¿Somos los mejores jueces de nuestras capacidades? Algunos científicos del comportamiento nos dirán que no. En su argumentación, citarán el efecto Dunning-Kruger, que consiste en la incapacidad de evaluar correctamente las propias capacidades en distintas materias. Podrían entonces sacar a relucir una panoplia de mensajes, entre otros, en las redes sociales para apoyar sus afirmaciones. Sin embargo, no todo el mundo está de acuerdo con esta conclusión. Otros estudios demues tran que, salvo una minoría, la mayoría de la gente no sobrestima sus conocimientos en una materia.
Este debate puede parecer trivial, pero no lo es. Según la teoría de Dunning-Kruger, sería imposible establecer autoevaluaciones o evaluaciones entre compañeros eficaces. Todo el mundo se pondría notas fantásticas. Sin embargo, las investigaciones en contra de este fenómeno demuestran que, por el contrario, la mayoría de las personas son capaces de realizar un ejercicio de este tipo.
Un método sensato y eficaz
La cuestión de la autoevaluación vuelve a salir a la palestra con el enfoque metacognitivo de la pedagogía. De hecho, algunos consideran este ejercicio casi como un superpoder. Porque no es sólo una manera de ponerse una nota, sino sobre todo de reflexionar sobre lo que se ha hecho anteriormente. Los defensores de este enfoque de la evaluación citarán, entre otras, las siguientes ventajas:
- desarrollo autónomo del aprendizaje
- Mayor conciencia y capacidad de pensamiento crítico
- Profundización en el aprendizaje
- Uso más regular y eficaz de la autorregulación
Este último concepto es incluso la base de la enseñanza, es decir, la autorregulación es el diagnóstico realizado tras la autoevaluación. El alumno puede entonces evaluar sus progresos, sus acciones y los pasos que debe dar para mejorar. Cuando esta evaluación va acompañada de la evaluación por los compañeros, se habla de círculo virtuoso. Esto significa que el alumno reflexiona sobre el proceso de su trabajo, comprende lo que se espera de él y puede juzgar los logros de los demás a través de este prisma. Posteriormente, recibirá comentarios de sus compañeros que perfeccionarán su capacidad de autoevaluación.
Esta técnica de evaluación puede no utilizarse por sí sola, pero incorporarla a una lección tiene consecuencias generalmente positivas. Algunos profesores que la han adoptado afirman que cambia la dinámica en el buen sentido. Los alumnos se vuelven rápidamente más autónomos y desarrollan una relación diferente con el profesor que, en este ejercicio, ya no es el evaluador sino un gestor, que se asegura de que todos responden bien a las instrucciones. Este clima extraño se convierte rápidamente en motivador para la mayoría de los alumnos.
Este estudio con un grupo de estudiantes chinos descubrió que la evaluación entre compañeros en un contexto de expresión oral en lengua extranjera tenía efectos positivos. Después de recibir el feedback de sus compañeros, la mayoría mejoró su rendimiento en un segundo oral. Sin embargo, hay que tener en cuenta, como hacen los autores, que se trataba sólo de un grupo de unos 30 estudiantes que, además, ya estaban entre los mejores de China. Por tanto, es difícil generalizar a partir de esta simple investigación.
¿A qué estudiante no le gustaría ponerse una nota? Sorprendentemente, muchos más de los que pensamos. Este es uno de los obstáculos para su adopción. Muchos creen que no tienen las habilidades para hacerlo, que es responsabilidad de los profesores o que tienen miedo a equivocarse. Algunos no se atreven a ponerse una buena nota por miedo a ser criticados o a parecer fanfarrones.
Pasos para adoptarlo con éxito
De ahí la importancia de presentar el ejercicio a la clase. En primer lugar, es importante explicar de qué se trata ofreciendo ejemplos de buenas y malas evaluaciones (propias y de los compañeros). Parece importante proponer un modelo de lo que se espera recreando la evaluación de un trabajo falso para explicar mejor el planteamiento. Es mejor llevarlo a cabo primero en el contexto de pequeñas tareas formativas para que se cree el hábito. Después, el profesor puede dar feedback sobre lo que se ha hecho.
Las herramientas de autoevaluación son, por su parte, libres. Por supuesto, las cuadrículas tradicionales son inevitables, pero nada impide que se realicen oralmente o mediante símbolos fijados en el trabajo. Por ejemplo, un emoji que represente el nivel de comprensión según el alumno o el color de un semáforo para afirmar si cree haber captado o no una noción. Esto puede combinarse en un contexto de metacognición en el que las tareas exigen que los alumnos reflexionen sobre su proceso de aprendizaje. Las autoevaluaciones y las evaluaciones entre compañeros se convierten en herramientas de reflexión para comprender y registrar el progreso de cada uno a lo largo del curso escolar o del trimestre.
Así pues, parece posible, en cualquier nivel de enseñanza, añadir una capa de autoevaluación y de evaluación por los compañeros. Además, los propios profesores podrían beneficiarse de este tipo de técnicas. En Francia, el proyecto iTeachApp propone precisamente un enfoque de este tipo para el uso de los sistemas de gestión del aprendizaje. Es una forma de que los profesores analicen su nivel de comodidad con esta tecnología y reciban apoyo en función de sus respuestas.
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