Alejarse no es desconectar, es darse una pausa

Alejarse no es desconectar, es darse una pausa

 

José R. Ubieto*

 

Los sucesos del 1-O, qué duda cabe, han contribuido a un cierto alejamiento de muchas personas que viven en Catalunya respecto al vínculo que hasta entonces mantenían con lo que para cada uno significa “España”. Esto lo observamos en gente diversa, en cuanto a edades, procedencia o afinidad política.

La violencia vivida, por muchos directamente y por otros compartida en las redes sociales, los medios de comunicación o los amigos, ha supuesto la emergencia de un acontecimiento que podemos calificar de traumático. El psicoanalista Jacques Lacan jugaba con la palabra troumatisme (traumatismo en francés) para señalar el trou (agujero) que produce el trauma. Agujero de sentido, un vacío de saber que tratamos enseguida de llenar para aliviarnos y restaurar algo de la realidad. Lo vimos, precisamente en Barcelona unas semanas antes, cuando la furgoneta irrumpió en las Ramblas acabando con la vida de varias personas y dejando un centenar de heridos.

Enseguida, tuvimos que rodear ese agujero de flores y palabras para soportar el vacío de esas vidas segadas brutalmente. Luego nos esforzamos, sin demasiados resultados por el momento, para entender el desgarro que eso produjo, especialmente en los lugares de procedencia de esos muchachos, algunos estimados por sus vecinos.

El 1-O no es equiparable, por supuesto, ni por su significación social y política ni por su magnitud e impacto. Pero hay también aquí un desgarro que no por previsible parcialmente, es menos doloroso. Las palabras, discrepantes e incluso duras en ocasiones, dieron paso a la violencia y vimos los cuerpos caídos, golpeados y lastimados. Sin que ningún sentido pudiera explicar esa desproporción. Ni la orden judicial ni el antagonismo político ni el ejercicio policial, que siempre implica cierta coacción.

Allí hubo un exceso que nos conmovió a todos y que, para cada uno, tocó algo de su sentimiento más íntimo, sea la tristeza, la rabia, la indignación, el miedo. Ese exceso, cuyas imágenes y testimonios vimos repetidos a lo largo del día, fue interpretado por una gran mayoría como un acto de crueldad innecesaria. Las consecuencias remitieron de inmediato a las intenciones supuestas a los que decidieron esa actuación, mucho más que a los que ejecutaron la orden.

Se hizo evidente el rechazo y el odio en esas escenas donde los cuerpos eran evacuados sin contemplaciones.

Esa brutalidad generó como respuesta un rechazo hacia los responsables y dio pie a multitud de protestas y denuncias, pero también a iniciativas para restaurar algo de ese tejido social desgarrado, no sólo con lo que está más allá de Catalunya sino también con el desgarro interior.

Hablar de desconexión emocional con España, dando consistencia a esa frontera imaginaria ente España y Catalunya, no parece la mejor manera de restablecer la convivencia. Los responsables del 1-O no son “los españoles” ni España sino, en todo caso, los políticos que no han encontrado otras vías para abordar el conflicto. Repetir ese mantra es cerrar las vías para entender las razones del otro y producir lo nuevo, aquello que está por venir y que responde al deseo mayoritario de vivir en paz.

Un distanciamiento no es una ruptura, es un alejamiento a veces necesario para tomar una nueva perspectiva del asunto. Permite darse un tiempo para comprender algo de lo que está sucediendo y de la posición de cada uno. Es una buena oportunidad para hacerse la pregunta de lo que cada uno quiere con el otro, como cuando en una pareja hay un tiempo de pausa. Pero para que ese tiempo no concluya demasiado precipitadamente y pueda, entonces sí, producir una verdadera desconexión hay que bajar el ruido, soportar un cierto silencio para escuchar las razones del otro sin acallarlas con reproches o acusaciones morales (traidores, cómplices, desleales).

Los clásicos distinguían entre dos formas de silencio, el taceo que es callar para proteger tus intereses y el sileo que es callar cuando hay algo que no se puede decir. La cobardía suele recurrir al taceo,  pero debemos aceptar que a veces hay silencios que conviene respetar porque responden a temores fundados, a dudas legítimas o simplemente a que no todo se puede decir cuando el sentido falta.

Démonos todos, pues, un tiempo para pensar y comprender qué nos jugamos, colectiva e individualmente, en este envite. Lo nuevo ya no será igual que antes, pero eso no tiene porque ser un problema. Renovar los vínculos es siempre la ocasión de inventar nuevos lazos más satisfactorios.

*Psicoanalista, miembro de la AMP (ELP).

Publicado originalmente en El Periódico, lunes 9 de octubre de 2017

http://www.elperiodico.com/es/autor/jose-ramon-ubieto/index.shtml

 

3 respuestas a “Alejarse no es desconectar, es darse una pausa

  1. Estimado José Ramón,
    Aprecio de veras el tono de tu intervención, apostando por el eje acercamiento / distanciamento en lugar del más radical diálogo / ruptura. Sin duda es porque sabes habitar muy bien esos lugares de «la franja» que conectan espacios que otros piensan como discontínuos. Es un problema topológico y es también una cuestión ética: dos puntos muy alejados pueden pensarse como vecinos y conectados o como separados irremediablemente por un corte. La primera parte de tu texto da cuenta más bien del agujero traumático —aunque un agujero siempre puede rodearse, a diferencia de un corte absoluto—; la segunda apuesta por la reconexión deseada.
    Sólo una observación sobre tu sabia distinción de «silencios»: a veces «sileo» es también el silencio de la pulsión de muerte. Ahí, no debemos ceder un palmo o será la destrucción programada.
    J. V. Marcabrú

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