.es/mujer. Aunque quizá la fórmula más eficaz<br />

sería recordar, a la hora de comprar, qué tipo de publicidad realiza cada<br />

marca comercial y evitar que se enriquezcan aquellos que no muestran<br />

ningún respeto hacia la dignidad de las mujeres.<br />

En cuanto al apartado de opinión en los medios (columnas en periódicos


o revistas, tertulianos en radio y televisión…) ahí no hay tregua. Es el<br />

escenario donde diariamente se representa a modo de exhibición el poder<br />

social masculino. No sólo por su abrumadora presencia —la paridad en este<br />

ámbito es palabra desconocida—. Además, el pensamiento feminista está<br />

prácticamente inédito y el sexismo no tiene cortapisa. Ningún opinador<br />

profesional es cuestionado ni intelectual ni profesionalmente por mostrar o<br />

defender posturas de desprecio hacia las mujeres. Mientras que hoy sería<br />

inconcebible un tertuliano o columnista racista (o al menos que no disimule<br />

serlo), machistas, sexistas y misóginos exponen su ideario antidemocrático<br />

con soltura sin ser cuestionados ni por el público mayoritario ni por los<br />

editores o propietarios de los medios de comunicación —incluidos los<br />

medios públicos—. Afortunadamente, y gracias a Internet, cada día es más<br />

habitual que se organicen campañas de protesta contra determinadas firmas o<br />

artículos aunque, hasta ahora, los responsables de los medios de<br />

comunicación hacen oídos sordos.<br />

CATÓLICAS POR EL DERECHO A DECIDIR<br />

«No nos vamos». Ésa es la respuesta que miles de católicas han dado al<br />

sexismo de la Iglesia. «¿Por qué una mujer tendría que abandonar su propia<br />

tradición?», se preguntan al tiempo que reconocen que «por sentido común,<br />

por dignidad, muchas mujeres han dejado la Iglesia, han dejado incluso de ser<br />

creyentes, cansadas de esa institución totalitaria donde sólo parece haber<br />

lugar <strong>para</strong> la obediencia y el sometimiento». Sin embargo, ellas han decidido<br />

unirse <strong>para</strong> dar respuestas. Las mujeres críticas dentro de la Iglesia se<br />

agrupan en numerosas organizaciones nacionales e internacionales. Algunas<br />

de ellas son: Católicas por el Derecho a Decidir, Catholics For Free Choice,<br />

Somos Iglesia, Religiosas de barrios, Comunidades de Base y la Federación<br />

de los Grupos de Mujeres y Teología del Estado español.<br />

Su compromiso es el trabajo político —explican Católicas por el Derecho<br />

a Decidir— que busca la forma de impulsar la justicia social y de género y el<br />

cambio de patrones culturales y religiosos vigentes en la sociedad,<br />

promoviendo los derechos de las mujeres. En especial, trabajan sobre los que


se refieren a la sexualidad y la reproducción humana y luchan por la equidad<br />

en las relaciones de género, tanto en la sociedad en general, como en el<br />

interior de las iglesias.<br />

Para estas católicas, ser cristianas no se identifica con pertenecer a una<br />

estructura jerárquica, ni con renunciar a la propia dignidad, aún más, no<br />

reconocen el derecho de nadie a juzgar acerca de su fe ni a echarlas.<br />

Aseguran que lo que se llama religión es una construcción humana,<br />

interpretada, entretejida con la cultura, con la ideología, con lo social, con lo<br />

económico, con lo político… y de enormes consecuencias. La Iglesia<br />

constituye la tradición del poder, del control, del dominio de la sumisión.<br />

Pero ellas se sienten herederas de otra historia de aquélla no por acallada<br />

inexistente, donde las mujeres ocuparon su lugar por derecho propio, una<br />

historia de resistencia y de liberación, una tradición. Explica Paloma Alfonso:<br />

«Nosotras nos reclamamos de la tradición de las buscadoras olvidadas,<br />

aquellas que, movidas por el deseo, hacen otra experiencia de Dios y resulta<br />

ser una experiencia de liberación. Una experiencia libre, peligrosa <strong>para</strong><br />

cualquier poder, asumiendo el propio destino y el ser que se es, en libertad».<br />

Las Católicas por el Derecho a Decidir se han comprometido<br />

especialmente en la campaña <strong>para</strong> retirarle al Vaticano el estatus de país<br />

dentro de Naciones Unidas «porque se causa daño cuando se permite que las<br />

religiones se disfracen de estados», explican. La campaña se asienta<br />

fundamentalmente en tres razones. La primera razón es la muerte innecesaria<br />

de mujeres en el embarazo y el parto —algunas organizaciones cifran en<br />

600.000 las mujeres muertas anualmente por estas causas—. Paloma Alfonso<br />

asegura que la Santa Sede, como país reconocido en Naciones Unidas, tiene<br />

una voz poderosa que emplea en limitar el acceso a la planificación familiar y<br />

la interrupción voluntaria del embarazo aun en los países en los que es legal,<br />

así como los métodos de contracepción de emergencia, incluso <strong>para</strong> las<br />

mujeres violadas durante las guerras. La segunda razón se centra en evitar la<br />

expansión del sida. Dentro de la ONU, la Iglesia Católica intenta obstruir las<br />

decisiones sobre políticas públicas internacionales que harían de la educación<br />

y del uso del preservativo instrumentos principales en la prevención del VIH.<br />

Y la tercera, porque se amenaza la libertad religiosa. Puesto que otras<br />

religiones con representación en Naciones Unidas, como el Consejo Mundial


de las Iglesias, por ejemplo, tienen una condición igual a la de otras<br />

organizaciones no gubernamentales. Por eso consideran que Naciones Unidas<br />

debe mantener una se<strong>para</strong>ción bien clara entre las creencias religiosas y las<br />

políticas públicas internacionales.<br />

Sobre el derecho al aborto, las Católicas por el Derecho a Decidir,<br />

también tienen una postura clara. Aseguran que en este caso lo que se plantea<br />

es un debate sobre valores. Para ellas, esos valores tienen que ver con el<br />

reconocimiento de la capacidad de las mujeres <strong>para</strong> tomar decisiones justas,<br />

adecuadas y morales, el reconocimiento de su derecho a la vida, al disfrute de<br />

su sexualidad y de su salud sexual y a la recuperación del poder sobre su<br />

cuerpo [359] .<br />

TEOLOGÍA FEMINISTA<br />

La teología feminista nació como un aspecto del feminismo de los años<br />

sesenta del siglo XX, especialmente en los países europeos occidentales y en<br />

Estados Unidos. Muchos de los escritos teológicos feministas aceptan un<br />

presupuesto doble: por un lado, que la raíz de la opresión de las mujeres está<br />

en el patriarcado, y por otro, que el judaísmo y el cristianismo constituyen la<br />

base del patriarcado occidental. Las teólogas feministas también subrayan la<br />

conciencia de que la historia cristiana ha perjudicado a las mujeres desde el<br />

momento que a Dios se le ha visto como masculino, lo que ha sido motivo<br />

<strong>para</strong> no considerar a las mujeres como hechas a su imagen.<br />

En definitiva, el objetivo de la teología feminista cristiana es entender<br />

cómo las mujeres han estado subordinadas en los contextos teológicos y su<br />

meta consiste en iniciar cambios <strong>para</strong> transformar la teología de forma que no<br />

subordine a las mujeres. También hay teólogas feministas que buscan<br />

reconstruir una historiografía feminista teológica. Explican que en la misma<br />

Biblia existen mujeres a las que se puede llamar «protofeministas», lo mismo<br />

que en la era monástica, la Edad Media, la Reforma y en los distintos<br />

movimientos religiosos del siglo XIX. Ya en el siglo XIII, Guillermine de<br />

Bohemia afirmaba que la redención de Cristo no había alcanzado a la mujer,<br />

y que Eva aún no había sido salvada. Así que creó una iglesia de mujeres a la


que acudían tanto mujeres del pueblo como burguesas y aristócratas. Fueron<br />

denunciadas por la Inquisición a comienzos del siglo XIV [360] .<br />

Aún antes nacen las beguinas, mujeres cuya vida transcurre al margen<br />

tanto de la familia como de la autoridad religiosa. Su nivel cultural fue<br />

superior a la media de la población y, de hecho, la característica principal de<br />

las beguinas era la de su saber propio, su adquisición de conocimiento y de<br />

relación con Dios por vía directa, sin la clásica mediación de los hombres,<br />

saltándose por tanto el orden jerárquico establecido. Su autonomía, de<br />

pensamiento y de acción, contribuyó a que fueran vistas como peligrosas por<br />

la jerarquía eclesiástica y estuviesen con frecuencia bajo sospecha. Las<br />

beguinas surgen en el siglo XII en la diócesis de Lieja y se extienden por<br />

Europa occidental durante los últimos siglos medievales. Hacían voto de<br />

castidad durante su vida dentro de la asociación, tenían derecho a su<br />

propiedad privada y trabajaban <strong>para</strong> mantenerse [361] .<br />

El movimiento sufragista también produjo lideresas que llevaron la<br />

cuestión de los derechos de las mujeres a la Iglesia y a la teología. En Estados<br />

Unidos, Elizabeth Cady Stanton, quien escribió La Biblia de la mujer en<br />

1890, o Sojourner Truth, referencia tanto de su comunidad religiosa como del<br />

movimiento antiesclavista y del sufragista. En América Latina se considera<br />

que «la primera feminista de América» fue Sor Juana Inés de la Cruz, monja<br />

del siglo XVII, poeta e intelectual [362] . Explica Celia Amorós que Cady<br />

Stanton supo ver con lucidez que el éxito de la lucha feminista <strong>para</strong> conseguir<br />

el voto de las mujeres pasaba, en una sociedad de religiosidad protestante<br />

como Estados Unidos, por una reinterpretación de la Biblia en sentido<br />

racionalista, alentadora de los derechos de las mujeres. Y añade que<br />

difícilmente se podrá exagerar la importancia que tuvo, especialmente <strong>para</strong><br />

las mujeres, la traducción de la Biblia a las lenguas vernáculas [363] .<br />

En la actualidad, siguiendo a Elina Vuola, la opresión de las mujeres y la<br />

conciencia que éstas tienen de esa realidad es una de las razones más<br />

importantes de la actual crisis de la religión. Vuola asegura: «La teología<br />

feminista revela tanto el carácter contradictorio de la mayor parte de la<br />

teología cristiana como el alto grado de corrupción teológica en las<br />

iglesias» [364] . La autora continúa explicando que el principio crítico de la<br />

teología feminista es la promoción de la plena humanidad de las mujeres.


Porque todo lo que la disminuya o la niegue debe suponerse que no refleja lo<br />

divino y, por contra, lo que promocione la plena humanidad de las mujeres es<br />

lo que forma parte de lo sagrado.<br />

El androcentrismo y la misoginia de la teología son los dos blancos<br />

principales de la crítica feminista. Las mujeres nunca aparecen en la teología<br />

patriarcal como representantes de la humanidad. Esto significa que «los<br />

padres de la iglesia» defienden el derecho masculino de definir y controlar a<br />

las mujeres. Lo que hacen las teólogas feministas es poner en tela de juicio la<br />

autoridad de esta teología y llamar malvado al patriarcado.<br />

En cuanto a las propuestas constructivas de la teología feminista, éstas<br />

buscan tradiciones alternativas, dentro y fuera de la cristiandad, que apoyen<br />

la humanidad plena y autónoma de las mujeres. Dado que «las mujeres han<br />

sido excluidas de lo sagrado, concreta y simbólicamente e incluidas en un<br />

principio femenino que funciona como la parte más baja, carnal y profana de<br />

una construcción de los dogmas teológicos» [365] , la teología feminista<br />

también se ha centrado en el lenguaje y los símbolos y en la importancia que<br />

tienen en la práctica de la Iglesia. Y en este contexto está incluido el discurso<br />

católico sobre la ordenación femenina, cuestión que los jerarcas ni siquiera<br />

aceptan discutir.<br />

LA HIJA DEL NILO<br />

El islam y sus fueros son extensos: 23 países musulmanes, más de 1.000<br />

millones de personas en el mundo y 200 prendas proclamadas como «vestir<br />

musulmán», modas y costumbres diferentes entre las que se incluye la<br />

práctica extendida en parte del subcontinente indio de que las campesinas<br />

pobres lleven los senos desnudos [366] .<br />

En esos fueros han crecido sufragistas, activistas, feministas teóricas y<br />

teólogas. Una de las primeras referencias es Durriyya Shafiq, sufragista<br />

egipcia que nació en Tanta en 1908. Rebelde desde que era joven, aprovechó<br />

la fortuna de su familia materna <strong>para</strong> estudiar primero en Alejandría y<br />

después en París, donde se doctoró en la Universidad de la Soborna con la<br />

tesis titulada «La mujer y el derecho religioso en Egipto». Con ella comenzó


la defensa pública de los derechos de las mujeres a la que dedicaría su vida.<br />

«No podía asumir la responsabilidad de la belleza de la profesora en la<br />

Facultad de Letras» fue lo que alegó el decano que le negó la solicitud de un<br />

puesto de profesora en El Cairo. El claustro al completo añadió que «la<br />

juzgaba muy emancipada». Así que Shafiq se dedicó a tiempo completo al<br />

feminismo con una rica actividad literaria. En sus libros denunciaba las<br />

ínfimas condiciones de vida de las mujeres egipcias y todos los derechos que<br />

éstas tenían negados. Siguiendo la tradición feminista, escribió sus libros ante<br />

la negativa de periódicos y semanarios a publicar sus artículos y en 1945<br />

decidió publicar su propia revista: La Hija del Nilo. Tres años después llevó<br />

sus reivindicaciones a la calle formando la asociación La Unión de la Hija del<br />

Nilo con la que consiguió organizar masivas manifestaciones, protestas de<br />

mujeres ante el parlamento, huelgas de hambre… La reacción del gobierno<br />

egipcio fue brutal: la condenó a arresto domiciliario, cerró todas sus<br />

publicaciones, presionó a la asociación feminista que Shafiq había creado<br />

hasta que fue expulsada de ella, obstaculizó el ejercicio profesional de su<br />

marido hasta que éste se divorció, amenazó con detener a quienes la visitaran<br />

hasta que nadie se atrevió a acudir a su domicilio y prohibió a los periódicos<br />

del país mencionar su nombre. El 20 de septiembre de 1975, Durriyya Shafiq<br />

decidió poner fin a la tortura y se suicidó [367] .<br />

Pero la memoria de Durriyya Shafiq pervive junto a la de tantas otras<br />

mujeres rebeldes que continúan enfrentándose a la discriminación en la<br />

tradición del feminismo islámico. Actualmente, un objetivo central en su<br />

trabajo es el estudio y reubicación del Corán y todo el corpus religioso que le<br />

rodea. Porque sabido es que lo religioso es la expresión de lo social y todas<br />

las religiones son manifestaciones de poder, se nutren de las interpretaciones<br />

que les favorecen y asientan con ellas su legitimidad y control social.<br />

En todo lo referente a las mujeres, la Shari’a —considerada como ley<br />

musulmana/divina— continúa siendo fuente del derecho civil actual en la casi<br />

totalidad de los países musulmanes. Muy pocos —Arabia Saudita, Emiratos<br />

Árabes, parte de Nigeria…— aplican una Shari’a «integral», pero todos<br />

«islamizan» su edificio legislativo. A pesar del carácter sagrado que se<br />

pretende tiene la Shari’a, esta ley musulmana está fundamentalmente basada<br />

en los dichos y actos atribuidos al Profeta. Todos, dichos y actos, han


necesitado testigos, relatores, redactores y sabios encargados de acertar la<br />

veracidad o no de estos relatos, todos póstumos —igual que ocurre con la<br />

Biblia.<br />

La teología feminista musulmana se centra por tanto, en no dar por divina<br />

dicha ley que evidentemente ha sido construida por varones y volver al<br />

sentido original del islam que, aseguran, en sus inicios suponía emancipación<br />

<strong>para</strong> las mujeres ya que defendía el derecho a la vida, al libre arbitrio y al<br />

protagonismo intelectual y religioso de las mujeres puesto que en sus inicios<br />

la oración era mixta y ellas tenían responsabilidad dentro de la comunidad de<br />

los creyentes. Así, gran parte de la propuesta de las teólogas musulmanas se<br />

basa en la relectura del Corán.<br />

Y en ese trabajo se incluye el disputado velo (hijab) de las mujeres<br />

musulmanas. Dentro de la propia tradición islámica, las interpretaciones<br />

sobre el uso del hijab son numerosas. Desde el fundamento religioso, hasta su<br />

interpretación como distinción —en sentido positivo— de las mujeres<br />

musulmanas, pasando por la ampliación de la libertad de movimientos que<br />

éste otorgaba en la época en la que el Corán, libro sagrado de los<br />

musulmanes, fue dictado al Profeta por Dios (años 622-632 del calendario<br />

cristiano). Más recientemente, incluso el velo fue adoptado por jóvenes<br />

musulmanas en los países colonizados que reivindicaban así su tradición<br />

frente a la autoridad occidental.<br />

La mayoría de las feministas musulmanas, incluso aquellas que están<br />

absolutamente en contra del hijab, no quieren sin embargo que el debate<br />

sobre los derechos de las mujeres en el islam se centre en el uso o no del<br />

velo. Para muchas, esta discusión es sólo una maniobra de distracción que<br />

evita el debate sobre cuestiones mucho más importantes —derecho a la<br />

educación de las niñas o al empleo de las adultas, reconocimiento de los<br />

derechos sexuales y reproductivos…—. Lo cierto es que desde el feminismo<br />

islámico se reivindica que son las mujeres musulmanas las únicas legitimadas<br />

<strong>para</strong> marcar sus tiempos y decidir sus prioridades en la lucha por la<br />

emancipación. Lo importante, insisten, es que <strong>para</strong> nadie ser musulmana<br />

tenga como significado la carencia de autonomía y derechos [368] .


13<br />

La masculinidad<br />

¿Y los hombre qué?<br />

Un hombre comienza a ser interesante<br />

cuando aprende a dudar.<br />

CARMEN RICO-GODOY<br />

Durante meses, circuló por Internet un texto anónimo que tenía muy<br />

buena aceptación entre personas que trabajan a favor de nuevas formas de ser<br />

mujeres y hombres. Decía así:<br />

POR CADA MUJER HAY UN HOMBRE<br />

Por cada mujer fuerte, cansada de tener que aparentar debilidad,<br />

hay un hombre débil cansado de tener que parecer fuerte.<br />

Por cada mujer cansada de tener que actuar como una tonta, hay<br />

un hombre agobiado por tener que aparentar saberlo todo.<br />

Por cada mujer cansada de ser calificada como «hembra<br />

emocional», hay un hombre a quien se le ha negado el derecho a<br />

llorar y a ser delicado.<br />

Por cada mujer catalogada de poco femenina cuando compite, hay<br />

un hombre que se ve obligado a competir <strong>para</strong> que no se dude de su<br />

masculinidad.


Por cada mujer cansada de sentirse un objeto sexual, hay un<br />

hombre preocupado por aparentar que está siempre dispuesto.<br />

Por cada mujer que se siente atada por sus hijos, hay un hombre a<br />

quien se le ha negado el placer de la paternidad.<br />

Por cada mujer que no ha tenido acceso a un trabajo o salario<br />

satisfactorio, hay un hombre que debe asumir la responsabilidad<br />

económica de otro ser humano.<br />

Por cada mujer que desconoce los mecanismos de un automóvil,<br />

hay un hombre que no ha aprendido los secretos del arte de cocinar.<br />

Por cada mujer que da un paso hacia su propia liberación, hay un<br />

hombre que redescubre el camino a la libertad.<br />

El texto gustaba mucho. Incluso circuló también alguna variante<br />

que invertía los términos de la com<strong>para</strong>ción:<br />

Por cada hombre débil, cansado de tener que parecer fuerte, hay<br />

una mujer fuerte cansada de tener que aparentar debilidad.<br />

Por cada hombre agobiado por tener que aparentar saberlo todo,<br />

hay una mujer cansada de tener que actuar como una tonta.<br />

Quienes trabajan en masculinidad explican que este texto gusta porque<br />

expresa que también los hombres sufren los efectos de la imposición<br />

patriarcal de los roles tradicionales. Pero... cuatro de los expertos más<br />

destacados —Luis Bonino, Dani Leal, José Ángel Lozoya y Peter Szil—<br />

añadían que a ellos su lectura les incomoda: «Pensamos que es engañoso ya<br />

que sólo habla de diferencias y no de desigualdades y porque, en esa<br />

equi<strong>para</strong>ción que propone, invisibiliza el plus de sufrimiento y subordinación<br />

que el modelo tradicional impone a las mujeres.»<br />

Ante esto, los cuatro presentaron también a través de Internet, un texto<br />

alternativo <strong>para</strong> su reflexión:<br />

POR CADA MUJER HAY UN HOMBRE...<br />

Por cada mujer cansada de tener que aparentar debilidad, hay un<br />

hombre que disfruta de protegerla esperando sumisión.<br />

Por cada mujer cansada de tener que actuar como una tonta, hay


un hombre que aparenta saberlo todo porque eso le da poder.<br />

Por cada mujer cansada de ser calificada como «hembra<br />

emocional» , hay un hombre que aparenta ser fuerte y frío <strong>para</strong><br />

mantener sus privilegios.<br />

Por cada mujer catalogada de poco femenina cuando compite, hay<br />

un hombre al que no le importa pisar a quien sea con tal de ser el<br />

primero.<br />

Por cada mujer cansada de sentirse un objeto sexual, hay un<br />

hombre que disfruta utilizando a las mujeres <strong>para</strong> su placer.<br />

Por cada mujer que se siente atada por sus hijas e hijos, hay un<br />

hombre que disfruta de tiempo libre a su costa.<br />

Por cada mujer que no ha tenido acceso a un trabajo o salario<br />

satisfactorio, hay un hombre que se aprovecha del trabajo gratuito<br />

hecho en casa y que no mueve un dedo <strong>para</strong> reivindicar la igualdad de<br />

derechos laborales de la mujer.<br />

Por cada mujer que desconoce los mecanismos de un automóvil,<br />

hay un hombre que cuando llega en coche a casa tiene mesa y mantel<br />

puesto.<br />

Por cada mujer que da un paso hacia su propia liberación, hay un<br />

hombre que tiene miedo de perder su lugar privilegiado ante ella.<br />

Por cada mujer que es víctima de violencia en el hogar, hay un<br />

hombre que la ejerce y lo niega, presentándose como víctima de las<br />

«provocaciones» o el «abuso psicológico» femeninos y muchos otros<br />

que miran hacia otro lado en un silencio cómplice.<br />

Por cada mujer que confía en que los hombres quieren la plena<br />

igualdad de derechos, hay cientos de hombres confiando en que «todo<br />

cambie un poco <strong>para</strong> que todo siga igual».<br />

«Si queremos que las cosas cambien y desaparezcan las<br />

desigualdades dejémonos de autocomplacencias masculinas y<br />

asumamos nuestras responsabilidades», concluían Bonino, Lozoya,<br />

Leal y Szil.


LA IDENTIDAD MASCULINA<br />

La teoría del género no se refiere sólo a las mujeres. De igual manera que el<br />

género femenino está construido socialmente y es una obligación <strong>para</strong> todo el<br />

sexo femenino, el género masculino también está edificado sobre mandatos<br />

exigidos <strong>para</strong> todos los varones. Es decir, todos los hombres deben<br />

comportarse según esté definida la masculinidad en su cultura. Esas<br />

características no son innatas ni naturales. Como señala Elizabeth Badinter a<br />

propósito de la identidad masculina, no hay una masculinidad única, lo que<br />

implica que no existe un modelo masculino universal y válido <strong>para</strong> cualquier<br />

lugar, época, clase social, edad, raza, orientación sexual... sino una gran<br />

diversidad de identidades masculinas y de maneras de ser hombre en nuestras<br />

sociedades [369] .<br />

Ser niño o niña se aprende viviendo. A este proceso de aprendizaje del ser<br />

humano se le denomina socialización. Tiene como objetivo que las personas<br />

se integren en la sociedad en la que les toca vivir, que conozcan sus normas y<br />

las respeten <strong>para</strong> evitar ser excluidas y/o castigadas. Niñas y niños se hacen<br />

mujeres y hombres por el proceso de socialización que se encarga de reprimir<br />

o fomentar las actitudes que se consideran adecuadas <strong>para</strong> cada sexo. Como<br />

en el mundo en el que vivimos impera un sistema patriarcal, discriminatorio y<br />

opresor <strong>para</strong> las mujeres, el proceso de socialización también lo es. Pero<br />

además, es castrante <strong>para</strong> los varones. Los estereotipos de género tienen<br />

como consecuencia la desigualdad entre los sexos y se convierten en agentes<br />

de discriminación, impidiendo el pleno desarrollo de las potencialidades y las<br />

oportunidades de ser de cada persona. Privan a las mujeres y niñas de su<br />

autonomía, limitando sus derechos a la igualdad de oportunidades y a los<br />

hombres y niños les niegan el derecho a la expresión de su afectividad [370] .<br />

¿Cómo funcionan los estereotipos de género? [371]


EL LASTRE DE LA MASCULINIDAD TRADICIONAL<br />

La masculinidad tradicional está compuesta por una constelación de valores,<br />

creencias, actitudes y conductas que persiguen el poder y autoridad sobre las<br />

personas que considera más débiles. Para conseguir esa dominación, las<br />

principales herramientas son la opresión, la coacción y la violencia. Desde<br />

este punto de vista, la masculinidad androcéntrica es una forma de<br />

relacionarse y supone un manejo del poder que mantiene las desigualdades<br />

existentes entre hombres y mujeres en el ámbito personal, económico,<br />

político y social. Esta concepción masculina del mundo está sustentada en


mitos patriarcales basados en la supremacía masculina y la disponibilidad<br />

femenina, en la autosuficiencia del varón, en la diferenciación de las mujeres<br />

y en el respeto a la jerarquía. Estos mitos funcionan como ideales y se<br />

transforman en mandatos sociales acerca de «cómo ser un verdadero<br />

hombre».<br />

Las principales víctimas de esta construcción masculina del mundo son<br />

las mujeres. Pero los varones, además de verdugos también son víctimas de sí<br />

mismos. Según Pierre Bourdieu «los hombres también están prisioneros y son<br />

víctimas de la representación dominante. Al igual que las tendencias de<br />

sumisión que esta sociedad androcéntrica transmite a las mujeres, aquéllas<br />

encaminadas a ejercer y mantener la dominación por parte de los hombres no<br />

están inscritas en la naturaleza y tienen que ser construidas por este proceso<br />

de socialización denominado masculinidad hegemónica» [372] .<br />

Esta socialización supone un «deber ser». Es decir, demostrar<br />

constantemente que se es el más viril, aparentar que no se es débil, no fallar<br />

«en las cosas importantes de la vida», exhibir indiferencia ante el dolor y el<br />

riesgo, actuar bajo la meta de la competencia... Estas actitudes suponen costes<br />

elevados. Por ejemplo, la dificultad <strong>para</strong> expresar sentimientos, sufrir<br />

depresión o sentir rabia cuando no se consigue esa imagen idealizada de uno<br />

mismo, alcoholismo, drogodependencias o suicidios. También tienen como<br />

consecuencia una serie de problemas derivados del estilo de vida que hay que<br />

llevar <strong>para</strong> ser «como debe ser un hombre»: enfermedades oncológicas y de<br />

transmisión sexual, infartos, accidentes de tráfico y muertes por violencia.<br />

La versión dominante de la identidad masculina no constituye una<br />

esencia, sino una ideología de poder que tiende a justificar la dominación<br />

masculina sobre las mujeres. Además, la identidad masculina, en todas sus<br />

versiones, se aprende y, por tanto, también se puede cambiar [373] .<br />

Entonces, si las mujeres llevan décadas comprometidas en deconstruir la<br />

feminidad, surgen preguntas inevitables: ¿Por qué tantos varones permanecen<br />

en una posición inmovilista?, ¿por qué la mayoría son tan poco receptivos a<br />

los argumentos igualitarios?, ¿por qué toman tan pocas iniciativas?, ¿por qué<br />

pocos están dispuestos honestamente a compartir, como reclaman las<br />

mujeres, el trabajo y el poder y especialmente las tareas domésticas? Y ¿por<br />

qué se resisten a fomentar el acuerdo de un nuevo contrato social, de nuevos


pactos que reconozcan a las mujeres como ciudadanas como ellas exigen?,<br />

¿por qué finalmente, en los temas de la igualdad con las mujeres, los varones<br />

se caracterizan por ser una mayoría silenciosa? Todas estas preguntas<br />

conducen a dos: ¿por qué los varones no reaccionan ante el cambio de las<br />

mujeres con una respuesta igualitaria y por qué permanecen en el no cambio?<br />

Asegura Carlos Lomas que esta lamentable lentitud de la mayoría de los<br />

hombres en la transformación de su masculinidad hegemónica y<br />

complaciente no tiene en absoluto que ver con el lastre de una esencia natural<br />

de lo masculino, sino con el vínculo cultural entre masculinidad y poder. La<br />

masculinidad se puede definir como un conjunto de prácticas sociales en el<br />

contexto de las relaciones de género que afectan a la experiencia corporal, a<br />

la personalidad y a la cultura de hombres y mujeres. En la medida en que la<br />

masculinidad es una práctica social, tiene un estrecho vínculo con las<br />

relaciones de poder, con las relaciones de producción y con los vínculos<br />

emocionales [374] .<br />

También los estudios analizan cómo la masculinidad como concepto ha<br />

permanecido oculta porque ha creado la ilusión de que el hombre habla y<br />

actúa en nombre de la humanidad. Ésta es la razón por la que históricamente,<br />

parecía que lo raro, lo analizable, lo que había que definir y estudiar era lo<br />

«femenino» puesto que lo «masculino» se consideraba lo normal, la norma,<br />

lo no cuestionable.<br />

Indagar sobre la construcción social de la masculinidad constituye una<br />

prioridad ética y estratégica en la lucha a favor de la equidad entre los sexos.<br />

Así lo han entendido algunas feministas y algunos colectivos de mujeres al<br />

impulsar estudios y encuentros en torno a las masculinidades. Como se<br />

considera fundamental fomentar desde el ámbito escolar tanto una actitud<br />

crítica ante las conductas violentas y sexistas de algunos chicos. También,<br />

una serie de acciones pedagógicas orientadas a fomentar otras maneras de<br />

entender y de vivir la identidad masculina, en la convicción de que los<br />

cambios en las vidas de las mujeres deben ir acompañados por cambios en<br />

profundidad en las conductas y en los valores de los hombres [375] .<br />

REACCIONES MASCULINAS ANTE LA LUCHA FEMENINA


POR LA IGUALDAD<br />

Entonces, ¿cómo reaccionan los hombres ante la lucha feminista, ante el<br />

cambio de las mujeres? Según los trabajos del psicoterapeuta Luis Bonino,<br />

director del Centro de Estudios de la Condición Masculina, se pueden hacer<br />

tres grandes grupos [376] .<br />

El primero es el de los contrarios a los cambios de las mujeres. Suelen<br />

encontrarse entre los mayores de 55 años y, en fechas recientes, también entre<br />

los menores de 21 y quienes soportan precariedad laboral, ya que ven a las<br />

mujeres como directas competidoras en el mundo estudiantil y laboral.<br />

Tienen un discurso androcéntrico, machista o paternalista y habitualmente<br />

niegan que exista desigualdad, ya que consideran que mujeres y hombres son<br />

complementarios. Reconocen que las mujeres son más autosuficientes en la<br />

actualidad, pero tan sólo lo valoran si ellas no defienden sus derechos ante<br />

ellos. Si lo hacen, acostumbran a reaccionar con ira, alejándose en actitud<br />

victimista o actuando con diversos grados de violencia <strong>para</strong> «ponerlas en su<br />

lugar». Suelen ser antifeministas, descalificadores, demonizadores o<br />

desconocedores de las reivindicaciones femeninas. Entienden la lucha de las<br />

mujeres no como una reivindicación de igualdad, sino como un intento de<br />

dominar a los varones o romper el orden social.<br />

El segundo gran grupo lo forman aquellos varones favorables a los<br />

cambios. En general, son jóvenes con estudios superiores, solteros, sin hijos,<br />

que mantienen relaciones con mujeres que trabajan en el ámbito público y<br />

viven en grandes ciudades. Algunos, pocos, cuestionan su propio rol, entre<br />

éstos hay bastantes que se consideran «compañeros». Son defensores de la<br />

igualdad desde la experiencia y están dispuestos a cambiar <strong>para</strong> llegar a una<br />

convivencia igualitaria. Habitualmente, se sienten huérfanos de modelos<br />

masculinos de referencia que les resulten atractivos. Explica Bonino que en<br />

Europa los varones que pueden definirse claramente como «compañeros»<br />

representan entre el 2 y el 5 % del total, según sus propios estudios y los de<br />

autores como Deven o Godenzi [377] , aunque los expertos perciben que en los<br />

últimos años se está produciendo un lento aumento del número de varones<br />

que reaccionan favorablemente a los cambios, sobre todo entre los que están<br />

menos apegados al modelo masculino tradicional.


El tercer grupo, que —asegura Bonino— va en aumento, son los<br />

«acompañantes pasivos», que delegan la iniciativa en las mujeres,<br />

provocando una inversión de los roles tradicionales donde ellos no asumen<br />

casi ningún comportamiento masculino. Quienes no cuestionan su propio rol<br />

son los «varones utilitarios», que se benefician de los cambios de las mujeres<br />

(por ejemplo en la pareja en que ella trabaja e ingresa dinero) sin ofrecer nada<br />

a cambio. Se les llama también «igualitarios unidireccionales», ya que<br />

aceptan que las mujeres asuman «funciones masculinas» pero no a la inversa.<br />

En la práctica, estos varones son desigualitarios, porque sobrecargan a las<br />

mujeres. Los varones «utilitarios y acompañantes» se definen a favor del<br />

cambio de las mujeres, aunque más en la teoría que en la práctica. Creen,<br />

mayoritariamente, que la lucha por la igualdad la deben afrontar sólo las<br />

mujeres.<br />

Dentro de este tercer grupo, Bonino destaca a los «ambivalentes».<br />

Mayoritariamente varones entre 35 y 55 años, que mantienen relaciones con<br />

mujeres que trabajan en el ámbito público o divorciados y con hijos. En<br />

algunos aspectos predomina el acuerdo, en otros el desacuerdo con los<br />

cambios de las mujeres. Son los que más se quejan porque se sienten<br />

desorientados, incomprendidos y desconcertados por los cambios de las<br />

mujeres a quienes ya no pueden —ni muchas veces quieren— controlar.<br />

Viven estos cambios como una pérdida de rol y reaccionan frecuentemente<br />

con aislamiento o resistencia pasiva. La mayoría son «resignados-fatalistas»<br />

que aceptan, con algún inconfesado disgusto, que las mujeres seguirán<br />

cambiando mal que les pese a los varones, e intentan acomodarse como<br />

pueden. No actúan corresponsablemente pero tampoco entorpecen. Muchos<br />

de los «ambivalentes» consideran que deben cambiar, pero no saben, les da<br />

pereza o se resisten a tomar iniciativas porque lo viven como una pérdida de<br />

privilegios y comodidades. Casi todos se sienten algo cansados de las<br />

reivindicaciones femeninas, de lo que se les exige asumir y cambiar, de que<br />

no se valoren sus esfuerzos de adaptación y de no ver hasta dónde llegarán<br />

las mujeres. Algunos exageran sobre sus cambios y esperan grandes aplausos<br />

por «sus sacrificios».


LOS PRIVILEGIOS NO SON OBLIGATORIOS<br />

El lugar social del varón está sustentado en los mitos de la superioridad<br />

masculina. Ése es un primer factor que obstaculiza la reacción igualitaria en<br />

la mayoría de los varones puesto que uno de los valores en los que se afirma<br />

la autoestima masculina, aún hoy, es en sentirse superior o con más autoridad<br />

que las mujeres. Así, no es de extrañar que muchos varones vean la igualdad<br />

como amenaza a su propia identidad o a sus hábitos más arraigados.<br />

Otro factor que dificulta el cambio masculino es que el imaginario social<br />

coloca a los varones en el papel de grupo dominante sobre las mujeres, y<br />

ellos lo asumen. Como todos los miembros de los grupos dominantes ante los<br />

grupos dominados, ven naturales sus mayores usufructos de derechos y<br />

prerrogativas, se sienten agobiados por la exigencia de responsabilidad<br />

masculina, minusvaloran el sufrimiento producido en las mujeres, se<br />

aprovechan de sus capacidades y asignaciones sociales —el cuidado de las<br />

personas y del ámbito doméstico, que los varones no sienten como propios—<br />

y no se responsabilizan de la desigualdad, atribuyendo dicha responsabilidad<br />

a las propias mujeres. De esto deriva no percibir la necesidad de cambio y<br />

pensar que la desigualdad es un problema de las mujeres, que son quienes<br />

deben resolver las dificultades que ésta les crea. No estaría mal recordar la<br />

carta que escribió J. Stuart Mill el día de su boda con Harriet Taylor,<br />

renunciando a todos los derechos que las leyes del momento le otorgaban<br />

sobre su esposa. Los privilegios no son obligatorios.<br />

Por eso, resulta como mínimo <strong>para</strong>dójico el discurso de los varones que<br />

reclaman la justicia social frente a grupos más desfavorecidos —<br />

económicamente, por ejemplo—, y están completamente ciegos a la injusticia<br />

entre hombres y mujeres. Igual de sorprendente que la actitud de muchos<br />

jóvenes activistas de movimientos antiglobalización, por ejemplo, que<br />

pueden recorrer el mundo solidarizándose con los países asfixiados por la<br />

deuda externa, el abuso de los indígenas o la explotación de los inmigrantes,<br />

pero ni se enteran del abuso, la explotación o la sensación de asfixia de las<br />

mujeres que les rodean.


También son un freno los temores y desconfianzas frente a lo nuevo que<br />

tienen algunos varones, la falta de modelos de masculinidad no tradicional y<br />

el aislamiento silencioso de los varones aliados a las mujeres, que muchas<br />

veces se avergüenzan de hacerlo público: la censura al trasgresor del modelo<br />

tradicional es muy efectiva con los varones, <strong>para</strong> quienes el juicio de sus<br />

iguales es fundamental [378] .<br />

Algunas órdenes derivadas de la masculinidad tradicional también son un<br />

obstáculo <strong>para</strong> una sociedad de ciudadanas y ciudadanos: la ceguera y sordera<br />

ante los propios sentimientos, la falta de habilidad <strong>para</strong> el diálogo y el déficit<br />

de empatía. «Un hombre de verdad», diría el mandato patriarcal, no se puede<br />

permitir sentir ni ponerse en el lugar del otro o de la otra.<br />

MASCULINIDAD Y CONDUCTAS DE RIESGO<br />

La masculinidad tradicional impone a los varones una forma estricta de<br />

pensar y de estar en el mundo. Esa masculinidad es tremendamente dañina<br />

<strong>para</strong> las mujeres. Desde los estudios de género, también se subraya que es<br />

negativa <strong>para</strong> los propios varones. Los riesgos que <strong>para</strong> los varones supone la<br />

masculinidad se interiorizan desde pequeño. Señala José Ángel Lozoya que<br />

en los juegos de los niños y en la vida de muchos hombres lo importante es<br />

ganar, participar es una vulgaridad. Para ganar hay que aprender a ocultar las<br />

propias carencias y evitar la confianza, algo que a los varones se les inculca<br />

como peligroso. Las expectativas de los mayores, la competencia entre<br />

varones, la dictadura de la pandilla y la necesidad, inducida, de probarse y<br />

probar que son, al menos, «tan hombres como el que más» llevan a asumir<br />

hábitos no saludables y conductas temerarias, que se traducen en multitud de<br />

lesiones, enfermedades y muertes. Desde la infancia.<br />

La masculinidad no es sólo un factor de riesgo <strong>para</strong> quienes lo asumen o<br />

provocan, sus actos afectan al conjunto de la población —de hecho los<br />

hombres son en España los autores del 95 % de la totalidad de los delitos—,<br />

y en especial a quienes conviven con ellos. No se puede afirmar que todos los<br />

hombres que tienen una muerte violenta sea como consecuencia de la<br />

socialización de género, pero no hay duda de que esta causa explica un buen


porcentaje de las mismas. Los hombres hacen más uso de la violencia en la<br />

solución de conflictos o se exigen más demostraciones de valor asumiendo<br />

riesgos innecesarios [379] .<br />

La violencia es quizá la forma más primitiva de poder y la agresión entre<br />

las personas ha sido justificada con todo tipo de razonamientos: biológicos,<br />

psicológicos, sociales, económicos, culturales, filosóficos, políticos, militares<br />

y religiosos [380] . La historia del hombre es una historia de conquista,<br />

resistencia y violencia. A los niños se les dice que no sean pegones pero se<br />

les anima a que sepan defenderse (<strong>para</strong> ello es necesario desarrollar el mismo<br />

o mayor nivel de violencia que el agresor). Del marido o el novio se espera<br />

que defienda a «su mujer» frente a la agresión de otro hombre; del amigo,<br />

que ayude si se está metido en una pelea; y del jefe del gobierno, que esté<br />

dispuesto a llevar a su país a la guerra si las circunstancias lo requieren.<br />

Es absolutamente necesario disociar la masculinidad del valor, el<br />

dominio, la agresión, la competitividad, el éxito o la fuerza, aspectos de cuya<br />

caricatura provienen muchas conductas violentas, y asociar la virilidad a la<br />

prudencia, la expresión de los sentimientos, la capacidad de ponerse en el<br />

lugar del otro o la búsqueda de soluciones dialogadas a los conflictos. Los<br />

hombres aprenden a reservarse sus propias ansiedades y miedos al proyectar<br />

una cierta imagen pública de ellos mismos. A veces, esa aflicción interior<br />

puede crecer en la medida que a los hombres les persigue el miedo a ser<br />

marginados si la muestran [381] .<br />

Las conductas violentas no son instintivas, se aprenden. «Las semillas de<br />

la violencia se siembran en los primeros años de la vida, se cultivan y<br />

desarrollan durante la infancia y comienzan a dar sus frutos malignos en la<br />

adolescencia» [382] .<br />

Así, en la masculinidad tradicional, resume Lozoya, los sentimientos<br />

masculinos son, con frecuencia, de lo más parecido a un bonsái: el resultado<br />

de un esmerado proceso de poda y falta de espacio en el que echar raíces.<br />

Como en otros países desarrollados, se da la <strong>para</strong>doja de que frente al<br />

peor estado de salud percibido de las mujeres, las tasas de mortalidad son<br />

superiores en los hombres. Este exceso de mortalidad en el sexo masculino se<br />

asocia con conductas de riesgo determinadas en gran parte por los valores<br />

tradicionales asociados a la masculinidad, como el mayor consumo de


alcohol, de drogas y conductas de riesgo ligadas a los accidentes [383] . Como<br />

los informes epidemiológicos suelen carecer de información por sexos, se da<br />

la falsa imagen de comportamientos homogéneos entre mujeres y hombres y<br />

por ello también se plantean esquemas de atención, prevención y<br />

rehabilitación idénticos.<br />

LOS NUEVOS MODELOS<br />

Aceptar a las mujeres como sujetos iguales, como interlocutoras, como<br />

ciudadanas, legitimadas como socias en un nuevo contrato social, no es tarea<br />

fácil <strong>para</strong> los varones. La igualdad es un reto masculino. Cambiar hacia la<br />

igualdad supone un esfuerzo puesto que no sólo implica renunciar a derechos<br />

adquiridos sino también poner en cuestión los hábitos propios, la identidad, la<br />

imagen que se tiene de las mujeres y la base del sentido masculino de la<br />

autoestima.<br />

La guía es querer ser un varón justo y respetuoso. Todo lo demás son<br />

excusas, ya no vale la nostalgia del machismo perdido o el victimismo del<br />

varón resentido. Los grupos que trabajan una nueva masculinidad proponen,<br />

<strong>para</strong> que el cambio sea posible, desarrollar estrategias grupales, sociales y<br />

políticas que ayuden a los varones a hacerlo. Algunas tareas pendientes son la<br />

promoción del asociacionismo y estimular a los varones igualitarios <strong>para</strong> que<br />

abandonen el silencio cómplice; el desarrollo y difusión de los estudios<br />

críticos del varón y del capítulo masculino de los estudios de género en las<br />

universidades; y el entrenamiento de profesionales de la salud, el derecho y la<br />

educación sobre las particularidades del psiquismo y los comportamientos<br />

masculinos, especialmente las habilidades de resistencia al cambio.<br />

Explica Lozoya que es necesario explicar a niños y jóvenes que ser<br />

hombre no impide ser dulce, sensible o cariñoso y enseñar a los niños a<br />

atender sus necesidades domésticas y a compartir responsabilidades en el<br />

hogar. Enseñarles a cuidar y no sólo a proteger a los y las demás. Ayudarles<br />

también a reconocer el dolor y las angustias, a expresar los sentimientos y<br />

pedir ayuda, a buscar apoyo y consejo. Aclararles que no necesitan demostrar<br />

que son fuertes, valientes... y que tampoco es realmente importante no serlo<br />

demasiado. Y decirles que la heterosexualidad no es sinónimo de


masculinidad ni motivo de orgullo, ya que en el mejor de los casos sólo es la<br />

expresión de la orientación del deseo sexual. Insistirles en que hay que pedir<br />

permiso <strong>para</strong> tener contactos sexuales y aceptar las negativas. Porque no es<br />

cierto que un no es un quizás y un quizás, un sí, si insisten.<br />

También es imprescindible que los medios de comunicación comiencen a<br />

transmitir mensajes sobre modelos masculinos igualitaristas, y lo mismo<br />

hagan las campañas institucionales. En definitiva, se trata de que los varones<br />

sean valientes y ante las injusticias y las desigualdades entre hombres y<br />

mujeres en la sociedad, se atrevan a decir: no en mi nombre.<br />

Concluye Víctor Seidler: «En la medida que los hombres aprendan a<br />

mostrar más abiertamente su vulnerabilidad, aprenderán a reconocer que no<br />

es un signo de debilidad, sino una muestra de valor. Cuando los hombres<br />

jóvenes aprendan a ser responsables íntimos en sus relaciones con cualquiera<br />

de los dos sexos, aprenderán a saber qué es lo que les importa en la vida.<br />

Aprenderán a apreciar el amor mientras luchan por una mayor justicia en las<br />

relaciones entre los sexos dentro de una sociedad más democrática» [384] .


14<br />

Prejuicios y tópicos<br />

Desenmascarando el machismo<br />

Hay que revisar los tópicos.<br />

Los tópicos son tan cómodos…<br />

CARMEN IGLESIAS<br />

LA PRINCESA DE LA BOLSA DE PAPEL<br />

Ésta es la historia de la princesa Elizabeth y el príncipe Ronald. Un día,<br />

cuando los jóvenes enamorados planeaban con detalle su matrimonio,<br />

irrumpió en escena un gran dragón que prendió fuego al castillo de Elizabeth<br />

y a sus vestidos. Tras el destrozo, el gran dragón huyó volando llevándose<br />

consigo al príncipe Ronald, transportado por los fondillos de sus pantalones.<br />

La princesa Elizabeth se puso furiosa. Encontró una bolsa de papel, se vistió<br />

con ella y persiguió al dragón. La princesa engañó al monstruo haciéndole<br />

exhibir todos sus poderes mágicos hasta que, exhausto, el dragón se durmió.<br />

La princesa, rápidamente, se introdujo en la cueva del dragón <strong>para</strong> salvar a<br />

Ronald. Y se encontró con la sorpresa de que su príncipe no quería ser<br />

salvado por una princesa cubierta de hollín y sin nada más que ponerse que<br />

una bolsa de papel. Elizabeth, estupefacta ante el repentino giro de los<br />

acontecimientos, se dirige a su amado con las siguientes palabras: «Ronald,


tu traje es realmente bonito y tu pelo está muy bien peinado. Pareces un<br />

verdadero príncipe, pero eres un idiota.» La historia termina mostrando a la<br />

princesa alejándose, sola, bajo la puesta de sol y con las siguientes palabras:<br />

«Después de todo, no se casaron» [385] .<br />

¿Por qué no contamos estos cuentos a nuestros niños y a nuestras niñas?<br />

¿Quizá porque la princesa es muy valiente?, ¿porque la princesa Elizabeth no<br />

mata al dragón, consigue vencerlo sin emplear la fuerza? ¿Será porque el<br />

príncipe Ronald es tonto? A lo mejor, no los contamos porque a la princesa<br />

no le importa nada su aspecto o, tal vez, porque «después de todo, no se<br />

casaron».<br />

¿Es éste un delirio feminista? ¿Es una tontería? Ni lo uno ni lo otro. El<br />

patriarcado, como sistema de dominación de los hombres sobre las mujeres<br />

que es, necesita el poder, la fuerza y la cultura <strong>para</strong> mantenerse. Necesita<br />

controlar el mundo simbólico, el lenguaje, los sueños, es decir, necesita que<br />

todos interioricemos esa dominación, que nos la creamos, tanto los<br />

dominadores como las dominadas. Necesita que las niñas no sueñen con ser<br />

heroínas valientes que salven a sus príncipes del peligro que les acecha y<br />

mucho menos que, después de salvados y aun enamoradas de ellos, decidan<br />

abandonarlos. El patriarcado también necesita que los niños no quieran ser<br />

salvados por princesas y mucho menos que se quieran casar con ellas si<br />

tienen un aspecto deplorable. Los prejuicios son un arma imprescindible. Es<br />

más, los sistemas de dominación se alimentan de prejuicios.<br />

Ya Poulain de la Barre en su libro Sobre la igualdad de los sexos escribía<br />

que «es incom<strong>para</strong>blemente más difícil cambiar en los hombres los puntos de<br />

vista basados en prejuicios que los adquiridos por razones que les parecieron<br />

más convincentes o sólidas. Podemos incluir entre los prejuicios el que se<br />

tiene vulgarmente sobre la diferencia entre los dos sexos y todo lo que<br />

depende de ella. No existe ninguno tan antiguo ni tan universal» [386] . Los<br />

prejuicios son fundamentales porque no forman parte de la lógica, ni de la<br />

ciencia, ni de la razón. Todo lo contrario, la razón hace tiempo que ha<br />

desmontado el sistema patriarcal. Nadie con dos dedos de frente puede creer<br />

—y mucho menos defender— que ser biológicamente mujer, es decir, tener<br />

útero, senos y clítoris, traiga consigo la obligación de fregar platos y poner<br />

lavadoras. Como nadie en su sano juicio puede defender que la posibilidad de


parir supone la imposibilidad de conducir o presidir un país. La teoría<br />

feminista indaga en las fuentes religiosas, filosóficas, científicas, históricas,<br />

antropológicas y en el llamado sentido común <strong>para</strong> desarticular las<br />

falsedades, prejuicios y contradicciones que legitiman la dominación sexual.<br />

Tras el largo recorrido de los capítulos anteriores, éste es el turno del sentido<br />

común.<br />

FEMINISMO Y MACHISMO. NO ES LO MISMO<br />

No sólo no es lo mismo sino que no tienen nada que ver. El feminismo es una<br />

teoría de la igualdad y el machismo, una teoría de la inferioridad. El<br />

feminismo se edifica a partir del principio de igualdad, todos los ciudadanos<br />

y ciudadanas son libres e iguales ante la ley. El feminismo es una teoría y<br />

práctica política que se basa en la justicia y propugna, como idea base sobre<br />

la que se cimienta todo su desarrollo posterior, que mujeres y hombres somos<br />

iguales en derechos y libertades. El machismo consiste en la discriminación<br />

basada en la creencia de que los hombres son superiores a las mujeres. Según<br />

la época, el momento o la imaginación del machista, los argumentos serán<br />

distintos. Da igual, el caso es defender y practicar que los hombres tienen una<br />

serie de derechos y privilegios que no están dispuestos a compartir con las<br />

mujeres y <strong>para</strong> ello utilizan todos los medios a su alcance, incluida la<br />

violencia si es necesario. Una vez desarrollado el feminismo y nombrado<br />

como privilegio a lo que hasta entonces se había considerado natural, fue<br />

necesario equi<strong>para</strong>r ambas teorías, como si fuesen éticamente iguales. Algo<br />

así como decir que el racismo y la lucha contra el racismo son lo mismo. En<br />

la estructura mental del patriarcado, o estás conmigo o estás contra mí. De<br />

ahí a la guerra de sexos sólo había un pasito.<br />

UNA REVOLUCIÓN SIN MUERTOS<br />

El feminismo dio por enterrada la guerra de sexos ya en el siglo XVII. Es<br />

más, el feminismo nace enterrando la guerra de sexos. Hasta que el joven


filósofo y cura Poulain de la Barre publica su libro Sobre la igualdad de los<br />

sexosen 1673, escritores, filósofos, moralistas, religiosos... se debatían en lo<br />

que se conoce como el discurso de la excelencia o la inferioridad de las<br />

damas. Es decir, la controversia estaba entre quienes defendían una serie de<br />

cualidades en las mujeres que las hacían superiores a los varones o todo lo<br />

contrario, quienes aseguraban que las mujeres eran la fuente de todos los<br />

males. El libro de Poulain de la Barre, considerado el precedente más<br />

importante del feminismo, rompe esa discusión al centrarse en la demanda de<br />

la igualdad sexual. De la Barre cambia el discurso de la época, termina con<br />

esa guerra, con la com<strong>para</strong>ción entre los hombres y las mujeres y hace<br />

posible que comience la reflexión sobre la igualdad [387] .<br />

El feminismo nunca participó en la guerra de sexos. «El feminismo nunca<br />

ha pretendido la construcción de dos mundos se<strong>para</strong>dos, uno varonil y otro de<br />

mujeres, sino cambiar y mejorar el que hay» [388] . Pero la guerra es el<br />

instrumento por excelencia del patriarcado, con ella ha dominado el mundo,<br />

la naturaleza y a las mujeres, así que el machismo continúa hablando de<br />

guerra de sexos. Mientras las relaciones de poder y autoridad entre hombres y<br />

mujeres se consideren una guerra, no habrá nada que analizar ni nada que<br />

cuestionar, simplemente defenderse o atacar. Si como dice el patriarcado, el<br />

feminismo propiciase una guerra de sexos, habría muertos en ambos<br />

«bandos». Sin embargo, la revolución propiciada por el feminismo, la más<br />

importante del siglo XX, no tiene muertos. Nadie, en ninguna parte del<br />

mundo, a lo largo de la historia, ha asesinado en nombre del feminismo. En<br />

cambio, el machismo mata y millones de mujeres que hoy deberían estar<br />

vivas han sido asesinadas. Si existe una guerra, es obvio que no es una guerra<br />

de sexos, será una guerra no declarada contra las mujeres.<br />

EL PADRE DE TODOS LOS PREJUICIOS<br />

El primero, el padre de todos los prejuicios, es el que dice que la desigualdad<br />

entre hombres y mujeres es natural —no las diferencias biológicas, sino las<br />

desigualdades entre los derechos de unas y otros—, y prueba de ello —se<br />

añade— es que ha existido siempre. Y es que la lógica del patriarcado


especto a las mujeres es contraria a la lógica respecto al resto del mundo, es<br />

más, es justo lo contrario a la lógica. Así, cuando las mujeres desmintieron<br />

con sus vidas aquellas características que se les decía eran naturales a su ser,<br />

incluso se afirmaba que no era algo impuesto, sino que a las mujeres les<br />

gustaban —estar en casa, no opinar, ser dulces y complacientes, ser pasivas,<br />

no tener deseo sexual, no tener inteligencia, sólo sensibilidad...—, en vez de<br />

rectificar el error, ilustres señores explicaban que quien se había equivocado<br />

era la naturaleza. Igual que cuando el patriarcado aseguraba como verdad<br />

científica e irrefutable que las mujeres teníamos instinto maternal. Cuando no<br />

una, sino miles de mujeres decidieron no tener hijos, no se cuestionó la<br />

mentira inventada y repetida, eran esas mujeres las que eran raras, eran<br />

excepciones, ¡miles de excepciones!<br />

Lo mismo que ocurrió cuando las mujeres comenzaron a estudiar y crear.<br />

De nuevo, en vez de reconocer el error de haber adjudicado sólo a los varones<br />

las capacidades intelectuales, creyeron equivocada a la naturaleza.<br />

Un buen ejemplo se encuentra en los Recuerdos del tiempo viejo, obra en<br />

la que Zorrilla evoca los principales acontecimientos de su vida artística. En<br />

uno de sus capítulos, el autor de Don Juan Tenorio recuerda cómo conoció a<br />

la brillante escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda:<br />

En una de las sesiones matinales del Liceo se presentó de incógnito en los<br />

salones del Liceo del palacio de Villahermosa de Madrid, y la persona que la<br />

acompañaba me suplicó que diera lectura de una composición poética, cuyo<br />

borrador me puso en la mano, yo diría aquella sesión, y pasando los ojos por<br />

los primeros versos, no tuve reparo alguno en arriesgar la lectura de los no<br />

vistos.<br />

Subí a la tribuna, y leí como mejor supe unas estancias endecasílabas, que<br />

arrebataron al auditorio. Rompióse el incógnito, y presentada por mí, quedó<br />

aceptada en el Liceo, y por consiguiente en Madrid, como la primera poetisa<br />

de España, la hermosa Gertrudis Gómez de Avellaneda. Porque la mujer era<br />

hermosa, de grande estatura, de esculturales contornos, de bien modelados<br />

brazos, su cabeza coronada de castaños y abundantes rizos, y gallardamente<br />

colocada sobre sus hombros. Su voz era dulce, suave y femenil; sus<br />

movimientos lánguidos y mesurados, y la acción de sus manos delicada y<br />

flexible; pero la mirada firma de sus serenos ojos azules, su escritura


iosamente tendida sobre el papel, y los pensamientos varoniles de los<br />

vigorosos versos que reveló su ingenio, revelaban algo viril y fuerte en el<br />

espíritu encerrado dentro de aquella voluptuosa encarnación pueril. Nada<br />

había de áspero, de anguloso, de masculino, en fin, en aquel cuerpo de mujer,<br />

y de mujer atractiva; ni la coloración subida de la piel, ni espesura excesiva<br />

en las cejas, ni bozo que sombreara su fresca boca, ni brusquedad en sus<br />

maneras. Era una mujer; pero lo era sin duda por un error de la naturaleza,<br />

que había metido por distracción un alma de hombre en aquella envoltura de<br />

carne femenina [389] .<br />

LAS MUJERES, LAS PEORES<br />

El discurso de la excelencia, de gran tradición en nuestra cultura, aún pervive.<br />

Es utilizado frecuentemente por machistas escondidos bajo la fórmula de<br />

paternalistas, galantes o seductores. Es el más viejo de los trucos. Se utiliza<br />

desde la Edad Media. Consiste en halagar a la mujer remarcando diferencias,<br />

cualidades que sólo ella tiene y, por lo tanto, es mejor que las conserve y no<br />

se «estropee» en asuntos que no le son propios. Un buen ejemplo es la típica<br />

frase «Detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer». Frecuente<br />

homenaje, dudoso elogio que, según el escritor uruguayo Eduardo Galeano<br />

reduce a la mujer a la condición de respaldo de silla [390] . A las mujeres se las<br />

coloca siempre por debajo o por encima de la norma y nunca dentro de ella.<br />

Da igual la cuestión de la que se trate, sea una frivolidad o un tema de<br />

política de estado. Así, se utilizan frases como «las mujeres son las más<br />

machistas»; «cuando una mujer es mala es peor que cualquier hombre»; «si<br />

es buena es una santa y si es una terrorista es la más sanguinaria de la<br />

organización».<br />

LAS FEMINISTAS: FEAS, INSATISFECHAS SEXUALMENTE Y<br />

MARIMACHOS<br />

¿De dónde viene el desprestigio de un movimiento que sólo ha conseguido


mejoras <strong>para</strong> la situación de las mujeres en el mundo? De sus inicios.<br />

Olimpia de Gouges terminó en la guillotina, pero además, una vez asesinada,<br />

el periódico Moniteur Universelle publicó: «... quiso ser hombre de estado, y<br />

parece que la ley haya querido castigar a esta conspiradora por haber<br />

olvidado las virtudes que convienen a su sexo» [391] .<br />

Pero realmente, cuando se comenzó a desprestigiar a las feministas fue<br />

con el sufragismo, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra. Las<br />

campañas antisufragistas, tremendamente agresivas, utilizaron la caricatura<br />

como el medio más eficaz <strong>para</strong> ridiculizarlas, atribuyéndoles los conocidos<br />

rasgos de fealdad o masculinización. La brutalidad de las caricaturas<br />

mostraba la resistencia a las demandas de las sufragistas. Fue constante la<br />

burla hacia las mujeres por el supuesto abandono de sus deberes domésticos.<br />

En un cartel de la Liga Nacional Contra el Sufragio Femenino se visualizó el<br />

regreso al hogar de un hombre después de un duro día de trabajo,<br />

encontrándose con la casa desordenada, los hijos llorando y desam<strong>para</strong>dos y<br />

una nota que rezaba «Votos <strong>para</strong> las mujeres. Vuelvo en una hora o más».<br />

La prensa empleó de forma habitual el escarnio y la ridiculización como<br />

arma de descrédito hacia las sufragistas. A pesar de que la mayoría de las<br />

miles de mujeres movilizadas en el movimiento estaban casadas y eran amas<br />

de casa, perduró la visión de las sufragistas como solteronas feas que debían<br />

callarse. Por otra parte, eran constantes las insinuaciones acerca de que las<br />

solteras se convertían en sufragistas debido a sus instintos sexuales no<br />

satisfechos [392] .<br />

Ese descrédito permanente, histórico, también lo describe Betty Friedan<br />

en La mística de la feminidad.<br />

Es una deformación de la historia sobre la que nadie se ha preguntado el<br />

que se diga que la pasión y el fuego del movimiento feminista procediera de<br />

solteronas, hambrientas sexuales, amargadas, llenas de odio hacia los<br />

hombres, de mujeres castradas o asexuales consumidas por una tal ansia del<br />

miembro viril que se lo querían arrancar a todos los hombres, o destruirlos y<br />

reclamaban sus derechos sólo porque carecían del don de amar como<br />

mujeres. Mary Wollstonecraft, Angelina Grimké, Elizabeth Cady Stanton,<br />

Harriet Taylor... todas amaron, fueron amadas y se casaron; muchas de ellas<br />

parecen haber sido tan apasionadas en sus relaciones con sus esposos y


amantes —en una época en la que el apasionamiento erótico en la mujer<br />

estaba tan prohibido como la inteligencia— como lo fueron en su lucha <strong>para</strong><br />

dar a la mujer la oportunidad de desarrollarse hasta alcanzar la estatura<br />

humana total [393] .<br />

Después, llegarían las radicales rompiendo moldes y, entre ellos, los<br />

estéticos. Las radicales adoptaron el aspecto que quisieron, buscando sobre<br />

todo acabar con las normas impuestas. De nuevo, fueron castigadas,<br />

curiosamente, con los mismos argumentos con los que se ridiculizó a las<br />

sufragistas un siglo antes. A las radicales, que precisamente pusieron el<br />

acento en la libertad sexual y el reconocimiento de su propio cuerpo y deseo,<br />

se las volvió a caricaturizar como feas, insatisfechas sexualmente y<br />

marimachos. Recuerda con ironía Amelia Valcárcel sobre los<br />

cambios estéticos de las feministas españolas:<br />

En nuestra búsqueda de modelos comenzamos por abandonar los patrones<br />

estéticos anteriores. Las feministas, en efecto, en su mayor parte jubilaron la<br />

minifalda, que era una de las pocas cosas que, de todo lo que veníamos<br />

haciendo, a los varones les gustaba (no a los de cada una, por supuesto,<br />

padres y hermanos, sino a la fratría en general).<br />

¡Pues claro! Desde hace tres siglos hay feministas guapas y feas, ricas y<br />

pobres, gordas y delgadas, altas y bajas, casadas y solteras, heterosexuales y<br />

lesbianas, como en todas partes. Lo que no ha habido nunca, a lo largo de la<br />

historia, ha sido un movimiento político cuestionado por la belleza física de<br />

sus miembros.<br />

¿YO FEMINISTA? NO, NO. YO, FEMENINA<br />

Así las cosas, está claro que identificarse como feminista no otorga prestigio.<br />

Y si una mujer ya lo tiene, decir que es feminista sólo le hará perderlo o<br />

mitigarlo. Aún actualmente, el feminismo tiene un coste social, es obvio,<br />

aunque las feministas aseguran que es mucho más lo que reciben de él que lo<br />

que les cuesta. Pero lo sorprendente es el enfrentamiento que se hace por<br />

parte de mujeres y hombres sobre los términos feminista y femenino, como<br />

opuestos. «Es como cuando en las manifestaciones en la época de la


Transición nos gritaban: ¡a fregar! Nunca entendimos por qué se suponía que<br />

las feministas vivíamos en casas sucias» [394] . Lo de femenina como opuesto a<br />

feminista es algo parecido, igual de misterioso.<br />

El diccionario de la Real Academia Española nos describe así el término<br />

«femenina»:<br />

Femenino/na: Propio de mujeres. Perteneciente o relativo a ellas. Que<br />

posee los rasgos propios de la feminidad. Dicho de un ser dotado de órganos<br />

<strong>para</strong> ser fecundado. Perteneciente o relativo a este ser. Débil, endeble [395] .<br />

Feminidad: Cualidad de femenino.<br />

Entonces, o las feministas no son mujeres o la mujer que se identifica<br />

como femenina se refiere a la última acepción del diccionario: quiere decir<br />

que es débil y/o endeble. Y lo mismo suponemos que ocurrirá con los<br />

hombres cuando defienden que las mujeres deben ser femeninas y no<br />

feministas, se estarán refiriendo a que tienen que ser débiles. Si «femenino/a»<br />

es lo propio de las mujeres, está claro que el feminismo es absolutamente<br />

femenino.<br />

Mucho nos tememos que el misterio en este caso resida en el contenido<br />

real de lo que se considera tradicionalmente femenino. Es decir,<br />

coloquialmente parece que cuando se utiliza el adjetivo femenino no estamos<br />

calificando lo que hacen, dicen o piensan las mujeres, cada mujer, sino lo que<br />

el patriarcado ha impuesto que debe ser una mujer y que tiene que ver con la<br />

última acepción del diccionario: débil, endeble, indefensa, vulnerable... Como<br />

decía Betty Friedan en la conferencia que dio en Madrid en 1975: «Creo que<br />

hasta que no renuncié a ser femenina no empecé a disfrutar de ser mujer.»<br />

Pero no parece muy sensato que las mujeres dejemos que nos roben hasta<br />

nuestra propia definición. Si femenino es lo propio de las mujeres, será<br />

femenino lo que nosotras, todas, hagamos.<br />

Pero es más, si a esta misma mujer que dice públicamente que ella no es<br />

feminista sino femenina —entrevistada en algún medio de comunicación por<br />

ser una mujer destacada en cualquier campo—, le preguntaran, ¿quiere ser<br />

una persona libre?, ¿cree que las mujeres deben tener derecho a ir a la<br />

universidad?, ¿le parece bien que haya mujeres en la política?, ¿le parece que<br />

una mujer puede soñar y aspirar al cargo que su capacidad le permita?...<br />

Contestará: sí a todo, seguro. Y si le preguntan si es una persona débil o


endeble, lo negará rotundamente, seguro también.<br />

PACIENCIA, MUJER, PACIENCIA<br />

Otro de los tópicos utilizados respecto de los derechos de las mujeres es el<br />

argumento del paso del tiempo. Ante las críticas que el feminismo hace sobre<br />

los déficits democráticos y las distintas realidades femeninas, una respuesta<br />

habitual es: «no se consiguen las cosas de hoy <strong>para</strong> mañana». Un argumento<br />

comunmente aceptado y que causa perplejidad entre las filas feministas en las<br />

que se pregunta: ¿Cuál es la razón por la que las mujeres del siglo XXI nos<br />

tengamos que resignar a no ser ciudadanas de plenos derechos? ¿Se ha<br />

conseguido algún cambio social o político sin trabajo previo y lucha<br />

continua? ¿Por qué motivo tenemos que confiar en que serán nuestras nietas<br />

las que por fin sean mujeres libres y ciudadanas respetadas? Y, sobre todo,<br />

después de tres siglos de lucha, ¿cómo no pensar que es una desvergüenza<br />

apelar a la paciencia de las mujeres?<br />

YA ESTÁ TODO HECHO<br />

Actualmente, se utilizan distintos argumentos <strong>para</strong> desactivar la lucha<br />

feminista. Son argumentos más sutiles que conviven con el descrédito de las<br />

feministas. Uno es el de considerar el feminismo como un movimiento<br />

trasnochado, antiguo, ocultando así la cantidad de corrientes nuevas que en<br />

los últimos años han nacido y nacen en su seno. Otro es llamar feminismo a<br />

cualquier cosa que se haga a favor de las mujeres o que hagan las mujeres<br />

siguiendo su voluntad, o, ni siquiera eso, cualquier cosa, sin más. Es el todo<br />

vale —el mismísimo Bertín Osborne, nunca visto defendiendo los derechos<br />

de las mujeres, ni en primera fila ni en la retaguardia, declaraba en una<br />

entrevista: «Soy más feminista que las feministas.» ¡Glup!—. Y el argumento<br />

más habitual: se intenta desarticular la lucha asegurando que ya está todo<br />

hecho, que vivimos en sociedades democráticas donde la discriminación por<br />

sexos no existe. ¡El patriarcado ha muerto! Como bien sabemos las mujeres y


los hombres justos, el patriarcado no ha muerto, desgraciadamente, en ningún<br />

rincón del planeta. Y dependiendo de dónde se diga que la lucha ya está<br />

terminada puede resultar ridículo, atrevido o insultante. (Ver capítulos<br />

anteriores sobre mujeres asesinadas, índices de paro, tasas de pobreza,<br />

discriminación salarial, cuotas de representación...)<br />

EL MITO DE MARGARET THATCHER<br />

Los restos del discurso de la excelencia también perviven en ese tópico de<br />

que las mujeres somos todas iguales. Así, lo que hace una mal, lo pagamos<br />

todas (por el contrario, cuando alguna hace algo bien, eso no pasa a la cuenta<br />

de resultados). El ejemplo más recurrente es el de Margaret Thatcher. A la ex<br />

primera ministra británica, que gobernó su país con políticas ultraliberales y<br />

propició junto a R. Reagan la reacción conservadora de la década de los<br />

ochenta, le cayó el sobrenombre de La dama de hierro. Pero lo curioso es que<br />

aquellos que no estaban conformes con la política de Thatcher —y esto no es<br />

un alegato a favor de su gobierno ni muchísimo menos— no la critican sólo a<br />

ella, sino a todas las mujeres. Así, es frecuente escuchar: ¿<strong>para</strong> qué queréis el<br />

poder las mujeres? ¿Para hacer lo mismo que los hombres, como la Thatcher?<br />

Es idéntico recurso de quienes usan la opinión de una mujer no feminista <strong>para</strong><br />

descalificar el discurso feminista y más aún, quienes utilizan el discurso de<br />

una mujer feminista que no coincide con el de otra mujer feminista. Es decir:<br />

¡todas! las mujeres tenemos que pensar igual y ¡todas! las feministas también.<br />

Un argumento que ni se plantea en el caso de los varones. Los hombres se<br />

pueden dividir en partidos políticos, sindicatos, corrientes, organizaciones<br />

sociales, gremios..., es la lógica del mundo. Y, por supuesto, a nadie se le<br />

ocurre pensar que después de un Calígula, un Hitler, un Pinochet...<br />

estén todos desacreditados <strong>para</strong> gobernar.<br />

MUJERES AL VOLANTE, UN BUEN EJEMPLO<br />

La no lógica patriarcal es como un manto de aceite que cubre y oscurece la


ealidad. En algunos casos, con consecuencias dramáticas. Los automóviles<br />

son muy simbólicos <strong>para</strong> los varones. La publicidad es tremendamente<br />

significativa de cómo se continúan representando el poder y estatus<br />

masculino. Junto a un coche de lujo a menudo aparece una mujer bella y<br />

semidesnuda. Cuando las mujeres comenzaron a conducir en España —de<br />

manera generalizada hace apenas dos décadas—, era algo aceptado sin<br />

discusión que las mujeres no sabían conducir. Como el resto de los tópicos y<br />

prejuicios, la afirmación no se sustentaba en estadísticas o base científica<br />

alguna, simplemente mostraba el rechazo de buena parte de los varones a que<br />

las mujeres entraran en un terreno considerado históricamente masculino.<br />

Después, se impuso la idea de que a las mujeres les gustaban los coches<br />

pequeños, cuando el argumento real era que tenían menos dinero <strong>para</strong><br />

comprarlos y en el caso de que lo tuvieran, los vehículos no formaban parte<br />

de sus prioridades. Además, en la mayoría de las familias donde hay dos<br />

automóviles, el de la mujer suele ser el pequeño o el viejo, «total, a ella le da<br />

igual o le gusta», se argumenta. La cuestión no revestía mayor importancia,<br />

las mujeres seguían conduciendo —cada día más—, indiferentes a ese tipo de<br />

opiniones.<br />

Sin embargo, cuando se analizaron los datos sobre accidentes de tráfico y<br />

fallecidos, las cosas tomaron otro color. El estudio realizado por el Ministerio<br />

de Justicia sobre los 1.447 accidentes mortales en las carreteras españolas<br />

durante el año 2001 muestra que el 90,5 % de los muertos fueron hombres y<br />

el 9,5 mujeres. Y si se cruza la variable género con los índices de alcoholemia<br />

en los accidentes, resulta que del total de los varones siniestrados, el 45,3 %<br />

dio alcoholemia positiva frente al 14,5 % de las mujeres. También, año tras<br />

año, los datos de la Unión Española de Entidades Aseguradoras y<br />

Reaseguradoras (UNESPA) desmienten el tópico afirmando que las mujeres<br />

son, por lo general, mejores conductoras que los hombres y se ven envueltas<br />

en menos accidentes, tanto mortales como sin resultado de muerte.<br />

Para quienes desde las ciencias psicosociales estudian los<br />

comportamientos masculinos, la lectura de estas cifras es nítida. El<br />

psicoterapeuta Luis Bonino explica que la conducción temeraria e imprudente<br />

está íntimamente relacionada con el actual modelo de masculinidad que se<br />

enseña a los niños. «Este modelo —añade Bonino— fomenta la


autosuficiencia, la temeridad, la competitividad y exige la realización de<br />

pruebas de demostración de esas cualidades como parte del camino de<br />

hacerse hombre. Muchos de los comportamientos imprudentes de riesgo que<br />

los varones realizan, funcionan como “pruebas de virilidad”. Las políticas de<br />

seguridad vial deberían estar orientadas a desafiar el modelo tradicional de<br />

“lo que un hombre debe ser” y en ayudar a promover un modelo de hombre,<br />

una masculinidad que no deba ser probada y en la que la prudencia y el<br />

cuidado por los demás sean también apreciados valores masculinos.»<br />

Sin embargo, frente a la claridad de los datos y lo tremendamente<br />

significativas que son las estadísticas, tampoco en un problema tan grave<br />

como es la siniestralidad en las carreteras se trabaja con perspectiva de<br />

género ni buscando los porqués reales que inducen a cientos de muchachos a<br />

jugarse la vida cada fin de semana. En este caso, como en muchos otros, se<br />

elude la lectura de género y se persiste en el tópico y el estereotipo frente a la<br />

ciencia, a la realidad y a lo obvio.<br />

Los tópicos y los estereotipos son dañinos. Algunos, mortales.


Anexos


Declaración de Derechos de la Mujer y de<br />

la Ciudadana<br />

DECLARACIÓN DE DERECHOS<br />

DE LA MUJER Y DE LA CIUDADANA<br />

OLYMPIA DE GOUGES, 1791<br />

Para ser decretados por la Asamblea Nacional en sus últimas sesiones o<br />

en la próxima legislatura.<br />

Preámbulo: Las madres, las hijas, las hermanas, representantes de la<br />

Nación, solicitan ser constituidas en Asamblea Nacional. Considerando que<br />

la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer son las<br />

únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos,<br />

han decidido exponer en una solemne declaración los derechos naturales,<br />

inalienables y sagrados de la mujer, con el fin de que esta declaración,<br />

presente continuamente en la mente de todo el cuerpo social, les recuerde sin<br />

cesar sus derechos y deberes; con el fin de que los actos de poder de las<br />

mujeres y los actos de poder de los hombres puedan ser com<strong>para</strong>dos en<br />

cualquier momento con el objetivo de toda institución política, y sean más<br />

respetados; con el fin de que las reclamaciones de las ciudadanas, basadas en<br />

lo sucesivo sobre principios sencillos e incontrovertibles, tiendan siempre<br />

hacia el mantenimiento de la Constitución, de las buenas costumbres y de la<br />

felicidad de todos.<br />

En consecuencia, el sexo superior, tanto en belleza como en valor —<br />

como demuestran los sufrimientos maternales—, reconoce y declara, en


presencia y bajo los auspicios del Ser Supremo, los siguientes Derechos de la<br />

Mujer y de la Ciudadana.<br />

Artículo I: La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos.<br />

Las distinciones sociales no pueden estar basadas más que en la utilidad<br />

común.<br />

Artículo II: El objetivo de toda asociación política es la conservación de<br />

los derechos naturales e imprescriptibles de la mujer y los del hombre; estos<br />

derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la<br />

resistencia a la opresión.<br />

Artículo III: El principio de toda soberanía reside, esencialmente, en la<br />

Nación, que no es otra cosa que la reunión de la mujer y del hombre; ningún<br />

cuerpo y ningún individuo puede ejercer autoridad alguna que no emane<br />

expresamente de esta soberanía.<br />

Artículo IV: La libertad y la justicia consisten en devolver todo cuanto<br />

pertenece a otros; así pues, el ejercicio de los derechos naturales de la mujer<br />

no tiene más limitaciones que la tiranía perpetua a que el hombre la somete;<br />

estas limitaciones deben ser modificadas por medio de las leyes de la<br />

naturaleza y de la razón.<br />

Artículo V: Las leyes de la naturaleza y las de la razón prohíben<br />

cualquier acción perjudicial <strong>para</strong> la sociedad: todo lo que no esté prohibido<br />

por estas leyes, sabias y divinas, no puede ser impedido y nadie puede ser<br />

obligado a hacer algo que no se incluya en dichas leyes.<br />

Artículo VI: La ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas<br />

las ciudadanas y ciudadanos deben concurrir, ya sea personalmente o a través<br />

de sus representantes, a la formación de dicha ley. Ésta debe ser la misma<br />

<strong>para</strong> todos, todas las ciudadanas y todos los ciudadanos, al ser iguales ante los<br />

ojos de la ley, deben ser admitidos por igual a cualquier dignidad, puesto o<br />

empleo público, según sus capacidades, sin otras distinciones que las<br />

derivadas de sus virtudes y sus talentos.<br />

Artículo VII: Ninguna mujer está excluida de esta regla; sólo podrá ser<br />

acusada, detenida o encarcelada en aquellos casos que dicta la ley. Las<br />

mujeres obedecen exactamente igual que los hombres a esta ley rigurosa.<br />

Artículo VIII: La ley no debe establecer otras penas que las estricta y<br />

evidentemente necesarias, y nadie puede ser castigado más que en virtud de


una ley establecida y promulgada antes que la comisión del delito y que<br />

legalmente pueda ser aplicable a las mujeres.<br />

Artículo IX: A cualquier mujer que ha sido declarada culpable debe<br />

aplicársele la ley con todo rigor.<br />

Artículo X: Nadie puede ser molestado por sus opiniones, aun las más<br />

fundamentales. La mujer tiene el derecho a ser llevada al cadalso, y, del<br />

mismo modo, el derecho a subir a la tribuna, siempre que sus manifestaciones<br />

no alteren el orden público establecido por la ley.<br />

Artículo XI: La libre comunicación de pensamientos y opiniones es uno<br />

de los derechos más valiosos de la mujer, ya que esta libertad asegura la<br />

legitimidad de los padres con respecto a los hijos. Cualquier ciudadana<br />

puede, pues, decir libremente «yo soy madre de un niño que os pertenece»,<br />

sin que un prejuicio bárbaro la obligue a disimular la verdad; salvo a<br />

responder por el abuso que pudiera hacer de esta libertad, en los casos<br />

determinados por la ley.<br />

Artículo XII: La garantía de los derechos de la mujer y de la ciudadana<br />

necesita de una utilidad mayor, esta garantía debe instituirse <strong>para</strong> beneficio de<br />

todos y no <strong>para</strong> la utilidad particular de aquellas a quienes se les ha confiado.<br />

Artículo XIII: Para el mantenimiento de la fuerza pública y los gastos de<br />

la administración, serán iguales las contribuciones de hombres y mujeres; la<br />

mujer participará en todas las tareas ingratas y penosas, por lo tanto debe<br />

poder participar en la distribución de puestos, empleos, cargos y honores, y<br />

en la industria.<br />

Artículo XIV: Las ciudadanas y los ciudadanos tienen derecho a<br />

comprobar por sí mismos o por medio de sus representantes la necesidad de<br />

la contribución al erario público. Las ciudadanas no pueden dar su<br />

consentimiento a dicha contribución si no es a través de la admisión de una<br />

participación equivalente, no sólo en cuanto a la fortuna, sino también en la<br />

administración pública y en la determinación de la cuota, la base imponible,<br />

la cobranza y la duración del impuesto.<br />

Artículo XV: La masa de las mujeres, unida a la de los hombres <strong>para</strong> la<br />

contribución al erario público, tiene derecho a pedir cuentas a cualquier<br />

agente público de su gestión administrativa.<br />

Artículo XVI: Toda sociedad en la que no esté asegurada la garantía de


los derechos ni la se<strong>para</strong>ción de los poderes no puede decirse que tenga una<br />

constitución. La constitución no puede considerarse como tal si la mayoría de<br />

los individuos que componen la Nación no ha colaborado en su redacción.<br />

Artículo XVII: Las propiedades son <strong>para</strong> todos los sexos reunidos o<br />

se<strong>para</strong>dos. Tienen <strong>para</strong> cada uno derecho inviolable y sagrado; nadie puede<br />

verse privado como patrimonio verdadero de la naturaleza, a no ser que la<br />

necesidad pública, legalmente constatada, lo exija de manera evidente y a<br />

condición de una justa y previa indemnización.


Declaración de Sentimientos<br />

DECLARACIÓN DE SENTIMIENTOS<br />

Seneca Falls, Nueva York<br />

19 y 20 de julio de 1848<br />

CONSIDERANDO: Que está convenido que el gran precepto de la<br />

naturaleza es que «el hombre ha de perseguir su verdadera y sustancial<br />

felicidad». Blackstone en sus Comen-tarios señala que puesto que esta ley de<br />

la naturaleza es coetánea con la humanidad y fue dictada por Dios, tiene<br />

evidentemente primacía sobre cualquier otra. Es obligatoria en toda la tierra,<br />

en todos los países y en todos los tiempos; ninguna ley humana tiene valor si<br />

la contradice, y aquellas que son válidas derivan toda su fuerza, todo su valor<br />

y toda su autoridad mediata e inmediatamente de ella; en consecuencia:<br />

DECIDIMOS: Que todas aquellas leyes que sean conflictivas en alguna<br />

manera con la verdadera y sustancial felicidad de la mujer, son contrarias al<br />

gran precepto de la naturaleza y no tienen validez, pues este precepto tiene<br />

primacía sobre cualquier otro.<br />

DECIDIMOS: Que todas las leyes que impidan que la mujer ocupe en la<br />

sociedad la posición que su conciencia le dicte, o que la sitúen en una<br />

posición inferior a la del hombre, son contrarias al gran precepto de la<br />

naturaleza y, por lo tanto, no tienen ni fuerza ni autoridad.<br />

DECIDIMOS: Que la mujer es igual al hombre —que así lo pretendió el<br />

Creador— y que por el bien de la raza humana exige que sea reconocida<br />

como tal.


DECIDIMOS: Que las mujeres de este país deben ser informadas en<br />

cuanto a las leyes bajo las cuales viven, que no deben seguir proclamando su<br />

degradación, declarándose satisfechas con su actual situación ni su<br />

ignorancia, aseverando que tienen todos los derechos que desean.<br />

DECIDIMOS: Que puesto que el hombre pretende ser superior<br />

intelectualmente y admite que la mujer lo es moralmente, es preeminente<br />

deber suyo animarla a que hable y predique en todas las reuniones religiosas.<br />

DECIDIMOS: Que la misma proporción de virtud, delicadeza y<br />

refinamiento en el comportamiento que se exige a la mujer en la sociedad, sea<br />

exigida al hombre, y las mismas infracciones sean juzgadas con igual<br />

severidad, tanto en el hombre como en la mujer.<br />

DECIDIMOS: Que la acusación de falta de delicadeza y de decoro con<br />

que con tanta frecuencia se inculpa a la mujer cuando dirige la palabra en<br />

público, proviene, y con muy mala intención, de los que con su asistencia<br />

fomentaban su aparición en los escenarios, en los conciertos y en los circos.<br />

DECIDIMOS: Que la mujer se ha mantenido satisfecha durante<br />

demasiado tiempo dentro de unos límites determinados que unas costumbres<br />

corrompidas y una tergiversada interpretación de las Sagradas Escrituras han<br />

señalado <strong>para</strong> ella, y que ya es hora de que se mueva en el medio más amplio<br />

que el Creador le ha asignado.<br />

DECIDIMOS: Que es deber de las mujeres de este país asegurarse el<br />

sagrado derecho del voto.<br />

DECIDIMOS: Que la igualdad de los derechos humanos es consecuencia<br />

del hecho de que toda la raza humana es idéntica en cuanto a capacidad y<br />

responsabilidad.<br />

DECIDIMOS, POR TANTO: Que habiendo sido investida por el<br />

Creador con los mismos dones y con la misma conciencia de responsabilidad<br />

<strong>para</strong> ejercerlos, está demostrado que la mujer, lo mismo que el hombre, tiene<br />

el deber y el derecho de promover toda causa justa por todos los medios<br />

justos; y en lo que se refiere a los grandes temas religiosos y morales, resulta<br />

muy en especial evidente su derecho a impartir con su hermano sus<br />

enseñanzas, tanto en público como en privado, por escrito o de palabra, o a<br />

través de cualquier medio adecuado, en cualquier asamblea que valga la pena<br />

celebrar; y por ser esto una verdad evidente que emana de los principios de


implantación divina de la naturaleza humana, cualquier costumbre o<br />

imposición que le sea adversa, tanto si es moderna como si lleva la sanción<br />

canosa de la antigüedad, debe ser considerada como una evidente falsedad y<br />

en contra de la humanidad.<br />

En la última sesión Lucretia Mott expuso y habló de la siguiente decisión:<br />

DECIDIMOS: Que la rapidez y el éxito de nuestra causa depende del<br />

celo y de los esfuerzos, tanto de los hombres como de las mujeres, <strong>para</strong><br />

derribar el monopolio de los púlpitos y <strong>para</strong> conseguir que la mujer participe<br />

equitativamente en los diferentes oficios, profesiones y negocios.


Sufragio universal


Fuente: Atlas del estado de la mujer en el mundo<br />

Joni Seager<br />

Akal, Madrid, 2001


La larga lucha institucional <strong>para</strong> conseguir<br />

que los Derechos humanos también sean<br />

reconocidos <strong>para</strong> las humanas<br />

1946 Naciones Unidas crea la Comisión de la Condición Jurídica y Social<br />

de la Mujer. (Inactiva durante casi treinta años).<br />

1948 Declaración Universal de los Derechos Humanos.<br />

1954 En la Asamblea General de Naciones Unidas se reconoce que las<br />

mujeres continuaban sujetas a leyes, tradiciones y prácticas discriminatorias<br />

que entraban en flagrante contradicción con la Declaración Universal de los<br />

Derechos Humanos.<br />

1966 Convenio Internacional sobre Derechos Culturales, Sociales y<br />

Económicos.<br />

Entra en vigor el 3 de enero de 1976.<br />

1966 Convenio Internacional sobre Derechos Políticos y Civiles.<br />

Entra en vigor el 23 de marzo de 1976.<br />

1967 Declaración de la Asamblea General de Naciones Unidas sobre<br />

la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer.<br />

1975 Año Internacional de la Mujer.<br />

I Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer. Ciudad de México.<br />

Se identificaron 3 objetivos fundamentales:<br />

1. La igualdad plena de género y la eliminación de la discriminación por<br />

motivos de género, en especial en el ámbito educativo.


2. La integración y plena participación de las mujeres en el desarrollo.<br />

3. La necesidad de contribuir cada vez más al fortalecimiento de la paz<br />

mundial.<br />

1979 Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de<br />

Discriminación contra la Mujer (CEDAW).<br />

Adoptada y abierta a la firma, ratificación y acceso por resolución de la<br />

Asamblea General 34/180 de 18 de diciembre de 1979.<br />

1980 II Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer.<br />

Copenhague.<br />

Asistieron representantes de 145 Estados Miembros. Se reafirmaron los<br />

objetivos de Igualdad, Desarrollo y Paz, prestando especial atención al<br />

empleo, la salud y la educación de las mujeres. Esta Conferencia estableció<br />

tres esferas indispensables <strong>para</strong> la adopción de medidas concretas: igualdad<br />

de acceso a la educación, oportunidades de empleo y servicios adecuados de<br />

atención de la salud.<br />

1981 3 de septiembre, entra en vigor la Convención sobre la<br />

Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer<br />

(CEDAW).<br />

La CEDAW promulga, en forma jurídicamente obligatoria, principios<br />

aceptados universalmente y medidas a adoptar por parte de los Estados y<br />

determinados actores privados, <strong>para</strong> conseguir que las mujeres gocen de<br />

derechos iguales en todas partes, y avanzar así en el reconocimiento y<br />

profundización del principio de no discriminación. Es el tratado más<br />

comprehensivo de los derechos humanos de las mujeres y se orienta hacia el<br />

adelanto de la condición de las mujeres en el mundo y es, en esencia, el<br />

decreto internacional de los derechos de las mujeres. La Convención requiere<br />

que los Estados eliminen la discriminación contra las mujeres en el disfrute<br />

de todos sus derechos civiles, políticos, económicos y culturales. También<br />

establece medidas que los estados deben perseguir <strong>para</strong> lograr la equidad<br />

entre las mujeres y los hombres.<br />

1984 España ratifica la CEDAW.<br />

1985 III Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer. Nairobi.<br />

1992 El Comité de la ONU <strong>para</strong> Erradicar la Discriminación contra la


Mujer adopta la Recomendación 19 sobre la Violencia contra la Mujer. Esta<br />

recomendación declara que la violencia contra la mujer es una forma de<br />

discriminación contra ella que refleja y perpetúa su subordinación, y solicita<br />

que los Estados eliminen la violencia en todas las esferas. Exige que todos los<br />

países que ratificaron la CEDAW preparen informes <strong>para</strong> el Comité de la<br />

ONU cada cuatro años y que incluyan información acerca de las leyes y la<br />

incidencia de la violencia de género, así como las medidas tomadas <strong>para</strong><br />

detenerla y eliminarla.<br />

1993 Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos. Viena.<br />

Reconoce que la violencia contra las mujeres y las niñas constituye una<br />

grave violación de los derechos humanos.<br />

La Asamblea General de las Naciones Unidas aprueba la Declaración de<br />

la Eliminación de Todas las Formas de Violencia Contra la Mujer, que<br />

compromete a todos los Estados miembros de la ONU y debe ser reforzada<br />

internacionalmente por medio de los comités de tratados relevantes,<br />

incluyendo a la CEDAW.<br />

La Comisión de los Derechos Humanos de la ONU nombra a la primera<br />

Relatora Especial sobre violencia contra la mujer, lo cual permite recibir<br />

denuncias e iniciar investigaciones sobre violencia contra las mujeres en<br />

todos los países miembros de la ONU.<br />

1994 Conferencia Internacional de Población y el Desarrollo.<br />

Reconoce que los derechos reproductivos son derechos humanos y que la<br />

violencia de género es un obstáculo <strong>para</strong> la salud reproductiva y sexual de las<br />

mujeres, la educación y la participación en el desarrollo, y hace un llamado a<br />

los Estados <strong>para</strong> implementar la Declaración de la Eliminación de la<br />

Violencia Contra las Mujeres.<br />

1995 IV Conferencia Mundial sobre la Mujer. ONU. Beijing.<br />

En esta Conferencia se afirma que «la violencia hacia las mujeres es un<br />

obstáculo <strong>para</strong> alcanzar los objetivos de igualdad, desarrollo y paz. La<br />

violencia hacia las mujeres viola y anula la libertad fundamental y la de<br />

disfrutar sus derechos humanos básicos. El constante fracaso de los Estados<br />

en proteger y promover estos derechos y libertades en cuanto a violencia<br />

hacia las mujeres, es un tema que les concierne y debe ser discutido». La<br />

creciente responsabilidad de los Estados por la violencia de la sociedad


delineada en la Plataforma de Beijing obliga a los Estados a condenar y<br />

adoptar políticas <strong>para</strong> eliminar la violencia hacia las mujeres.<br />

La Conferencia aprobó por unanimidad la Declaración y la Plataforma de<br />

Acción de Beijing, en esencia, un programa <strong>para</strong> promover el avance de las<br />

mujeres en el siglo XXI.<br />

1998 La Comisión de la ONU sobre el Estado de la Mujer, revisa<br />

cuatro secciones claves de los derechos humanos de la Declaración y la<br />

Plataforma de Acción de Beijing: los Derechos Humanos de la Mujer, la<br />

Violencia contra la Mujer, la Mujer y los Conflictos Armados y la Niña.<br />

*ONU MUJERES<br />

En julio de 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas creó ONU<br />

Mujeres, la Entidad <strong>para</strong> la Igualdad de Género y el Empoderamiento de la<br />

Mujer. Su nacimiento formó parte de la reforma de la ONU al fusionar los<br />

cuatro componentes que hasta entonces se encargaban de la igualdad y el<br />

empoderamiento de las mujeres: la División <strong>para</strong> el Adelanto de la Mujer<br />

(DAW), el Instituto Internacional de Investigaciones y Capacitación <strong>para</strong> la<br />

Promoción de la Mujer (INSTRAW), la Oficina del Asesor Especial en<br />

cuestiones de género (OSAGI) y el fondo de Desarrollo de las Naciones<br />

Unidas <strong>para</strong> la Mujer (UNIFEM). ONU Mujeres, en realidad, es la heredera<br />

de UNIFEM, creada en 1976 como respuesta a las demandas de las<br />

organizaciones de mujeres presentes en la primera Conferencia Mundial de<br />

las Naciones Unidas sobre la Mujer, que se realizó en Ciudad de México en<br />

1975.


Informe de la Real Academia Española<br />

sobre la expresión violencia de género<br />

El anuncio de que el Gobierno de España va a presentar un Proyecto de Ley<br />

integral contra la violencia de género ha llevado a la Real Academia<br />

Española a elaborar el presente Informe sobre el aspecto lingüístico de la<br />

denominación, incorporada ya de forma equivalente en las Leyes 50/1997 y<br />

30/2003 al hablar de impacto por razón de género.<br />

El análisis y la propuesta que al final de este Informe se presentan a la<br />

consideración del Gobierno han sido aprobados en la sesión plenaria<br />

académica celebrada el pasado jueves día 13 de mayo.<br />

1. ORIGEN DE LA EXPRESIÓN<br />

La expresión violencia de género es la traducción del inglés genderbased<br />

violence o gender violence, expresión difundida a raíz del<br />

Congreso sobre la Mujer celebrado en Pekín en 1995 bajo los auspicios<br />

de la ONU. Con ella se identifica la violencia, tanto física como<br />

psicológica, que se ejerce contra las mujeres por razón de su sexo, como<br />

consecuencia de su tradicional situación de sometimiento al varón en las<br />

sociedades de estructura patriarcal.<br />

Resulta obligado preguntarse si esta expresión es adecuada en<br />

español desde el punto de vista lingüístico y si existen alternativas que<br />

permitan sustituirla con ventaja y de acuerdo con otras fórmulas de<br />

denominación legal adoptadas por países pertenecientes al área<br />

lingüística románica y con el uso mayoritario de los países


hispanohablantes.<br />

2. ANÁLISIS SOBRE LA CONVENIENCIA DE SU USO EN ESPAÑOL<br />

La palabra género tiene en español los sentidos generales de<br />

«conjunto de seres establecido en función de características comunes» y<br />

«clase o tipo»: Hemos clasificado sus obras por géneros; Ese género de<br />

vida puede ser pernicioso <strong>para</strong> la salud. En gramática significa<br />

«propiedad de los sustantivos y de algunos pronombres por la cual se<br />

clasifican en masculinos, femeninos y, en algunas lenguas, también en<br />

neutros»: El sustantivo «mapa» es de género masculino. Para designar la<br />

condición orgánica, biológica, por la cual los seres vivos son masculinos<br />

o femeninos, debe emplearse el término sexo: Las personas de sexo<br />

femenino adoptaban una conducta diferente. Es decir, las palabras<br />

tienen género (y no sexo), mientras que los seres vivos tienen sexo (y no<br />

género). En español no existe tradición de uso de la palabra género<br />

como sinónimo de sexo.<br />

Es muy importante, además, tener en cuenta que en la tradición<br />

cultural española la palabra sexo no reduce su sentido al aspecto<br />

meramente biológico. Basta pensar al propósito lo que en esa línea ha<br />

significado la oposición de las expresiones sexo fuerte / sexo débil, cuyo<br />

concepto está, por cierto, debajo de buena parte de las actuaciones<br />

violentas.<br />

En inglés la voz gender se empleaba también hasta el siglo XVIII con<br />

el sentido de «clase o tipo» <strong>para</strong> el que el inglés actual prefiere otros<br />

términos: kind, sort, o class (o genus, en lenguaje taxonómico) [396] .<br />

Como en español, gender se utiliza también con el sentido de «género<br />

gramatical» [397] . Pero, además, se documenta desde antiguo un uso<br />

traslaticio de gender como sinónimo de sex [398] , sin duda nacido del<br />

empeño puritano en evitar este vocablo. Con el auge de los estudios<br />

feministas, en los años sesenta del siglo XX se comenzó a utilizar en el<br />

mundo anglosajón el término gender con el sentido de «sexo de un ser<br />

humano» desde el punto de vista específico de las diferencias sociales y<br />

culturales, en oposición a las biológicas, existentes entre hombres y<br />

mujeres [399] .<br />

Tal sentido técnico específico ha pasado del inglés a otras lenguas,


entre ellas el español. Así pues, mientras que con la voz sexo se designa<br />

una categoría meramente orgánica, biológica, con el término género se<br />

ha venido aludiendo a una categoría sociocultural que implica<br />

diferencias o desigualdades de índole social, económica, política,<br />

laboral, etc. En esa línea se habla de estudios de género, discriminación<br />

de género, violencia de género, etc. Y sobre esa base se ha llegado a<br />

veces a extender el uso del término género hasta su equivalencia con<br />

sexo: «El sistema justo sería aquel que no asigna premios ni castigos en<br />

razón de criterios moralmente irrelevantes (la raza, la clase social, el<br />

género de cada persona)» (El País Esp. 28.11.02); «Los mandos medios<br />

de las compañías suelen ver cómo sus propios ingresos dependen en<br />

gran medida de la diversidad étnica y de género que se da en su<br />

plantilla» (El Mundo Esp. 15.1.95). Es obvio que en ambos casos debió<br />

decirse sexo, y no género.<br />

3. DOCUMENTACIÓN DE LAS DIVERSAS EXPRESIONES USADAS<br />

EN ESPAÑOL PARA DENOMINAR EL CONCEPTO<br />

[400] [401]


Como se advierte a simple vista, la expresión violencia doméstica es<br />

la más utilizada con bastante diferencia en el ámbito hispánico,<br />

doblando a la expresión violencia intrafamiliar muy frecuente en<br />

Hispanoamérica junto con violencia familiar y violencia contra las<br />

mujeres.<br />

Critican algunos el uso de la expresión violencia doméstica<br />

aduciendo que podría aplicarse, en sentido estricto, a toda violencia<br />

ejercida entre familiares de un hogar (y no sólo entre los miembros de la<br />

pareja) o incluso entre personas que, sin ser familiares, viven bajo el<br />

mismo techo; y, en la misma línea —añaden—, quedarían fuera los<br />

casos de violencia contra la mujer ejercida por parte del novio o<br />

compañero sentimental con el que no conviva.<br />

De cara a una Ley integral la expresión violencia doméstica, tan


arraigada en el uso por su claridad de referencia, tiene precisamente la<br />

ventaja de aludir, entre otras cosas, a los trastornos y consecuencias que<br />

esa violencia causa no sólo en la persona de la mujer sino del hogar en<br />

su conjunto, aspecto este último al que esa ley específica quiere atender<br />

y subvenir con criterios de transversalidad.<br />

4. PROPUESTA DE DENOMINACIÓN<br />

Para que esa ley integral incluya en su denominación la referencia a<br />

los casos de violencia contra la mujer ejercida por parte del novio o<br />

compañero sentimental con el que no conviva, podría añadirse «o por<br />

razón de sexo». Con lo que la denominación completa más ajustada<br />

sería LEY INTEGRAL CONTRA LA VIOLENCIA DOMÉSTICA O<br />

POR RAZÓN DE SEXO.<br />

En la misma línea, debiera en adelante sustituirse la expresión<br />

«impacto por razón de género» por la de «impacto por razón de sexo»,<br />

en línea con lo que la Constitución establece en su Artículo 14 al hablar<br />

de la no discriminación «por razón de nacimiento, raza, sexo…».<br />

Avala a esta propuesta el hecho de que la normativa gemela de<br />

países de la lengua románica adopta criterios semejantes.<br />

Así en el área francófona:<br />

En Canadá se discute (texto de 2002) una «Loi de la famille et<br />

criminalisation de la violence domestique».<br />

En Bélgica existe una ley (24 de noviembre de 1997) «visant à<br />

combatre la violence au sein du couple». Con posterioridad, se ha<br />

lanzado una «Campagne nationale de lutte contre les violences<br />

domestiques».<br />

La ministra Nicole Ameline pre<strong>para</strong> en Francia (2003) una ley que<br />

incluye, entre otros aspectos, la «violence à l’égard des femmes».<br />

La ley luxemburguesa (8 septiembre 2003) trata «sur la violence<br />

domestique».<br />

En Italia se documentan ampliamente:<br />

Violenza contro le donne<br />

Violenza verso le donne<br />

Violenza sulle donne<br />

Violenza doméstica


Violenza familiare<br />

Finalmente, en los medios de comunicación españoles predomina<br />

hoy, bien que con titubeos, la denominación violencia doméstica. La<br />

opción lingüística que la próxima Ley adopte resultará claramente<br />

decisiva <strong>para</strong> fijar el uso común. De ahí la necesidad, a juicio de la Real<br />

Academia Española, de que el Gobierno considere su propuesta [402] .<br />

Madrid, 19 de mayo de 2004


Recomendación a los miembros de la<br />

Comunicad Económica Europea <strong>para</strong> el<br />

empleo de un lenguaje que refleje el<br />

principio de igualdad entre mujeres y<br />

hombres<br />

En materia de utilización no sexista del lenguaje, el Comité de Ministros del<br />

Consejo de Europa, en virtud del artículo 15b del estatuto del Consejo de<br />

Europa, que aprobó el 21 de febrero de 1990 hizo la siguiente recomendación<br />

a los Estados miembros de la CEE:<br />

Considerando que el objetivo del Consejo de Europa es llevar a cabo una<br />

unión más estrecha entre sus miembros con el fin de salvaguardar y promover<br />

los ideales y principios que constituyen su patrimonio común;<br />

Considerando que la igualdad de la mujer y del hombre se inscribe en el<br />

marco de dichos ideales y principios;<br />

Felicitándose porque el principio de igualdad de sexos se esté aplicando<br />

progresivamente, de hecho y de derecho, en los Estados miembros del<br />

Consejo de Europa;<br />

Comprobando, no obstante, que la implantación de la igualdad efectiva<br />

entre mujeres y hombres se encuentra aún con obstáculos, especialmente de<br />

tipo cultural y social;<br />

Subrayando el papel fundamental que cumple el lenguaje en la formación<br />

de la identidad social de los individuos y la interacción existente entre


lenguaje y actitudes sociales;<br />

Convencido de que el sexismo que se refleja en el lenguaje utilizado en la<br />

mayor parte de los Estados miembros del Consejo de Europa —que hace<br />

predominar lo masculino sobre lo femenino— constituye un estorbo al<br />

proceso de instauración de la igualdad entre mujeres y hombres, porque<br />

oculta la existencia de las mujeres, que son la mitad de la humanidad, y niega<br />

la igualdad entre hombre y mujer;<br />

Advirtiendo, además, que el empleo del género masculino <strong>para</strong> designar a<br />

las personas de ambos sexos provoca, en el contexto de la sociedad actual,<br />

incertidumbre respecto a las personas, hombres o mujeres, de que se habla;<br />

Basándose en la Declaración sobre igualdad de mujeres y hombres que<br />

aprobó el 16 de noviembre de 1988,<br />

Recomienda a los gobiernos de los Estados miembros que fomenten el<br />

empleo de un lenguaje que refleje el principio de igualdad entre hombre y<br />

mujer y, con tal objeto, que adopten cualquier medida que consideren útil<br />

<strong>para</strong> ello:<br />

1. Promover la utilización, en la medida de lo posible, de un lenguaje no<br />

sexista que tenga en cuenta la presencia, la situación y el papel de la<br />

mujer en la sociedad, tal como ocurre con el hombre en la práctica<br />

lingüística actual.<br />

2. Hacer que la terminología empleada en los textos jurídicos, la<br />

administración pública y la educación esté en armonía con el principio<br />

de igualdad de sexos.<br />

3. Fomentar la utilización de un lenguaje libre de sexismo en los medios de<br />

comunicación.


Convención sobre la eliminación de todas<br />

las formas de discriminación contra la<br />

mujer<br />

Considerando que la Carta de las Naciones Unidas reafirma la fe en los<br />

derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona<br />

humana y en la igualdad de derechos del hombre y la mujer.<br />

Considerando que la Declaración Universal de Derechos Humanos<br />

reafirma el principio de la no discriminación y proclama que todos los seres<br />

humanos nacen libres e iguales en dignidad y derecho y que toda persona<br />

puede invocar todos los derechos y libertades proclamados en esa<br />

Declaración, sin distinción alguna y, por ende, sin distinción de sexo.<br />

Considerando que los Estados Partes en los Pactos Internacionales de<br />

Derechos Humanos tienen la obligación de garantizar al hombre y la mujer la<br />

igualdad en el goce de todos los derechos económicos, sociales, culturales,<br />

civiles y políticos.<br />

Teniendo en cuenta las convenciones internacionales concertadas bajo los<br />

auspicios de las Naciones Unidas y de los organismos especializados <strong>para</strong><br />

favorecer la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer.<br />

Teniendo en cuenta asimismo las resoluciones, declaraciones y<br />

recomendaciones aprobadas por las Naciones Unidas y los organismos<br />

especializados <strong>para</strong> favorecer la igualdad de derechos entre el hombre y la<br />

mujer.<br />

Preocupados, sin embargo, al comprobar que a pesar de estos diversos


instrumentos las mujeres siguen siendo objeto de importantes<br />

discriminaciones.<br />

PARTE I<br />

Artículo 1<br />

A los efectos de la presente Convención, la expresión «discriminación<br />

contra la mujer» denotará toda distinción, exclusión o restricción basada en el<br />

sexo que tenga por objeto o por resultado menoscabar o anular el<br />

reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente de su<br />

estado civil, sobre la base de la igualdad del hombre y la mujer, de los<br />

derechos humanos y las libertades fundamentales en las esferas política,<br />

económica, social, cultural y civil o en cualquier otra esfera.<br />

Artículo 2<br />

Los Estados Partes condenan la discriminación contra la mujer en todas<br />

sus formas, convienen en seguir, por todos los medios apropiados y sin<br />

dilaciones, una política encaminada a eliminar la discriminación contra la<br />

mujer y, con tal objeto, se comprometen a:<br />

1. Consagrar, si aún no lo han hecho, en sus constituciones nacionales y en<br />

cualquier otra legislación apropiada el principio de la igualdad del<br />

hombre y de la mujer y asegurar por ley u otros medios apropiados la<br />

realización práctica de ese principio.<br />

2. Adoptar medidas adecuadas, legislativas y de otro carácter, con las<br />

sanciones correspondientes, que prohíban toda discriminación contra la<br />

mujer.<br />

3. Establecer la protección jurídica de los derechos de la mujer sobre una<br />

base de igualdad con los del hombre y garantizar, por conducto de los<br />

tribunales nacionales o competentes y de otras instituciones públicas, la<br />

protección efectiva de la mujer contra todo acto de discriminación.<br />

4. Abstenerse de incurrir en todo acto o práctica de discriminación contra<br />

la mujer y velar porque las autoridades e instituciones públicas actúen de<br />

conformidad con esta obligación.


5. Tomar todas las medidas apropiadas <strong>para</strong> eliminar la discriminación<br />

contra la mujer practicada por cualesquiera personas, organizaciones o<br />

empresas.<br />

6. Adoptar todas las medidas adecuadas, incluso de carácter legislativo,<br />

<strong>para</strong> modificar o derogar leyes, reglamentos, usos y prácticas que<br />

constituyan discriminación contra la mujer.<br />

7. Derogar todas las disposiciones penales nacionales que constituyan<br />

discriminación contra la mujer.<br />

Artículo 3<br />

Los Estados Partes tomarán en todas las esferas, y en particular en las<br />

esferas política, social, económica y cultural, todas las medidas apropiadas,<br />

incluso de carácter legislativo, <strong>para</strong> asegurar el pleno desarrollo y adelanto de<br />

la mujer, con el objeto de garantizarle el ejercicio y el goce de los derechos<br />

humanos y las libertades fundamentales en igualdad de condiciones con el<br />

hombre.<br />

Artículo 4<br />

1. La adopción por los Estados Partes de medidas especiales de carácter<br />

temporal encaminadas a acelerar la igualdad de facto entre el hombre y<br />

la mujer no se considerará discriminación en la forma definida en la<br />

presente Convención, pero de ningún modo entrañará, como<br />

consecuencia, el mantenimiento de normas desiguales o se<strong>para</strong>das; estas<br />

medidas cesarán cuando se hayan alcanzado los objetivos de igualdad de<br />

oportunidad y trato.<br />

2. La adopción por los Estados Partes de medidas especiales, incluso las<br />

contenidas en la presente Convención, encaminadas a proteger la<br />

maternidad no se considerará discriminatoria.<br />

Artículo 5<br />

Los Estados Partes tomarán todas las medidas apropiadas <strong>para</strong>:<br />

1. Modificar los patrones socioculturales de conducta de hombres y<br />

mujeres, con miras a alcanzar la eliminación de los prejuicios y las


prácticas consuetudinarias y de cualquier otra índole que estén basados<br />

en la idea de la inferioridad o superioridad de cualquiera de los sexos o<br />

en funciones estereotipadas de hombres y mujeres.<br />

2. Garantizar que la educación familiar incluya una comprensión adecuada<br />

de la maternidad como función social y el reconocimiento de la<br />

responsabilidad común de hombres y mujeres en cuanto a la educación y<br />

al desarrollo de sus hijos, en la inteligencia de que el interés de los hijos<br />

constituirá la consideración primordial en todos los casos.<br />

Artículo 6<br />

Los Estados Partes tomarán todas las medidas apropiadas, incluso de<br />

carácter legislativo, <strong>para</strong> suprimir todas las formas de trata de mujeres y<br />

explotación de la prostitución de la mujer.<br />

PARTE II<br />

Artículo 7<br />

Los Estados Partes tomarán todas las medidas apropiadas <strong>para</strong> eliminar la<br />

discriminación contra la mujer en la vida política y pública del país y, en<br />

particular, garantizarán, en igualdad de condiciones con los hombres, el<br />

derecho a:<br />

1. Votar en todas las elecciones y referendums públicos y ser elegible <strong>para</strong><br />

todos los organismos cuyos miembros sean objeto de elecciones<br />

públicas.<br />

2. Participar en la formulación de las políticas gubernamentales y en la<br />

ejecución de éstas, y ocupar cargos públicos y ejercer todas las<br />

funciones públicas en todos los planos gubernamentales.<br />

3. Participar en organizaciones y asociaciones no gubernamentales que se<br />

ocupen de la vida pública y política del país.<br />

Artículo 8<br />

Los Estados Partes tomarán todas las medidas apropiadas <strong>para</strong> garantizar


a la mujer, en igualdad de condiciones con el hombre y sin discriminación<br />

alguna, la oportunidad de representar a su gobierno en el plano internacional<br />

y de participar en la labor de las organizaciones internacionales.<br />

Artículo 9<br />

1. Los Estados Partes otorgarán a las mujeres iguales derechos que a los<br />

hombres <strong>para</strong> adquirir, cambiar o conservar su nacionalidad. Garantizar,<br />

en particular, que ni el matrimonio con un extranjero ni el cambio de<br />

nacionalidad del marido durante el matrimonio cambien<br />

automáticamente la nacionalidad de la esposa, la conviertan en apátrida<br />

o la obliguen a adoptar la nacionalidad del cónyuge.<br />

2. Los Estados Partes otorgarán a la mujer los mismos derechos que al<br />

hombre con respecto a la nacionalidad de sus hijos.<br />

PARTE III<br />

Artículo 10<br />

Los Estados Partes adoptarán todas las medidas apropiadas <strong>para</strong> eliminar<br />

la discriminación contra la mujer, a fin de asegurarle la igualdad de derechos<br />

con el hombre en la esfera de la educación y en particular <strong>para</strong> asegurar, en<br />

condiciones de igualdad entre hombres y mujeres:<br />

1. Las mismas condiciones de orientación en materia de carreras y<br />

capacitación profesional, acceso a los estudios y obtención de diplomas<br />

en las instituciones de enseñanza de cualquier categoría, tanto en zonas<br />

rurales como urbanas; esta igualdad deberá asegurarse en la enseñanza<br />

preescolar, general, técnica y profesional, incluida la educación técnica<br />

superior, así como en todos los tipos de capacitación profesional.<br />

2. Acceso a los mismos programas de estudios y los mismos exámenes,<br />

personal docente del mismo nivel profesional y locales y equipos<br />

escolares de la misma calidad.<br />

3. La eliminación de todo concepto estereotipado de los papeles masculino


y femenino en todos los niveles en todas las formas de enseñanza,<br />

mediante el estímulo de la educación mixta y de otros tipos de<br />

educación que contribuyan a lograr este objetivo y, en particular,<br />

mediante la modificación de los libros y programas escolares y la<br />

adaptación de los medios de enseñanza.<br />

4. Las mismas oportunidades <strong>para</strong> la obtención de becas y otras<br />

subvenciones <strong>para</strong> cursar estudios.<br />

5. Las mismas oportunidades de acceso a los programas de educación<br />

complementaria, incluidos programas de alfabetización funcional y de<br />

adultos, con miras en particular a reducir lo antes posible la diferencia<br />

de conocimientos existentes entre el hombre y la mujer.<br />

6. La reducción de la tasa de abandono femenino de los estudios y la<br />

organización de programas <strong>para</strong> aquellas jóvenes y mujeres que hayan<br />

dejado los estudios prematuramente.<br />

7. Las mismas oportunidades <strong>para</strong> participar activamente en el deporte y la<br />

educación física.<br />

8. Acceso al material informativo específico que contribuya a asegurar la<br />

salud y el bienestar de la familia, incluida la información y el<br />

asesoramiento sobre planificación de la familia.<br />

Artículo 11<br />

1. Los Estados Partes adoptarán todas las medidas apropiadas <strong>para</strong> eliminar<br />

la discriminación contra la mujer en la esfera del empleo a fin de<br />

asegurar, en condiciones de igualdad entre hombres y mujeres, en los<br />

mismos derechos, en particular:


1. El derecho al trabajo como derecho inalienable de todo ser humano.<br />

2. El derecho a las mismas oportunidades de empleo, inclusive a la<br />

aplicación de los mismos criterios de selección en cuestiones de<br />

empleo.<br />

3. El derecho a elegir libremente profesión y empleo, el derecho al<br />

ascenso, a la estabilidad en el empleo y a todas las prestaciones y<br />

otras condiciones de servicio, y el derecho al acceso a la formación<br />

profesional y al readiestramiento, incluido el aprendizaje, la<br />

formación profesional superior y el adiestramiento periódico.<br />

4. El derecho a igual remuneración, inclusive prestaciones, y a igualdad<br />

de trato con respecto a un trabajo de igual valor, así como a igualdad<br />

de trato con respecto a la evaluación de la calidad del trabajo.<br />

5. El derecho a la seguridad social, en particular en casos de jubilación,<br />

desempleo, enfermedad, invalidez, vejez u otra incapacidad <strong>para</strong><br />

trabajar, así como el derecho a vacaciones pagadas.<br />

6. El derecho a la protección de la salud y a la seguridad en las<br />

condiciones de trabajo, incluso la salvaguardia de la función de<br />

reproducción.<br />

2. A fin de impedir la discriminación contra la mujer por razones de<br />

matrimonio o maternidad y asegurar la efectividad de su derecho a<br />

trabajar, en los Estados Partes tomarán medidas adecuadas <strong>para</strong>:


1. Prohibir, bajo pena de sanciones, el despido por motivo de embarazo<br />

o licencia de maternidad y la discriminación en los despidos sobre la<br />

base del estado civil.<br />

2. Implantar la licencia de maternidad con sueldo pagado o con<br />

prestaciones sociales com<strong>para</strong>bles sin pérdida del empleo previo, la<br />

antigüedad o beneficios sociales.<br />

3. Alentar el suministro de los servicios sociales de apoyo necesarios<br />

<strong>para</strong> permitir que los padres combinen las obligaciones <strong>para</strong> con la<br />

familia con las responsabilidades del trabajo y la participación en la<br />

vida pública, especialmente mediante el fomento de la creación y<br />

desarrollo de una red de servicios destinados al cuidado de los niños.<br />

4. Prestar protección especial a la mujer durante el embarazo en los tipos<br />

de trabajos que se haya probado puedan resultar perjudiciales <strong>para</strong><br />

ella.<br />

3. La legislación protectora relacionada con las cuestiones comprendidas<br />

en este artículo será examinada periódicamente a la luz de los<br />

conocimientos científicos y tecnológicos y será revisada, derogada o<br />

ampliada según corresponda.<br />

Artículo 12<br />

1. Los Estados Partes adoptarán todas las medidas apropiadas <strong>para</strong> eliminar<br />

la discriminación contra la mujer en la esfera de la atención médica a fin<br />

de asegurar, en condiciones de igualdad entre hombres y mujeres, el<br />

acceso a servicios de atención médica, inclusive los que se refieren a la<br />

planificación de la familia.<br />

2. Sin perjuicio de lo dispuesto en el párrafo 1 supra, los Estados Partes<br />

garantizarán a la mujer servicios apropiados en relación con el<br />

embarazo, el parto y el período posterior al parto, proporcionando<br />

servicios gratuitos cuando fuere necesario y le asegurarán una nutrición<br />

adecuada durante el embarazo y la lactancia.


Artículo 13<br />

Los Estados Partes adoptarán todas la medidas apropiadas <strong>para</strong> eliminar<br />

la discriminación contra la mujer en otras esferas de la vida económica y<br />

social a fin de asegurar, en condiciones de igualdad entre hombres y mujeres,<br />

los mismos derechos, en particular:<br />

1. El derecho a prestaciones familiares.<br />

2. El derecho a obtener préstamos bancarios, hipotecas, y otras formas de<br />

crédito financiero.<br />

3. El derecho a participar en actividades de esparcimiento, deportes y otros<br />

aspectos de la vida cultural.<br />

Artículo 14<br />

1. Los Estados Partes tendrán en cuenta los problemas especiales a que<br />

hace frente la mujer rural y el importante papel que desempeña en la<br />

supervivencia económica de su familia, incluido su trabajo en los<br />

sectores no monetarios de la economía, y tomarán las medidas<br />

apropiadas <strong>para</strong> asegurar la aplicación de las disposiciones de la<br />

presente Convención a la mujer de las zonas rurales.<br />

2. Los Estados Partes adoptarán todas las medidas apropiadas <strong>para</strong> eliminar<br />

la discriminación contra la mujer en las zonas rurales a fin de asegurar,<br />

en condiciones de igualdad entre hombres y mujeres, su participación en<br />

el desarrollo rural y en sus beneficios, y en particular le asegurarán el<br />

derecho a:


1. Participar en la elaboración y ejecución de los planes de desarrollo a<br />

todos los niveles.<br />

2. Tener acceso a servicios adecuados de atención médica, inclusive<br />

información, asesoramiento y servicios en materia de planificación de<br />

familia.<br />

3. Beneficiarse directamente de los programas de seguridad social.<br />

4. Obtener todos los tipos de educación y de formación, académica y no<br />

académica, incluidos los relacionados con la alfabetización funcional,<br />

así como, entre otros, los beneficios de todos los servicios<br />

comunitarios y de divulgación a fin de aumentar su capacidad técnica.<br />

5. Organizar grupos de autoayuda y cooperativas a fin de obtener<br />

igualdad de acceso a las oportunidades económicas mediante el<br />

empleo por cuenta propia o por cuenta ajena.<br />

6. Participar en todas las actividades comunitarias.<br />

7. Obtener acceso a los créditos y préstamos agrícolas, a los servicios de<br />

comercialización y a las tecnologías apropiadas, y recibir un trato<br />

igual en los planes de reforma agraria y de reasentamiento.<br />

8. Gozar de condiciones de vida adecuadas, particularmente en las<br />

esferas de la vivienda, los servicios sanitarios, la electricidad y el<br />

abastecimiento de agua, el transporte y las comunicaciones.<br />

Artículo 15<br />

PARTE IV<br />

1. Los Estados Partes reconocerán a la mujer la igualdad con el hombre<br />

ante la ley.<br />

2. Los Estados Partes reconocerán a la mujer, en materias civiles, una<br />

capacidad jurídica idéntica a la del hombre y las mismas oportunidades<br />

<strong>para</strong> el ejercicio de esa capacidad. En particular, le reconocerán los


Estados a la mujer iguales derechos <strong>para</strong> firmar contratos y administrar<br />

bienes y le dispensarán un trato igual en todas las etapas del<br />

procedimiento en las cortes de justicia y los tribunales.<br />

3. Los Estados Partes convienen en que todo contrato o cualquier otro<br />

instrumento privado con efecto jurídico que tienda a limitar la capacidad<br />

jurídica de la mujer se considerará nulo.<br />

4. Los Estados Partes reconocerán al hombre y a la mujer los mismos<br />

derechos con respecto a la legislación relativa al derecho de las personas<br />

a circular libremente y a la libertad <strong>para</strong> elegir su residencia y domicilio.<br />

Artículo 16<br />

1. Los Estados Partes adoptarán todas las medidas adecuadas <strong>para</strong> eliminar<br />

la discriminación contra la mujer en todos los asuntos relacionados con<br />

el matrimonio y las relaciones familiares, y en particular, se asegurarán<br />

en condiciones de igualdad entre hombres y mujeres:


1. El mismo derecho <strong>para</strong> contraer matrimonio.<br />

2. El mismo derecho <strong>para</strong> elegir libremente cónyuge y contraer<br />

matrimonio sólo por su libre albedrío y su pleno consentimiento.<br />

3. Los mismos derechos y responsabilidades durante el matrimonio y<br />

con ocasión de su disolución.<br />

4. Los mismos derechos y responsabilidades como progenitores,<br />

cualquiera que sea su estado civil, en materias relacionadas con sus<br />

hijos. En todos los casos, los intereses de los hijos serán la<br />

consideración primordial.<br />

5. Los mismos derechos a decidir libre y responsablemente el número de<br />

sus hijos y el intervalo entre los nacimientos y a tener acceso a la<br />

información, la educación y los medios que les permitan ejercer estos<br />

derechos.<br />

6. Los mismos derechos y responsabilidades respecto a la tutela,<br />

curatela, custodia y adopción de los hijos, o instituciones análogas<br />

cuando quiera que estos conceptos existan en la legislación nacional,<br />

en todos los casos, los intereses de los hijos serán la consideración<br />

primordial.<br />

7. Los mismos derechos personales como marido y mujer, entre ellos el<br />

derecho a elegir el apellido, profesión y ocupación.<br />

8. Los mismos derechos a cada uno de los cónyuges en materia de<br />

propiedad, gestión, administración, goce y disposición de los bienes,<br />

tanto a título gratuito como onerosos.<br />

2. No tendrán ningún efecto jurídico los esponsales y el matrimonio de<br />

niños y se adoptarán todas la medidas necesarias, incluso de carácter<br />

legislativo, <strong>para</strong> fijar una edad mínima <strong>para</strong> la celebración del<br />

matrimonio y hacer obligatoria la inscripción del matrimonio en un<br />

registro oficial.<br />

PARTE V


Artículo 17<br />

1. Con el fin de examinar los progresos realizados en la aplicación de la<br />

presente Convención, se establecerán un Comité sobre la Eliminación de<br />

la Discriminación contra la Mujer (denominado en adelante el Comité)<br />

compuesto, en el momento de la entrada en vigor de la Convención, de<br />

dieciocho y, después de su ratificación o adhesión hasta el trigésimo<br />

quinto Estado Parte, de veintitrés expertos de gran prestigio moral y<br />

competencia en la esfera abarcada por la Convención. Los expertos<br />

serán elegidos por los Estados Partes entre sus nacionales, y ejercerán<br />

sus funciones a título personal; tendrán en cuenta una distribución<br />

geográfica equitativa y la representación de las diferentes formas de<br />

civilización, así como de los principales sistemas jurídicos.<br />

2. Los miembros del Comité serán elegidos en votación secreta de una lista<br />

de personas designadas por los Estados Partes. Cada uno de los Estados<br />

Partes podrá designar una persona entre sus propios nacionales.<br />

3. La elección inicial se celebrará seis meses después de la fecha de la<br />

entrada en vigor de la presente Convención. Al menos tres meses antes<br />

de la fecha de cada elección, el secretario general de las Naciones<br />

Unidas dirigirá una carta a los Estados Partes invitándolos a presentar<br />

sus candidaturas en una plazo de dos meses. El secretario general<br />

pre<strong>para</strong>rá una lista por orden alfabético de todas las personas designadas<br />

de este modo, indicando los Estados Partes que las han designado, y la<br />

comunicará a los Estados Partes.<br />

4. Los miembros del Comité serán elegidos en una reunión de los Estados<br />

Partes que será convocada por el secretario general y se celebrará en la<br />

sede de las Naciones Unidas. En esta reunión, <strong>para</strong> la cual formarán<br />

quorum dos tercios de los Estados Partes, se considerarán elegidos <strong>para</strong><br />

el Comité los candidatos que obtengan el mayor número de votos y la<br />

mayoría absoluta de votos de los representantes de los Estados Partes<br />

presentes y votantes.<br />

5. Los miembros del Comité serán elegidos por cuatro años. No obstante,


el mandato de nueve de los miembros elegidos en la primera elección<br />

expirará al cabo de dos años; inmediatamente después de la primera<br />

elección el presidente del Comité designará por sorteo los nombres de<br />

esos nueve miembros.<br />

6. La elección de los cinco miembros adicionales del Comité se celebrará<br />

de conformidad con lo dispuesto en los párrafos 2, 3 y 4 del presente<br />

artículo, después de que el trigésimo quinto Estado Parte haya ratificado<br />

la Convención o se haya adherido a ella. El mandato de dos de los<br />

miembros adicionales elegidos en esta ocasión, cuyos nombres<br />

designará por sorteo el presidente del Comité, espirará al cabo de dos<br />

años.<br />

7. Para cubrir las vacantes imprevistas, el Estado Parte cuyo experto haya<br />

cesado en sus funciones como miembro del Comité designará entre sus<br />

nacionales otro experto a reserva de la aprobación del Comité.<br />

8. Los miembros del Comité, previa aprobación de la Asamblea General,<br />

percibirán los emolumentos de los fondos de las Naciones Unidas en la<br />

forma y condiciones que la Asamblea determine, teniendo en cuenta la<br />

importancia de las funciones del Comité.<br />

9. El secretario general de las Naciones Unidas proporcionará el personal y<br />

los servicios necesarios <strong>para</strong> el desempeño eficaz de las funciones del<br />

Comité en virtud de la presente Convención.<br />

Artículo 18<br />

1. Los Estados Partes se comprometen a someter al secretario general de<br />

las Naciones Unidas, <strong>para</strong> lo que examine el Comité, un informe sobre<br />

las medidas legislativas, judiciales, administrativas o de otra índole que<br />

hayan adoptado <strong>para</strong> hacer efectivas las disposiciones de la presente<br />

Convención y sobre los progresos realizados en este sentido:


1. En el plazo de un año a partir de la entrada en vigor de la Convención<br />

<strong>para</strong> el Estado de que se trate, y<br />

2. En lo sucesivo por lo menos cada cuatro años y, además, cuando el<br />

Comité lo solicite.<br />

2. Se podrán indicar en los informes los factores y las dificultades que<br />

afectan al grado de cumplimiento de las obligaciones impuestas por la<br />

presente Convención.<br />

Artículo 19<br />

1. El Comité aprobará su propio reglamento.><br />

2. El Comité elegirá su Mesa por un período de dos años.<br />

Artículo 20<br />

1. El Comité se reunirá normalmente todos los años por un período que no<br />

exceda de dos semanas <strong>para</strong> examinar los informes que se le presentan<br />

de conformidad con el Artículo 18 de la presente Convención.<br />

2. Las reuniones del Comité se celebrarán normalmente en la sede de las<br />

Naciones Unidas o en cualquier otro sitio conveniente que determine el<br />

Comité.<br />

Artículo 21<br />

1. El Comité, por conducto del Consejo Económico y Social, informará<br />

anualmente a la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre sus<br />

actividades y podrá hacer sugerencias y recomendaciones de carácter<br />

general basadas en el examen de los informes y de los datos transmitidos<br />

por los Estados Partes.<br />

2. El secretario general transmitirá los informes del Comité a las Comisión<br />

de la Condición Jurídica y Social de la Mujer <strong>para</strong> su información.<br />

Artículo 22


Los organismos especializados tendrán el derecho de estar representados<br />

en el examen de la aplicación de las disposiciones de la presente Convención<br />

que correspondan a la esfera de sus actividades. El Comité podrá invitar a los<br />

organismos especializados a que presenten informes sobre la aplicación de la<br />

Convención en las áreas que correspondan a la esfera de sus actividades.<br />

PARTE VI<br />

Artículo 23<br />

Nada de los dispuesto en la presente Convención afectará a disposición<br />

alguna que sea más contundente al logro de la igualdad entre hombres y<br />

mujeres y que pueda formar parte de:<br />

1. La legislación de un Estado Parte; o<br />

2. Cualquier otra convención, tratado o acuerdo internacional vigente en<br />

ese Estado.<br />

Artículo 24<br />

Los Estados Partes se comprometen a adoptar todas las medidas<br />

necesarias en el ámbito nacional <strong>para</strong> conseguir la plena realización de los<br />

derechos reconocidos en la presente Convención.<br />

Artículo 25<br />

1. La presente Convención estará abierta a la firma de todos los Estados.<br />

2. Se designa al secretario general de las Naciones Unidas depositario de la<br />

presente Convención.<br />

3. La presente Convención están sujeta a ratificación. Los instrumentos de<br />

ratificación se depositarán en poder del secretario general de las<br />

Naciones Unidas.<br />

4. La presente Convención estará abierta a la adhesión de todos los<br />

Estados. La adhesión se efectuará depositando un instrumento de<br />

adhesión en poder del secretario general de las Naciones Unidas.<br />

Artículo 26


1. En cualquier momento, cualquiera de los Estados Partes podrá formular<br />

una solicitud de revisión de la presente Convención mediante<br />

comunicación escrita dirigida al secretario general de las Naciones<br />

Unidas.<br />

2. La Asamblea General de las Naciones Unidas decidirá las medidas que,<br />

en su caso, hayan de adoptarse en lo que respecta a esa solicitud.<br />

Artículo 27<br />

1. La presente Convención entrará en vigor el trigésimo día a partir de la<br />

fecha en que haya sido depositado en poder del secretario general de las<br />

Naciones Unidas el vigésimo instrumento de ratificación o adhesión.<br />

2. Para cada Estado que ratifique la Convención o se adhiera a ella después<br />

de haber sido depositado el vigésimo instrumento de ratificación o<br />

adhesión, la Convención entrará en vigor el trigésimo día a partir de la<br />

fecha en que tal Estado haya depositado su instrumento de ratificación o<br />

adhesión.<br />

Artículo 28<br />

1. El secretario general de las Naciones Unidas recibirá y comunicará a<br />

todos los Estados el texto de las reservas formuladas por los Estados en<br />

el momento de la ratificación o de la adhesión.<br />

2. No se aceptará ninguna reserva incompatible con el objeto y el propósito<br />

y objetivo de la presente Convención.<br />

3. Toda reserva podrá ser retirada en cualquier momento por medio de una<br />

notificación a estos efectos dirigida al secretario general de las Naciones<br />

Unidas, quien informará de ello a todos los Estados. Esta notificación<br />

surtirá efecto en la fecha de su recepción.<br />

Artículo 29<br />

1. Toda controversia que surja entre dos o más Estados Partes con respecto<br />

a la interpretación o aplicación de la presente Convención que no se


solucione mediante negociaciones se someterá al arbitraje a petición de<br />

uno de ellos. Si en el plazo de seis meses contados a partir del día de<br />

presentación de solicitud de arbitraje las partes no consiguen ponerse de<br />

acuerdo sobre la forma del mismo, cualquiera de las partes podrá<br />

someter la controversia a la Corte Internacional de Justicia, mediante<br />

una solicitud presentada de conformidad con el Estatuto de la Corte.<br />

2. Todo Estado Parte, en el momento de la firma o ratificación de la<br />

presente Convención o de su adhesión a la misma, podrá declarar que no<br />

se considera obligado por el párrafo 1 del presente artículo. Los demás<br />

Estados Partes no estarán obligados por ese párrafo ante ningún Estado<br />

Parte que haya formulado esa reserva.<br />

3. Todo Estado Parte que haya formulado la reserva prevista en el párrafo<br />

2 del presente artículo podrá retirarla en cualquier momento<br />

notificándolo al Secretario General de las Naciones Unidas.<br />

Artículo 30<br />

La presente Convención, cuyos textos en árabe, chino, español, francés,<br />

inglés y ruso son igualmente auténticos, se depositará en poder del secretario<br />

general de las Naciones Unidas.<br />

En testimonio de lo cual, los infrascritos, debidamente autorizados,<br />

firman la presente convención.


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2000.<br />

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feministas ante un nuevo siglo, Icaria, Barcelona, 2002.<br />

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2002.<br />

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(coord.), equipo de investigación: CALVO, Fabiola, LÓPEZ, Irene, OSO,<br />

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2004.<br />

«Españolas en la transición. De excluidas a protagonistas (1973-1982)»,<br />

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http://www.alainet.org/mujeres.<br />

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http://www.cimac.org.mx.<br />

CREATIVIDAD FEMINISTA. Revista feminista. México.<br />

http://www.creatividadfeminista.org.<br />

FEMINIST MAJORITY. Noticias sobre activismo en derechos humanos<br />

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LOLA PRESS. Agencia de información de la mujer. Uruguay.<br />

http://www.lolapress.org.<br />

MUJERES EN RED. Información nacional e internacional de mujeres.<br />

España. http://www.nodo50.org/mujeresred.<br />

LES PENELOPES. Televisión sobre temas de género. Boletines<br />

informativos. http://www.penelopes.org.<br />

TERTULIA. Información especializada en salud reproductiva y derechos<br />

humanos. Guatemala. http://www.la-tertulia.net/


Notas


[1]<br />

VALCÁRCEL, Amelia, La memoria colectiva y los retos del feminismo,<br />

Naciones Unidas, Santiago de Chile, 2001, pág. 8.


[2]<br />

El feminismo, por supuesto, no tiene nada que ver con el machismo. Ver<br />

capítulo 14, «Prejuicios y tópicos».


[3]<br />

ERAZO, Viviana, «<strong>Feminismo</strong>s fin de siglo, una herencia sin testamento»,<br />

Fempress.


[4]<br />

MASTRETTA, Ángeles, El cielo de los leones, Seix Barral, Barcelona,<br />

2004, págs. 51-53.


[5]<br />

SAU, Victoria, Diccionario ideológico feminista, vol. I, Icaria, Barcelona,<br />

2000, pág. 121.


[6]<br />

Ibídem.


[7]<br />

DE MIGUEL, Ana, «<strong>Feminismo</strong>s», en AMORÓS, Celia (dir.), 10<br />

palabras clave sobre mujer, Editorial Verbo divino, Navarra, 4.ª ed., 2002,<br />

pág. 217.


[8]<br />

LIENAS, Gemma , El diario violeta de Carlota, Alba Editorial, Barcelona,<br />

2001.


[9]<br />

VALCÁRCEL, Amelia, Rebeldes. Hacia la paridad, Plaza & Janés,<br />

Barcelona, 2000, págs. 164 y 166.


[10]<br />

MASTRETTA, Ángeles, op. cit., pág. 54.


[11]<br />

AMORÓS, Celia, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto<br />

ilustrado y postmodernidad, Cátedra, col. <strong>Feminismo</strong>s, Madrid, 1997, pág.<br />

57.


[12]<br />

DE PIZÁN, Cristina, La ciudad de las damas, trad. de Marie-José<br />

Lemarchand, Siruela, Madrid, 2.a ed, 2001, pág. 64.


[13]<br />

Ibídem, pág. 274.


[14]<br />

COBO, Rosa, «El discurso de la igualdad en el pensamiento de Poulain<br />

de la Barre», en AMORÓS, Celia (coord.), Historia de la Teoría Feminista,<br />

Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense,<br />

Dirección General de la Mujer, Comunidad de Madrid, 1994, pág. 12.


[15]<br />

SÁNCHEZ, Cristina, «Genealogía de la vindicación», en <strong>Feminismo</strong>s.<br />

Debates teóricos contemporáneos, BELTRÁN, Elena y MAQUIEIRA,<br />

Virginia (eds.), Alianza Editorial, Madrid, 2001, pág. 18.


[16]<br />

COBO, Rosa, op. cit., págs. 12-13.


[17]<br />

Ibídem, pág. 20.


[18]<br />

COBO, Rosa, Fundamentos del patriarcado moderno. Jean Jacques<br />

Rousseau, Cátedra, col. <strong>Feminismo</strong>s, Madrid, 1995, págs. 260-269.


[19]<br />

DE MIGUEL, Ana, «<strong>Feminismo</strong>s», en AMORÓS, Celia (dir.) 10<br />

palabras clave sobre mujer, Editorial Verbo Divino, Estella, 4.a ed., 2002,<br />

pág. 223.


[20]<br />

SÁNCHEZ, Cristina op. cit., pág. 26.


[21]<br />

BLANCO, Oliva, Olimpia de Gouges (1748-1793), Ediciones del Orto,<br />

Biblioteca de Mujeres, Madrid, 2000, pág. 38.


[22]<br />

SÁNCHEZ, Cristina, op. cit., pág. 29.


[23]<br />

ALONSO, I., y BELINCHÓN, M. (eds.), 1789-1793. La voz de las<br />

mujeres en la Revolución francesa. Cuadernos de quejas y otros textos,<br />

LaSal, Barcelona, 1989, pág. 11, citado en NASH, Mary, Mujeres en el<br />

mundo. Historia, retos y movimientos, Alianza, Madrid, 2004, pág. 75.


[24]<br />

Ver texto completo de la «Declaración de los Derechos de la Mujer y de<br />

la Ciudadana de Olimpia» de Gouges en Anexos.


[25]<br />

BLANCO, Oliva, op. cit., págs. 12-15.


[26]<br />

Ibídem, pág. 23.


[27]<br />

Ibídem, págs. 17-18.


[28]<br />

Ibídem, págs. 20-21.


[29]<br />

NASH, Mary, op. cit., pág. 77.


[30]<br />

SÁNCHEZ, Cristina, op. cit., pág. 28.


[31]<br />

OBLIGADO, Clara, Mujeres a contracorriente. La otra mitad de la<br />

historia, Plaza & Janés, Barcelona, 2004, pág. 110 y ss.


[32]<br />

BURDIEL, Isabel, «Introducción» en WOLLSTONECRAFT, Mary,<br />

Vindicación de los derechos de la mujer, Cátedra, col. <strong>Feminismo</strong>s, Madrid,<br />

2000, pág. 25.


[33]<br />

Ibídem, pág. 27.


[34]<br />

Ibídem, pág. 28.


[35]<br />

OBLIGADO, Clara, op. cit., pág. 116.


[36]<br />

WOLLSTONECRAFT, Mary, op. cit., pág. 108.


[37]<br />

COBO, Rosa, «La construcción social de la mujer en Mary<br />

WOLLSTONECRAFT», en AMORÓS, Celia (coord.), Historia de la teoría<br />

femenista, op. cit., pág. 24.


[38]<br />

Ibídem.


[39]<br />

OBLIGADO, Clara, op. cit., pág. 116.


[40]<br />

BURDIEL, Isabel, op. cit., pág. 9.


[41]<br />

Ibídem, pág. 10.


[42]<br />

Ibídem, pág. 11.


[43]<br />

VALCÁRCEL, Amelia, La memoria colectiva y los retos del feminismo,<br />

op. cit., pág. 12.


[44]<br />

DE BEAUVOIR, Simone, El segundo sexo, Vol. II, La experiencia<br />

vivida, trad. Pablo Palant, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1987, pág.<br />

13.


[45]<br />

WOLLSTONECRAFT, Mary, op. cit., pág. 159.


[46]<br />

BURDIEL, Isabel, op. cit., pág. 93.


[47]<br />

NASH, Mary, op. cit., págs. 70-71.


[48]<br />

SAU, VICTORIA, op. cit., pág. 123.


[49]<br />

VALCÁRCEL, Amelia, La memoria colectiva y los retos del feminismo,<br />

pág. 13.


[50]<br />

SAU, VICTORIA, op. cit., pág. 123.


[51]<br />

VALCÁRCEL, Amelia, op. cit., pág 14.


[52]<br />

NASH, Mary, op. cit., pág. 81.


[53]<br />

ROSSI, Alice S., The Feminist Papers, Bantam Books, Nueva York,<br />

1973, citado en SÁNCHEZ, Cristina, op. cit., pág. 36.


[54]<br />

NASH, Mary y TAVERA, Susana, Experiencias desiguales: Conflictos<br />

sociales y respuestas colectivas (siglo XIX), Síntesis, Madrid, 1994, pág. 66,<br />

citado en SÁNCHEZ, Cristina, op. cit., pág. 39.


[55]<br />

SALAS, María, «Una mirada sobre los sucesivos feminismos», en<br />

http://www.nodo50.org/mujeresred/feminismo.


[56]<br />

MILLETT, Kate, Política sexual, Cátedra, Madrid, 1995, pág. 159.


[57]<br />

Ver en Anexos el texto completo de la Declaración de Seneca Falls.


[58]<br />

OZIELBO, Bárbara, Un siglo de lucha. La consecución del voto femenino<br />

en Estados Unidos, Biblioteca de Estudios sobre la Mujer, Diputación<br />

provincial de Málaga, 1996, citado en BOSCH, E., FERRER, V., RIERA, T.<br />

y ALBERDI, R., <strong>Feminismo</strong> en las aulas, Universitat de les Illes Balears,<br />

Palma, 2003, pág. 68.


[59]<br />

NASH, Mary, op. cit., pág. 81.


[60]<br />

Ibídem, pág. 82.


[61]<br />

MIYARES, Alicia, 1848: El manifiesto de Seneca Falls, Revista<br />

Leviatán, n.o 75, Madrid, primavera 1999, págs. 135-158, en la red<br />

http://www.creatividadfeminista.org/articulos/2004.


[62]<br />

MIYARES, Alicia, «Sufragismo» en AMORÓS, Celia (coord.), Historia<br />

de la teoría feminista, op. cit., págs. 74-75.


[63]<br />

VALCÁRCEL, Amelia, La memoria colectiva y los retos del feminismo,<br />

op. cit., pág. 17.


[64]<br />

MILLETT, Kate, op. cit., pág. 149.


[65]<br />

FRIEDAN, Betty, La mística de la feminidad, Ediciones Sagitario,<br />

Barcelona, 1965, pág. 108.


[66]<br />

MIYARES, Alicia, Sufragismos, op. cit., pág. 76.


[67]<br />

Citado en SALAS, María, op. cit.


[68]<br />

Ibídem.


[69]<br />

ROSS WYLIE, Ida Alexis, «The Little Woman», Harper’s Magazine,<br />

noviembre 1945, citado en FRIEDAN, Betty, La mística de la feminidad, op.<br />

cit., pág. 117.


[70]<br />

DE MIGUEL, Ana, <strong>Feminismo</strong>s, op. cit., pág. 226.


[71]<br />

SÁNCHEZ, Cristina, op. cit., págs. 46-48.


[72]<br />

SCHENEIR, Miriam, Feminism, The Essential Historical Writings,<br />

Vintage Books, Nueva York, 1972, pág. 94, en SÁNCHEZ, Cristina, op. cit.,<br />

pág. 47.


[73]<br />

Ibídem.


[74]<br />

DE MIGUEL, Ana, Deconstruyendo la ideología patriarcal, en<br />

AMORÓS, Celia (coord.), Historia de la teoría feminista, op. cit., pág. 52.<br />


[75]<br />

Citado en DE MIGUEL, Ana, ibídem, pág. 51, citado a su vez de ROSSI,<br />

Alice S., Sentimiento e intelecto. La historia de John Stuart Mill y Harriet<br />

Taylor Mill en John Stuart Mill y Harriet Taylor Mill, Ensayos sobre la<br />

igualdad sexual, Península, Barcelona, 1973, pág. 84.


[76]<br />

EVANS, Richard J., Las feministas. Los movimientos de emancipación de<br />

la mujer en Europa, América y Australasia, (1840-1920), Siglo XXI, Madrid,<br />

1980, págs. 15-16.


[77]<br />

CAMPILLO, Neus, Introducción, en MILL, John Stuart y<br />

TAYLOR MILL, Harriet, Ensayos sobre la igualdad sexual, Cátedra, col.<br />

<strong>Feminismo</strong>s, Madrid, 2001, pág. 11.


[78]<br />

MILL, John Stuart, Autobiografía, Espasa-Calpe, Madrid, citado en<br />

MILL, J. S. y TAYLOR MILL, H., op. cit., de la introducción de Neus<br />

Campillo, pág. 14.


[79]<br />

CAMPILLO Neus, op. cit., pág. 15.


[80]<br />

Ibídem, pág. 21.


[81]<br />

Ibídem, pág. 23.


[82]<br />

Ibídem, pág. 40.


[83]<br />

Ibídem, pág. 35.


[84]<br />

Ibídem, págs. 44-45.


[85]<br />

Ibídem, págs. 63-65.


[86]<br />

DE MIGUEL, Ana, Deconstruyendo la ideología patriarcal, op. cit.,<br />

págs. 55-56.


[87]<br />

VALCÁRCEL, Amelia, La memoria colectiva y los retos del feminismo,<br />

op. cit., pág. 15.


[88]<br />

SÁNCHEZ, Cristina, citando a Scott, Joan, en Historia de las Mujeres: El<br />

siglo XIX, DUBY, Georges y PERROT, Michelle (dirs.), Taurus, Madrid,<br />

1993, págs. 405 y ss.


[89]<br />

TRISTÁN, Flora, Unión Obrera, en DE MIGUEL, Ana y ROMERO,<br />

Rosalía, <strong>Feminismo</strong> y socialismo. Flora Tristán. Antología, Los Libros de la<br />

Catarata, Madrid, 2003, pág. 8.


[90]<br />

DE MIGUEL, Ana, El conflicto clase/sexo-género en la tradición<br />

socialista en Historia de la teoría feminista, op. cit., pág. 89.


[91]<br />

ROWBOTHAM, Sheila, «The Women’s Movement and Organizing for<br />

Socialism» en ROWBOTHAM, S., SEGAL, L. y WAINWRIGHT, H. (eds.),<br />

Beyond Fragments. Feminism and the Making of Socialism, Merlin Press,<br />

Londres, 1979, citado en Cristina Sánchez, op. cit., pág. 57.


[92]<br />

TRISTÁN, Flora, Peregrinaciones de una paria, trad. de E. Romero del<br />

Valle, Istmo, Madrid, 1986, pág. 13.


[93]<br />

DE MIGUEL, Ana y ROMERO, Rosalía, op. cit., pág. 15.


[94]<br />

Ibídem, págs. 11-12.


[95]<br />

BLOCH-DANO, Evelyne, Flora Tristán, la mujer mesías, Maeva,<br />

Madrid, pág. 212, citado en DE MIGUEL, Ana y ROMERO, Rosalía, op. cit.,<br />

pág. 17.


[96]<br />

DE MIGUEL, Ana y ROMERO, Rosalía, op. cit., pág. 41.


[97]<br />

Ibídem, pág. 54.


[98]<br />

Ibídem, pág. 53.


[99]<br />

Ibídem, pág. 66.


[100]<br />

ROWBOTHAM, Sheila, <strong>Feminismo</strong> y revolución, Debate, Madrid,<br />

1978, pág. 188.


[101]<br />

COBO, Rosa, entrevista con la autora, julio 2004.


[102]<br />

DE MIGUEL, Ana, <strong>Feminismo</strong>s, op. cit., pág. 232.


[103]<br />

MIYARES, Alicia, Sufragismo, op. cit., pág. 81.


[104]<br />

DE MIGUEL, Ana, El conflicto clase/sexo-género en la tradición<br />

socialista, pág. 93.


[105]<br />

LENIN, V. I., «La emancipación de la mujer», Akal, 1974, pág. 101,<br />

citado en DE MIGUEL, Ana, op. cit. págs. 95-96.


[106]<br />

HARTMANN, Heidi, «Un matrimonio mal avenido: hacia una unión<br />

más progresiva entre marxismo y feminismo», en Zona Abierta, n.o 24, 1980,<br />

págs. 85-113.


[107]<br />

SÁNCHEZ, Cristina, op. cit., pág. 62.


[108]<br />

Ibídem.


[109]<br />

KOLLONTAI, Alejandra, Memorias, Debate, Madrid, 1979, citado en<br />

DE MIGUEL, Ana, Alejandra Kollontai (1872-1952), Ediciones del Orto,<br />

Biblioteca de Mujeres, Madrid, 2001, pág. 16.


[110]<br />

Ibídem.


[111]<br />

DE MIGUEL, Ana, El conflicto clase/sexo-género en la tradición<br />

socialista, op. cit., pág. 96.


[112]<br />

DE MIGUEL, Ana, Alejandra KOLLONTAI (1872-1952), op. cit., pág.<br />

17.


[113]<br />

DE MIGUEL, Ana, <strong>Feminismo</strong>s, op. cit., pág. 235.


[114]<br />

Citado en VILLAR, Amparo, Andra, julio-agosto de 2002.


[115]<br />

Ibídem, pág. 28.


[116]<br />

MIYARES, Alicia, «Sufragismo», en AMORÓS, Celia (coord.),<br />

Historia de la teoría feminista, op. cit., pág. 85.


[117]<br />

LÓPEZ PARDINA, Teresa, Simone de Beauvoir (1908-1986), Ediciones<br />

del Orto, Biblioteca Filosófica, Madrid, 1999, pág. 18.


[118]<br />

Ibídem, pág. 15.


[119]<br />

Ibídem, pág. 22.


[120]<br />

Ibídem, pág. 110.


[121]<br />

Ibídem, pág. 109.


[122]<br />

VALCÁRCEL, Amelia, 50 aniversario de El segundo sexo de Simone de<br />

Beauvoir, Tertulia Feminista Les Comadres, Gijón, 2002, pág. 91.


[123]<br />

LÓPEZ PARDINA, Teresa, Simone de Beauvoir (1908-1986), op. cit.,<br />

pág.14.


[124]<br />

Ibídem, pág. 41.


[125]<br />

AMORÓS, Celia, Tiempo de feminismos, op. cit., pág. 385.


[126]<br />

LÓPEZ PARDINA, Teresa, Simone de Beauvoir (1908-1986), op. cit.,<br />

pág. 42.


[127]<br />

AMORÓS, Celia, op. cit., pág. 383.


[128]<br />

LÓPEZ PARDINA, Teresa, Simone de Beauvoir (1908-1986), op. cit.,<br />

pág. 43.


[129]<br />

VALCÁRCEL, Amelia, 50 aniversario de El segundo sexo de Simone de<br />

Beauvoir, op. cit., pág. 91.


[130]<br />

Ibídem, pág. 89.


[131]<br />

Ibídem, pág. 90. LÓPEZ PARDINA, Teresa, op. cit., págs. 43-44.132


[132]<br />

LÓPEZ PARDINA, Teresa, op. cit., págs. 43-44.


[133]<br />

VALCÁRCEL, Amelia, op. cit., pág. 95.


[134]<br />

Las horas, 2002. Dirigida por Stephen Daldry e interpretada por Nicole<br />

Kidman, Julianne Moore y Meryl Streep. Guión de David Hare basado en la<br />

novela de Michael Cunningham. El argumento recrea la vida de tres mujeres<br />

en épocas y lugares diferentes: Virginia Woolf en Inglaterra en 1923, Laura<br />

Brown, en Los Ángeles en 1951 y Clarissa Vaughan en el Nueva York de<br />

2001.


[135]<br />

MILLETT, Kate, Política sexual, op. cit., págs. 150-160.


[136]<br />

FRIEDAN, Betty, Mi vida hasta ahora, Cátedra, col. <strong>Feminismo</strong>s,<br />

Madrid, 2003, pág. 103.


[137]<br />

Ibídem, pág. 105.


[138]<br />

Ibídem, pág. 112.


[139]<br />

Ibídem, págs. 114-115.


[140]<br />

Ibídem, pág. 128.


[141]<br />

Ibídem, pág. 129.


[142]<br />

Ibídem, pág. 133.


[143]<br />

Ibídem, pág. 137.


[144]<br />

Ibídem, pág. 175.


[145]<br />

Ibídem, pág. 189-192.


[146]<br />

FRIEDAN, Betty, La mística de la feminidad, Sagitario, Barcelona,<br />

1965, pág. 57.


[147]<br />

NASH, Mary, op. cit., pág. 167.


[148]<br />

DE MIGUEL, Ana, <strong>Feminismo</strong>s, op. cit., pág. 237.


[149]<br />

FRIEDAN, Betty, Mi vida hasta ahora, op. cit., pág. 210.


[150]<br />

Ibídem, pág. 230.


[151]<br />

Ibídem, pág. 234.


[152]<br />

Ibídem, pág. 235.


[153]<br />

Ibídem, págs. 236-237.


[154]<br />

Ibídem, pág. 238.


[155]<br />

Ibídem, pág. 251.


[156]<br />

Ibídem, pág. 267.


[157]<br />

Ibídem, pág. 275.


[158]<br />

Ibídem, pág. 510.


[159]<br />

NASH, Mary, op. cit., pág. 184.


[160]<br />

DE MIGUEL, Ana, <strong>Feminismo</strong>s, op. cit., págs. 238-239.


[161]<br />

SÁNCHEZ, Cristina, op. cit., pág. 78.


[162]<br />

DE MIGUEL, Ana, <strong>Feminismo</strong>s, op. cit., pág. 239.


[163]<br />

AMORÓS, Celia, «La dialéctica del sexo» de Shulamith Firestone:<br />

modulaciones en clave feminista del freudo-marxismo, en Historia del<br />

pensamiento feminista, op. cit., pág. 155.


[164]<br />

PULEO, Alicia H., «El feminismo radical de los setenta, Kate<br />

MILLETT», en AMORÓS, Celia (coord.), Historia del pensamiento<br />

feminista, op. cit., pág. 141.


[165]<br />

DE MIGUEL, Ana, <strong>Feminismo</strong>s, op. cit., pág. 242.


[166]<br />

Ibídem, pág. 244.


[167]<br />

NASH, Mary, op. cit., pág. 182.


[168]<br />

DE MIGUEL, Ana, <strong>Feminismo</strong>s, op. cit., págs. 242-243.


[169]<br />

NASH, Mary, op. cit., págs. 180-181.


[170]<br />

Ibídem, pág. 192.


[171]<br />

Ibídem, pág. 194.


[172]<br />

PULEO, Alicia H., El feminismo radical de los setenta: Kate MILLETT,<br />

op. cit., pág. 142.


[173]<br />

MORENO, Amparo, Introducción, en MILLETT, Kate, Política sexual,<br />

op. cit., pág. 8.


[174]<br />

Ibídem, pág. 13.


[175]<br />

MILLETT, Kate, Política sexual, op. cit., pág. 68.


[176]<br />

Ibídem, págs 69-70-73.


[177]<br />

Ibídem, pág. 94.


[178]<br />

Ibídem, pág. 169.


[179]<br />

DE MIGUEL, Ana, <strong>Feminismo</strong>s, op. cit., págs. 244-245.


[180]<br />

Título en español del libro Sisterhood is Powerful publicado en 1970 por<br />

Robin Morgan.


[181]<br />

SENDÓN DE LEÓN, Victoria, Marcar las diferencias. Discursos<br />

feministas ante un nuevo siglo, Icaria, Barcelona, 2002, págs. 12-13.


[182]<br />

FALUDI, Susan, Reacción. La guerra no declarada contra la mujer<br />

moderna, Anagrama, Barcelona, 1993, pág. 21.


[183]<br />

DE MIGUEL, Ana, <strong>Feminismo</strong>s, op. cit., pág. 252.


[184]<br />

NASH, Mary, op. cit., pág. 301.


[185]<br />

FALUDI, Susan, op. cit., pág. 25.


[186]<br />

CAVANA, María Luisa, «Diferencia», en AMORÓS, Celia (coord.), 10<br />

palabras clave sobre mujer, op. cit., págs. 85-86.


[187]<br />

SENDÓN DE LEÓN, Victoria, Marcar las diferencias, op. cit., pág. 14.<br />


[188]<br />

Ibídem, pág. 13.


[189]<br />

Ibídem, pág. 19.


[190]<br />

Ibídem, pág. 28.


[191]<br />

SENDÓN DE LEÓN, Victoria, op. cit., pág. 64.


[192]<br />

NASH, Mary, op. cit., pág. 191.


[193]<br />

SENDÓN DE LEÓN, Victoria, op. cit., pág. 72.


[194]<br />

LONZI, Carla, Escupamos sobre Hegel, Anagrama, Barcelona, 1981,<br />

citado en SENDÓN DE LEÓN, op. cit., pág. 72.


[195]<br />

DE MIGUEL, Ana, <strong>Feminismo</strong>s, op. cit., págs. 250-251.


[196]<br />

SENDÓN DE LEÓN, Victoria, op. cit., págs. 72-73.


[197]<br />

NASH, Mary, op. cit., pág. 161.


[198]<br />

DE MIGUEL, Ana, <strong>Feminismo</strong>s, op. cit., págs. 252-254.


[199]<br />

Ver en Anexos la lista completa del largo viaje del feminismo<br />

institucional.


[200]<br />

FRIEDAN, Betty, Mi vida hasta ahora, op. cit., pág. 392.


[201]<br />

BIGUES, Jordi, «El ecofeminismo», publicado en<br />

http://www.elsverds.org/.


[202]<br />

BOIX, Montserrat, «<strong>Feminismo</strong>s, comunicación y tecnologías de la<br />

información», en http://www.nodo50.org/mujeresred/.


[203]<br />

BOIX, Montserrat, «La comunicación como aliada. Tejiendo redes de<br />

mujeres», en BOIX, M., FRAGA, C., SENDÓN, V., El viaje de las<br />

internautas. Una mirada de género a las nuevas tecnologías, Madrid,<br />

AMECO, 2001, pág. 51.


[204]<br />

TELO, María, Concepción Arenal y Victoria Kent, Las prisiones. Vida y<br />

obra, Instituto de la Mujer, Madrid, 1995, pág. 25.


[205]<br />

CABALLÉ, Anna (ed.), La vida escrita por las mujeres, III. La pluma<br />

como espada. Del Romanticismo al Modernismo, Lumen, Barcelona, 2004,<br />

pág. 522.


[206]<br />

Ibídem, págs. 524-525.


[207]<br />

ALEU, Dolores. De la necesidad de encaminar por nueva senda la<br />

educación higiénico-moral de la mujer, Barcelona, La Academia, 1883,<br />

citado en LAFUENTE, Isaías, Agrupémonos todas, Aguilar, Madrid, 2003,<br />

pág. 19.


[208]<br />

CABALLÉ, Anna (ed.), op. cit., págs. 553-555.


[209]<br />

Ibídem, pág. 37.


[210]<br />

LAFUENTE, Isaías, op. cit., pág. 33.


[211]<br />

CLARAMUNT, Teresa, «A la mujer», Fraternidad, número 4, Gijón,<br />

1899, citado en LAFUENTE, Isaías, op. cit., págs. 34-35.


[212]<br />

Ibídem.


[213]<br />

CABALLÉ, Anna, op. cit., pág. 9.


[214]<br />

LAFUENTE, Isaías, op. cit., págs. 41-43.


[215]<br />

CAPEL, Rosa María, «La mujer en España. De la “Belle Époque” a la<br />

Guerra Civil», en El voto de las mujeres. 1877-1978, Universidad<br />

Complutense, Madrid, 2003, págs. 59-60.


[216]<br />

Ibídem, pág. 60.


[217]<br />

DOMINGO, Carmen, Con voz y voto. Las mujeres y la política en<br />

España (1931-1945), Lumen, Barcelona, 2004, págs. 36-37.


[218]<br />

CAMPOAMOR, Clara, Mi pecado mortal. El voto femenino y yo.<br />

Instituto Andaluz de la Mujer. Junta de Andalucía, Sevilla, 2001, citado en<br />

LAFUENTE, Isaías, op. cit., pág. 63.


[219]<br />

LAFUENTE, Isaías, op. cit., págs. 73-76.


[220]<br />

DOMINGO, Carmen, op. cit., págs. 86-87.


[221]<br />

Ibídem, pág. 99.


[222]<br />

Ibídem, pág. 22.


[223]<br />

Ibídem, pág. 102.


[224]<br />

Ibídem, pág. 69.


[225]<br />

Ibídem, pág 105.


[226]<br />

LAFUENTE, Isaías, op. cit., pág. 95.


[227]<br />

DOMINGO, Carmen, op. cit., pág. 33.


[228]<br />

Ibídem, pág. 26.


[229]<br />

MONTERO, Justa, «Movimiento feminista: una trayectoria singular»,<br />

revista Mientras tanto, n.° 91, 92, Invierno 2004, Barcelona.


[230]<br />

SALAS, Mary y COMABELLA, Merche (coord.), «Asociaciones de<br />

mujeres y movimiento feminista», en Españolas en la Transición, Biblioteca<br />

Nueva, Madrid, 1999, pág. 84.


[231]<br />

Ibídem, pág. 89.


[232]<br />

Ibídem, págs. 89, 90-91.


[233]<br />

MONTERO, Justa, op. cit.


[234]<br />

VALCÁRCEL, Amelia, Rebeldes. Hacia la paridad, op. cit., págs. 100-<br />

127.


[235]<br />

AUGUSTÍN PUERTA, Mercedes, <strong>Feminismo</strong>: identidad personal y<br />

lucha colectiva. Análisis del movimiento feminista español en los años 1975 y<br />

1985, Universidad de Granada, Granada, 2003, págs. 407-408.


[236]<br />

Ibídem, págs. 409-417.


[237]<br />

AMORÓS Celia, Tiempo de feminismo, op. cit., págs. 416-426.


[238]<br />

MONTERO, Justa, op. cit.


[239]<br />

SENDÓN DE LEÓN, Victoria, Mujeres en la era global. Contra un<br />

patriarcado neoliberal, Icaria, Barcelona, 2003, pág. 32.


[240]<br />

SAU, Victoria, op. cit., pág. 46.


[241]<br />

REGUANT, Dolors, La Mujer no existe, Maite Canal, Bilbao, 1996, pág.<br />

20, citado en SAU, Victoria, op. cit., tomo II, pág. 55.


[242]<br />

SAU, Victoria, op. cit., tomo I, pág. 257.


[243]<br />

Ibídem, págs. 258-259.


[244]<br />

COBO, Rosa, Género, en AMORÓS, Celia (dir.), 10 palabras clave<br />

sobre mujer, op. cit., pág. 55.


[245]<br />

STOLLER, Robert J., Sex and Gender, Nueva York, Science House,<br />

1968, págs. VIII y IX del prefacio, citado en MILLETT, Kate, op. cit., pág.<br />

77.


[246]<br />

MILLETT, Kate, op. cit., pág. 80.


[247]<br />

SAU, Victoria, op. cit., pág. 239.


[248]<br />

COBO, Rosa, Género, op. cit., pág. 56.


[249]<br />

Ibídem, pág. 61.


[250]<br />

Ibídem, pág. 80.


[251]<br />

SAU, Victoria, op. cit., pág. 76.


[252]<br />

Ibídem.


[253]<br />

MARTÍN GAITE, Carmen, «Por el mundo adelante», en Después de<br />

todo. Poesía a rachas, Hiperión, Madrid, 3.a ed., 2001, pág. 25.


[254]<br />

GRAVES, Robert, Los dos nacimientos de Dionisos, 1964, citado en<br />

SAU, Victoria, op. cit., tomo II, pág. 30.


[255]<br />

MIYARES, Alicia, Democracia feminista, Cátedra, col. <strong>Feminismo</strong>s,<br />

Madrid, 2003, págs. 11, 14 y 15.


[256]<br />

COBO, Rosa, Género, op. cit., págs. 63-64.


[257]<br />

OSBORNE, Raquel, «Acción positiva», en AMORÓS, Celia (dir.), 10<br />

palabras clave de mujer, op. cit., pág. 297.


[258]<br />

Ibídem, págs. 300-301.


[259]<br />

Interviú, n.o 1.467, 7 de junio de 2004, pág. 44.


[260]<br />

POSADA, Luisa, «Pactos entre mujeres», en AMORÓS, Celia (dir.), 10<br />

palabras clave de mujer, op. cit., págs. 336-338.


[261]<br />

AMORÓS, Celia, El nuevo aspecto de la polis, La balsa de la medusa,<br />

n.os 19-20 (1991), citado en POSADA, Luisa, op. cit., pág. 348.


[262]<br />

POSADA, Luisa, op. cit., págs. 351-360.


[263]<br />

OSBORNE, Raquel, «Acción positiva», en AMORÓS, Celia (dir.), 10<br />

palabras clave de mujer, op. cit., pág. 314.


[264]<br />

Ver en Anexos, el texto íntegro de la Convención.


[265]<br />

OSBORNE, Raquel, op. cit., pág. 314.


[266]<br />

Ibídem, pág. 321.


[267]<br />

Ibídem, págs. 311-313.


[268]<br />

CRUZ, Jacqueline y ZECCHI, Bárbara, «Más que evolución, involución:<br />

a modo de prólogo», en CRUZ, J. y ZECCHI, B. (eds.), La mujer en la<br />

España actual. ¿Evolución o involución?, Icaria, Barcelona, 2004, pág. 15.<br />


[269]<br />

MEAD, Margaret, Sex and Temperament in Three Primitive Societies,<br />

1963, citado en MOLINA, Cristina, <strong>Feminismo</strong> es… y será. Jornadas<br />

Feministas Córdoba 2000. Ponencias, mesas redondas y exposiciones,<br />

Asamblea de Mujeres de Córdoba Hierbabuena, Universidad de Córdoba,<br />

2001, pág. 115.


[270]<br />

Ibídem.


[271]<br />

CARRASCO, Cristina (ed.), Mujeres y economía. Nuevas perspectivas<br />

<strong>para</strong> viejos y nuevos problemas, Icaria, Barcelona, 2.a ed., 2003, pág. 48.


[272]<br />

Ibídem, págs. 44-45.


[273]<br />

El epígrafe Trabajo doméstico, trabajo invisible, está basado en la<br />

ponencia del grupo Dones i treballs de Ca la Dona, Barcelona, presentada en<br />

las Jornadas Feministas de Córdoba, 2000, bajo el título «Repensar desde el<br />

feminismo los tiempos y trabajos en la vida cotidiana».


[274]<br />

LARRAÑAGA, Isabel, ARREGI, Begoña y ARPAL, Jesús, «El trabajo<br />

reproductivo o doméstico», en el informe SESPAS 2004, pág. 29.


[275]<br />

Ibídem, pág. 35.


[276]<br />

DEL RÍO, Sira, «Cuidar de l@s demás: un problema ético», abril 1999,<br />

www.nodo50.org/maast/cuidar.htm


[277]<br />

AMORÓS, Celia, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto<br />

ilustrado y postmodernidad, op. cit., pág. 397.


[278]<br />

MARÍN, Gloria, «Ética de la justicia, ética del cuidado», 1993,<br />

www.nodo50.org/doneselx/ética.htm


[279]<br />

ALCAIDE, Soledad, El País, 29 de febrero de 2004, pág. 38.


[280]<br />

SANTOLARIA, Encarna, FERNÁNDEZ, Alberto, DAPONTE,<br />

Antonio, «El sector productivo», en el informe SESPAS 2004, «La salud<br />

pública desde la perspectiva de género y clase social», Gaceta Sanitaria, vol.<br />

18, supl. 1, mayo 2004, pág. 25.


[281]<br />

Ibídem, págs. 26-29.


[282]<br />

El estudio del Laboratorio de trabajadoras está publicado en Centro de<br />

Arte, centrodearte.com y en el libro RUIDO, M. (ed.), Corpos de producción.<br />

Miradas críticas e relatos feministas en torno ós suxeitos sexuados nos<br />

espacios públicos, CGAC, 2003. También en<br />

http://www.sindominio.net/karakola/precarias.htm.


[283]<br />

CAÑAS, Gabriela, El País, 5 de mayo de 2002.


[284]<br />

Ibídem.


[285]<br />

PERNAS, Begoña, «Las raíces del acoso sexual: Las relaciones de poder<br />

y sumisión en el trabajo» en OSBORNE, Raquel (coord.), La violencia<br />

contra las mujeres. Realidad social y políticas públicas, Universidad<br />

Nacional de Educación a Distancia, Madrid, 2001, pág. 73


[286]<br />

PIÑUEL, Iñaki, Mobbing. Cómo sobrevivir al acoso psicológico en el<br />

trabajo. Sal Terrae, Santander, 2001, pág. 51..


[287]<br />

HIRIGOYEN, Marie-France, El acoso moral en el trabajo. Distinguir lo<br />

verdadero de lo falso, Paidós, Barcelona, 2001, págs. 88-92.


[288]<br />

La Vanguardia, 1 de mayo de 2004.


[289]<br />

GALEANO, Eduardo, «1978, La Paz: Cinco Mujeres» en Mujeres,<br />

Alianza, Madrid, 1995, pág. 47.


[290]<br />

ROMA, Pepa, «Mujer y globalización: La revolución silenciada» en<br />

VIDAL CLARAMONTE; María Carmen África, La feminización de la<br />

cultura. Una aproximación interdisciplinar, Consorcio Salamanca 2002,<br />

Salamanca, 2002, pág. 94.


[291]<br />

Ibídem.


[292]<br />

Ibídem, pág. 10.


[293]<br />

SENDÓN DE LEÓN, Victoria, Mujeres en la era global, Icaria,<br />

Barcelona, 2003, pág. 5.


[294]<br />

Ibídem, pág. 14.


[295]<br />

GEORGE, Susan, El Informe Lugano, Icaria, Barcelona, 2001, pág. 246.<br />


[296]<br />

Testimonio recogido de la entrevista de la autora con Nora —nombre<br />

falso—, en la casa que la ONG Horizontes Abiertos tiene en Madrid <strong>para</strong><br />

presos y presas que no tienen domicilio, condición necesaria <strong>para</strong> disfrutar de<br />

permisos penitenciarios.


[297]<br />

ROMA, Pepa, op. cit., págs. 95-96.


[298]<br />

SENDÓN DE LEÓN, Victoria, Mujeres en la era global, op. cit., págs.<br />

33-34.


[299]<br />

Ibídem, pág. 46.


[300]<br />

OIT, «La 87.a Conferencia de la OIT adopta nuevos instrumentos sobre<br />

el trabajo de los niños», Trabajo n.o 30, julio 1999, pág. 6.


[301]<br />

Dictamen subrregional de Libreville, 22-24 de febrero de 2000,<br />

«Desarrollo de las estrategias de lucha contra la explotación de los niños por<br />

el trabajo, el caso de Senegal».


[302]<br />

BONELLI, Elena (coord.) Tráfico e inmigración de mujeres en España.<br />

ACSUR-Las Segovias, Madrid, 2001.


[303]<br />

Entrevista con la autora, Madrid, junio, 2000.


[304]<br />

NASH y PENELAS (1999), citado en NASH, Mary, op. cit., pág. 298.<br />


[305]<br />

SZIL, Peter, psicoterapeuta y experto en masculinidad. Conferencia:<br />

«Los hombres, la pornografía y la prostitución», 15 de octubre de 2004,<br />

Círculo de Bellas Artes, Madrid.


[306]<br />

FRASER, N., Iustitia interrupta. Reflexiones críticas desde la posición<br />

«postsocialista», Siglo del Hombre ed., Universidad de los Andes, Santa Fe<br />

de Bogotá, 1997, pág. 307.


[307]<br />

MILLETT, Kate, op. cit, pág. 100.


[308]<br />

«Informe mundial sobre la violencia y la salud», Organización Mundial<br />

de la Salud, Nueva York, 2002.


[309]<br />

FALUDI, Susan, op. cit., pág. 21.


[310]<br />

El País, 24 de junio de 2004, pág. 28.


[311]<br />

El País, 4 de septiembre de 2004, pág. 17.


[312]<br />

Ver informe completo en Anexos.


[313]<br />

Ibídem.


[314]<br />

El País, 26 de junio de 2004.


[315]<br />

El Mundo, 13 de junio de 2004, portada.


[316]<br />

El Mundo, 20 de julio de 2004, pág. 25.


[317]<br />

Amnistía Internacional, La mutilación genital femenina y los derechos<br />

humanos. Infibulación, escisión y otras prácticas cruentas de iniciación,<br />

Madrid, 1999, págs. 21-22.


[318]<br />

COBO, Rosa y DE MIGUEL, Ana, Diversidad cultural y<br />

multiculturalismo en Amnistía Internacional, op. cit., pág. 14.


[319]<br />

NACER, Mende y Lewis, Damián, Esclava, Círculo de Lectores, cedido<br />

por Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 2002, págs. 77-81.


[320]<br />

Entrevista con la autora. Madrid, 2000.


[321]<br />

WOLF, Naomi, El mito de la belleza, EMECE, Barcelona, 1991, pág.<br />

14.


[322]<br />

Ibídem, pág. 17.


[323]<br />

GALBRAITH, John Kenneth, en WOLF, Naomi, op. cit., pág. 23.


[324]<br />

Ibídem, pág. 353.


[325]<br />

ETXEBARRIA, Lucía y NÚÑEZ PUENTE, Sonia, En brazos de la<br />

mujer fetiche, Destino, Barcelona, 2002, pág. 34.


[326]<br />

MERNISSI, Fátima, El harén en Occidente, Espasa, Madrid, 2001, págs.<br />

239-244.


[327]<br />

Ibídem, pág. 245.


[328]<br />

BOURDIEU, Pierre, La dominación masculina, Anagrama, Barcelona,<br />

2.a ed., 2000, pág. 54.


[329]<br />

GREER, Germaine, La mujer completa, Kairós, Barcelona, 2.a ed.,<br />

2001, pág. 14.


[330]<br />

WOLF, Naomi, op. cit., pág. 355.


[331]<br />

GREER, Germaine, op. cit., pág. 33.


[332]<br />

Ibídem, pág. 34.


[333]<br />

Ibídem, págs. 36-38.


[334]<br />

SESPAS es una entidad que agrupa a más de 3.500 profesionales de la<br />

salud y otras ciencias sociales y biomédicas. Incorpora a 10 sociedades<br />

científicas federadas y es el miembro español de las sociedades europeas y<br />

mundiales de Salud Pública (EUPHA y WFPHA). Desde 1993, SESPAS<br />

elabora informes técnicos bianuales que analizan el estado de salud y el<br />

sistema sanitario español.


[335]<br />

RUIZ-CANTERO, M. T., VERDÚ-DELGADO, M., «Sesgo de género<br />

en el esfuerzo terapéutico», en Informe SESPAS 2004, pág. 118.


[336]<br />

Informe SESPAS 2004, pág. 120.


[337]<br />

Ibídem, pág. 121.


[338]<br />

Ibídem, pág. 123.


[339]<br />

Ibídem.


[340]<br />

Ibídem, pág. 124.


[341]<br />

FERNÁNDEZ DEL CASTILLO, Isabel, El Mundo, pág. 41.


[342]<br />

STEINEM, Gloria, prólogo de ENSLER, Eve, Monólogos de la vagina,<br />

Planeta, Barcelona, 2002, pág. 8.


[343]<br />

VARELA, <strong>Nuria</strong>, Íbamos a ser reinas, Ediciones B, Barcelona, 2002,<br />

pág. 67.


[344]<br />

ENSLER, EVE, op. cit., pág. 13.


[345]<br />

SAU, Victoria, op. cit., volumen I, págs. 11-16.


[346]<br />

GREER, Germaine, op. cit., págs. 144-146.


[347]<br />

BELLI, Gioconda , Apogeo, Visor, Madrid, 1998.


[348]<br />

El epígrafe «Mujeres con voz» está basado en la conferencia de Teresa<br />

Meana de octubre de 2004, Club de las 25, Madrid.


[349]<br />

LLEDÓ, Eulàlia, «Recomendaciones <strong>para</strong> el tratamiento de la violencia<br />

contra las mujeres en los medios informativos» en Medios de comunicación y<br />

violencia contra las mujeres, Instituto Andaluz de la Mujer, Sevilla, 2003,<br />

pág. 218.


[350]<br />

ANTOLÍN, Luisa, «El concepto de género y la teoría feminista» en<br />

Agentes de Igualdad de Oportunidades 1, Forem, Madrid, 2004.


[351]<br />

TEDLOW, Richard S., L’Audace et le marché. L’invention du marketing<br />

aux Etats-Unis, Odile Jacob, París, 1997.


[352]<br />

VALLE, Norma, HIRIART, Berta y AMADO, Ana María, El abc de un<br />

periodismo no sexista, Fempress.


[353]<br />

VÁZQUEZ MONTALBÁN, Manuel, Historia y comunicación social,<br />

Alianza Editorial, Madrid, 1985, pág. 17.


[354]<br />

LOSCERTALES, Felicidad, «El lenguaje publicitario: estereotipos<br />

discriminatorios que afectan a las mujeres», en Medios de Comunicación y<br />

violencia contra las mujeres, Instituto Andaluz de la Mujer y Fundación<br />

Audiovisual de Andalucía, Sevilla, 2003, pág. 99.


[355]<br />

LAGARDE, Marcela, Una mirada feminista en el umbral del milenio,<br />

Instituto de Estudios de la Mujer, Universidad Nacional, Costa Rica, 1999.<br />


[356]<br />

ALTÉS, Elvira, «Estereotipos y roles de género en los medios de<br />

comunicación», en LÓPEZ, Pilar (ed.), Manual de información en género,<br />

Instituto Oficial de Radio y Televisión, Madrid, 2004, pág. 40.


[357]<br />

FUERTES, Cristina, ZABALETA, Arantxa, Andra, enero, 2003.


[358]<br />

RAMONET, Ignacio, Le Monde Diplomatique, n.o 67, págs. 1 y 32.


[359]<br />

El epígrafe «Católicas por el derecho a decidir» está basado en<br />

ALFONSO, Paloma, Voces disidentes, católicas por el derecho a decidir… y<br />

disentir, Córdoba, op. cit., pág. 311.


[360]<br />

DE MIGUEL, Ana, <strong>Feminismo</strong>s, op. cit., págs. 219-221.


[361]<br />

SAU, Victoria, Volumen II, op. cit., págs. 232-236.


[362]<br />

VUOLA, Elina, Los límites de la liberación. La Praxis como método de<br />

la teología latinoamericana de la liberación y de la teología feminista,<br />

Iepala, Madrid, 2000, pág. 100.


[363]<br />

AMORÓS, Celia, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto<br />

ilustrado y postmodernidad, op. cit., págs. 106-107.


[364]<br />

VUOLA, Elina, op. cit., pág. 127.


[365]<br />

Ibídem, pág. 117.


[366]<br />

ABDELAZIZ, Malika, «Velos sobre las mujeres»,<br />

www.nodo50.org/mujeresred.


[367]<br />

RUIZ-ALMODÓVAR, Caridad, «Una sufragista egipcia. Durriyya<br />

Shafiq», Pandora, n.o 3, 2003, págs 12-13.


[368]<br />

El epígrafe «La hija del Nilo» está basado en la conferencia «Velos<br />

sobre las mujeres» impartida por Malika ABDELAZIZ en Madrid, 25 de<br />

marzo de 2004, Escuela de Animación del Voluntariado de la Comunidad de<br />

Madrid.


[369]<br />

LOMAS, Carlos (comp.), ¿Todos los hombres son iguales? Identidades<br />

masculinas y cambios sociales, Paidós, Barcelona, 2003, pág. 13.


[370]<br />

ANTOLÍN, Luisa, El concepto de género y la teoría feminista en<br />

Agentes de igualdad de oportunidades 1, Forem, Madrid, 2004.


[371]<br />

VÁZQUEZ, Norma (comp.), El ABC del Género, Asociación Equipo<br />

MAIZ, San Salvador, El Salvador, 2001.


[372]<br />

BOURDIEU, Pierre, La dominación masculina, Anagrama, Barcelona,<br />

2000, págs. 67-68.


[373]<br />

LOMAS, Carlos, op. cit., pág. 13.


[374]<br />

CONNELL, Robert W., «Masculinidades», México, UNAM, 2003, en<br />

LOMAS, Carlos, op. cit., pág. 21.


[375]<br />

Ibídem, pág. 23.


[376]<br />

BONINO, Luis, «Los hombres y la igualdad con las mujeres», en<br />

LOMAS, Carlos (comp.), op. cit., págs. 107-110.


[377]<br />

DEVEN, F., y otros, «Revisión de investigaciones europeas sobre<br />

conciliación de la vida familiar y laboral de mujeres y hombres», Revista<br />

Materiales de trabajo, de Dirección del Menor-MAS, España, n.o 40, 1998; y<br />

GODENZI, A., Style or substance: Men’s responce to feminist challeng, Men<br />

and Masculinities, vol. I, n.o 4, 1999.


[378]<br />

BONINO, Luis, op. cit., págs. 127-135.


[379]<br />

LOZOYA, José Ángel, «Hombres por la igualdad» (Delegación de salud<br />

y género) en las Jornadas de género y sexualidad, La Laguna, mayo de 2002.<br />


[380]<br />

ROJAS MARCOS, L., Las semillas de la violencia, Espasa, Madrid,<br />

1998, págs. 15 y 20.


[381]<br />

LOZOYA, José Ángel, op. cit.


[382]<br />

ROJAS MARCOS, L., op. cit., pág. 15.


[383]<br />

ARTAZCOZ, Lucía, MOYA, Carmela, VANACLOCHA, Hermelinda y<br />

PONT, Pepa, «La salud de las personas adultas» en Informe SESPAS 2004,<br />

op. cit., pág. 56.


[384]<br />

SEIDLER, Víctor J. J., Transformando las masculinidades, Goldsmiths<br />

College, University of London, mayo de 2001.


[385]<br />

DAVIES, Bronwyn, Sapos y culebras y cuentos feministas. Los niños de<br />

preescolar y el género, Cátedra, col. <strong>Feminismo</strong>s, Madrid, 1994, pág. 9.


[386]<br />

POULAIN DE LA BARRE, «Sobre la igualdad de los sexos», en<br />

Figuras del otro en la Ilustración francesa. Diderot y otros autores, Alicia H.<br />

PULEO (estudio, traducción y notas), Escuela libre editorial, Madrid, 1996,<br />

pág. 142.


[387]<br />

FRAISSE, Geneviève, Musa de la razón, Cátedra, Madrid, 1991 en DE<br />

MIGUEL, Ana y ROMERO, Rosalía, Flora Tristán. <strong>Feminismo</strong> y socialismo.<br />

Antología, op. cit., pág. 19.


[388]<br />

VALCÁRCEL, Amelia, Rebeldes hacia la paridad, op. cit., pág. 158.


[389]<br />

CABALLÉ, Anna (ed.), La pluma como espada. Del romanticismo al<br />

modernismo, Lumen, Barcelona, 2004, págs. 23-24.


[390]<br />

GALEANO, Eduardo, Mujeres, Alianza Cien, Madrid, 1995.


[391]<br />

NASH, Mary, op. cit., pág. 79.


[392]<br />

Ibídem, pág. 116.


[393]<br />

FRIEDAN, Betty, La mística de la feminidad, op. cit., pág. 99.


[394]<br />

MEANA, Teresa, conferencia de Madrid, octubre de 2004, el Club de las<br />

25.


[395]<br />

Nótese el sexismo del diccionario de la RAE.


[396]<br />

Oxford English Dictionary (edición electrónica, en www.oed.com), acep.<br />

1.


[397]<br />

OED, acep. 2.


[398]<br />

OED, acep. 3.


[399]<br />

OED, acep. 3b.


[400]<br />

Corpus de referencia del español actual (CREA). Número de casos y,<br />

entre paréntesis, número de documentos.


[401]<br />

Uso hispanoamericano.


[402]<br />

El pleno de la Real Academia Española que aprobó este informe el 19 de<br />

mayo de 2004 estaba compuesto por 3 mujeres y 37 hombres.

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