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Balmis et variola
Jose Tuells

Valencia: Generalitat Valenciana

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La Real Expedición Filant rópica de la vacuna (1803 - 1810)


Helena Mart ín-Rodero

De la beficencia a la prevision organizada. Las Sociedades de Socorros Mut uos en Bet anzos
Carlos Manuel Fernandez Fernandez

Primera Vacunacion en Buenos Aires - Complet o


robert o lit vachkes
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Balmis et variola

Book · December 2003


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José Tuells
Susana Ramírez

BALMIS ET VARIOLA
Sobre la Derrota de la Viruela, la Real Expedición Filantrópica de la
Vacuna y el esfuerzo de los Inoculadores que alcanzaron el final
del azote, con observaciones particulares al periplo vital Balmisiano

GENERALITAT VALENCIANA
C O N S E L L E R I A D E S A N I T A T

2003
Autores:
JOSÉ VICENTE TUELLS HERNÁNDEZ
SUSANA MARÍA RAMÍREZ MARTÍN
Edita: Generalitat Valenciana. Conselleria de Sanitat
© De la presente edición: Generalitat Valenciana, 2003
1.ª edición
© Del texto: los autores
© De la portada: PALOMA SOUTO,
«El rojo protector», 2003
Imprime:
GRÁFICAS DÍAZ, S.L. San Vicente/Alicante

I.S.B.N.: 84-482-3673-4
Depósito Legal: A-1144-2003
La Historia de la Medicina hispano americana aporta
a la historia general una de las más bellas proezas
científicas que se han realizado en el mundo, una de
las verdaderas epopeyas de la Medicina, una prueba
irrefutable de la grandeza de España, un documento
vivo de la magnanimidad de Carlos IV, un poema
épico cuya figura central es un cirujano español, una
gloria que ningún otro pueblo de la tierra puede arre-
batar a España. (MARTÍNEZ DURÁN, 1964, p. 476).
ÍNDICE GENERAL

Página

PRESENTACIÓN............................................................................................. 9

PRÓLOGO ....................................................................................................... 11

EL SENTIDO DE LAS COINCIDENCIAS.................................................... 13

I. Nombres y mitologías de una enfermedad desoladora ....................... 15


II. Viaje desde el Este al Oeste, descripciones y huellas epidémicas...... 33
III. La probable excepción americana ....................................................... 65
IV. Defensa mediante variolización .......................................................... 83
V. El modelo empírico de la vacuna ........................................................ 119
VI. Avatares de una Expedición ................................................................ 137
VII. Actuación estelar de Balmis................................................................ 167
VIII. La solidez de los secundarios.............................................................. 183
IX. Una comparsita necesaria: galleguitos, ñarusos y cacarizos............... 197
X. El legado de la aventura filantrópica. Las Juntas de Vacunas............. 209
XI. Balmis celebrado ................................................................................. 221
XII. De la azarosa diseminación hasta el final del azote............................ 239

BIBLIOGRAFÍA .............................................................................................. 265

ÍNDICE ONOMÁSTICO................................................................................. 271

–7–
PRESENTACIÓN

A lo largo de la historia el ser humano ha mantenido una lucha constante con-


tra la enfermedad. Durante siglos la mayor causa de mortalidad general eran las
enfermedades transmisibles. Grandes epidemias de peste, cólera, viruela, disente-
ría, tuberculosis, sífilis, tifus o malaria, hasta las más modernas de gripe o sida han
constituido o lo son aún, severos azotes para la población.
Para combatirlas se han utilizado medidas ambientales, como la potabilización
del agua o el saneamiento higiénico, y medidas terapéuticas, de las que sirve como
ejemplo el uso de los antibióticos. Hace poco más de doscientos años se desarrolló
la vacunación, una eficaz medida preventiva que inicialmente fue utilizada para
combatir la viruela y que posteriormente se amplió a un buen número de enferme-
dades infecciosas.
La aportación de Edward Jenner con su hallazgo de la vacuna contra la virue-
la y el esfuerzo de las naciones en la segunda mitad del siglo XX, alcanzaron el
mayor éxito obtenido hasta la fecha en la historia de las vacunaciones. En 1980, la
Organización Mundial de la Salud declaró erradicado de la faz de la tierra aquél
terrible mal.
La importancia de los programas vacunales también se ha demostrado más
recientemente, en junio de 2002, con el Certificado de Erradicación de la Polio-
mielitis en la Región Europea. La Consellería de Sanitat, consciente del valor de
esta medida preventiva, ha contribuido activamente en la planificación de estrate-
gias para mantener el más alto grado de cobertura vacunal en la población de la
Comunidad Valenciana. El reto más inmediato, recogido en el Plan de Salud de la
CC.VV. 2001-2004, se centra en la eliminación del sarampión.
La historia de la viruela alcanzó uno de sus hitos muy poco tiempo después del
descubrimiento de la vacuna. Un ilustre alicantino, Francisco Javier Balmis y
Berenguer, cirujano, médico, botánico y sobre todo un gran emprendedor, lideró la

–9–
Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, que fue patrocinada por el Rey Carlos
IV. Este conciudadano de nuestra Comunidad llevó, durante los años de 1803 a
1806, la vacuna de la viruela a América, Filipinas y China en un periplo agotador
alrededor del mundo que supone una de las gestas más gloriosas de nuestra salud
pública.
La Consellería de Sanitat quiere sumarse a los actos que conmemoran la cele-
bración del Bicentenario de la Real Expedición de la Vacuna con la edición de este
documento. La revisión de la historia de la erradicación de la viruela y el especial
énfasis en la hazaña de Francisco Javier Balmis contribuirán, sin duda, a divulgar
estos episodios y a disfrutar de un mayor conocimiento del esfuerzo de los salu-
bristas contra la enfermedad y del espíritu filantrópico que les animaba.

Vicente Rambla Momplet


Conseller de Sanitat

–10–
PRÓLOGO

Revisar la historia de la viruela constituye una experiencia apasionante. Es una


de las enfermedades transmisibles más antiguas que ha conocido la humanidad, sus
datos de mortalidad durante los siglos XVII a XIX son impactantes y los brotes epi-
démicos que ocasionó la hicieron temible.
La viruela alteró la situación demográfica de algunas regiones e influyó políti-
camente cobrándose la vida de reyes y emperadores. Desde tiempo inmemorial fue
combatida con las herramientas terapéuticas de que se disponía en cada momento.
No es hasta el siglo XVIII cuando se empieza a vislumbrar un remedio eficaz para
doblegarla. Serán los hombres de la Ilustración los que proporcionen un método
novedoso para conseguirlo, la inoculación preventiva de viruela vacuna, más tarde
llamada vacunación. La figura de Jenner marca un antes y un después en esa lucha
del hombre contra los estragos de la enfermedad.
Al extenso recorrido que se hace en esta publicación sobre los hechos que con-
tribuyeron a propagarla, sobre los mitos que originó, sobre los personajes que la
sufrieron, hay que añadir la perspectiva de salud pública que se mantiene en todo
momento. La carga de mortalidad a partir de los primeros registros de datos, las
distintas medidas de control de las epidemias, los inicios de los programas institu-
cionales de vacunación se van relatando hasta llegar a la campaña final de la Orga-
nización Mundial de la Salud que durante el decenio 1967-1977 consiguió la erra-
dicación de la enfermedad.
Merece una atención especial el espacio que se dedica al pionero de las cam-
pañas globales de vacunación, Francisco Javier Balmis. No habían transcurrido
más que cinco años desde la genial intuición de Jenner, cuando este médico curti-
do en viajes y batallas, traduce la obra de Moreau de la Sarthe, difusor en Europa
de las ideas de Jenner sobre la vacuna, y obtiene el mando para llevar a cabo el pro-
yecto innovador que supuso la Real Expedición de la Vacuna.

–11–
Balmis fue un adelantado de la salud pública por cuanto pretendía alcanzar una
vacunación universal, sin distinción de género, raza o religión. Estuvo siempre
influido por la filantropía, una idea de generosidad hacia los otros que le mantenía
en permanente actividad. Minucioso y con gran capacidad de gestión, tuvo la visión
de prever que había que fijar las bases para que el sistema organizativo perdurase,
de lo que son resultado las Juntas de Vacunación que impulsó a crear.
Acompañar a Balmis y a sus eficaces ayudantes, seguir el itinerario del viaje,
conocer el destino de los niños portadores de la vacuna y de su cuidadora Isabel
Sendales, probablemente la primera enfermera española, nos revela a un conjunto
de esforzados de la salud pública que es necesario reivindicar.
Se cumplen doscientos años de aquel viaje memorable, doscientos cinco del des-
cubrimiento de la vacuna contra la viruela y doscientos cincuenta del nacimiento de
Balmis. La viruela, sin embargo, se eliminó sólo hace veintitrés años y lamentable-
mente ha vuelto a la actualidad en tiempos recientes. Debemos aprender del ánimo
de aquellos precursores a perseverar en las políticas eficaces de vacunación y a
contribuir en el desarrollo de nuevas vacunas.
El recuerdo de los acontecimientos en torno a la viruela que se recogen en los
distintos capítulos de este libro, no sólo pretenden una valoración retrospectiva o un
homenaje a los hombres que la combatieron. Supone también una reflexión hacia la
vacunología en su concepto más global, aquél que incluye los aspectos sociales y
económicos, de cooperación intergubernamental, de solidaridad internacional, de
respeto a las creencias o de visibilidad mediática. Elementos que queremos hacer
presentes en las iniciativas que en materia vacunal se desarrollan en el escenario
de la salud pública de nuestra Comunidad.

Manuel Escolano Puig


Director General de Salud Pública

–12–
EL SENTIDO DE LAS COINCIDENCIAS

Ocurrieron de manera imperceptible durante mas de veinte años, eran peque-


ños sucesos sin importancia que, finalmente, han llevado a la redacción de esta
obra.
Había un ático de alquiler que fue la primera vivienda de familia y un hijo con
el que salías a jugar en la placita de abajo. Al mirar un día el rótulo descubrías que
llevaba el nombre de un desconocido Dr. Balmis.
Un par de años después aceptabas una llamada de la bolsa de trabajo de sani-
dad para incorporarte a un contrato temporal. El destino era de médico en las cam-
pañas de vacunaciones y en el cajón del jubilado antecesor encontrabas un folleto
sobre El estado actual del problema de la viruela (1944). Estaba escrito por el Dr.
Gallardo y en su página inicial citaba al Obispo Marius de Avenches como el pri-
mero que aplicó el nombre de viruela a un proceso morboso vesico-pustuloso. Una
veterana enfermera te informó que la enfermedad se había erradicado el año ante-
rior.
Recibías consejos para hacer tu tesis sobre Historia de América y escuchabas
con insistencia que la dedicaras al estudio de las misiones jesuíticas. Una mañana
despertabas de tus sueños con la voz de don Pedro Laín desde una Aventura del
Saber, para descubrirte a un transoceánico viajero alicantino, cirujano militar, del
que anotabas el nombre. Una amiga te invitó a visitar en Sevilla el Archivo Gene-
ral de Indias. Buscando aquel nombre paseaste por las secciones de Cuba, de Lima
o la Indiferente General, sabiendo que volverías. Aquellos legajos te esperaban.
Desde entonces ciertas palabras se apoderan de un hueco de tus pensamientos
y las coincidencias empiezan a manifestarse con alguna frecuencia. Entras en un
estado de alerta que trae a tus sentidos piezas del puzzle que estás componiendo.
Puedes leer a García Márquez y que El general en su laberinto te hable de la medi-
cina al pie de la vaca para combatir el flagelo de la viruela o que en la Fnac l´Illa
de Barcelona, el día que menos lo esperas, un mayo del 97, encuentres L´aventu-
re de la vaccination de Moulin.

–13–
Mientras tanto viajas hasta Quito en compañía, con la firme decisión de inves-
tigar una parte inexplorada de la Expedición. Disfrutas de los personajes que fue-
ron, conoces nuevos nombres y sigues la pista de los que ya constituyen unos ami-
gos inseparables. Volverás con una hija, un libro y el recuerdo de algunas audien-
cias.
Recién acabado el siglo vino a ocurrir el primer cruce de caminos. Quizá fue
uno de los primeros episodios de bookcrossing. Una cafetería de Madrid, un libro
olvidado en una mesa editado por Abya-Yala, sin demasiadas anotaciones pero
lleno de sorpresas. Una casualidad con causa que te produce una movilización
emocional. Ahí están relatadas venturas y desgracias de personajes que te son
comunes. Percibes la coincidencia pero no hallas respuesta, no eres capaz de inter-
pretar y atribuyes el hecho al azar.
Tiempo después un encuentro en el castillo de santa Bárbara da sentido a las
cosas. Allí nace la idea de revisitar los escenarios de la viruela y algunos signifi-
cados de la Real Expedición, de reencontrarse en un espacio común aunando la
perspectiva histórica con la vacunología. Poner el enfoque con un cristal de gran
angular, conscientes de que la verdad es como un vidrio hecho añicos y lanzado a
los cuatro vientos. Intentando atrapar destellos de aquel espejo y contarlos en sin-
cronicidad.
Durante los meses de escritura hemos disfrutado intercambiando visiones,
documentos, correcciones y hemos compartido energías y fatigas como co-expe-
dicionarios que saben que lo importante es el viaje y el cariño de los queridos
cómplices.
La luna de agosto trajo una última sorpresa, otra casualidad. En la librería de
lance ubicada a nueve travesías, apareció el libro de O´Scanlan sobre la inocula-
ción con una nota manuscrita al final de la lista de niños inoculados. Había espe-
rado desde 1784 para decirnos que el azar siempre juega a favor del destino.
Esa es la tenue percepción que nos gustaría conservar.

Los Autores
Diciembre 2003

–14–
I
Nombres y mitologías de una
enfermedad desoladora

Crónica de Marius de Avenches que abarca el período 455-581 y cuyo único


manuscrito se conserva en la British Library: Add. 16.974; L (Favrod, 1993).

–15–
La enfermedad viruela ya no existe y cuando fue en la historia, resultó deso-
ladora. Antigua, epidémica y de elevada mortandad, dejaba cicatrices en la piel y
recorrió un periplo por el mundo hasta extinguirse, hace apenas veinticinco años.
Viajó desde el este en dirección oeste, al paso de caminantes, al trote de caballos,
a bordo de barcos, al ritmo en que se movían las poblaciones. La viruela era la más
humana de las plagas porque su reservorio es el hombre, guerrero, comerciante o
peregrino, conquistador o conquistado, libre o esclavo. Tuvo un pasado oscuro y
muchos nombres, fue benigna y maligna, creó mitos y héroes, mostró cómo ser
combatida, pero cuando se la creía vencida volvía de nuevo, con más fuerzas si
cabe.
No es posible determinar sus estragos en términos de mortandad, porque el tiem-
po de contar los muertos es menos antiguo que ella misma. Los hombres aprendieron
que si la sobrevivías una vez ya no te alcanzaba en el resto de tu vida y que de su mani-
festación más visible, la pústula, podían extraer el antídoto para defenderse de ella.
Nació así, en distintos lugares y épocas, entre gente que nunca llegó a conocer-
se, la práctica de inocular la sustancia morbosa desde los individuos variolosos a los
que permanecían sanos. Aquél esfuerzo por combatirla duró siglos y la técnica de
variolización fue practicada de diversas maneras, según las regiones y los utensilios
disponibles. También se supo que no era bueno el contacto directo, en estrecho haci-
namiento, con los enfermos y que en los malos tiempos de epidemia podía aislarse
a pueblos enteros o ciudades durante, al menos, cuarenta días, para limitar su pro-
pagación.
Hace apenas doscientos y pocos años, declinando el siglo XVIII, se vino a
observar que ciertas personas, en contacto con una enfermedad variolosa que pade-
cían las vacas, adquirían la propiedad de no padecer viruelas. Se procedió enton-
ces a inocular el fluido extraído de pústulas de las vacas en individuos sanos, lo
que resultaba menos dañino para el hombre que la variolización. Allí estuvo el ori-
gen de la vacunación, un legado de la Ilustración que fue, en sus inicios, la idea de
un método más que su realidad1. La difusión de la práctica no estuvo exenta de

1
MOULIN AM. L´aventure de la vaccination, ed Fayard, 1996.

–17–
gran controversia, en la que participaron todas las clases sociales, pero se fue acep-
tando hasta generalizarse ampliamente. La enfermedad que provocaba la vacuna
era más benigna que la variolización y el procedimiento no exigía medidas como
el aislamiento del vacunado, ni obligaba a la interrupción del trabajo. En años
sucesivos, conforme fue propagándose el método vacunal, las autoridades, sanita-
rios y legisladores, desarrollaron campañas de vacunación en masa que hicieron
declinar dramáticamente la mortalidad por viruela. No obstante, a lo largo del siglo
XIX aparecieron nuevas oleadas epidémicas que hicieron dudar del valor de la
vacuna.
Habían transcurrido casi cien años desde el inicio de la vacunación. Entonces,
por medio de la experimentación en laboratorio comenzó a hacerse realidad la inmu-
nización artificial, generalizando aquel método para otras enfermedades transmisi-
bles y abriendo, con ello, una amplia perspectiva que dará origen a la vacunología
moderna.
La viruela fue desapareciendo de la faz de la tierra gracias al progreso de la
higiene, el saneamiento y la vacunación. El esfuerzo coordinado de las naciones
durante los sexto y séptimo decenios del siglo XX, dio el impulso definitivo para
conseguir el celebrado éxito de su reciente extinción.
Así se cerró un ciclo que comienza en algún lugar de África, según momifica-
das evidencias, hace tres mil años, pasando de Egipto a la India, donde permanece
endémica más de dos mil años. Se extendió hace 2.500 años hacia Etiopía, Libia,
Persia y Grecia de un lado y hacia el sudoeste de China de otro, donde quedó por
mucho tiempo. Pasó en el siglo VI al Japón, vía Corea. En el Oeste, la viruela efec-
tuaba periódicas incursiones en Europa, pero no se asentó allí hasta que la densidad
de población fue numerosa y se activaron los movimientos de sus pobladores por el
comercio, las peregrinaciones o las Cruzadas. Ciudades y zonas populosas contem-
plan una viruela endémica que afecta sobre todo a niños y que, en sus momentos epi-
démicos, hace morir a uno de cada tres infectados.
Crece de manera constante, para constituir durante el siglo XVI una causa
importante de mortalidad en el sudoeste asiático, China o la India, pero también en
Europa, continente que actúa como verdadero propagador hacia los lugares del
Nuevo Mundo recién descubierto. Para los habitantes del continente americano
supone un verdadero azote que diezma su originaria población.
La viruela adquiere mayoría de edad epidémica y mortal durante el siglo XVIII,
erigiéndose con el indiscutible liderazgo de una desolación que causa mas de cua-
trocientas mil muertes anuales y deja a un tercio de los supervivientes ciegos. Pero
ese será también el siglo de propagación del método inoculador, que empieza a res-
tar virulencia a la enfermedad, y al que sucederá el vacunador XIX y el erradicador
siglo XX.

–18–
Antes y después de ser denominada como viruela, la enfermedad recibió muchos
nombres. Estaban relacionados con los signos clínicos por los que se manifestaba,
con el nivel de conocimiento que de ella se tenía en el momento, con el horror que
producía o con asociación a las regiones de donde provenía. A lo largo de sus dis-
tintas épocas, produjo una respuesta de los pueblos a la devastación que originaba y
se fue incorporando a las religiones o a la mitología de los supervivientes.

DIOSAS ORIENTALES
El lejano Oriente explica la viruela en femenino, la enfermedad afecta, sobre
todo, a los niños y se reproduce la figura de una diosa o dama, que bajo nombres o
leyendas distintas ha de ser invocada para sanar.
Los chinos llamaron dou (guisante) a la viruela, porque dejaba a sus víctimas la
cara “picada de guisantes”2, y también, viruela de los Hunos (hunpox). Se dice que
durante la dinastía Han (250 a.C.), cuando los hunos invadieron el norte del país, la
trajeron consigo3.
En toda China veneraron a T´ou-Shen Niang-Niang (HOPKINS, 2002, pp. 135-
137), diosa de la viruela a la que erigieron numerosos templos y que podía curar la
enfermedad, aunque era mucho mas temida que amada. También rezaban a Pan-
chen cuando la piel de las víctimas empezaba a oscurecer por efecto de la viruela
negra. Tanto la enfermedad como las pústulas recibieron el calificativo de “flores
celestiales”.
El Tiu-Archin-Fa4 describe la enfermedad Teh-tu o “veneno del pecho materno”,
que cursaba con fiebre y pústulas, y que bien pudo ser la viruela.
En la India, la enfermedad fue llamada Visp´hotaka o Masurika (HOPKINS,
2002, p. 140) y desde tiempo remoto tuvieron veneración a diosas de la viruela, que,
según el momento epidémico, adquirían mayor o menor popularidad.
La mas conocida es Shitala Mata (Mata significa madre) en cuyo honor se
levantaron templos y santuarios en el norte de la India y cuyos sacerdotes eran, en
su mayoría, mujeres de la clase denominada mali (labriegas). Shitala era tan temida
como la propia enfermedad, aunque fuera así mismo su remedio. La enfermedad era
su juego (khel), por lo que debía ser tolerada, manifestándole siempre respeto. En
una de las varias interpretaciones que se hacen de ella, hay clara alusión a la nece-
sidad de extremar la higiene para evitar el mal variólico.

2
NEEDHAM J. China and the origin of immunology. Hong Kong, University of Hong Kong, Centre of Asian Stu-
dies, 1980.
3
TUCKER J.B. Scourge: The Once and Future Threat of Smallpox. Berkeley, California. Atlantic Monthly Press,
2001.
4
Un tratado escrito de memoria sobre las viruelas citado en MOORE J. The history of smallpox. London: Long-
man, Hurst, Rees, Orme and Brown. Paternaster Row, 1815.

–19–
“La clave para ganar su favor era a través de la limpieza. Asumiendo que un ama
de casa ha hecho un esfuerzo para limpiar la cocina y, no sólo ha administrado
refrescantes yerbas al enfermo, como yogurt o leche de coco, si no que también
lo ha hecho para la diosa, con flores y canciones de alabanza. Entonces ella lle-
gará a lomos de su burra, con un ramillete y un cántaro de agua del Ganges para
ayudarla a limpiar más la casa. Sin embargo, si encuentra sucia la casa o des-
cuidada la cocina, ella tomará lentejas negras de la bolsa que lleva consigo y las
esparcirá alrededor, haciendo que caiga la viruela sobre sus habitantes”.

Shitala fue venerada como una de las siete hermanas a las que se hacía respon-
sables de las distintas enfermedades exantemáticas. Estuvo asimilada como esposa
de Shiva o considerada la madre de Buda en Nepal, donde la llamaron Sitala Ajima.
Fue invocada como “la frescura” o “la frialdad” por su facultad de evitar la sensa-
ción ardiente que acompaña a la fiebre variólica. En las diferentes regiones del vasto
país se le otorgó nombre y leyendas, siendo Rugboi, Thakurani, Mariatale, Patra-
gali5 o Mariammen.
El mito de Mariatale, se asemeja al de Frankestein, del que parece un curioso
precursor y revela un fuerte dramatismo escénico a la vez que las diferencias entre
castas: los ricos podían venerar su cabeza, los pobres sólo su cuerpo.
“Era esposa de un prominente penitente, ella tenía el poder de levantar agua del
lago con la forma de una bola, sin nada para llevarla. Perdió su poder cuando vio
al divino Gandharvas y su marido, Schamadaguini, en castigo por esa falta orde-
nó a sus hijos que la mataran. Solo uno, Parapurama, obedeció y la decapitó. Sin
embargo, el gran dolor del hijo hizo conmover al padre, que le permitió compo-
ner nuevamente el cuerpo y reanimarle. Por una confusión, puso Parapurama la
cabeza de su madre al tronco de un criminal ejecutado. Así que Mariatale tenía
las virtudes de una diosa y los hábitos de una ramera. Fue expulsada de su casa
y se dedicó a cometer por todos los sitios crueldades abominables. Finalmente, y
para aplacarla, se le concedió por los dioses el poder de curar las viruelas y el
derecho de ser venerada durante esta enfermedad. Dentro de sus templos, los
dibujos que la representan muestran solo su cabeza, que es venerada por las cas-
tas mas altas y en la puerta de los templos hay estatuas de su cuerpo decapitado
que es donde le rinden culto los parias”.

Mariammen, el nombre que tomó Shitala para los tamiles del sur de la India,
muestra una serenidad distinta, un ligero enfado y una invitación a vagar eterna-
mente por el mundo, como errantes pasajeros de un buque fantasma:
“Es una de las diosas protectoras más nobles, y se considera sobre todo, que de
esta deidad vienen las viruelas y el sarampión, y la misma los quita. Si uno es ata-

5
Se cuenta de la diosa Patragali que “tiene ocho caras y dieciséis brazos, y es muy rencorosa. Una vez libraba a su
padre, Ixora, de las garras de un monstruo terrible. El sacrificio que en acción de gracias le ofrecía a su padre,
y que consistía en uno de sus dedos y en una gran copa de su propia sangre, no le bastaba y le tiraba, iracunda,
algunas de las perlas de oro de su collar a la cara, presentándose en ella enseguida numerosas pápulas”. Los
indios creen que es ella quien envía las viruelas. KÜBLER P. Geschichte der Pocken und der Impfung. Berlín: Ver-
lag von August Hirschwald, 1901. Citado en VIDAL CASERO M.C. La viruela y la contribución de la vacuna
jenneriana a su erradicación. Análisis especial del caso español. Tesis Doctoral, Universidad de Valencia, 1993.

–20–
cado por las viruelas, dicen que Mariammen se ha enfadado con él. A conse-
cuencia de una clase de estas viruelas y del sarampión, que son las peores, mue-
ren muchos. De estos enfermos dicen que Mariammen los incluye en su séquito, y
tienen que errar luego, intranquilos, por todo el mundo”6.

Deidades femeninas, con virtudes y pasiones humanas, nobles o malgeniadas,


que ejercían una protección sustentada en el miedo, la amenaza percibida o la posi-
bilidad de levantar un castigo, la enfermedad, infligido anteriormente por ellas mis-
mas.

ET VARIOLA
En Europa, san Nicasio (saint Nicaise), obispo de Reims, recuperado milagro-
samente de un ataque de viruela, fue considerado el santo Patrón de la enfermedad
y venerado como tal durante la Edad Media.
En un momento en que subsistían los templos romanos, san Nicasio, al poco de
ser nombrado obispo, consagró uno de ellos como iglesia. En el umbral de la misma,
fue decapitado por los Vándalos que cercaban la ciudad en el año 407, aunque otros
autores pretenden que murió a manos de los Hunos en 451. La leyenda dice que el
obispo, tras ser ejecutado se levantó, pues se hallaba de rodillas, tomó su cabeza
entre las manos, y se encaminó a su tumba, turbando de espanto a los bárbaros, que
abandonaron Reims. En la catedral se recuerda el lugar donde fue decapitado. Tiene
dedicado un altar y en el pórtico norte una estatua que representa su figura.
Su culto como patrón de la viruela cayó en desuso y fue olvidado. Razones que
se encuentran en la mayor amenaza que supuso la peste en siglos posteriores, en
que la viruela llegó a ser considerada durante algunos períodos, sólo como una
benigna enfermedad infantil, y en que la Reforma protestante no prodigaba la fe en
los santos.
En época romana había sido la infirmitas ignota y en el siglo VI, se menciona
por primera vez la palabra viruela, variola, por Marius de Avenches (hacia 530-593).
Nacido en Autun de familia noble, fue sacerdote a temprana edad, más tarde obispo
e incluso santo, Saint Marius (31 de diciembre, fecha de su muerte). Transfirió el
obispado de Avenches a Lausana en 581, ciudad donde la doctrina católica estaba
menos expuesta al arrianismo. Tomó parte en el Concilio de Mâcon en 585 y fue
alabado en su época, tanto por su dedicación eclesiástica y su desvelo por los des-
favorecidos, como por sus dotes de orfebre. Se cuenta que tallaba a mano los sagra-
dos cálices de su iglesia. “Los obispos de aquel entonces solían ser ricos ya que se
necesitaba fortuna para ayudar a los desheredados y para sostener la Iglesia. Su epi-
tafio no solo resume la actividad de un obispo del siglo sexto, actuar con justicia,

6
Cita de ZIEGENBALG en VIDAL CASERO, 1993.

–21–
socorrer a los pobres, dirigir a sus sacerdotes, librarse al ejercicio de la piedad y
celebrar el culto. Muestra a alguien que se toma en serio su misión y que practica el
ascetismo. Se nutre poco y acomete, a la manera de los monjes, trabajos manuales.
A pesar de su origen y riqueza, no duda en cultivar la tierra con sus propias manos,
manifestando así su humildad. Fundó varias iglesias, la de Notre-Dame en Payerne
o la de Saint Symphorien en Avenches” (FAVROD, 1993).
También conocido como Marius Aventicensis el cronista, continuó una tradición
inaugurada por Próspero de Aquitania, que consistía en narrar acontecimientos de la
época, a base de notas escuetas, datando los años por consulados romanos. Su Chro-
nicon o Crónica, que cubre el período de 455 a 581 y cuyo único manuscrito exis-
tente se encuentra en el Museo Británico7, aporta información interesante sobre la
historia de los burgundios y los francos.
En esta obra aparece la referencia8:
570 Annos IIII cons. Iustini Iunoris Agusti, indictione III
Hoc anno morbus validus cum profluvio ventris et variola Italiam Galli/amque
valde afflixit et animalia bubula per loca suprascripta maxime interierunt”9.

Y en el año 571:
“Hoc anno infanda infirmitas [que glandola] cuius nomen est pustula,/ in supras-
criptis regionibus innumerabilem populum devastavit./”10.

Estos breves escritos son considerados como la prueba de que las viruelas se
pudieron presentar en Europa a mediados del siglo VI, y de cualquier forma, como
el primer vestigio del término variola. Caben dudas, no obstante, dada la impreci-
sión de las descripciones. La primera noticia11 no precisa si la enfermedad afectó a
los hombres y parece una epizootía, aunque otros piensan que es la peste, la segun-
da parece claramente la epidemia de peste que azotó la Galia.
Los términos “variola” o “infirmitas [que glandola] cuius nomen est pustula”
no necesariamente indican que se tratase de viruela, ya que la palabra “pústula”
servía también para designar alteraciones dérmicas producidas por afecciones como
los bubones o el carbunco.

7
Este único manuscrito que transmite la Crónica de Marius es un gran quadratus escrito sobre pergamino y se
encuentra en la British Library: Add. 16.974; abreviado como L. Está datado a finales del siglo IX o a princi-
pios del X. En su Fol. 111-113 está la Crónica, que se cierra con la fórmula Usque hic Marius y donde el copis-
ta ha añadido al margen alias Maurius. En FAVROD J. La Chronique de Marius d´Avenches (455-581). Cahiers
Lausannois d´Histoire Médiévale, 2.ª ed, Lausanne, 1993, p. 49.
8
FAVROD J, La Chronique de Marius d´Avenches (455-581). Cahiers Lausannois d´Histoire Médiévale, 2.ª ed,
Lausanne, 1993, p. 82.
9
“570, Este año, una grave enfermedad, que se manifestaba por un flujo de vientre y erupciones cutáneas, afectó
gravemente a los rebaños de Italia y la Galia y los bovinos perecieron en esos mismos territorios.”
10
“571, Este año, una horrorosa enfermedad mató a multitudes incontables en las mismas regiones (es la enferme-
dad de los tumores) cuyo nombre es pústula.”
11
FAVROD J, La Chronique de Marius d´Avenches (455-581). Cahiers Lausannois d´Histoire Médiévale, 2.ª ed,
Lausanne, 1993, p. 105.

–22–
Variola o variolae, pues, en latín, de varius12, manchado de diferentes colores o
varris según otros, variado, o como diminutivo de varus, marca en la piel, o como
vari, pequeñas manchas, están en el origen del nombre actual de la viruela y así
quedó fijada la referencia, con sus traducciones: variole y vérole, en francés, vairo-
lo, en provenzal, verola, en catalán, vajuole o vajuolo, en italiano.
El término quedó enseguida perdido, no apareciendo en la literatura hasta cua-
trocientos años después, empleado por Constantinus Africanus.
Las tierras verdes de Irlanda recogen, hacia el siglo VII, manuscritos con un
nombre nativo para la viruela, Galrabreac13.

AL-GUDARI Y BUTUR
Constantinus Africanus (1010-1087), monje benedictino nacido en Cartago, fue
un viajero incansable que recorrió el norte de África y varias zonas de Asia durante
cuarenta años. Así pudo recopilar numerosos manuscritos sobre medicina y otras
ciencias. Expulsado de Cartago tras recibir la acusación de mago, huyó hasta Saler-
no donde permaneció varios años. Se retiró definitivamente en Monte Casino hacia
el año 1076.
Publicó más de treinta traducciones de clásicos de la literatura médica como
Hipócrates, Galeno o Haly Abbas. Sus trabajos permitieron conocer parte del saber
médico árabe, incorporándolo al conocimiento occidental.
Constantinus tenía, no obstante, la costumbre de maquillar sus obras, por una
parte para atribuírselas a él mismo, ocultando su proveniencia de autores árabes y
por otro, para asimilarlas al corpus alejandrino de Galeno. Solía ocultar al lector sus
fuentes y oscurecer los términos más importantes, sembrando ciertas confusiones y
eliminando sabor o exactitud a los textos, en una actitud de ligereza, consonante con
el dicho traduttore, tradittore.
Una de estas obras es el Libro Real14, cuyo autor es el médico persa Ali ibn al-
Abbas al-Majusi, conocido en occidente como Haly Abbas. Nacido en Ahwaz, debe
su sobrenombre, el Mago (al-Majusi), a que en su familia eran zoroastrianos15.
Miembro de la escuela shií, vivió en Bagdad y murió hacia el 994.

12
FENNER F, HENDERSON DA, ARITA I. et. al. Smallpox and its eradication. ed. Geneva, World Health Orga-
nization, 1988, p. 215.
13
HOPKINS D. [Princes and peasants]. The greatest killer: smallpox in history, with a new introduction. Chicago:
University of Chicago Press, 2002, p. 26.
14
Se trata del Kitab Kamil al-sina´ah al tibbiyah, (Libro completo del arte médico), también llamado Kitab al-Mala-
ki, Liber regius y traducido como Pantegni (Todo el arte). Se llama Libro Real por su dedicatoria a Adud al-
Dawlah, soberano de Persia e Irak durante el período 949 a 983 y fundador de los hospitales de Bagdad y Shiraz
15
Los miembros de esta creencia eran llamados así, lo que da origen a la leyenda cristiana de los “Tres Reyes
Magos” persas llegados de Oriente.

–23–
El Libro Real es una obra de referencia de primer orden por su ambición de reu-
nir, en un solo libro, todos los conocimientos útiles en la práctica médica árabe de
la época. Se divide en veinte maqalat (discursos), de los cuales los diez primeros
consideran la teoría y los restantes la práctica. En él, Haly Abbas, analiza crítica-
mente a numerosos autores y obras del mundo helénico y musulmán16.
De esta obra, en 1080, Constantinus Africanus, tradujo al latín los términos ára-
bes para la viruela, llamada al-gudari, un plural colectivo trasladado como variolae
y la palabra butur, que designa varias manifestaciones, traducida como pustulae. En
el primer capítulo se menciona que:
“en al-gudari se extienden sobre el cuerpo muchos pequeños butur, o sobre la
mayor parte del mismo, a veces se presentan en una parte de los miembros, y es
lo que los viejos llaman humre y los griegos hijas del fuego. Y estos butur se pre-
sentan, en gran número de hombres, en la época del crecimiento”17.

Y en el capítulo cuarto:
“Y si al-gudari es originado por la sangre gruesa, de bilis negra y de composición
mala, entonces se presentan al principio butur pálidos, con puntos negros en el
centro, y cuando engrandecen se ensanchan y se extienden y confluyen; no son ya
redondos, sino de diferentes contornos, y su color es muy pálido, o de color de
plomo, o más bien negruzco, como el color de las cenizas, o más bien amarillo, o
del color del fruto del huevo. Y cuando se abren se forman luego costras negras,
parecidas a las de las quemaduras por el fuego. Y a veces no se abren, y esta forma
es mortalmente mala”18.

Richter19 opina que: “el plural colectivo al-gudari proviene del verbo gadara,
que significa erigir una valla o un muro; al-gudari significa por tanto una elevación.
Luego se ha generalizado este término para los exantemas, y más tarde para su sig-
nificado específico. El plural butur corresponde al concepto moderno del exantema
pápulo pustuloso; hoy día puede traducirse por nódulo. El término humre, que

16
Cita a Hipócrates (460-377 a.C.), que estima demasiado conciso, a Galeno (131-200), que, al contrario, le parece
muy extenso, a Oribasius de Pérgamo (325-400), que descubrió las glándulas salivares y fue médico personal del
emperador romano Juliano el Apóstata (331-363), y a Pablo de Egina (625-690), cirujano y autor de la enciclo-
pedia Epitomae medicae libri septem, quienes según dice, han tratado de una manera insuficiente la anatomía, la
cirugía, la filosofía natural, la patología humoral y la etiología; en cuanto al médico cristiano sirio Iahia Ibn Sera-
fiún (segunda mitad del siglo IX), el Serapion de los latinos, según Haly Abbas, ignora la cirugía y no habla de
enfermedades importantes. Se ocupa también, ampliamente y con admiración de ar-Razí, Rhazes, al que catego-
riza como el primer gran médico del Islam.
17
“Variolae sunt multae pustulae in toto corpore, aut ex majori parte dispersae, aut in uno membro, in aliis vero
non. Antique vocant has ignis carbones, siri, filias ignis. Haec autem pustulae augmento aetatis nascuntur máxi-
me”.
18
“Si autem de sanguine sint crasso et melancolico, et pessimae qualitatis, in initio pustulae sunt liqudae, mediu
punctum nigrum habentem. Cumque augmentatur dilatantur et altera alteri conjungitur. Neque rotundatur, sed
earum forma in lateribus diversitatur. Color earum lividus atque plumbeus, cinerinus, aut citrinus, aperte habet,
putredinem et ardorem, nigra sicut ignis incendia, aliquando vero non aperiuntur. Hujusmodi pessimae sunt et
mortales”.
19
RICHTER P. Beiträge zur Geschichte des Pocken bei den Araben. Sudhoffs Arch Gesch Med, 1912; 5: 311-31.

–24–
significa enrojecimiento, es el término generalmente utilizado para roseola o erisi-
pela”20.
Es probable que variolae o al-gudari, en un principio designaran eflorescencias
diversas y que más tarde se emplearan como atribución exclusiva a las viruelas.
Quizá también, la concordancia entre Marius y Constatinus en el empleo, bien que
de manera independiente, del término variola, se deba a la influencia romana tanto
en Lausana como en Monte Casino, y al uso del vocablo en aquellos lugares, para
referirse a afecciones en la piel. Y ello, pese al intervalo de tiempo transcurrido entre
sus vidas, ya que la copia del manuscrito de Marius data de finales del siglo X o ini-
cios del XI.

EL ROJO PROTECTOR
Pero trasladémonos al Japón, para descubrir la costumbre que allí se tenía de
colgar en las habitaciones de los variolosos un retrato rojo de Tametomo, legendario
arquero, héroe que fue del siglo XII, reputado por haber vencido a un demonio de la
viruela.
El color rojo ha tenido una vieja y persistente asociación con la viruela en la cre-
encia de que ayuda a la recuperación del enfermo21. En algunas culturas, en corres-
pondencia con el color del rash de la viruela, desarrollaron el “Tratamiento Rojo”.
Es en el I Shinho donde se menciona por primera vez (siglo X), la existencia de
telas rojas colgadas en la habitación de los pacientes. La práctica no sólo se limita-
ba a poner telas y papeles rojos alrededor del enfermo, o a envolverlos con mantas
rojas. También se aconsejaba que bebieran líquidos coloreados, cubrir las luces con
mamparas rojas y que incluso los familiares se vistieran de ese color. Extendida en
China, India, Turquía y África, se conoció en Europa desde el siglo XII. Gilbertus
Anglicus en su Compendium Medicinae (1240) recomendaba el uso de artefactos
rojos para tratar a las víctimas de la viruela. Monarcas como Carlos V de Francia
(1364-1380), Isabel I de Inglaterra en 1562 o José I de Austria (1711) fueron vesti-
dos, envueltos o acompañados de ropas y telas de ese color cuando padecieron la
viruela22. Algunos médicos europeos, a principios del siglo XX, todavía postulaban
la bondad de la terapia, aduciendo que reducía la severidad de las cicatrices. Niels
Finsen, dermatólogo danés reconocido por su tratamiento del lupus, promueve la

20
Citas de TEJADA MANSO DE ZÚÑIGA, Datos históricos sobre la viruela humana, Trabajos de la Cátedra de
Historia Crítica de la Medicina, Madrid, 1934, en VIDAL CASERO MC. La viruela y la contribución de la vacu-
na jenneriana a su erradicación. Análisis especial del caso español. Tesis Doctoral. Universidad de Valencia.
1993.
21
HOPKINS D. [Princes and peasants]. The greatest killer: smallpox in history, with a new introduction. Chicago:
University of Chicago Press. 2002, pp. 295-300.
22
FENNER F, HENDERSON DA, ARITA I. et. al. Smallpox and its eradication, ed. Geneva. World Health Orga-
nization. 1988, p. 228.

–25–
MITOLOGÍA DE LA VIRUELA (Fenner, 1988)

La diosa china, T’ou-Shen Niang-Niang. La diosa hindú, Shitala Mata.

El héroe japonés, Tametomo. El dios de los Yoruba, Sopona.

–26–
eritroterapia como “un asombroso remedio para la viruela”23. La fascinación por el
método llevó a crear Habitaciones Rojas (Red Rooms) en algunos hospitales que tra-
taban enfermos de viruela.
Recuerdos y leyendas sobre la benéfica atmósfera roja, que corrían hasta hace
poco, en el entorno del paciente aquejado de viruelas o sarampión. A modo de ale-
jar cefaleas o delirios febriles, como si el papel rojo en la bombilla de sesenta watios
o la bata de franela, rojo escocés, de una madre, sosegara el vértigo.
La palabra rusa para la viruela, ospa o vospa, aparece por primera vez en una
carta escrita por un médico moscovita en 1623 (KLEIN J., 1974, citado en HOP-
KINS, 2002).

EL POX
En el mundo anglosajón los nombres de la viruela tienen raíces distintas al de
variolae. En alemán se utiliza blattern y pocken que significan vejiga o bolsa.
La pústula es llamada en inglés pock o pockes (bolsa o saco, de poc o pocca), de
acuerdo con las acepciones recogidas en el Oxford English Dictionary. El vocablo
se alteró tomando el nombre fonético de pox, usado desde el siglo X para dar nom-
bre a un conjunto de enfermedades diferentes, caracterizadas por presentar pústulas
eruptivas en la piel (sarampión, rubéola, etc,). Pox fue posteriormente utilizado, en
la literatura médica del siglo XV, para designar a cualquier enfermedad venérea, de
hecho el great pox, French pox o Spanish pox fueron vocablos usados para referirse
a la sífilis. Pox-doctor, en slang, era el médico especializado en el tratamiento de
enfermedades venéreas. Pox-fouled, el infectado por sífilis y pox-rotten, el corrom-
pido físicamente por la sífilis.
Pox también tiene el sentido de “¡peste!”, usado en imprecaciones o exclama-
ciones de irritación o impaciencia, como escribieron desde Shakespeare (1588, A
Pox of that iest, and I beshrew all Shrowes, 1601, A Pox of him, he´s a Cat still),
hasta James Joyce, (Ulises, 1922, But they can go hang... for me with their bully
beef, a pox on it)24.
Smallpox o Small Pock, pequeñas pústulas, es el nombre que se da a la viruela
en inglés para distinguirlo de la sífilis (great pox) y es citado por numerosos autores
a partir del siglo XVI, Holinshed en sus Chronicles25 (1571) o Davison en sus Poems
(1602, Sicknesse of the Small Pockes).
Cowpox, viruela de las vacas, es una enfermedad vacuna que aparece en las

23
FINSEN NR. Remarks on the Red-Light Treatment of Smallpox. BMJ, 1903; (1): 1297-98.
24
Tienen el sentido de ¡malditos sean! o ¡puñetero de él!
25
“Also manie died of the Small Pocks, both men, women, and children”, En MOORE J. The history of smallpox.
London: Longman, Hurst, Rees, Orme and Brown. Paternaster Row. 1815.

–27–
ubres de las vacas de un color azul más o menos lívido. Cow-poxing era sinónimo
de vacunación.
En ese idioma, usan también el término procedente del latín variola, pero para
designar variolate, variolizar, infectar o inocular con el virus de la viruela o vario-
lated, variolizado como utiliza Jenner (1801, From variolated pustules one cannot
be surprised to hear, that a disease has been communicated by effluvia)26.
La viruela también fue llamada comúnmente en su época de mayor eclosión
(siglo XVIII) como “el monstruo moteado” (“the speckled monster”), y el temor que
producía llegó a inspirar descripciones tan gráficas como “esta enfermedad fue el
más terrible de todos los ministros de la muerte” (MACAULAY, 1800).

DIOSES AFRICANOS
El “Señor del Cielo”, para los Yorubas, es Olorun u Olodumare, “Supremo Crea-
dor” de todas las cosas, visibles e invisibles. Vástagos de él y con alguno de sus atri-
butos, varios centenares de divinidades, actúan como ministros en su teocrático
gobierno del Universo. El territorio que le rinde culto es amplio, porque desde su ori-
gen, en el Oeste africano, la religión Yoruba surcó el Atlántico, llevada por los escla-
vos, hasta el continente americano. Allí tomó otros nombres como Santería, en Cuba
y otras islas caribeñas, o Candomblé en Brasil o Colombia. En esos países muchos
de sus habitantes, aún hoy, practican esta creencia junto al catolicismo e identifican a
algunas de sus divinidades con santos católicos. Osanyin es el dios de la medicina y
la magia. Es respetado como un gran médico y a su vez venerado por éstos, que le
erigen un altar en sus casas. En la Santería se identifica con san Rafael, pero en el
Candomblé, donde es conocido como Oxossi, se le identifica con san Sebastián.
Los Yorubas, pobladores de lo que hoy llamamos Nigeria, Benin o Togo, cono-
cían la viruela. Sopona (o Shapona) u Obaluwaye, conocido también como el “Gran
Señor de la Tierra”, era el dios de esta enfermedad. Sopona, hermano mayor del dios
del hierro y los meteoritos, Shango, podía dar fertilidad a las tierras destinadas al
cultivo, o demostrar su furia haciendo que la piel de la gente formara pústulas,
seguidas por la muerte. Las ofrendas calmaban a Sopona y le alentaban a frenar la
viruela. Si te mandaba su castigo, éste debía ser aceptado con alegría y gratitud,
nunca con pena. Si sobrevenía la muerte, los sacerdotes confiscaban las propiedades
de la víctima y solo ellos tenían el derecho de enterrarla. En la Santería se le llama
Shakpana o Babaluaiye y el Candomblé lo denomina Omulu u Obalua, en ambos
ritos se le identifica con San Lázaro.
En otras zonas africanas se reconoce el poder destructivo de la viruela llamán-
dola Naba, el “jefe de todas las enfermedades”. Pero hubo lugares sin dioses de la

26
“De pústulas variolizadas no puede uno sorprenderse de oír, que una enfermedad haya sido transmitida por flu-
jos”.

–28–
viruela, quizá porque estuvo ausente de ellos y cuando llegó, nacieron nuevos ritos
para hacerle frente. Las mujeres de las tierras de Kuyuku, hoy Kenia, gritaban desde
un risco para expulsar al espíritu de la viruela y alertaban a grupos de mujeres situa-
das en otro risco, que vociferaban para alejarlo más, hasta que lo echaban de sus
aldeas.
Una forma suave de viruela era llamada en África del Sur, kaffir-pox o “amaas”,
nombre de origen incierto que puede derivar de la palabra holandesa masels o maze-
len (sarampión). Actualmente se considera que “amaas” y “alastrim” son la misma
enfermedad. Un tipo de viruela menos grave que se denomina variola minor, frente
a la forma clásica o variola major. El alastrim fue un término muy empleado en
América del Sur y procede del portugués “alastra”,“alguien que arde como la yesca,
dispersa, propagándose de sitio en sitio”27.

METÁFORAS Y ZAHUATL
La riqueza expresiva del castellano ha dejado a través de diversos autores, un
amplio muestrario de descripciones metafóricas referidas a tan intransigente mal:
“cruel y terrible azote, Ángel exterminador, Cuchillo de los niños, Instrumento mor-
tal, mal encarnado, Dama negra, rayo desolador, veneno mortífero, guadaña vene-
nosa y cruel hydra, Herodes de la niñez o Herodes del Linage humano” (RAMÍREZ,
1999, p. 45).
Algunas de estas denominaciones proceden de la desazón con que los españo-
les, establecidos en los territorios de Ultramar, contemplaban el estrago causado
entre la población indígena conquistada. Aquellos aborígenes americanos, no obs-
tante, también tuvieron su propia visión, la otra cara de espejo, del nuevo mal que
los extranjeros les habían traído.
La enfermedad era un castigo del dios Xipectotec, el desollado, señor de los oscu-
ros mitos de la muerte y el renacimiento, de la fertilidad y las enfermedades de la piel,
al que hacían cruentos sacrificios. En el Yucatán, fue Mayacimil, “la muerte fácil”,
caracterizada por granos que pudrían el cuerpo ocasionando gran hedor y por el des-
prendimiento de los miembros. En Mahoa (México) era el Teozahuatl (grano divino)28.
En todas las lenguas de los indígenas se nombró a la viruela. La muerte por esta
enfermedad del caudillo azteca Cuitláhuac (1476-1520), ha proporcionado fuentes
sobre sus designaciones en el idioma Nahuatl. Hermano y sucesor de Moctezuma II,
vencedor de Cortés en su “Noche Triste”, fue el penúltimo gobernante del reino
azteca de Tenochtitlan (México). Su efímero reinado duró apenas ochenta días, ya

27
FENNER F, HENDERSON DA, ARITA I. et. al. Smallpox and its eradication. ed. Geneva, World Health Orga-
nization, 1988, p. 3.
28
GARCÍA SÁNCHEZ F, CELIS SALAZAR H, CARBONEY MORA C. Viruela en la República Mexicana. Salud
Pública de México, 1992; 34 (5).

–29–
que cayó, víctima de una de las primeras epidemias continentales. Documentada en
los Anales de Tlalelolco o en los Anales de Tecamachalco (1564) y representada en
el Códice Aubin (1576), se citan respectivamente los términos: cocoliztli (gran plaga
o pestilencia), huey zahuatl (gran pestilencia de viruela o gran lepra) o totumonaliz-
tli (ampollas o pústulas) (McCAA, 1995). Hacían con ello alusión a la propia virue-
la o a sus manifestaciones.
Dada la novedad de la enfermedad, la confusión con otras eruptivas y la impre-
cisión de las fuentes orales, es difícil determinar un nombre concreto dado por los
aztecas. Baste decir que durante aquella epidemia de 1520, la viruela era hueyza-
huatl en náhuatl, sarampión para los españoles y great zahuatl para los ingleses. En
la tabla de Gibson, se observa la variedad de nombres dependiendo del idioma en
que era interpretada.

Epidemias ocurridas en Méjico entre 1520-1616 y nombre que se dio a las


enfermedades que las produjeron29
Años Nahuatl Español Inglés Enfermedad

1520-21 hueyzahuatl sarampión great zahuatl smallpox


– lepra – –
– sarna – mange
1531-32 zahuatl sarampión great zahuatl smallpox
zahuatl tepiton viruela small zahuatl measles
1538 – viruela small zahuatl alastrim
1545-48 cocoliztli tabardillo pestilence ?
1550 – paperas mumps mumps
1559 cocoliztli – pestilence ?
1563-64 zahuatl sarampión great zahuatl smallpox
hatlatotonqui «dolores de costado» – pleurisy/pneumoniae
1566 cocoliztli «pujamento sangre» great pestilence ?
1576-80 huey cocoliztli – great pestilence ?
matlazahuatl – – –
1590 tlatlasistli – catarrh influenza
1592-93 tlatlasistli – catarrh influenza
– sarampión – measles
– garrotillo – croup
1595-97 – sarampión – smallpox
– paperas mumps mumps
– tabardillo – typhus
1601-02 cocoliztli – – ?
1604-07 cocoliztli sarampión – diarrhea
1613 cocoliztli – – ?
1615-16 – sarampión – smallpox
– viruela – measles

29
Nombre nahuatl/azteca, traducción española, traducción inglesa y enfermedades postuladas. Tabla de CHARLES
GIBSON. The Aztecs under Spanish rule. Stanford University Press, 1964, p. 448. Tomada de MARR JS, KIRA-
KOFE JB. Was the Huey Cocoliztli a Haemorrhagic Fever? Med Hist. 2000; 44 (3): 341-62.

–30–
Los Mayas30 se referían a la viruela como Kak. Si resultaba incurable era el
Ekpeckak y si era benigna, Ixthuchkak o si se trataba de viruela blanca, thuch kak.
Para los Aymara era choco ussu y los Araucanos le decían pirú chutan. En Quechua
fue muru oncoy y en Guaraní, chepirúa (RAMÍREZ, 1999, pp. 46-47).
En Guatemala se dice que la viruela produce cacarañas, en México se llama
cacarizo al que tiene el rostro agrietado de viruelas y en Ecuador es un ñaruso. En
las filipinas los indígenas tagalos la llaman bulutong.

DISCRETOS ADJETIVOS
La viruela ha sido profusa en adjetivos, que le fueron otorgados a medida que la
enfermedad se fue conociendo. Aunque sus causas permanecían oscuras, no lo eran
así sus efectos o manifestaciones, y en base a ellos se establecieron diferentes clasi-
ficaciones. Las teorías médicas de la segunda mitad del XVIII y principios del XIX
que indagaron sobre las causas de la enfermedad, fueron las más prolijas en ese
intento explicativo.
Así, según su patogenia clínica, había una viruela discretísima que algunos
denominaron frustrada, una discreta, otra coherente y la viruela confluente. Según la
evolución de las pústulas se clasificaban en: “discreta y confluente, regulares e irre-
gulares, benignas y malignas; cristalinas, siliquosas, berrucosas y sanguíneas de los
antiguos; discretísima, areolar papilomatosa, en corimbos, pinfigoide y hemorrági-
ca de los modernos” (ÁLVAREZ RICO, 1883, citado en VIDAL CASERO, 1993).
Según su gravedad era benigna o maligna, acorde este sentido con las denomi-
naciones de discreta y confluente. Podía ser natural o accidental, si era por contagio
o resultado de una inoculación, pero también se conoció la viruela volante, simple,
acordonada, purpurada, o la viruela de primera, de segunda y de tercera limitada,
relacionadas así, según la forma, color o volumen de las pústulas. Hubo viruelas
regulares e irregulares, legítimas o supuratorias y falsas o cristalinas.
Viruelas todas ellas producidas por un virus infeccioso. Virus que mantenía su
significado de veneno o de humor maligno y venenoso, término que utilizó Jenner
para describir la materia que producía la viruela de las vacas (cowpox).
El virus y su familia, los poxvirus, no será “visto” y descrito hasta muchos años
después, con las contribuciones de Buist (1886), Prowazek (1905), Paschen (1906)
y Ledingham (1931).
No debería faltar una descripción clínica de la enfermedad del centenar de
nombres, de sus doce días de incubación, del sello indeleble que dejaba en la piel.

30
SMITH MM. The “Real Expedición Marítima de la Vacuna” in New Spain and Guatemala. Transactions of the
American Philosophical Society, New series, vol 64, part 1, 1974, p. 5.

–31–
Recordemos el modo en que contó Velasco y Canencia31 las viruelas discretas en
1876:
“Entre todos los que las han sufrido, solamente hallamos dos que no estaban
vacunados. En ciertos sugetos empezaba por escalofríos seguidos de calor y
sequedad en la piel, fiebre que iba en aumento hasta que se presentaba la erup-
ción, y disminuía a medida que esta se iba completando, cefalalgia frontal y las
más veces occipito-frontal, quebrantamiento de miembros, dolor en la región lum-
bar, más o menos graduado, aunque no todos le tuvieron, lengua saburrosa, náu-
seas y aún vómitos en algunos; sed, agitación y aparición, por fin, hacia el tercer
o cuarto día, de manchitas rojas con un granito puntiagudo en su centro, que
empezaban por la cara y generalmente por la frente o la barba, a escepción del
caso citado en que principió por los muslos y se fue estendiendo a las demás par-
tes del cuerpo de la forma que he referido, sin que se viera uno solo en la cara;
estos puntitos rojos cuya completa evolución tardaba tres días en efectuarse, iban
elevándose, aumentando de volumen, rodeándose de una aureola encarnada y
presentando desde luego una vexícula en su punta con su depresión central umbi-
licada que se percibía al tercer día de la erupción; en algunos parecía también la
erupción en la mucosa bucal, sobre todo hacia el velo y pilares del paladar y aun
parte superior de la laringe y faringe, lo que se revelaba por la tos ronca y tim-
bre también enronquecido de la voz, o por la difícil deglución, según se estendie-
ra hacia uno u otro órgano, aun cuando estos síntomas, que fueron muy comunes
en las confluentes, fueron poco frecuentes en la forma o variedad de que nos
estamos ocupando; la erupción que se veía en la mucosa bucal era de pequeñitos
granos blancos; persistían la fiebre y demás síntomas, volviendo aquella a adqui-
rir su intensidad en el período de supuración, y en algunos se notaba algo de hin-
chazón en la cara, crecían las pústulas llenándose de un líquido purulento, según
el orden con que habían aparecido, y hacia el día octavo de la erupción y undé-
cimo de la enfermedad, empezaban a desecarse, ya rompiéndose y formando el
pus en contacto con el aire las costras o postillas, ya deprimiéndose o aplastán-
dose y formando costras parduscas o morenas menos gruesas que las anteriores,
con sensación incómoda de picor en los puntos que ocupaban, completándose del
todo la desecación después de los dos septenarios de enfermedad, y quedando en
el lugar de las pústulas una coloración rojiza o morada y las cicatrices caracte-
rísticas”.

Detalle de la Crónica de Marius de Avenches, donde aparece el término et variola.

31
VELASCO Y CANENCIA P. Observaciones sobre las viruelas y vacunación. Memoria premiada con medalla de
oro por la Real Academia de Medicina y Cirugía de Barcelona, Barcelona, 1876. Citado en VIDAL CASERO
M.C. La viruela y la contribución de la vacuna jenneriana a su erradicación. Análisis especial del caso español.
Tesis Doctoral. Universidad de Valencia, 1993.

–32–
II
Viaje desde el Este al Oeste,
descripciones y huellas epidémicas

Tratado de la viruela y el sarampión de Rhazes, en la edición bilingüe árabe-latina


de Channing (Londres, 1766).

–33–
Conocida desde tiempos ignotos, confundida con otras enfermedades durante
varios siglos y temida hasta nuestros días, no es posible precisar con exactitud ni la
época ni el lugar en que pudo presentarse por primera vez la viruela. Una enferme-
dad perdida en su origen, tan lejana que carece de primeras huellas.
Es posible que los primeros casos fueran muy esporádicos y que durante siglos
solo interesaran a los familiares de los afectados. La atención de los historiadores se
produciría cuando se daba un componente de alto alcance epidémico o relacionado
con incidencias bélicas. Las descripciones incluían toda suerte de enfermedades del
espectro eruptivo. Existe, no obstante, un acuerdo en que la viruela pudo haber apa-
recido por primera vez en uno de los asentamientos agrícolas del nordeste de África,
de China o de la cuenca del Indo, poco tiempo después del año 10.000 a.C. (HOP-
KINS, 1983). Una magnífica cifra para aventurar lo desconocido.
Las huellas de la viruela se relacionan directamente con las concentraciones
humanas y con sus movimientos migratorios por razones de supervivencia, de
expansión comercial, de conquista política o religiosa (el trono y el altar). El ciclo
ha sido siempre el mismo, la o las potencias hegemónicas de cada momento, crecen
demográficamente y abren con sus afanes expansionistas, los cauces para la propa-
gación de la viruela, que, no hay que olvidar, se hace de hombre a hombre. La dife-
rencia en la velocidad de diseminación, ha dependido de las características que
tuviera en cada época el medio de transporte convencional.
Los descriptores de la viruela fueron de dos tipos. De un lado, cronistas de la
historia que relataron brotes epidémicos, casi siempre relacionados con algún epi-
sodio guerrero, en buena lógica con la tesis del dominio. De otro, médicos, pedia-
tras en los primeros tiempos como corresponde a una enfermedad que afectaba a la
población infantil en su origen, o generalistas que recogían el estado de las enfer-
medades de su época en tratados enciclopédicos.

EL INICIAL ENTORNO EGIPCIO


Las concentraciones humanas del valle del Nilo y la cercana Palestina junto a
la cuenca del Tigris y el Eúfrates parecen ubicar las iniciales apariciones de la
viruela.

–35–
El estudio de tres momias egipcias realizado por Ruffer entre 1911 y 1921, pro-
porcionó pruebas de que la momia de la dinastía 18 (1580-1350 a.C.), la de la dinas-
tía 20 (1200-1100 a.C.) y la de Ramsés V (muerto en 1157 a.C.), tenían signos de
haber muerto de una enfermedad pustulosa. Ello ha permitido suponer que hace más
de 3.500 años que la viruela apareció en Egipto y de allí fue probablemente trasla-
dada hacia la India, vía marítima (FENNER, 1988).
Sin duda la momia de Ramsés V se ha convertido en uno de los iconos de la
enfermedad, una huella indeleble. Desde su hallazgo, constituye un punto de refe-
rencia ineludible. Resulta interesante constatar que sea un faraón el primer caso
nominal y que el último caso de viruela conocido sea Alí Maow Maalin, un cocine-
ro somalí del hospital de Merka Town, que la padeció y se recuperó en octubre de
1977. La relativa proximidad geográfica de los dos casos, apoya la idea del tránsito
circular de la viruela alrededor del mundo, durante un intervalo temporal de 3.134
años. Así mismo, la diferencia de clase entre los dos enfermos muestra otra de las
constantes de la enfermedad, la igual afectación de todas las clases sociales. El
hecho ha sugerido notables imágenes literarias, como la de príncipes y campesinos.
(HOPKINS, 1983). Reyes o herederos de algún trono segados por la viruela, humil-
des poblaciones devastadas, con especulaciones sobre lo que hubiera podido ser.
Se ha querido ver en el papiro de Ebers (entre 3730-1555 a.C.) una vaga refe-
rencia a la viruela en la descripción de una enfermedad de la piel1.
Hacia el siglo XIV a.C. se refiere una “peste” que bien pudo ser de viruela y que
adquirieron los Hititas como consecuencia de sus guerras con los Egipcios, propa-
gándola en Siria. La epidemia, que duró cerca de veinte años, propagada de perso-
na a persona y fatal en muchos casos, se cobró la vida del rey hitita Suppiluliumas
I y de su hijo Arnuwandas II, un año después (HOPKINS, 2002, p. 16).
Algunas fuentes han querido interpretar en la “sexta plaga de pústulas”, citada
en el Éxodo, una epidemia de “viruelas negras malignas”. Idea sugerida porque ocu-
rrió durante la época de Moisés y la estancia de los israelitas en Egipto. No existen,
sin embargo, ni en el Talmud ni en la Biblia referencias que concuerden con esta
enfermedad (FENNER, 1988).

LAS HUELLAS HINDÚES


Hacia los años 2000 a 1500 a.C. uno de los lugares de mayor concentración
humana era la cuenca del Ganges. Los arios llevaron allí un conjunto de textos reli-
giosos que se denominaron Vedas (el saber, la ciencia). Estos textos2 son una reve-

1
Cita de REGOLY-MEREI, 1966 en HOPKINS, 2002, p. 15.
2
Escritos en sánscrito, están compuestos por Shamitas (colecciones de himnos, oraciones), Brahamanas (comenta-
rios teológicos) y Upanishads (caracteres esotéricos).

–36–
lación directa de Brahman que los rishis (sabios videntes) se encargan de transmi-
tir.
Existen cuatro Vedas: el Rigveda, Yayurveda, Samaveda y el Atharvaveda. De
este último deriva el Ayurveda (ciencia de la larga vida o veda de la longevidad)
donde se contienen los elementos de un sistema médico tradicional que aún perdu-
ra en la India. Actualmente se considera una forma de medicina naturista, asociada
en ocasiones a elementos de espiritualidad.
Se dice que Brahman, “el Ser que existe por sí mismo”, reveló la medicina a Pra-
japati, “el Señor de todas las criaturas”, que la transmitió a los Asvhin, “sabios médi-
cos”, y estos a Indra, “el rey de los dioses”. Éste la enseñó al que se manifiesta bajo
el aspecto de Divodasa, rey de Benarés, que no es otro que el conocido por Dhan-
vantari (hacia 1500 a.C.), para muchos el más antiguo médico hindú. Dhanvantari-
Divodasa, mito que pudo ser rey, profeta o médico, asienta el Ayurveda.
Esta interpretación sobre el origen mítico de la medicina hindú corresponde a
Suhsruta (hacia 500 a.C.), cirujano de Benarés que escribió el Sushruta Samhita. Se
trata de un texto que consolida la tradición ayurvédica. Constituye un “corpus”
médico dividido en seis secciones y en él se describe la viruela (Masurika):
“Antes de aparecer Masurika, hay fiebre, con dolor en el cuerpo, pero particu-
larmente en la espalda... Cuando la bilis se descompone, en esta enfermedad, se
siente un dolor severo en las articulaciones grandes y pequeñas, con tos, estre-
mecimientos, desmayo y languidez; el paladar, los labios y la lengua están secos
por la sed y no hay apetito. Las pústulas son rojas, amarillas y blancas y van
acompañadas por un dolor ardiente. Esta forma pronto madura. Cuando el aire,
la bilis y la flema están descompuestas, en esta enfermedad el cuerpo tiene un
color azul y la piel parece estar sembrada de arroz. Las pústulas devienen negras
y planas, están deprimidas en el centro, con mucho dolor. Ellas se descomponen
lentamente. Esta forma se cura con mucha dificultad, y es llamada Charmo o
forma fatal3.

Junto al Sushruta Samhita, se considera el Charaka Samhita (escrito por el


médico Charaka hacia el 100 a.C.) otro de los principales libros ayurvédicos4.
El médico inglés Holwell señala que en el Atharvaveda se menciona a la diosa
Patragali, describiendo templos consagrados por los Brahmanes para venerar diosas
de la viruela (KÜBLER, 1901 en VIDAL CASERO, 1993). El culto a Shitala,
Mariatale o Mariammen, citadas en el primer capítulo, no puede considerarse como
prueba irrefutable de la existencia de esta enfermedad en la India de aquella época.

3
Cita de WISE, 1845 en HOPKINS, 2002, p. 16.
4
Dividido en ocho secciones, interpreta del mismo modo que Sushruta el origen de la medicina hasta el dios Indra;
a partir de ahí éste la revelaría a un vidente o rishi, Bharadvaja, que había sido delegado por los sabios para cono-
cer la forma de combatir las enfermedades. Uno de esos sabios fue el célebre Atreya que formó a seis discípulos.
Charaka reprodujo las enseñanzas de uno de ellos, Agnivesha.

–37–
El poder conferido a estas diosas sobre la viruela, se extendía también a otras enfer-
medades exantemáticas.
No será hasta el siglo VII cuando se describa extensamente la Masurika, como
una grave y en ocasiones fatal enfermedad, por el médico hindú Vagbhata.
Hacia el año 327 a.C., Alejandro Magno invade el norte de la India y, aunque es
probable que el conocimiento médico indio ya hubiera llegado a Grecia, los méto-
dos ayurvédicos le impresionaron. Incorporó a estos médicos en su séquito y les
confió especialmente los casos de envenenamiento. En la crónica sobre esa campa-
ña del historiador romano Rufus, se cita una enfermedad fatal que cursaba con erup-
ción y que padeció el ejército de Alejandro: “una enfermedad costrosa atacó los
cuerpos de los soldados y se propagó por contagio” (MOORE, 1815).
Este episodio, junto a los textos sánscritos, la secular veneración por diosas de
enfermedades eruptivas y las tradiciones brahmanes inoculatorias, intentan probar la
ocurrencia de viruelas en la India varias centurias antes de nuestra era, quizás lleva-
das por viajeros egipcios. Allí ha permanecido endémica desde hace 1.500 años
hasta su erradicación a finales del siglo XX.

DESCRIPCIONES EN CHINO
La milenaria cultura asentada en las cuencas de los ríos Amarillo (Huangho) y
Azul (Yang Tsé-Kiang), esperó pacientemente la llegada de las viruelas. La civili-
zación china, dedicada a la agricultura y especialmente al cultivo del trigo, tenía,
hacia el año 3.000 a.C., cerca de un millón de habitantes en el valle del Huangho.
Cuando se produjo la unificación política del país (221 a.C.) ya alcanzaba los 50
millones de habitantes. La cifra se mantuvo estable hasta el año 1000, en que se pro-
duce una explosión demográfica motivada por el inicio del cultivo de arroz en el
valle del Yang Tsé.
Las viruelas llegaron a China importadas por las sucesivas oleadas de invasores.
Tucker ha señalado una primera invasión de los Hunos hacia el 1122 a.C. y otra pos-
terior en 250 a.C. Ésta última, solo unas décadas antes de que los chinos acabaran su
Gran Muralla, levantada precisamente para defenderse de las invasiones. La viruela de
los hunos puede tener su origen en el estrecho contacto de estos con los caballos.
Quizá el virus de la viruela del caballo (horsepox), pasó al hombre y lo infectó. Los
hunos actuaron como propagadores de la infección durante sus periplos conquistado-
res. Será difícil saberlo, ya que esa variedad de Orthopoxvirus desapareció del mundo.
La antigüedad de las viruelas en China puede remontarse a la dinastía Chou,
recordemos el Teh-tu (“veneno del pecho materno”). Hacia el 243 a.C. una
“desastrosa epidemia se propagó por todo el imperio”5 y un dermatólogo impe-

5
Cita de CHA, 1976 en HOPKINS, 2002, p. 18.

–38–
rial alude a la aparición de la viruela por la misma época, gobernando ya la dinas-
tía Han.
Las referencias más fiables aparecen, no obstante, en los siglos IV y V. Ko Hung
(281-341), en tiempos de la dinastía Ching reinado de Chien Wu, alquimista y médi-
co, fue un cuidadoso observador de la naturaleza. Es señalado como el primer médi-
co chino en describir enfermedades como la viruela o la tuberculosis. En su obra
Chou-hou pei-tsi fang6 detalla:
“Recientemente algunas personas han sufrido llagas epidémicas estacionales que
les atacaban la cabeza, cara y tronco. En poco tiempo se les extendían por todo
el cuerpo. Parecían forúnculos calientes conteniendo sustancia seca. Las pústu-
las aparecen todas juntas y más tarde se secan en el mismo tiempo aproximada-
mente. Si los casos severos no son tratados inmediatamente muchos morirán. Los
pacientes que se recuperan quedan con cicatrices de un púrpura oscuro cuyo
color tarda más de un año en desaparecer... La gente dice que apareció por pri-
mera vez viniendo del Oeste en el cuarto año del reinado de Yung-Hui, y continuó
hacia el Este, propagándose después por todo el país. Otro dicho es que en el rei-
nado de Chien-Wu prisioneros de guerra la trajeron desde Nan-yang, y por estas
razones uno de sus nombres es todavía la “viruela de los prisioneros”7.

Qian Yi (Chien-yi, 1032-1113) era el hijo de un acupuntor amante de viajar.


Tanto es así, que un día echó a andar y nunca más volvió. Como al poco tiempo
murió su madre, Qian Yi, huérfano, fue adoptado por su tía, cuyo marido era un
médico prestigioso. Se interesó pronto por la medicina y la estudió con tal entusias-
mo que adquirió notables habilidades. Dedicó gran parte de su vida a la pediatría y
llegó a ser invitado para tratar a miembros de la Corte Imperial. Escribió un famoso
tratado, el Xiaoer Yaozheng Zhijue8, donde se diferencian por primera vez y con cla-
ridad las enfermedades eruptivas: viruela, sarampión, escarlatina y varicela. Sus
enseñanzas fueron compiladas y publicadas por su discípulo Yan Xiaozhong, al poco
de su muerte, en 1114.
De la misma época (dinastía Song) datan otros textos que también describen la
viruela, como el Xiaoer Banzhen Beiji Fanglun de Dong Ji (1093) o el Xiaoer Douz-
hen Fanglun de Chen Wenzhong (1241). Corresponden al mismo período las pri-
meras referencias chinas a la inoculación, como se verá más adelante. Por tanto,
cabe decir que una forma de viruela, traída por extranjeros, se extendió por China,
manifestándose de forma epidémica en periodos de crecimiento demográfico. Afec-
taba, quizás de manera benigna, sobre todo a niños, por lo que fue descrita como
enfermedad infantil. Los siglos V y XI-XII concentran las referencias bibliográficas,
emitidas por pediatras.

6
Manual de Prescripciones para Emergencias.
7
FENNER et al. 1988, p. 216.
8
Camino apropiado para reconocer y tratar enfermedades de los niños.

–39–
Su paso al Japón, vía Corea, se inicia hacia el siglo VI, como resultado de los
intercambios comerciales y la propagación del budismo, con sucesivas reintroduc-
ciones en el VII y VIII. En 735, un marinero llegado a Nara, la primera ciudad real
japonesa, causó una epidemia que mató a muchos nobles. En 748 el Emperador
encargó una gran estatua de bronce, Nara Daibutsu, dedicada a Buda, para que este
pusiera fin a la enfermedad.

ANOTACIONES EPIDÉMICAS GRECO-ROMANAS


¿Conoció Hipócrates la viruela? ¿Quiso aludirla cuando, al describir diferentes
tipos de fiebre, dijo que “algunas son pústulas, horripilantes a la vista”? Hay quien
quiere creer que uno de los padres de la medicina occidental tuvo que verla9. Otros,
por el contrario, indican que los griegos no conocieron la enfermedad. La discusión
ha sido muy viva y ha preocupado a muchos estudiosos. Hahn, en 1730, declaraba
con gran decisión que tanto griegos como romanos habían padecido varias epide-
mias de viruela; Werlhoff, en 1735, publicaba argumentos muy documentados con-
tra la teoría de Hahn. La divergencia se explica por la variedad de las descripciones
y por las diferentes denominaciones que se daban a estas afecciones en la antigüe-
dad10.
En la literatura antigua, tanto la griega como la romana, se mencionan varias epi-
demias; la más importante de ellas es la “epidemia ática”, que se declaró en Atenas
en 430 a.C. y que en honor a su historiador se llamó también “peste de Tucídides”.
Según Tucídides en La guerra del Peloponeso11, libro II, capítulo II:
(48).”La epidemia apareció por primera vez, se dice, en Etiopía, la región situa-
da mas allá de Egipto. Desde allí se propagó en el mismo Egipto, en Libia y en
una gran parte de los territorios del Rey de Persia. Después se abatió súbitamen-
te sobre los Atenienses, golpeando primero a los habitantes del Pireo, donde
corrió el rumor de que los Peloponesios habían envenenado los pozos.[...] Yo
mismo fui alcanzado por ella y vi personalmente a otros que la sufrían. (49).
Aquel año, como todos sabían, se había visto libre de otras enfermedades, pero si
alguien había contraído ya alguna, en todos los casos fueron a parar a este nuevo
mal. En cuanto a los otros, sin ninguna causa aparente y encontrándose en plena
salud, comenzaban por sentir en la cabeza un calor ardiente, acompañado de
enrojecimiento e inflamación de los ojos. Las partes internas, es decir, la gar-
ganta y la lengua, quedaban enseguida inyectadas; la respiración era irregular y
despedían aliento fétido. Luego venían estornudos y ronquera. Pronto el mal des-
cendía por el pecho, provocando una tos violenta. Cuando alcanzaba el estóma-

9
OZANAM JAF. Histoire médicale génerale et particulière des maladies epidemiques, contagieuses et épizooti-
ques, qui ont regné en Europe depuis le temps les plus reculés jusqu´à nos jours, París, 1835.
10
VIDAL CASERO M.C. La viruela y la contribución de la vacuna jenneriana a su erradicación. Análisis especial
del caso español. Tesis Doctoral. Universidad de Valencia, 1993.
11
THUCYDIDE. La Guerre du Péloponnèse, trad. Denis Roussel, 2 vols, ed. Gallimard, 1964.

–40–
go, lo revolvía y el paciente vomitaba con gran malestar todas las clases de bilis
que los médicos han descrito. Después en la mayor parte de los casos, les vinie-
ron también arcadas sin vómito que provocaban violentos espasmos. Exterior-
mente, el cuerpo no parecía tan ardiente cuando se le tocaba y el color no era
amarillento; estaba rojizo, lívido, con un exantema de pequeñas ampollas y de
úlceras”.

Tucídides describe síntomas y signos compatibles con la viruela y narra la evo-


lución y secuelas de la enfermedad:
“Los enfermos sentían interiormente una fiebre tan devoradora que las ropas más
ligeras eran insoportables; tendían a estar desnudos y su mayor deseo era lan-
zarse al agua fría. Eso es, de hecho, lo que hicieron a veces cuando no había
nadie para vigilarlos: presos de una sed insaciable, iban a arrojarse a las cister-
nas. [...] durante la fase aguda de la enfermedad, las fuerzas del paciente no que-
daban agotadas y oponían una resistencia sorprendente al sufrimiento. Así, la
mayoría perecían consumidos por el calor interior sea el séptimo sea el noveno
día, cuando aún les quedaba vigor. O bien, cuando superaban esa crisis, el mal
bajaba a los intestinos, donde provocaba una fuerte ulceración y violentas dia-
rreas, y en la mayoría de casos, se acababa por morir de agotamiento.[...] los que
escapaban de lo peor, se vieron alcanzados en las extremidades. Sus órganos
genitales, sus dedos y los pies fueron atacados y muchos se salvaban tras la pér-
dida de estas partes y algunos quedaron ciegos. Otros tuvieron amnesia total
durante días. No sabían quiénes eran ni reconocían a sus amigos”.

Hay autores que han interpretado que esta epidemia pudo ser de leptospirosis (la
ausencia de ictericia es un argumento en contra), rickettsiosis (MOULIN, 1996, p.
43), tifus (apoyándose en la gangrena de las extremidades), sarampión o viruela
(ZINSSER, LITTMAN).
En la descripción de Tucídides, se dan casi todos los posibles síntomas de la virue-
la, pero no se describen las marcas de las pústulas. Conocedor de la escuela hipocrá-
tica, más pendiente del pronóstico que de las consecuencias de la enfermedad o por-
que la palabra griega que describe las llagas o úlceras lleve implícita la idea de cos-
tra, lo cierto es que la pústula está omitida (LITTMAN citado en HOPKINS, 2002, p.
19). La devastación epidémica contribuyó a la derrota de los atenienses y a su decli-
ve frente a su rival, Esparta. En el mismo texto, Tucídides tiene un pasaje muy citado,
referente a la protección conferida tras padecer la enfermedad, una alusión clara a que
ya se tenía conocimiento de la propiedad de adquirir “memoria inmunológica”:
(51)”... se mostraba más compasión hacia los desgraciados que morían o que
sufrían cuando uno mismo había superado la prueba, pues, aún sabiendo por
experiencia de qué se trataba, uno se sentía a salvo del peligro. En efecto, el mal
no golpeaba dos veces al mismo hombre o al menos la recaída no era mortal. Los
recuperados recibían las felicitaciones de los otros y su alegría era tan viva, que
llegaban a creer, como en un sueño, que nunca jamás sucumbirían ante ninguna
enfermedad”.

Narrada por Diodoro Sículo, la “peste de Siracusa” se declaró durante el asedio

–41–
a esta ciudad por el general cartaginés Himilcón. Corría el año 396 a.C. y se propa-
gó entre los cartagineses en una época en que mantenían una pugna con los griegos
por controlar la isla de Sicilia, un núcleo estratégico de primer orden. Procedía de
Libia esta posible epidemia que se ha querido identificar como de viruela y que cur-
saba con “pústulas en todo el cuerpo, fiebre, tumefacción del cuello y dolores cos-
tales. Los soldados morían entre el cuarto y sexto día, con ataques de delirio y sufri-
mientos atroces”. Dionisio de Siracusa, el tirano inventor de la catapulta y gober-
nante de la ciudad, consiguió gracias, en parte, a la epidemia, expulsar a los carta-
gineses.
Posteriormente, en el siglo II se dio la “peste antonina”, gobernando Roma el
emperador Marco Aurelio, que murió de ella. Fue descrita por Galeno (130-200),
que pudo salvarse de la epidemia, ya que huyó de Roma antes de que llegara, pero
parece poco probable que fuera de viruela. Galeno dice que es similar a la de Ate-
nas y Rhazes defendió la idea, siglos después, de esa descripción galénica de la
viruela. Incluso la “peste de Justiniano”, en el siglo VI, descrita por Procopio, se ha
querido imputar a la viruela, parece más una epidemia de peste que pudo llevar aso-
ciadas otras de disentería, cólera o viruela.
Aunque las narraciones de estas epidemias sugieren signos que recuerdan a las
viruelas, ninguna de ellas corresponde al cuadro de esa enfermedad con tal exacti-
tud, que pueda admitirse con certeza su carácter específico. Tampoco se encuentra,
ni en la literatura, ni en la escultura, ni en la pintura griega o romana, descripción,
mención, o cuadro alguno de caras con cicatrices de viruela. Tan siquiera en las
obras de los satíricos, que se jactaban con preferencia de las malformaciones y
deformidades, ni en los escultores romanos que reprodujeron con gran fidelidad
cicatrices y defectos del rostro (VIDAL CASERO, 1993). Cabe concluir que no se
encuentra en dicho período una descripción completa y satisfactoria de las viruelas
(KÜBLER, 1901).

DE VUELTA POR ARABIA


La lectura de autores de habla hispana como Pérez de Escobar, Gil, Espejo,
Menós de Llena (siglo XVIII), Felipe Monlau, García Tejado, Díez Canseco (siglo
XIX), o Pesado Blanco (1904), como ejemplos de tres siglos diferentes, tienen la
constante de situar el origen de la viruela en tiempo y regiones ignotas, para certifi-
car a continuación que realmente proceden del norte de África y de Arabia y que lle-
garon a nuestro país importadas por los sarracenos. Sosteniendo Espejo12 que “en el
lugar y en la época en que los males hacen su cruel aborto, allí es donde primera-
mente son descritos. Así la lepra en Egipto e Israel, la tisis nerviosa en Virginia, el
escorbuto en Holanda y Suecia, los suicidios violentos en Inglaterra y como ni grie-

12
ESPEJO E., Reflexiones sobre las viruelas, Quito, 1785.

–42–
gos ni romanos conocieron las viruelas y los árabes fueron los primeros en descu-
brirlas, debe admitirse que su cuna está en Arabia”.
Es preciso volver, por tanto, a aquellos territorios, admitiendo que la expansión
arábigo-musulmana por el norte de África hasta su llegada a la península ibérica,
constituye una de las puertas de entrada de la viruela en la Europa del siglo VIII. Las
razones de propia vecindad de la vía de penetración sarracena, justifican el énfasis
puesto en ella por los autores hispanos.
En Arabia, era conocida la viruela. Los historiadores árabes señalan que las
viruelas se habían presentado en Arabia por primera vez en tiempos de la “Guerra
de los Elefantes”. El propio Corán en una de las suras de la Meca (sura 105, El Al-
fil, El Elefante), recoge este episodio:
En el nombre de Dios, el más Misericordioso, el Dispensador de gracia:
¿no has visto lo que tu Sustentador hizo con el ejército del elefante?
¿no hizo fracasar por completo su estratagema?
pues envió contra ellos grandes bandadas de criaturas voladoras
que hicieron llover sobre ellos golpes contundentes de un castigo prescrito,
dejándolos como un sembrado devorado por el ganado.

Esta sura alude a una campaña del ejército abisinio contra la ciudad de la Meca
ocurrida en el año 570. Abraha, príncipe cristiano de Etiopía y virrey del Yemen,
gobernado entonces por los abisinios, había edificado una gran catedral en Sanaá
con la esperanza de desviar hacia esta nueva iglesia la peregrinación anual a la
Kaaba, el santuario de la Meca. Al ver frustradas sus esperanzas, decidió destruir el
santuario ismaelita y con tal propósito se dirigió hacia la Meca al frente de un gran
ejército. Contaba con varios elefantes de guerra y él mismo encabezaba la expedi-
ción con su elefante blanco, que representaba algo desconocido y sorprendente para
los árabes, de ahí que ese año sea designado como “el Año del Elefante”. El ejérci-
to de Abraha quedó completamente destruido en esta expedición (Ibn Hisham, Ibn
Saad) por lo que se consideró una probable epidemia de viruela de la que el propio
Abraha murió a su regreso a Sanaá.
Se ha creído que el castigo a que alude el versículo parece haber sido una epi-
demia especialmente virulenta; según Waqidi y Muhámmad ibn Ishaq “esta fue la
primera vez que el sarampión (hasba) y la viruela (al-gudari) hicieron su aparición
en tierras de los árabes”. Las “criaturas voladoras”, aves o insectos, podrían ser las
portadoras del contagio. El milagro consistió, pues, en que “una gran expedición de
aves que venían del mar y que dejaron caer sobre los enemigos piedras del tamaño
de un guisante que atravesaron las armaduras de los guerreros abisinios y los mata-
ron”.
Parece que cualquiera que fuese la calamidad que asoló a la fuerza invasora, fue,
ciertamente, algo milagroso en el sentido del alivio repentino e inesperado que pro-
porcionó a la angustiada población de la Meca.

–43–
Richter, sin embargo, se opone a la hipótesis de que se tratara de esa enferme-
dad, diciendo: “Si hubieran sido las viruelas endémicas en Etiopía, hubiera sido
atacado el ejército de Abraha, dado el tiempo de incubación de las viruelas, de
por medio de diez a trece días, y dado el avance lento que puede efectuar un ejér-
cito con elefantes, y dada la distancia entre la meseta de Abisinia hasta la Meca,
de unos ocho grados de latitud, teniendo que salvar además el Mar Rojo, ya
durante este tiempo de las viruelas... Por lo tanto, parece que la enfermedad se
propagó del ejército, ya inmune, de los persas, que habían acudido en auxilio de
los árabes, a los etíopes, y precisamente por el hecho de ser una enfermedad
nueva para los etíopes causaba tantos estragos” (VIDAL CASERO, 1993). Pare-
ce lógico que las viruelas se habían presentado antes en Persia que en Etiopía.
Tampoco puede desecharse la probabilidad de que las viruelas hubieran invadido
Persia procedentes de la India, donde, probablemente, existían ya desde hacía
varios siglos.
Posteriormente, las viruelas constituyeron una enfermedad endémica en Arabia.
Hay una descripción de Ahrón de Alejandría sobre los síntomas de la viruela y el
sarampión en 622:
“Cuando las pústulas de la viruela son blancas y rojas son saludables, cuando
son verdes o negras, malignas; y si después de un tiempo, la erupción de la virue-
la y del sarampión cambia a un color azafrán, y la fiebre se modera, debe tener-
se una buena esperanza; pero si estas erupciones aparecen durante una fiebre
delirante, resultan fatales” (MOORE, 1815).

Moore cita también otros escritos de autores árabes que relatan cómo los califas
Yazid (reinó de 680 a 685) y Al-Walid, (reinó de 705 a 715, y fue el gran construc-
tor de los Omeyas, levantando escuelas, hospitales para leprosos y transformó la
catedral de san Juan Bautista de Damasco en una de las cuatro Santas Mezquitas del
Islam), habían tenido cicatrices de viruelas en la cara, que el califa Al-Saffahus había
muerto en 750 a consecuencia de las viruelas, que Al-Mutamid “el califa músico”
también la padeció y que Al-Mahdi (reinó de 775 a 785) y Al-Wathik (reinó de 842
a 847), quedaron ciegos por la enfermedad.
Dado que los musulmanes en apenas treinta años extendieron su imperio y reli-
gión, con la misma rapidez difundieron la viruela por Siria y Palestina, y sucesiva-
mente por Sicilia y provincias del Asia Menor, y a principios del siglo VII por las
costas de África y España, que constituiría una de las vías de propagación por
Europa.
La época de esplendor del mundo árabe produjo un gran número de escuelas
médicas con notables maestros, la escuela de Ispahán (Ibn Sina), la de Bagdad (Ibn
Masawayh), Shiraz (Al Mayusi), El Cairo (Ibn an Nafis), Kairouan (Ibn Imram) o
las de Córdoba, Toledo, Sevilla o Zaragoza (Abulcassis, Avenzoar, Averroes). Pero
el más eminente junto con Avicena fue, sin duda, Al-Razi o Rhazes.

–44–
Rhazes, (865-925)13, nacido en Ray, al sur de Teherán, que había estudiado filo-
sofía, alquimia, matemáticas, astrología y que practicó la música, fue médico de la
Corte de Abu Saleh Al-Mansur, soberano de Jorosán. Posteriormente se hizo cargo
del Hospital Central de Bagdad, del que primero organizó su estructura y donde des-
pués impartió sus enseñanzas. Inició las consultas externas, los cuidados a domici-
lio y la ayuda médica a los pobres14.
Entre sus obras destacan el Kitab Al-Mansuri15, el Al-Hawi16 y también, por el
tema que nos ocupa, la monografía Kitab al-Gudari wa al-hasba, (De variolis et
morbilis, en su traducción latina), un Tratado de la Viruela y el Sarampión. Rhazes
describe y distingue de esta manera las dos enfermedades:
“La erupción de la viruela es precedida por una fiebre continua, dolor en la
espalda, picor en la nariz y estremecimientos durante el sueño. Los síntomas prin-
cipales de su presencia son: dolor de espalda con fiebre, dolor punzante en todo
el cuerpo, congestión de la cara, a veces contraída, violento enrojecimiento de las
mejillas y los ojos, una sensación de presión en el cuerpo, crepitación de la carne,
dolor en la garganta y en el pecho acompañado de dificultad en la respiración y
tos, sequedad de la boca, salivación espesa, ronquera, dolor y presión en la cabe-
za, excitación, ansiedad, náusea e inquietud. La excitación, la náusea y la inquie-
tud son más pronunciadas en el sarampión que en la viruela, mientras que el
dolor en la espalda es más severo en la viruela que en el sarampión. Hay calor
en todo el cuerpo, una inflamación de colon y un enrojecimiento brillante de las
encías”.

La explicación de Rhazes se basa en la teoría galénica de la que es un defensor;


llega a decir que Galeno hizo referencias a la viruela aunque no a un método para
tratarla.
La teoría humoral galénica concebía la enfermedad como un desequilibrio entre
los cuatro humores: bilis amarilla, sangre, bilis negra y la flema que están relacio-
nados con los cuatro elementos presentes en todas las cosas: el fuego, el aire, la tie-
rra y el agua junto a sus cuatro cualidades: calor, sequedad, frío y humedad.
El ciclo vital de un hombre desde el nacimiento hasta la vejez no es más que la

13
La datación del nacimiento y muerte de Rhazes varía según la fuente. Se ha anotado la de VERNET J, en La cul-
tura hispanoárabe en Oriente y Occidente, 1978, Barcelona, Ed. Ariel, p. 21.
14
Contribuyó al método clínico en el arte médico, por el cuidado que tomaba para interrogar a los enfermos, la
importancia que dio a la sintomatología, así como las deducciones diagnósticas y terapéuticas que comportaban.
Dedicó su interés a varias especialidades médicas, cirugía, ginecología, obstetricia, oftalmología (padeció siem-
pre de la vista, hecho que se atribuye a los vapores provenientes de sus experiencias alquímicas) y estomatología.
Fue un gran viajero que visitó Jerusalén, el norte de África y se dice que llegó hasta España. Estuvo en contacto
con otros sabios de la época y su obra escrita consta de 184 volúmenes, 61 de ellos concernientes a la medicina,
que definió como “el arte que se consagra a la preservación de los cuerpos sanos, al combate de la enfermedad y
al restablecimiento de la salud de los enfermos”. Escribió siempre en árabe ya que en persa no podían expresar-
se los temas científicos y fue traducido al griego y al latín, influyendo notablemente en la medicina occidental.
15
El libro para Almansur, una manual del saber médico que fue traducido al latín por Gerardo de Cremona y utili-
zado su tomo noveno, el Nonus Almansoris, como texto en las universidades europeas hasta el siglo XVI.
16
Enciclopedia de veinte tomos, sobre medicina que se tradujo al latín como Liber continens.

–45–
forma en que uno se mueve hacia la sequedad. El joven es húmedo, el viejo, seco.
El joven es caliente, el viejo, frío.
Se creía así mismo que el feto se alimentaba de la sangre materna. Pensaban
que los humores superfluos de la madre se convertían en un veneno que ella tenía
en la sangre. Una mujer no embarazada purgaba sus malos humores a través de la
menstruación. Pero, obviamente, una embarazada no menstrúa; por tanto, los
malos humores acumulados durante nueve meses pasan al feto y se convierten en
sangre. El niño ha de purgar estos malos humores de alguna manera, ha de hacer-
los desaparecer, para lo que utiliza el sarampión o la viruela. Rhazes explica estos
conceptos con un símil, habla de que “al igual que la espuma ha de ser apartada del
zumo de la uva en el proceso de fermentación para conseguir vino, de la misma
manera la sangre de un niño debe fermentar y purificarse para ser un joven robus-
to”. En las viruelas esa purificación se realizaba con la emergencia de bolsas de pus
diseminadas por todo el cuerpo y en el sarampión con expectoración de flemas, for-
mación de pus en los ojos y aparición de manchas rojas en la piel. A este proceso
escapaban pocas personas. Refiere síntomas diferenciales entre la viruela (más dolor
en la espalda) y el sarampión (más ansiedad y náusea). Rhazes cree que la viruela
es menos grave que el sarampión.
Para Rhazes los cuerpos más susceptibles de padecer la viruela son los húme-
dos, pálidos y carnosos Así mismo, aquellos con afición a las cosas dulces como
los dátiles, miel, uva o a tomar una gran cantidad de gachas y leche. Las estacio-
nes en que aparece con mayor frecuencia son el final de otoño y el principio de la
primavera. Respecto al sarampión apunta que los cuerpos flacos, biliosos, calien-
tes y secos se afectan más. Las estaciones propicias para la irrupción del saram-
pión, suelen ser los veranos con lluvias frecuentes y vientos del sur y los invier-
nos cálidos.
De acuerdo con ello, explica que la enfermedad se presenta en la niñez debido
al exceso de humedad presente en la sangre. Por lo tanto, la enfermedad ayuda a
secarla un poco, consiguiendo así equilibrar los líquidos allí presentes. Como la san-
gre de los adultos y viejos es más seca, la enfermedad no aparece en dichas perso-
nas.
Prescribe Rhazes la siguiente fórmula terapéutica: los fomentos o “tratamiento
caliente” son beneficiosos para acelerar la erupción de viruela, ya que permiten salir
al exterior los humores superfluos, si a esto añadimos una mezcla de higos amari-
llos con uva triturada, facilitamos el proceso.
Según Garrison (1966), “su descripción de la viruela y el sarampión es el primer
relato auténtico de la literatura, texto clásico que se conserva en el árabe original con
una traducción paralela latina en la edición de Channing (Londres, 1766). A pesar
de que la viruela había sido descrita tan lejanamente como el siglo VI por alguno de
los Padres de la Iglesia, y por el cronista del siglo V Ahrón, el relato de Rhazes es
tan vívido y completo que casi resulta moderno” (VIDAL CASERO, 1993).

–46–
Como citábamos en el primer capítulo, Haly Abbas, en su Liber Regius, tradu-
cido por Constantinus Africanus, se ocupó de la viruela, sugiriendo la idea de con-
tagiosidad y el gran Avicena (980-1037), en su célebre Canon, mejora el tratamien-
to de Rhazes para la viruela reduciendo la cantidad recomendada de sangrías.

ALTO EN EL CAMINO
Revisar el periplo de la viruela, como estamos viendo, supone un recorrido por
la historia del hombre que pocas enfermedades transmisibles pueden igualar. Las
características que lo influyen se asocian a los siguientes elementos:
1.- Desarrollo de las distintas civilizaciones: asentamientos humanos que cre-
cen demográficamente y en donde el virus llega a adquirir carácter endémico. Como
se ha visto, aparece en el antiguo Egipto y el valle del Indo, propagándose en dos
direcciones, hacia el norte de África, Grecia, Persia, Arabia y Asia menor, de un
lado, hacia China, Corea y Japón, del otro.
2.- Vínculo con las guerras y el comercio: las distintas potencias de cada época,
en su expansión, actúan como propagador del virus actuando como vehículo los
ejércitos implicados en las guerras o invasiones de los hunos, hititas, chinos, ate-
nienses o musulmanes, y del mismo modo las rutas comerciales, vía marítima o
terrestre: rutas de la seda, el incienso, la mirra o las especias. En muchas de estas
ocasiones el virus adquiere carácter epidémico y en otras, reactiva la endemia.
3.- Asociación a las creencias religiosas, que, por un lado, pueden ofrecer su
explicación sobre el origen o las causas de la enfermedad y, por otro, originan
movimientos poblacionales de peregrinación o de expansión. Las tres grandes reli-
giones, budista, cristiana y musulmana, son ejemplo de ello, a través de sus guerras
santas o cruzadas. La expansión política y religiosa van estrechamente unidas en la
mayor parte de casos. La potencia dominante trata de imponer su cultura y su cre-
encia.
4.- La familia Orthopoxvirus. Sin duda la benignidad o mayor virulencia de la
enfermedad se ha debido a las características del virus. El variola virus, o virus de
la viruela humana, es el responsable de la enfermedad, que infecta al hombre y se
transmite por contagio directo persona a persona (transmisión aérea, contacto con
material de pústulas o lesiones, contacto fomites). El variola virus tiene tres formas:
variola major (responsable de las grandes epidemias, muy virulento), variola minor
o alastrim (responsable de las formas mas benignas y posiblemente de los antiguos
focos endémicos en la India o China), variola intermedius. El variola virus pudo
tener su origen en un poxvirus animal (de un roedor o un mono) que pasó al hom-
bre en tiempo remoto en África.
Otros virus de la familia pueden infectar o haber infectado al hombre en distin-
tas épocas: virus vaccinia (virus de la vacuna antivariólica), virus de la viruela de la

–47–
Célebre momia de Ramsés V, muerto en 1157 a.C. Quian Yi, pediatra chino descriptor de las enfermedades
Con pústulas causadas por viruela. eruptivas.

San Nicasio, Patrón de la viruela. Luis I de Borbón, muerto a los 16 años de viruela.

–48–
vaca (cowpox), virus de la viruela del mono (monkeypox), virus de la viruela del
caballo (horsepox), ya extinguido, virus de la viruela de los búfalos (buffalopox),
virus de la viruela de los camellos (camelpox).
5.- Epidemia y endemia. Las descripciones relatadas anteriormente de Ko Hung
en China, Vagbhata en la India o Rhazes en Asia menor, hablan de una enfermedad
endémica, de carácter más bien benigno y que afectaba sobre todo a niños. No es
hasta Rhazes cuando se hace un diagnóstico diferencial entre viruela y sarampión.
Anteriormente, el conjunto de enfermedades eruptivas (sarampión, escarlatina,
viruela) apenas se diferenciaban y eran pediátricas. Es a partir de los siglos XVI y
XVII cuando adquiere una forma epidémica y desarrolla su leyenda de azote de la
humanidad.
6.- Teorías y tratamientos. Si en la India, Egipto o China se creía que la viruela
era un castigo divino por la mala conducta de los hombres, el tratamiento era apaci-
guar a los dioses evitando actos que los encolerizaran. Si los antiguos cristianos cre-
ían que la viruela era lo que Dios empleaba para lavar los pecados de los hombres,
la recomendación era evitar el pecado. La teoría humoral descartaba a Dios y atri-
buía la viruela al desequilibrio de los humores; había que restaurar el equilibrio a
base de purgas humorales o sangrías. La escuela de Rhazes sobre la necesidad de
expeler por los poros de la piel los deshechos de la sangre en forma de pústulas, ini-
ció la terapia del calor y la restricción dietética. El inicio de las epidemias en China
y Japón (siglo XI) impone la medidas de aislamiento hospitalario y el tratamiento
rojo, mientras que en Europa hacia el siglo XIV las epidemias de peste aconsejan el
aislamiento que se hace extensivo a los brotes de viruela y, a partir del siglo XVI con
la teoría del contagio de Fracastoro, a las medidas de aislamiento y procedimientos
de aireación o fumigación, se añade el tratamiento específico con mercurio; el aire
junto al contagio directo serían el medio de transmisión. Durante el siglo XVI en
China se combate el “veneno con veneno” recomendando alimentar al enfermo con
una mezcla de pasta con piojo de búfalo. A partir del siglo XVII, se impone la teo-
ría miasmática de Sydenham como explicación del origen de la viruela y, por otra
parte, empezará en oriente, para después imponerse en occidente, el tratamiento
mediante la variolización junto al aislamiento o la cuarentena. La variolización, que
tendrá su esplendor como se verá mas adelante en el XVIII, dará paso a la vacuna-
ción.

TURNO DE LLEGADAS A OCCIDENTE


Prevalece la idea de que durante la dominación romana hubo epidemias, impor-
tadas del norte de África o del Asia menor, a consecuencia de las guerras, entre las
que pudo haber casos de viruela de manera simultánea a otras plagas, pero no hay
fiables descripciones de la enfermedad. No había por otra parte en Europa, excepto
Roma, grandes concentraciones poblacionales que permitieran la propagación epi-
démica de la enfermedad.

–49–
Una vía probable de introducción en Europa central de las viruelas pudieron ser
las sucesivas oleadas invasoras, especialmente las de los hunos. En el siglo V acae-
cen los hechos ya citados que aúpan al martirologio a san Nicasio, el obispo de
Reims, ejecutado junto a su hermana, santa Eutropia, enfermedad de la que era
Patrón. Sea en 407, a manos de los vándalos y lo más probable, como en 451 a
manos de los hunos, el hecho es que fue decapitado y ha quedado asociado a la
viruela, representando las primeras apariciones de la misma en Europa. Seguramen-
te no tuvieron fuerza epidémica. Los Vándalos, que venían del norte, como los Ala-
nos, atravesaron el Imperio Romano cometiendo actos de pillaje. Llegaron inmedia-
tamente antes que los Godos que a su vez eran empujados por los Hunos. Esos movi-
mientos fueron propagando numerosas enfermedades transmisibles, y entre ellas la
viruela.
Durante el siglo VI, hay una descripción en Francia hecha en el año 541 por
Siegbert de Glembours (ciudad al norte del reino de los Francos), sobre una “enfer-
medad pestilencial con pústulas y ampollas” (seculae variae clades et malae vale-
tudines cum pustulis et vescicis populos afflixerunt) que coincide en el tiempo con
la “peste de Justiniano” (peste bubónica probablemente), lo que ha hecho pensar a
Zinsser que casos de viruela y de peste se dieron simultáneamente (HOPKINS,
2002, p. 23).
Se da también hacia el 570 la ya mencionada descripción de Marius de Aven-
ches sobre una epidemia en Francia e Italia, de un proceso vesículo-pustuloso, con
la primera mención del término variola.
Poco después aparecen en las Galias y norte de Italia varias epidemias, descritas
por Gregorio, obispo de Tours. En 580-1 se presentó una epidemia que se manifes-
taba por fiebre, cefaleas y vómitos de masas amarillentas o verdosas, y con vesícu-
las (vesicae). Los campesinos la llamaban “pústulas corales” y Gregorio lues vale-
tudinaria. Esta epidemia fue muy extensa; atacaba, sobre todo, a los niños, pero
también a los adultos.
“La comarca de Tours fue desolada por una severa enfermedad pestilencial, tal
era la naturaleza de la enfermedad (languidez) que una persona después de haber
sido atacada por una violenta fiebre se cubría toda de vesículas y pequeñas pús-
tulas... Las vesículas eran blancas, duras, no depresibles y muy dolorosas. Si el
paciente sobrevivía a su maduración, se rompían, empezaban a descargar y el
dolor se aumentaba grandemente por la adhesión de las ropas al cuerpo. Entre
otros, la Dama del Conde Eborin, mientras trabajaba ayudando en esta peste,
estaba tan cubierta con las vesículas que ni sus manos, ni sus pies, ni ninguna
otra parte del cuerpo quedaron exentas pues incluso sus ojos estaban completa-
mente cerrados por ella”17.

Aunque la Condesa se recuperó, el Conde de Angulema murió en esa epidemia

17
WILLAN, 1821, citado por HOPKINS, 2002.

–50–
y su cuerpo “apareció negro y quemado, como si lo hubieran calcinado con carbo-
nes encendidos”. Se trataría de casos de viruela hemorrágica o negra18.
Gregorio de Tours, que escribió la Historia de los Francos, relata entre otras las
peripecias de los cuatro hijos de Lothar, rey Merovingio que había reunificado la Galia
como Clodoveo, pero que de nuevo la repartió entre Charibert, Guntram, Sigiberto y
Chilperico. Estos hicieron cuatro capitales galas: París, Reims, Soissons y Orleáns.
Muerto Charibert y asesinado Sigiberto, en la época de la epidemia reinaban los dos
restantes. Chilperico pasó la viruela, como sus dos hijos, que fallecieron. Alguna de
las varias mujeres de los dos reyes también las pasaron y murieron de ellas. La mujer
de Guntram, Austrigilda, creyéndose envenenada, instó a su esposo a que hiciera matar
a los dos médicos que la atendían, lo que se hizo después de su muerte.
Dos años después se presentaba de nuevo una lues cum vesicis. En las descrip-
ciones de esta enfermedad, Gregorio menciona unas vesículas dolorosas, blancas y
duras, que se abrían espontáneamente, después de maduras, dando salida al pus.
También aparecían estas pústulas en los ojos. La muerte acaecía veneno incrassan-
to, o sea al tiempo de formarse la costra, del duodécimo al decimocuarto día, según
el mismo Gregorio (VIDAL CASERO, 1993). Aunque esta descripción es bastante
incompleta, puede interpretarse, sin embargo, como de una epidemia de viruelas.
Por lo tanto, la primera epidemia de viruela se habría presentado en Europa por el
año 580, en una época difícil, marcada por las guerras entre reyes, las hambrunas, la
violencia y las epidemias.
Existe una conexión con las guerras que se libraron durante el siglo VI contra
etíopes y árabes. Las tropas infectadas, de vuelta a Grecia o Italia constituirían la
segunda vía de penetración en Europa. Dado que además eran endémicas en Arabia,
y acompañaban a sus ejércitos, la invasión musulmana en España a partir del 711,
sería una tercera puerta de entrada.
Villalba (1803) señala que: “con la irrupción de los árabes en España a 11 de
noviembre de 714, tuvo origen en esta parte del continente la epidemia de las virue-
las, desconocida hasta entonces de los griegos y romanos, y llevadas a las demás
partes de Europa. Aarón, médico de Alexandría las describió el primero, el año 622
de Cristo y le siguió Rasis. Este médico árabe cursó en las escuelas arábigas de
España. Averroes y Avenzoar, naturales de Córdoba, y el persa Avicena siguieron las
máximas de Rasis, y hablaron de ellas con más extensión. Nació en la Arabia, pasó
a Egipto en tiempo de Omar, casi por los años de 640, y se transfirió a Europa con
los árabes en el siglo siguiente, donde permanece hasta el día; y si se verifica el pro-
nóstico de Carlos Mertens, jamás se extirpará; contra lo que se espera de la moder-
na inoculación de la vaccina”19.

18
MARISCAL N, Prelusión histórica sobre la vacuna. Discursos leídos en el Homenaje a Jenner. El Siglo Médico,
Madrid, 1923.
19
Citado en NAVARRO GARCÍA R, Historiografía de la viruela, Madrid, 1991.

–51–
DEL TRECE AL QUINCE
También contribuyeron mucho a la propagación de esta enfermedad las Cruza-
das (1096-1291). El contacto bélico entre musulmanes y cristianos durante dos
siglos, por el empeño cristiano de conquistar los Santos Lugares, renueva los des-
plazamientos masivos. Así volvió a reintroducirse en Italia, España, Inglaterra o Ale-
mania. Respecto a su aparición en las Islas Británicas, algunos manuscritos refieren
plegarias dirigidas a san Nicasio en el siglo X, que Alfreda, la hija del rey anglo-
sajón Alfredo el Grande, la padeció en 907 y que un manuscrito irlandés cita una
enfermedad llamada Bolgach, que podía ser viruela, aunque también peste o lepra.
Otra referencia irlandesa anterior hace alusión a epidemias que ocurrieron entre 675
y 778 y pudieron ser de viruela, que llamaron Galrabreac (HOPKINS, 2002).
En 1240, Gilbertus Anglicus, en su Compendium Medicinae, incluye una des-
cripción de causas y variedades de viruela, además de una largamente controvertida
alusión a su característica de enfermedad contagiosa, que no sería aceptada hasta
cuatro siglos después. Recomendaba vivamente el “tratamiento rojo”. La invasión de
Inglaterra por los normandos, ocurrida en 1241, también acercó la viruela a las Islas.
El mismo año la primera gran epidemia de viruela en el territorio virgen de Islandia
se cobra 20.000 víctimas de una población total de 70.000 isleños, a la que siguie-
ron otras oleadas en 1257 y 1291. El año de 1257 reporta también la primera refe-
rencia de viruelas en Dinamarca.
En Suiza se la conocía desde el siglo X y un brote en el París de 1438 se cobró
50.000 víctimas. De Islandia llegó a una colonia normanda establecida en Groen-
landia durante el 1430. La viruela llegó a Suecia en la primera mitad del siglo XV y
soldados españoles la propagaron desde Flandes a Alemania en 1493. En 1494 Car-
los VIII de Francia se recuperó de una ataque de viruela durante el sitio de Nápoles
(FENNER, 1988, HOPKINS, 2002).

EL SIGLO DE ISABEL I, FRACASTORO Y NOVA HISPANIA


Durante los tres siglos que hemos visto, la viruela serpenteó por Europa sin oca-
sionar grandes estragos, salvo los brotes puntuales ocurridos en territorios vírgenes
(Islandia) o muy poblados (París).
Según Tucker20, “cuando los humanos se congregan en pueblos y ciudades, sus
poblaciones se convierten en lo bastante grandes y densas para proveer un conjunto
de individuos susceptibles, a través de nuevos nacimientos y de la inmigración de
adultos procedentes de otras áreas, haciendo así posible la transmisión continua de
la viruela, que nunca se queda sin huéspedes. El umbral demográfico en el que una
población podría sostener la enfermedad de una manera continua es de alrededor de
200.000 personas”.

20
TUCKER J.B. Scourge: The Once and Future Threat of Smallpox. Berkeley, California, Atlantic Monthly Press,
2001

–52–
El crecimiento de la población europea, que había pasado de los cerca de 26
millones de habitantes en el siglo VIII a los 80 millones en los comienzos del siglo
XIV, fue interrumpido por los estragos que ocasionó la “Muerte Negra”, que redujo
su población más de un 25%. Más tarde volvió a pasar de 80 millones en el año 1500
a 100 millones en 1600, aunque sufrió un retroceso como consecuencia de la Gue-
rra de los Treinta Años (1620-1650) y de las epidemias de peste. Finalmente, duran-
te los siglos XVIII y XIX creció rápidamente, pasando de 140 millones de habitan-
tes en 1750 a 250 millones en 1845 (FENNER, 1988).
Durante el siglo XVI la viruela estaba presente en la mayoría de países europe-
os, excepto, quizá, Rusia. El desarrollo de las ciudades, cada vez más populosas,
favorece la aparición de brotes epidémicos, que son recordados por cuanto afectan a
miembros de las Casas Reales de Francia, España o Inglaterra. Se ha dicho que la
enfermedad se cobró en ese siglo medio millón de muertos europeos; uno de cada
cinco óbitos era debido a la viruela.
Tres acontecimientos caracterizan a la viruela del XVI: la llegada de la enfer-
medad a los territorios descubiertos en el Nuevo Mundo (ver próximo capítulo), los
escritos de Fracastoro y el padecimiento del mal por la Reina Isabel I de Inglaterra.
Girolamo Fracastoro (1478-1553), médico, científico, escritor y poeta21 italiano.
Nacido en Verona, estudió literatura, matemáticas, astronomía, filosofía y medicina
en la Universidad de Padua, donde más tarde, enseñaría filosofía. Dirigió investiga-
ciones sobre las enfermedades contagiosas y se le considera un precursor de la epi-
demiología clínica. Publicó en 1546 De contagione et contagiosis morbis et eorum
curatione, que describía diferentes tipos de enfermedades contagiosas y la manera
en que se transmitían. Fracastoro suponía que las infecciones, sarampión o viruela,
pasaban de una persona a otra por medio de pequeños cuerpos (seminaria), a través
del aire o de manera indirecta (por objetos o fomites). Fracastoro retoma la teoría de
Rhazes acerca de que la viruela se produce por la contaminación de los niños con la
sangre menstrual de la madre y que la presencia de las pústulas es una manera de
purificación de la sangre, sacando de allí el agente productor de la enfermedad y evi-
tando que esta se repita. Fracastoro supuso que esta inmunidad adquirida protegía al
individuo también contra el sarampión. Los escritos de Rhazes eran conocidos en
Europa porque, como se ha visto, habían sido traducidos al latín. Con su teoría sobre
el contagio, Fracastoro influye en el tratamiento de la viruela, se fomenta el aisla-
miento de los enfermos y se incide en la ventilación para purificar el aire contami-
nador.
La Reina Isabel I de Inglaterra pasó la viruela durante los meses de octubre y
noviembre de 1562. La enfermedad hacía dos años que mantenía una severa epide-

21
Escribió el poema Syphilis sive morbus gallicus (1530), que describe una nueva enfermedad de transmisión
sexual, la sífilis. Se inspiró en una historia de Ovidio en que aparece el nombre de Sipilus, que Fracastoro adap-
tó como Syphilis.

–53–
mia en el país. La corte inglesa entra en crisis por no tener ésta un sucesor. La noti-
cia corre por toda Europa. Es sometida por el Dr. Burcot al “tratamiento rojo” (se la
envolvió con ropa escarlata) y lentamente se va recuperando. La preocupación de la
reina, una vez superados los peores momentos, consiste en esperar con temor que las
costras no le dejen cicatrices en la cara. Milagrosamente, las secuelas la respetan.
No corren la misma suerte otras damas de la nobleza que también la padecen duran-
te aquel otoño y varias mueren, como la condesa de Bedford.
Que una figura carismática y popular como la reina fuera golpeada por la virue-
la hizo que la enfermedad adquiriera un rango mayor. La sensación de amenaza
aumentó considerablemente. Todo el mundo temía a la viruela. Especialmente las
mujeres por la pérdida de la belleza a consecuencia de las horrorosas desfiguracio-
nes que producía en la cara o a la maldición de la ceguera. Algunas llegaron a cubrir
su rostro con máscaras, de por vida, tras padecerla. Se cuenta que al zar Ivan IV que
había solicitado la mano de una noble inglesa, lady Mary Hastings, le pusieron
muchos pretextos para que su emisario contemplara a la joven, ya que tenía la cara
marcada por cicatrices de una reciente viruela (HOPKINS, 1983).
En Francia, Carlos de Orleáns, hijo de Francisco I, quedó ciego de un ojo por la
viruela y Ambroise Paré, el célebre cirujano, trató varios casos durante la epidemia
de París. No pudo hacer mucho, sin embargo, por recomponer el daño que le causó
la viruela al hermano de Carlos, Alençon, pretendiente de la reina de Inglaterra y al
que ésta rechazó, poniendo como excusa las terribles huellas que le dejó la enfer-
medad.
En España hubo brotes en Valencia (1555), Galicia (1579), Sevilla (1580 y
1597), Arzobispado de Toledo (1585-6). La epidemia que sufrió la villa de Madrid
en el año 1587 fue horrorosa y perecieron, según refiere Villalba22, “más de 5.000
criaturas por el otoño”, por lo que se la denominó “cuchillo de los niños”, lo que
unido a su frecuencia, letalidad del 15 por cien y secuelas, la hizo muy temida por
el pueblo. Villalba cita también el episodio de viruela, afortunadamente benigna y
sin secuelas, que sufrió Isabel de Valois en 1560, poco antes de llegar de Francia
para convertirse en la tercera mujer de Felipe II.
En el continente asiático también hubo epidemias, como la del asentamiento
portugués de Goa, en la India (1545), que se cobró la vida de 8.000 niños, además
de la de dos príncipes de Ceilán, que habían acudido al lugar para entrevistarse con
el gobernador portugués por un problema de herencias.
Existen dos textos de referencia en la India de la época; el primero, en 1512, es
el tratado médico de Mian Bhowa, noble de la corte del Sultán de Delhi, titulado

22
VILLALBA J. Epidemiología española o Historia cronológica de las pestes, contagios, epidemias y epizootias
que han acaecido en España desde la venida de los cartagineses hasta el año 1801. Imp. Fermín Villalpando,
Madrid, 1803.

–54–
Madan-ul-Shifa Sikandar Shahi23, en el que se recoge lo mejor de la sistema ayur-
védico, incluyendo los síntomas y tratamientos para sarampión y viruela. El segun-
do es el Bhava-prakasa de Bhava Misra, en donde se evidencian dos maneras de
entender el origen de la viruela; una, basada en la biología de los humores y de la
dieta del Ayurveda, derivando de ahí los correspondientes procedimientos terapéuti-
cos y otra, centrada en la creencia del origen divino de la enfermedad y, en conse-
cuencia, el tratamiento se orienta a la veneración de Shitala (HOPKINS, 2002).
Varios reyes, sultanes y marajás de aquel continente fueron también víctimas de
la enfermedad, como el rey de Siam, Boromaraja IV, fallecido en 1534.
La viruela se empieza a universalizar y ataca sin distingo de clase social, cente-
nares de muertos anónimos junto a regios gobernantes. Todos caen y se dibuja un
panorama desolador, porque lo más terrible es que no existe un tratamiento eficaz.
Aislar al enfermo, enrojecer el ambiente, airearlo, practicar sangrías, dar a beber
pócimas inútiles y encomendarse a santos o diosas. Nada que hacer excepto resistir
al infortunio.

SYDENHAM Y CASAS REALES


El siglo XVII fue un período de gran desorden en Europa, con fuerte trasiego
militar, rápido crecimiento de las ciudades y florecimiento de la actividad intelec-
tual en las clases urbanas. Se comenzaron a crear las Academias y a publicar revis-
tas científicas. La viruela sucedió a la peste, lepra y sífilis, muy extendidas en el
siglo anterior, como la plaga más prevalente. El tifus, la disentería y la peste eran
todavía causas importantes de mortalidad, pero la viruela constituía la mayor, hasta
el punto de llamarlo el siglo de la viruela, pues mató a varios millones de personas.
No sólo los médicos se ocupan de la enfermedad. Su trascendencia ha calado en
el acervo popular. Los escritores plasman los acontecimientos de la época y la virue-
la comienza a aparecer en la literatura, sustituyendo a otras plagas temibles como la
peste.
Veamos cómo Francisco de Quevedo (1580-1645) proporciona en Los Sueños24
una perspectiva de las enfermedades infantiles en la época, ejemplo de difusión de
los conocimientos científicos a través de los escritos literarios:
“Recién nacido no tuve potencia para otra acción sino llorar, los pies enfermos,
sin movimiento, la vista tierna, los brazos sin fuerza, la boca sin dientes, el cuer-
po sin vigor, los sentidos sin discurso, las potencias aún no despiertas. Niño, tuve
el movimiento débil por la terneza; la fuerza peligrosa por la travesura; el apeti-

23
Mina de las Curas de Sikandar Shah.
24
QUEVEDO F: El discurso de todos los diablos. Obras Completas. Vol. II: Obra en prosa, (Edición Felicidad
Buendía). 6.ª ed.). Madrid, Aguilar, 1974.

–55–
to, del alimento por lo insaciable; los humores amotinados por el hervor; el cono-
cimiento confuso por la falta de juicio; las operaciones ciegas por falta de expe-
riencia; las inclinaciones enfermizas por la falta de la cordura; tuve obligación
de purgar con el sarampión y las viruelas el alimento que me hizo el gasto en el
vientre de mi madre, evacuación casi universal y que frecuente se hace por la
fuerza de tal veneno con la vida (…)”. Y este otro: “(…) por no aguardar eso, y
unas viruelas y el palomino muerto, y que no me rasque: “Ay el angelico” y “a
ro ro” me esté en los infiernos siempre jamás. ¡ Pues que, si paso del sarampión,
y ya mayor voy a la escuela en invierno, con un alambique por nariz, tomados
todos los cabos del cuerpo con sabañones, dos por arracadas, uno a la gineta en
el pico de la nariz, dos convidados a comer y cenar en los zancajos, llamando
señor al maestro; y si tardo me toman a cuestas y como si el culo aprendiera la
lición, le abren a azotes! ¡Maldito sea quien tal quiere volver a nacer!

Tato señala la fiel consonancia con las doctrinas médicas del momento: “En la
descripción de las enfermedades infantiles, llama la atención el hecho de que dis-
tingue las viruelas del sarampión (pareciendo considerar a aquella como de apari-
ción más precoz que este último), como ya ocurría pocos años antes, a finales del
XVI, en las obras de Valdés (1583), Merino de Uruñuela (1575) y Gómez Pereira
(1588), aunque les atribuye a ambas el mismo origen: la menstruación sirve de
purga para los malos humores de las mujeres, el menstruo constituye el alimento del
feto, y el niño deberá purgar –de forma casi universal, reconociendo así el carácter
de enfermedades comunes en la infancia– estos malos humores, constituyendo el
sarampión y las viruelas el mecanismo de que se vale la naturaleza para esta purga,
ideas estas que encontramos perfectamente expuestas en las obras de Luis Merca-
do (1610) y Gerónimo Soriano (1550)”25. La cotidianeidad de la viruela es resumi-
da por Quevedo en uno de sus versos irónicos: “la vida empieza en lágrimas y caca
/ síguense las viruelas, baba y moco”.
La clase médica no permanece, sin embargo, de brazos cruzados. Se producen
aportaciones notables. Quizá la más interesante corresponda a los trabajos del inglés
Thomas Sydenham (1624-1689). De vida agitada, interrumpió sus estudios para
combatir del lado de Cromwell en la guerra civil contra Carlos I. Luego retornó a
Oxford donde alcanzó el título de Bachiller en Medicina con 24 años. Volvió a com-
batir nuevamente y a ejercer después como médico en Londres pero, dado su poco
éxito, fue a Montpellier a completar sus estudios. Regresó a los 37 años de edad para
dedicarse a los pacientes, obteniendo la aprobación del Royal College of Physicians
para ejercer la profesión y a los 52 años se doctoró en Cambridge. Amigo de Locke
y Boyle, escribió varios tratados, entre ellos su Opera omnia (1683).
Sydenham describió el cuadro clínico de la gota, que él mismo padecía, y de
otras enfermedades como la viruela, disentería, sarampión, sífilis y corea menor, que

25
TATO PUIGCERVER JJ. Embarazo, parto y primera infancia en la obra de Francisco de Quevedo y Villegas
(1580-1645). Comunicación al VII Congreso Nacional de Historia de la Medicina, Alicante, 1983.

–56–
lleva su nombre26. Se opuso al galenismo y a las concepciones iatromecánica o iatro-
química, contribuyendo a socavar la creencia en la teoría humoral de la enfermedad.
Partidario de la teoría miasmática, que atribuía como causa de la viruela a los cam-
bios en la atmósfera, lo cual asumía una “constitución epidémica”, sus contribucio-
nes fueron esencialmente clínicas. Respecto a la viruela y como buen observador clí-
nico, la diferenció claramente del sarampión, como hizo Rhazes, pero también dis-
tinguió a los pacientes con viruelas confluyentes de los que padecían viruelas dis-
cretas. Recomendaba para estos últimos, que solían recuperarse, no dar un trata-
miento específico, lo que aumentaba sus posibilidades de supervivencia. También
recomendó un “tratamiento refrescante” (que incluía abrir las ventanas y dar clari-
dad a los dormitorios), para las fiebres de las víctimas, frente al tradicional “trata-
miento caliente” que había preconizado Rhazes.
Los brotes epidémicos no cesan y sacuden toda Europa, incluyendo a Rusia,
desde donde pasa la enfermedad a Siberia, Asia y América del Norte.
Kübler cita una epidemia en distintas ciudades alemanas y en Praga en 1606. La
extensión de la viruela en Alemania en la primera mitad del siglo XVII ha sido reco-
gida en una crónica como: “las viruelas de los niños eran muy venenosas este año;
muchos de éstos murieron; los que salvaron la vida quedaron maltrechos y con los
miembros paralizados; el hedor era insoportable, y a algunos se les desprendía,
antes de la muerte, la carne de las mejillas... Algunos perdían incluso la barba” 27.
Poco después una pandemia de viruela invade, en 1614, Europa y el Oriente Pró-
ximo: Persia, Turquía, Egipto, Creta, Calabria, Italia, Dalmacia, Venecia, Francia,
Alemania, Polonia, Flandes. Esta gran epidemia es quizá la responsable de la impor-
tación de la viruela en las colonias inglesas y francesas de América del Norte.
Los habitantes de las islas Feroe fueron infectados por primera vez en 1650, por
marineros de un barco procedente de Dinamarca, como ocurrió también en Islandia, por
la misma vía de propagación, con diversos brotes entre 1616 y 1671 (KÜBLER, 1901).
La característica más impactante de la viruela es el destrozo que causa en las dis-
tintas Casas Reales europeas. Estuardos, Borbones y Austrias ven como las líneas
sucesorias se interrumpen o alteran. Nada se puede hacer. Sigue sin haber un reme-
dio eficaz para combatirla.

26
Hizo aportes a la terapéutica, introdujo el hierro en el tratamiento de la anemia, utilizó la quina en el paludismo
e ideó varios derivados opiáceos como el láudano que también lleva su nombre.
27
La crónica de Lammert, es una recopilación de diferentes escritos sobre las plagas de aquellos tiempos. Según
Lammert, hubo una epidemia de viruelas en Alemania Central hacia el año 1600, y, algunos años más tarde, en
1609, en el Norte de Alemania, en Lübeck. Poco tiempo después sucumbieron a esta enfermedad unos 250 niños
en Schaffhausen, pueblo de la cuenca meridional del Rhin. En Alemania hubo otra epidemia de viruelas en 1646:
“Así, reinaron en abril y mayo los malignísimos, violentamente, entre niños de Koburg, donde murieron, hasta
mediados de mayo, más de 300, a consecuencia de esta afección”. TEJADA MANSO DE ZÚÑIGA. Datos his-
tóricos sobre la viruela humana, Trabajos de la Cátedra de Historia Crítica de la Medicina, Madrid, 1934, citado
en VIDAL CASERO, 1993.

–57–
En Inglaterra la viruela diezmó a los Estuardo. Guillermo II de Orange, murió de
viruela a los 24 años en 1650. Dos de los hijos del rey Carlos I, la princesa María de
Inglaterra (viuda de Guillermo de Orange) y Enrique, Duque de Gloucester, murie-
ron en 1660 con 29 y 21 años respectivamente. Otro hijo de Carlos I, Carlos II, res-
taurador de la monarquía padeció un ataque de viruela de la que se recuperó en 1648.
Le sucedió en el trono su hermano Jaime II (Duque de York), al que se le murieron
igualmente un hijo, una hija, María II en 1694 con 32 años y un nieto, Guillermo
(Duque de Gloucester) en 1700, con 11 años. (HOPKINS, 2002). (Ver esquema).

LA VIRUELA EN LA CASA DE LOS ESTUARDO

JACOBO I
(1566-1625)

CARLOS I
(1600-1649)

GUILLERMO MARÍA CARLOS II JACOBO II ENRIQUE


DE ORANGE DE INGLATERRA (Padece viruela) (1633-1701) Duque de Gloucester
(Muerte por (Muerte por (Muerte por viruela)
viruela) viruela)

GUILLERMO III MARÍA II ANA (Otro hijo muerto muy


DE ORANGE ESTUARDO (1665-1714) joven de viruela)
(1630-1702) (Muerte por
viruela)
GUILLERMO
Duque de Gloucester
(Muerte por viruela)

En Francia, Luis XIV tuvo un ataque de viruelas a la edad de nueve años (1647),
así como en 1686, dos de sus hermanas María Ana (20 años) y Luisa Francisca (30
años), que afortunadamente también se recuperaron. No tuvo esa suerte el marido de
la primera, el príncipe de Conti, que murió.
En España la viruela cambió el rumbo de la historia. Prácticamente extinguió la
Casa de Austria, dando paso a la de Borbón. El príncipe Baltasar Carlos (1630-46),
heredero del trono de Felipe IV e inmortalizado en un cuadro de Velázquez, muere
a los 16 años de viruela, con la perniciosa colaboración de la medicina de la época,
que lo sangró repetidas veces. Esta fatalidad transfirió la corona al último hijo de
Felipe IV, Carlos II, el Hechizado, que murió sin descendencia, por lo que el trono
pasó a Felipe V de Borbón, hijo de Luis, Gran Delfín de Francia, que también había
muerto de viruelas (NAVARRO, 1991). (Ver esquema).

–58–
LA VIRUELA EN LAS CASAS DE AUSTRIA Y BORBÓN

ISABEL DE BORBÓN (1603-1646)


FELIPE IV
(1605-1665) MARIANA DE AUSTRIA (1634-1696)

MARGARITA CARLOS II
MARÍA (1665-1700) (Último Regente
Casa de los Austrias)
BALTASAR MARÍA TERESA LUIS XIV
CARLOS (1638-1683) (1643-1715)
(1629-1646) LUIS (Gran Delfín) (sufrió viruela)
(muerte por viruela) (muerte por viruela)

FELIPE V
DE BORBÓN M.ª LUISA DE SABOYA LUIS
(1700-1724) (Duque de Borgoña)
(1724-1745)
(Primer Regente ISABEL DE FARNESIO
Casa Borbón)
LUIS XV
(1715-1774)
(muerte por viruela)

LUIS I LUISA DE FERNANDO VII


(1724) ORLEANS (1746-1759)
(muerte por (1709-1742)
viruela) (sufrió viruela)

M.ª ANA FELIPE M.ª TERESA LUIS ANTONIO MARÍA


VICTORIA (Duque de Parma) ANTONIA

CARLOS III M.ª JOSEFA AMALIA


(1759-1788) DE SAJONIA

M.ª JOSEFA M.ª LUISA FELIPE FERNANDO IV ANTONIO FRANCISCO


PASCUAL DE NÁPOLES PASCUAL JAVIER

CARLOS IV M.ª LUISA GABRIEL M.ª ANA


(1788-1808) DE PARMA (muerte por VICTORIA
viruela) DE BRAGANZA
(muerte por viruela)
Hija (muerta por viruela)

CARLOTA M.ª LUISA M.ª AMALIA FERNANDO VII CARLOS (V)-M.ª ISIDRO M.ª ISABEL FRANCISCO
JOAQUINA (padeció (1779-1798) (1808-1833) (fue inoculado) DE PAULA
viruela) (fue inoculada, (fue inoculado) (fue inoculado)
secuelas)

–59–
La segunda mitad del siglo XVII, no dejó libre de viruela a casi ningún país
europeo, los más castigados fueron Dinamarca, Francia, Suiza, Italia e Inglaterra.
También siguieron cayendo reyes o emperadores, incluso fuera del continente euro-
peo, ratificando la universalización de la enfermedad. Murieron por la viruela, el
Emperador Fernando IV de Austria (1654), el Emperador de Japón, Gokomyo
(1654), El Emperador de China, Fu-lin (1661), el Rey de Etiopía, Nagassi (1700)28.
Hasta esa fecha sólo se elaboraban listados de ilustres fallecidos. Entonces se
produce una interesante aportación, el inicio en la recogida de datos estadísticos.
Los muertos comunes, campesinos o ciudadanos, adquieren también la certificación
de que murieron y porqué enfermedad. Podrán cuantificarse. Las parroquias de Lon-
dres comienzan a consignar datos de los enterramientos por causa de muerte. Desde
1629 en adelante, se empiezan a publicar los “Registros de Mortalidad” en Londres.
El hecho supone, sin duda, un acontecimiento epidemiológico trascendente que per-
mitirá, desde ese momento, una mejor estimación de la carga de mortalidad atribui-
ble a las distintas epidemias.

LOS TRES TIEMPOS


Los tres siglos que siguen tienen un fuerte impacto en el largo derrotero de la
viruela. Hasta entonces no existían armas eficaces para combatirla y la temida enfer-
medad campaba a sus anchas como compañera de viaje y azotadora de nuevos terri-
torios en los que propagarse.
Sin embargo, a partir del siglo XVIII, con la introducción de una medida defen-
siva, la inoculación (variolización), se le empieza a hacer frente. Esta lucha encuen-
tra durante el siglo XIX un argumento protector más perfeccionado que sustituye al
anterior, la vacunación. Finalmente el siglo XX contemplará el declive final de la
enfermedad, su total erradicación. Los siguientes capítulos abordaran la evolución y
características de estas medidas.
La actividad epidémica no cesa durante estos periodos. Las epidemias se propa-
gan por ciudades, islas o grandes regiones. Los años 1719 (año de la viruela en Euro-
pa), 1723 (Europa, América y Asia asoladas), 1738 (pandemia que se cebó en Ingla-
terra) señalan la transmisión en amplios territorios, que se suman a brotes mas loca-
les, Valladolid (1736), Roma (1746), Zaragoza (1751) o Nápoles (1768, 16.000
muertos).
Gracias a los Registros de Mortalidad ingleses han podido establecerse tasas de
mortalidad por período. En Londres, entre 1647 y 1700, la tasa de mortalidad por
viruela fue de 210 muertes por 100.000 habitantes y entre 1701 y 1800 la tasa fue

28
BARQUET N, DOMINGO P. Smallpox: The triumph over the Most terrible Ministers of Death. Ann Intern Med,
1997; 127:635-42.

–60–
de 300 por 100.000. Desde el año 1661 hasta el de 1772 murieron en Londres
2.538.450 personas de las cuales 193.432 lo fueron por viruela, es decir un 14%. En
Edimburgo desde 1744 hasta 1763 murieron 34.322 personas, de las cuales 2.441
(16%) por viruela.
Se estimó que en 1800, la viruela era responsable de un tercio de los casos de
ceguera y de 400.000 muertes anuales en Europa (FENNER, 1988).
El último decenio del XVIII trajo epidemias que actuaron con violencia inusita-
da. No fueron ajenas a este desenfreno las Casas Reales. En su deambular regicida
la viruela mató a una reina de Inglaterra, un Emperador austríaco, un zar ruso, una
reina de Suecia, un rey de España y en Francia al heredero de la Corona (en 1711)
y en 1774, el Rey Luis XV.
El caso del Emperador José I de Austria, que reinó durante seis años y murió el
17 de abril de 1711, tuvo importantes consecuencias para los reinos europeos. (Ver
esquema).

LA VIRUELA EN LA CASA DE HABSBURGO

FERNANDO II DE HABSBURGO
(1578-1637)

FERNANDO III DE HABSBURGO


(1608-1657)

FERNANDO IV LEOPOLDO I
(1633-1654) (muerte por viruela) (1640-1705)

INFANTA HIJA MARÍA TERESA JOSÉ I CARLOS VI


(muerte por viruela) (muerte por viruela) (1678-1711) (1685-1740)
(muerte por viruela)

MARÍA TERESA I DE AUSTRIA FRANCISCO I DE LORENA


(1717-1780)

JOANNA GABRIELA MARÍA JOSEFA CARLOS JOSÉ LEOPOLDO II


(muerte por viruela) (muerte por viruela) JOSÉ II ISABEL DE PARMA (muerte por viruela) (1747-1792)
(muerte por viruela)

INFANTA HIJA
(muerte por viruela)
M.ª JOSEFA DE BAVIERA
(muerte por viruela)

–61–
En España, la viruela tuvo un considerable impacto sobre la Casa de Borbón,
además, como se ha visto, de darles acceso al trono. Miembros de la Familia Real
que murieron o quedaron con secuelas, otros que fueron inoculados y un Rey,
Carlos IV, que promocionó la Expedición de Balmis.
Con la muerte de Luis I por viruela en 1724, la corona vuelve a su padre Felipe
V. El suceso conmueve al país. La joven Reina, Luisa Isabel de Orleáns deberá vol-
ver a Francia. Pasa su tiempo entre idas y venidas del Palacio de Luxemburgo al con-
vento de las carmelitas de Saint Germain, tolerada por Luis XV. Olvidada y sin pen-
sión, muere con el lejano recuerdo de los pocos días en que supo estar en su papel,
cuidando del joven marido que tuvo en su adolescencia. Así lo describe Angolotti:
“Felipe V y su esposa viven en La Granja; el viejo rey ha abdicado en su hijo de
dieciséis años, pero sigue llevando el mando a distancia... Hace un año que han
casado al joven con la hija del regente de Francia, Isabel de Orleáns; no sé por
qué razón diríase que esta familia siempre ha tenido en España mala suerte... El
matrimonio no se lleva bien, ambos esposos se aburren en aquella corte, que tiene
el empaque de los Borbones y la tiesura de los Austrias... La reina, con sus quin-
ce años, olvida su papel en las pesadas ceremonias palatinas, escandaliza a todos
imitando el cacareo de la gallina, salta a la pata coja y pasea en camisón de
noche por las galerías porque hace en palacio demasiado calor; por otra parte,
el rey pasea su juventud por los bajos fondos de Madrid, acudiendo a los peores
antros, infestados de viruela, una persona que ha sido criada cuidadosamente en
un clima artificial, lejos de todo contagio.
El día 16 de agosto, encontrándose en misa, sufrió un ligero vapor, se puso muy
pálido, pero no perdió el conocimiento; recobró la normalidad al darle a oler
aguda de la reina de Hungría. El médico de turno, doctor Higgins, lo atribuyó a
que la víspera había cenado pescado.
El 17 y 18 no se encuentra nada bien y no sale de palacio; el 20 escribe a su
padre, como siempre en francés: “Je viens de me coucher. Je suis enrumé”. Tiene
bastante fiebre, le ordenan una sangría: al aplicarle al brazo un vendaje com-
presor, aparecen en antebrazo (signo de Rumpel) las pintas de la viruela; el 29 la
fiebre es elevadísima, pero “las pústulas son blancas y sin nada de molicie”: la
fiebre continúa y el enfermo empieza a delirar y perder el conocimiento; se deci-
de a avisar a sus padres, que llegan recorriendo las 14 leguas de un solo tirón al
día siguiente. En efecto, en el parte médico de la junta de doctores se hace refe-
rencia al intenso delirio (parafrenitis), como aquella noche era la oncena, y era
“noche crítica”, que podrá ser de mala vuelta; era preciso que estuvieran pre-
sentes sus padres, y, en efecto, la vuelta debió de ser muy mala, pues a las once
de la mañana había fallecido el rey.
La reina, por primera vez en su vida, supo estar en su sitio, no se separó un solo
instante durante la enfermedad y se contagió, pasando unas viruelas muy leves;
recuperó con ello su buena fama en aquella corte que nunca la aceptó de buena
gana, a aquella reina de España e Indias de la nueva ola”29.

29
ANGOLOTTI CÁRDENAS, E. Datos para la historia de la viruela en España. Rev. San. Hig. Pub. 1976: 50; pp.
485-98.

–62–
En Estados Unidos, no tuvieron Casas Reales que pudieran ver interrumpida su
línea sucesoria a causa de esta enfermedad, sin embargo, el Presidente Abraham
Lincoln tuvo un episodio de viruela, del que se recuperó, en diciembre de 1863.
A mediados del siglo XIX se inicia un descenso en la mortalidad por la viruela.
Las epidemias anteriores pueden haber conferido inmunidad en las zonas muy
pobladas y los primeros efectos de la vacunación mueven al optimismo. Sin embar-
go, el azote torna de nuevo y volverán nuevas olas epidémicas en cada decenio, la
mayor de todas en Europa, de 1870 a 1873. Habrá que esperar al siglo XX para con-
templar su definitiva remisión.

Registros de Mortalidad de Londres, 1665.

–63–
III
La probable excepción
americana

Enfermos de viruela representados en el Códice Florentino.

–65–
LLEGADA A LA ESPAÑOLA
En la primavera de 1492, el mar de las Antillas era surcado por los arawaks y
los caribes. Los arawaks o aravacos provenían de la zona continental, hoy Venezue-
la. Poblaron las islas del archipiélago antillano y llegaron hasta las costas de Flori-
da, introduciendo la agricultura en esas regiones y conformando una cultura pecu-
liar con influencias maya y azteca. Uno de los grupos del pueblo arawak eran los
taínos, cultivadores de yuca, batata o ñame y hábiles pescadores, capaces de traba-
jar el oro y el cobre, o de labrar la madera con hachas de piedra. Vivían en aldeas
populosas formadas por casas (bohíos o caneyes) de techumbre cónica que alberga-
ban a varias familias. Eran de temperamento pacífico, aunque luchaban entre ellos
por satisfacer venganzas personales o por disputas sobre límites territoriales.
Durante aquella primavera estaban preocupados por la pugna que mantenían con
los caribes (calina o caniba), que, de hecho, los estaban invadiendo.
Mientras tanto, al otro lado del mundo, un navegante genovés preparaba tres
naves para emprender un largo viaje de imponente trascendencia histórica. Había
decidido tomar rumbo inverso al hasta entonces conocido para llegar a las Indias.
Los taínos no eran capaces de imaginar la catástrofe que se les avecinaba, sobre todo
los de una isla concreta, que constituyó la segunda escala de aquel viaje.
En aquella isla, había cinco pequeños reinos organizados de manera jerárquica
y paternalista, en los que gobernaba un cacique. Los taínos practicaban la poligamia.
Algunos hombres mantenían a dos o tres mujeres y los caciques llegaban a tener
hasta treinta. Ser esposa de un cacique era considerado un honor y confería un esta-
tus superior que aseguraba una mejor protección de la progenie.
Creían en Yocahu, la suprema divinidad, inaccesible al hombre. Los zemis1 eran
los intercesores entre los taínos y su dios. En los zemis residían los espíritus de pres-
tigiosos caciques ya fallecidos. Enterraban a los difuntos en posición replegada, den-
tro de fosas o túmulos; los caciques eran sepultados en cámaras, junto a sus esposas
preferidas.

1
Eran ídolos de figura humana flexionada en forma de ave.

–67–
Danzaban a ritmo de tambores y sonajeros de calabazas, y el juego con pelotas
de caucho era el más popular. Su sentido artístico se refleja en objetos ceremoniales
como los zemis, los dahos (asientos de madera tallada), collares de piedra o figuras
de cerámica. Aunque se ha querido mostrar una situación idílica respecto a aquellas
tierras, los nativos precolombinos del Nuevo Mundo tenían una elevada mortalidad
infantil y padecían enfermedades treponematosas, respiratorias, parasitismos o
tuberculosis2.
La población de taínos ha sido calculada con diferente resultado. Desde los que
estiman que podían ser 60.000, los que calculan entre medio y un millón de habi-
tantes, hasta los que ascienden la cifra a cinco millones, tantos o más quizá que los
habitantes de las islas Británicas y Escandinavia juntos3.
La vida en la isla quedó transformada durante aquel invierno. Llegaron unos
extranjeros al mando de Cristóbal Colón y la bautizaron con el nombre de La Espa-
ñola (hoy Haití y República Dominicana). Allí construyeron un primer asenta-
miento. En aquel pequeño fuerte ubicado hacia el norte y al que bautizaron como
La Navidad, dejaron a 38 marineros. Colón partió de vuelta a España en enero de
1493.
Había cinco grandes caciques en la isla, Guacanagarí, Caonabo, Guarionex, Be-
hechio y Cotubanama. Había otros menos renombrados.
La relación de los extranjeros con los taínos fue diversa. En ocasiones pactaron
con caciques como Guacanagarí, convertido en amigo de los invasores para asegu-
rarse así la protección frente a los caribes. Otros caciques eligieron enfrentarse a los
españoles. De hecho, éstos no tuvieron un comportamiento muy civilizado. Los pro-
pios marineros de La Navidad cometieron tales desmanes que fueron masacrados
por los nativos. Colón llegó de nuevo a la isla a finales de 1493 con 17 barcos y
1.200 hombres, un enorme despliegue para aquella época. Uno de los enrolados en
aquella expedición era Pedro de Las Casas, padre de un niño de nueve años, Barto-
lomé, que había quedado al cuidado de su madre y aprendía sus primeras letras en
el colegio de San Miguel de Sevilla.
Colón comprobó in situ la muerte de los marineros y las represalias no se hicie-
ron esperar. Caonabo, líder de la revuelta, fue capturado mediante engaño y envia-
do a España. Guarionex, supuesto cómplice, fue ejecutado tras padecer el secuestro
de su mujer. Colón mandó a España como esclavos a 500 taínos, “en grupos de 13,
en memoria del Redentor y sus apóstoles”. Sólo sobrevivieron siete.
La historia que sigue es el relato de una pulsión, a veces voraz, por el deseo de

2
WATTS SH. La viruela en el Nuevo y el Viejo Mundo: del holocausto a la erradicación, 1518-1977. En Epidemias
y Poder. Historia, Enfermedad , Imperialismo. Santiago de Chile. Ed Andrés Bello, 2000.
3
LIVI-BACCI M. Return to Hispaniola. Reassessing a demographic catastrophe. Hispanic American Historical
Review. 2003 (83.1); 3-51.

–68–
conseguir oro, de la explotación de nativos en las minas y de su imprescindible
sometimiento a base de tributos. Por si no fueran pocos males, comenzaron a des-
puntar las epidemias, nuevas enfermedades aparecían. Durante el período de 1494 a
1496, muchos taínos huyeron a las montañas, dejando sus cultivos y muriendo por
hambre o enfermedad, abandonándose a su suerte. Al año siguiente vuelve Pedro de
Las Casas a Sevilla, con poco dinero, pero con un regalo para su hijo, un indito
taíno. Bartolomé de Las Casas disfruta poco del obsequio, la cédula de 20 de junio
de 1500 les obligó a entregárselo a Francisco de Bobadilla para ser devuelto a su tie-
rra. La Reina Católica no quería que los indios fueran esclavos.
Bartolomé Colón, que había quedado al mando de los colonos, funda Santo
Domingo. El período de su mandato queda marcado por la incesante búsqueda del
oro y las rebeliones de nativos. En 1502, arriba Nicolás de Ovando con 32 barcos y
2.500 personas. Se hace cargo de una tarea que consiste en trasladar a los nativos
hacia las zonas periféricas de la isla, fundar nuevos asentamientos, establecer un sis-
tema administrativo y judicial y organizar el primer repartimiento (LIVI-BACCI, p.
5). En ese viaje también se enrola Pedro con su hijo Bartolomé, ya tonsurado y aspi-
rante a una plaza de doctrinero de indios. Tiene apenas 18 años. Luego contará el
alborozo de los españoles al recibir la expedición. Había aparecido el ansiado oro y
los indios se habían sublevado, proporcionando una excelente excusa para comba-
tirlos.
En 1507 (SMITH, 1974, p. 6) vienen a darse los primeros casos de viruela en la
isla. Dos años después llega Diego Colón, hijo del descubridor. Nombrado Virrey,
ordena un segundo repartimiento en 1510. Los nativos, forzados a trabajar en las
minas, iban muriendo. Dio comienzo el mercadeo de esclavos africanos necesarios
para sustituir en el trabajo a los diezmados taínos. A primeros de 1513, Bartolomé
de Las Casas participa en la conquista de Cuba como capellán de Pánfilo de Nar-
váez. Una súbita epidemia de viruela, importada por los africanos, emerge violenta-
mente en 1518 causando una gran mortalidad en La Española. El reagrupamiento de
nativos en treinta pueblos, que había intentado establecer la orden religiosa de los
Hieronimitas4 para conseguir su supervivencia, no sirve de nada. Los conquistado-
res se van trasladando a otros lugares en busca de riquezas, el juego de la peonza
abre su campo. Se gira hacia otros territorios. Queda la fuerza de trabajo de los
esclavos africanos, con menos posibilidad de viajar. Ellos iniciarán el cultivo de la
caña de azúcar.
Hacia 1520 los taínos son sólo unos pocos miles. La viruela ha exterminado a
un tercio de la población que aún quedaba esparcida por las zonas periféricas de la
isla. En 1550, después de un punto de inflexión final, ahítos y maltrechos, incapa-
ces o desapegados de la voluntad para reproducirse, los taínos se habían extinguido.

4
LIVI-BACCI M. Return to Hispaniola. Reassessing a demographic catastrophe. Hispanic American Historical
Review. 2003 (83.1); 3-51.

–69–
La epidemia de viruela pasó de La Española a Cuba (1518) y Puerto Rico (1519)
haciendo sucumbir a más de la mitad de la población. La aventura de la viruela en
América no había hecho más que empezar.

VIAJANDO A TENOCHTITLÁN
Un proyecto explorador de las costas que se adivinaban a lo lejos, hace partir un
11 de febrero a Hernán Cortés hacia la empresa más paradigmática de toda la con-
quista americana. Corre el año 1519. No sabe que se convertirá en jefe, cronista y
actor relevante de la conquista de un imperio. Pisa aquella tierra y avanza. Cortés
recibe noticias sobre una próspera civilización y no se demora, recluta a 400 hom-
bres, 12 caballos, 7 cañones. Se refuerza con multitud de guerreros totonacas y tlax-
caltecas. Le siguen, impresionados por la plástica del que no se detiene, aúpado en
aquel magnético e inconcebible animal.
El 8 de noviembre topan con Tenochtitlán5. En un primer momento el propio
emperador Moctezuma sale cordialmente a recibirlos. Está convencido de que Cor-
tés es la reencarnación de Quetzalcóatl. La sorpresa es mutua. El agasajo fácil. La
cordialidad mezclada de temor dura poco. El pueblo azteca rechaza la situación de
vasallaje a la que se ve sometido. Casi un año más tarde los españoles son brutal-
mente expulsados de la ciudad. El gran cronista de la expedición Bernal Diaz del
Castillo, comparó las maravillas descubiertas con las de la antigüedad “Cuando
vimos tantas ciudades y poblados construidos sobre el agua, y otras grandes ciuda-
des de la tierra, y aquella calzada recta y llana que se dirigía hacia México, nos sor-
prendimos y dirigímos que eran como las casas encantadas descritas en las leyen-
das de Amadís, por las impresionantes torres y edificios que surgían del agua, todos
ellos de mampostería. Algunos de nuestros soldados preguntaron incluso si todas
las cosas que veíamos no eran un sueño. No es sorprendente que lo describa aquí
de este modo, ya que hay mucho que meditar, y no sé como contarlo; pues vimos
cosas que nunca antes habíamos visto, ni oído, ni incluso soñado”6.
Refugiado en Tlaxcala, Cortés prepara el asedio a Tenochtitlán. Su principal
estrategia consiste en sitiar el lago desde sus bergantines, cortar el suministro de
agua potable a la ciudad y combatir cuerpo a cuerpo. La conquista de la capital azte-
ca dura casi tres meses. Sin embargo, Tenochtitlán sucumbirá más por el hambre y
las enfermedades que por las armas. El factor determinante de la devastación será,
irónicamente, la viruela.

5
“Impresionante ciudad construida sobre un lago. Situada en la cuenca central del altiplano mexicano a 2.000
metros de altitud; contaba con una población de 200 a 250 mil habitantes y constituía un desarrollado centro urba-
no cuya sofisticación era patente en su configuración urbana, su complejo sistema de suministro alimenticio, sus
acueductos y un entramado sistema comercial tanto a corta como a larga distancia”.
6
Citado en HEMMING J. En busca de El Dorado. Ed. del Serval, Barcelona, 1984.

–70–
La viruela se extendió como un reguero de pólvora. Durante los meses siguientes
a su llegada a la península se propagó por todo el imperio azteca. En verano de 1520,
la viruela alcanza el borde interior de la meseta mexicana, en septiembre las ciudades
del valle situadas en torno a los lagos. Finalmente, en octubre y tras el asesinato de
Moctezuma a manos de su propio pueblo, los aztecas, gobernados ahora por su her-
mano Cuitláhuac, expulsaron a los españoles de la ciudad. En ese mismo momento,
justo después de la retirada de Cortés, la viruela se introdujo en la capital azteca.
Los aztecas murieron de hueyzahuatl, “la gran lepra”, ya que sus víctimas esta-
ban cubiertas por pústulas y parecían leprosos. La expansión de la enfermedad en
Tenochtitlán causó un fuerte impacto. Una de sus primeras víctimas fue el propio
Cuitláhuac. Su efímero gobierno de ochenta días fue cercenado por la propia virue-
la. En 1521, cuando Cortés vuelve a la ciudad la encuentra sumida en la enfermedad
que, por su elevada mortandad, favoreció la conquista de la ciudad tras 60 días de
asedio. Nunca recuperaría su anterior apogeo.
Algunas crónicas de la conquista de Nueva España
Año de
Título de la obra Autor/es composición Contenido de la obra

Historia General de las Indias Fco. López de Gómara 1552 Crónica española.
Episodios de la conquista.
Historia de los Indios de la Fray Toribio 1540s-? Cronista franciscano.
Nueva España Benavente (Motolinia) Incidencia de la viruela sobre la
población.
Cantos tristes (icnocuítatl) Poetas nahuas 1523-1524 Descripciones de los últimos días
(cuicapicque) de sitio a Tenochtitlán. Reacciones
nahuas ante la conquista.
Unos Anales Históricos de Autores anónimos de 1528 Escritos en náhuatl.
Nación Mexicana Tlatelolco. Destrucción de la cultura náhuatl.
Códice Florentino Autores náhuatl 1548-1585 Testimonio pictográfico náhuatl,
de los informantes de Sag ahún.
Ofrece 80 cuadros tlaxcaltecas.
Códice Aubin Autores náhuatl Posterior a Texto con ilustraciones alusivas a
1576 las matanzas indígenas.
Testimonio pictográfico.
Códice Ramírez Juan de Tovar 1560 Crónica española. Versiones
indígenas de la conquista.
«Mexicana», «Mexicáyotl» Fernando Alvarado 1578-1598 Relación indígena.
Tezozómoc Episodios de la conquista.
Historia de Tlaxcala Diego Muñoz Camargo 1576-1585 Mestizo aliado a Cortés.
Historias de la Conquista.
Anales de Tlatelolco Autores anónimos. 1528 Escritos en náhuatl.
Testimonios indígenas.
Historia general de las Cosas Fray Bernardino 1540-76 Cronista Español.
de Nueva España Sahagún Lo que fue a su juicio la conquista.
Brevísima relación de la Fray Bartolomé de las 1552 Cronista dominio español.
destrucción de las Indias Casas Describe los horrores de la
conquista.
La Verdadera Historia de la Bernal Díaz del 1576 Cronista español.
Conquista de Nueva España Castillo

–71–
LA NEGRA ESCLAVITUD
La aparición de la viruela estuvo ligada a la introducción de esclavos negros en
América. En 1520 partieron los barcos de Pánfilo Narváez desde Cuba a la penín-
sula de Yucatán. La flotilla sufrió una fuerte tormenta tropical que destrozó media
docena de barcos y diseminó al resto, logrando reagruparse y atracar en pocas sema-
nas en el puerto de Veracruz. Narra la tradición que entre esas tropas se encontraba
un esclavo negro, Francisco de Eguía o Baguía, según las fuentes, procedente de la
isla de La Española, que se constituyó en portador y transmisor de dicha enferme-
dad:
“... y volvamos ahora al Narváez y a un negro que traía lleno de viruelas, que
harto negro fue en la Nueva España, que fue causa que se pagasen e hinchiesen
toda la tierra dellas, de lo cual hubo gran mortandad; que según decían los
indios, jamás tal enfermedad tuvieron, y como no la conocían lavábanse muchas
veces, y a esta causa se murieron gran cantidad dellos (...) llegó en 1520 en uno
de los navíos que trajeron las fuerzas de Pánfilo Narváez venía enfermo de virue-
la y cuando salió a tierra, fuelas pegando a los indios de pueblo en pueblo, y cun-
dió tal suerte esta pestilencia, que no dejó rincón sano en la Nueva España, la
epidemia, de hecho, costó la vida a miles de indígenas”7.
Tras la llegada de la flota de Narváez a Cozumel y con el consentimiento de Cor-
tés, se encaminaron rápidamente hacia el interior, partiendo desde Veracruz hasta
alcanzar Tenochtitlán.
La enfermedad, desconocida en el Nuevo Mundo, hizo estragos entre la pobla-
ción indígena y no tardó en convertirse en una fuerte epidemia. Una de las primeras
menciones de la viruela en México central data del 30 de agosto de 1520 y fue reco-
gida por el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, juez de la Real audiencia de Santo
Domingo. Dicho informe no sería publicado hasta 1866 ya que pasó desapercibido
para muchos historiadores; de hecho, su relato hace una ligera mención a la enfer-
medad. Ayllón, al describir el viaje de Narváez y el inmediato brote de viruela en el
continente, dice que les “pegaron” la enfermedad introducida desde la isla de Fer-
nandina a los indígenas y aunque no tenía teoría alguna sobre el contagio, entiende
que se trataba de la viruela “.. en aquellas tierras ha hecho mucho daño (...) porque
han pegado a los indios dellas”.8
De mayo a septiembre de ese año la viruela se propaga vertiginosamente, afec-
tando a 150 mil indígenas de Tepeaca y Tlaxcala, y alcanzando Tenochtitlán en octu-
bre. Algunos testimonios, como el de fray Toribio de Benavente, llamado Motolinía
por los nativos dado su aspecto de “pobre hombre”, pelo rapado, hábito raído y con
sandalias frente a las corazas, cascos y espadas de los soldados, dan una idea exac-
ta de la magnitud del azote biológico:

7
SOMOLINOS D´ARDOIS G. La viruela en Nueva España, Gac Med Mex, 1961; 41(11): 1015-24.
8
McCAA R. Spanish and Nahuatl views on smallpox and demographic catastrophe in the conquest of México,
1995; 25 (3): 397-431.

–72–
“... que ya entrado en Nueva España el capitán y gobernador Dn. Fernando Cortés
con su gente, al tiempo que el capitán Pánfilo de Narváez desembarcó en esta tie-
rra, en uno de sus navíos vino un negro herido de viruelas, la cual enfermedad en
esta tierra nunca se había visto, y a esa sazón estaba toda esta nueva España en
extremo muy llena de gente, y como las viruelas se comenzasen a pegar a los indios,
fue entre ellos tan grande enfermedad y pestilencia mortal en toda tierra...”9.

Un segundo brote de viruela fue informado a Carlos V, por Hernán Cortés el 15


de mayo de 1522, meses después de la caída de la capital azteca. Así mismo, en los
Anales de Xahil, el 21 del mismo mes, aparece otra referencia a la epidemia, traída
a las costas del Golfo en 1520.
Sin duda, la población más afectada fue la autóctona americana, puesto que
muchos de los esclavos negros importados ya habían adquirido la inmunidad en sus
países de origen10. La llegada de esclavos negros al Nuevo Mundo constituiría un
factor decisivo para la introducción de la viruela en el continente. No obstante, hay
que destacar que la esclavitud ya existía en España y que los primeros negros que
llegaron a América lo hicieron acompañados de sus amos españoles, a cuyo servicio
participaron en la conquista. La sistemática y posterior incorporación que se em-
prendió fue concebida como una solución al rápido hundimiento demográfico indí-
gena. La esclavitud negra no vino a reemplazar en ningún momento a los indios sino
a sucederlos como fuerza de trabajo cuando su merma demográfica fue un hecho. El
primer lugar donde los ubicaron fueron las costas del Caribe y las islas Antillanas,
ya que la llegada de los esclavos coincidió con los inicios de la agricultura de plan-
tación. Importados, que no inmigrantes, la economía fue el eje regulador que esta-
bleció la desigual distribución de los africanos en territorio americano, no in-
fluyendo otros factores como el clima o las dificultades de adaptación.
La famosa mención sobre la introducción de la viruela por medio de un esclavo
negro quedaría reseñada en diversas crónicas de conquistadores como Motolinía,
López de Gómara o Díaz del Castillo, pero si la viruela fue introducida o no por el
esclavo negro, por los indios cubanos o por ambos es solo relevante para constatar
la validez de las fuentes donde parecen concordar historiadores, cronistas y anales
indígenas: que la enfermedad apareció en México Central por primera vez en abril
o mayo de 1520, con la llegada de la expedición de Narváez.
La historia de este primer caso de viruela en México Central es vital para enten-
der las consecuencias de la conquista española y su posterior colonización. Son
muchas las crónicas y fuentes que narran la población existente en el momento de
la llegada de los españoles así como el gran desarrollo de pueblos y ciudades en la
zona; del mismo modo existe un largo legado de testimonios históricos tanto aztecas
como españoles, en los que quedan reflejados acontecimientos, sucesos y tragedias,

9
ANGOLOTTI CÁRDENAS E. Datos para la viruela en España. Rev. San. Hig. Pub, 1976; 50: pp. 486-7.
10
“De hecho a finales del XVII, en pleno apogeo de la captura de esclavos del interior africano, en el área de Yoru-
balándia, ya se conocía un dios de la viruela, como se cita en el primer capítulo.”

–73–
Ídolos zemis de los Taínos.

Representación de un indio con viruelas.

Pacientes con viruela en México del


Códice Telleriano-remensis, 1538.

Mapa de Tenochtitlán, publicado en Nuremberg (1524), con la primera


edición en latín de una carta de Cortés a Carlos V.

–74–
antes, durante y después de la conquista. Publicaciones tanto en español como en
náhuatl que permiten comprender el azote mortal causado por la “plaga”.
La conquista española desencadena una considerable convulsión demográfica ya
que la población indígena disminuye drásticamente en los años inmediatos a la conquis-
ta. Las causas más significativas fueron tres: el desengaño vital, la violencia de los con-
quistadores y las epidemias. Ésta última fue la primordial. El aislamiento americano
había mantenido a sus pobladores en condiciones relativamente salubres e indefensos
ante la inesperada invasión de los gérmenes europeos. Estos se reprodujeron con alar-
mante celeridad, y, en ocasiones, anticipándose a la propia presencia física española.
También otros factores irán asociados a la propagación de las epidemias. A las
nuevas enfermedades importadas, contra las que la población indígena carecía de
defensas, se unieron las guerras y la imposición de nuevos sistemas económicos de
explotación agrícola. Epidemias y hambrunas llegaron a constituir ciclos constantes.
Los factores que modularon la intensidad de la viruela fueron: el número de años
que la enfermedad tardaba en presentarse, que significaba la inmunización o no de
la población; el estado nutricional de la misma, así como el mes, año y tipo de clima,
dado que tenía mayor incidencia en épocas de sequía y calor, y los grupos de edad
a los que afectaba.
El declive de la población fue narrado por diversos cronistas. Algunos, como
fray Bartolomé de las Casas, sostuvieron que se debió a los malos tratos que los
españoles ejercieron sobre los indígenas. En su libro Historia de las Indias enfatiza
el sadismo y la codicia practicada por los españoles, creando así una Leyenda Negra
sobre la conquista y actuación española en Nueva España. No obstante, y quizás por
razones didácticas, sus escritos no hacen mención del impacto de la enfermedad en
el despoblamiento de América.
Por otra parte, fray Toribio de Benavente, Motolinía, en una carta dirigida al rey
y fechada en Tlaxcala el 2 de enero de 1555, no sólo acusa a Las Casas de calum-
niar a los españoles sino que además narra la devastación provocada por la viruela
y menciona que los indígenas habían disminuido en gran número en los últimos diez
años debido a “las pestilencias” y no a los malos tratos, tal como lo narrarían a su
vez Bernal Díaz del Castillo, en su obra La verdadera historia de la conquista de
Nueva España, décadas después de la victoria española en 1521, o Francisco López
de Gómara, secretario de Cortés, que redactó en 1574 una historia alabando la con-
quista de Cortés11.

11
Dicho manuscrito fue publicado en 1632, aunque estuvo sujeto a sucesivas revisiones hasta su definitiva publica-
ción en 1904. “ En este punto se fraguaría el embrión de lo que más tarde se desarrollaría como el principio de
los Derechos Humanos en base a las desigualdades raciales existentes en la época, puesto que para algunos como
fray Bernardino Sahagún desecharía a los negros africanos en base a su no pertenencia a la raza humana consi-
derándolos una raza inferior, frente a otros defensores de la igualdad y la imparcialidad para todos, como Moto-
linía. Estos autores y actores coetáneos por el contrario estaban todos de acuerdo en aceptar a los indios con
mayor equidad” (ASHBURN, 1981).

–75–
VERSIÓN EN NÁHUATL
Son numerosos los textos escritos por ambos bandos sobre la conquista que
recalcan la incidencia de la viruela sobre la estructura indígena. Fray Bernardino de
Sahagún describe la aparición de la nueva enfermedad en 1520 e incluso de brotes
posteriores como el de 1545, de la siguiente manera:
“... el décimo señor que fue de México se decía Cuitláhuac, señor de Ixtapalapa
y sucesor de Moctezuma, y tuvo el señorío de 80 días, cuando ya los españoles
estaban en México, y en tiempo de este acaeció una mortandad o pestilencia de
viruelas en toda la tierra, la cual enfermedad nunca había acontecido en México,
ni en otra tierra de esta Nueva España, según decían los viejos, y a todos afeó las
caras, porque hizo muchos Hoyos en ellas; y eran tantos los difuntos que morían
de esa enfermedad, que no había quien los enterrase por lo cual en México los
echaban en las acequias, porque entonces había muy grande copia de aguas; y
era muy grande hedor que salía de los cuerpos muertos... E incluso Cuitláhuac
cayó muerto de viruelas cuando preparaba la defensa de la ciudad lo que produ-
jo nueva desorientación y desorden en las huestes indígenas (...) El año 1545
hubo una pestilencia grandísima y universal donde, en toda Nueva España, murió
la mayor parte de la gente que en ella había”.12

La versión nativa escrita en náhuatl, al irse los españoles de México, narra cómo
se difundió entre su pueblo una gran peste, una enfermedad colectiva que comenzó
en el mes de Tepeilhuiltl y resultó desoladora:
“Sobre nosotros se extendió una gran peste, gran destruidora de gente. Algunos
bien los tapó, por todas partes (de su cuerpo) se extendió. En la cara, en la cabe-
za, en el pecho. Era muy destructora la enfermedad. Muchas gentes murieron de
ella. Ya nadie podía andar, no más estaban acostados, tendidos en su cama. No
podía nadie moverse, no podía volver el cuello, no podía hacer movimientos de
cuerpo; no podía acostarse cara abajo, ni acostarse sobre la espalda, ni mover-
se de un lado a otro. Y cuando se movían algo, daban de gritos. A muchos dio la
muerte la pegajosa, apelmazada, dura enfermedad de granos... Muchos murieron
de ella, pero muchos solamente de hambre murieron, hubo muertos por el ham-
bre, ya nadie tenía cuidado de nadie, nadie de otros se preocupaba. A algunos les
prendieron los granos de lejos, esos no mucho sufrieron, no murieron muchos de
eso. Pero a muchos con esto se les echó a perder la cara, quedaron cacarañados,
quedaron cacarizos. Unos quedaron ciegos, perdieron la vista. El tiempo que
estuvo en fuerza esta peste duró sesenta días, sesenta días funestos. Comenzó en
Cuatlan, cuando se dieron cuenta, estaba bien desarrollada. Hacia Chalco se fue
la peste. Y con esto mucho amenguó, pero no cesó del todo. Vino a establecerse
en la fiesta de Teotleco y vino a tener su término en la fiesta de Panquetzaliztli.
Fue cuando quedaron limpios de la cara los guerreros mexicanos”.13
Algunos cronistas y frailes españoles llegaron a escribir en lengua náhuatl. El
célebre Código Florentino, escrito en esa lengua bajo la supervisión del propio

12
DE SAHAGÚN, FRAY BERNARDINO. Historia General de las cosas de la Nueva España. México, Porrúa,
1989. Ed Garibay Á.M.
13
SOMOLINOS D´ARDOIS G. La viruela en Nueva España, Gac Med Mex, 1961; 41(11): 1.015-24.

–76–
Sahagún, fue publicado bajo el título de Historia general de las cosas de la Nueva
España una vez traducido al español.
Respecto a los Anales de Tlatelolco, cuya primera copia manuscrita data de 1540
y la segunda entre los siglos XVII y XVIII, incorpora en ambas pictogramas y tex-
tos en los cuales se hace mención de la “gran pestilencia de viruela” ó “La gran úlce-
ra leprosa”: “entonces una plaga (cocoliztli) estalló de tos y fiebre, y viruela
(çahuatl). Cuando aminoró algo la plaga (cocoliztli) (los españoles) volvieron...”14
También en los Anales de Tenochtitlán se narra la crónica de la muerte de Cui-
tláhuac. Se relata cómo murió en solo ocho días de viruela ó totumonaliztli, “ampo-
llas o viruela”, según algunos autores “calentura” (Barlow) y según otros “pústu-
las”(Lockhart). También el historiador de Chalco, Chimalpahin, atribuye la muerte
por “ ampollas y llagas de viruela” çahuatl e informa de la muerte de algunos de los
señores de Chalco:“... en 1520 hubo la plaga (çahuatl) que causó gran mortandad.
De ella murió el señor de Tzacualtitlan”.
La disparidad entre el impacto causado por la viruela sobre el Nuevo y el Viejo
Mundo es evidente. Cuando la viruela se introdujo en América y diezmó a los indí-
genas, el virus no constituía en Europa una seria amenaza pues la sufrían, sobre
todo, los niños de forma natural. Causaba una mortandad entre el 5-10%. España era
además un reservorio estable por su contacto con el mundo musulmán, de donde
provenía. Así mismo los primeros españoles que se aventuraron en América carecían
prácticamente de información acerca de la viruela epidémica15 que se estaba desarro-
llando. Hubo que sumar el propio desconocimiento y falta de experiencia de los
indígenas para afrontar el azote de la enfermedad. Actuaron también factores cultu-
rales para su propagación y contagio más virulento. Valga como ejemplo la idea de
la cuarentena, que era considerada culturalmente aberrante, ya que el indígena se
veía en la necesidad de visitar a sus enfermos. La difusión de la epidemia llegaba a
ser tan grave que ni siquiera podían darse auxilio unos a otros. Díaz del Castillo, sor-
prendido por la poca gravedad y escasa incidencia entre españoles frente a la muy
alta y grave para los indígenas, cree que : “eso es debido a que los indios no se dejan
tratar por nuestros médicos y sólo emplean fórmulas mágicas y duchas frías”.
A estas circunstancias vino a sumarse el perfil de los españoles que viajaban
al Nuevo Mundo. Eran aventureros sin blanca, sobre todo andaluces y extremeños,
procedentes de regiones fronterizas con la Granada musulmana, y formados desde
su infancia en los misterios sectarios de la fe cristiana. Muchos eran cristianos
nuevos o conversos y jóvenes hidalgos empobrecidos que, percibiendo que no
podrían satisfacer los criterios de pureza de sangre, viajaron al Nuevo Mundo para

14
McCAA R. Spanish and Nahuatl views on smallpox and demographic catastrophe in the conquest of México,
1995; 25 (3): pp. 397-431.
15
“Solo se contaba con una escasa información sobre la enfermedad descrita por Al Razí en el año 910, y esta hacía
referencia a su forma benigna; por otro lado la enfermedad fue desconocida para los médicos grecorromanos y
por ello pasaría inadvertida en los textos occidentales convencionales”.

–77–
poder posteriormente medrar en España. Su principal objetivo era hacer carrera y
acaparar oro para regresar cuanto antes a España para vivir como caballeros respe-
tables, por lo que no fueron muy escrupulosos al intentar alcanzarlo16.
Habría que añadir el impacto psicológico e ideológico causado en los indios
tanto por su derrota y dominación como por la anulación de su sistema de vida y cre-
encias. De hecho, dentro del recién introducido pensamiento cristiano se considera-
ron las epidemias como un castigo divino debido a la depravación indígena, muchas
veces incluso estimada con cierto paralelismo al mundo musulmán granadino. Los
nuevos conquistadores acusaban a los indígenas de idolatría, depravación y embria-
guez; para ellos era un claro signo de degeneración que los caciques americanos
tuvieran varias esposas, una forma de matrimonio múltiple que se miró con recelo
desde el primer momento. Con todo ello Nueva España fue un campo propicio para
la imposición de devociones populares; una de las que más pronto arraigó y se hizo
más popular fue la de la Virgen María, venerada por miles de indígenas enfermos
recién convertidos. Existió un fuerte culto a los Santos que también fueron interce-
sores de los indios. Llegó a producirse un solapado sincretismo de creencias por lo
que en ocasiones fueron inculpados como idólatras.
Adheridos a estas extrañas ideologías, los españoles miraron con recelo la cos-
tumbre cultural de la ausencia de la propiedad privada al estilo occidental ya que
consideraban ésta una característica definitoria de lo que significaba la civilización17.
En definitiva, las epidemias fueron motivo de preocupación constante tanto para
conquistadores como para conquistados y durante décadas solo se contó con el con-
suelo espiritual, considerado como el único y mejor remedio.

PROPAGACIÓN HACIA EL NORTE Y EL SUR


Cuando el estado azteca se desmorona en 1521, la viruela sigue las redes comer-
ciales para penetrar en tierras americanas. Empieza a constituir una enfermedad
endémica que se extiende al sur de Guatemala y al Yucatán, que contaba con una
densa población y que pronto se vio asolada. Se desplaza hacia el norte donde llega
hasta el oeste de Texas, mermando a muchas tribus de América del Norte mucho
antes de la llegada del hombre blanco. En su desplazamiento hacia el sur llega por la
costa al Río de la Plata y sigue al norte, hasta los Andes donde también precede a las
propias expediciones españolas en el Imperio Inca, entre 1524 y 1525. Fray Toribio
de Benavente Motolinía cuenta que: “los indios morían como si fueran chinches y

16
“ Esto explica el ensañamiento y el genocidio sistemático que practicaron los españoles con los taínos de la Espa-
ñola ya que sospechaban que ocultaban gran cantidad de oro. Es decir, se trataba en gran medida de mercenarios
sin preparación alguna en muchos casos ni siquiera militar”. (WATTS, 2000).
17
“Sepúlveda sostenía que al no existir las posesiones individuales los indígenas eran esclavos del capricho y volun-
tad de sus reyes y no amos de su destino, por lo cual esos bárbaros debían aceptar el mandato de los españoles
por derecho natural.”

–78–
hubo un momento que daba la sensación que no iba a quedar vivo ninguno. Era tan
grande la mortandad que no podía pensarse en enterrarlos; se los arrojaba a los
canales y el agua emponzoñada olía a cerca de una legua”18. Allí mata al jefe inca
Huayna Cápac, a sus herederos y a miles de guerreros. Se calcula que murieron
200.000 de los 6.000.000 de habitantes (FENNER, 1988, p. 237). En este caso la
guerra civil y la llegada de las tropas de Pizarro hicieron el resto. Pizarro entró en
Cuzco en 1533 acompañado por más epidemias de viruela, con la consiguiente
devastación. Esta plataforma costera sobre el Pacífico constituyó, por la alternancia
de desiertos y tierras arables, un bioclima ideal para la difusión de la viruela. Desde
allí se presentaría en Chile en 1554 (repitió en 1561 y 1591). En 1576 fue invadida
Colombia y Venezuela con las mismas consecuencias.
A lo largo del siglo XVI la epidemia de viruela afecta a la práctica totalidad de
Sudamérica continental, destacando como brotes más virulentos los ocurridos en
1535, 1544 y 1550, posteriormente disminuirán en intensidad y frecuencia. El XVII
transcurre con brotes de viruela menos intensos, que se presentaban con una perio-
dicidad de 17 a 18 años, según Humboldt, aunque no están todos los datos consta-
tados (ANGOLOTTI, 1976, p. 17).
En 1610 llega la viruela a Carolina y Virginia, en 1650 alcanza a Brasil. Este país
había sido distribuido entre España y Portugal por un decreto papal, convirtiéndose
en la principal colonia portuguesa y también sería golpeado por la viruela. En el Bra-
sil portugués se produjo de inmediato una hecatombe demográfica puesto que la epi-
demia se desplegó a lo largo de costas, ríos y selvas muriendo, entre otros, más de
la mitad de los nativos del estado de Bahía. En 1660, después del establecimiento de
las misiones jesuitas a lo largo del área guaraní, también azotaría aquí a la población
indígena donde se calculan que murieron más de 44.000 indios y años después, en
1669, se sucederían otras 20.000 víctimas.
En contraste con el desarrollo de la población de Centro y Sudamérica , la vasta
área del norte de México estaba habitada por una población estimada en tres millo-
nes de amerindios. Unos cien años después de la ocupación del Caribe, México y
Sudamérica por los españoles y portugueses, la costa Norteamericana fue coloni-
zada en función de los acuerdos alcanzados entre Francia, Gran Bretaña y Países
Bajos. La viruela se suma a esta nueva colonización sobreviniendo la primera epi-
demia en 1617, donde murieron numerosos indios en las costas de Massachussets;
de este modo dejarían camino libre al grueso de los conquistadores que llegaron en
1620. A lo largo de 1630 y en la siguiente década la viruela constituye el arma más
letal de los conquistadores. La enfermedad llega por vía marítima a los embarca-
deros del área oriental, transferida tanto por los nuevos colonos ingleses y france-
ses como por los esclavos. Boston sufre sus mayores epidemias en 1636, 1659,
1666, 1677-8 y de 1689-90 y 1697-8. Luego fueron aflorando en Nueva York, Vir-

18
ANGOLOTTI CÁRDENAS E. Datos para la viruela en España. Rev. San. Hig. Pub, 1976; 50: p. 488.

–79–
ginia, el sur de California, etc. Esto causó un gran número de muertes no solo entre
los indios, sino también entre los colonos nacidos en las nuevas colonias, pertur-
bando el desarrollo de la vida en las ciudades.
Durante el XVII, en Europa también se producen grandes cambios respecto a la
viruela, deja de ser una enfermedad infantil benigna para tornarse en una enferme-
dad letal y virulenta.
En el siglo XVIII hay periódicas reapariciones de la viruela. En 1709, Clavijero
describe una terrible epidemia en la Baja California con registros de un rebrote en
dicha zona en 1729, 1732 y 1743. Ésta última probablemente se trataba de viruela
complicada con tifus exantemático en las misiones jesuíticas de la Baja California,
donde se informaba que “... la visita de las dos misiones de San José del Cabo y
Santiago que, por causa de la peste y epidemia, no se han visitado...”. Miguel del
Barco informaría poco después que en 1742 hubo una epidemia: “... y después de
cuatro años, que fue de 1748, les sobrevino a los mismos pericúes la tercera enfer-
medad epidémica, que no fue menos activa ni menos fatal que las antecedentes;
repitiéndose en todas lástimas de los pobres enfermos, Las muertes de los más de
ellos y la fatiga de los padres misioneros en atender a la salud espiritual, y aun cor-
poral aquellos que la Divina Providencia había puesto a su cuidado. Murieron tan-
tos en estas tres pestes que no quedó ni aun la sexta parte de la gente, que tenía
antes la nación pericú”.19
También se sabe que en México entre 1762 y 1763 hubo otro importante rebro-
te que pronto se expandiría de nuevo por todo el territorio de Nueva España, murien-
do en los 6 meses de la misma alrededor de unas 10.000 personas. En 1774 se ori-
ginó una nueva “peste” en ciudad de México en el departamento de San Blas. Y en
1779, mientras la viruela reaparecía en Nueva España, en Europa ya se la combatía
mediante variolización, paradójicamente en América, esa nueva aparición volvería a
originar un alto índice de mortalidad, por encima del 20%. El virrey Martín de
Mayorga escribió a Carlos III: “... no se veían en la calle sino cadáveres, no se oían
en la ciudad sino clamores y lamentos...”20. Finalmente, en 1797, se manifestaría de
nuevo, pero en el intervalo entre el anterior y éste se introdujo en México la inocu-
lación preventiva, lo cual hizo que esta última epidemia tuviese consecuencias
mucho menos graves.

UN PAR DE MANTAS
Por estas fechas, en 1763, en Pennsylvania, se presentó otro episodio que cons-
tituye lo que se ha querido interpretar como el primer caso constatado de “guerra

19
BURRUS, E; ZUBILLAGA, F. El Noroeste de México. Documentos sobre las misiones jesuíticas 1600- 1769.
Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1986, p. 460
20
SOMOLINOS D´ARDOIS G. La viruela en Nueva España, Gac Med Mex, 1961; 41(11): pp. 1.015-24.

–80–
bacteriológica”. Ese año, Norteamérica concluiría con el colapso originado por el
movimiento de resistencia que había creado el jefe de los Ottawa, Pontiac. Se tra-
taba de una coalición de tribus indias que estaban acosando las fronteras occiden-
tales de Pensylvania, Maryland y Virginia. Pontiac y sus seguidores atacaron varios
fuertes desafiando a los blancos, que estaban avanzando hacia el oeste. En este con-
texto el general Sir Jeffrey Amherst, comandante del ejército inglés en la zona,
ordenó que se enviaran mantas contaminadas de la viruela a los indios con el obje-
tivo de acelerar así su extinción. Amherst escribió en la posdata de una carta al
coronel Henry Bouquet la sugerencia de su novedosa táctica, a la cual Bouquet con-
testó: “yo intentaré inocularles... con algunas mantas que puedan caer en sus
manos (de las tribus), y tendré cuidado en no coger la enfermedad yo mismo”.
Amherst replicó: “harás bien si intentas inocular a los indios mediante mantas, así
como probar cualquier otro método que pueda servir para extirpar esa detestable
raza”.
El 24 de junio, el capitán Ecuyer, de los Royal Americans, anotó en su diario:
“Fuera de nuestra relación con ellos (dos jefes indios) nosotros les dimos dos man-
tas y un pañuelo sacados del hospital (e impregnados de viruela). Espero que ten-
gan el efecto deseado”21.
Un cacique Ottawa, en 1757 poco antes de que la epidemia diezmara a su pue-
blo, había escrito: “La viruela que trajeron de Montreal durante la guerra francesa
con Gran Bretaña (...) se les vendió encerrada en una caja de estaño (...) cuando
llegaron a casa abrieron la caja, pero había otra caja de estaño adentro (...) cuan-
do abrieron la última solo encontraron partículas mohosas (...) muchos las inspec-
cionaron para averiguar que significaba (...) pronto (...) cundió entre ellos una terri-
ble enfermedad22”.
Efectivamente algunas de las epidemias del XVIII entre los indios fueron pro-
movidas o iniciadas por blancos vengativos o asustados. De hecho, veinte años des-
pués del episodio Ottawa, la viruela se extendió a los indios Sioux de las planicies
después de que los indios atacaran a familias blancas que eran portadoras de la
enfermedad. Tras los Sioux la enfermedad cruzó las montañas Rocosas. Antes de
1785 la viruela ya se conocía entre los indios de Alaska y los de California (en la
misión de San Gabriel) apareciendo por primera vez en el sur de Alaska alrededor
de 1775 (HOPKINS, 2002, p. 246).
A principios del XVIII, una autoridad sostenía que la viruela representaba un
freno más importante para el crecimiento de la población de lo que había sido la
peste. En este siglo, en Europa, se produce una importante revolución demográfi-
ca, a la que hay que añadir la campaña de introducción de inmunidad a la viruela
a través de la inoculación o variolización. De esta forma, en el XIX se produjo un

21
HOPKINS D. The greatest killer: smallpox in history, The University of Chicago Press Chicago, 2002. p. 246

–81–
excedente de europeos que encontraron “espacio vital” en vastos territorios ameri-
canos vaciados de sus habitantes originales.
Los ingleses serían los encargados de conducir la viruela, junto con otros azo-
tes, a los pacíficos habitantes de los Mares del Sur, completando así el perímetro
terrestre. En 1838 entrarían por primera vez las viruelas en Australia, concretamen-
te en Sydney; de este modo, los aborígenes australianos correrían la misma suerte
que los indígenas americanos. Es incuestionable que allá donde llegaron y se asen-
taron las viruelas produjeron auténticas masacres poblacionales, llegando incluso a
desertizar demográficamente algunas regiones. En otras zonas, con una alta densi-
dad poblacional, constituyeron casi siempre una perseverante endemia que se con-
virtió en un foco de expansión y desarrollo de la misma.
En definitiva, esta enfermedad eliminó en suelo americano una población nativa
que se calcula entre 40 y 50 millones de personas. Algunas estimaciones cifran
incluso esta devastación en el 90%. En cualquier caso América recibió la peor parte
de la letal enfermedad, constituyendo sin duda un punto de inflexión la llegada de la
expedición vacunal de Balmis, gracias a la cual se iniciaría la erradicación de la
viruela en la entonces Nueva España.

Firma de Fray Bartolomé de las Casas.

22
WATTS SH. La viruela en el Nuevo y el Viejo Mundo: del holocausto a la erradicación, 1518-1977. En Epide-
mias y Poder. Historia, Enfermedad , Imperialismo. Santiago de Chile. ed. Andrés Bello, 2000.

–82–
IV
Defensa mediante
variolización

Cartas de Lady Mary Wortley Montagu en la edición


de Joseph Rickerby, Londres, 1838.

–83–
No hubo un territorio determinado ni un método que surgiera perfecto, la ino-
culación de la viruela fue practicada tras observarse que los individuos que padecí-
an la dolencia variolosa, quedaban refractarios para volver a contraerla. Subyacía
entre aquellos hombres la idea de que las infecciones se transmiten por contagio
mediante la inoculación de gérmenes y “la aprovecharon para obtener una protec-
ción frente a tan terrible plaga, a cambio de las ligeras mortificaciones que la inyec-
ción de virus varioloso pudiera producir”1.

NINGUNO EN 10, NINGUNO EN 100


La inoculación de la viruela, variolización o variolación, fue practicada original-
mente en China y la India. El conocimiento del método se transmitió a los pueblos
del entorno del Asia menor y Oriente próximo, Cefalonia, Tesalia, Constantinopla, el
Bósforo, donde era utilizado por las clases populares como preservativo de la enfer-
medad. Desde allí pasó al mundo occidental en los inicios del siglo XVIII. Constitu-
yó un nueva herramienta terapéutica para defenderse contra la enfermedad y supuso
un cambio de concepto, innovador, por cuanto reposa en la constatación empírica de
que los que han sufrido un ataque de viruela y han sobrevivido quedan exentos de ella
para siempre (inmunis). La emergencia y popularización del método en Occidente,
junto a las controversias sobre su bondad o utilidad discurren a lo largo del Setecien-
tos, que bien puede denominarse como el siglo variolizador. Su impacto epidemioló-
gico sobre la enfermedad es muy difícil de determinar. No fue una práctica generali-
zada, con la suficiente amplitud de cohorte de inoculados que permitiera medir su
efecto, los registros de datos eran nulos, arcaicos o limitados y se practicó en muchos
países de manera puntual o en periodos de intermitencia variable.
Se ha querido datar en los inicios del siglo XI las primeras prácticas de inocu-
lación, situándolas con gran probabilidad en China y la India (MACGOWAN,
1884)2:

1
BONILLA Y BONILLA, G. Estudio especial de la viruela. Discurso para optar al Grado de Doctor en Medicina
y Cirugía. Madrid, 1894.
2
SERRET, R. Revista de vacuna y viruela. Introducción de la viruela y de la inoculación en China. El Siglo Médi-
co XXXII. 1885. Citado también en FENNER, F. 1988.

–85–
“... el arte de la variolización fue enseñado por primera vez por una monja duran-
te el reinado de Jen Tsung (1023-63 a.C.). Aquel reinado fue marcado por un
célebre primer ministro, Wang Tan, gran hombre de estado y académico. La virue-
la le había arrebatado todos sus hijos y cuando ya en su vejez tuvo otro, fue muy
solícito en asegurarse de ponerlo a salvo de tan desgraciada enfermedad... Un
funcionario de la capital, nativo de Szechwan, habiendo tenido conocimiento del
caso, consiguió ser presentado al ministro y le dio la siguiente información. Una
joven de Kiangsu había hecho votos para abandonar el mundo y rechazando el
matrimonio decidió dedicarse a la veneración de Buda, pero rehusó someterse a
la tonsura, prefiriendo conservar su cabello. Peregrinó a la Montaña de Omei
(contigua al Tibet), y en su cima vivió en una choza de junco. Las mujeres de toda
esa región se convirtieron en sus discípulas, ayunando, recitando oraciones y
haciendo el bien. Recientemente le había dicho a sus discípulas que había sido
inspirada para enseñar a implantar la viruela, que consistía en seleccionar esca-
mas de casos que tenían solamente unas pocas pústulas, y aquellas con puntas
redondas, rojas y lustrosas, llenas de pus amarillo verdoso que se había espesa-
do. Las costras debían usarse cuando tuvieran un mes, o si el tiempo era caluro-
so las de 15 o 20 días, y si era invierno las de 40 ó 50 días, por lo que debía ser
en primavera u otoño. Tómense 8 granos de costra desecada y 2 granos de Uvu-
laria grandiflora; mézclense las dos en un mortero limpio. Selecciónense los días
afortunados y deséchense los desafortunados para la implantación. Empléese
para la operación un tubo de plata curvado en la punta; sóplese la materia pre-
parada en el orificio nasal derecho en el caso de un muchacho y en el izquierdo
en el caso de las niñas; seis días después hay una ligera fiebre que en los días
siguientes se incrementará grandemente; en dos o tres días más aparece una
erupción cargada con materia y después costras. Ninguno en 10, ninguno en 100,
que no se recupere. Todos los habitantes en la región adyacente a la zona de la
Montaña de Omei adoptaron la práctica, rogándole a ella llevar a cabo la ope-
ración. Oyendo esto el ministro mandó traer a tan venerable reclusa que vino a
la capital y operó exitosamente... Ella volvió a la montaña sagrada y algunos
años después, informó a sus seguidores de que ella no había nacido de un útero
si no que era encarnación de la Diosa de la Misericordia y había venido a pre-
servar la vida de los niños por medio de la implantación de la viruela, “la cual”,
dijo ella, “os he enseñado para que podáis impartir el arte a otros”, Oyendo este
anuncio todas las mujeres la veneraron, alabando su rectitud, preguntándole con
qué título debían invocarla. Ella contestó: “Como vuestra Madre Celestial”,
añadiendo “cada vez que uno de vosotros me ofrezca incienso y oraciones, invo-
cando mi intervención, yo desde el cielo me manifestaré convirtiendo los casos
malignos en benignos”; y allí mismo se transformó, o sea, se murió. Cada templo
oficial tiene un altar dedicado a esta “Diosa de la Viruela” y muchas ciudades
tienen templos para su exclusiva veneración. Evidentemente la inoculación había
sido enseñada en la Montaña de Omei por algún monje tibetano, que había
adquirido su arte en India, donde parece haber sido conocido en la alta antigüe-
dad”.

Esta leyenda sobre el origen mítico de la inoculación en los comienzos del pri-
mer milenio, “el secreto de la variolización fue transmitido por un taoísta inmortal
del Monte Omei (sudoeste de China)”, se ha recogido en diversos textos, aunque
Moulin cree que se trata más bien del deseo por parte de los primeros inoculadores
de legitimar su práctica como algo ancestral y con impregnación mitológica.

–86–
INHALANDO POLVO DE COSTRAS
Parece más cierto que a lo largo del siglo XVI, fuera practicada inicialmente por
el médico chino Nie Jiuwu de la provincia de Jiangxi y, ya de forma más generali-
zada, se encuentra documentada en diversas fuentes chinas durante el XVII.
“La primera descripción detallada se atribuye a Zhang Lu en el Zhangshi yitong3
donde cita que la técnica, transmitida por un taoísta inmortal fue utilizada por pri-
mera vez en Jiangxi, en el bajo Yangtsé, antes de extenderse por todo el país”
(MOULIN, 1996).
Revela tres métodos diferentes de variolización4. El primero consistía en intro-
ducir en los orificios de la nariz, un pedazo de algodón empapado de pus extraído
de pústulas frescas, cogidas de individuos que padecían la enfermedad de forma
suave.
El segundo utilizaba costras desecadas y pulverizadas, recogidas un año antes,
que igualmente y mediante un tubo de bambú se introducían por los orificios nasa-
les, a los niños en la ventana nasal izquierda y a las niñas en la derecha.
El tercero consistía en poner a un niño sano las ropas usadas de un varioloso. El
niño variolizado por cualquiera de estos tres métodos padecía fiebre durante una
semana y una forma atenuada de viruela. Las prácticas de variolización por inhala-
ción parecían más eficaces y seguras que la de transmitir la infección natural expo-
niendo los niños al contagio.
Los manchúes sufrieron numerosas epidemias de viruela durante sus guerras
de conquista, cuando invadieron y dominaron China en la primera mitad del XVII.
Eran más vulnerables que los chinos porque procedían de regiones donde su pro-
pagación había sido mucho menor. El primer emperador manchú, Shunzi, murió
de viruela en 1662 con sólo 23 años de edad. El segundo emperador, Kangxi
(1662-1722), fue elegido sucesor al trono en lugar de un hermano mayor que tenía,
ya que la había padecido en su juventud y corría menos peligro de enfermar. Acti-
vo luchador contra la viruela, ordenó variolizar a toda la familia real y a las tropas
manchúes. Entre los médicos expertos a los que consultó se encontraba Zhu Chun-
gu, que introdujo mejoras en la técnica de inoculación. La efectuaba introducien-
do en los orificios nasales de los niños polvo de costras pulverizadas, con la ayuda
de un fino tubo de plata5. La obra en que recoge su experiencia fue reeditada en
numerosas ocasiones y su éxito reforzó la acogida de la variolización entre la orto-
doxia médica.

3
Tratado general de medicina del maestro Zhang, 1695
4
LEUNG, A.K. Variolisation et vaccination dans la Chine prémoderne (1570-1911), en MOULIN A M. L’Aventu-
re de la vaccination, ed. Fayard. 1996.
5
Método descrito por Zhu Chungu en su Douzhen dinglun (Sobre la viruela), en 1713, y considerado el más eficaz
en zonas geográficas alejadas. (MOULIN, 1996).

–87–
Estos cuatro métodos (los descritos por Zhang Lu y la mejora de Zhu Chungu),
fueron recogidos en un compendio médico, el Yizong jinjian, editado en 1742 con la
autorización de la Corte Imperial, lo que supuso una forma de legitimación de la
práctica, que era así admitida en la medicina oficial.
A finales del siglo XVIII había dos escuelas que preconizaban técnicas de vario-
lización diferentes. La escuela de Huzhou (provincia de Zhejiang) prefería utilizar
pus fresco y la de Songjiang (provincia de Jiangsu) recomendaba costras desecadas
y tratadas con hierbas medicinales, guardándolas mezcladas con almizcle. Los tex-
tos de la época contienen instrucciones para recoger el pus y la manera de conser-
varlo. Dan consejos sobre el mejor momento para practicar la variolización, prima-
vera u otoño, evitando los momentos de epidemia y vigilando que el niño esté en
buen estado de salud. Recomiendan efectuarla entre el primer y el segundo año de
vida.
“Justificaban el método inhalatorio porque el sistema respiratorio es el mejor
para garantizar un efecto rápido. El material inhalado alcanzaba primero las caver-
nas de los pulmones antes de circular por las cinco vísceras. Estas vísceras, impreg-
nadas de materia tóxica, se liberaban de ella a lo largo de una semana manifestando
signos exteriores de enfermedad como fiebre, pústulas, calor y sed constante. La
enfermedad era benigna y los síntomas desaparecían en los veinte días siguientes,
quedando eliminado el veneno y la persona protegida frente a la viruela. Diversos
documentos de la época, como el Zhongdou xin shu6 de Zhang Yan, describen el
éxito de la práctica, manifestando que de 9.000 niños inoculados sólo murieron
veinte o treinta”7.

HILAS EMBEBIDAS SOBRE PIEL ARAÑADA


El procedimiento de inoculación entre los hindúes era distinto. Los brahmanes
arañaban la piel con agujas y frotaban una sola vez con hilas impregnadas durante
el año anterior en costras virulentas, humedeciéndolas en el momento de aplicarlas
con agua santa del Ganges8.
En la India oriental, utilizaban un método basado en producir una fuerte irri-
tación en el antebrazo por medio de frotamiento. De inmediato, efectuaban la apli-
cación con algodones embebidos en el pus varioloso. Según Bonilla9, otra técnica
similar era tomar hilas y después de empaparlas con pus, las iban enhebrando en

6
Nuevo libro sobre la variolización, 1760.
7
LEUNG, A.K. Variolisation et vaccination dans la Chine prémoderne (1570-1911), en MOULIN A M. L’Aventu-
re de la vaccination, ed Fayard. 1996.
8
TELLO, J. Discursos leídos en el Homenaje a Jenner. El Siglo Médico. Madrid, 1923.
9
BONILLA Y BONILLA, G. Estudio especial de la viruela. Discurso para optar al Grado de Doctor en Medicina
y Cirugía. Madrid. 1894.

–88–
una aguja, con la que atravesaban un pliegue del brazo. Dejaban las hebras en con-
tacto durante menos tiempo que en el procedimiento anterior. Otro texto (COULT,
1731, citado en FENNER, 1988) refiere que:
“La operación de inoculación, llamada por los nativos thika ha sido conocida en
el Reino de Bengala, por lo que yo conozco, durante 150 años... Su método de
realizar esta operación es tomando un poco de pus (cuando la viruela ha llegado
a la madurez y son de buena calidad) y untándolos en la punta de una aguja afi-
lada bastante ancha. Con ella hacen varias punciones en el hueco debajo del
músculo deltoides y a veces en la frente, después de lo cual cubrían la parte con
un poco de pasta hecha de arroz hervido”.

El método hindú de inoculación era reconocido como más seguro que el chino
y fue el que se propagó hacia Oriente Medio.

SUEÑOS EN EL UMBRAL
En Arabia la inoculación fue realizada por una mujer de la tribu de los beduinos,
siguiendo un proceder operatorio análogo al de los indios10.
La operación era conocida en las riberas del mar Caspio, entre los turcomanos y
los tártaros, y la ejercitaban con entusiasmo en Georgia y Circasia11. “Los Circasios
hacen algunas superficiales incisiones en los brazos y en las piernas, inoculándose
en ellas el virus varioloso”12. Por eso se llamó también método georgiano y circa-
siano.
La técnica de inoculación viajó desde la India hacia el Oeste propagada por las
caravanas de mercaderes. Tenían la creencia de que viajar protegidos contra la virue-
la era una ventaja. La variolización fue practicada en el Imperio Otomano, donde
había sido introducida por los viajeros Circasios desde 167013.
Kraggenstiern y Timoni, dos médicos que investigaron esta práctica, afirman

10
GARCÍA TEJADO A. De la viruela y su tratamiento, Madrid, 1898.
11
“Circasia, país de Asia, a diez leguas del mar Caspio. Su principal comercio estaba relacionado con la hermo-
sura de las doncellas. De aquí la importancia del hallazgo de un medio que conducía a conservar tan preciosa
mercancía; pues multiplicaban notablemente sus intereses con la conservación del género y de la hermosura del
bello sexo. A esta invención se dice que deben las mujeres de Circasia y Georgia el ser las más hermosas del
mundo, aunque el motivo de parecerlo era por la gran cantidad de adornos, afeites y ungüentos que llevaban”.
Cf. GIL F. Disertación fisico-química en la cual se prescribe un método seguro para preservar a los pueblos de
la viruela hasta lograr la completa extinción de ellas, en todo el Reyno, Madrid, 1784.
12
Según Rubín de Celis, el método de inoculación se recibió de los circasianos. Éstos la llevaron a Constantinopla,
y su uso se extendió entre los cristianos griegos o armenios, pero no entre los mahometanos por la perjudicial opi-
nión de sus Doctores “sobre punto de una rígida fatalidad, regitiva del Universo, a la cual creían impiedad pro-
curarse libertarse de ella”. RUBÍN DE CELIS M. Carta histórico-médica escrita a un amigo suyo sobre la ino-
culación de las viruelas, en la que explica el origen de esta práctica, los efectos de ella, el modo de ejecutarla y
sus ventajas. Imp. Juan Lozano del Supremo Consejo de Indias, Madrid, 1773.
13
BARQUET N, DOMINGO P. Smallpox: The triumph over the most terrible of the Ministers of Death. Ann Intern
Med. 1997;127, pp. 635-42.

–89–
que las inoculaciones se hallaban en poder de las mujeres ancianas, existiendo entre
ellas una, conocida como la Vieja de Tesalia, “que decía haber aprendido la técni-
ca por revelación de la Virgen. La abuela practicaba varias punturas en las meji-
llas, barba y frente, y las cubría con cáscaras de nuez”14.
Otra mujer reconocida como inoculadora fue la Vieja de Philippopolis.
“Ésta preparaba al paciente durante algunos días por medio de un régimen seve-
ro, después lo metía en una habitación muy caliente, buscaba un niño que tuvie-
se la erupción en el décimo día de su desarrollo, abría una pústula, recogía el
fluido sobre un cristal que previamente calentaba en el pecho y enseguida inocu-
laba al paciente con una aguja de plata. Posteriormente, protegía la parte donde
había depositado el virus con una cáscara de bellota y una venda. La envoltura
se levantaba a las cinco o seis horas, quedando sujeto el enfermo a un régimen
estricto durante treinta días”15.

La práctica había pasado de Turquía a la península balcánica, donde tomó el


nombre de método griego, que estos practicaban haciendo cuatro punturas crucifor-
mes en frente, mentón y pómulos con aguja mojada en linfa variólica. También se le
ha denominado “método de inocular en Constantinopla”16.
Las mujeres, como se ha visto, tienen un papel destacado en la aplicación y difu-
sión de la práctica inoculadora. La sociedad turca de la época, dominada por los
hombres, deja poco espacio a la mujer. Hay una clara separación de sexos.
“Uno de los lugares donde las mujeres hacen su vida es el harén. Allí la belleza
es un elemento capital del valor de una mujer. Las jóvenes circasianas o caucásicas
eran muy reputadas por su belleza y había una gran demanda de ellas para poblar los
harenes. Sus padres y ellas mismas soñaban con ser vendidas en Estambul y llegar
al harén para tener una vida mejor. Incluso las mujeres de Anatolia se hacían pasar
por circasianas para encontrar alguien que las tomase en un harén”17. Para preservar
su belleza, las niñas eran inoculadas desde muy pequeñas en lugares del cuerpo
donde no se notaran las señales de la escarificación. Las encargadas de efectuar la
inoculación también eran mujeres, en general añosas, que habían adquirido a lo
largo de años de experiencia práctica, el secreto de la técnica.
El harén, como el hammán, son espacios reservados a la mujer donde ésta se
relaciona con las otras mujeres, un lugar de confidencias, de transmisión de infor-
mación. En una sociedad que las deja aparte, las mujeres ejercen un contrapoder y

14
BONILLA Y BONILLA G. Estudio especial de la viruela. Discurso para optar al Grado de Doctor en Medicina
y Cirugía. Madrid. 1894.
15
GARCÍA TEJADO A. De la viruela y su tratamiento, Madrid, 1898.
16
GORRAIZ BEAMONT Y MONTESA VF. Juicio o dictamen sobre el proceso de inoculación presentado al Tri-
bunal de los sabios, para que la juzguen, por el Dr. en Medicina d. Francisco Salvá y Campillo. Imp. de Joseph
Longas. Pamplona. 1785.
17
WORTLEY MONTAGU M. L’Islam au péril des femmes: une anglaise en Turquie au XVIII siècle –trad. de
l´anglais et introd. Anne-Marie Moulin, Pierre Chuvin–, 5.ª ed. Paris: La Découverte, 2001.

–90–
hacen su vida. Las transmisoras de noticias, las que pueden ir de un harén a otro, son
las viejas o añosas, las más sabias. Ellas practicaran la inoculación.
“En la excluyente sociedad otomana de la época, existe una medicina de los
hombres, anquilosada, cargada de prejuicios, de prohibiciones religiosas. Cuando
una mujer está enferma el contacto con el médico es mínimo o nulo y en presencia
de testigos (otra mujer o un eunuco). Las mujeres desarrollan una habilidad para cui-
dar y para cuidarse. Son quizá ignorantes, pero son las que cuidan de sus hijos desde
que nacen, las que velan por su salud, las que los acarician. Han de protegerlos y una
forma de hacerlo es inocularlos. La inoculación se convierte en una práctica feme-
nina donde la mujer ejerce su influencia sobre la salud, es una prolongación de los
cuidados del recién nacido. En la casa, como en el harén o el hammán, la primera
infancia es dominio de la mujer”18.
Preservar la belleza pero también la vida, la inoculación pasa a Grecia por medio
de mujeres. Ancianas mujeres que para protegerse invocan haber recibido el cono-
cimiento no de los hombres, sino de la Virgen. Tienen la habilidad de poner “la ope-
ración bajo el protectorado de los sacerdotes de la iglesia griega, lo que motivó que
le proporcionase multitud de clientes, hasta el punto de asegurar ella, que algunos
años había inoculado a 40.000 personas”19.
Las mujeres, como en otras ocasiones en la historia, constituyeron el sustrato
ideal para promocionar una cultura sincrética. Adoptaron elementos de las religio-
nes cristiana y musulmana, incorporando ritos como el bautismo para proteger fren-
te a la epilepsia o utilizar algodones pasados por la imagen de un santo para curar
la oftalmia. De igual modo el signo de la cruz, conjurador de peligros, se incorpo-
ra a la inoculación. Las incisiones se trazan en forma de cruz y se hacen en los cua-
tro miembros, a modo de estigmas. Así, ajenas a la medicina oficial, promueven cui-
dados pediátricos tomando experiencias, ritos, tradiciones orales, mezclando de
aquí y de allí lo necesario para preservar la salud de los niños. La revelación de los
hallazgos precisa una cobertura religiosa, la necesidad de un entramado mitológico.
Así ocurrió con las veneradas diosas de la viruela, indias y chinas, o con la supues-
ta recepción por medio de la Virgen de los secretos de la inoculación, que las muje-
res griegas practican cuando ésta sale del secretismo anónimo del harén turco. Llega
luego un momento, como hemos visto en la tradicional inoculación china, en que la
medicina oficial incorpora la práctica, incluso la refrenda la autoridad imperial y del
mismo modo ocurre con la inoculación practicada por mujeres curanderas en el
entorno griego-otomano. Traspasa la intimidad del cuidado informal femenino, de
su práctica entre las clases más desfavorecidas a través de curanderas, brujos o bar-
beros, se desprovee en buena parte de sus contenidos mitológico-religiosos y

18
WORTLEY MONTAGU M. L’Islam au péril des femmes: une anglaise en Turquie au XVIII siècle –trad. de
l´anglais et introd. Anne-Marie Moulin, Pierre Chuvin–, 5.ª ed. Paris: La Découverte, 2001.
19
GARCÍA TEJADO A. De la viruela y su tratamiento, Madrid, 1898.

–91–
empieza a ser transcrita por los médicos y científicos de la época. Estos la darán a
conocer en Europa.

LOS TRANSCRIPTORES, TIMONI Y PYLARINI


La mención occidental más antigua sobre la variolación se encuentra en una nota
de Heinrich Vollgnad, publicada en el boletín de una sociedad científica alemana en
167120. Refiere una práctica popular de variolización “salvaje” que se conocía en
zonas rurales de Europa, conectada a un método chino ya descrito, consistente en
poner en contacto a niños sanos con sujetos enfermos convalecientes de “viruelas de
buena especie”. Hay más noticias sobre este método que llamaban “comprar la
viruela” y que podía efectuarse mandando a los niños a casas donde hubiera un
enfermo recuperándose de viruelas, para comprarle costras por uno o dos peniques.
Podía igualmente exponerse a un niño, acostándolo en la cama de otro que estuvie-
ra enfermo de una viruela suave y así la pasaría en condiciones favorables21. Cam-
pesinos griegos, galeses, escoceses o rusos, estaban familiarizados con esta prácti-
ca, que también describió el médico danés Thomas Bartholin en 1673 y que llamó
“transferencia de la viruela”22.
En España también era conocida por los aldeanos de Lugo23. Abunda al respec-
to una elocuente descripción de Lorain24:
“Que así como de las últimas capas sociales brotó en Oriente la práctica de la
inoculación, por la natural e imperiosa necesidad de defenderse del contagio, que
no respetaba edad, sexo ni condición, dentro de España, y por análogas si no
iguales causas, nació la inoculación en la provincia de Lugo, en una época cuya
exacta fecha no consigna la historia. En esta localidad como en Oriente trasmi-
tíase la viruela: primero, por un contagio inmediato, es decir, colocando a los
niños en las habitaciones de los variolosos, cubriéndolos con sus ropas u otro
medio análogo, con el objeto de que adquiriesen cuanto antes una enfermedad
que suponían necesaria, u que de este modo podía ofrecerles la garantía de tomar
el carácter más o menos benigno que presentaba en el enfermo elegido: es decir,
que si se exponían al contagio de un enfermo con viruela benigna, benigna había
de ser la que de este modo contrajesen. Esta práctica, repetida siempre entre
manos profanas y con mera tradición, dio margen a que en más de un individuo,
que accidentalmente tenía heridas, arañazos, o escoriaciones en la piel, presen-
táranse las pústulas, con predilección en los puntos lesionados, e hiciese surgir
en la mente de algunos, que punzando o incidiendo la piel con cualquier instru-

20
VOLLGNAD H. “Globus vitulinus”, Miscellanea curiosa sive Ephemerides Academiae Naturae Curiosorum.
1671. Citado en MOULIN AM. L’aventure de la vaccination, ed Fayard, 1996, p. 45
21
MILLER G. The adoption of Inoculation for Smallpox in England and France. Philadelphia: University of
Pennsylvania Press, 1957.
22
DIXON CW. Smallpox. Londres, 1962.
23
GARCÍA TEJADO A. De la viruela y su tratamiento, Madrid, 1898.
24
DR. LORAIN. Jenner y la vacuna. Conferencia histórica. Madrid, 1877.

–92–
mento, se conseguiría que la erupción se limitase a los puntos en que la inocula-
ción habíase practicado. Y dueños del procedimiento, determinados individuos,
continuaron practicándolo y modificándolo a su capricho, hasta que hombres
científicos y observadores, le sacaron de las sombras del misterio en que hallá-
base envuelto”.

Inglaterra va a constituirse en el lugar donde se recojan, como si de un especial


buzón de llamadas se tratara, buena parte de los conocimientos médicos de la época.
La tradición de las sociedades científicas, que nace en este país, va a contribuir deci-
sivamente en la historia de la viruela.
En 1660 se crea en Londres la Royal Society, institución constituida como un
foro de discusión y análisis de comunicaciones científicas procedentes de todo el
mundo y que pronto adquiere un notable prestigio. En la sesión del 5 de enero de
1700, el Dr. Martín Lister da por primera vez la noticia del método inoculador
chino, a través de una carta remitida por el comerciante inglés John Lister, de la
Compañía del Este de la India, estacionada en China. Describe que hay que reco-
ger el contenido de las pústulas de un enfermo con un algodón, dejarlas secar en
un recipiente cerrado, para introducirlas después en los orificios nasales de un
niño25. En la sesión del 14 de febrero del mismo año, Clopton Havers expone la
misma práctica china para combatir la viruela. Las dos noticias pasaron sin pena
ni gloria.
La Compañía de Jesús contó con grandes viajeros, como el Padre d’Entrecolles,
que durante su estancia en China continuó la tradición jesuítica de narrar aspectos
sociales de los lugares donde establecían misiones. En las Lettres édifiantes et
curieuses26 escribe sobre el método chino y precisa que “la inoculación debe reali-
zarse en invierno y jamás en los más calurosos días del verano. Hay que recoger
en las pústulas, tomándolo de un niño que esté padeciendo la viruela y tenga entre
uno y siete años, y cuando estén maduras, el pus, que no debe estar turbio. Las
escamas, se pueden conservar hasta dieciséis años en una vasija de porcelana her-
méticamente cerrada. Para proteger a los niños indemnes, se introduce un algodón
impregnado de esas escamas en las narices del pequeño paciente. El método es
reconocido como eficaz, pero peligroso a la vez, ya que es mortal en uno de cada
diez casos”.
Al mismo tiempo que llegan a Europa estas noticias sobre la inoculación a la
manera china, se conoce también el método griego o circasiano.
De nuevo en la Royal Society de Londres, la sesión del 14 de mayo de 1714 da

25
MILLER G. The adoption of Inoculation for Smallpox in England and France. Philadelphia: University of
Pennsylvania Press, 1957.
26
Père d´ENTRECOLLES, Lettre de Pékin, 11 Mai 1726. “la petite vérole: lettre au réverend père du Halde”. Let-
tres édifiantes et curieuses de Chine par des missionnaires jésuites 1702-1776, ed Flammarion, Paris.1979. Cita-
do en MOULIN AM. La métaphore vaccine. De l´inoculation à la vaccinologie. Hist Phil Life Sci 1992 (14): 271-
97, p. 273.

–93–
cuenta de una carta del Doctor Emanuele Timoni, escrita en latín y fechada en
diciembre de 1713 en Constantinopla. Cuando el 10 de junio se da lectura a su tra-
ducción, será la primera vez que aparece el vocablo “inoculación” como método de
lucha contra la viruela: “hace muchos años que en Constantinopla, donde se mez-
clan naciones muy variadas, se provoca la viruela por inoculación. Hay que encon-
trar primero a un niño dotado de un buen temperamento, enfermo de una viruela
benigna, con pústulas no confluyentes. Al duodécimo o trigésimo día después del
comienzo de la enfermedad, se abren algunas pústulas con una aguja y se exprime
el pus en un recipiente de vidrio, limpio y lavado con agua tibia. Cuando está sufi-
cientemente lleno, hay que cubrirlo y mantenerlo caliente, el operador debe ir
entonces a la casa dónde va a inocular; con una aguja, perfora la piel en uno, dos
o varios puntos, hasta que aparece sangre, procediendo con el paciente en una habi-
tación templada; vierte enseguida el pus varioloso y hace una mezcla cuidadosa con
la sangre que sale. Se pincha en cualquier parte del cuerpo” (MOULIN, CHUVIN,
2001). Timoni utiliza el término insitio (injerto, trasplante) para denominar al con-
junto de pasos técnicos que constituyen la operación. Nacido en la isla de Chíos,
vive en Estambul, estudia en Padua, obtiene un doctorado en Oxford. Conoce el
griego, el latín, el italiano y el inglés. De familia de médicos célebres, es muy res-
petado y ejerce tanto la medicina y la traducción, como la diplomacia. Su comuni-
cación a la Royal Society no es fruto de la casualidad, le conocían y era socio corres-
pondiente de la misma desde su estancia en Londres. Su trabajo sobre la inoculación
adquiere cierta difusión (MOULIN, CHUVIN, 2001)27 y abre un debate científico.
Timoni se da muerte en mayo de 1718 en Philippopolis. Antes habrá conocido a
Lady Mary Wortley Montagu para la que llega a trabajar como médico e intérprete
y a la que narrará los secretos de la inoculación.
Casi a la vez, otro médico, Giacomo Pylarini, nacido en Cefalonia y también for-
mado en Padua como Timoni, publica otro texto sobre la inoculación que se publica
por primera vez en Venecia28. La vida de Pylarini guarda cierta similitud con la de
Timoni, de origen greco-italiano, ejerce la medicina y la diplomacia, viaja por Siria,
Moldavia, Rusia, Alemania y, por supuesto, Estambul. Pylarini sitúa el origen de la
inoculación en las mujeres griegas de Tesalia que la traspasaron al imperio otomano.
Timoni y Pylarini actúan, pues, como transcriptores de una técnica practicada
por las clases populares en el área de Estambul y que estaba extendida por aquella
región. Turca, griega, circasia, armenia o incluso china, tiene poca importancia, la
variolización llega a conocerse en el entorno científico europeo, sobre todo el inglés

27
Su trabajo se publica como “An account of History of the Procuring the Smallpox by Infection, or Inoculation, as
it has for some time been Practised at Constantinople (1714), Philosophical Transactions of the Royal Society,
1717; 29: 72-82. Una copia es conocida ya que Timoni la reedita a instancias de su amigo Kraggenstiern, médi-
co del rey de Suecia, otra es difundida por Klaunig, médico de Leipzig, se llamó “Historia variolarum quae per
insitionem excituntur”. Acta eruditorum, Leipzig, 1714. El propio Sutton la publicita.
28
“Nova et tuta variolas excitandi per transplantationem methodus nuper inventa et in usum tracta”. Gabriel Hertz,
Venecia, 1715; Philosophical Transactions, 1716; 29: 393-99.

–94–
y para su difusión va a necesitar un impulso propagandístico. Será una mujer, de
nuevo, quien contribuya con la fuerza de su personalidad a hacer visible esa inno-
vación preventiva.

LA AUDAZ PROPAGANDA DE UNA POETISA


¿Audaz, inconformista, poetisa o pionera médica? Quizá todas estas cosas, pero
de cualquier forma una mujer independiente y ajena a la estrechez moral de la socie-
dad de su época. Nacida a finales del siglo XVII, parece una mujer del XXI. Incon-
formista hacia sus limitaciones sociales por su condición de mujer, viajera, conecta-
da a otras culturas, con amores escandalosos, feminista y, siempre, un blanco para
los misóginos. Poetisa y prosista. Avalado por algunos libros excelentes y cientos de
poemas y cartas, textos de consulta ineludible para entender aquel momento históri-
co o la cultura turca. En sus escritos se mezclan política y amores, ensalza a los clá-
sicos y lanza dardos ponzoñosos a sus enemigos, que son parte importante de su
vida, tanto o más que sus amigos. Pionera médica o con más precisión, una exce-
lente observadora y comunicadora. Populariza en Europa el conocimiento que se
tenía de la inoculación en Oriente. Incluso experimenta esa práctica con sus propios
hijos. En su lucha a favor del método tiene que remar contra la oposición del clero
y gran parte de la ciencia médica de la época.
Lady Mary Wortley Montagu, de soltera Mary Pierrepont, nace el año 1689 en
el seno de una de las principales familias de la sociedad británica y es la mayor de
cuatro hermanos. Su padre es el Duque de Kingston y Caballero de Yorkshire y su
madre Lady Mary Fielding, que muere después de alumbrar a su cuarto hijo. Los
niños son criados por la abuela paterna, a la que Mary ayuda ejerciendo el papel de
madre para sus hermanos.
Brillante y autodidacta, aprende latín con un diccionario tomado de la bibliote-
ca de su padre. Luego dominará el francés, el italiano y el griego. Se apasiona por
la poesía y llega a decir:”Ningún entretenimiento es tan barato como la lectura, nin-
gún placer es tan duradero. Si una mujer puede disfrutar de una obra literaria, no
buscará nuevas modas ni diversiones costosas, ni compañías variadas”. Llega a
escribir con veinte años al obispo de Salisbury lamentándose de las limitaciones que
la sociedad imponía a las mujeres para elevar su formación cultural.
Se casa con Edward Wortley Montagu en 1712, que se sentía atraído por su cul-
tura y con el que compartía la admiración por los clásicos, tiene veintitrés años.
En diciembre de 1715, Lady Mary sufre en su propia carne los efectos de la
viruela. La enfermedad deja huellas en su cara, demacra su buena apariencia, pier-
de las pestañas29. Ya se había cobrado, dos años antes, la vida de su hermano.

29
Escribirá un poema “Flavia” en el que se lamenta de la belleza perdida, de la perfidia de los espejos que le devuel-
ven una imagen desfigurada, de tener que utilizar afeites para disimular las marcas de las cicatrices. Texto com-
pleto en BAZIN H. The Eradication of Smallpox. Academic Press, 2000, pp. 9-12.

–95–
Variolización con polvo de costras de viruela pulverizadas Lady Mary Wortley Montagu (1689-1762).
vía intranasal en China.

Cotton Mather (1663-1728). Charles Marie de La Condamine (1701-1774).

–96–
Durante el resto de su vida mostrará una sensibilidad especial hacia la enferme-
dad.
A mediados de 1716, su marido es nombrado embajador en la corte otomana. La
labor encomendada a ese cargo tiene una doble vertiente. De un lado, mediar como
representante del gobierno inglés en el conflicto entre turcos y austríacos; de otro,
actuar como representante de la Compañía de Oriente, que monopoliza el comercio
entre Inglaterra y el Imperio Otomano. Su sueldo incluye velar por los intereses polí-
ticos y comerciales de su país en una zona muy “caliente” en aquel momento.
Un largo viaje de cuatro meses entre enero y abril de 1717, conduce a la familia
desde Viena hasta Constantinopla. La estancia durará dos años.
La ciudad les será mostrada desde una perspectiva oficial. Avenidas, palacios,
embajadas, hoteles, en un acercamiento impregnado de la dominante visión mascu-
lina. Lady Mary escapa pronto a eso. Se viste de varón para entrar en una mezqui-
ta. Toma clases de árabe. Su condición de mujer le permite acceder al invisible
mundo de las mujeres árabes. Es lo que configurará su particular mirada sobre Cons-
tantinopla. Visita varias veces el harén del sultán, la invitan en casas turcas. Esta-
blece una respetuosa relación con aquellas mujeres de las que admira su cultura y a
las que no juzga, como era costumbre, con los valores de la aristocracia inglesa.
Llega a entender que ellas no consideren una lacra llevar velo, al contrario, les per-
mite gran libertad de movimientos, pasean sin ser molestadas o reconocidas. Ella
misma lo experimenta en alguna ocasión. Lady Mary escribe cartas a sus amigos, la
princesa de Gales, Alexander Pope o el abate Conti, donde les cuenta sus experien-
cias viajeras30.
En una de estas cartas, fechada el 1 de abril de 1717 y dirigida a su amiga Sarah
Chisvell, da detalles sobre el viaje, los casos de peste que encontraron o las prime-
ras impresiones de la gente de Constantinopla:
“Me parece, querida Sarah, que debería enfadarme con usted, en vez de pedir
disculpas por no haber escrito antes, porque aún no ha respondido a mi carta de
agosto enviada desde Nimega [...]. Por mi parte, estoy segura de tener buenas
excusas para mi silencio, tras haber pasado por un viaje tan fatigoso, [...] un gran
número de griegos, franceses, ingleses e italianos bajo nuestra protección desfi-
lan por mi casa durante todo el día, y te aseguro que entre ellos hay señoras muy
amables, porque ningún cristiano puede vivir a gusto bajo este gobierno sin la
protección de un embajador, y el peligro es tanto más grande cuanto se es más
rico.
Las historias de peste tan espantosas que habéis oído tienen en realidad muy poco
fundamento. Confieso tener muchas dificultades para familiarizarme con esa pala-
bra que siempre me ha inspirado ideas terroríficas, aunque estoy convencida de
que no se trata más que de una fiebre. La prueba es que hemos atravesado dos o

30
Hay varias ediciones de las Cartas, todas posteriores a la muerte de Montagu en 1762 por un cáncer de mama. Las
reediciones han incorporado las cartas menos conocidas e incluso añadido sus poemas.

–97–
tres ciudades muy afectadas por la infección. En la casa vecina a la que dormía-
mos han muerto dos personas de ella. Por suerte para mí, me engañaron tan bien
que no supe nada de este asunto, y me hicieron creer que nuestro ayudante de
cocina, que enfermó estando allí, no tenía mas que un enfriamiento serio. No obs-
tante, dejamos a nuestro médico para que lo cuidara; ayer llegaron sanos y ahora
estoy en el secreto: tenía la peste. Hay muchas personas que sobreviven a ella,
porque el aire no siempre está infectado. Estoy persuadida de que se podría erra-
dicar la peste muy fácilmente de aquí, al igual que en Italia y en Francia, pero
produce aquí tan poco daño que no se preocupan mucho, y se conforman con
padecer esta enfermedad que sustituye a todas nuestras variedades que les son
completamente desconocidas”.

En la misma carta, Lady Mary describe el procedimiento empleado para com-


batir la viruela y la percepción que tenían sobre esta enfermedad:
“A propósito de enfermedades le voy a contar algo que le produciría, estoy segu-
ra, el deseo de estar aquí. La viruela, tan fatal y frecuente entre nosotros, aquí es
totalmente inofensiva gracias al descubrimiento de la inoculación, (así es como la
llaman). Existe un grupo de mujeres ancianas especializadas en esta operación.
Cada otoño, en el mes de septiembre, que es cuando el calor se apacigua, las per-
sonas se consultan unas a otras para saber quién de entre ellos está dispuesto a
tener la viruela. Con este propósito forman grupos y cuando se han reunido (habi-
tualmente unos quince o dieciséis), la anciana acude con una cáscara de nuez
llena de la mejor materia variolosa. Pregunta qué vena se ha elegido. Pincha rápi-
damente con una aguja gruesa en la que se le presenta (esto no produce más dolor
que un vulgar rasguño) e introduce en la vena tanto veneno como cabe en la punta
de la aguja y, después tapa la pequeña herida con un pedazo de la cáscara vacía;
pincha de la misma manera cuatro o cinco venas. Los griegos tienen como cos-
tumbre, por superstición, pinchar una vena en medio de la frente, otra en cada
brazo y en el pecho, trazando así el signo de la cruz, pero esta práctica tiene desas-
trosas consecuencias, ya que todas estas heridas dejan pequeñas cicatrices, y los
que no son supersticiosos prefieren que se les pinche en las piernas o sobre una
parte del cuerpo que permanezca cubierta. Los niños o jóvenes pacientes juegan
juntos durante el resto del día y se encuentran en perfecta salud hasta el octavo
día. Entonces comienza a subirles la fiebre y guardan cama durante dos días, rara
vez tres. Excepcionalmente, les salen veinte o treinta pústulas en la cara, que
nunca dejan marcas, y en ocho días están tan repuestos como antes de padecer la
enfermedad. [...] Cada año, miles de personas se someten a esta operación y el
embajador francés dice con complacencia que aquí se toma la viruela a modo de
divertimento como en otros países se toman las aguas. No se conoce ejemplo de
alguien que haya muerto por ello y puede creer que la experiencia me parece tan
inofensiva, que tengo la intención de ensayarla en mi querido hijo”.

Lady Mary muestra más adelante una clara decisión: “soy lo bastante patriota
para tomarme la molestia de poner de moda en Inglaterra este útil descubrimiento
y no dejaría de proporcionar todos los detalles por escrito a ciertos médicos nues-
tros si conociera alguno que tuviese tanta virtud como para renunciar a parte de sus
ingresos por el bien de la humanidad, pero esta enfermedad es demasiado lucrati-
va para ellos: nos arriesgamos a exponer a su resentimiento al audaz pionero que
ose intentar ponerle fin. Puede que, si vuelvo viva, tenga el valor de guerrear con-

–98–
tra ellos”. Curiosamente, Sarah, la destinataria de la carta, morirá por viruela, nueve
años después.
Lady Mary toma partido por la causa de la inoculación. Ha tenido conversacio-
nes con Timoni, al que Edward Wortley ha contratado para trabajar junto al médico
de la Embajada, Charles Maitland. En marzo de 1718, estando su marido de viaje en
Sofía, Lady Mary indica a Maitland que inocule a su hijo de cinco años. Ha decidi-
do por sí misma.
La iniciativa se repite cuando vuelven a Londres. Es el turno de la hija pequeña
de los Wortley. No había sido inoculada en Constantinopla para evitar que su nodri-
za se contagiase. Maitland, que los ha acompañado, será de nuevo quien supervise
la operación. Esta vez hay notables espectadores. La Princesa Carolina, esposa del
Príncipe de Gales, junto a otros miembros de la familia real y varios médicos de la
Corte, entre ellos Sir Hans Sloane, presidente de la Royal Society y médico perso-
nal de los Reyes. Todos presencian la primera inoculación efectuada por sanitarios
en Inglaterra, abril de 1721.
Maitland recibe poco después permiso para llevar a cabo un ensayo clínico. Seis
condenados a muerte de la prisión de Newgate, tres hombres y tres mujeres, acep-
tan inocularse a cambio del perdón. Se llamó el Real Experimento y corría el 9 de
agosto de 1721. El procedimiento es supervisado por médicos de la corte junto a
otros 25 colegas, miembros de la Royal Society y del Colegio de Médicos. Los pre-
sos sobreviven, incluso uno de ellos que es expuesto al contacto con dos niños enfer-
mos de viruela. Quedan libres. Se repite otra vez y con igual éxito la experiencia,
tomando esta vez como sujetos a seis niños del hospicio de Westminster. Finalmen-
te, el 17 de abril de 1722, la Princesa de Gales hace inocular a sus dos hijas, Ame-
lia y Carolina. La práctica adquiere así un cierto nivel de aceptabilidad entre la clase
médica inglesa (MOULIN, CHUVIN, 2001, HOPKINS, 2002, BARQUET, 1997,
MOORE, 1815).
La noticia del experimento trasciende popularmente por el seguimiento que
efectúa la prensa contando sus excelentes resultados. Otro médico inglés, Mead,
hace la prueba de inoculación a la manera china en una joven, también encarcelada.
Aunque inicialmente lo pasa mal y sufre complicaciones, se recupera y también
obtiene el perdón. Sobre la diferencia entre las dos técnicas inoculatorias, escribe el
Padre d’Entrecolles, mostrando su admiración por la cultura china:
“Puede que se crea que el método chino es más suave y menos peligroso que el
método de Inglaterra, que lo hace por medio de incisión. Ésta lleva inmediata-
mente el fermento variólico a la masa de la sangre, en lugar que en la práctica
de los chinos donde son espíritus sutiles los que se insinúan por los nervios olfa-
torios. La levadura variólica tiene sin duda su especie de veneno: pero sea frío o
caliente [...] debe ser más peligroso, cuando se injerta en las carnes vivas, que
cuando es insinuado por la inspiración o la deglución”31.

31
Citado en Moulin AM. L´Aventure de la vaccination, ed. Fayard. 1996, p. 60.

–99–
Hay voces que se alzarán, no obstante, contra la nueva medida preventiva. El
reverendo Edmund Massey, que había predicado acerca de los “beneficios” de la
peste como manifestación del juicio divino, atacó la variolización por evadir el
“Castigo de Dios”. El pastor Wagstaffe criticó que “una experiencia hecha por muje-
res ignorantes, de un pueblo analfabeto e irreflexivo, se introdujera en el Parlamen-
to de una de las naciones más civilizadas”. Lady Mary contesta a este último con un
elogio de la variolización que pone en boca de un “mercader turco”: “yo no vendo
drogas, no tomo dinero, solo quiero persuadir a la gente de la seguridad y del carác-
ter razonable de esta simple operación”32.
El debate acompañará siempre a la variolización. Lady Mary abandonará In-
glaterra en 1739, para no volver hasta después de la muerte de su marido. Le sobre-
vive un año, fallece en agosto de 176233.

EXIGUOS RESULTADOS
La variolización nunca se practicó de forma masiva. En consecuencia, no obtu-
vo un resultado efectivo sobre la enfermedad. La excepción es quizá Inglaterra, país
donde alcanzará su mayor cobertura, aunque solo a partir de la mitad del siglo
XVIII. Por el resto de Europa se extiende muy lentamente, a medida que los médi-
cos la van conociendo y aceptando. Controvertida, efectuada de manera intermiten-
te, mal utilizada por algunos desaprensivos en busca de dinero fácil, su historia occi-
dental, en cuanto que práctica médica oficializada, será corta.
Contribuye a su difícil implantación un conjunto de factores. En primer lugar, la
falta de convencimiento de algunos médicos sobre su beneficio para la población. Al
éxito inicial del Real Experimento inglés sigue un desgraciado incidente en el que
mueren dos personas y que se atribuye a la inoculación. El hecho levanta suspica-

32
Tanta oposición la obligó a publicar de forma anónima en el Flying Post, 1722 “A Plain Account of the Inocula-
ting of the Small Pox by a Turkey Merchant”, donde explica las ventajas y principios de la inoculación. Texto
encontrado por HALSBAND y citado en MOULIN, CHUVIN, 2001.
33
Aunque abandona a su marido, mantiene toda su vida correspondencia con él. Escribe poesía, hace crítica litera-
ria, viaja por Italia y sur de Francia, es criticada por algunos, como Pope, antaño su admirador. Considerada por
algunos como la mujer inglesa más interesante de su época, independiente, excéntrica, todo un personaje. Amiga
de Addison o Swift, escribió sobre los Viajes de Gulliver “se trata de un libro fuera de serie, de gran elocuencia,
con el que (Jonathan Swift) ha buscado conmover y persuadir al público de que los seres humanos no son nada
más que bestias”. SAVATER la elogia en un artículo (El País, 20/10/2001), donde apunta su valoración del papel
de la mujer otomana y su actitud civilizada “no puede tenerse por culta a la persona que sólo conoce su propia
cultura.... es absurdo hablar de choque de civilizaciones: sólo hay una civilización, la que proyecta más allá de
las limitaciones culturales con las que uno ha nacido y nos urge a comprender, aunque no forzosamente a com-
partir, las restantes formas que ha sabido darse el espíritu humano”. Recoge también su carta al abate Conti, ya
de vuelta de Turquía, donde Lady Mary finge envidiar a los que no viajan y por tanto nada añoran, los felices
ingleses que creen que el vino griego es repugnante y su cerveza sublime, los que consideran que los higos o las
frutas exóticas no son comparables a un buen filete de buey y acaba diciendo. “¡Ojalá Dios me permita a mí tam-
bién pensar así para, contentándome a partir de ahora con la nublada luz que este cielo nos dispensa, sepa olvi-
dar poco a poco el estimulante sol de Constantinopla”. Volvió a disfrutar, sin embargo, del sol del Mediterráneo
durante su voluntario exilio. A los 69 años contaba “no me he mirado al espejo desde hace once años” y prueba
de su fino sentido del humor, dicen que fueron sus últimas palabras: “Ha sido todo muy interesante”.

–100–
cias sobre el método. En segundo lugar, las objeciones provenientes del sector reli-
gioso. A las ya mencionadas puede añadirse, como un ejemplo más, que desde el
púlpito de la iglesia del hospital de San Andrés se predicó contra ella, mostrando la
inoculación como una obra infernal y un don de Satanás. Un tercer elemento de
rechazo es la probabilidad de padecer e incluso morir por la propia viruela tras ser
inoculado. Con el riesgo añadido de que se transmitieran durante la intervención
otras enfermedades, como la sífilis o la tuberculosis. Había que ser valiente y deter-
minado para correrlo.
La publicación de estadísticas constituye, por otra parte, un argumento favora-
ble. James Jurin observa que la tasa de letalidad por viruela en niños no inoculados
era de uno sobre catorce frente a uno sobre noventa en inoculados (BARQUET,
1997). La posición activa de los miembros de la Royal Society y la depuración de la
técnica disminuyendo los efectos secundarios, también jugaron a favor.
Otro dato indica que durante los primeros años de la inoculación solo la reci-
bieron un millar de personas con una mortalidad del dos por cien. Es, por decirlo así,
la estadística oficial. Aunque no hay que olvidar lo que está ocurriendo paralela-
mente a esa actividad, al debate en pro o en contra, donde intervienen las “fuerzas
vivas” de la sociedad. En ciertas regiones de diferentes países, la propia Inglaterra,
España, Francia o Dinamarca, las clases desfavorecidas, los campesinos, practica-
ban a su manera, de unos a otros o por medio de curanderos, una inoculación que
nunca fue registrada.
La situación en el resto del continente europeo fluctúa de un país a otro. El
esquema es casi siempre el mismo y guarda semejanza con lo ocurrido en Inglate-
rra, aunque no llegue a popularizarse como allí. La clase médica tiene conocimien-
to de la técnica, se ensaya, se publicitan algunos resultados, se inocula algún perso-
naje conocido de la sociedad y se abre un debate. Vienen luego los éxitos o fracasos
en la aplicación práctica. Intelectuales, científicos, médicos o filósofos, toman segui-
damente posición y disertan o escriben sobre las ventajas o inconvenientes de la
variolización. La intermitencia en la mayor o menor actividad inoculadora está con-
dicionada por el momento epidémico. Si se produce un brote o la muerte de un ilus-
tre, se renueva el ímpetu; si declina la epidemia, se paraliza la acción. Los brotes
afectan a las clases populares de las zonas más densamente pobladas o donde se
producen otros motivos de hacinamiento como, por ejemplo, las aglomeraciones de
tropas durante una guerra.
La difusión en Francia se inicia con ciertas discusiones entre la clase médica que
llevan a realizar un experimento de inoculación en París a cargo del doctor Eller.
Posteriormente y como recoge Rubin de Celis (1773): “La aprobación Real en
Inglaterra de la técnica de la variolización hizo que algunos en Francia pensasen
sobre ella, para lo cual contribuyó mucho la carta impresa de Mr. La Coste, dirigi-
da a Mr. Dodard, Médico del Rey Cristianísimo, en la que hacía conocer teórica-
mente el método de la inoculación. Dice, que el Duque Regente se hallaba dispues-

–101–
to a mandar hacer la experiencia, pero la muerte, que corta toda idea, hizo lo pro-
pio con la de este Príncipe, con cuyo motivo se opusieron los médicos franceses a
tal novedad, la que fue llamada de muchos Nefanda”. La carta fue impresa en París
en 1723, La Coste había recogido en Londres datos auténticos sobre la inoculación
y publicó el resultado de su viaje, abogando por la medida34.
La Condamine (uno de los más activos difusores del método) cita en su segun-
da memoria sobre la inoculación (1759) que el texto de Timoni era conocido en
Francia e incluso fue discutido en el Consejo de Regencia durante el período 1713-
1725, pero al igual que con la carta, las autoridades médicas no se mostraron favo-
rables al método. Por tanto, los franceses recibieron en seguida las noticias proce-
dentes de Inglaterra sobre la inoculación, aunque mostraran un inicial rechazo, al
que contribuyó, sin duda, la aparición de casos con fatales consecuencias entre indi-
viduos inoculados. Ejemplo de ello es el episodio de los trece soldados inoculados
en Cremona; murieron cuatro y el resto quedó malparado.
En 1723 Louis Duvrac presenta una tesis en la facultad de Medicina de París en
la que tacha a “la inoculación de criminal, a los que la practican de impostores y a
los que la reciben de engañados” (BAZIN, 2000, p. 16). Hecquet, médico janse-
nista, en sus Razones contra la inoculación (1724) quiere “devolver la inoculación
a Circasia, ya que es una prueba del libertinaje médico” (MOULIN, 1992).
El debate francés tiene un añadido respecto al inglés. Como consecuencia de la
rivalidad entre ambos países, algunos franceses utilizaban como argumento que la
inoculación no podía ser buena por provenir de Inglaterra.
Entre los defensores de la variolización se encuentra Voltaire (1694-1778) que
en sus Cartas Filosóficas (1734) incluye una, la undécima, titulada “Sobre la inser-
ción de la viruela”:
“Se rumorea en la Europa cristiana que los Ingleses son locos y rabiosos: locos, porque
dan la viruela a sus hijos para impedirles tenerla; rabiosos, porque transmiten alegre-
mente a sus hijos una enfermedad cierta y horrorosa, con el objetivo de prevenir un mal
incierto. Los Ingleses, por su parte dicen: los otros Europeos son cobardes y desnaturali-
zados; cobardes, porque temen hacer un poco de daño a sus hijos; desnaturalizados, por-
que los exponen a morir un día de viruela. Para juzgar cual de las dos naciones tiene
razón, he aquí la historia de esta famosa inserción de la que se habla en Francia con tanto
miedo”.

Voltaire, que había viajado por Inglaterra, relata a continuación el método Cir-
casiano y su difusión como estrategia comercial:
“Las mujeres hacen la incisión a sus hijos incluso a la edad de seis meses hacién-
doles una incisión en el brazo e insertando una pústula que han recogido con
cuidado del cuerpo de otro niño... lo que ha introducido esta costumbre en Cir-
casia es la ternura materna y el interés... son pobres y sus hijas bellas, con ellas

34
LA COSTE M. Lettre sur l´inoculation de la petite vérole, comme elle se pratique en Turquie et en Angleterre,
adressée à Mr Dodart, París, 1723.

–102–
trafican vendiéndolas a los harenes y a los que son ricos para mantener esa pre-
ciada mercancía ... educan a sus hijas en la manera de acariciar a los hombres,
en bailar danzas lascivas, en encender el deseo de aquellos a los que son desti-
nadas. Esas pobres criaturas repiten a diario esa lección con sus madres, de la
misma manera que nuestras hijas repiten el catecismo, sin entender nada. La
viruela puede frustrar las esperanzas puestas en esa educación. Llega la viruela
a una familia y una hija muere, otra pierde un ojo, otra se desfigura y esas pobres
gentes se arruinan. Cuando la viruela se hace epidémica, el comercio se inte-
rrumpe durante años y los serrallos tienen una notable disminución de muje-
res”.

El interés para los circasianos en la inoculación, como forma de conservar un


negocio, es palmario. Voltaire cita luego a Lady Mary y a la princesa de Gales, por
esa época convertida en Reina y a la que describe como una “filósofa amable naci-
da para impulsar las artes y el bien de los hombres”. Ambas son, a su juicio, las
impulsoras de esa práctica. Se duele de que 20.000 personas murieran en la epide-
mia de 1723 en París y lanza dardos muy claros: “somos gente muy extraña, puede
que dentro de diez años adoptemos este método inglés, si los curas y los médicos lo
permiten; o bien los franceses, en tres meses, utilizaran la inoculación por fantasía,
si los ingleses la descartan por inconstancia”. Esa crítica resume las confusas posi-
ciones en su país y la suya, indudablemente a favor, encuadrada en el movimiento
de los “filósofos”. Ensalza también la práctica china por aspiración nasal “como el
tabaco en polvo, forma más agradable e igualmente efectiva”.

DE NUEVO, UN ESCLAVO
Al otro lado del Atlántico, en Nueva Inglaterra, también llegan noticias sobre la
inoculación. La historia tiene en este caso como iniciales protagonistas a dos bosto-
nianos, un reverendo blanco y su esclavo negro.
El primero, Cotton Mather (1663-1728), fue uno de los primeros graduados en
Harvard, institución que presidía su padre. Ordenado como Ministro de la North
Church de Boston en 1685, inicia una carrera pastoral que le convertirá en el máxi-
mo representante del puritanismo calvinista, característica de los primeros colonos
ingleses. De fe inquebrantable, escritor prolífico, luchador contra la herejía, tuvo una
gran influencia en la incipiente sociedad norteamericana. Respetaba poco a los
indios, por paganos, y es tristemente conocido por su activa intervención en los des-
graciados sucesos ocurridos en Salem. En 1692, más de doscientas personas fueron
encarceladas y juzgadas por brujería, lo que llevó el terror a la ciudad durante die-
ciocho meses. El proceso inquisitorial, desencadenado por la absurda acusación que
vierten unas niñas sobre su criada, conduce a la horca a una treintena de personas, en
su mayoría mujeres, las brujas de Salem. Mather fustigaba con sermones y atizaba la
histeria colectiva en su desmedida lucha contra Satanás, incluso acudía a presenciar
las ejecuciones. En 1693, relata sus opiniones sobre los juicios en su libro Maravillas
del mundo invisible. Su vida, sin embargo, también está vinculada con la viruela.

–103–
En 1706, compra a un esclavo llamado Onésimo. Según refiere el propio Mather,
Onésimo provenía de los míticos Garamantes, la civilización perdida del Sahara. Por
razones de fuerza mayor, el esclavo se ve convertido en bostoniano de adopción.
Onésimo cuenta a su amo que había sido inoculado (lo llama operación) contra
la viruela en su lejana tierra y que por eso es inmune a la enfermedad. Mather com-
prueba que otros esclavos de Boston tienen también las marcas de la inoculación,
siempre practicada en África. Numerosos esclavos, transportados en condiciones
detestables, viajeros sin nombre y sin papeles, bautizados en una extraña religión,
obligados a tomar el apellido del amo, se enfrentarán a un futuro incierto y vejato-
rio. Sólo tendrán por compañía sus recuerdos de África y una marca en la piel. Una
cicatriz perdida en la memoria de su infancia secuestrada. Será la única protección
que tengan algunos. Otros, no inoculados en su remota tribu, también serán pasto de
la viruela durante las epidemias del Nuevo Continente.
Años después de este episodio, en 1714, Mather recibe a un médico escocés,
Douglas, que se establece en Boston y que ha viajado por Europa. Trae cartas de pre-
sentación para “el hombre más importante de la ciudad”, obviamente el propio
Mather. William Douglas, único Doctor en Medicina de Massachussets, le hace lle-
gar una copia de la publicación de Timoni sobre la inoculación en la Royal Society.
Mather lee también la de Pylarini en 1716. Escribe a Woodward, miembro de la
Sociedad, y le manifiesta su interés en que los médicos de Boston conozcan más
sobre el tema, a la vez que comunica el antecedente narrado por Onésimo años antes.
Pasa el tiempo y no se toma una decisión.
Los acontecimientos se suceden a partir de abril de 1721. Hay dos barcos ingle-
ses anclados en un muelle de Boston. En uno de ellos, el Seahorse, hay dos negros
enfermos de viruela y varios miembros de la tripulación la están incubando. La epi-
demia no se hace esperar, será el peor brote del siglo. El otoño dejará los cemente-
rios llenos de muertos por viruela. Las familias quedan destrozadas, se instala un
miedo paralizante, las campanas tocan a muerto durante todo el día. Hay que hacer
algo, no basta el aislamiento ni la cuarentena. El inicio de la epidemia ha coincidi-
do, paradójicamente, con la inoculación de la hija de Lady Mary por Maitland al
otro lado del océano.
Mather urge a los médicos para hacer algo más, surgen las reticencias. Final-
mente, Zabdiel Boylston un médico formado en la propia región, acepta ensayar el
método. Inocula a su único hijo y a dos esclavos negros; todos quedan inmunes. Las
reacciones negativas no se hacen esperar, la sociedad bostoniana no comprende que
se pueda inocular a alguien la enfermedad. El ambiente se vuelve hostil. Uno de los
opositores a la medida será William Douglas. Mather y Boylston son acosados. El
primero recibe un atentado en su casa, una granada que no explota. Sin embargo, los
problemas para Mather no acaban ahí. Un compañero de su hijo Samuel, estudiante
en Harvard, muere de viruela. Sin dudarlo hace inocular a su hijo; será el único, de
los dieciséis que tuvo, en sobrevivirle (HOPKINS, 2002).

–104–
La exactitud en el relato de los acontecimientos, se debe a que durante la mayor
parte de su vida Cotton Mather escribió un diario, publicado tras su muerte.
Las claves de la polémica desatada y que lideran Mather frente a Douglas está
en la lucha entre el poder religioso y el médico. Mather imponía su autoridad sin
consultar a los científicos y creía además desde su puritanismo que la enfermedad
era una forma de expiación de los pecados. Douglas defiende la teoría del contagio
persona a persona, pero actúa de manera clásica, conservadora, aunque sea él quien
mostró a Mather los escritos de Timoni, necesita más evidencias sobre la bondad del
método.
Boston tenía entonces unos 11.000 habitantes. El desenlace estadístico de la epi-
demia, que ha durado un año, resulta de 844 muertos entre 5.980 enfermos, con una
mortalidad del 14%. Boylston, desafiando las críticas, ha inoculado a 244 personas
de los que mueren 6, solo un 2,4% (HOPKINS, 2002).
El devenir de los protagonistas muestra a un Mather que deja de escribir su dia-
rio y muere cuatro años después, en 1728. Douglas con el paso del tiempo cambia-
rá de opinión. Durante la nueva epidemia de 1730 será el más preclaro defensor de
la inoculación. Boylston recibe el reconocimiento y es elegido como miembro de la
Royal Society en 1726.
Finalmente, cabe citar a un aprendiz de periodista, que trabajaba durante la epi-
demia de 1721 en un diario bostoniano defensor de las tesis anti-inoculadoras. Con
el tiempo, el joven cambiará su actitud hacia la medida. En 1730, ya es editor de la
Gaceta de Pensilvania. La inoculación ha llegado a Filadelfia, su hijo no la recibe y
muere de viruela. Desde entonces será un gran defensor de la práctica. Se trata de
Benjamín Franklin, descubridor del principio de conservación de la electricidad,
inventor del pararrayos, político que ayuda a redactar el acta de independencia ame-
ricana y personaje muy querido por los ilustrados europeos.

SEGUNDA PARTE DEL SETECIENTOS


No es hasta mediados de siglo cuando la variolización se propaga por Europa de
forma más visible. La balanza de la discusión se irá inclinando en favor del método,
y sus defensores adquieren ventaja.
En 1746 se funda en Londres el Hospital para la Viruela y la Inoculación, desti-
nado a cuidar de los pacientes inoculados en periodo de contagiosidad y al trata-
miento de los indigentes que padecían viruela. El mismo Rey se pone a la cabeza
como protector, dando el empleo de Presidente al Duque de Malborough. En 1755,
el Colegio de Médicos de Londres da un espaldarazo a la inoculación declarándola
“importante y precisa al género humano” y el obispo de Worcester funda una socie-
dad de propagandistas de la misma.
En Francia, el movimiento intelectual iniciado con Voltaire se activa.

–105–
DOCUMENTOS SOBRE LA INOCULACIÓN DE VIRUELAS

Manuel Rubín de Celis, 1773. Jaime Menós, 1781.

Francisco Gil, 1784. Timoteo O’Scanlan, 1784.

–106–
Charles Marie de La Condamine (1701-1774), matemático, naturalista y miem-
bro de la Academia de las Ciencias, que había quedado seducido por la inoculación
tras un viaje por Argelia, Chipre, Alejandría y Constantinopla, se muestra como
fogoso defensor del método. La Condamine formó parte en 1735 de una expedición
a Perú. Pretendían medir un arco de meridiano de un grado en el ecuador. Iba acom-
pañado de Bouger, Godin y de los españoles Jorge Juan y Ulloa. En su viaje de vuel-
ta, que luego relatará admirablemente en un libro, desciende el Amazonas. La des-
cripción de la “quinquina” y el caucho se deben a él.
En 1754 publica su Memoria sobre la inoculación de la viruela, donde señala la
mortalidad que podía haberse evitado si el método se hubiera implantado antes en
Francia. Esta obra sobre la inoculación será una de las más difundidas. Otros ilus-
trados como D´Alembert o Bernoulli también se suman a la causa inoculadora.
El ginebrino Theodore Tronchin (1709-1781), quizá el médico más célebre de
Europa en su tiempo, conocido por promover el ejercicio físico y ser reacio a méto-
dos cruentos como la sangría, fue un gran activista de la inoculación. En 1748, ejer-
ciendo como inspector del Colegio de Médicos de Ámsterdam, se desencadena un
brote de viruela. Tronchin hace las primeras inoculaciones en la ciudad, dando
ejemplo sobre un hijo suyo. Hacia 1749 practica la inoculación en Suiza y en 1756
es llamado para inocular en París a los dos hijos del Duque de Orleáns. Su fama y
la de la práctica se extienden por el continente.
Existe un curioso cruce de relaciones entre algunos de estos personajes. Voltai-
re, que era un recalcitrante hipocondríaco y tenía la cara marcada por una viruela
pasada en la infancia, tenía como médico personal a Tronchin, que lo cuidó durante
la larga estancia del filósofo en Suiza. Voltaire no tenía celo de su médico, pero sí
de La Condamine, del que envidiaba su éxito en la propagación del método. Benja-
mín Franklin, en su viaje a Europa fue a visitar a Voltaire, por el que sentía gran
admiración y que le transmitió el entusiasmo por la inoculación.
Noruega, Dinamarca (se inocula el príncipe Real) y Suecia (es famosa la meda-
lla acuñada en Gotemburgo en honor de la inoculación) adoptan el método durante
los años 1754-56 (O´SCANLAN, 1784)35. Ambos países construyeron hospitales a
tal fin.
La Condamine en su afán divulgador, hace un viaje a Italia animando a partici-
par a la gente en los experimentos de la inoculación; en 1755 se prestaron a ello dos-
cientos toscanos. En 1756 se hizo una experiencia pública promovida por el gobier-
no de Florencia en el hospital Real de Santa María de los Inocentes; seis niños fue-
ron inoculados. Dos años después Berzi introdujo la inoculación en Padua, propa-

35
En la medalla se ve de una parte el Ara de Esculapio, y una Sierpe en aspecto de ofender, con la cual se repre-
senta la enfermedad de las viruelas, y en ella se lee Sublato jur nocendi, y por el reverso : ob Infantes civium feli-
ci ausu cervatos, con el nombre de la Condesa de Geers, que mereció la primera este premio, por haber hecho
inocular a sus hijos.

–107–
gándose la práctica por toda Italia gracias al esfuerzo de otros médicos como Guar-
nieri, Battini o Pierotti.
La aportación italiana más notable para la variolización corre a cargo de Ange-
lo Gatti, médico de la Facultad de Medicina de Pisa. En sus publicaciones,36 edita-
das en Bruselas en 1764 y 1767, deja claro que la “materia variolosa” se introduce
en el cuerpo desde el exterior, transmitiéndose de persona a persona y reproducién-
dose a sí misma en el organismo indefinidamente. Contradice así la creencia de que
la viruela aparece de manera innata. Gatti introdujo algunas innovaciones en el
método como sustituir las incisiones por ligeras picaduras en el brazo utilizando un
alfiler. Efectuó distintas inoculaciones: en Pisa, en la Corte de Nápoles, a dos prin-
cesas de la Casa de Lorena o a la hija del Duque de Aguilón. No se escapó tampo-
co de la polémica. Los médicos de la Academia de Medicina no se ponían de acuer-
do para aceptar el método, Gatti llegó a ofrecer un premio de 1.200 libras esterlinas
al que probara que la viruela maligna o natural era capaz de invadir al previamente
inoculado.
En la misma década se produce otro importante avance. Se debe a los Sutton,
una saga de cirujanos radicada en el condado de Suffolk, cerca de Londres.
Robert Sutton, que se había hecho inocular en 1753, a la edad de cincuenta años,
comienza a pensar en lo desagradable que le había resultado la operación. Decide
que hay que suavizarla y cambia el concepto. Prepararla con un régimen dietético
ligero, hacer ejercicio y tomar el aire. Nada de la desagradable purga y la dieta
estricta durante un mes con aislamiento en una habitación cerrada. Efectuarla de
manera minuciosa y con la menor agresión posible, vía intradérmica. Añadía a esto
un brebaje secreto de su invención, hecho quizás a base de mercurio y del que pro-
clamaba sus virtudes.
El éxito no se hizo esperar y a partir de 1762 los clientes no cesaron de llegar.
Con la ayuda de sus seis hijos, Daniel fue el más famoso, construyeron unas insta-
laciones en las que disponían de más de cincuenta camas para los inoculados. El
número de pacientes era tal, que tuvieron que contratar a otros médicos para que los
ayudaran. Daniel Sutton inoculó en un solo día a 440 pacientes. Se dice que en un
período de ocho años inocularon a más de 70.000 personas. Enseñaban a otros la
técnica inoculatoria a cambio de cien libras y de que la ejercieran lejos de ellos.
Cobraban diez libras por paciente, incluyendo el cuidado post-operatorio. Su “trata-
miento completo”, restando inocuidad y peligro, contribuyó a la popularización del
método. Cuando Jenner empezó a ejercer como médico, la innovación suttoniana era
muy conocida y él mismo la practicó.
La variolización se sigue extendiendo por Génova, Holanda, Noruega, Prusia,
Austria y Alemania. En Viena, la Emperatriz María Teresa hizo inocular a los dos

36
GATTI A. Nouvelles reflexions sur la pratique de l´inoculation, Bruxelles, Musier fils, 1767.

–108–
jóvenes archiduques (Fernando y Maximiliano) y a la archiduquesa Teresa, hija
única del Emperador José II. El mismo año, 1768, Thomas Dimsdale inocula a la
Emperatriz Catalina y al gran Duque de Rusia, difundiéndose rápidamente por Rusia
y Siberia. Los zares, convencidos de la bondad de la medida para su pueblo, crearon
sanatorios de inoculación. Dimsdale fue el mayor difusor en Europa del método
“suttoniano”, aparte de ellos.
La muerte del rey Luis XV de Francia en 1774 por la viruela, animó a su suce-
sor Luis XVI y a toda su familia a inocularse. Los franceses, tan reticentes a la vario-
lización, la aceptaron a partir de entonces, no sin añadirle un punto de frivolidad.
Pusieron música al acontecimiento y Favart hizo interpretar en un teatro la pieza “La
inoculación o la fiesta del castillo”. Entre las damas de la Corte se puso de moda lle-
var en el pelo unas cintas llamadas “bandas a la inoculación”.
Señala Hopkins la interesante contribución de Heberden al describir la varicela
como una enfermedad distinta de la viruela, en 1768. Gracias a esto se aclaraba la
confusión que existía al interpretarse como un ataque de viruelas la aparición de
varicela y, por tanto, como una de las razones de fracaso de la inoculación.

LA INOCULACIÓN EN ESPAÑA
España llega con cierto retraso a la variolización. Hay algunas referencias a
lugares donde se realizaron inoculaciones durante la primera mitad del XVIII. Se
dice que la conocían los aldeanos de Lugo37, que la practicaron el médico de Jadra-
que D. José Sánchez Caseda (1730)38, “el Dr. D. Andrés García Vázquez en 1748 da
por primera vez un informe de la operación para insertar las viruelas”39, y el Dr.
Serrano en la serranía de Buitrago, en el pueblo de Campillo de Ranas y su anejo de
Majadelrayo (1750). Son antecedentes aislados que confirman el hecho de que hasta
la séptima década del Setecientos “dormía en España semejante operación a pesar
de las noticias que por las gacetas extranjeras se recibían de su felicidad”
(O´SCANLAN, 1784, p. 115).
Al intento de imprimir una versión española de la Memoria (1754) de La Con-
damine, el Tribunal del Protomedicato dictaminó su “no procedencia por ser la
práctica del remedio perjudicial para la salud pública”. Los firmantes del dictamen,
emitido en agosto de 1757, eran profesionales del prestigio de Gaspar Casal, Andrés
Piquer o José Amar (RIERA, 1985). Estas reticencias de la clase médica más influ-
yente fueron secundadas por varios religiosos de la época. La postura oficial era, por
tanto, claramente contraria a la variolización.

37
LORAIN. Jenner y la vacuna. Conferencia histórica. Madrid, 1877.
38
Ver en capítulo 12, el “Mito de Jadraque”. Cf. RAMÍREZ, 1999.
39
PIQUER A. “Dictamen del Tribunal del Real Protomedicato al Supremo Consejo de Castilla sobre la inoculación
de las Viruelas (24 de julio de 1757)”. Obras póstumas. Imp. Joaquim Ibarra, Madrid, 1785.

–109–
Como ocurre en otros países, la crónica de la inoculación en España es, en buena
parte, el resultado de la polémica entre sus partidarios y sus detractores. Algunos
detalles contribuyen a que su propagación sea más dificultosa que en otras países
europeos: no se da una figura emblemática del tipo de Wortley-Montagu que actúe
como propagandista, tampoco manifiesta un interés especial por la medida algún
miembro señalado de la Corte, no surgen intelectuales con opiniones favorables
como los Enciclopedistas, no se escenifica un experimento público del método y se
carece de la tradición de elaborar registros como los Bills of Mortality ingleses.
Los partidarios se convierten en francotiradores que la van practicando en dife-
rentes lugares del país. Algunos narran sus resultados, siempre con precauciones
hacia el Protomedicato, en forma de discursos o apologías. La Real Academia Matri-
tense se opondrá a la inoculación hasta el año 1792 por creer que era “un método
propagador de epidemias”.
Dos médicos irlandeses afincados en España, Timoteo O’Scanlan y Bartolomé
O’Sullivan junto a Miguel Gorman, Francisco Salvá, Francisco Santpons o Ruiz de
Luzuriaga, son los más destacados partidarios de la inoculación en España.
Durante la sexta década del siglo se practican inoculaciones, a veces de manera
semiclandestina, por profesionales quirúrgicos. Es cuando aparecen los primeros
textos impresos en España sobre el tema. Las Disertaciones (1767) de Antonio Cap-
devila y Juan Esparrallosa, la obra de Manuel Serrano El mejor específico de las
viruelas (1768) con los resultados de sus experiencias en las provincias de Guada-
lajara y Segovia, cuando era médico de Majalderayo, la Disertación sobre la inocu-
lación de viruelas (1769) de Francisco Rubio, que sigue los pasos de Serrano publi-
cando sus experiencias, aunque los censores del Protomedicato emitan un informe
desfavorable del libro.
Es, a partir de 1771, cuando comienza a generalizarse la inoculación en España.
El procedimiento utilizado hasta entonces era el método griego. Miguel Gorman
viaja a Londres ese mismo año para aprender con los Sutton la técnica inoculatoria:
“Con esta graduación, y lentitud de tiempo iba la inoculación ganando alguna
aceptación en España, y no es poco el crédito que debe al Doctor Don Miguel
Gorman, entonces Médico del Regimiento de Hibernia, y ahora Proto-Médico de
los Reynos de Buenos Ayres quien habiendo ido a Londres para aprender el méto-
do del famoso inoculador Sutton, a su vuelta en Mayo de 1772 inoculó en Madrid
a dos hijos, y a un negro, y una criada del Excelentísimo Señor Conde de
O’Reilly; a un hijo del Excelentísimo Señor Don Luis de Urbina, a dos niños, y
una hija del Señor Don Gaspar de Montoya, Ayuda de Cámara del Rey, y a otros
muchos con tal felicidad, que fue un espectáculo de admiración para la Corte, en
donde no se habían visto inoculaciones practicadas metódicamente, quedando
desde entonces establecida y difundida en esta Capital la inserción entre mucho
profesores...” (O’SCANLAN, 1984, pp. 119-20).

El autor de este texto, Timoteo O’Scanlan, médico irlandés afincado en España,


constituye una figura central en la breve historia de la inoculación española. O´Scan-

–110–
lan efectuó numerosas inoculaciones a partir de 1771 en Ferrol, Coruña, Madrid,
Algeciras o Ceuta. Formado en Inglaterra y París, donde se doctoró en 1754, estaba
al tanto de las corrientes médicas europeas y conocía la Memoria de La Condami-
ne. Empleado en el Regimiento de Hibernia, Proto-Médico del Real Hospital y del
Departamento de Marina del Ferrol, es allí donde el 5 de agosto de 1771 varioliza a
Ventura, la hija de cuatro años de Joaquina Ibarra. A pesar del buen éxito de la ope-
ración, ese año sólo inocula a 17 personas. Posteriormente inoculará en diversas ciu-
dades, efectuando listados de las personas que se prestan a ello y que incluyen a su
propio hijo en 1775. Su actitud favorable al método queda reflejada en sus tres obras
clave40: Práctica moderna de la inoculación (1784), La inoculación vindicada
(1786), Discurso sobre la utilidad, seguridad y suavidad de la inoculación (leído en
la Real Academia de Medicina de Madrid (1779) y Ensayo apologético sobre la ino-
culación (1792).
En la primera de ellas, además de defender la inoculación, hace un recorrido his-
tórico señalando a los más afamados inoculadores como: Gatti, Petit, Tissot, Dims-
dale, Monro, Sutton o Gandoger. Reconoce como pioneros del método en España al
grupo de médicos vascos que afrontaron una epidemia en 1771 y, sobre todo, a José
de Luzuriaga, el médico de Bilbao que el 14 de mayo de 1771 inoculó al hijo del
Director de la Sociedad Económica Vascongada, iniciando más de 1.200 inocula-
ciones en aquella zona entre 1771-72. En un curioso ejemplo de estrecha colabora-
ción entre colegas, incluye una carta en la que Francisco Salvá le cuenta la historia
de la inoculación en Cataluña. En ella se refiere al médico José Pascual como pio-
nero en la región, ya que la practicó esporádicamente en Vich en 1766.
Dedica la obra al Conde de Campomanes, uno de los personajes más significa-
tivos de la Ilustración, y también adjunta en dos anexos finales su propia lista de ino-
culados de 1771 a 1784.
Después de participar como médico en las campañas de Portugal y Gibraltar,
O’Scanlan se establece en Madrid donde llega a ser miembro de la Real Academia
Médica.
En España, encontramos, pues, varios grupos de inoculadores que intentan crear
un clima favorable hacia el método entre la opinión pública. Además del grupo
vasco (los Luzuriaga), tenemos a los que inoculan en Galicia (O´Scanlan, O´Sulli-
van, Benítez Gálvez, Gorman, Echandi), los catalanes (Salvá, Santpons, Balmes,
Guell), valencianos (Ellerker, Botella, Plana, Capdevila) o los andaluces (Esparra-
llosa, Abad, Montero). Es muy significativa la obra de Rubín de Celis41 (1773) rela-
tando sus ventajas.

40
La primera es un manuscrito titulado Discurso sobre la utilidad, seguridad y suavidad de la inoculación, proba-
blemente leído en la Real Academia de Medicina de Madrid en 1779.
41
RUBÍN DE CELIS, M. Carta histórico-médica escrita a un amigo suyo sobre la inoculación de las viruelas, en
la que se explica el origen de esta práctica, los efectos de ella, el modo de ejecutarla y sus ventajas, Imp. Juan
Lozano del Supremo Consejo de Indias, Madrid, 1773.

–111–
En toda la geografía hispana se están realizando inoculaciones. ¿Pero qué pasa
en Madrid? ¿Qué opina la Corte o los eminentes miembros del Protomedicato?
Ya se ha visto que la tendencia era poco alentadora. Sin embargo, que el Proto-
medicato estuviera en contra, no fue óbice para que algunos médicos se manifesta-
ran a favor. También está demostrado que en la Corte se conocía perfectamente el
procedimiento, así lo atestigua la numerosa correspondencia oficial. Ricardo Wall,
secretario de Estado de Carlos III, hace en 1762 un elogio de la inoculación. Se
conocían desde 1772 las inoculaciones de Gatti en la Corte italiana de Dos Sicilias
en Nápoles, el propio Rey Carlos III escribe a su hija Carolina (Reina de Dos Sici-
lias) en 1778 aludiendo al procedimiento. El Conde Campomanes, un ferviente ilus-
trado, conocía la obra de Thomas Dimsdale y la de La Condamine. En realidad todos
conocían la obra del francés ¡aunque el Protomedicato rehusara imprimir la versión
traducida! El Padre Feijoo, tomando los datos de las Memorias de Trévoux, hizo
públicos los ensayos de inoculación ejecutados por médicos ingleses y también la
defendió.
La resistencia en la capital fue grande. José Amar42 (1774), Jaime Menós43
(1781), Vicente Gorraiz44 (1785), con sendas obras en contra, o las disputas científi-
cas recogidas en la Gaceta de Madrid, donde el propio Gorraiz, Pinilla o Fernández
lanzaron diatribas atacando el método, ponen de manifiesto un grupo de anti-inocu-
ladores tan amplio como los que estaban a favor. Piquer razona en contra afirman-
do: “¿cómo puede ser lícito comunicar de propósito una enfermedad como las virue-
las a un hombre, que tal vez nunca las hubiera tenido, y que por la aplicación es
contingente que se muera? Gorraiz la considera inmoral, “la inoculación es enfer-
medad, o es un mal que sin necesidad se introduce en la naturaleza: luego es mala:
luego prohibida: luego se comprende en el precepto”.
A pesar del Protomedicato se inoculaba en Madrid, incluso llegaron a denunciar
ante Carlos III que se hacía tal práctica. Los defensores, con más contacto con la
medicina ilustrada, van venciendo las resistencias. Les ayuda la publicación de datos
estadísticos: en 1790, el Diario de Madrid publicó varios artículos indicando los
excelentes resultados de la inoculación, y los dictámenes de Rubio o de Salvá indi-
caban las excelencias del nuevo método, resaltando que moría sólo un inoculado por
cada cien. Durante los veinte años transcurridos desde el inicio de la inoculación,
O´Scanlan señala, en 1791, que: “se inocularon en España más de 31.000 personas,
muriendo tan solo 15 o sea 1 en 2.106, cuando de igual número de acometidos de
viruela natural hubieran fallecido más de 4.514”, realmente parecía pocos inocula-

42
AMAR y ARGUEDAS J. Instrucción curativa de las viruelas, dispuesta para los médicos y acomodada para
todos, Imp. Joachim Ibarra, Madrid, 1774.
43
MENÓS y DE LLENA J. Memoria contra la inoculación, Imp. Ignacio Abadal, Manresa, 1781.
44
GORRAIZ BEAMONT y MONTESA VF. Juicio o dictamen sobre el proceso de inoculación, presentado al tri-
bunal de los sabios, para que la juzguen, por el Dr. en Medicina D. Francisco Salvá y Campillo. Imp. Joseph Lon-
gas, Pamplona,1785.

–112–
dos para toda una nación. Lo explica “porque la opinión que reina en nuestra penín-
sula, no solo entre la plebe, sino entre algunos de la gente ilustrada, ha sido la
muralla más fuerte y hasta aquí impenetrable para la inoculación en España, Ingla-
terra, Irlanda y otros reinos de Europa, muchos años ha que inoculan con felicidad
y aciertos: pero nuestra península lo admira, sí, más todavía no lo imita con la
generalidad que conviene”. Los anti-inoculadores afirmaban que esa estadística era
falsa.
O’Scanlan en su Ensayo apologético de 1792 vuelve a decir: “que se consigna-
ba que habiendo muerto en varias epidemias 279.289 personas, si se hubieran
sometido a la inoculación, hubieran solo perecido 53, salvándose 279.234”. Pero
Pedro Fernández insiste en contra: “O quitarles a las viruelas inoculadas la nota y
perversa calidad de contagiosas, o no inocular”. Siempre encontraban casos graves,
complicaciones, secuelas o defunciones como argumento contra el método.
Finalmente, y de manera tardía, los cirujanos regios Antonio Gimbernat e Igna-
cio Lacaba comienzan a efectuar inoculaciones. La Casa Real toma así mismo una
decisión, decretando la Cédula de 30 de noviembre de 1798, en que “se decide fue-
sen inoculados, oído el dictamen del primer médico de Cámara D. Francisco Mar-
tínez Sobral, el Príncipe heredero de la Corona y sus dos hermanos los Infantes D.
Carlos y D. Francisco de Paula”. Los antecedentes de la familia Real con la muer-
te por viruela, diez años antes, del infante D. Gabriel, su esposa la Infanta Doña
María Victoria y una hija de ambos, había sensibilizado a Carlos IV. Desgraciada-
mente el heredero de la Corona enfermó gravemente al undécimo día de inoculado
y así mismo las Infantas María Luisa (rostro desfigurado) y María Amalia (grave
oftalmía) quedaron con secuelas. El médico de Cámara sufrió tantos sinsabores
durante esas semanas que, a decir de un compañero, sobrevive pocos días a la preo-
cupación y muere.
El tiempo de la inoculación aceptada en España coincide con los primeros ensa-
yos de la vacunación de Jenner. Nunca fue bien aceptada, nunca hubo una cobertu-
ra inoculadora que permitiese medir sus efectos, determinar su impacto epidemioló-
gico. Sin embargo, formó a una gran cantidad de médicos en la técnica y creó un
debate del que luego se beneficiará la vacunación.
Hemos citado antes cómo se introduce tempranamente la inoculación en Nueva
Inglaterra, a través de Mather y Boylston. En La América Hispana se propaga al
mismo tiempo que en la metrópoli, aunque las noticias médicas oficiales la recojan
solo a partir de 1775.
La Condamine en su Viaje a la América Meridional escribe:
“Diciembre de 1743.- La inoculación los salva a todos.- Hace 15 ó 17 años un
misionero carmelita de las cercanías de Pará, viendo que todos los indios morían
unos tras otro, y habiendo aprendido por la lectura de un periódico el secreto de
la inoculación, que hacía furor en Europa, juzgó, prudentemente, que utilizando
este remedio podría al menos convertirse en dudosa una muerte que, empleando

–113–
los remedios ordinarios, era demasiado cierta. Un razonamiento tan sencillo no
podía por menos que ocurrírsele a cuantos eran capaces de reflexionar y que,
viendo el estrago ocasionado por enfermedad, oían hablar del éxito de la nueva
operación; pero este religioso fue el primero en América que tuvo el valor de
ponerla en ejecución. Había perdido ya la mitad de sus indios; otros muchos
caían enfermos diariamente; se atrevió a inyectar la viruela a todos los que aún
no habían sido atacados, y no perdió ni uno solo. Otro misionero siguió su ejem-
plo con el mismo éxito”. (RAMÍREZ, 1999).

En una carta del Marqués del Socorro publicada en la Gaceta de Madrid (1790),
éste relata que:
“El año de 1766, hallándome de Gobernador y Capitán General de la provincia
de Caracas, padecía aquella capital desde el de 64, una epidemia rigurosísima de
viruelas, tanto que de ellas moría el treinta y seis por cien: en vista de este estra-
go hice venir de la isla francesa La Martinica un médico francés acreditado en la
inoculación, pero vino enfermo y sin poder practicar aquel remedio, fue preciso
que se retirase. Luego llegó en un navío del comercio con las Canarias D. N. Per-
domo, médico muy conceptuado en aquellas islas, y de especial conocimiento de
la inoculación. Al cuidado de éste hice hacer un primer ensayo en nueve mucha-
chos de cuatro a nueve años, el segundo en doce de nueve a diez años, que pre-
sentaron sus padres o amos; y el tercero en veintitrés personas de diez y ocho a
cuarenta, y todos salieron con la mayor felicidad: vistos estos buenos sucesos de
la inoculación, la permití en la provincia por mano de aquél médico dando prin-
cipio por cuatro de mis hijos; en efecto, recibiéronla hasta cinco mil personas de
diez y ocho a cuarenta, y todos salieron, con la mayor felicidad y con tanta dicha,
que no sé que muriese otra que una señora que se arriesgó a la operación, ocul-
tando cierto mal que padecía, y D. N. Aponte, que se hizo inocular clandestina-
mente por un cirujano francés. Se inocularon inmediatamente los Marqueses de
Toro y toda su dilatada familia con el más feliz suceso: el Maestre de Campo D.
Juan Nicolás de Ponte y su mujer, que tendrían sesenta años, con sus hijos y escla-
vos en número de veinticinco personas.[...] el buen suceso general dio tanta con-
fianza a aquel numeroso vecindario, que los que para evitar el contagio de cruel
natural vivían dispersos en el campo, habían vuelto a la ciudad, y los amos lle-
vaban la inoculación a los esclavos de sus haciendas, y aún los padres pobres
inoculaban a sus hijos por sí mismos, todo con el más feliz suceso cuando dejé
aquél mando en principios del año 1771”. (RAMÍREZ, 1999).

Estos documentos prueban que, bien a través de religiosos o de autoridades


gubernativas, cuando se producía algún brote, y a pesar de la oposición de la clase
médica dominante, se tomaban decisiones. Ciertamente estas intervenciones fueron
tan ocasionales que resultan anecdóticas. Los médicos manifestaban su resistencia,
igual que ocurría en España, por creer que el método transmitía la enfermedad y era
poco seguro.
La inoculación se practicó en Lima durante 1778, en Santa Fe de Bogotá en
1792 y en México en 1797.
Los textos sobre la inoculación de la viruela eran suficientemente conocidos por
los médicos de Ultramar. Muchos de ellos se habían formado en Europa o provení-

–114–
an de allí. Las obras de La Condamine o la del Padre Feijoo a favor de la práctica o
las disertaciones en contra como la de Francisco Gil (Madrid, 1784, reeditada en
México en 1788) reproducían el debate europeo. Gorman, el inoculador que fue a
aprender con los Sutton, además de inocular en Galicia, lo hizo tiempo después en
Buenos Aires.
Un elemento diferencial con lo que sucedía en España era, sin embargo, la
población nativa. Marcados por una religión recién adquirida, iletrados, pobres y
desprotegidos, sin huellas epidémicas y carentes, por tanto, de protección de grupo,
fueron los que más enfermaban. Esas mismas razones les hacían reacios a la inocu-
lación “Algunos indios dicen que Dios les envía la enfermedad, pero no permitirán
que los españoles se la pasen a ellos y a sus hijos” (RODRÍGUEZ DE ROMO,
1997).
Mientras tanto, la viruela recorría imperturbable su camino de desolación. Epi-
demias en México durante 1762 con 10.000 muertes, o la de 1779 con 44.000 vícti-
mas. En esta última cobró especial relevancia la controvertida figura de Esteban
Morel. De oscuro origen y perseguido por la Inquisición, elabora para el Cabildo
civil un documento donde informa de la utilidad de la inoculación para combatir la
epidemia. Además de redactar el texto, se ofrece para inocular personas. El Dr. José
Ignacio Bartolache dictamina favorablemente y aunque el virrey Martín de Mayor-
ga acaba también por apoyarlo “que se reserven y construyan una o varias salas en
San Hipólito para que sean inoculados todos aquellos que voluntariamente quieran
someterse a esta operación, una vez que el tribunal del Protomedicato haya deter-
minado si su empleo en época de epidemia pueda ser útil o no”, apenas se inoculó
nadie. La disertación de Morel, elitista y compleja, defiende la inoculación desde la
perspectiva económica y refiere que es ventajosa para las clases acomodadas, por
cuanto preserva la belleza femenina. Su fundamento científico resulta, no obstante,
muy sólido ya que reproduce trabajos como el de La Condamine (SOMOLINOS
D´ARDOIS, 1961, RODRÍGUEZ DE ROMO, 1997).
La consecuencia posterior de esta iniciativa se visualiza en la epidemia de 1797.
El virrey Branciforte, casado con una hermana de Godoy, el ministro de Carlos IV
que años después animará la Expedición de Balmis, famoso por su lealtad al Rey y
por su corrupta rapacidad, afronta el problema con calculada ambigüedad. Sortea la
oposición del Protomedicato afín a las teorías anti-inoculadoras de Gil y promueve
la revisión del trabajo de Morel-Bartolache. Un sencillo folleto sobre la manera sen-
cilla de practicar la inoculación, dará como resultado una mayor adherencia al méto-
do, que acaba apoyando el estamento religioso y patrocinando las autoridades civi-
les. Los datos de este brote parecen indicar un menor número de víctimas respecto
al anterior, que algunos atribuyen a la variolización.
José Celestino Mutis también simboliza una decidida apuesta por la actividad
inoculatoria en territorio americano. En 1782, publica el folleto “Método general
para inocular las viruelas”, que el virrey Caballero y Góngora se encarga de difun-

–115–
dir entre la población. Para acercar las medidas profilácticas a la población, se dis-
tribuyeron hojas volanderas, escritas en lenguaje asequible y tituladas “Recetas para
viruelas” (RAMÍREZ, 1999). La resistencia entre el colectivo médico constituyó, a
pesar de todo, el mayor freno a la implantación del método.
Otro activo pro-inoculador fue el protomédico José Flores, que tendrá más
tarde relación con el proyecto de Balmis y que en su país, Guatemala, escribía
sobre la inoculación en 1794. El interés de su obra estriba en que pone el foco de
atención en los indios, cómo convencerles, cómo escoger al más inteligente y ense-
ñarle a inocular, en transmitirles el significado del proceso (RODRÍGUEZ DE
ROMO, 1997).
Durante le epidemia de viruela que sacude a Lima desde 1802 a 1805 y aunque
los trabajos de Jenner y la posterior Expedición de Balmis ya constituían una nueva
forma de abordar el problema, todavía se practicaba la inoculación, arrastrando su
sempiterna controversia: “la inoculación en lugar de ser un freno al contagio fomen-
tó la epidemia. Y el Superior Gobierno de la ciudad se vio obligado a prohibirla
bajo de fuertes penas dentro de la capital” (RAMÍREZ, 1999).

OCASO DE LA VARIOLIZACIÓN
La variolización se practicó en África, China y la India durante siglos, aunque
no hay indicios de que su impacto sobre la salud pública en estas regiones fuera
efectivo. Siempre se mantuvo como una forma popular de enfrentarse a la viruela.
Remotas regiones de estos continentes la seguían practicando cuando la enferme-
dad ya estaba en plena fase de erradicación mediante la vacuna. Se tiene noticia de
variolizaciones efectuadas en Etiopía en el año 1976, coincidiendo con los últimos
casos de viruela en el mundo. Podría decirse que la variolización nace con la irrup-
ción de la viruela como enfermedad desoladora y que se extingue con la propia
enfermedad.
Es posible que al ser introducida en Europa y América durante el Setecientos,
redujera los estragos de la viruela, pero son pocas las generaciones que podrían ates-
tiguar su beneficio al aparecer la vacunación jenneriana al final de ese siglo. Nunca
se liberó de las resistencias originadas por su capacidad de poder transmitir la
enfermedad, ya fuera al propio variolizado como a otros sujetos de la comunidad no
protegidos.
Federico el Grande escribía, el 18 de abril de 1778, respecto a la inoculación:
“Las dificultades que se oponen a esta obra, tan beneficiosa para la Humanidad,
deben acelerar su propagación, deben animar a los valerosos, en lugar de hacerles
perder los ánimos. Si bien no pueden vencerse, por el momento, estas dificultades,
el amor al prójimo debe hacer lo suyo para que se intente”.
Siempre fue un consuelo desesperado más que un remedio eficaz, aunque su
base conceptual fuera más lógica que la de otras medidas terapéuticas como el tra-

–116–
tamiento rojo, por ejemplo. Su llegada a Europa abrió, sin duda, un período de dis-
cusión, ensayos, reflexión y perfeccionamiento técnico que desembocaron en la
construcción del modelo empírico de Jenner.

Lista de los inoculados por Timoteo O’Scanlan durante los años


1771 al 1775, de su obra Práctica moderna de la inoculación
(1784), entre los que consta su propio hijo.

–117–
V
El modelo empírico
de la vacuna

An Inquiry into causes and effects of Variolae Vaccinae, a Disease, Dis-


covered in some of the Western Counties of England, particularly Glou-
cestershire, and know by the name of the Cow Pox, Edward Jenner, 1798.

–119–
El XVIII fue un tiempo atravesado de tensiones. Guerras sucesivas, individua-
lismo elitista, Revolución francesa, el contrato social o la percepción sensible, cons-
tituyen la argamasa de la Ilustración.
La medicina no permanece ajena a esa tensión, representada por dos concepcio-
nes diferentes, el racionalismo frente al empirismo1. La tradición continental de
grandes racionalistas como Descartes, Spinoza o Leibniz tuvo sus representantes
médicos en teóricos sistemáticos como Boerhaave, Stahl, Hoffman o Cullen, que
trataron de crear un sistema unificado o absoluto. Una tendencia de aproximación
más fraccionada a la naturaleza, heredera de las ideas de Locke y Hume, el empi-
rismo, se abrió paso, teniendo como pionero médico a Sydenham, cuya influencia
se extendió a lo largo del siglo.

EL SUSTRATO NECESARIO
La formación de los médicos se transforma gracias a la creación de facultades de
medicina y a la fundación de nuevos hospitales, construidos para dar asistencia a los
desfavorecidos. La enseñanza clínica se hace de manera más próxima al enfermo, la
especulación teórica cede ante los intentos de dar respuesta a los problemas mediante
experimentos y observaciones. John Hunter, seguidor de Sydenham y precursor de la
patología experimental, recoge muestras biológicas y llega a reunir una amplia colec-
ción de especímenes normales y patológicos, contribuyendo así a la noción de histo-
ria natural y a los estudios experimentales. James Lind, cirujano de la marina, lleva a
cabo una sencilla investigación sobre el escorbuto que demuestra la virtud curativa de
la fruta ácida sobre esta enfermedad. Efectúa el experimento a bordo de un barco de
la Armada, el Salisbury, empleando como sujetos a doce marinos enfermos, que divi-
de en seis parejas a los que da suplementos alimentarios diferentes. Así, observa la
mejoría espectacular de los dos marinos que reciben naranjas y limones en su dieta2.

1
KING SL. Clínica y patología de la ilustración. Gran Bretaña: empíricos y sistemáticos, en LAÍN ENTRALGO
P. Historia de la Medicina. Barcelona, 1973, vol. 5, pp. 63-7.
2
LIND J. A Treatise of the Scurvy in Three Parts, Containing an Inquiry into the Nature, Causes and Cure of That
Disease, togheter with a Critical and Chronological View of What has been published on the subject. Edimburgo.
Sands, Murray and Cochran, 1753.

–121–
En la Ilustración se empieza a hablar de medicina social, de la influencia sobre
la salud de las malas condiciones de vida, se intenta mejorar las estructuras de la
canalización de aguas o la situación higiénica de cárceles y hospitales. Johann Peter
Frank escribe su tratado de salud pública, el Sistema sobre una policía médica glo-
bal, donde expone que la miseria del pueblo es el fundamento del desarrollo de las
enfermedades.
Los problemas sanitarios del XVIII derivan del crecimiento poblacional, que
acarrea problemas de saneamiento en las aglomeraciones urbanas, ya que es nece-
sario eliminar residuos y abastecer de agua potable; y del crecimiento industrial, por
las consecuencias para la salud del trabajo en las fábricas. Gota, venéreas, fiebre
tifoidea o raquitismo constituyen las enfermedades frecuentes de la época. Sin
embargo, las sucesivas oleadas epidémicas de peste, malaria, disentería o viruela,
afectando a poblaciones enteras, era lo que ponía en situación de emergencia a la
clase médica, obligada a actuar con premura, hecho que estimuló la experimenta-
ción.
Desde una perspectiva de vacunología, hemos llamado al Setecientos el siglo de
la variolización. Un salto cualitativo va a producirse cuando las ideas de un inocu-
lador certificarán el ocaso de esa práctica sustituyéndola por un nuevo método.

DOS NATURALISTAS
El 17 de mayo de 1749 nace en Berkeley, un hijo del reverendo de esa pequeña
ciudad-mercado de Gloucestershire, al que llamarán Edward. Su padre es Stephen
Jenner, rector de Rockhampton y vicario de Berkeley, un hombre culto que une a su
condición de religioso la de pequeño terrateniente. A la edad de cinco años, en el
breve intervalo de unas semanas, mueren sus padres quedando el pequeño Edward
al cuidado de su hermano mayor Stephen, sucesor de su padre en la rectoría.
A los ocho años es inoculado para prevenirle de una epidemia de viruela que se
daba en la región. Le quedará un ingrato recuerdo: “Nos sangraban hasta que la
sangre se hacía traslúcida, nos purgaban hasta dejarnos la piel pegada a los hue-
sos y para conservar ese estado nos sometían a una dieta estricta a base de régimen
vegetariano”. Recibe una buena instrucción en distintas escuelas de la región. Allí
se le introduce en el conocimiento de los clásicos y crece en la profundidad de la
campiña desarrollando un amor por la naturaleza que conservará toda su vida.
Dotado de una notable capacidad de observación, desde pequeño distingue el
canto de cualquier pájaro, el nombre de las plantas de su vecindad o anota las cos-
tumbres de los insectos. Sus aficiones van desde buscar fósiles hasta la música o la
poesía.
Edward Jenner se orienta pronto hacia la medicina y con sólo trece años entra
como aprendiz de Ludlow, un cirujano afincado en Sodbury, cerca de Bristol.
Adquiere con él, durante los ocho años siguientes, una aceptable introducción en la

–122–
práctica médico-quirúrgica. Atento a las cosas, uno de aquellos días escucha las
palabras de una lechera de la zona: “yo nunca tendré viruelas porque he tenido virue-
la de las vacas (cowpox), no soportaré una fea cara marcada por las pústulas”. La
creencia formaba parte de la tradición local y quedó grabada en la mente de Jenner.
Estudiar medicina en aquella época era complicado. No te quedaba más reme-
dio que acudir a una de las escasas facultades existentes (Oxford o Cambridge),
caras y demasiado teóricas. La otra opción era entrar en un hospital, donde tenías la
oportunidad de obtener una buena enseñanza práctica. Jenner se desplaza a Londres
con 21 años, para estudiar cirugía y anatomía. Su destino es el Hospital de St Geor-
ges, su modesta plaza la de “curador quirúrgico”, su maestro John Hunter, su casa
la del propio maestro, uno de los primeros en tomar como inquilinos a algunos alum-
nos, de ahí lo de “alumno interno”.
La relación entre ambos será larga y fructífera. Tienen afinidades comunes. Hun-
ter, nacido en 1728, era también un hijo del campo. El más pequeño de una familia
de diez hermanos. Criado cerca de Glasgow es más aficionado a buscar nidos de
pájaros o a coleccionar insectos que a progresar en los estudios. A los 20 años inten-
ta sentar la cabeza y se va a Londres con su hermano mayor, William, reputado obs-
tetra y profesor de anatomía. John Hunter pasa por distintos hospitales. Muestra
tales aptitudes para la disección anatómica y la cirugía, que Percival Pott lo toma
como discípulo. Otro rasgo de Hunter es su poca habilidad en la comunicación
social. Huraño, colérico, aunque su hermano le hace tomar clases de lenguaje, siem-
pre será un malhumorado insociable. Inglaterra estaba librando la Guerra de los
Siete Años y Hunter se enrola en la Sanidad Militar. Pasa un año en el sitio de Belle-
Île en Mer. Aprovecha para estudiar y recoger especímenes de la zona, hace lo
mismo cuando lo trasladan a Portugal. De vuelta a casa es nombrado cirujano del
Hospital de St Georges, tiene 37 años y ya es conocido por sus trabajos sobre las
hernias y la placenta. A partir de entonces se dedica a la cirugía y a la ciencia expe-
rimental. Se hace construir una casa especial para criar animales con el dinero que
le proporciona el trabajo de cirujano: “Mi clientela es un honrado medio de surtir
mi corral y mi museo”. Ha empezado a construir lo que será el Museo Hunteriano
del Real Colegio de Cirujanos. Opinaba de la cirugía que: “practicar una opera-
ción es mutilar un enfermo, no curarle; las operaciones quirúrgicas deben ser con-
sideradas como consecuencia de la imperfección de nuestro arte”.
Sus enormes facultades y su espíritu investigador atraen a numerosos discípulos,
tanto ingleses como americanos. Toda una escuela que tendrá influencia en varias
generaciones de cirujanos. Hunter será considerado como uno de los grandes anató-
micos y el fundador de la patología experimental en Inglaterra.
Jenner aprende con Hunter, además de técnica quirúrgica, una manera de tra-
bajar. Como ayudante anatómico, Jenner le ayuda a ordenar y clasificar los especí-
menes biológicos que ha traído Joseph Banks procedentes del Endeavour. Es el
barco del célebre explorador James Cook que ha vuelto de su primer viaje. El botá-

–123–
nico Banks, observando el trabajo de Jenner, le ofrece un puesto bien pagado como
naturalista a bordo del Resolution en la segunda expedición de Cook. Jenner decli-
na la oferta. Ha pasado dos años en Londres, ha hecho buenas amistades, condiscí-
pulos como Everard Home o Henry Cline, futuros presidentes del Colegio de Ciru-
janos, ha aprendido lo que se proponía. Corre el año 1773 y vuelve a Berkeley. Tiene
veintitrés años. Se instala a vivir con su hermano Stephen y abre consulta como ciru-
jano rural. Pronto se hace popular por su destreza.

VOLANDO SOBRE EL NIDO DEL CUCO


Jenner, durante los primeros años de su vida profesional, se interesa por asuntos
muy diferentes, muchos de ello sin nada que ver con su oficio.
Con su amigo el conde de Berkeley construye un globo de hidrógeno que sobre-
vuela, sin pasajeros, una distancia de diez kilómetros para disfrute de los habitan-
tes del condado, que aún no conocían los aerostáticos. Como naturalista hace estu-
dios sobre la temperatura de los animales en hibernación o sobre el movimiento
muscular y el aparato auditivo de los peces. Lo mismo ensaya un método para puri-
ficar el tártaro emético, que recoge fósiles o estudia acerca del crecimiento de la
zorra y el perro. No ha perdido el contacto con Hunter, se cartean frecuentemente.
El maestro, además de animarlo en sus investigaciones, le pide especímenes de
animales de la zona3.
Una interesante aportación de Jenner, en la que fue pionero, es la de establecer
la asociación entre angina de pecho y alteraciones de la arteria coronaria. No publi-
cará la observación porque Hunter la padecía. Lo hará su amigo Parry después de la
muerte del maestro4.
Su trabajo le deja tiempo libre para ser miembro activo de sociedades médicas
rurales. Fue cofundador de la Gloucestershire Medical Society, cuya asamblea se
reunía tres veces al año en Rodborough cerca de Stroud. La formaban viejos ami-
gos, compañeros de clase y estudios, como Parry, al que dedicará su trabajo sobre la
vacuna, Hicks o Daniel Ludlow, el hijo de su primer maestro. También fue miembro
de la Convivio-Medical Society que se reunía cada miércoles en Alveston. Tocaba el
violín en una sociedad musical y llegó a escribir poesía.
En 1785, Jenner compra por 600 libras su casa de Berkeley, Chantry Cottage, y
en enero de 1786, viajando a un pueblo cercano, Kingscote, está a punto de perder
la vida por congelación en una tormenta de nieve. El nombre de ese lugar quedará
más tarde asociado a su vida.

3
Hunter incorporó muchas de las observaciones de Jenner en sus propios artículos publicados en Philosophical
Transactions of the Royal Society y en su libro Observaciones de ciertas partes de la Economía animal, Londres,
1786.
4
PARRY C H. An inquiry into the symptoms and causes of the syncope anginosa, R. Cruttwell, Bath, 1799.

–124–
Aficionado desde pequeño a la ornitología, dedica tiempo a efectuar observa-
ciones en ese campo. El cuco tiene la costumbre de poner sus huevos en los nidos
de otros pájaros. Jenner observa que el astuto cuclillo elige aquellos cuyos huevos
tienen un color parecido a los suyos. Además, su periodo de incubación es más
corto. Curiosamente, después de nacer, el pequeño cuclillo se queda solo. Los otros
huevos desaparecen del nido. Jenner cree que los pájaros arrojan a sus propios hue-
vos y se quedan con el cuco en adopción. Presenta una comunicación a la Royal
Society sobre el tema, pero la primavera siguiente descubre que se ha equivocado.
El propio cuco al nacer es el que empuja a los otros huevos fuera del nido. Para com-
probarlo, Jenner ha montado una red de ayudantes que vigilan durante meses los
nidos. Corrige el artículo y lo aceptan para su publicación en 1788. Como conse-
cuencia de esta aportación será elegido miembro de la Royal Society5.
Jenner estaba cualificado para ejercer como cirujano, pero no tenía el título de
médico. En su práctica profesional hacía pequeñas curas, algunas operaciones y,
dado su prestigio en la zona, actuaba un poco como médico de cabecera; aconseja-
ba a sus pacientes y en ocasiones era consultado por otros colegas. También practi-
caba inoculaciones.
La relación con Hunter marca esa etapa de su vida. El espíritu que la anima es
la aplicación del método científico, resumido en la carta que envía a Jenner el 2 de
agosto de 1775: “Yo pienso que tu solución es justa, pero ¿por qué pensar? ¿por qué
no intentar el experimento”. Hunter morirá el 16 de octubre de 1793 de un ataque al
corazón, poniendo fin a la amistad. La autopsia confirma que la causa de su muerte
es aterosclerosis de las arterias coronarias.

VIRUELA VACUNA
En 1788, Jenner se casa con Catherine Kingscote, tiene 39 años y ella 27. Cathe-
rine vivía en la misma población que lleva su apellido y donde Jenner casi muere
congelado. Data de esa época el dibujo de la mano de una lechera aquejada de virue-
la de las vacas, que envía a su amigo Everard Home, cirujano en Londres.
Al año siguiente nace su hijo primogénito, Edward, y en julio empieza la Revo-
lución Francesa. En noviembre, pasan unos días de vacaciones en Cheltenham, loca-
lidad en la que acabarán viviendo tiempo después. La amenaza de una epidemia de
viruela de los cerdos (swine-pox) hace que Jenner tome la arriesgada decisión de
inocular a su hijo y a dos criadas recogiendo el material varioloso del hijo enfermo
de una de ellas.
El 8 de julio de 1792, la Universidad de Saint Andrews, en Escocia, le otorga por

5
JENNER E. Observations on the Natural History of the Cuckoo, in a letter to John Hunter, esq, FRS, Philosophi-
cal Transactions, 1788, vol. LXXVIII, pp. 219-37.

–125–
Edward Jenner (1749-1823). (Grabado de Fontaine).

John Hunter (1728-1793).

Lesiones producidas en la mano de Sarah Nelmes, de las


que extrajo Jenner material para inocular a James Phipps
en 1796 (Fenner, 1988).

Blossom, la vaca con viruela vacuna de la que se contagió


Sarah Nelmes (Museo Jenner).

–126–
recomendación expresa de los médicos Hickes y Parry, el título de Doctor en Medi-
cina. La manera de concederle la titulación puede resultar curiosa. Como reacción
al monopolismo de Oxford y Cambridge, las universidades escocesas expedían títu-
los de Medicina si venían bien avalados, es decir, por currículo. Jenner nunca viajó
fuera de su país, sólo conoció su región y la capital, Londres. Tampoco viajó a Esco-
cia, el pliego con el título se lo remitieron por correo.
La técnica que conocía Jenner para inocular era la popularizada por los Sutton.
Sin embargo, durante sus años de práctica, va encontrando pacientes con resistencia
a la enfermedad. Al investigar, descubre que habían pasado con anterioridad la
viruela de las vacas (cow-pox). Jenner concluye que la viruela vacuna no sólo pro-
tege contra la viruela humana, sino que puede ser transmitida de un ser humano a
otro como un mecanismo de protección.
Durante muchos años toma notas sobre las inoculaciones que hacen, tanto él,
como su sobrino y ayudante quirúrgico, Henry Jenner. Observa que las erupciones
de las ubres de vacas infectadas son diferentes y que pueden transmitirse a las manos
de las lecheras. Pero solo una clase produce resistencia a la viruela y llama a este
tipo la “verdadera vacuna”. Ésta confiere inmunidad contra la viruela humana sólo
cuando la materia es tomada de “pústulas no demasiado viejas” de viruela vacuna.
El contacto de Jenner con la viruela es constante a lo largo de su vida. Guarda
siempre el recuerdo de su propia inoculación, de las palabras que escuchó en la cam-
piña siendo adolescente, ejerce como inoculador, comenta sus anotaciones con los
colegas. Cada vez que ocurre un brote epidémico en su región obtiene nueva infor-
mación sobre la forma de mejorar la técnica. En ese camino va experimentando e
hilvana su idea de proceder con un virus diferente al de la viruela.
Un ejemplo de su metodología es el Caso IV de su primera obra sobre el tema:
“En 1791, Mary Barge, de Woodford, fue inoculada con materia variolosa. En el
lugar de la inoculación apareció una inflamación rojo pálida y se extendió amplia-
mente, aunque esta desaparecía en unos cuantos días... Fue empleada varias veces
como cuidadora de pacientes, sin padecer ninguna enfermedad. Esta mujer había
tenido la viruela de las vacas (cowpox) cuando trabajaba en una granja treinta años
antes” (JENNER, 1798). Jenner se da cuenta de que el virus de la viruela puede pro-
ducir esa inflamación más rápido que la viruela en sí misma. También observa que
aunque la viruela vacuna (cowpox) da inmunidad contra la viruela humana (small-
pox), no la confiere para la viruela vacuna misma.
Entre tanto, en 1794 sufre un episodio de fiebre tifoidea que merma su salud y
al poco nace su segunda hija, Catherine. Se instalan por primera vez en Cheltenham
al año siguiente. Las estancias allí se irán alargando en lo sucesivo.
La historia de su hallazgo histórico es harto conocida. En mayo de 1796 apare-
ce un brote de viruela vacuna en la granja de uno de sus clientes. Una joven, quizá
la hija del granjero, se infecta. La culpable es Blossom, una vaca cuya piel es con-

–127–
servada como reliquia en la biblioteca del Hospital Saint Georges y su retrato en el
“Museo Jenner” de Berkeley. Jenner en sus cartas menciona el envío de pelos de
Blossom a sus amigos (BAZIN, 2000). La mujer, Sarah Nelmes, tiene cicatrices
frescas de viruela vacuna en una mano.
El 14 de mayo de 1796, Jenner obtiene el consentimiento para realizar un arries-
gado experimento por parte de los padres de James Phipps, niño de 8 años, sin his-
toria conocida de viruela. Extrae material de una pústula de la mano de Sarah Nel-
mes y lo deposita por medio de dos incisiones superficiales en el brazo del mucha-
cho. Éste desarrolla síntomas de viruela vacuna una semana después y luego se recu-
pera. El 1 de julio lleva a cabo una acción más audaz. Inocula a James esta vez con
pus de una paciente de viruela, lo ha variolizado. La reacción es mínima. James
Phipps no desarrolla la viruela ni siquiera tras otras inoculaciones, la protección es
completa. Algunos de los colegas médicos de Jenner como Gardner, esperan con
expectación. Otros lo condenan por el riesgo que está corriendo. James Phipps, sin
embargo, vivirá hasta avanzada edad. Jenner conservará siempre buena relación con
él. Incluso le ayuda, años después, al verlo en mala situación económica pagándole
el alquiler de una casa cercana a la suya.
Desde 1796 a 1798 no se presenta la viruela vacuna en los establos. Jenner tiene
que renunciar a sus experiencias. En 1798 aparece una nueva epidemia y retoma sus
trabajos. Va anotando cada caso de los nuevos pacientes inoculados durante esa pri-
mavera. Uno de ellos su tercer hijo, Robert, de once meses.
Jenner escribe un texto contando su investigación, que remite al Presidente de la
Royal Society, sir Joseph Banks. Se lo devuelven cortésmente argumentando que
son pocos casos y que está en contradicción con los conocimientos establecidos. Le
instan a no promulgar la idea si quiere conservar su reputación. Jenner no se arredra
y se costea él mismo la edición, que ponen a la venta dos librerías de Londres al pre-
cio de 7 chelines y 6 peniques.
El manuscrito lleva por título: “An Inquiry into Causes and Effects of Variolae
Vaccinae, a Disease, Discovered in some of the Western Counties of England, par-
ticularly Gloucestershire, and Know by the Name of Cow Pox”, “Informe sobre las
causas y efectos de la Variolae Vaccinae, una enfermedad descubierta en algunas
pueblos del Oeste de Inglaterra, en particular Gloucestershire y conocida con el
nombre de Viruela de las Vacas”; su autor ha cumplido 49 años.
Jenner inventa el término variolae vaccinae, para designar la viruela de las vacas
(cowpox). La dedicatoria del manuscrito, datada el 21 de junio, va dirigida a su
amigo Caleb Parry. Sale a la venta el 17 de septiembre de 1798. Tiene 75 páginas y
se basa en la descripción de 23 Casos que ha estudiado. Comienza con una intro-
ducción sobre medicina comparada en la que habla de las relaciones del hombre con
los animales y de los riesgos que puede tener la domesticación, por contagio de
enfermedades desde éstos hacia el hombre. El Caso XVI cita a Sarah Nelmes y el
siguiente cuenta la inoculación a James Phipps aunque no da el nombre del niño, que

–128–
se conocerá por las cartas de Jenner. Para describir la materia que tiene la viruela
vacuna introduce el término virus, entendiendo que el virus debe ser obtenido de la
vaca y da protección permanente contra la viruela humana. En el Caso IV describe
un tipo de reacción que se conoce ahora como anafilaxia (anaphylaxis), una hiper-
sensibilidad del cuerpo a una proteína o droga desconocida. En el texto asevera que:
“la viruela de las vacas protege a los humanos contra la viruela”6.

DIFUSIÓN CONTROVERTIDA
El manuscrito de Jenner no pasa desapercibido. Se difunde con gran rapidez y
obtiene entre la clase médica una aceptación desigual. Mientras unos se muestran
entusiastas, otros le dedican una crítica demoledora. Todos, sin embargo, quieren
probar por sí mismos la autenticidad de la medida, saber si es mejor que la varioli-
zación, si tiene menos efectos secundarios o si confiere más protección.
La variolización es, en ese momento, una práctica bastante común en Inglaterra
que aún comportando riesgos es aceptada. La novedad sugerida por Jenner va a
toparse con los intereses económicos de los variolizadores, que ven una amenaza a
su negocio. El natural escepticismo de algunos y la envidia de otros serán otras
barreras a superar.
Jenner viaja a Londres con su familia para hacer demostraciones del método.
Durante su estancia de tres meses no encuentra voluntarios. Ha llevado desde Ber-
keley una pequeña cantidad de “material de viruela vacuna”. Se lo confía a su amigo
Henry Cline, que inocula a un niño en presencia de Lister. La prueba resulta exito-
sa y la noticia se difunde.
Surgen inmediatamente los detractores. El primero de ellos el 12 de octubre,
apenas al mes siguiente de la publicación de su manuscrito. Se trata de Ingenhousz,
un famoso inoculador de Viena que se encuentra en Londres. Discípulo de Dimsda-
le, ha inoculado a miembros de la familia real austríaca y escribe a Jenner que “es
público y notorio que las personas que han tenido un ataque de viruela vacuna pue-
den padecer la viruela humana”.
A finales de año Simmons publica un opúsculo titulado “Experiencias sobre el
supuesto origen de la viruela vacuna” y Pearson otro de característica similar. La
obra de Jenner está produciendo desde el principio un gran interés. Le aconsejan ir
a Londres, tendrá ocasión de instalarse como vacunador y ganar dinero como hicie-
ron los Sutton o Dimsdale. Incluso le sugieren que no dé muchos detalles, que si
mantiene en secreto su técnica podrá obtener mejores dividendos.
Jenner no cede, prefiere quedarse en su campiña. Defiende sus postulados, escri-
be cartas y charla con sus colegas, pero se queda en Berkeley.

6
Although I presume it may be unnecessary to produce further testimony in support of my assertion “that the cow-
pox protects the human constitution from the infection of the smallpox”. JENNER, 1798.

–129–
William Woodville, otro inoculador, conoce el manuscrito mientras ejerce como
Director del Hospital de la Viruela y la Inoculación de Londres. En enero de 1799,
aparece un brote de viruela vacuna en una lechería de la ciudad. Acuden varios
médicos como Pearson, Banks o Willan y comprueban que las lesiones de las manos
del personal coinciden con las del grabado de Jenner, son las mismas pústulas.
Inmediatamente Woodville vacuna a seis pacientes y anota todas las reacciones, así
mismo se lo cuenta por carta a Jenner. Posteriormente la continuación de la expe-
riencia se hace en malas condiciones, hasta el punto de no poderse distinguir por la
similitud de los síntomas, entre variolización y vacunación. El desastre se amplía
cuando mandan a distintos lugares de Europa material vacunal mezclado con virus
de viruela. Por otra parte Pearson, médico del Hospital Saint Georges, decide orga-
nizarse por su cuenta. Da una conferencia sobre la viruela vacuna e intenta dirigir
un sistema de distribución de la misma entre los médicos. En su opúsculo llega a
cambiar el nombre de variola vaccinae por vaccinous eruption.
Jenner escribe una segunda obra en abril de 17997, Observaciones complemen-
tarias, donde intenta aclarar su concepto. Defiende que hay un “verdadero y un falso
cowpox”. El verdadero es el que proviene de la vaca y da el resultado esperado: una
reacción local ligera que cura al poco tiempo y deja al organismo preservado contra
la viruela. Es lo que ocurría tras un brote epidémico en un establo, cuando los vaque-
ros al ordeñar las vacas se inoculaban accidentalmente. En el falso cowpox (hasta
cuatro variedades del mismo llega a citar) no se producía el efecto deseado, por su
mala composición o degradación.
Woodville, después de su error al contaminar la materia de vacuna, mantiene la
opinión de que la efectividad de las vacunaciones con viruela vacuna es parecida a
la de la variolización. Pearson está a favor, pero quiere minimizar la paternidad de
Jenner sobre la idea, erigiéndose en presidente de un Institución para Inocular la
Viruela-Vacuna donde le ofrece un puesto secundario.
Demasiados intereses y errores en ese primitivo desarrollo de la vacunación.
Fallos conceptuales o de contaminación ya que utilizaban las mismas lancetas para
variolizar que para vacunar.
La polémica no para de crecer. Jenner, que ha comprado una casa en Chelten-
ham para vivir allí de manera estable, se desplaza a Londres; necesita recabar apo-
yos. El panorama está claro, hay un grupo de pro-vacunólogos (Ballhorn, Strome-
yer, Dunning, Lettsom), otro de anti-vacunólogos o anti-inoculadores (encabezados
por Moseley, médico londinense que pretende que los vacunados se iban a “bovini-
zar”) y finalmente el grupo de celosos anti-Jenner, encabezado por Pearson.
Edward Jenner consigue, tras entrevistarse con el Duque de York y lord Egre-

7
JENNER E. Further observations on the variolae vaccinae of cowpox, printed for the author by Sampson Low,
London, 1799.

–130–
mont, que el apoyo a Pearson se debilite. Finalmente, el 7 de marzo de 1800, acom-
pañado de lord Berkeley, es recibido por el Rey, que acepta le regale un ejemplar de
su libro. Días después lo recibe la Reina y ya de vuelta a casa, le testimonian reco-
nocimiento varios profesores de Oxford.
El procedimiento de Jenner ha probado su valor y este se vuelve muy activo en
promocionarlo. El método no solo es aceptado por médicos sino también por las cla-
ses influyentes del país, nobleza campesina, clérigos o maestros.
No cesa, sin embargo, la leyenda que intenta restarle mérito. Se citan dos ante-
cesores que practicaron con éxito en el entorno familiar la misma experiencia. Ben-
jamín Jesty, un granjero de Yetminster (Dorset) que vacunó en 1774 a su mujer e
hijos, y Peter Blett, un maestro holandés que hizo lo mismo en Hasselburg (Hols-
tein), en 1791, con tres niños. Aunque hubieran precedido a Jenner en efectuar la
práctica, son ensayos que no fueron difundidos, ni explicados razonadamente en el
ámbito científico. Pearson capitulará en su celo aceptando a regañadientes que “Jen-
ner es la primera persona que ha revelado al público el invento de la Inoculación
de la Vacuna”.
La “vacunación” tal como la concibe Jenner se va abriendo paso. En 1800,
Richard Dunning, cirujano de Plymouth y amigo suyo, introduce por primera vez el
vocablo8 en su libro Algunas observaciones sobre la vacunación y la vacuna virue-
la inoculada9. El reconocimiento del término como un proceso aplicable a otras
enfermedades que pueden combatirse mediante la administración de “virus atenua-
dos”, adquiriendo inmunidad frente a ellas, se deberá a Louis Pasteur. En 1881, lee
una comunicación en un congreso médico celebrado en Londres y deja acuñada la
palabra “vacunación” como método general extendido a otros agentes inmunizantes
“He dado a la expresión Vacunación una extensión que la ciencia, espero, consa-
grará como un homenaje al mérito y a los inmensos servicios prestados por uno de
los grandes hombres de Inglaterra, vuestro Jenner”. (MOULIN, 1996).

RECONOCIMIENTO Y HONORES
Jenner dedica gran parte de su tiempo a vacunar. A veces acuden hasta cuatro-
cientas personas por día a su casa de Cheltenham. En Berkeley un amigo construye
una cabaña en su jardín donde cada jueves Jenner hará vacunación gratuita. La caba-
ña se convierte en el Templo de la Vacuna. Durante un par de años (1801-1803) abre
consulta en Londres. Pero la vida en la gran ciudad no le interesa y decide trabajar
sólo en Cheltenham.

8
Los franceses opinan que el ginebrino Louis Odier fue el creador del término “vacuna”, cuando en agosto de 1799,
decide simplificar el “variola vaccina” de Jenner y el “petite vérole de vache” por el primero, mucho menos equí-
voco.
9
DUNNING R. Some observations on Vaccination and the Inoculated Cow-pox, Cadell and Davies, Londres, 1800.

–131–
Obras de Jenner sobre la historia natural del cuclillo (1788) y las migraciones de los pájaros (1824).

Jenner vacunando a un niño (estatua de Monteverde, 1873).

–132–
En febrero de 1803 se crea bajo el patronazgo de la familia Real la Royal Jen-
nerian Society for the Extermination of the Small Pox. En dieciocho meses vacunan
a 13.000 personas y envían a otras zonas o países 20.000 dosis de vacuna. La Socie-
dad perdurará hasta 1808 en que se crea la National Vaccine Institution, el futuro
programa nacional de vacunación.
Mientras los honores empiezan a sucederse, la vacuna se propaga por Europa y
América. Jenner descubre que la linfa tomada de pústulas se podía secar en un tubo
de cristal y conservarla hasta tres meses sin perder su efectividad. Esto facilitó el
envío de vacuna seca a largas distancias.
Entre los incontables difusores de la vacuna en Europa se encuentran: Jean de
Carro, Louis Odier, Luigi Sacco, Colladon, Aubert, François Colon, Careno, Mars-
hall, Friese, Davids. En España, Piguillem, Jáuregui, Ruiz de Luzuriaga, Salvá Cam-
pillo, Pedro Hernández o Bances.
En América uno de los primeros convencidos fue Benjamín Waterhouse, profe-
sor de la Harvard Medical School, que recibe en 1799 una copia del Inquiry man-
dada por Lettsom y que vacuna en julio de 1800 a su propio hijo. Daniel Oliver, de
cinco años, será el primer vacunado en América, con materia vacunal remitida por
Jenner. Éste también envía vacuna al presidente Thomas Jefferson que hará vacunar
a todos sus parientes de Monticello (la casa presidencial). Jefferson escribirá a Jen-
ner una carta agradeciéndole su descubrimiento y situándolo como uno de los gran-
des hombres de la medicina, “las generaciones futuras conocerán sólo por la histo-
ria, que existió la repugnante viruela y que por usted fue extirpada”10. Entre las per-
sonas vacunadas en esa ocasión figura el “último mohicano”, personaje que inmor-
talizará el escritor James Fenimore Cooper en su famoso libro. En la América espa-
ñola la difusión es facilitada por la activa labor de Balmis. Romay, Monzón, Arbo-
leya, Oller, Belomo, Muñoz o Serrano son algunos de los médicos que manifestaron
inicialmente su adherencia a la práctica vacunal.
La rápida propagación de la vacuna se justifica por varias razones. La impor-
tancia de la viruela como enfermedad que producía grandes estragos; las epidemias
recurrentes causaban tanta desolación y pérdidas humanas, que la clase médica y los
gobiernos estaban realmente preocupados por su coste económico y social. Jenner
aporta una esperanza tangible para combatirla, mejorando con su modelo la contro-
vertida variolación. Su hallazgo se enmarca en un periodo en el que toman carta de
naturaleza el espíritu ilustrado, el empirismo, la filantropía, la revolución francesa.
El hombre se siente un poco más igualitario y hace de esta medida general un sím-
bolo de esas ideas. Los gobiernos se aprestan a apoyarla, las sociedades médicas a
pesar de las fuertes controversias, también.

10
Carta dirigida a Jenner y firmada en Monticello por Thomas Jefferson, tercer Presidente (1801-1809) de los Esta-
dos Unidos de América, el 14 de mayo de 1806.

–133–
La obra de Jenner, su Inquiry, se distribuye y traduce (al alemán, italiano, holan-
dés, francés o latín) con inusitada rapidez. Desde el día de su publicación en Lon-
dres, pasan muy pocos meses para que se hagan ediciones en Viena, Hannover,
Ginebra, París, Lyon o Pavía (todas en 1799-1800). En 1800, el médico italiano
Aloisio Careno presenta al Rey Carlos IV de España un ejemplar en latín de la obra
de Jenner, traducida por él mismo, junto con una muestra de materia vacunal.
Jenner a partir de 1803 permanece en Cheltenham. Se ocupa de mantener corres-
pondencia con colegas europeos y americanos que le comunican sus experiencias.
Se reconcilia con Woodville. Acaba de obtener del Parlamento Británico una dota-
ción económica de 10.000 libras en reconocimiento a sus méritos, cinco años des-
pués, en 1807, recibirá otra aportación de 20.000. No es muy dado a participar en
homenajes públicos, aunque se sucedan los diplomas o medallas honoríficos, “los
honores me llueven por doquier, pero los honores no me permiten comprar carne de
cordero” (BAZIN, 2000). Obtiene un reconocimiento universal que le califica como
“benefactor de la humanidad”.
La magnitud de la obra y del personaje se sitúa por encima de las luchas políti-
cas y de las continuas guerras. Medió ante el Emperador de Austria o ante el Rey de
España11 para que liberaran prisioneros ingleses, lo que le fue concedido en más de
una ocasión. Gozó de la admiración del propio Napoleón que, en 1804, acuñó una
medalla12 en honor a su descubrimiento y en 1805, hizo obligatoria la vacunación en
el ejército francés. Jenner también se dirigió al Emperador para que liberara a dos
amigos suyos, Williams y el Dr. Wickam: “Y sucedió que la primera vez que el ilus-
tre Corvisart, médico del Emperador, presentó noblemente a su amo la carta del
sabio inglés, sin fijarse más que en lo que pedía iba a negarlo, cuando al ver la
firma, la amable Josefina dijo a su marido: “es de Jenner”, y Napoleón, tras refle-
xionar un momento, respondió: “Concedido; a ese hombre no le podemos negar
nada”(MARISCAL, 1923)”. Años después, en 1812, también media en el intento de
intercambio del capitán Husson, hermano del secretario del Comité Central de la
Vacuna en Francia, por el hijo del Presidente del Colegio de Médicos Inglés, Fran-
cis Milman (BAZIN, 2000).
El 15 de diciembre 1813 recibe el Diploma de Doctor en Medicina por la Uni-
versidad de Oxford, lo que le causa una gran alegría. Paradójicamente y pese a los
esfuerzos de sus amigos, nunca será admitido en el Real Colegio de Médicos. Jen-
ner no se enriqueció con su descubrimiento, tuvo que descuidar su consulta para
hacer frente a la actividad generada para defenderlo. Baron, íntimo amigo que here-

11
Se trataba de Pavel, un súbdito inglés apresado por nuestras tropas en Méjico durante la guerra con los ingleses.
12
La medalla conmemorativa porta en su anverso la imagen de Napoleón con la inscripción “Napoleón Imperator”
y en su reverso una imagen de Esculapio (dios romano de la medicina) protegiendo a la humanidad (Venus) junto
a una vaca y una lanceta para vacunar. La inscripción señala “La vaccine 1804. Andrieu. B. Denon Dir”. La meda-
lla se reprodujo en oro, plata y bronce. Jenner, curiosamente, ni figura citado ni su imagen es reproducida junto a
la del Emperador.

–134–
dó sus escritos y que fue su primer biógrafo13, reseña más de 46 títulos honoríficos
o diplomas que le fueron concedidos en vida. Entre ellos el de Miembro asociado de
las Sociedades Médicas de París, Avignon, Gard, Estocolmo, Munich, Massachus-
sets o Filadelfia. En España el 18 de agosto de 1803 es nombrado académico de la
Real Academia Médica Matritense. La Emperatriz de Rusia le mandará un anillo de
diamantes en 1801, después de ver con éxito la primera vacunación efectuada en su
país.
En 1810 muere su hijo Edward de tuberculosis y en 1815 su mujer Catherine.
En ese momento Jenner deja Cheltenham y pasa el resto de sus días en Berkeley. Se
siente viejo y cansado, vacuna gratuitamente en su Templo de la Vacuna, la vieja
cabaña. Vuelve a sus viejas aficiones, los fósiles, la geología y los pájaros. Su últi-
mo artículo, publicado después de su muerte, tratará sobre las migraciones de los
pájaros.
En 1820 sufre un pequeño ataque cerebral. La vida discurre tranquila, Jenner
actúa como juez de paz en Berkeley y saluda a diario a su vecino James Phipps, su
primer paciente. Una mañana del enero de 1823 lo encuentran inconsciente en el
suelo de su biblioteca. Tiene el lado derecho completamente paralizado, acuden
Baron, algunos familiares y Phipps, pero no hay nada que hacer, muere a primeras
horas del día siguiente, el 26 de enero, a la edad de 74 años. Edward Jenner es ente-
rrado junto a su esposa en el altar de la iglesia de Berkeley. La ceremonia es muy
sencilla, solo participan los allegados más próximos.
La casa que compró para Phipps se convierte en la sede del Museo Jenner, hasta
que una sociedad filantrópica adquiere Chantry Cottage donde es reubicado en
1985. Sus compañeros de logia masónica le erigen un monumento en la catedral de
Gloucester y en los Jardines de Kensington de Londres; en 1858, el Príncipe Alber-
to, esposo de la Reina Victoria, inaugura la estatua más conocida de Jenner, escul-
pida por William Calder Marshall y construida por suscripción internacional.
La enumeración de los recordatorios, homenajes, publicaciones o conmemora-
ciones sobre este personaje histórico harían una lista interminable. Tampoco ha esta-
do exento de críticos.
En España, como en el resto de países, su figura siempre ha sido respetada. En
el último capítulo se hace mención al homenaje celebrado en Madrid en 1923, con
motivo del primer centenario de su fallecimiento14. Los elogios son unánimes. El
poeta Quintana en su Oda a la Expedición Española de la Vacuna, escribe: “la Euro-
pa toda en ecos de alabanza/ con el nombre de Jenner se recrea; / y ya en su exal-

13
BARON J. The life of Edward Jenner. Henry Colbrun publisher, London, 2, vols. 1838.
14
Discursos leídos en la solemne sesión celebrada en la Real Academia Nacional de Medicina el día 25 de marzo
de 1923, bajo la Presidencia de S. M. el Rey, para conmemorar el Centenario de la muerte de Eduardo Jenner,
descubridor de la Vacuna. Por Mariscal, Pittaluga, Tello, Marañón, Gimeno y Ministro de Instrucción Pública, El
Siglo Médico, Madrid, 1923.

–135–
tación eleva altares, / donde a par de sus genios tutelares/ siglos y siglos adorar le
vea”.
Jenner, naturalista, cirujano, pertinaz observador, sensible y disciplinado, capaz
de experimentar, apasionado defensor de sus ideas, comprometido con su entorno,
nunca llegó a viajar más allá de su región natal, pero su obra dio la vuelta al mundo
persiguiendo al fantasma de la viruela. La historia de la vacuna, de sus avances o
dificultades, no ha hecho más que empezar. La del hombre sencillo de la campiña
ya está escrita, aunque se reinterprete muchas veces.

Medalla acuñada por Napoleón en honor al descubrimiento de


Jenner en 1804.

Firma de Edward Jenner.

–136–
VI
Avatares de una expedición

Tratado histórico y práctico de la vacuna de J.L. Noreau de la


Sarthe, traducido por F.J. Balmis en 1803.

–137–
Como hemos visto hasta ahora, el inicio del siglo XIX nos muestra una escena-
rio de la viruela en el que concurren los siguientes elementos.
Por un lado, el descubrimiento de la vacuna por Jenner ofrece posibilidades
de combatir la viruela. Este método es rápidamente adoptado y asimilado en toda
Europa y de él llegan noticias a la Península Ibérica y a los territorios de Ultra-
mar.
Por otra parte, la sensibilización de la Casa Real, que dentro del Palacio ha sufri-
do pérdidas de miembros a causa de las viruelas a lo largo del siglo XVIII y siente
el miedo hacia la enfermedad con la misma intensidad que el pueblo.
Por último, las noticias procedentes de Ultramar, que informaban de los dramá-
ticos efectos que causaban las epidemias de viruelas que asolaban desde 1802 los
territorios del Virreinato de Santa Fe y del Perú. La población mermaba, al igual que
disminuía la fuerza de trabajo y la recaudación de impuestos.
En esta coyuntura se crea la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Se pien-
sa como una Real Expedición más. Igual que se habían organizado plantas con Sese
y Moziño, o se había medido la tierra con Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Pero la
realidad hace que este pensamiento sea otra cosa. La Expedición Vacunal tiene como
único objetivo propagar y perpetuar la vacuna contra la viruela. El derrotero lo deter-
minaron los acontecimientos y las necesidades de los territorios por los que pasaban
y a los que se dirigían. Desde su gestación, la Expedición fue orientada para dar res-
puesta a las necesidades médicas y sanitarias de los territorios de Ultramar. La adap-
tabilidad fue la cualidad más importante de la Expedición.

DIMENSIÓN ORGANIZATIVA (SOPORTE Y LOGÍSTICA)


La Expedición de la Vacuna (1803-1810) fue la mayor hazaña médica que se
realizó en los territorios hispanos (Península y Ultramar). Esta Expedición se enmar-
ca dentro del conjunto de las expediciones ilustradas realizadas por la Corona his-
pana en los territorios americanos.
La velocidad de tramitación de la burocracia estatal fue inusual. Solamente trans-
currieron ocho meses desde que la empresa se gestó (28 de marco de 1803) hasta

–139–
que fue iniciada (30 de noviembre de 1803). Esta inmediatez manifiesta la urgencia
y la importancia del proyecto sanitario.
Una vez decidida la actividad, el problema radicaba en la financiación y en el
equipamiento. La Expedición Vacunal resultó muy costosa por la cantidad de perso-
nas que moviliza y por el cúmulo de intereses económicos creados a su alrededor. A
esto hay que añadir el momento de crisis económica y política nacional e interna-
cional. La propagación de la vacuna solamente generaba gastos, y los beneficios, si
se veían, se verían a largo plazo. Era un proyecto de futuro.
La gesta sanitaria exigía pocos implementos. El principal gasto fue dotar a la
Expedición de un botiquín1. Este estaba compuesto de porciones de lienzo para las
vacunaciones, 2.000 pares de vidrios para mantener el fluido vacuno, una máqui-
na pneumática, 4 barómetros y 4 termómetros; 500 ejemplares de la obra de More-
au de la Sarthe traducida por Balmis, para que sirviesen de manual para la difusión
de esta práctica médica en los lugares por donde pasase la Expedición; y 6 libros
en blanco, para que en ellos se anotaran los resultados de su trabajo con el visto
bueno del “Jefe del distrito” y para que sirviesen de registro de las actividades rea-
lizadas y para presentarlo al regreso de la Expedición a la Península. Esta dotación
generó un gasto de 90.000 reales de vellón, aunque solamente estaban presupues-
tados 200 doblones2.
Aparte del botiquín, los gastos más gravosos de la Expedición Vacunal eran oca-
sionados por los expedicionarios, en la doble vertiente de su transporte y de su
manutención, ambos aspectos fueron muy litigados por los interesados y por la
Hacienda Pública. El Estado siempre intenta gastar a la baja, tanto en el flete del
barco como en la alimentación de los expedicionarios. Los criterios que pre-
valecieron fueron el ahorro frente al gasto y la velocidad de propagación frente a la
comodidad de los expedicionarios.
Todos los gastos de la navegación y transporte de los expedicionarios corrían a
cargo de la Real Hacienda. De este modo el poder público hispano controlaba la
principal hazaña sanitaria del mundo ilustrado.
Una vez llegados a los territorios ultramarinos, los expedicionarios pasaban a
depender de las autoridades locales. Los poderes públicos coloniales podían finan-
ciar los gastos de los expedicionarios desde el Ramo de Tributos de Indios, los Cen-
sos de Indios, el Ramo de Propios o los Diezmos eclesiásticos. Saliese de donde
fuese el dinero siempre baxo condiciones equitativas y ventajosas para la hacien-
da3.

1
Carta de Balmis al ministro de Gracia y Justicia D. José Caballero, fechada en Madrid, el 2 de julio de 1803 f. 8-
8v. AGI: IG, 1558-A.
2
Expediente 1, Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI: IG, 1558-A.
3
Real Orden fechada el 30 de agosto de 1803. Expediente 3, Extracto General de la Expedición filantrópica de la
Vacuna. AGI : IG, 1558-A.

–140–
Otro aspecto esencial en la organización de la Expedición Filantrópica fue la
legislación. Desde el inicio, Balmis demanda y la Corona emite un repertorio legis-
lativo que normalice la actuación de la Real Expedición Filantrópica de la Vacu-
na.
Todo comienza con la Real Orden de 5 de junio de 1803, en la que se comunica
la propagación de la vacuna contra la viruela a todos los territorios hispanos de
Ultramar. Todo termina con otra Real Orden de 1 de septiembre del mismo año. En
esta circular tipo, creada para todos los territorios, se amplían competencias concre-
tas para realizar en cada territorio. En las actuaciones regionales se implican tanto a
las autoridades civiles como militares y eclesiásticas. Estas circulares se remiten a
los diferentes territorios americanos con acuse de recibo. De este modo la maquina-
ria política de la metrópoli informa de sus intenciones y se asegura que sus órdenes
sean conocidas y obedecidas aunque no se garantice su cumplimiento.

DIMENSIÓN GEOGRÁFICA
Cuando hablamos de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna pensamos
primariamente en una unidad. Aunque en la teoría estaba pensada así, en la práctica
no fue unitaria. América no es una unidad geográfica. La diversidad de paisajes
marca y define la realidad americana. La Expedición de la Vacuna no se mantiene al
margen de los condicionamientos geográficos, y su discurso por el territorio está
más sometidos a los caminos, valles y montañas, que al criterio y la decisión de los
expedicionarios.
Cualquier expedición está influenciada por la geografía. El espacio determina el
devenir político, social y económico de una región. Como es lógico, la geografía
americana condicionó el recorrido y determinó el tiempo de la Real Expedición. La
Expedición es diversa en el recorrido. La vuelta al mundo de este periplo oscila
desde los 40 grados latitud norte a los 48 grados latitud sur. La empresa no fue fácil.
A las enormes distancias se une la dificultad de las comunicaciones.
En el tránsito del siglo XVIII al siglo XIX, en la mayoría del continente ameri-
cano la comunicación es mala. Esta deficiencia se incrementa en los caminos de la
sierra. Las montañas se convierten en farallones insalvables que retardan el camino
y minan la salud física y mental de los expedicionarios. Esta geografía no afecta por
igual a cada uno de los miembros de la expedición. Los inconvenientes no afectan
de igual modo al niño que al facultativo. No mortifican del mismo modo al sano que
al enfermo.
Los caminos eran infranqueables. Para salvar los obstáculos de los trayectos se
utilizaban indios porteadores. Estos indígenas transportaban a los expedicionarios y
a los delicados útiles que se necesitaban para las vacunaciones. Había varias moda-
lidades. Los “porteadores”, que eran los que llevaban a sus espaldas los bultos o las
personas, que se sentaban en una especie de mochila de bejucos y troncos finos. Los

–141–
“estriberos” eran los que movilizaban los paquetes más pesados y las personas adul-
tas. Se necesitaban cuatro estriberos por bulto.
Cuando los trayectos eran largos, la Expedición requería porteadores y estribe-
ros de recambio. La dureza de los caminos exigía el cambio, de vez en cuando, en
cada descanso. La realización misma del viaje era toda una aventura.
Viajar a pie era cómodo porque dotaba a la Expedición de independencia y de
libertad de movimiento. Pero, a cambio, necesita que los caminos estén limpios de
hierbas altas y ramas. En el territorio americano no existe un cuerpo de peones que
los limpien periódicamente. La voracidad de la vegetación es grande. Consecuencia
de esta realidad, los caminos caen en el abandono y progresivamente se hacen
intransitables. La Expedición Vacunal necesitó de un grupo de indios que se encar-
garan de limpiar los caminos para permitir el paso del convoy expedicionario.
Pero quizá el inconveniente más generalizado en los recorridos americanos eran
los ríos. El gran caudal y el profundo cauce obstaculizaban siempre e impedían, a
veces, la comunicación. Desde época prehispánica, para cruzar los ríos se habían
ideado unos puentes, que se han mantenido por su utilidad hasta nuestros días. Estas
“obras de ingeniería” eran casi más difíciles de atravesar que cuando no existía el
puente.
No todos los puentes eran iguales. Existían diferentes soluciones en función
de los materiales constructivos de la zona, de la frecuencia de uso, y de la calidad
del uso. Nos encontramos puentes de maromas o bejucos y taravitas. El paso de
estos puentes era arriesgado. El expedicionario se jugaba la vida cada vez que se
deslizaba montado en un zurrón y suspendido entre dos horcones de una margen a
otra de un río. El constante bamboleo provocaba un mareo cuyo recuerdo no se qui-
taba nunca de la cabeza. Junto al vértigo y el mareo se añadía el gasto económico
que suponía el pago de las gabelas de uso y mantenimiento de los mismos. El paso
de los puentes suponía un alto coste económico. La aventura del viaje más arriesga-
da para el cuerpo y para el bolsillo. El tránsito de estos puentes era temido por los
viajeros que paseaban por el territorio americano.
Los caminos por los que discurre la Expedición Vacunal son únicos. No exis-
ten rutas alternativas. El viaje resultó dificultoso, penoso y arriesgado tanto física
como económicamente. Teniendo en cuenta todos los condicionamientos anterior-
mente descritos, los expedicionarios desarrollaron su labor filantrópica y sanitaria
con éxito. Al inicio se plantearon varias propuestas de derrotero, pero ninguna de
las propuestas se realizó. Los acontecimientos y la realidad determinaron la ruta
seguida4.

4
Apresuró su marcha quanto le fue posible en medio de las dificultades que ofrecía el paso de la Cordillera de los
Andes en la estacion mas rigurosa de aguas y nieves. Informe de Salvany dirigido a Caballero, fechado el 1 de
enero de 1806. AGI : IG, 1558-A

–142–
Los expedicionarios, una vez que tomaron contacto con la geografía americana,
no fueron ajenos a esa realidad5. La orografía desigual, la hidrografía torrencial y el
clima discrepante dañaron la salud de todos los miembros de la Expedición Vacunal.
En estas condiciones vivieron e incluso murieron los miembros que desarrollaron la
gran campaña de salud contra las epidemias de viruela a principios del siglo XIX.
Unos pierden la vida. Salvany, en Cochabamba, a más de 3.500 metros de altu-
ra sobre el nivel del mar, en plena cordillera de los Andes, después de transitar por
donde le han conducido forzosamente sus dilatados viajes e indispensables fatigas
que les son anejas.6 La varianza de los climas, las dificultades de los caminos, las
exposiciones al sol y sobre todo el simple transitar de valles, cordilleras y ríos le pro-
vocaron la muerte.
Los que sobreviven no es porque no pasen por las mismas penalidades, sino
porque tienen mayor resistencia física para combatirlas y vencerlas. Balmis, para-
digma de salud y éxito, en la Expedición de la Vacuna, también tuvo mala salud.
Sufría endémica y peligrosa enfermedad de diarrea7. Balmis vio peligrar su vida
y acelera las gestiones para abandonar el archipiélago filipino8. El director no tuvo
problemas gástricos solamente al final de viaje, sino que fue una sintomatología
general desde el comienzo de la Expedición. Ejemplo de ello es una carta firmada
por José Salvany dirigida al Capitán General de la Isla de Puerto Rico, Ramón de
Castro, y fechada a bordo de la corbeta María Pita el día 6 de marzo de 1804. En
el documento dice que firma la carta en calidad de Vice-director por indisposición
del Director9. También en el mes de agosto de 1804, Balmis tiene que abandonar
la ciudad de Veracruz en Nueva España advirtiendo su quebrantada salud10.

LA RUTA
La ruta propuesta no fue única. A medida que avanzaban los preparativos de la
Expedición, se conocían mejor las necesidades y se cambiaba el derrotero. Se pro-
pusieron al menos tres rutas diferentes: la propuesta del Dr. Francisco Requena, la
propuesta del Dr. José Flores y la propuesta del Dr. Francisco Xavier Balmis
(RAMÍREZ, 1999, pp. 210-216). Con todas estas propuestas, el Consejo de Indias,
el 26 de mayo de 1803, dictaminó una ruta para la Expedición11.

5
Expediente 19, Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.
6
Certificado médico de José Salvany, fechado en La Paz el día 13 de abril de 1809. AGI : IG, 1558-A.
7
Expediente 24, Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.
8
Informe de Balmis, fechado en Manila el 31 de agosto de 1805. AGI : IG, 1558-A.
9
Carta firmada por José Salvany dirigida al Capitán General de la Isla de Puerto Rico, Ramón de Castro, y fecha-
da a bordo de la corbeta “María Pita” el día 6 de marzo de 1804. AGI: IG, 1558-A.
10
Expediente 18, Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.
11
Dictamen del Gobernador del Consejo de Indias. Expediente para extender en América el uso de la Vacuna, fecha-
do en Madrid el 26 de mayo de 1803. AGI : IG, 1558-A.

–143–
Grabado de salida de puerto de la expedición de Francisco Balmis hacia América.

Grabado de la obra de J.L. Moreau de la Sarthe.

Carlos IV (1748-1819). Promotor de la Expedición.

–144–
El derrotero que debe ser seguido se expresa en la Circular tipo que se envía a
todos los territorios de Ultramar para la propagación de la Vacuna fechada el día 1
de septiembre de 1803. En ella dice:
Dirigirá su rumbo en primer lugar a la Habana, haciendo escalas en las Islas de
Tenerife, y Puerto Rico, para reponer algunos otros Niños, si hicieren falta: para
introducir en ellas tan precioso descubrimiento; y para comisionar algunos Indi-
viduos al Virreinato de Santa Fe, a las Provincias de Caracas, u otra parte de la
tierra firme, según conviene: el resto de la expedición continuará su derrota a
Veracruz, y haciendo el giro por Nueva España y el Perú, terminará la comisión
en Buenos Ayres, después de haber enviado algunos de ellos a Filipinas en la Nao
de Acapulco, o desde el Callao de Lima12.

La realidad es que ninguno de los derroteros propuestos es seguido por Balmis.


Las modificaciones que se hacen sobre la marcha; están motivadas por la necesidad
de propagar con rapidez la vacuna con el fin de frenar las epidemias que se desen-
cadenan en el territorio americano.
La Expedición no puede ser estudiada como una sucesión lineal de aconteci-
mientos. El punto de inflexión que impide este estudio es la división que sufre al
salir de la Capitanía General de Venezuela. Este hecho hace que en el mismo tiem-
po se de una superposición de personas y de espacios. Para evitar esta dificultad en
el estudio, preferimos asumir la división tradicional que sigue el estudio de Gonza-
lo Díaz de Yraola. Este autor divide la Expedición en tres tramos: Expedición Con-
junta, de La Coruña a Venezuela (del 30 de noviembre de 1803 al 8 de mayo de
1804); Expedición de Balmis (del 8 de mayo de 1804 al 7 de septiembre de 1806);
Expedición de Salvany (del 8 de mayo de 1804 al 21 de julio de 1810).
La ruta que siguió la Expedición Vacunal en nada se pareció a la propuesta. La
Real Expedición Filantrópica de la Vacuna salió de Madrid el 7 de septiembre de
1803. Dos semanas más tarde, el 21 de septiembre ya están establecidos en La Coru-
ña. En este puerto peninsular, Balmis prepara la travesía marítima del Atlántico. En
el mes de octubre y noviembre se contrata el barco y se colectan en Galicia los niños
que iban a transportar la vacuna en sus brazos.

Expedición Conjunta
30 de noviembre de 1803 - 8 de mayo de 1804
Durante este trayecto se trasladó la vacuna desde la península hasta el continen-
te americano. Hizo escalas en las islas del Tenerife y Puerto Rico, antes y después
de la travesía del Atlántico. Después de más de dos meses de preparativos, la Expe-
dición zarpa del puerto de La Coruña el 30 de noviembre de 1803, a bordo de la cor-

12
Circular para la propagación de la Vacuna, fechada en San Ildefonso el 1 de septiembre de 1803. AGI : IG,
1558-A.

–145–
beta María Pita, con dirección al archipiélago canario. En este momento se inicia la
expedición conjunta.
El 9 de diciembre, a las 8 de la noche, la Real Expedición arriba al puerto de
Santa Cruz de Tenerife después de 10 días de navegación. La isla de Tenerife, a par-
tir de la llegada de la Expedición Vacunal, se erigió en un centro difusor del fluido
vacuno para las demás islas que forman el archipiélago canario. Se crean pequeñas
expediciones, que desde cada una de las islas (El Hierro, Fuerteventura, Gran Cana-
ria, La Gomera, La Palma y Lanzarote), llegan a Tenerife demandando la vacuna. El
proceso es sencillo. Desde cada isla del archipiélago se forma un grupo compuesto
por un facultativo y un grupo de niños con el fin de contagiarse la vacuna y llevarla
fresca en sus brazos hasta la isla de procedencia13.
Los expedicionarios estuvieron en esta isla canaria escasamente un mes. Duran-
te este tiempo realizaron tres vacunaciones generales en las que se trasmitía la vacu-
na a toda persona que lo demandaba. Cuando Balmis pensó que su labor había con-
cluido, se dispuso la salida para no demorar la llegada a América. La Expedición
abandonó Tenerife el día 6 de enero de 1804. En este día feriado se hizo vela de esta
rada rumbo a Puerto Rico la corbeta María Pita, conductora de la expedición marí-
tima de la vacuna14.
A esta isla caribeña, la Expedición llega sin novedad el día 9 de febrero del
mismo año, después de un mes de dura y arriesgada navegación trasatlántica, llena
de riesgos y con el temor de no tener niños suficientes para mantener fresco el flui-
do vacuno.
Los acontecimientos en la isla portorriqueña fueron muy diferentes a los de la isla
canaria. Balmis no pudo menos que comparar el trato recibido y la diferencia de acti-
tud de las autoridades locales. Mientras que el Marqués de Casa-Cagigal, en Teneri-
fe, le había favorecido, el Gobernador Ramón de Castro, en Puerto Rico, había per-
manecido al margen y no se implicó en el devenir de la Expedición Vacunal15.
El enfrentamiento en Puerto Rico se originó por dos causas. Por un lado, el Dr.
Oller, médico de la isla, ya había conseguido la vacuna de la isla inglesa de Saint
Thomas. Por otro lado, las dificultades que tuvo Balmis para conseguir los niños que
transportasen la vacuna hasta la Capitanía General de Caracas.
Inicialmente, la fecha calculada para la salida de la isla fue el día 2 de marzo,
pero la falta de vientos favorables provocó un retraso de más de 10 días16. Esto

13
Informe de la Junta Superior de Medicina, fechado el 26 de mayo de 1804. AGI : IG, 3163.
14
Gaceta de Madrid, viernes, 10 de mayo de 1804.
15
Balmis se quejó amargamente de la acogida fria que había encontrado en el Gobernador. 16 Expediente 12,
Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI: IG, 1558-A.
16
Carta firmada por Salvany, Vice-director por indisposición del Director, dirigida al Capitán General de la isla de
Puerto Rico, Ramón de Castro, fechada a bordo de la corbeta María Pita, el 6 de marzo de 1804. AGI: Santo
Domingo, 2.322.

–146–
incrementó el problema de los niños necesarios para el mantenimiento del fluido
fresco.
La Expedición se establece en la isla de Puerto Rico hasta el día 12 de marzo
de 1804. Finalmente, los expedicionarios, a bordo de la María Pita, abandonan la
isla portorriqueña con dirección a La Guayra el día 13 de marzo de 1804. El viaje
por el mar Caribe fue complicado, por las dificultades de la travesía y por el des-
conocimiento de la marinería de esta costa. El barco tuvo que hacer una arribada
de urgencia en la ciudad de Puerto Cabello, el día 20 de marzo de 1804. Esta pobla-
ción de la Capitanía General de Venezuela estaba muy distante de la capital, Cara-
cas, donde les esperaban.
Para desplazarse con rapidez a su destino y con utilidad para la campaña vacu-
nadora, Balmis divide la expedición. Un grupo se desplaza por tierra, a lo largo del
Valle de Aragua, y otro por mar, a bordo del guardacostas Rambli; se trasladan a
la capital venezolana. Tardaron en llegar a Caracas más de 10 días por las tres rutas
en que se dividieron. Una vez que hubieron llegado a la capital, todos los miem-
bros de la expedición comenzaron las vacunaciones. El día 30 de marzo de 1804,
viernes santo, Balmis vacuna por primera vez en Caracas a 64 personas. En esta
ciudad la vacuna se recibió con gran admiración.
Una vez establecida la vacuna en Caracas, y después de haberse creado una
opinión pública favorable a la vacuna, se erigió como centro difusor para toda la
Capitanía General de Venezuela. Desde la capital se envió la vacuna a los territo-
rios de Coro, Puerto Cabello, Ortiz, Santa María de Iripe, Tocuyo, Maracaibo,
Cumaná e incluso a la isla Margarita.
Balmis, en primera instancia, y todos los miembros de la expedición contaron
con el apoyo del Gobernador y Capitán General, Manuel Guevara y Vasconcelos.
La presión de la epidemia de viruela que se había generalizado en Nueva Granada
aumenta el entusiasmo. En este territorio, Balmis, con el visto bueno del Capitán
General de Caracas, creó la primera Junta de Vacuna del continente americano el
día 23 de abril de 1804. El reglamento de creación y establecimiento de esta insti-
tución sirvió de modelo para otras poblaciones de América.
La estancia de la Expedición de la Vacuna en el territorio caraqueño fue satis-
factoria profesionalmente y agradabilísima personalmente. Contaron con el respal-
do de la población en las vacunaciones y fueron reconocidos como guardianes de la
salud pública. El día 9 de abril de 1804 todo cambió. Ese día, Balmis recibe la noti-
cia del fallecimiento del Dr. Verges, que había sido comisionado en régimen de
urgencia para frenar la vacuna en la capital del Virreinato neogranadino. Esta fue la
causa primera para dividir la Expedición en dos partes. También existen otros dos
motivos que refuerzan esta decisión. Por un lado, la urgente necesidad de cortar el
cruel contagio varioloso que reinaba en el territorio santaferino. Por otro lado, la

–147–
Rutas de la expedición de la vacuna en Venezuela.

Rutas de la expedición de la vacuna en el Caribe.

–148–
accidentada navegación no sólo por el Atlántico, sino también por el Caribe17. Una
parte, dirigida por Balmis, puso rumbo a la América Septentrional, y otra, dirigida
por Salvany, a la América Meridional.
Esta decisión retardó el abandono del territorio caraqueño, que se verificó el día
8 de mayo de 1804.

Expedición dirigida por Balmis


8 de mayo de 1804 - 7 de septiembre de 1806
La Expedición de la Vacuna dirigida por Balmis toma rumbo a la América Sep-
tentrional. Cronológicamente la Expedición abarca desde el 8 de mayo de 1804, día
de la separación de la Expedición Vacunal en dos partes, hasta el 7 de septiembre de
1806, fecha de la llegada de Balmis a Madrid. Esta rama de la Expedición estaba
compuesta por 6 personas: el director, D. Francisco Xavier Balmis; un ayudante, D.
Antonio Gutiérrez Robredo; un practicante, D. Francisco Pastor; dos enfermeros, D.
Pedro Ortega y D. Antonio Pastor; y la rectora, D.ª Isabel Sendales y Gómez. Ade-
más se les unían todos los niños que procedían de Galicia.
A bordo de la María Pita, la navegación por el Caribe fue penosa y alteró tanto
la salud de los niños como la de los expedicionarios. Finalmente, la corbeta fondeó
en el puerto de La Habana el 26 de mayo de 1804. A su llegada, Balmis descubre
que la vacuna estaba perfectamente establecida por el médico Tomás Romay. Ante
la estupenda labor realizada por el Dr. Romay, Balmis piensa que quedarse más en
la isla sería una pérdida de tiempo y una demora que impediría llegar a otras regio-
nes en las que no se conozca el fluido vacuno. Ya a los tres días de arribar a La Haba-
na, el 29 de mayo, solicita que se le proporcionen quatro niños que sirvan para tras-
mitir la preciosa vacuna18. La solicitud no fue atendida. Cuando había pasado más
de una semana, el día 7 de junio, Balmis vuelve a pedir los niños necesarios para
trasmitir la vacuna a Nueva España. No hay respuesta. La poca paciencia de Balmis
se agota. El día 14 de junio, después de tres semanas de ruegos, peticiones y solici-
tudes formales, comunica al Capitán General de la Isla, el Marqués de Someruelos,
que no necesita los niños. Había convencido a un joven “tamborcito” del regimien-
to de Cuba y había comprado tres esclavas negras a Lorenzo Vidat, para que lleva-
sen la vacuna a Nueva España.
El viaje no se demora más. Una vez solventado el problema del transporte de la
vacuna, la Expedición Filantrópica zarpa del puerto de La Habana cuatro días más

17
Carta de Balmis dirigida al Marqués de Someruelos, Capitán General de la isla de Cuba, en la que expone los
motivos de la tardanza y de la división de la Expedición, fechada en La Habana el 26 de mayo de 1804. AGI:
Cuba, 1691.
18
Carta de Balmis dirigida al Capitán General de la Isla de Cuba, Marqués de Someruelos, fechada en La Habana
el 29 de mayo de 1804. AGI : Cuba, 1691.

–149–
tarde, el 18 de julio de 1804, con dirección a la península de Yucatán. Después de
un trayecto dificultoso por el Caribe mexicano, la Expedición arriba al puerto de
Sisal, el 25 de junio de 1804. En el puerto fue recibida por el Gobernador de Méri-
da, Benito Pérez. Inmediatamente, los expedicionarios y la comitiva que los acogió
se desplazaron a la capital.
A la ciudad de Mérida llegaron el día 29 de junio de 1804. Ese mismo día
comenzaron las vacunaciones en la ciudad con el apoyo de las autoridades locales.
En Mérida, Balmis recibe la ayuda necesaria para propagar la vacuna por Centroa-
mérica. Necesita niños, un buque y auxilios necesarios para realizar las campañas
sanitarias. Balmis comisiona a Francisco Pastor, su sobrino, para que comunique la
vacuna a la Capitanía General de Guatemala. Siguiendo la siguiente ruta : desde
Mérida a Villahermosa de Tabasco; desde allí, a Ciudad Real de Chiapas; y que lle-
gue hasta la capital de la Capitanía General de Guatemala. Desde su capital, Guate-
mala, que regrese después a la ciudad de México por la vía de Oaxaca (RAMÍREZ,
1999, pp. 357-359).
Una vez derivada la vacuna hacia Centroamérica, Balmis no demora su estancia
en la península de Yucatán y parte de Sisal con rumbo al puerto de Veracruz el día
19 de julio de 1804. El trayecto de puerto a puerto duró cinco días. La Expedición
arribó al puerto veracruzano el día 24. En esta ciudad la vacuna estaba perfecta-
mente establecida. Esto disgustó muchísimo a Balmis, porque no encontró gente que
se quisiese vacunar, y para mantener el fluido fresco hubo de recurrir a la tropa. No
pudo hacer nada y tuvo la sensación del perder el tiempo.
Alejado del centro de poder novohispano, Balmis había notado el desinterés del
virrey por el tema de la vacuna. Le había mandado cartas solicitando órdenes de
actuación para propagar la vacuna en su virreinato y no había recibido respuesta
alguna. La indignación de Balmis era tan grande que remitió un artículo a la “Gaze-
ta de México” para que supiese que ya estaba introducida allí la vacuna19. Ante
tanta desidia, Balmis abandonó la ciudad-puerto de Veracruz el día 1 de agosto de
1804 con rumbo a la capital novohispana. Tenía prisa por llegar a la ciudad de Méxi-
co para entregar los 22 niños que había sacado de la Coruña, quedando así desem-
barazado para acudir a donde se tuviere por conveniente20.
Con una parada obligada en el Santuario de la Virgen de Guadalupe, la Expedi-
ción llega a la ciudad de México a las 10 de la noche del día 9 de agosto de 1804.
La llegada a la capital novohispana no mejoró las relaciones del virrey Iturriagaray
y Balmis, sino que se enconaron aún más. El enfrentamiento fue directo y no epis-
tolar como hasta entonces. A partir de este momento, Balmis aprovecha cualquier
ocasión para elevar al Consejo de Indias quejas y críticas del virrey novohispano.

19
Expediente 18. Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.
20
Expediente 18. Extracto de la Vacuna en Ultramar, fechado en Cádiz el 12 de marzo de 1813. AGI : IG, 1558-A.

–150–
Desde la capital salieron los expedicionarios rumbo al norte para lograr estable-
cer la vacuna, aun en los territorios más alejados de la capital del virreinato. Comen-
zaron las vacunaciones sistemáticas en Puebla de los Ángeles, Guadalajara de
Indias, Zacatecas, Valladolid, San Luis Potosí, y las Provincias Internas. Este peri-
plo tenía un doble objetivo. Uno, quizá el más importante, crear y establecer Juntas
de Vacuna que se responsabilizasen de mantener el fluido vacuno fresco. Otro, no de
menor importancia, la colecta de los niños sin el control directo y la oposición del
virrey. Consiguieron 26 niños mexicanos para poder cruzar el Pacífico manteniendo
el virus vacuno vivo en sus brazos. No fueron todos los expedicionarios juntos, sino
que se repartieron el territorio en dos grupos: uno capitaneado por Balmis y otro por
el ayudante Gutiérrez Robredo.
Después de 53 días de ausencia de la capital novohispana, el 30 de diciembre de
1804, la Expedición Vacunal vuelve a reunirse en la ciudad de México. La estancia
en la capital de la Nueva España fue corta. Rápidamente comenzaron los preparati-
vos para emprender el viaje que permitiese propagar la vacuna en el archipiélago
filipino.
En los primeros días del año 1805, Balmis inicia las negociaciones para saltar a
Filipinas. Como en las empresas anteriores, no cuenta con el apoyo del virrey. Des-
pués de un montón de impedimentos, la Expedición Vacunal zarpa rumbo a las Fili-
pinas el día 7 de febrero de 1805 a bordo del navío Magallanes.
El viaje por el océano Pacífico no fue mejor que el viaje por el Atlántico. La
mayor diferencia radicó en el modo. Mientras que para cruzar el Atlántico se había
fletado un barco a propósito para la Expedición, en el viaje por el Pacífico la Expe-
dición de la Vacuna se tuvo que adaptar a un viaje de línea regular: el Galeón de
Manila o la Nao de Acapulco. Las condiciones de la navegación en nada se parecen
a las pactadas en Acapulco. Balmis se queja por dos causas. Una, el mal trato dado
a los niños que eran donde residía el éxito o el fracaso de la Expedición Filantrópi-
ca. Estuvieron mui mal colocados en un parage de la Santa Bárbara lleno de inmun-
dicias y de grandes ratas que los atemorizaban, tirados en el suelo rodando y gol-
peándose unos a otros con vayvenes21. Otra, el alto coste de los pasajes (RAMÍREZ,
1999, p. 370-371).
Finalmente, los expedicionarios llegaron a Manila el día 15 de abril de 1805. Las
vacunaciones comenzaron al día siguiente. El método seguido para propagar la
vacuna en el archipiélago fue redial y progresivo: familia del Gobernador, la capital
Manila, Extramuros, provincias inmediatas, provincias más lejanas y provincias
ultramarinas. En los documentos queda descrito de esta manera: se dió principio a
la trasmision de la Vacuna, en todos mis hijos y continuo esta operacion en toda la
capital, pueblos extramuros, y sucesivamente en las Provincias inmediatas; despues

21
Expediente 24. Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.

–151–
Rutas de la expedición de la vacuna en el Virreinato mexicano.

Rutas de la expedición de la vacuna en Filipinas y Asia.

–152–
se acudió a las mas distantes, y en la estacion oportuna salieron para las provincias
ultramarinas el Practicante D. Francisco Pastor y el Enfermero D. Pedro Ortega,
llavando consigo el competente numero de jovenes para conservar la vacuna duran-
te la navegacion22.
Balmis, persona de edad y aquejada de una gastroenteritis endémica, ve peligrar
su vida. Por ese motivo decide regresar “solo” a la Metrópoli por vía portuguesa
desde el puerto-factoría que Portugal tenía establecida en territorio chino: Macao. A
partir de este momento, la dirección de la Expedición Vacunal por territorio filipino
se transfiere a Gutiérrez Robredo, y Antonio Pastor y Pedro Ortega son comisiona-
dos por Balmis para llevar la vacuna a las islas de Misami, Zambuanga, Zebú y Min-
danao. Mientras tanto, el ayudante Gutiérrez Robredo permanece en Manila organi-
zando y realizando las vacunaciones para perpetuar la vacuna. El grupo de Expedi-
cionarios que quedan en Filipinas tienen como misión la propagación del fluido por
el archipiélago. Luego que mis compañeros concluyan sus viajes deben regresar en
la Nao de Acapulco y devolver a sus padres los 26 Niños mexicanos23.
El viaje que trae de regreso a Balmis a la península Ibérica comienza cuando
parte de Manila el 3 de septiembre de 1805. La navegación por esta zona no era fácil.
Asolaban la zona constantes huracanes y ataques de piratas chinos. Llega a Macao
a bordo de la fragata Diligencia el 16 de septiembre. Durante la navegación Balmis
pasó miedo. Sufrieron un huracán. Este accidente provocó la desaparición de 20
marineros y el destrozo de la embarcación.
El recibimiento de la vacuna en Macao fue extraordinario. Contó con el apoyo
de las autoridades locales, que se dejaron vacunar primero; así lograron que los luga-
reños vencieran el miedo a la operación. Establecida la vacuna en la ciudad-puerto
de Macao, Balmis dispuso salir hacia la factoría de Cantón. Partió para esta pobla-
ción del interior del continente asiático el día 5 de octubre de 1805.
Finalmente, en el mes de febrero de 1806, Balmis abandona Asia, a bordo del
navío portugués Buen Jesús di Alem, que hace la ruta Macao-Lisboa. Este barco no
realiza una ruta directa, sino que tiene una escala técnica en la isla de Santa Elena.
Al llegar, Balmis percibe que no está establecida la vacuna en este territorio de la
Corona británica, y, con espíritu sanitario, realiza vacunaciones en la isla. El 17 de
junio de 1806, Balmis abandona Santa Elena rumbo a Lisboa, a cuyo puerto arriba
la tarde del 14 de agosto de 1806. Es tanta la premura que tiene de contar la hazaña
realizada, que inmediatamente se embarca para una aldea gallega. Junto al celo
patriótico, a Balmis le acompaña el temor, ya que durante el viaje de regreso a la
metrópoli España había entrado en guerra con Portugal.

22
Informe del Gobernador de Filipinas, Rafael García de Aguilar, dirigido a José Antonio Caballero, fechado en
Manila el 24 de diciembre de 1805. AGI : IG, 1558-A.
23
Informe de Francisco Xavier Balmis dirigido a José Antonio Caballero, fechado en Macao el 30 de enero de 1805.
AGI : IG, 1558-A.

–153–
Balmis besó las manos del rey Carlos IV en Madrid el día 7 de septiembre de
1806. Para algunos historiadores de la ciencia, este besamanos da por terminada la
Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Pero la realidad no era esa. El resto de
su expedición, la que había dejado en Filipinas, no llegará a Acapulco hasta el 14 de
agosto de 1809. A excepción de Balmis, ninguno de los expedicionarios consiguió
volver a la Península, y las próximas guerras (Independencia española e Indepen-
dencia americana) les obligaron a establecerse en Nueva España.

Expedición dirigida por Salvany


8 de mayo de 1804 - 21 de julio de 1810
La Expedición de la Vacuna dirigida por Salvany se dirige rumbo a la América
Meridional. Cronológicamente abarca desde la separación de la Expedición, el día 8
de mayo de 1804, hasta el día de la muerte de Salvany, el 21 de julio de 1810. Esta
rama de la Expedición estaba compuesta por 4 personas: el subdirector, que a partir
de ese momento tendría cargo de director, D. José Salvany; un ayudante, D. Manuel
Julián Grajales; un practicante, D. Rafael Lozano Pérez; y un enfermero, D. Basilio
Bolaños. Y cuatro niños que se encargarán de transportar la vacuna en sus brazos.
La división era “fácil” en teoría y sobre el papel, pero, desde el principio, la
práctica generó problemas. Inicialmente, estos problemas fueron solucionados por
Balmis. El más grave, por la dificultad de la solución, fue el desplazamiento de los
expedicionarios desde La Guayra a Cartagena. Se solventó con la contrata de un
nuevo barco: el bergantín San Luis.
Las primeras noticias que tenemos de la Expedición Vacunal por el territorio
sudamericano son catastróficas. El día 13 de mayo de 1804, a los cinco días de
comenzar su periplo, el bergantín San Luis encalló en las bocas del río Magdalena
cerca de la ciudad de Barranquilla. Las cosas no podían empezar peor. Todos los
expedicionarios se vieron afectados en el accidente. Viendo el riesgo que corrían,
desembarcaron precipitadamente en una playa desierta á barlovento de Cartage-
na24. Su vida estuvo en peligro. No fallecieron porque contaron con la ayuda de los
naturales y de un navío de corso, La Nancy, al mando del teniente de navío Vicente
Varela, que viajaba por ese tramo del río25. El incidente les había alejado del derro-
tero establecido por Balmis. Para retomar la ruta prevista tuvieron que atravesar por
el desierto a la Ciénagas de Santa Marta y desde allí a Cartagena26. La Expedición
no sufrió pérdidas humanas pero sí tuvo muchas pérdidas materiales, sobre todo los
instrumentos de vacunación.

24
Carta del Virrey Amar a José Antonio Caballero, fechada el 19 de julio de 1804. AGI, IG : 1558-A.
25
Carta de Miguel Antonio de Yrigoyen dirigida a Domingo Gandallana, fechada en Cartagena el 26 de junio de 1804.
Archivo General de la Armada Álvaro de Bazán, Viso del Marqués. Sección: Expediciones a Indias, Legajo 36.
26
Informe sobre los servicios distinguidos prestados. Archivo General Militar de Segovia. Sección 1.ª: Expedientes
Personales, G-3848.

–154–
La llegada de la Expedición Vacunal a Cartagena estuvo enmarcada entre la
necesidad, amenazaba una epidemia de viruelas naturales, y el entusiasmo de sobre-
vivir al naufragio. En esta ciudad, los expedicionarios contaron con el apoyo políti-
co de las autoridades locales, pero también con el económico del potente Consula-
do cartagenero, que financió todos sus gastos27.
Rápidamente, Cartagena se erigió en un centro difusor de la Vacuna. Desde esta
población se irrigó el fluido hacia Panamá por Portobello, a cargo de un religioso
bethlemita acompañado de cuatro niños, y hacia Buenos Aires por Riohacha, entre
cristales. En el territorio cartagenero se establecieron Juntas Centrales y Subalternas
de vacuna en los pueblos donde se consideraron necesarias, con unas instrucciones,
fáciles y sencillas, elaboradas por Salvany.
Cuando el subdirector, Salvany, consideró que ya estaba establecida la vacuna
en esos territorios, preparó el viaje para continuar su campaña de salud pública
rumbo a Santa Fe de Bogotá. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna contó
en Cartagena de Indias con el apoyo de su Gobernador, Cejudo, que, incondicional-
mente, facilitó su labor vacunadora por el territorio de su mando. Salvany y el resto
de los expedicionarios abandonaron Cartagena el día 24 de julio de 1804. Les acom-
pañaban diez niños, que conservarían el fluido fresco en sus brazos, y las comuni-
caciones oportunas que ordenaban a las justicias de los pueblos por donde transita-
sen para que le auxiliasen en quanto se le ofreciese28.
Desde Cartagena de Indias hasta Santa Fe, la Expedición Filantrópica discurre
por el río Magdalena. Aunque el camino por el río era peligroso, como ya sabemos,
lo era bastante menos que por el camino por la ribera. La navegación por el Magda-
lena era tranquila, aunque larga y penosa. Se realizó en pequeños barcos muy lige-
ros que se llamaban “campanes”.
Durante la travesía, Salvany se dio cuenta de la envergadura de la Expedición.
Era mucho territorio para sólo cuatro hombres. Para no dispersar esfuerzos, y
siguiendo el criterio que había ideado Balmis, se dividen las fuerzas para abarcar
mayor porción de territorio. Se crearon dos grupos, cada uno de ellos formado por
dos facultativos. Los grupos que se formen variarán a lo largo del recorrido en fun-
ción a las necesidades de la propagación de la vacuna.
Antes de llegar a Santa Fe, la Expedición pasó por las poblaciones de Tenerife
y Mompox. Al llegar a la ciudad de Ocaña la Expedición se divide en dos. Por un
lado, Salvany acompañado por el enfermero Bolaños. Por otro lado, Grajales acom-
pañado del practicante Lozano. La subexpedición dirigida por Grajales, desde la ciu-
dad de Ocaña siguió el valle del Cucutá hasta la ciudad de Pamplona; desde allí pasó

27
Carta del Gobernador de Cartagena, Cejudo, dirigida a José Antonio Caballero, fechada el 18 de agosto de 1804.
AGI : IG, 1558-A.
28
Expediente 19. Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.

–155–
Rutas de la expedición de la vacuna en el Virreinato de Nueva Granada.

Rutas de la expedición de la vacuna en el Reino de Quito.

–156–
a San Gil, Socorro y Velez. La otra, la dirigida por Salvany, siguió de Ocaña por el
río en dirección a Nares. En esta ciudad se derivó la vacuna a la ciudad de Medellín,
gracias a la presencia de un facultativo y dos muchachos (RAMÍREZ, 1999, pp.
386-387). Desde Nares se pasó a Honda. En esta ciudad Salvany tuvo que descan-
sar porque se encontraba aquejado de sus males, que se habían agravado en el ascen-
so de los Andes.
Enterado de la enfermedad de Salvany, el virrey Amar se alarmó. Con temor de
que la vacuna no llegase a Santa Fe, por una posible muerte de Salvany, igual que
había pasado con el doctor Verges, dispuso la salida de Santa Fe de un facultativo y
niños, con los demas socorros necesarios tanto para su curación como para que dicho
facultativo se hiciese cargo de la conservación del fluido si llegaba á morir Salvany29.
Gracias a Dios, Salvany superó la enfermedad y llegó a la capital neogranadina
el 17 de diciembre de 1804. En Santa Fe ya se encontraban los demás expediciona-
rios, que habían llegado por otra ruta con anterioridad.
Los desastres de la viruela en esta capital habían creado una opinión pública
favorable a la vacuna. Las vacunaciones comenzaron al día siguiente, el 18 de
diciembre de 1804. El apoyo del virrey neogranadino fue esencial. Hizo conocer la
llegada de la Expedición por bando. Publicó en la Imprenta Real santaferina un
“Reglamento para la conservación de la Vacuna en el Virreinato de Santa Fe”. Faci-
litó una sala del hospital que estaba al cargo de los religiosos de San Juan de Dios,
aunque Salvany rechazó la propuesta, para que no se relacionase la vacuna con la
idea de enfermedad y muerte. La Expedición también contó con el apoyo de las
autoridades eclesiásticas. Los párrocos desde los púlpitos recomendaron el uso de la
vacuna y exaltaron la personalidad de Salvany y sus colaboradores.
La estancia en Santa Fe sirvió para reponer fuerzas, tanto físicas como psíquicas.
Resultaba gratificante parar, detener la agitada marcha, poder reposar de las difíciles
y peligrosas andaduras por valles y quebradas. Fue una especie de descanso del gue-
rrero tras la participación en una cruzada. No menos gratificantes fueron el júbilo y
el aplauso con que los recibieron. El día 8 de marzo de 1805, la Expedición Vacunal
abandona Santa Fe con dirección al Virreinato peruano, después de haber realizado
56.324 vacunaciones (MARTÍNEZ ZULAICA, 1972, pp. 246-247). La magnitud de
la cifra hace pensar en la intensidad de la labor profiláctica desarrollada.
A la salida de Santa Fe, la Expedición nuevamente se divide en dos. Una, al
mando de Grajales, a quien acompaña el enfermero Bolaños, atravesando las mon-
tañas del Quindío, se dirige a la ciudad de Neiva y La Plata hasta Popayán. Y la otra,
al mando de Salvany, a quien acompaña el practicante Lozano, se dirige también con
rumbo a Popayán pasando por las ciudades de Ybagué, Cartago, Truxillo, Llano
Grande, Provincia de Choco y Real de Minas de Quilichas.

29
Expediente 19. Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.

–157–
El grupo Grajales-Bolaños llegó a Popayán en abril30 y el grupo Salvany-Loza-
no en mayo31. En Popayán, lo primero que tuvo que hacer la Expedición fue repo-
nerse de las fatigas de su viaje y del quebranto que advertía nuevamente en su salud
con la misma enfermedad de ojos y efusión de sangre por la boca que había pade-
cido en Santa Fe32.
Salvany retarda la salida, pero no puede parar la propagación de la Vacuna, sobre
todo cuando recibe la noticia de que la Real Audiencia de Quito sufre una epidemia
de viruelas naturales. Este es el detonante del abandono de Popayán. Hay que llegar
al territorio quiteño cuanto antes. Salvany divide nuevamente la Expedición.
Grajales y Bolaños desde Popayán toman rumbo a la ciudad de Barbacoas para
que desde allí, costeando Tumaco, La Tola y Jipijapa, lleguen a la ciudad-puerto de
Guayaquil. Con el envío de la vacuna a Guayaquil, Salvany pretende que esta ciu-
dad, además de ser un centro comercial, sea un centro difusor de la vacuna. Enco-
mienda a Grajales que desde este puerto envíe la vacuna entre cristales en cualquier
barco que se dirija al territorio panameño. Mientras tanto, Salvany y Lozano se des-
plazarían desde Popayán a Quito por la sierra. Pasarán por las poblaciones de Pasto,
Tulcan, Ybarra, Otavalo y Cayambe.
Las previsiones pensadas para propagar la vacuna por la costa no se pudieron
llevar a cabo. Una causa fue la falta de financiación desde las Cajas Reales de la ciu-
dad de Barbacoas. Otra causa fue la constante presencia de ingleses en la Isla de la
Gorgona, en la bahía de Atacames, en el cabo de San Francisco y en la punta de la
isla de Santa Elena33. Grajales y Bolaños llegan a Quito siguiendo el camino de Mal-
bucho. No se sabe qué era más difícil, si sortear a los piratas ingleses o transitar por
uno de los caminos más arriesgados de todo el territorio quiteño, incluso en nues-
tros días (RAMÍREZ, 2002).
El grupo encabezado por Salvany llega a Quito el 16 de julio de 1805. Contó con
el apoyo tanto de las autoridades civiles como eclesiásticas. La primera vacunación
se verificó el día 3 de agosto de 1805. La estancia en la ciudad quiteña no es del todo
perfecta. Poco antes del abandono de esta ciudad, el subdirector de la Expedición
Vacunal sufre un robo. Le sustraen 100 pesos fuertes y parte de su equipaje34.
Después de este asunto tan desagradable y sin retrasar los tiempos que estaban

30
Informe sobre los servicios distinguidos prestados. Archivo General Militar, Segovia. Sección 1.ª: Expedientes
Personales, G-3848.
31
Expediente 19. Extracto de la Vacuna en Ultramar, fechado en Cádiz el 12 de marzo de 1813. AGI : IG, 1558-A.
32
Expediente 19. Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.
33
Comunicación del comisionado para la Vacuna D. Manuel Julián Grajales, informando al Presidente de la Audien-
cia las razones que tuvo para no llegar al Puerto de Guayaquil, fechada en Quito el 12 de diciembre de 1805.
Archivo Nacional de Historia, Quito. Sección: Presidencia de Quito, 1805, Caja 180, Libro 431, pp. 153-155.
34
Oficio de Manuel Calixto Muñoz escribano público y del Cabildo dirigido al Barón de Carondelet, Sr. Alcalde de
primer voto de esta capital, fechado en Quito el 7 de septiembre de 1805. Archivo Nacional de Historia, Quito.
Sección: Presidencia de Quito, 1805, Caja 178, Libro 424, p. 189 hasta el final.

–158–
previstos, al cabo de dos meses de estancia en la capital de la Real Audiencia de
Quito, donde Salvany propagó el fluido vacuno y se repuso de sus fatigas y que-
branto de la salud35, salió con rumbo a la ciudad de Lima. El lunes 13 de septiem-
bre de 1805, tras la celebración de un Te Deum de acción de Gracias, salió la Expe-
dición de la Vacuna con dirección a Cuenca.
La Expedición Vacunal, en su periplo con dirección a la ciudad de Cuenca, pasó por
las poblaciones de Latacunga, Ambato y Riobamba en el mes de septiembre de 1805.
Ya hacía más de cuatro meses que Salvany había salido de Quito, cuando llega
a esta ciudad el grupo de Grajales. Como no había podido llegar a Guayaquil, soli-
cita al Barón de Carondelet, Presidente de la Real Audiencia de Quito, que le dote
de comunicados oportunos que le permitan llegar a Guayaquil. Esta ciudad-puerto
pertenece al Virreinato del Perú, y la Real Audiencia de Quito pertenece al Virrei-
nato de la Nueva Granada. El trámite político es lento y se demoran los documen-
tos. Todo se retarda. Grajales y Bolaños pasan en la ciudad de Quito la Navidad de
1805 en espera de los documentos que les permitan pasar al Virreinato peruano.
Mientras tanto, el grupo de Salvany continúa su periplo por la Cordillera Andi-
na. Llegan a la ciudad de Cuenca el día 12 de octubre de 1805. Al día siguiente se
celebró una misa con Te Deum de acción de gracias en la Catedral y al terminar se
realizaron 700 vacunaciones. En la ciudad de Cuenca, las manifestaciones de acción
de gracias fueron fastuosas y muy concurridas por la población. Se celebraron tres
corridas de toros con caballos, bailes de máscaras e iluminación de la ciudad duran-
te tres noches (PAREDES BORJA, 1963, pp. 43-44).
En Cuenca los expedicionarios estuvieron durante dos meses. Finalmente, la
Expedición Filantrópica salió de Cuenca el 16 de noviembre de 1805 con dirección
a la ciudad de Loja. Pasó por los pueblos de Cumbe, Nabón y Oña. Salvany estaba
mermado de facultades y cada vez veía más dificultades en la realización de la cam-
paña sanitaria. Los niños eran muchos, y la paciencia de Salvany cada vez menor.
Consiguió que el padre bethlemita Fray Lorenzo Justiniano de los Desamparados le
acompañase para cuidarlos como lo hizo, tratandoles con cariño y esmero, incluso
ayudó a Salvany a practicar algunas vacunaciones36.
El camino a Loja se realizó rápidamente. En el trayecto los expedicionarios
vacunaron a 900 personas y en la ciudad a 1500 personas más. El tiempo que gasta-
ron fue poco, porque la Real Expedición salió de Loja el 10 de diciembre de 1805
con dirección al territorio que pertenecía a la jurisdicción virreinal peruana.
La rapidez de los acontecimientos se explica por las noticias de las epidemias de
viruelas en Lima. Las condiciones del camino son malísimas. El virrey Avilés reco-
noce la labor de Salvany en una situación pésima, cuando dice:

35
Expediente 19. Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.
36
Expediente 19. Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.

–159–
Entró Salvany en el Virreynato del Perú viajando con la presteza que permitía la
Cordillera de los Andes en la estación más rigurosa de lluvias y nieves, falta de
caminos, y la necesidad de cortar el contagio de viruelas en los más de los pue-
blos37.

El viaje a la capital peruana fue rapidísimo. El 23 de diciembre de 1805, la Expe-


dición Vacunal entraba en Piura. Salieron de Piura con dirección a Lambayeque el 9
de enero de 1806. Al llegar a Lambayeque el recibimiento no fue la indiferencia,
sino que fue el rechazo, que es todavía peor. La población rehusó la vacuna y deno-
minaron a Salvany el Anticristo38. Un grupo indígena persiguió a Salvany y en esta
ciudad no se reconoció la llegada de la Expedición de la Vacuna. Ante el rechazo del
fluido que prevenía de las viruelas naturales, Salvany abandona precipitadamente
Lambayeque. La caridad y la filantropía de Salvany son muy altas. Como reconoce
que no se ha propagado la vacuna en estos territorios, comisiona a un religioso beth-
lemita, fray Tomás de las Angustias, presidente del Hospital de Belém de Lambaye-
que, para que recorra los pueblos de Vicus, Olmos, Mopute, Salas, Jayanca, Paco-
ra... En todos estos pueblos el padre bethlemita destaca por su pericia y conoci-
mientos, y por la constante caridad que derrocha entre los naturales, que miraban a
la vacuna con gran desconfianza (RAMÍREZ, 1999, p. 406).
Salvany sale de Lambayeque con dirección a Cajamarca. Por el camino vacuna
en las poblaciones de Reque y Chepén. Al salir de este último pueblo, les abando-
naron los arrieros, que les dirigían el camino y les acompañaban para el transporte
de los niños. Les dejaron solos en medio de la nada. Sin orientación vagabundearon
hasta que les socorrió un hacendado, Juan Espinach. Este incidente provocó en Sal-
vany un recelo desconocido hasta ese momento. La angustia y el miedo que sufrie-
ron todos los expedicionarios y los niños que les acompañaban para llevar el fluido
fresco en sus brazos fue grande. Cuando se repusieron del susto, marcharon con
urgencia hacia el Mineral de Chota, que estaba amenazado de una epidemia de
viruelas. Para evitar la propagación, Salvany realizó una vacunación general.
Después de este camino lleno de incidencias, la Expedición llegó a Cajamarca
el día 9 de marzo de 1806. A su llegada contó con una buena predisposición y un
ánimo favorable a la vacunación. El recibimiento fue extraordinario, gracias a las
campañas de concienciación ciudadana, que había realizado el subdelegado comi-
sionado para el recibimiento y cuidado de la vacuna, Joaquín Miguel de Arnaco. Su
ejemplo fue esencial para contagiar el entusiasmo por la vacuna tanto en las pobla-
ciones hispanas como indias.
La vacuna en Cajamarca también contó con el apoyo y la infraestructura de la
orden bethlemítica, como había ocurrido en otras ocasiones anteriores. El prefecto

37
Resumen que hace el Virrey Avilés sobre la Expedición de la Vacuna, fechado en Lima en el mes de julio de 1806,
f. 1. AGI : IG, 1558-A.
38
Expediente 20. Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.

–160–
del Hospital de Belém será quien se responsabilice de la labor iniciada por Salvany.
Este trabajo realizado llegó a oídos del rey39. El monarca valoró y reconoció su acti-
vidad vacunadora40.
Cuando llega a Trujillo, Salvany encontró amigos. En esta ciudad se hospedaba
el arzobispo de Charcas, Benito Moxo, que era un dedicado protector de la Expedi-
ción desde que estuvo con ellas en Puerto Rico41. En Trujillo, Salvany intentará
entrar en contacto con Grajales, cuya pista ha perdido desde territorio perteneciente
a la jurisdicción de Santa Fe.
Desde Trujillo, Salvany comisiona al practicante Lozano para que propague la
vacuna e intente frenar el contagio por la región de Chachapoyas, y, después, desde
allí, la difunda por las ciudades de Cajamarquilla y Guarochiri.
Una vez establecida la vacuna en Trujillo, Salvany decide preparar el viaje hacia
Lima. En Trujillo le dan los niños necesarios para transportar la vacuna hasta la capi-
tal del Perú. Salvany llega a Lima a finales de mayo de 180642. Pasarán casi seis
meses para que la comisión procedente de Guayaquil aparezca. Grajales y Bolaños
se presentan en Lima en diciembre de 180643.
Cuando Salvany llega a Lima, la vacuna se comerciaba. Se compraba y se ven-
día como el aguardiente o la sal. La vacuna no estaba controlada por facultativos,
sino por comerciantes, que veían en este fluido un modo rápido y seguro de enri-
quecerse. Ante este hecho generalizado y mantenido por la población limeña, Sal-
vany no puede actuar. Se siente incapaz de transformar esta realidad. Desilusionado,
abandona las vacunaciones en masa, más o menos generalizadas. Estas operaciones
las delega a los médicos locales de la ciudad, que, a su modo, ya trabajaban. No
lucha contra la realidad vacunal establecida, sino que intenta transformarla.
Dedica todas sus maltrechas fuerzas a la elaboración de un reglamento, que
organice todas las campañas, métodos, planes de vacunación y sea común para todo
el Virreinato peruano.
La estancia de la Expedición Vacunal en Lima fue larga. Durante este tiempo se

39
Informe de Joaquín Miguel de Arnaco al Rey, fechado en Cajamarca el 29 de agosto de 1806. Con la misma infor-
mación existe otro informe con los mismos protagonistas fechado en Cajamarca el 8 de septiembre de 1806. AGI :
IG, 1558-A.
40
Según el aviso de 8 de septiembre de 1806, confirmado por otro posterior de Salvani, en cuya virtud doy a V.m.
en nombre de S.M. expresivas gracias encargandole que las dé así mismo al Prefecto de Bethlemitas Fray Rafael
de Belem por su celo en procurar la propagación, y a cuantos hayan contribuido a un objetivo de tanta impor-
tancia, y expresando que nada omitirá para perfeccionar la empresa. Carta del Rey al Sudelegado de Cajamar-
ca, fechada en San Ildefonso el 19 de septiembre de 1807. AGI : IG, 1558-A.
41
Expediente 20. Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.
42
Resumen que Salvany hace al Virrey Avilés sobre la Expedición de la Vacuna en el territorio de su mando, fecha-
do en Lima en el mes de julio de 1806, f. 1. AGI : IG, 1558-A.
43
Informe sobre los servicios prestados. Archivo General Militar, Segovia. Sección 1.ª: Expedientes Personales, G-
3848.

–161–
Rutas de la expedición de la vacuna en el Virreinato Peruano.

Llegada de la vacuna y su distribución en América del Sur.

–162–
da el cambio de virrey. Abandona el Perú el virrey Avilés y llega el virrey Abascal.
Este cambio de personas provoca una transformación de la actitud hacia la Real
Expedición.
En Lima, Salvany descansa. Deja las vacunaciones en manos de facultativos
experimentados y naturales. Tiene mucho tiempo libre. Estudia y piensa. Se vincu-
la a la élite intelectual de la Universidad de San Marcos y a las tertulias ilustradas,
que, a imagen de la metrópoli, se celebraban en las casas de las élites criollas.
Fruto de este replanteamiento de la situación de la vacunación en el territorio por
el que se ha propagado la vacuna, propone a la Secretaría de Estado la creación de
una plaza de Inspector de Vacuna. Salvany tiene claro todo : el sueldo, que debería
oscilar entre 12 y 14 mil pesos ; el reconocimiento, que tendría que estar autorizado
con los honores del Consejo de Indias; y las funciones que tendría la obligación de
celar el plan de vacunación y su cumplimiento44. Este inspector debería visitar cada
tres años uno de los tres virreinatos (Perú, Buenos Aires y Santa Fe), y las Juntas
Centrales deberían informarle cada bimestre de todas sus operaciones.
En enero de 1807, Salvany recibe informes de que existe un nuevo brote de
viruelas en la ciudad de Trujillo. Para frenarlo, envía comisionado a Grajales, por-
que Salvany está preparando el paso a la Real Audiencia de Charcas, que pertenecía
al virreinato de Buenos Aires.
Salvany se encuentra débil y la experiencia con niños pequeñitos ha sido mala,
por los excesivos cuidados que necesitan. En Lima, Salvany solicita quatro mucha-
chos aptos para montar y que no hayan pasado las viruelas45, para que lleven la
vacuna hasta la ciudad de Ica, pasando por las poblaciones de Cañete y Pisco.
Cuando, en marzo de 1807, Grajales vuelve de frenar el brote de viruelas natu-
rales, Salvany le comisiona para que lleve la vacuna y la propague por el interior de
la cordillera andina, hacia la ciudad sagrada de los incas. Para llegar al Cuzco pasa-
rá por las ciudades de Ayacucho y Andahuaylas. Una vez realizada la comisión, vol-
verá a Lima, donde llega en septiembre de 1807.
Finalmente, Salvany sale de Lima el 15 de octubre de 180746 con dirección a la
ciudad de Arequipa. Un mes más tarde, después de los preparativos del barco, los
pertrechos y los niños, saldrá Grajales del puerto de El Callao rumbo a la Capitanía
General de Chile47.

44
Carta de Salvany dirigida a José Antonio Caballero, fechada en Lima el 1 de enero de 1806 [debería estar fecha-
da el 1 de enero de 1807]. AGI : IG, 1558-A.
45
Expediente 20. Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.
46
Resumen que hace el virrey Avilés, añadido con otra letra, fechado en Lima el 20 de septiembre de 1807, f. 3-3v.
AGI : IG, 1558-A.
47
Informe sobre los servicios prestados. Archivo General Militar, Segovia. Sección 1.ª: Expedientes Personales, G-
3848.

–163–
El viaje desde la costa (Lima) a la sierra (Arequipa) agravará de nuevo la daña-
da salud de Salvany. La altura y los fríos de la sierra afectan a la enfermedad pul-
monar que padece. En este trayecto tarda casi dos meses. El día 8 de diciembre de
1807, llega a Arequipa enfermo. Todavía impresiona leer los síntomas que describen
quienes lo vieron. El certificado médico dice : Se confundia con la Apoplegia por la
intermitencia de su pulso, y por la respiración estertorosa precedida de movimien-
tos convulsivos ; y el síncope en su cesación, nos presentaba un espectáculo de
horror48. Salvany pasa la Navidad de 1807 y recibe al año nuevo en esta ciudad. La
estancia en Arequipa es reconstituyente. Pero la Expedición Vacunal debe continuar
propagando la vacuna y no puede demorarse eternamente en un lugar.
Sale de Arequipa con dirección a la población situada a la mayor altitud de toda
la cordillera andina, La Paz. Un trayecto de una semana, a Salvany le supone más
de un año. El trayecto de Arequipa a La Paz no es largo, pero está deshabitado. Las
escasas poblaciones que existen carecían de facultativo y de remedios para mejorar
la enfermedad que padecía el Subdirector. En lugar de mejorar, con el tiempo, su
salud empeora y en el camino la enfermedad se agrava. El día 1 de abril de 1809,
por fin llega a la ciudad de La Paz, primera ciudad de la Real Audiencia de Charcas,
que pertenece al Virreinato de Buenos Aires.
Después de dos semanas de total tranquilidad, en reposo absoluto, su salud no
se restituye.
Enfermedad de un afecto reumático de bastante consideración, el cual, como lo
hemos observado, toma diversas formas, y presenta aspectos mas o menos graves
según la sensibilidad o importancia de las partes en donde se fija, pues en el tiem-
po que le hemos tratado de diversos ataques ya en el vientre, pecho, y cabeza, le
ha constituido en peligro con los graves síntomas con que ha venido acompaña-
do, y siendo dicho afecto producido a nuestro parecer, por la variación de climas
por donde le han conducido forzosamente sus dilatados viajes e indispensables
fatigas que les son anejas, si continua mas tiempo variando temperamentos,
sufriendo las molestias de caminos y exponiéndose a los contingentes indispen-
sables de insolaciones, lluvias, y nieves, y al transito continuo de valles, cordille-
ras y rios, puede muy bien ocasionarle un accidente mortal, según lo que lleva-
mos ya designado: por lo que juzgamos le sería mas conveniente a su existencia,
fijar su residencia en un clima medianamente templado, sano y moderadamente
seco49.

Si de Arequipa a La Paz tarda más de 16 meses, de La Paz a Cochabamba, pare-


cido trayecto, tarda 13 meses. Mejoran las condiciones climáticas pero no la salud
de Salvany. Los valles interandinos se convierten en valles de lágrimas que presa-
gian su muerte.

48
Certificado médico firmado por el Bachiller Pablo José del Carpio, fechado en Arequipa el día 17 de diciembre
de 1807. AGI: IG, 1558-A.
49
Certificado médico fechado en La Paz el 13 de abril de 1809. AGI : IG, 1558-A.

–164–
Salvany mantiene el entusiasmo para propagar la vacuna, pero no le acompañan
las fuerzas. Desde la ciudad de Cochabamba, a falta de dos meses para su muerte,
solicita el permiso al presidente de la Real Audiencia de Charcas para internarse y
propagar la vacuna en las provincias de Mojos y Chiquitos50. Estas provincias eran
unas reducciones de indios, que estaban en manos de misioneros y que se diezma-
ban brutalmente cuando aparecía una epidemia de viruelas naturales.
Salvany muere en Cochabamba el día 21 de julio de 1810. Dejó sin terminar la
campaña de propagación de la vacuna por el territorio sudamericano. El entusiasmo
que tenía supo contagiarlo a su alrededor, y otros facultativos tomaron la alternati-
va. La empresa soñada por Salvany para llevar la vacuna a la región de Mojos y Chi-
quitos fue realizada por un médico militar llamado Santiago Granado. Al mismo
tiempo, Grajales y Bolaños, comisionados por Salvany, propagan la vacuna por la
Capitanía General de Chile.
El grupo de Grajales vacuna, establece Juntas de vacuna y crea planes de vacu-
nación por toda la Capitanía General de Chile. En el mes de septiembre de 1810,
pasó por la Araucaria. En esta región inhóspita y hostil vacunó a su población; los
indios araucanos, aunque fieros y temidos, se rindieron a la necesidad de luchar con-
tra las viruelas.
En enero de 1812, Grajales considera que su comisión ha terminado. Se embar-
ca en el puerto de San Carlos, en Chiloé, con dirección al puerto del Callao. Llega
a Lima a principios de marzo del mismo año. Solicita al virrey Abascal permiso para
regresar a la Península. Se le deniega por estar el territorio en guerra. Este “detalle”
hace que las noticias sobre la vacuna en estos territorios no lleguen con fluidez a la
Península (RAMÍREZ, 1999, p. 419).
A partir de este momento, Grajales abandona su lugar como médico de la Real
Expedición Filantrópica de la Vacuna y termina su dependencia de esta actividad
financiada y encomendada por la monarquía hispana. Como hay pocos médicos for-
mados en el Virreinato del Perú, pasa a formar parte del ejército realista del Virrey
Abascal, trabajando en el campo de la medicina militar y abandonando el campo de
la salud pública

50
Carta de Francisco Ignacio de Medeiros, Presidente de la Real Audiencia de Charcas, dirigida al Rey, fechada en
La Plata el 21 de mayo de 1810. Archivo Nacional de Historia, Sucre (Bolivia), Sección: Expedientes Coloniales
1810-14.

–165–
–166–
VII
Actuación estelar de Balmis

Obra de Francisco Xavier Balmis sobre las virtudes del Agave y la


Begonia. Madrid, 1794.

–167–
Francisco Xavier Balmis y Berenguer participa en la Real Expedición Filan-
trópica de la Vacuna cuando está a punto de cumplir medio siglo de vida. Vida vivi-
da, disfrutada, sufrida, gozada... Vida al servicio de la ciencia y de la medicina espa-
ñola tanto en la Península como en América. Estaba formada por el esfuerzo, curti-
da por el ensayo y endurecida por la experiencia.
Sin su participación, constancia, discernimiento y coordinación, la Expedición
Vacunal no hubiera sido lo mismo. Tampoco hubiera sido igual sin su intransigen-
cia, avidez, exigencia y arrogancia. Todo adereza al Balmis que vamos a conocer y
al que vamos a admirar.

INFANCIA ALICANTINA
Francisco Xavier Balmis y Berenguer vio la luz por primera vez en Alicante entre
las dos y las tres de la mañana del día 2 de diciembre de 1753. Fue bautizado tres días
más tarde, el 5 de diciembre de 1753, en la parroquia de Santa María. Su familia vivía
en la Plaza de la Fruta, actual Plaza de la Santa Faz en Alicante. La unidad familiar
estaba compuesta por su padre Antonio Balmis, su madre Luisa Berenguer, su her-
mana menor Micaela y el propio Francisco Xavier (DURO, s/f, p. 10).
Se le pusieron los nombres de Francisco Antonio, Francisco, en honor de su
padrino (Francisco de Pavía, Cónsul de Nápoles), y Antonio, por parte de padre.
Nunca utilizó el nombre de Antonio. Balmis siempre firmaba como Francisco o
como Francisco Xavier. ¿Por qué el error? Podemos interpretar esta realidad desde
dos puntos de vista. Primero, que para diferenciarle del padre, la familia solo le lla-
mase Francisco. Segundo, que olvidasen el nombre puesto y le llamasen como el
santo del día en que nació, típico en la sociedad española de finales del siglo XVIII.
GENEALOGÍA DE FRANCISCO XAVIER BALMIS
ANTONIO VICENTA JOSEPH LUISA
BALMIS BAS BERENGUER NICOLINI
ANTONIO LUISA
BALMIS BERENGUER
FCO. JAVIER MICAELA
BALMIS BALMIS

–169–
Nació en el seno de una familia de cirujanos (BALAGUER, 1996, p. 21; RICO-
AVELLO, 1956, p. 4). Primero su abuelo (Antonio) y después su padre (Antonio) se
habían dedicado a la defensa de la salud. De ellos heredó el nombre y la vocación. De
tal palo, tal astilla. Era lógico que el pequeño Balmis se dejase impresionar por los
comentarios y las anécdotas de sus progenitores. Las tenazas incisivas, el escarpel, las
agujas, las algalias, el gatillo, el escarnador, el exfoliativo, el perforativo o el tirafon-
do fueron primero juguetes, luego entretenimientos y durante la adolescencia respon-
sabilidades. No es extraño que tuviera que limpiar estos instrumentos utilizados por su
padre. En este ambiente, Balmis creó una vocación de defensa de la salud pública.
Sus padres no escatimaron esfuerzos en su formación. Estudió con aprove-
chamiento lo que hoy llamamos latín y humanidades, requisito imprescindible para
poder cursar los estudios de cirugía. A los dieciséis años había cursado y aprobado
latinidad y dos años de Filosofía. Destacó siempre por una aptitud y una actitud
favorables hacia la medicina. El estudio, la disciplina, el aprovechamiento y la dedi-
cación hicieron que su formación fuera excelente.

EN CARRERA MILITAR
No tenemos muchas descripciones físicas de Francisco Xavier Balmis. Una inte-
resante es la que se refleja en el registro n.º 358 del libro de Quintas de la ciudad de
Alicante de 1770 a 1771. Nuestro alicantino medía cinco pies, 3 pulgadas y cuatro
líneas (DURO, s/f, p. 11).
En el año 1770, Balmis consigue la plaza de practicante en el Hospital Real
Militar de Alicante, después de aprobar el examen de ingreso. Un Balmis muy joven,
con sólo 17 años, ingresó en este hospital con el objetivo de formarse como ciruja-
no militar. Como practicante militar desempeñó su función con dedicación y esme-
ro. Durante cinco años estuvo aprendiendo las técnicas quirúrgicas y curativas nece-
sarias para la sanidad militar. Ramón Gilabert, cirujano mayor de este hospital, fue
su tutor y modelo, y el encargado de supervisar su aprendizaje.
Con 21 años obtuvo el grado de licenciado en Cirugía en 1774. Al año siguien-
te, en 1775, se embarca en Alicante con destino al Hospital de Campaña con la
Expedición de Argel al mando del General Conde de O´Reylli.
El convoy de guerra salió con todo esplendor el día 23 de junio de 1775. A prin-
cipios de julio ya estaban todos en Argel. La armada estuvo apostada frente a las cos-
tas argelinas seis días en espera de órdenes de O´Reylli. El día 7 de julio se produ-
jo el desembarco.
En esta batalla participaron 7.300 marinos repartidos en 44 buques de guerra.
Los buques no eran todos iguales; se reparten en: seis navíos, con setenta cañones
cada uno; una docena de fragatas, con veintiséis cañones; y otros veintiséis buques,
que eran jabeques, urcas, paquetes, bombardas y galeotas. La espera fue larga; la
batalla fue corta, un día y una noche; la derrota fue amarga.

–170–
Argel representa para Balmis el bautismo de fuego. Junto a la angustia y ansie-
dad de un ayudante de cirujano primerizo, se unían el cansancio, los gritos de dolor,
el hacinamiento de los enfermos y la muerte. Si la humillación de la derrota frente
al enemigo fue dura, no lo fue menos la vuelta a Alicante. Habían perdido la batalla
y Balmis se había curtido con la experiencia.
En 1777, era examinado por los cirujanos de Cámara de S.M., sangradores y
proto-barberos Gutiérrez, Flores y Mugia, lo que le autorizó para ejercer el arte de
sangrar, sajar y echar ventosas, sanguijuelas, y, sacar dientes y muelas (RICO-
AVELLO, 1956, p. 4).
Balmis no deja el ejército. Tiene claro que la pertenencia a la milicia aumentará
su consideración social. Ante el primer traspiés no abandona el objetivo que persi-
gue.
A los veinticuatro años, comienza los trámites para conseguir el título de ciruja-
no ante el Real Tribunal del Protomedicato en Valencia. El papeleo costó caro. El
pago de las tasas del examen, la reválida y el certificado ascendieron a cincuenta y
cinco libras y doce sueldos moneda corriente de este Reyno. El esfuerzo económi-
co fue recompensado el día en que se examinó, el 11 de julio de 1778, con un Apro-
bado. El Protomedicato valenciano despacha el título el día 19 del mes siguiente del
mismo año. Lo más maravilloso de este documento es que nos informa de cómo era
físicamente Balmis. Lo describe como un hombre de buena estatura, pelo castaño y
un hoyo en la barba (MORENO CABALLERO, 1885, p. 56).
Al año siguiente, en 1779, el recién licenciado cirujano ingresa en el cuerpo de
Sanidad Militar. A principios del bloqueo de Gibraltar, fue nombrado segundo ayu-
dante de cirugía. El bloqueo de Gibraltar es una campaña bélica de fondo. Tiene
poca acción y pocos heridos. El trabajo de Balmis como cirujano es escaso. En un
asedio, un cirujano no tiene que emplearse con la misma intensidad que en una bata-
lla.
Sobre Gibraltar se estableció un bloqueo por tierra y por mar ; con el único obje-
tivo de provocar la rendición del ejército británico por hambre. Este bloqueo era sis-
temáticamente burlado por corsarios que traficaban con víveres que procedían del
norte de África. Después de dos años de tiras y aflojas, la estrategia bélica fracasó.
La escuadra del Almirante Rodney, compuesta por veintidós navíos, catorce fraga-
tas y un número no precisado de pequeños barcos de apoyo, llegó a Gibraltar y res-
tableció el comercio entre Gran Bretaña y el Peñón.
De nuevo, el fracaso había llegado a la carrera militar de Balmis, pero la forma-
ción sanitaria continuaba. Su actividad en el asedio de Gibraltar recibió los mejores
elogios por su esmero, aplicación y cuidado en el cumplimiento de sus obligaciones
(MORENO CABALLERO, 1885, p. 13). Fruto de ello fue el ascenso que recibió el
día 8 de abril de 1781. Balmis es nombrado cirujano del ejército y se le destina al
Regimiento de Zamora. Después de las dos experiencias en el Mediterráneo, Balmis

–171–
junto con su Regimiento son destinados a América en una expedición al mando del
Marqués del Socorro, para luchar contra los ingleses en el Caribe.
Se embarcan en Cádiz con dirección al puerto de El Guajiro en el Virreinato de
Nueva Granada. Se consigue frenar el aumento de la presencia británica en las islas
caribeñas. En esta Expedición, como en Argel y Gibraltar, el infatigable cirujano del
Regimiento de Zamora tuvo ocasión de demostrar su capacidad y su formación qui-
rúrgica. En el puerto de El Guarico fue elegido ayudante primero del cirujano
mayor. En esta plaza, Balmis tuvo la misión de atajar una epidemia que había ata-
cado al ejército expedicionario. Hubo muchas bajas entre los sanitarios del Regi-
miento de Zamora. La situación obligó a Balmis a realizar funciones de médico ciru-
jano (RAMÍREZ, 1999, pp. 240-241).
En 1783, la paz permite al Regimiento de Zamora abandonar el continente y
dirigirse al Caribe. Primero, le destinan a La Habana y, luego, a Veracruz. En estas
dos ciudades recibe la encomienda de cuidar a los enfermos de la milicia.
La vinculación de Francisco Xavier Balmis a la milicia condicionará su vida de
ahora en adelante. Desde 1770, en que entró en el ejército, siempre había servido en
los hospitales de Plaza y de Campaña de S. M. y, cuando obtuvo el grado de ciruja-
no, se vinculó a un Regimiento. Balmis asociará la medicina con el servicio a los
demás sin establecerse en un lugar fijo.

LA BEGONIA Y EL AGAVE
En 1783, tras la paz, se embarca con dirección a La Habana y posteriormente a
Veracruz. Un año más tarde (1784) nos le encontramos en el Hospital de Jalapa en
calidad de médico cirujano. Durante el virreinato de Bernardino de Gálvez (1785-
1786), Balmis fue elegido para realizar comisiones científicas por el territorio mexi-
cano por sus cualidades y capacidades. En todas las encomiendas trabajó con el
mayor esmero y dedicación. Su actitud positiva en el trabajo se vio recompensada
con el reconocimiento científico en el Virreinato de la Nueva España.
El 8 de marzo de 1786, el Arzobispo de México le nombra cirujano mayor del
Hospital Militar del Amor de Dios de la ciudad de México. A partir de ese momen-
to, se vinculará más a la medicina que a la cirugía.
A finales del año 1785 o principios de 1786, desde la ciudad de México, Balmis
envía a la Real Academia Médica matritense un opúsculo manuscrito titulado Diser-
tación Medico-Chirurgica en que se describe la Historia, Naturaleza, Diferencias,
Grados y curacion de la Lepra. Esta disertación no está estructurada en capítulos y
consta de 54 páginas en tamaño octavo. Después de la presentación de este estudio,
la Real Academia Médica nombra a Balmis socio correspondiente, el día 20 de
marzo de 1786.
Durante la estancia en la capital novohispana, Balmis no abandona el estudio. Es

–172–
constante en el esfuerzo y es diligente en el aprendizaje. Su dedicación tiene recom-
pensa. El 20 de abril de 1786 obtiene el grado de Bachiller en Artes en la Universi-
dad de México.
Desde el principio, la labor de Balmis estuvo respaldada por el Virrey Arzobis-
po de México, Alonso Núñez de Haro y Peralta, Conde de Revillagigedo (1786-
1787). Cuando el Arzobispo de México deja de ser Virrey y pasa el cargo a Manuel
José Flórez (1787-1789), Balmis continúa vinculado a la figura de Núñez de Haro.
El Arzobispo era el patrono del Hospital Militar del Amor de Dios de la ciudad de
México.
A partir de ese momento, Balmis se dejará impresionar por la botánica. Se inte-
resará por el uso de plantas medicinales para la curación de enfermedades. Centra-
rá sus estudios en el uso del Agave y la Begonia para el control y curación de las
enfermedades venéreas. La repercusión de las enfermedades venéreas en la sociedad
era muy importante. Con mucha formación y con un poco de fortuna, nuestro ali-
cantino fue situándose en la cerrada sociedad novohispana. Poco a poco fueron cre-
ciendo el prestigio y la clientela. Su fama y sus pacientes fueron sus cartas de pre-
sentación, que abrían puertas por donde pasaba.
Progresivamente se fue alejando de la vida militar para vincularse a la sociedad
civil. Solicita a Carlos III la calidad de Disperso. Se le concede el día 18 de junio de
1788 con un sueldo de ciento cincuenta reales al mes. El 24 de mayo de 1789, se le
concede el Retiro para la capital mexicana. Además del reconocimiento recibe un
aumento de sueldo ; cobrará a final de mes doscientos reales. Un año más tarde, por
Real Orden de Carlos IV, se le autoriza para que pueda servir dicho empleo, agre-
gado á su plaza de Cirujano Mayor del Hospital General de México (MORENO
CABALLERO, 1885, p. 15).
En el año 1790, el Hospital del Amor de Dios se une al de San Andrés
(FERNÁNDEZ DEL CASTILLO, 1960, p. 22; RICO-AVELLO, 1956, p. 4). La ins-
titución continúa bajo el patronato del Arzobispo Núñez de Haro. Balmis aparece en
calidad de director de la Sala de Gálicos de la nueva institución fusionada. Comien-
zan a verse los primeros resultados de los experimentos realizados con la utilización
del agave y la begonia como terapéutica contra la sífilis. Balmis había aprendido en
Pázcuaro, diócesis de Michoacán, el método que llamaban el Beato. Consistía en
administrar infusiones de agave y lavativas de begonia para curar el mal venéreo sin
el uso del mercurio.
Su mecenas, Núñez de Haro, el día 9 de diciembre de 1791, le comisiona para
traer y propagar en España el uso de nuevo medicamento. Balmis tiene ganas de
volver a España. Se verifica la salida en el mes de enero de 1792. Balmis no venía
solo. Le acompañaban 100 arrobas de Maguey o Agave y 30 de Begonia. A España
llega en la primavera de 1792. Se establece en Madrid en la calle de la Montera n.º
26. El día 20 de julio de 1792, comienza los experimentos.

–173–
En honor a Balmis y en reconocimiento de su labor como botánico, le dedicaron
una planta: la Begonia Balmisiana.
La puesta en práctica en Madrid del nuevo método genera inmediatamente crí-
ticos. Uno de los más importantes y con el que tuvo comprometidas disputas fue
Bartolomé Piñera y Siles, médico del Hospital de San Juan de Dios de Madrid
(RAMÍREZ, 2001).
Fruto de las investigaciones, Balmis publica un libro titulado Demostracion de
las eficaces virtudes nuevamente descubiertas en las raices de dos plantas de
Nueva-España, especies de Ágave y de Begonia para la curacion del vicio venéreo
y escrofuloso, y de otras graves enfermedades que resisten al uso del Mercurio, y
demas remedios conocidos. El coste de los libros ascendía a veintiséis reales por
ejemplar. Se compraban en las librerías de Barco. Estas librerías estaban repartidas
por Madrid. Una situada en la carrera de San Jerónimo, otra en la calle de Aguilera
y otra en la calle de Atocha. La obra está publicada en la imprenta de la viuda de
Joaquín Ibarra. Además de las trescientas cuarenta y siete páginas de texto, la obra
posee dos láminas de grabado a color con las dos plantas mexicanas: el agave y la
begonia. Las láminas también se podían comprar sueltas a un precio de cinco reales
cada una.
Esta obra tuvo repercusión internacional. Un año después de su publicación en
España, fue traducida al italiano a solicitud del papa Pío VI. En 1797 fue traducida
al alemán en Leipzig (MORENO CABALLERO, 1885, pp. 38-44).
Los resultados de los experimentos de plantas mexicanas en tratamientos para
curar la sífilis saltan a la opinión pública. El día 14 de marzo de 1794, la Gaceta de
Madrid da noticia del inicio de los experimentos. El día 14 de octubre del mismo
año informa sobre la publicación del libro Demostraciones de las eficaces virtudes...
En el año 1794 se reconoce la bondad del método experimentado por Balmis.
Carlos IV le nombra Consultor de Cirugía del ejército. Además del prestigio social,
Balmis recibe un sueldo de diez y ocho mil reales (MORENO CABALLERO, 1885,
p. 19).
Las existencias de Agave y Begonia se agotan. A principios del año 1794, la
Corona autoriza a Balmis para otro viaje a México. El objetivo del nuevo viaje es
la obtención de plantas para su uso médico, pero también para el Real Jardín Botá-
nico madrileño. La estancia en México es corta. Al año siguiente vuelve a España
a bordo del navío La Europa. Balmis recibe un nuevo reconocimiento por la efi-
cacia de su trabajo. El 1 de junio de 1795 se le conceden los honores de Cirujano
de Cámara con un plus al sueldo de seis mil reales. Juró su cargo cinco días más
tarde.
Esta estancia en España permite a Balmis estudiar química en el Real Laborato-
rio de la Corte durante dos años, entre 1795 y 1797. En este último año, Balmis se
recibe de Bachiller en Medicina en la Real Universidad de Toledo.

–174–
El 30 de octubre de 1796, Balmis solicita a Godoy que le dé licencia para pasar
nuevamente a México. Este viaje tiene un doble objeto. Primero, para cuidar de la
importante salud de mi Sr. la Virreyna acompañandola y sirviendola en su buelta a
España, cuia oferta tubo a bien admitirme su Excelencia quando mereci hacer igual
sercivio a su hida a aquel Virreynato. Segundo, obtener plantas de agave y begonia
con el fin de que no se equivoquen las legitimas especies1.
Se le da licencia para abandonar España y Balmis emprende un nuevo viaje con
dirección a tierras novohispanas2. El contacto con la corte, el conocimiento del territo-
rio mexicano, su calidad profesional como sanitario y el carácter abierto y cordial del
alicantino provocan que la virreina novohispana solicite otra vez sus servicios médicos
para el viaje de vuelta a la Península, después de haber terminado el gobierno de su
marido, Juan Vicente Güemes Pacheco (1789-1794) como virrey novohispano.
El cuarto viaje a México, Balmis lo realiza como médico cirujano con calidad
de Cirujano de Cámara. El viaje fue corto. Estuvo en Nueva España desde el vera-
no de 17973 a la primavera de 1799. Es un viaje de ida y vuelta.
Desde que llega de México, en el verano del año 1799, hasta el verano de 1801,
Balmis vivió en la Corte. Su afán de saber no tiene límites. En este período estudió
dos cursos de medicina clínica, con el objetivo de graduarse como doctor. Balmis está
en formación permanente, ante el peligro no desfallece y ante el ascenso no se engríe.

PROPAGACIÓN DE LA VACUNA
Balmis no para de formarse y de estudiar. Su ansia de saber y su ambición no
tienen límites. En este momento, Balmis es una persona muy perfeccionista y, quizá,
excesivamente segura de sí misma. Suele considerar a los demás como inferiores.
Era en demasía impulsivo. No soportaba las actitudes de indiferencia y relajo. Par-
ticipa activamente en los movimientos científicos que se dan en la Corte.
La vacuna se conocía en España desde el invierno del año 1800. Las noticias del
descubrimiento de Eduardo Jenner habían corrido como la pólvora por todo el con-
tinente. España no permanece al margen de este contagio de ideas científicas. Bal-
mis está relacionado, es más, pertenece a la élite científica madrileña. Contagiado de
las novedades científicas, recibe instrucción en los últimos descubrimientos. El más
importante: la vacuna.

1
Carta de Francisco Xavier Balmis dirigida al Príncipe de la Paz, fechada en Madrid el 30 de octubre de 1786. AHN,
Estado, 4.822, exp.n.º 18.
2
Nota marginal de remisión, fechada el 2 de noviembre de 1796, que está situada al margen de la carta-solicitud de
la nota anterior. AHN, Estado, 4.822, exp.n.º 18.
3
Carta de Francisco Xavier Balmis dirigida a Mariano Martínez de Galinsoga, Proto-médico de los Reales Ejérci-
tos, fechada en Palacio el 20 de julio de 1797. AGE, Segovia, Expedientes Personales: B-341.

–175–
Francisco Xavier Balmis y Berenguer (1753-1819). (Grabado de Elías Corona).

Grabado de la Begonia Balmisiana. Grabado del Ágave americano o magüey.

–176–
Las primeras referencias impresas en España sobre el sensacional hallazgo de
Jenner no son tardías. La Gaceta de Madrid da la noticia del descubrimiento de Jen-
ner el viernes día 26 de junio de 1801. Habían pasado ya tres años de la publicación
del descubrimiento de Jenner, cuando, en 1801, aparece el primer opúsculo dedica-
do a la vacuna, que lleva la firma de Francisco Piguillem. Posteriormente Ignacio
María Ruiz de Luzuriaga, Antonio Hernández, Pedro Hernández, Diego de Bances,
Vicente Martínez, Juan Puig y Mollera, publican sus experiencias en relación con el
tema entre 1801 y 1803 (ver capítulo XII).
Paralelamente, en América y en España se produce un brote epidémico de virue-
las naturales. A lo largo del año 1802, llegaban a la metrópoli dramáticas noticias de
todos los territorios americanos. Revestían especial virulencia las epidemias de
Santa Fe y de Lima. El guatemalteco José Flores, médico de Cámara de Carlos IV,
partidario primero de la inoculación y después de la vacunación, fue uno de los ide-
ólogos que pensó por primera vez en crear una Real Expedición Filantrópica con el
objeto de propagar la vacuna en los territorios hispánicos de Ultramar.
En 1801, cuando se recibe como de Doctor en Medicina, Balmis es uno de los
mayores defensores de la vacunación. Investiga sobre el tema. En sus estudios per-
cibe la dificultad que tienen los médicos de habla exclusivamente hispana para
entrar en contacto con las fuentes que describen el nuevo método preventivo contra
las viruelas. Esta inquietud de acercar los nuevos conocimientos científicos a la
mayoría de los sanitarios, le conduce a traducir la obra de Moreau de la Sarthe titu-
lada Tratado histórico y práctico de la vacuna.- Que contiene en compendio el ori-
gen y los resultados, con un exámen imparcial de sus ventajas, y de las objeciones
que se le han puesto, con todo lo demas que concierne á la práctica del nuevo modo
de inocular. La obra tiene gran importancia por la novedad del tema ; consecuencia
de ello es la publicación en la Imprenta Real.
A Moreau de la Sarthe se le consideraba como el primer gran defensor y divul-
gador de la obra de Jenner en Europa y posiblemente la publicación que más difu-
sión alcanzó (BALAGUER, 1987, p. XXIV). La obra consta de dos partes : la pri-
mera está dividida en cinco libros, y la segunda en cuatro. A su vez cada libro se
subdivide en un número determinado de capítulos. La primera parte es un análisis
histórico del descubrimiento de la vacuna y su difusión, mientras que la segunda es
un estudio de sus aspectos médicos.
El proceso de traducción es largo. Los trámites se inician a finales del año 1801.
El 9 de noviembre de 1801, Balmis eleva un memorial dirigido a la reina María
Luisa en el que le solicita la impresión de la obra de Moreau traducida. Para impli-
car a la Corona, Balmis pide que la traducción esté dedicada a la reina4.

4
Quedando colmada mi satisfaccion si V.M. condesciende con la súplica, que hago humildemente, para que se
digne admitir la Dedicatoria de mi obra, como una levísima muestra de la gratitud con que vive y vivirá siempre.
Memorial de Francisco Xavier Balmis dirigido a la reina María Luisa, fechado en Madrid el 9 de noviembre de
1801. AHN, Estado, 3235, Exp. n.º 1.

–177–
Finalmente, se publica la obra traducida por Balmis, pero con la dedicatoria
requerida a la reina. El informe del Conde de Ysla deja claro el sentido y la evalua-
ción de la obra, cuando dice : Y en quanto así será digna de llevar al frente el augus-
to nombre dela Reyna Ntra. Sra., juzgo no lo desmerece la traducion, pero si se mira
ala obra original, no es de aquellas queson singulares en su genero, o de un meri-
to sobresaliente y aventajado, lo cierto es que la materia de que trata es tan comun
y trillada en el día que no se veen sino escritores que tratan de la vacuna5.
Balmis tenía conseguida y reconocida la fama como sanitario. Era médico de
Cámara de Carlos IV. Poseía una gran experiencia inoculadora y vacunadora en la
Corte. Era traductor de uno de los mejores tratados sobre la vacuna. Con anteriori-
dad había estado varias veces en América por motivos médicos y botánicos. Este
excelente curriculum le señalaba como la persona óptima para dirigir la Expedición
de la Vacuna.
Junto con la competencia profesional nos encontramos la valía personal. Hom-
bre metódico, minucioso, delicado, responsable, sagaz, abnegado... Estas cualida-
des, innatas y cultivadas, junto con su madurez personal, le permitieron conseguir y
dirigir con éxito la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. El día 2 de agosto de
1803, es nombrado director de la Expedición. A partir de ese momento comenzará
a demostrar su valía y también su temperamento.
No tratamos en este momento de la Expedición, porque hay un capítulo dedica-
do específicamente a ella. Sólo vamos a reflejar sus ecos en la opinión pública
madrileña.
En España, la Real Expedición de la Vacuna despertó en su tiempo una gran
atención. La gesta saltó a la opinión pública en numerosas ocasiones. La Gaceta de
Madrid se convirtió en el vocero de sus logros y de sus hazañas. Las noticias de la
Expedición aparecen en sus páginas periódicamente. El día 5 de agosto de 1803, se
informa de la creación de la Real Expedición Filantrópica y se presenta a Francisco
Balmis como su director.
El día 27 de agosto de 1803, se anuncia la partida de la Expedición. En una
corresponsalía fechada en La Coruña el primer de diciembre dice: Ayer zarpo de este
puerto la corbeta María Pita, al mando del Teniente de Fragata de la Real armada
D. Pedro del Barco, llevando á su bordo los individuos de la expedición filantrópi-
ca destinada á propagar en América y Filipinas el precioso descubrimiento de la
vacuna.
El día 14 de octubre de 1806, se comunica la llegada a Madrid con éxito del
director. Esta noticia tiene tanta importancia que obliga a sacar a la calle un suple-
mento, que podía comprarse separado de la Gaceta diaria. Comienza diciendo: El

5
Informe del Conde de Ysla dirigido a Pedro Cevallos, fechado en Madrid el 2 de agosto de 1802. AHN, Estado,
3235, Exp.n.º 1.

–178–
domingo 7 de septiembre próximo pasado tuvo la honra de besar la mano al Rey nues-
tro Señor el Dr. D. Francisco Xavier de Balmis, Cirujano honorario de su Real Cáma-
ra, que acaba de dar la vuelta al mundo con el único objeto de llevar á todos los domi-
nios ultramarinos de la Monarquía Española, y á los de otras diversas Naciones, el
inestimable don de la Vacuna. S.M. se ha informado con el mas vivo interes de los
principales sucesos de la expedicion, mostrándose sumamente complacido de que las
resultas hayan excedido las esperanzas que se concibieron al emprenderla.
Durante la Expedición Vacunal, Balmis destacó por su actitud metódica para la
propagación de la vacuna. Fue un gran maestro y modelo. Contagió su entusiasmo
y actitud en el conjunto del convoy humanitario. La Expedición permite la puesta en
práctica del método científico ilustrado. Balmis plantea hipótesis, realiza experi-
mentos, fija con exactitud y analiza resultados. El director de la Expedición Vacunal
es un ejemplo de burócrata ilustrado al servicio de la sanidad. Y era consciente de
que su labor profiláctica supondría la primera hazaña preventiva en la historia de la
vacunología.

ULTIMOS AÑOS: ENTRE ESPAÑA Y AMÉRICA


El día 6 de septiembre de 1806, Balmis llega a Madrid. En la Corte es recibido
como un filántropo, un trabajador incansable y un héroe de la nación. A la vuelta de
la Expedición, Balmis llega cansado, está a punto de cumplir cincuenta y tres años.
Su afán por consolidar y difundir la vacuna no termina con la Real Expedición.
Cuando Balmis vuelve a la Península, continúa trabajando al servicio de la vacuna.
La supervisión de la actividad científica con respecto a la vacuna recae directamen-
te en el director.
Ya instalado en su casa de Madrid de la calle Valverde n.º 12, el director de la
Expedición Vacunal recibe numerosas consultas sobre dudas que se generan en
todos los puntos de los territorios hispánicos. Este movimiento de información
supone unos costes por los envíos del correo. A principios del siglo XIX el gasto del
correo recaía en el receptor de las cartas. La situación económica de Balmis no le
permite sufragar estos costes y suplica amparo a la Corona. Solicita que se le entre-
guen gratuitamente las cartas de Asia y America que hán sido detenidas en esta Ofi-
cina de Correos dirigidas á mi nombre en todo el año anterior y las que vengan
sucessivamente, o á lo menos que se suspenda la quema de aquellas6. No pensemos
que Balmis vivía en la miseria, sino que los costos eran muy altos, el importe ascen-
día a 138 reales de vellón7. Lo ocurrido el 2 de mayo de 1808 en Madrid frena cual-

6
Carta de Francisco Xavier Balmis dirigida a Pedro Cevallos, fechada en Madrid a 8 de enero de 1808. AHN, Esta-
do, 3215-2, Exp.n.º 241, libro 7.
7
Carta de Juan de Villa, Administrador General de Correos, dirigida a Pedro Cevallos, fechada en Madrid a 18 de
enero de 1808. AHN, Estado, 3215-2, Exp.n.º 241, libro 7.

–179–
quier trámite en la administración del Estado. Pero conocemos la terquedad de Bal-
mis. El 27 de septiembre de ese mismo año, insiste de nuevo en sus pretensiones. La
Junta Interina, formada por Castillo, Serna, Nogués, Caballero y Ángel es implaca-
ble. El 1 de octubre de 1808, deniega definitivamente la solicitud del director de la
Expedición Vacunal. Como es lógico pensar, la causa de la denegación es la escasez
de fondos que en las actuales circunstancias padece la renta, para atender á los
indispensables gastos y obligaciones de ella8.
A fuer de buen patriota, Balmis participa activamente en las luchas políticas que
se definen en España como consecuencia de la invasión napoleónica. Tras los suce-
sos del dos de mayo madrileño, Balmis se posiciona a favor de la Junta instalada en
Aranjuez. Toma decididamente partido contra el recién llegado rey, José I. La repre-
sión de los partidarios de los Borbones es muy fuerte. Francisco Xavier Balmis apa-
rece en la primera lista de los proscritos que el nuevo monarca manda perseguir. Sus
bienes son confiscados y se ve obligado a establecer su residencia siguiendo a la
Junta Central de Gobierno. Se traslada de Madrid a Sevilla.
El día 11 de octubre de 1809, la Junta Central de Gobierno le comisiona para
pasar a México con el fin de evaluar los resultados de la propagación de la vacuna
después de la Real Expedición, porque corrían noticias que de se iba extinguiendo
el precioso fluido que preservaba de las viruelas naturales.
A principios de 1810, el avance napoleónico hacia el sur es imparable. Sucesi-
vamente se rinden a las tropas invasoras todas las capitales de provincia andaluzas.
Balmis sigue los pasos de la Junta Central, que pasa a llamarse Junta de Regencia.
Abandona Sevilla y se traslada a Cádiz. El día 5 de febrero de 1810 el ejército de
Sebastiani masacra Málaga.
Mientras Balmis hace los preparativos de su sexto viaje a América9, tiene noti-
cia de la crueldad del ejército francés en Málaga. Los acontecimientos que ocurren
en esta ciudad precipitan su marcha. Con perfecto conocimiento de la situación y
con la imposibilidad de participar, Balmis se hace a la mar a mediados de 181010.
Con impotencia y con el lastre de la edad, el director de la Expedición Vacunal toma
un barco, que había partido de Málaga escapando de la invasión de esta ciudad, que
pasaba por Cádiz rumbo a Veracruz.
Balmis huye de la situación en la Península pero trabaja políticamente a favor de
los Borbones. El pretexto para abandonar Cádiz es revisar lo iniciado en América

8
Nota marginal de la Junta interina, fechada el 1 de octubre de 1808, escrita en una carta de Francisco Xavier Bal-
mis sin dirección, fechada en Madrid a 27 de septiembre de 1808. AHN, Estado, 3215-2, Exp.n.º 241, libro 7.
9
Informe de Francisco Balmis fechado en Sevilla el 9 de enero de 1810. AGA, Viso del Marqués, Cuerpo de Sani-
dad, 2898-15, Exp. Francisco Xavier Balmis.
10
Informe de Balmis fechado el 6 de diciembre de 1810. Expediente 30. Extracto General de la Expedición filan-
trópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.

–180–
con la Expedición Vacunal. Comienza así su primer viaje al continente americano
después de la Real Expedición Filantrópica. Arriba a la ciudad de Veracruz el 1 de
abril de 1810.
En el territorio mexicano, además de supervisar la situación en la que se encuen-
tra la vacuna, colabora activamente en la defensa política de los Borbones. Participa
como médico militar en las campañas contra los insurrectos en la ciudades mexica-
nas de Valladolid y Jalapa11. El ardiente patriotismo le ocasionó notables disgustos.
Se vió rodeado de la insurreccion y cercado por varios atropamientos de la insu-
rreccion12. Trabajó curando a los enfermos y heridos de ambos bandos, monárquicos
e insurgentes.
Con la experiencia de los años pasados vacunando, se ve en la obligación de ela-
borar un nuevo Reglamento que actualice los conocimientos que se tienen de la
vacuna hasta el momento. El Reglamento se publica con fecha 10 de octubre de
1810. Cumplido el encargo que se le había encomendado, vuelve a la Península a
finales del año 1812, a bordo de la fragata Venganza. Junto con la satisfacción de la
labor bien hecha, Balmis trae de Nueva España un caxón de plantas exóticas vivas,
para que se aclimaten y propaguen en la Península con utilidad13. Estas plantas se
establecen en el Jardín Botánico del Hospital de Cádiz14.
El 11 de marzo de 1813, ya estaba de nuevo en Cádiz. Agotado y sin fuerzas,
vuelve a España con más de sesenta años. Balmis no cae en el olvido. En esta época
senil, a Balmis se le reconoce su labor al servicio de la salud pública. Tras la vuelta
de los Borbones a la Península, Balmis instala su residencia en la calle de Valverde
n.º 12 en Madrid. El 3 de noviembre de 1814, es nombrado vocal de la Real Junta
Superior Gubernativa de Cirugía. Seis meses más tarde, el 19 de mayo de 1815, soli-
cita a Fernando VII el nombramiento de Cirujano de Cámara. Premiando su actitud
crítica al gobierno de Bonaparte y favorable a los intereses de los Borbones, Fer-
nando VII le nombra Cirujano de Cámara el 9 de junio del mismo año. Junto con el
nombramiento va asignada una pensión de ochocientos ducados anuales (RA-
MÍREZ, 1999, pp. 246-247).
A pesar de la edad y de los nombramientos, Balmis no deja de trabajar por la salud
pública. Además de sus compromisos sociales, Balmis dedica tiempo al estudio. El día
11 de diciembre de 1815 termina la confección de una Instrucción que debe observar
la Subdelegación provisional de exámenes de Cirugía en la ciudad de Valencia.

11
Informe elaborado por Balmis, fechado en Cádiz el 12 de marzo de 1813. Expediente 24. Extracto General de la
Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.
12
Certificado de Francisco Xavier Venegas y Saavedra, Virrey de Nueva España, fechado en Madrid el 18 de mayo
de 1815. Archivo General de Palacio, Personal, 16.515, Exp.n.º 1.
13
Oficio dirigido al Comandante General de la Escuadra, fechado el 28 de febrero de 1813. AGA, Viso del Marqués,
Cuerpo de Sanidad, 2898-15, Exp. Francisco Xavier Balmis.
14
Carta de Pedro Labrador dirigida a Francisco X. Balmis, fechada en Cádiz el 26 de febrero de 1813. AGA, Viso
del Marqués, Cuerpo de Sanidad, 2898-15, Exp. Francisco Xavier Balmis.

–181–
En 1816, casi al borde de la jubilación, su labor es elogiada no solo por los esta-
mentos políticos, sino entre sus iguales. Médicos, miembros de la Academia Médica
Matritense, le nombran académico de la sección de Cirugía. El 12 de enero de 1818,
la Real Junta de Cirugía le nombra Clavero del fondo de la Facultad de Medicina en
representación de la Junta.
A finales de 1818, la salud de hierro de Balmis se quiebra. Viudo de Josefa
Mataseco y sin descendencia, el día 8 de noviembre de 1818 hace testamento ante
el notario madrileño Antonio Martínez Llorens (www.balmis.org). Sus últimas
voluntades dan muestra de su auteridad y religiosidad. La relación de sus bienes
revela que no se encontraba sumido en la pobreza, leyenda que algunos autores han
querido propagar. Recién cumplidos los sesenta y cinco años, el agotamiento y la
enfermedad se apoderan de él. El crudo invierno madrileño pasa factura. Balmis
atisba el fin de sus días. El día 12 de febrero de 1819, con una vida hecha y al ser-
vicio de la salud, muere en Madrid a la edad de sesenta y cinco años, dos meses y
diez días.

Firma de Francisco Javier Balmis.

–182–
VIII
La solidez de los secundarios

Documento por el que se destina a Pedro del Basco a la Comandancia Militar de Marina de La
Coruña el 31 de marzo de 1802. (Archivo-Museo Don Álvaro de Bazán, Cuerpo General, leg. 620).

–183–
La figura del director de una expedición es importante, pero el proyecto no fun-
cionaría sin el grupo de personas que lo realizaron junto a él. El director es esencial
en la creación de esta expedición, pero no lo es menos el grupo de personas que lo
acompañaron. Decidieron como él, padecieron como él, pensaron como él y traba-
jaron como él. Lo que magnifica la figura de Balmis es la creación del proyecto. El
desarrollo del mismo hubiera sido imposible sin sus secundarios. Historiográfica-
mente al director se le ha dado mucha importancia, tanta que la Real Expedición
Filantrópica de la Vacuna se ha denominado Expedición Balmis. Seríamos ingratos
sí no tuviésemos en cuenta la labor realizada por los secundarios que le acompaña-
ron.
Balmis no presenta un proyecto utópico. Gimbernat lo define así: El plan para
lograr la propagación de la Vacuna en los territorios de Ultramar me parece exce-
lente y mas asequible y seguro en realizarse1. Este Quijote científico resaltó por sus
grandes dotes como organizador. Manifestó una energía y tenacidad sin parangón y
un acendrado amor por la humanidad (LASTRES, 1957, p. 11). El director de la
Expedición Vacunal era un hombre bien formado intelectualmente, de talante opti-
mista y de espíritu en extremo activo (RAMÍREZ, 1999, p. 248). Balmis era mara-
villoso, pero no perfecto. Tuvo en contra su carácter colérico e intransigente. Care-
cía de diplomacia. No adulaba. No se dejaba gobernar fácilmente. Piensa que sin él
la empresa no funciona.
La realidad es que Balmis para conseguir esta hazaña médica necesitó un con-
junto de sanitarios que trabajasen con ahínco para conseguir que la Real Expedición
de la Vacuna fuese un éxito.
Los cargos de cada uno de los expedicionarios estaban perfectamente diferen-
ciados. Cada miembro tenía unas funciones, obligaciones y responsabilidades pro-
pias, con el fin de no solapar esfuerzos ni dejar vacíos. Estas diferencias existentes
entre los miembros de la Expedición se manifestaron hasta en el vestir.
Los ayudantes estaban concebidos como un elemento de apoyo para el director.

1
Carta de Antonio de Gimbernat a Francisco Xavier Balmis, fechada en Aranjuez el 28 de marzo de 1803. AGI, IG:
1558-A.

–185–
Tienen la misma formación académica que el director de la Expedición, pero les falta
la práctica médica. Todos habían sido colegiales en San Carlos, eran cirujanos de for-
mación. Sus funciones eran continuar y ayudar en las vacunaciones donde fuese nece-
sario; serían capaces de describir y valorar las anomalías que se produjesen en la evo-
lución de la vacuna; cuidarían del botiquín estando atentos para que nunca faltasen
los medicamentos, y también de los instrumentos y utensilios que se usen mantenién-
dolos en perfecto estado; y deberían ejercer la cirugía siempre que fuera necesario.
Los enfermeros no tenían unas funciones médicas específicas. Su labor era más
de infraestructura. Debían favorecer la labor de los cirujanos y de los médicos resol-
viendo las posibles dificultades que se presentasen. Debían cuidar del aseo y asis-
tencia de los niños, estar atentos a las necesidades del Director o de los Ayudantes
en falta de este, y, sobre todo, acompañar a los niños en todo momento, tanto en el
barco como cuando salten a tierra2.
Estas cualidades, que quedaban perfectamente diferenciadas en los documentos,
se confundieron durante el desarrollo de la Expedición. Indistintamente se encarga-
ron de realizar las expediciones regionales. El fin de estas miniexpediciones era lle-
var la vacuna por territorios concretos en un tiempo determinado. Estaban organiza-
das y supervisadas por el director de la Expedición.
El reparto inicial de tareas se trastocó cuando, al llegar al continente americano,
la Expedición se divide en dos partes. Este cambio, no previsto inicialmente, provo-
ca la reorganización de los expedicionarios en las dos rutas creadas, una dirigida por
Balmis y otra dirigida por Salvany. Se dividen esfuerzos con el objetivo de llegar a
la mayor cantidad de lugares en el menor tiempo posible.
Los expedicionarios que acompañan a Balmis eran el ayudante, Antonio Gutié-
rrez Robredo, el practicante Francisco Pastor; y los enfermeros Antonio Pastor,
Pedro Ortega e Isabel Sendales y Gómez; y los niños. De esto se deduce que el resto
de los expedicionarios siguen rumbo a Sudamérica. Este grupo lo dirige Salvany en
su cargo de vicedirector y acompañado por el ayudante Manuel Julián Grajales, el
practicante Rafael Lozano y el enfermero Basilio Bolaños. Los grupos resultantes
no fueron homogéneos. Mientras que a Balmis le acompañan cuatro expediciona-
rios, la rectora y los 22 niños galleguitos, a Salvany solamente le acompañan tres
sanitarios. Los grupos son desiguales en efectivos. Dicha desigualdad se manifestó
tanto en la capacidad de acción como en su resolución. La expedición de Salvany, al
tener más limitada la acción, prolongó su actividad en el tiempo. Otro aspecto es la
desesperanza frente a las dificultades. Las penas compartidas siempre son menores.
El esfuerzo psicológico es mayor cuando el grupo es más reducido. En la expedición
que propaga el fluido vacuno por América meridional, al desgaste físico se une el
desgaste psicológico.

2
Las obligaciones específicas de cada cargo están reflejadas en el Expediente 1. Extracto General de la Expedición
Filantrópica de la Vacuna. AGI, IG: 1558-A.

–186–
Balmis fue el alma y protagonista de la expedición, pero necesitaba una serie de
sanitarios que plasmasen a la perfección su idea. Estos hombres con su abnegación,
sacrificio y esfuerzo convirtieron en hechos las ideas de Balmis. Pero, ¿quiénes eran
los expedicionarios? Y, ¿cómo llegaron a ser seleccionados para esta Real Expedi-
ción Filantrópica de la Vacuna?
El Director de la Expedición de la Vacuna fue el responsable directo de la elec-
ción del grupo de sanitarios. A Balmis se le considera plenipotenciario de esta gesta
filantrópica. Su labor no hubiera sido llevada a cabo sin otros sanitarios que sopor-
tasen, alentasen y favoreciesen esta primera campaña de salud pública. No fue un
número elevado de personas. Sus componentes fueron los siguientes. En calidad de
médicos: Francisco Xavier Balmis y Berenguer y José Salvany y Lleopart. En cali-
dad de ayudantes: Manuel Julián Grajales y Antonio Gutiérrez Robredo. En calidad
de practicantes: Francisco Pastor Balmis y Rafael Lozano Pérez. En calidad de
enfermeros: Basilio Bolaños, Pedro Ortega y Antonio Pastor. Como cuidadora de los
niños: Isabel Sendales y Gómez. Como secretario personal de Balmis participó
Angel Crespo (SMITH, 1974, p. 17).Y como transmisores de salud, un grupo incal-
culable de niños que en sus pequeños brazos desplazaron la linfa vacuna por los
territorios por los que deambuló la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.
Sobre todos los expedicionarios destacaba con luz propia Balmis, al ser nombra-
do director. Como jefe supremo de la misma sería el responsable de la totalidad de la
Expedición Vacunal y cuidaría de que llegara el pus fresco vacunando sucesivamente
a los niños. Una vez conseguido el objetivo de llevar la vacuna a América, aumentaría
la cantidad de competencias. Debería distribuir la vacuna gratuitamente a todo súbdi-
to que lo demandase. Debería enseñar a los médicos locales la práctica vacunal para
conseguir que, después del abandono de la Expedición de los territorios visitados, la
vacuna se continuase manteniendo viva. Debería colectar los niños necesarios para el
camino que distaba entre dos poblaciones. Estas responsabilidades también recayeron
en Salvany, cuando Balmis lo nombró subdirector de la Expedición.
Balmis era una persona perfeccionista por naturaleza. A esta cualidad, que en
extremo puede ser un gran defecto, se unía la excesiva seguridad en sí mismo. Esta
realidad le lleva a minusvalorar a los demás miembros de la Expedición. Desde esta
convicción psicológica, Balmis centralizará toda la labor organizativa de la Expedi-
ción. Solo contaba con la participación de los expedicionarios en determinadas oca-
siones, siempre que él les transfiriera las competencias. Ejemplo de ello es el nom-
bramiento de Salvany, subdirector de la Expedición, como director de la subexpedi-
ción que propagó la vacuna por América Meridional.
El éxito de la Expedición recae en la cohesión y unidad de criterio y acción que
tiene el grupo a la hora de decidir y realizar las actuaciones que se llevaran a cabo.
Trabajó con los parámetros de la función pública actual. Balmis fue un director
genial que contaba con los mejores músicos perfectamente afinados y que realiza-
ron la propagación de la vacuna en total armonía.

–187–
El proyecto profiláctico estaba definido en la teoría. Los documentos creaban
una idea que había que llevar a la práctica. Hacen falta brazos. Gente que se com-
prometa con el proyecto y con la energía necesaria para llevarlo a cabo con éxito.

EL SUBDIRECTOR: JOSÉ SALVANY Y LLEOPART


José Salvany y Lleopart llegó a la Expedición muy joven. No sabemos con pre-
cisión su edad. Los datos cronológicos de su biografía nos han llegado gracias a su
partida de defunción. En ella reza: José Salvani, español, soltero, natural de Cerve-
ra principado de Cataluña, de edad de treinta y tres años3. En consecuencia con este
documento, Salvany podría haber nacido entre 1777 y 1778.
Su formación académica es intensa. Estudió gramática durante dos años, de
1784 a 1786, con Carlos Mytayna, en Barcelona. Posteriormente estudió Latinidad,
Retórica y Poesía durante otros dos años, de 1786 a 1788. Estudió Filosofía en el
Convento de San Agustín de Barcelona también durante otros dos años, de 1789 a
1791.
El 15 de octubre de 1791 se examina de Latinidad, Lógica y Física para ingre-
sar en el Real Colegio de Cirugía de Barcelona. Las buenas calificaciones de este
examen le permitieron estudiar en esta institución durante cinco años, desde 1791
hasta 1796. Salvany demostró una alta capacidad intelectual a lo largo de su forma-
ción académica y manifestó una vocación especial por las disecciones anatómicas.
Por su dedicación y aplicación fue ayudante de los doctores Boven y Capdevilla,
eminentes cirujanos del Real Colegio de Cirugía de San Carlos de Barcelona4. Les
sustituía cuando faltaban a las clases por cualquier motivo. Todo lo que le enco-
mendaron lo desarrolló con idoneidad y pericia. Durante los años que estuvo en San
Carlos recibió las máximas calificaciones en todas las asignaturas. Al brillante expe-
diente académico hay que añadir la predisposición personal al estudio, la abnegación
por la profesión médica y la constante actitud de esfuerzo y responsabilidad que está
implícita en todas las declaraciones de sus profesores.
Después de esta completa formación y recién licenciado en cirugía, Salvany
ingresa en el ejército. Las primeras noticias militares sobre su persona las obtene-
mos de un certificado de Alejandro de Butrón. Primero sirve en el 4º Batallón de
Guardias Walonas como cirujano interino. Después se le nombra cirujano del 3.º
Batallón del Regimiento de Irlanda. Posteriormente, sirve en el 5.º Batallón de
Infantería de Navarra. En todos los empleos, se caracteriza por su acierto en el diag-
nóstico, exactitud en los tratamientos y habilidad en las operaciones que practicaba.

3
Acta de defunción de José Salvany. Libro de Defunciones 1804-1824, f. 100v.-101. Archivo del Sagrario de la
Catedral de Cochabamba, Bolivia.
4
Certificado académico, fechado en Barcelona el 5 de marzo de 1799, f. 3-4. Archivo General Militar de Segovia.
Sección 1.ª, Expedientes Personales S-396.

–188–
A la fortaleza intelectual no le acompañaba una buena salud. Salvany es reemplaza-
do de todos los destinos militares por su quebradiza salud. El 18 de septiembre de
1799, Salvany solicita un permiso para tomar las aguas de San Hilario para el
cobro de su salud antes de incorporarse con el regimiento de infantería de Irlanda5.
El 21 de julio de 1801, expone que ha sufrido una grave enfermedad en el cantón
de Estremadura y que ha quedado con exceso de debilidad e inapetencia por pade-
cer frecuentes tercianas y exponerse constantemente al rigor del sol y del terreno6.
Salvany, como buen sanitario, sabe que hay que luchar contra la enfermedad
para poder restablecer su salud. Inicialmente prueba en balnearios. Pero las fre-
cuentes tercianas y garrotillos que padece y los rigores de la vida militar (constante
exposición al sol y dureza del terreno), le desaniman en esta carrera. En 1799 soli-
cita una plaza de cirujano en una Facultad. Sus solicitudes no son tenidas en cuen-
ta. El único modo que encuentra de salir del ejército, con un trabajo digno de su for-
mación y sin perder la condición militar, es tomando parte de la Real Expedición
Filantrópica de la Vacuna. Esta empresa americana le permitirá demostrar su valía
intelectual, pero en su consecución perderá la vida.
Inicialmente Salvany tenía una labor muy cómoda, al amparo de la gran perso-
nalidad de Balmis. Todo cambió cuando Balmis nombra a Salvany director de la
Subexpedición que distribuirá el fluido vacuno por América meridional. Las ins-
trucciones, dadas por Balmis, para mantener el éxito en la Expedición son muy con-
cretas y están orientadas a buscar la cohesión y unidad en el grupo y la perfección
sanitaria y vacunal. Los consejos que recibe Salvany en La Guayra antes de la divi-
sión de la Expedición son los siguientes. Primero: que debe mantener la unión entre
los expedicionarios. Segundo: conseguir la eficacia, presteza y exactitud en sus ope-
raciones. Tercero: dar la atención y deferencia debida a los Gefes con quienes tubie-
se que entenderse. Cuarto: conservar constantemente fresco el fluido vacuno. Quin-
to: que quando comience un viaje se vacune primero a los niños de constitución mas
robusta dejando a los mas débiles para el final. Sexto: procurar llegar a las ciuda-
des quando el fluido esté en sazon para que asi pudiesen hacer las operaciones sin
demora. Séptimo: tomar todas las decisiones con el acuerdo de las autoridades
locales. Octavo: establecer en cada capital una Junta Central de Vacuna bajo la
misma forma y reglas que en Caracas. Noveno: observar y dejar constancia escri-
ta de las operaciones y la evolución de las vacunaciones7.
Balmis elige a Salvany por su exquisita formación, por su buen hacer y por su
sumisión ante las decisiones del director de la Expedición. No elige a una persona
crítica. La elección es óptima, aunque no tiene en cuenta su salud.

5
Carta de José Salvany, fechada en Barcelona el 18 de septiembre de 1799. Archivo General Militar de Segovia.
Sección 1ª, Expedientes Personales S-396.
6
Solicitud de Salvany, fechada el 21 de julio de 1801. Archivo General Militar de Segovia. Sección 1.ª, Expedien-
tes Personales S-396.
7
Expediente 13. Extracto General de la Expedición Filantrópica de la Vacuna. AGI, IG : 1558-A.

–189–
La propagación de la vacuna por el territorio andino también tuvo que salvar
muchos obstáculos. La vacuna no fue bien aceptada por los naturales. El entusias-
mo de las autoridades locales del inicio se desvaneció con el tiempo8. La estancia en
la ciudad de Lima, de mayo a noviembre de 1806, después de haber recorrido más
de la mitad de América Meridional, coincide con la etapa de desarrollo intelectual
de Salvany.
Los éxitos de la vacuna se ensombrecen en la capital del virreinato peruano. Pro-
fesionalmente, la experiencia limeña no fue positiva para Salvany, ya que denuncia
que los facultativos de esos territorios habían propagado la vacuna sin precaución,
ni metodo hasta el punto de envilecerla y de comerciar con ella9. Al mismo tiempo
que Salvany se crea una enemistad con los facultativos locales, entra en contacto con
los círculos universitarios. La Real Universidad de San Marcos concedió a Salvany
el título de Bachiller en Medicina. Para conseguir este grado pronunció dos discur-
sos: uno de ciencia médica, titulado Que el galvanismo era una electricidad negati-
va, por cuyo medio se explicaban los fenómenos que producía en el cuerpo huma-
no, y otro de ciencia física, titulado Que los picos de los Andes haciendo de con-
ductores eléctricos, descargaban la atmósfera de la costa e impedían tronase en
ella. La estancia limeña fue prolongada. Tenía que recuperar la salud que había per-
dido en el trayecto andino. Salvany une el estudio al reposo. Resultado de este
esfuerzo intelectual es la consecución del grado de licenciado en medicina el 8 de
noviembre y el grado de doctorado en medicina el 30 del mimo mes. Toda esta acti-
vidad científica e investigadora realizada por Salvany en San Marcos estuvo dirigi-
da y supervisada por el Dr. José Hipólito Unanúe (UNANÚE, 1914, tomo II, pp. 56-
65).
Si su vida en la Península estuvo marcada por su actitud y comportamiento ante
la enfermedad, no es extraño que en el territorio americano, su vida también se viese
condicionada por su falta de salud. Nada más comenzar el ascenso de la cordillera
andina, el subdirector comienza a manifestar síntomas de debilidad. Perdió el ojo
izquierdo a causa de una fuerte fluxión que le sobrevino durante la navegación por
el río Magdalena. En su tránsito por la cordillera andina se dislocó la muñeca dere-
cha, que conservaría prácticamente inmovilizada, sin capacidad ninguna para coger
peso. El reumatismo se cebó con ella y al final de sus días malamente vacunaba y
escribía con esa mano.
Pero lo más grave es que por el efecto de la altura resultó afectado del pecho y
cuando recaía echaba sangre por la boca. En sus cartas, Salvany comenta que sufre

8
Pronto se desvanecieron las alegres pinturas que acompañaban a la Expedición. Entra ella al Perú y luego se ve
sepultada en general desprecio el inapreciable beneficio que a costa de mil afanes, trabajos e inquietudes le con-
ducían; solo un corto numero de sabios y principales de esta capital, han sabido darle el debido aprecio. Carta
de Salvany al Virrey Abascal, fechada en Lima el 27 de agosto de 1806. Archivo General de la Nación. Documento
“Bacuna” (LASTRES, 1951, tomo III, p. 25).
9
Expediente 20. Extracto General de la Expedición Filantrópica de la Vacuna. AGI, IG : 1558-A.

–190–
enfermedades como tercianas, garrotillo, mal de pecho, opresión y fuerte mal de
corazón. Estos eran diferentes modos de denominar el paludismo, la difteria y la
tuberculosis (RICO-AVELLO, 1956, p. 5; LASTRES, 1957, p. 79). Junto con las
enfermedades, Salvany sufría fiebre, afonía casi crónica, falta de apetito y agota-
miento general. Estas enfermedades se agudizaban por su extraordinaria y ardua
labor en climas inadecuados y extremos.
El minucioso recorrido que realizan Salvany y sus hombres es obligadamente
lento. A medida que el grupo se implica más en la campaña sanitaria, se ralentiza la
Expedición Vacunal porque, además de propagar la vacuna, se implican más en el
conocimiento de esos territorios, sus gentes, sus costumbres, y su modo de vida.
Quedaba mucho terreno que recorrer y la salud del subdirector no mejoraba. Los
informes médicos no eran halagüeños. El cuadro clínico se agravará. La enfermedad
impedirá que Salvany vuelva a la Península.
Se confundía con la Apoplegia por la intermitencia de su pulso, y por la respiración ester-
torosa precedida de movimientos convulsivos ; y el sincope en su cesación, nos presenta-
ba un espectáculo de horror : Pero como recordaremos, su constitución muy sensible, e
irritable, la obstrucción de un Pulmón, la hemoptisis, que desde el día de su arribo le habí-
amos notado, y advirtiésemos el incesante trabajo en el cumplimiento de su cargo, el empe-
ño en aliviar a los miserables enfermos de Medicina, y Cirugía que exigían de sus manos
el alivio, y el estado de la Atmósfera; nos proponemos el remedio, y corresponden los efec-
tos a nuestro interés a las once horas de la afección; en que desembarazado su sensorio,
conoce lo que ha sufrido, y respira con libertad, continuando su restablecimiento hasta
verlo fuera de la cama. Mas, como no es posible una radical curación de tan cruel enfer-
medad por no permitirle las obligaciones que le conducen a residir en este lugar hasta su
entera sanidad, nos toca prevenirle; que su viaje le será demasiado penoso, y fatigado, y
que acaso sufrirá otro insulto vigoroso por entrar en estaciones de aguas, y nieves muy
propias para destruirlo, y en Países donde la falta de Facultativos y de medicinas, solo pro-
porcionarían su ruina10.

Salvany no permanece al margen de la enfermedad que tiene. Salvany sabe que


no podrá regresar a la Península. Ante esta realidad solicita a la Corona empleos que
le asienten en un lugar y le permitan vivir con dignidad sin estar vinculado a la
Expedición Filantrópica. Desde Puno, en octubre de 1808, solicita un cargo de regi-
dor. Desde La Paz, en abril de 1809, solicita el cargo de intendente de esta ciudad.
Desde Oruro, en junio de 1809, solicita nuevamente un cargo de regidor. Como no
le autorizan ninguno de estos cargos públicos y ante el temor de morirse de hambre
si renuncia a su cargo en la Expedición Vacunal, continúa su periplo en bien de la
salud pública.
No puede parar para restablecerse y en su deambular pasa por poblaciones que
carecían de facultativo y de remedios para mejorar su salud. El paso del tiempo y la
movilidad por un territorio cada vez más difícil, lejos de mejorar, agravan su que-

10
El certificado médico está firmado por el Bachiller D. Pablo José del Carpio, Médico titular de esta villa y del Real
Hospital de San Juan de Dios y el Licenciado D. Roque de Aguirre Urreta, Conservador de la Vacuna por el Sr.
Gobernador Intendente de esta Provincia, fechado en Arequipa el 17 de diciembre de 1807. AGI, IG : 1558-A.

–191–
brantada salud. Finalmente, cumpliendo con el cometido encomendado en pro de la
salud pública, no le resisten más las fuerzas. Muere en Cochabamba el 21 de julio
de 1810 y es enterrado en la Iglesia de San Francisco. Había recorrido buena parte
del territorio americano, enfermo, con escasísimos medios económicos, luchando
contra las inclemencias de la naturaleza hasta dejar su vida en este empeño
(GIRALDO JARAMILLO, 1954, pp. 20-21).

OTROS SANITARIOS
Además del director y del subdirector, los ayudantes Manuel Julián Grajales y
Antonio Gutiérrez Robredo también brillaron con luz propia. Ambos eran antiguos
alumnos del Real Colegio de Cirugía de San Carlos de Madrid y habían ejercido la
práctica vacunadora en los hospitales de la Corte.
Manuel Julián Grajales había nacido en el pueblo toledano de Sonseca el 15
de enero de 1775. Desde pequeño sus padres se le encomendaron a un tío materno,
que era sacerdote: Juan de la Serna. Recibió una excelente formación. Primero estu-
dió en el Real Colegio de Escuelas Pías de San Antonio Abad de la calle Hortaleza
y después en los Reales Estudios de San Isidro. Solicita plaza en el Colegio de Ciru-
gía de San Carlos el 31 de agosto de 1797. Su solicitud es aceptada y cursa estudios
de cirugía durante cuatro años. El 22 de septiembre de 1801 obtiene el grado de
bachiller en medicina. Posteriormente convalida sus estudios madrileños en la Uni-
versidad Literaria de Toledo, donde recibe el grado de bachiller en medicina en
1802. Mientras que le convalidan los estudios en Toledo continua estudiando en San
Carlos. Se licencia el 25 de junio de 1803.
Tiene 28 años. Con la euforia del que está en plenas facultades físicas y en plena
efervescencia del recién licenciado, entra en contacto con Balmis y con los prepara-
tivos de la Expedición de la Vacuna. Es reclutado por Balmis. Grajales forma parte
de la Subexpedición sur al lado de Salvany. Propaga la vacuna por la costa del Pací-
fico, siempre fiel al mandado del subdirector. Fue el único de la Expedición Vacu-
nal que propagó la vacuna por el Reino de Chile.
A la muerte de Salvany, la Expedición se desmiembra. Las luchas independen-
tistas le impiden volver a España. El virrey Abascal le recluta como médico de las
tropas fieles que luchan contra los insurgentes en el virreinato de Buenos Aires.
Tras la independencia de América, Grajales se establece en Santiago de Chile.
Tiene el sueño de volver a España. Logra cumplirlo. El 3 de diciembre de 1824, poco
antes de las Capitulaciones de Ayacucho, vuelve precipitadamente a la Península.
Pasa años de penalidades, olvidado por todos. Por sus trabajos en la Expedición de la
Vacuna y en el ejército realista de Abascal reclama a la Corona un reconocimiento.
Todo llega. Con motivo de la jura de Isabel de Borbón como Princesa de Asturias, el
6 de agosto de 1833, fue condecorado por María Cristina con la Cruz de Caballero

–192–
de la Orden Americana de Isabel la Católica en atención a sus circunstancias como
Ayudante primero que fue de la Espedición de la Bacuna de Ultramar11.
Al margen de Balmis, es el único expedicionario que regresa a la Península, aun-
que no sin penalidades. Se honró toda la vida de haber llevado la vacuna brazo a
brazo desde los 40º latitud norte a los 48º latitud sur12.
Antonio Gutiérrez Robredo había nacido en la ciudad de Madrid el día 10 de
mayo de 1773. Su padre era bordador de la Corte. Con mucho esfuerzo, sus padres le
dieron estudios superiores en el Real Colegio de Cirugía de San Carlos. Finaliza su
vinculación con San Carlos en 1797, después de haber sido alumno y colegial interi-
no. Tenía que buscarse la vida. No podía vivir más de sus padres. La mejor salida para
los cirujanos era el ejército. Sirvió en el Ejercito de Extremadura por poco tiempo.
Posteriormente se estableció en la Corte. Es allí donde conoce y estudia la nueva
práctica de la vacunación. En este momento conoce a Balmis y le propone partici-
par en la Expedición Vacunal. Se le considera el discípulo predilecto de Balmis
(PARRILLA, 1976, p. 6).
Durante la Expedición, siempre estuvo vinculado a Balmis y fue su delegado en
las expediciones regionales por Nueva España. Contó siempre con el apoyo del
director de la Expedición Filantrópica y nunca la defraudó. Al volver de Filipinas,
Gutiérrez Robredo se estableció en México como médico, llegando a ser director
emérito de la primera sala del Hospital de San Andrés (SMITH, 1974, p. 68).
Del resto del personal médico sabemos poco. Las noticias de los practicantes y
ayudantes nos han llegado muy fragmentadas, lo que hace imposible la reconstruc-
ción de sus biografías. Sabemos que se formaron académicamente y que se inicia-
ron profesionalmente en los hospitales madrileños. En estos últimos descubrieron y
practicaron la vacuna. Fue el director de la Real Expedición Filantrópica de la Vacu-
na quien los eligió personalmente. Participaron en ella por sus cualidades profesio-
nales y por su experiencia médica.
Tenemos que destacar la participación de un sobrino de Balmis, Francisco Pas-
tor Balmis, en calidad de practicante. Este vivía en su casa madrileña durante los
preparativos de la Expedición, en la primavera y verano de 1803.

LA RECTORA DE LA CASA DE EXPÓSITOS


Isabel Sendales y Gómez, la Rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña, es
otro pilar esencial en el desarrollo de la Expedición Vacunal. Sin ella esta campaña
de salud pública hubiera sido casi imposible. Podemos considerarla, en el concepto
moderno, como la primera enfermera de la historia de la medicina hispana.

11
Informe sobre los servicios distinguidos prestados. Archivo General Militar de Segovia, Sección 1ª : Expedientes
Personales G- 3848.
12
Hoja de méritos presentada a la reina Isabel II en el año 1833. Archivo General Militar de Segovia, Sección 1ª :
Expedientes Personales G-3.848.

–193–
Cartilla de vacunar de Joseph Morales (1805).

Grabado de la traducción sobre el Origen y descubrimiento de la Vaccina de Chaussier, que publicó Pedro Hernández
(Madrid, 1801).

–194–
Su nombre ha llevado a confusión por la gran variedad de denominaciones que
se le asignan en los diversos documentos de los más de cuatro años que duró su vin-
culación con la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. La diversidad de nom-
bres ha generado confusión. Incluso se había pensado que eran varias mujeres las
que participaban en la Expedición Vacunal. (NIETO ANTÚNEZ, 1981, pp. 11-12;
RAMÍREZ, 1999, p. 278; RAMÍREZ, 2002b, p. 274). Todos los nombres designan
a la misma persona. En definitiva, podemos afirmar que en la Real Expedición Filan-
trópica de la Vacuna solamente participa una mujer, que esta mujer es denominada
en los documentos con diferentes nombres.
La función de la rectora era cuidar, acompañar, entretener, serenar... a los niños
que participaron en la Real Expedición de la Vacuna en sus diferentes trayectos.
Cuidó de los galleguitos desde La Coruña hasta la capital novohispana y a los niños
mexicanos que partieron desde Acapulco rumbo a Filipinas. Estuvo en el archipié-
lago hasta que volvió nuevamente la Expedición Vacunal a Nueva España. De su per-
sona desconocemos casi todo. Fue elegida directamente por Balmis, al igual que los
demás miembros que participaron en la Expedición. Para realizar esta labor se la nom-
bró el 14 de octubre de 1803. La imaginamos de actitud animosa y emprendedora, con
un carácter alegre y abierto, además de bondadosa y constante. La empresa no permi-
tía flaquezas y llantos. Inculcó confianza en la caravana infantil y rodeó a los niños de
mimos y cariños maternales (RAMÍREZ, 1999, pp. 279-280). Al volver de las Islas
Filipinas, la rectora rompió con los lazos que la vinculaban a la Península y se esta-
bleció en Puebla de los Ángeles donde desaparece para la historia de la ciencia espa-
ñola (SMITH, 1974, p. 68).
La participación de la rectora en la Expedición fue ejemplar. Por su labor reci-
bió los mejores y mayores elogios tanto de Balmis como de las autoridades ameri-
canas. Balmis, que no era muy partidario de halagos, valoró su trabajo y lo definió
con estas palabras, que describen su participación en la Real Expedición Filantrópi-
ca de la Vacuna así: La miserable Rectora que con el excesivo trabajo y rigor de los
diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable
noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible Madre sobre los 26
angelitos que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en
todos los viajes y los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades13.

Firma de José Salvany y Lleopart.

13
Informe de Balmis a José Antonio Caballero, fechado en Macao el 30 de enero de 1806, f. 4-4v. AGI, IG : 1558-A.

–195–
IX
Una comparsita necesaria:
galleguitos, ñarusos y cacarizos

Obra de Francesc Piguillem conocida como Cartas a la Señora, que testi-


monia las primeras vacunaciones efectuadas a niños españoles (1801).

–197–
Los niños son el soporte, los eslabones necesarios en la cadena de transmisión
de la vacuna sin los que no hubiera sido posible la Real Expedición Filantrópica de
la Vacuna. Somos así de rotundos al darnos cuenta de que en sus brazos viajaba el
fluido vacuno al servicio de la salud pública. Ellos, los niños, no eran conscientes de
su lugar y su papel en la Expedición y en la Historia de la medicina hispana, pero,
sin querer, mantuvieron el fluido fresco con todo su poder profiláctico. En esta
Expedición Filantrópica, el uso de los niños fue una necesidad. El niño en la Expe-
dición Vacunal es usado para dar un servicio al Estado1.
¿Por qué se utilizan exclusivamente niños en la Real Expedición de la Vacuna? Para
transmitir la vacuna, da lo mismo que sea una vacuna injertada en niños que en adul-
tos. Pero se usan exclusivamente niños porque se busca la garantía. Como las epidemias
de viruela se producían periódicamente, la edad del niño garantizaba que nunca había
pasado las viruelas, y al no estar inmunizado iba a sufrir los efectos de la vacunación.
La colecta de los niños que sirvieron de reservorios humanos era difícil. Las
familias perfectamente estructuradas no querían dejar a sus hijos para una aventura
de la que no se sabían las consecuencias. Esta realidad obligó a conseguir los niños
en las inclusas y en familias desestructuradas social y/o económicamente. Madres
solteras o abandonadas o matrimonios con escasos recursos fueron los que dejaron
a sus hijos para realizar esta campaña al servicio de la salud, aunque siempre se pre-
ferían niños que no tuviesen lazos familiares conocidos.
Inicialmente, los organizadores de la Expedición y Balmis, como director, deci-
dieron que los niños se tomaran de la Casa de los desamparados, de la de Exposi-
tos, y de cualquier otra pública de Madrid, dónde se encuentren Niños, que no
hayan pasado Virruelas, se saquen á elección de Balmis los que basten para los dos
viages de tierra y de mar2. Pero, finalmente, se optó por elegir a los niños expósitos

1
En los comienzos del siglo XIX, los límites entre el mundo del niño y el mundo del adulto son imprecisos. Los niños
toman parte del mundo de los adultos de tal modo que es difícil percibir la infancia en la vida cotidiana. Los niños
participan de la vida, pero al mismo tiempo, son poco apreciados, altamente amenazados y escasamente valora-
dos (RAMÍREZ, 2003).
2
Carta de D. Joseph Antonio Moreno a la Junta del Hospital, fechada el 30 de agosto de 1803. Archivo Municipal
de La Coruña, Sección Hospital de la Caridad, C-5 (provisional).

–199–
madrileños para el viaje por tierra (desde Madrid a La Coruña) y a niños gallegos
para la travesía del Atlántico.
La elección de los niños que se utilizaran para transmitir la vacuna es una tarea
privativa del Director de la Real Expedición3. Para asegurar el éxito del viaje los
requisitos que tenían que cumplir los niños que participasen en la Expedición Vacu-
nal eran : ser mayores de 8 años y menores de 10, y que no hubiesen pasado las
viruelas naturales4. En realidad, se eligieron niños más pequeños. En la Expedición
viajaron niños con tres años. Esto fue provocado por la imposibilidad de encontrar
niños de esta edad que no hubieran sufrido las viruelas. Al disminuir la edad, se
reducía el riesgo de haberlas sufrido y se aseguraba el éxito en la transmisión de
brazo a brazo durante el viaje.
Las condiciones que estos niños debían reunir están determinadas en la Circular
tipo que se elabora para la propagación de la vacuna en los territorios hispanos de
Ultramar. En este documento oficial se determina la preferencia de los niños expó-
sitos donde los haya, y, en el caso de no encontrar incluseros, se utilizarán niños que
pertenezcan a familias establecidas precediendo el consentimiento de los padres, si
los tuvieran conocidos. Aunque las promesas de la Corona eran tentadoras, la incer-
tidumbre de lo desconocido envolvía a las familias. Por ese motivo la organización
centró sus preferencias en niños que no tuvieran padres conocidos.
A cambio, a estos niños se les hospedará y cuidará a cargo del Erario Público,
serán bien tratados, mantenidos y educados, hasta que tengan ocupación o destino
con que vivir, conforme a su clase y devueltos a los pueblos de su naturaleza, los
que se hubiesen sacado con esa condición5. A pesar de que la oferta de la Corona
era muy buena, las madres se resistían a dejar a sus hijos para llevar en sus brazos
la linfa vacunal durante la Expedición.
No bastaba con conseguir cualquier niño. No todos servían para transportar la
vacuna. Debían ser niños sanos, que no hubieran pasado las viruelas naturales y de
menos de diez años. La elección de la calidad y la cantidad de los niños recaía direc-
tamente en Balmis. El director sabía el número de niños que eran necesarios para
cubrir los trayectos. En el proyecto se establece una proporción de 12 a 16 niños
cada 25-30 días6. Había pocos mayores para tantos niños. En la práctica, la Expedi-
ción necesitó muchos menos.

3
Carta de Balmis al Capitán General de la Isla, fechada a bordo de la Corbeta María Pita el 9 de marzo de 1804.
AGI: Santo Domingo, 2322.
4
Que escoja, previniendole que sean de hedad de ocho á diez años, y que averigue con escrupulosidad, que nos
asegure, de que aun no han padecido las Biruelas naturales, ni las inoculadas, y tampoco que no han sido Bacu-
nados : por que todos estos son inútiles, Carta de Balmis al ministro de Gracia y Justicia, José Antonio Caballe-
ro, fechada en Madrid el 2 de julio de 1803, f. 8v. AGI : IG, 1558-A.
5
Circular para la propagación de la Vacuna, fechada en San Ildefonso el 1 de septiembre de 1803. AGI : IG, 1558-A.
6
Expediente 1. Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna, AGI : IG, 1558-A.

–200–
Los niños que necesita la Expedición Filantrópica se estiman en función al tiem-
po transcurrido, y no en función al espacio recorrido. La escasez de niños o una esti-
mación errónea suponía el fracaso de la totalidad de la Expedición. De ahí el inte-
rés que Balmis manifiesta en el tema de los niños y la precisión de los cálculos para
estimar las necesidades y prever los posibles inconvenientes que se presentasen,
malas condiciones meteorológicas, etc.
Balmis se preocupó mucho por preparar el número de niños necesario para rea-
lizar las expediciones marítimas. Es lógico; si faltaban niños no se podía ir a un
lugar cercano para solicitarlos. Por eso vamos a centrar nuestro estudio en las dos
travesías marítimas: la del Atlántico y la del Pacífico. La colecta de los niños fue una
preocupación no solo para las expediciones marítimas, sino para la propagación de
la vacuna por tierra. Salvany también ocupó parte de su tiempo en recoger niños que
se sirviesen para transportar la vacuna por los territorio por donde fue comisionado.
El buen hacer de Balmis ha dejado para la historia los nombres de los niños que
permitieron realizar la mayor hazaña médica de la Colonia. Esta pulcritud en la plas-
mación de datos en los documentos hacen de Balmis un ejemplo de funcionario, tal
y como lo conocemos hoy mismo. La constancia en dejar huella de lo hecho permi-
te seguir con gran fiabilidad su labor sanitaria de lucha contra la viruela. Estos datos
nos permiten hacer la comparación entre las dos caravanas infantiles, la que cruzó
el Atlántico y la que cruzó el Pacífico.

LOS NIÑOS QUE CRUZARON EL ATLÁNTICO


Para cruzar el Atlántico, se necesitaron 22 niños7. Salieron del puerto de La
Coruña el 30 de noviembre de 1803 y llegaron a Veracruz el 24 de julio de 1804.
Fueron casi ocho meses de navegación ininterrumpida.
Inicialmente se pensó que estos niños volvieran a España inmediatamente. En
quanto al destino de los Niños Españoles a su arribo á América y concluidas sus
Bacunaciones me parece más preferible regresarles á España en el primer Buque
que se presente de la Real Armada y podrán ser más felices si la piedad del Rey les
señala cinco ó seis Reales diarios hasta que lleguen a ser aptos para ser empleados
y mantenimiento á espensas de S. M. porque ademas de costarle quatro veces mas
no lograrían jamas buena educación, en unos payses tan abundantes de Vicios y en
donde la incauta juventud se pierde con mucha facilidad8. Pero era inviable que
alguien de la Expedición Filantrópica les acompañase. En consecuencia tuvieron
que establecerse en territorio americano. El oráculo de Balmis no fue cierto. Ejem-

7
Lista de los niños que por Real Orden de S.M. vinieron de España con la Expedición de la Vacuna, firmada por
Pascual Portillo en México el 27 de junio de 1809 (SMITH, 1974, p. 20).
8
Carta de Balmis al ministro de Gracia y Justicia, José Antonio Caballero, fechada en Madrid, el 2 de julio de 1803,
f. 5v.-6. AGI: IG, 1558-A.

–201–
Grabados de la traducción sobre el Origen y descubrimiento de la Vaccina de Chaussier que publicó Pedro Hernández
(Madrid, 1801).

–202–
plo de ello fue Francisco Antonio de Cossío que fue adoptado por una hermana del
obispo de Monterrey y llegó a ser abogado antes de la independencia de México.
Cuando llegaron a la capital novohispana cayeron en el olvido. Pero, gracias a
los constantes contactos epistolares, Balmis consiguió que su labor en favor de la
salud pública fuera reconocida. Casi todos estos niños fueron hombres de provecho
en México y se enraizaron en la nueva sociedad nacional.
Los niños que participaron en este tramo del convoy humanitario son los
siguientes:
Nombre Edad Procedencia9

Vicente Ferrer 7 años


Pascual Aniceto 3 años
Martín 3 años
Juan Francisco 9 años Santiago de Compostela
Tomás Melitón 3 años
Juan Antonio 5 años Santiago de Compostela
José Nicolás de los Dolores 3 años
Antonio Veredia 7 años
Francisco Antonio 9 años
Clemente 6 años
Manuel María 3 años
José Manuel María 6 años
Domingo Naya 6 años
Andrés Naya 8 años
José 3 años
Vicente María Sale y Bellido 3 años
Cándido 7 años
Francisco Florencio 5 años Santiago de Compostela
Gerónimo María 7 años Santiago de Compostela
Jacinto 6 años Santiago de Compostela
Benito Vélez10 ?
Desconocido11 ?

LOS NIÑOS QUE CRUZARON EL PACÍFICO


Para cruzar el Pacífico, se necesitaron 26 niños12. Salieron del puerto de Aca-
pulco el 8 de febrero de 1805 y llegaron a Manila, capital del archipiélago filipino,

9
Las referencias a los niños precedentes de Santiago de Compostela aparecen reflejadas en un Informe del escri-
bano del Hospital de los Reyes Católicos, fechado el 8 de noviembre de 1803. Archivo Universitario de Santiago
de Compostela. Fondos del Archivo Eclesiástico del Hospital Provincial de Santiago, Sección General 785, Lega-
jo 20. Suponemos que el resto de los niños procedían de La Coruña.
10
Hijo adoptado de la Rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña, Isabel Sendales y Gómez.
11
Este niño murió durante la travesía y en los documentos no ha quedado reflejado ni su nombre, ni su edad, ni su
procedencia.
12
Estado que manifiesta el número de niños a Filipinas elaborado por Francisco Xavier Balmis, fechado en el puer-
to de Acapulco el 5 de febrero de 1805. AGI : IG, 1558-A.

–203–
el 16 de abril de 1805. Poco más de dos meses fue necesario para cruzar el Pacífi-
co. Los niños vacuníferos mexicanos no se quedaron en Filipinas. Cuando terminó
la labor vacunal en el archipiélago, volvieron con sus familias a bordo del navío
Magallanes, que zarpó de Manila con destino a Acapulco el 19 de abril de 1807,
donde llega el 14 de agosto del mismo año13. El pasaje de cada criatura costó 300
pesos14.
Estos niños estuvieron más de dos años fuera de sus hogares. En la mayoría de
los casos, habían dejado en México unos padres que les esperaban. A comienzos de
1806, Balmis solicita agilizar los trámites para el regreso de los niños mexicanos que
llevaron la vacuna a Filipinas15.
Los niños que participaron en este tramo del convoy humanitario son los si-
guientes:
Nombre Edad Procedencia9

Juan Nepomuceno Forrescano 6 años Valladolid


Juan José Danta María 5 años Valladolid
Josef Antonio Marmolejo 5 años Valladolid
Josef Silverio Ortiz 5 años Valladolid
Laureano Reyes 6 años Valladolid
Josef María Lorechaga 5 años Valladolid
Josef Agapito Yllán 5 años Guadalajara
Josef Feliciano Gómez 6 años Guadalajara
Josef Lino Velázquez 5 ? años Guadalajara
Josef Mauricio Macías 5 años Guadalajara
Josef Ignacio Nájera 5 ? años Guadalajara
Josef María Ursula 5 años Querétaro
Teófilo Romero 6 años Zacatecas
Félix Barraza 5 años Zacatecas
Josef Mariano Portillo 6 años Zacatecas
Martín Marqués 4 años Zacatecas
Josef Antonio Salazar 5 años Zacatecas
Pedro Nolaso Mesa 5 años Zacatecas
Josef Dolores Moreno 14 años Fresnillo
Juan Amador Castañeda 6 años Fresnillo
Josef Felipe Osorio Moreno 6 años Fresnillo
Josef Francisco 6 años Fresnillo
Josef Catalino Rivera 6 años Fresnillo
Buenaventura Safiro 4 años Sombrerete
Josef Teodoro Olivas 5 años Sombrerete
Guillermo Toledo Pino 5 años León

13
Informe de Juan Vernaci, Comandante del Navío Magallanes, en el que avisa de su derrota y llegada a Acapulco,
fechado el 14 de agosto de 1807 y recibido el 17 de enero de 1808. Archivo de la Armada, Viso del Marqués, Sec-
ción: Cuerpo General, Legajo 2.118-105, Exp. Juan Vernaci.
14
Informe de Balmis dirigido a José Antonio Caballero, fechado en Manila el 8 de agosto de 1805. AGI : IG, 1558-A.
15
Carta de Balmis a José Antonio Caballero, fechada en Macao el 30 de enero de 1806, f. 4. AGI : IG, 1558-A.

–204–
COMPARACIÓN DE AMBAS CARAVANAS INFANTILES
En ambos tramos de la Expedición Vacunal nos encontramos con una gran can-
tidad de niños que son usados al servicio de la Corona. El niño en la Expedición
siempre responde al mismo patrón: son reservorios humanos del fluido vacuno para
difundir y perpetuar el preservativo contra las viruelas (RAMÍREZ, 2003).
Tanto por tierra como por mar, la vida cotidiana de los niños en el periplo de la
vacuna fue muy dura. Eran niños con poca experiencia de vida. Sus vivencias se redu-
cían a los contados acontecimientos que ocurrían en el ámbito de sus pueblos o de los
hospicios en los que vivían. La travesía fue traumática en todos los casos. Ninguno
de los niños tenía experiencia marinera. Terror al agua y continuos mareos y vértigos
era la constante de la vida a bordo, tanto en la travesía atlántica como pacífica.
La travesía terrestre no deja de ser dramática por ser conocida. A las altas tem-
peraturas y la humedad del área caribeña se unían los fríos intensos del área andina.
Los pronunciados desniveles de los valles y quebradas, incluso hoy, dificultan la
movilidad. La limitada resistencia física de un niño de seis a diez años de edad. Lar-
gas caminatas sin descanso. Alimentación monótona y escasa. Mal vestidos y peor
calzados...
A todo esto se añadían los malestares físicos provocados por la propia vacuna-
ción: intensos dolores de cabeza, aparición de granos con picor y supuración... y sin
analgésicos con que aliviar este cuadro clínico. La mortalidad no fue alta. En la
etapa atlántica, de los veintidós niños solamente falleció uno, y en la etapa pacífica
ninguno.
En la travesía del Atlántico el 100% de los niños empleados procedía de una inclu-
sa, bien de La Coruña o de Santiago de Compostela. En el caso de los niños colecta-
dos en México, la unidad familiar de procedencia no es tan homogénea. Casi un 70%
(69,2%) tienen padre y madre reconocidos. Pertenecen a hogares uniparentales, con
solo madre, casi un 20% (19,2%) y no tienen padres poco más de un 10% (11,5%).
Si estudiamos las poblaciones de procedencia también encontramos grandes
diferencias. Los niños que cruzan el Atlántico proceden exclusivamente de dos
poblaciones gallegas: La Coruña (77,27%) y Santiago de Compostela (22,73%). Por
otro lado, los niños mexicanos son de procedencias más diversas : Fresnillo (19,2%),
Guadalajara (19,2%), León (3,8%), Querétaro (3,8%), Sombrerete (7,7%), Vallado-
lid (23,1%) y Zacatecas (23,1%). La diversidad de procedencias favorece el control
de los críos porque la falta de confianza y de conocimiento, de unos con otros, favo-
rece la dispersión de ideas y la falta de unidad de acción.
El aspecto más diferenciado en los dos tramos es la edad de los niños que par-
ticipan en ellos. Mientras que la edad predominante en los niños que cruzan el
Atlántico son los tres años, en los niños que cruzan el Pacífico la edad se eleva
hasta los cinco años. Haciendo un estudio gráfico de los datos, el resultado es el
siguiente:

–205–
NIÑOS RUMBO
A AMÉRICA

Fuente: Lista de los niños que por Real Orden de


S.M. vinieron a España con la Expedición de la Vacu-
na, fechado en México el 27 de junio de 1809.
Elaboración: Susana Ramírez.

EDAD DE LOS NIÑOS


RUMBO A FILIPINAS

Fuente: Estado que manifiesta el número de niños a


Filipinas elaborado por Balmis, fechado en el puerto
de Acapulco el 5 de febrero de 1805.
Elaboración: Susana Ramírez.

De estos dos gráficos deducimos que en el segundo tramo del viaje se elevó la
edad de los niños participantes. Desde la experiencia, Balmis decide elegir niños
más mayores. Hasta los cinco años el niño intenta adaptarse al entorno y está en la
fase de imitación de todas las personas que le rodean. El mecanismo de comporta-
miento en esta edad es el estímulo y la respuesta. El único modo que tiene el niño
de manifestarse es a través del juego. En esta edad, el niño acepta y acata las nor-
mas desde la afectividad, no desde el razonamiento. Aunque emplea un lenguaje de
personas mayores no es mayor. Erróneamente comienza a considerársele como
mayor. Difícilmente se adapta a las situaciones reales, todo es juego y risa, aún en
las situaciones extremas. El niño percibe a su manera lo que le sucede y lo interpre-
ta en el juego y en el sueño. Sistemáticamente cuestiona todo lo que le ocurre en el
entorno inmediato. Puede recordar emociones y adelantarse a acontecimientos ya
experimentados. La peor experiencia que puede tener es el abandono ; y fruto del
abandono: la soledad. Cuando se relaciona con sus iguales, siempre demanda la
ayuda de los mayores que le amparan: la madre. En los niños expósitos y abando-
nados, la ayuda la solicitan de su entorno inmediato. La falta de estas referencias es
lo que da sentido al concepto “huérfano”.

–206–
LOS CONTRATIEMPOS DE LA CARAVANA INFANTIL
El camino con niños siempre es más lento que sin ellos. Son inquietos y depen-
dientes. Esto provoca que se ralenticen los viajes. Si a esta realidad añadimos que se
les infectaba el pus vacuno y entraban en la convalecencia de la vacuna, es lógico
pensar que el camino fue un valle de lágrimas.
Estaban incómodos por el viaje. Además de los mareos, las gastroenteritis y los
parásitos propios del viaje, se les contagiaba deliberadamente con la vacuna y enfer-
maban. Un niño es considerado un lastre y si está enfermo, se incrementa esa impre-
sión. A lo largo de todo el periplo vacunal, los niños fueron una carga difícil de lle-
var. Sobre este tema, las palabras de Balmis son significativas cuando dice: A fin de
establecer el modo de conservar el fluido y entregar los 22 niños que había sacado
de La Coruña, quedando así desembarazado para acudir a donde se tuviese por
conveniente16. No sólo había que alimentarlos y mantenerlos con vida, sino que tam-
bién había que asearlos, vestirlos, alegrarlos, entretenerlos, animarlos, mimarlos...
Fue difícil la empresa.
El viaje no fue fácil. Muchos niños y algunos enfermos. Junto a este ambiente
propio de la Expedición vacunal hay que sumar otra serie de contratiempos. Los bar-
cos en ninguno de los trayectos se modificaron para dulcificar el transporte de los
niños.
Uno de los problemas de los niños de la Expedición era que recibían la brisa
marina en sus rostros por primera vez. Los inconvenientes de la Expedición no lle-
gaban por los trastornos físicos fruto de la vacunación, sino por el trajinar de la
navegación17.
Otro problema era el cambio de clima. El paso de un clima templado húmedo en
invierno a un clima tropical, trastorna la salud de los muchachos porque no sopor-
tan las pústulas en aquel ambiente tan tórrido, muchos padecen gastroenteritis, y
casi todos acaban parasitándose (MARTÍNEZ ZULAICA, 1972, p. 246).
Hay que añadir la diferencia de criterio que existía entre las autoridades locales
y el director a la hora de elegir los niños que debían participar en esta comparsita
vacunal. Estas diferencias llegaron a generar conflictos. Balmis se queja en reitera-
das ocasiones de que se le ofrecen niños enfermizos e inútiles para el transporte de
la vacuna por haber pasado las viruelas naturales.
Son tan crueles y duras las penalidades que sufren los niños durante la travesía
del Atlántico, que Balmis propone unas nuevas condiciones a los niños que se encar-
guen de transportar la vacuna hacia el archipiélago filipino.

16
Expediente 18. Extracto General de la Expedición filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.
17
Trahía quatro niños inoculados al salir de la Coruña, en los quales se había manifestado la vacuna y seguido su
curso regular con la misma precisión que en Madrid, no obstante los mareos, vomitos y demas accidentes ordi-
narios en las navegaciones. Gaceta de Madrid del viernes 20 de enero de 1804.

–207–
En el inicio de la organización de la Expedición, Balmis creía que la mejor edad
que debían tener los niños que transportasen la vacuna era de cinco a ocho años. La
experiencia vivida durante la realización de la Expedición demuestra que los niños
son muy pequeños. Se mueven con dificultad, y no soportan largas caminatas y los
desplazamientos son muy lentos. Paradójicamente, al mismo tiempo, se están mo-
viendo sistemáticamente. Lo que dificulta la convivencia en espacios reducidos: la
corbeta María Pita o el navío Magallanes.
Es difícil recolectar niños tan pequeños. Los que viven en un hospicio tienen la
salud muy delicada por las malas condiciones higiénicas y salubres de estas institu-
ciones a principios del siglo XIX. Los que viven en familias, tienen el apoyo y Balmis
cuenta con la oposición de sus madres. Estas mujeres se tienen que ver muy presio-
nadas económicamente (malos y escasos recursos económicos) o socialmente (mala
opinión pública o presión moral) para dejar marchar a sus hijos. En la Península había
un colectivo de hospicianos muy grande. A Balmis le fue fácil recolectar los niños
para el viaje por el Atlántico. En América los hospicios eran instituciones que no con-
taban con la importancia social tan importante y no existía un colectivo tan amplio de
niños recluidos en las inclusas. Por eso fue necesario recolectar los niños para el viaje
por el Pacífico de familias normales y perfectamente estructuradas. Estos niños son
cedidos a cambio de un coste económico que corrió a cargo de la Real Hacienda.
Todos los niños que participaron en esta campaña de salud pública fueron recono-
cidos en México con el paso del tiempo. Primero estuvieron en el Hospicio de la capi-
tal novohispana. Los jóvenes galleguitos se hallaban en el mayor abandono a pesar
de los mucho que costaban mensualmente al Erario, tratandoles con la mayor mise-
ria y desprecio18. Balmis criticó esta situación. Ante sus quejas la situación de los
galleguitos cambió. La imposibilidad de remitirlos a la Península, hizo que se estable-
cieran en el territorio mexicano. Fueron prohijados en familias de recursos económi-
cos y diseminados por casi todo el recién creado estado nacional. Los niños que trans-
portaron la vacuna a Filipinas tardaron mucho en volver al territorio novohispano.
Finalmente, la Expedición contó con el apoyo de los niños que fueron definidos muy
originalmente. Los niños que llevaron la vacuna a América se denominaron Gallegui-
tos. En América, los niños que sufren la vacuna reciben un nombre más sonoro, tanto
en la América Septentrional (Cacarizos), como en la América Meridional (Ñarusos).

18
Expediente 18. Extracto General de la Expedición Filantrópica de la Vacuna. AGI : IG, 1558-A.

–208–
X
El legado de la aventura filantrópica.
Las Juntas de Vacuna

Reglamento para la propagación y estabilidad de la vacuna en el Reino


de Guatemala de Ignacio Beteta (1805).

–209–
La vacuna había llegado a América antes de la Expedición. En la mayoría de los
casos y en diversos territorios, el fluido recibido había perdido las condiciones pro-
filácticas. La Expedición no fue la primera que llevó la vacuna a América, sí fue la
primera que ideó un plan y un calendario de vacunaciones que permitían perpetuar
la vacuna en el tiempo, una vez que esta hubiese llegado. Este planteamiento sani-
tario se pudo efectuar gracias a las Juntas de Vacuna, que a imagen de la Junta de
Sanidad creada por Felipe V, se establecieron en Ultramar. La grandeza de la Expe-
dición no sólo radicó en llevar el fluido vacuno. Esto hubiera sido un éxito fugaz, si
no se mantenía fresco. Era necesario crear un sistema de salud pública que permi-
tiera luchar contra la viruela.
En ninguno de los documentos del proyecto de la Expedición vacunal aparece
esta dimensión. De ello deducimos que el responsable directo de esta idea es Bal-
mis. El alicantino, por su larga experiencia sanitaria, había detectado esta deficien-
cia que comunicaría al resto de los expedicionarios en los interminables días de
navegación. Pondrían en común ideas y proyectos, dudas y soluciones, dilemas y
comprobaciones... A lo largo del transcurso del viaje formaría un grupo conexiona-
do en lo fundamental: la campaña sanitaria contra la viruela.
A través del estudio de toda la Expedición se percibe una unidad de criterio en
el planteamiento de las campañas, la ejecución de las operaciones y la valoración de
los resultados. Esto no hubiera sido posible sin la unidad de objetivos en el grupo.
Por un lado, existió un hombre que planteó con una modernidad de criterio la pri-
mera lucha global contra la viruela. Por otro lado, existió un grupo de sanitarios que
favorecieron, fomentaron y apoyaron el desarrollo de esta campaña sanitaria en
favor de la salud pública en todo el mundo.
La idea era genial, los brazos eran los óptimos, pero ¿cómo llevarlo a cabo?
Balmis reconoce que, después de su partida de los diferentes territorios por los que
pasa, el éxito de la Expedición radica en los facultativos locales. Estas personas pue-
den ser sensibles en mayor o menor medida a la vacuna. Para salvar las posibles
diferencias, Balmis decide establecer una institución que los aglutine en el avance y
los ampare en las dificultades. Estas instituciones son las Juntas de Vacuna.
Estas Juntas de Vacuna supondrán un cambio en dos aspectos. Primariamente, el

–211–
control de la mayor parte de los súbditos y de las poblaciones más alejadas de la
Corona en los territorios de Ultramar y, secundariamente, el aumento y el fomento
de la comunicación y correspondencia entre todos los pueblos dentro de una misma
provincia. Como consecuencia, se favorece la interrelación de las ideas científicas
en el espacio americano. Este intercambio recíproco de nuevos conocimientos aca-
bará afectando a otros aspectos asociados: la cultura, la sociedad, la economía y la
política. En resumen, podemos hablar de una tendencia a la globalización de Amé-
rica.
Las Juntas de Vacuna no son un invento de la Expedición. Desde el gobierno de
Felipe V se habían establecido es España la Juntas de Sanidad en las provincias que
estaban más expuestas a enfermedades y contagios. Este modelo es el que se repro-
dujo para el establecimiento de la Juntas de Vacuna durante la Expedición Filantró-
pica. Para los expedicionarios, las Juntas de Vacuna eran el eje sobre el que giraba
el éxito de la Expedición. Desde su nacimiento, las Juntas tienen como motivo gene-
rador la perpetuación de la vacuna dentro de una misma región.
A su vuelta a la Península, Balmis evalúa la actuación de la Expedición. Como
consecuencia de sus reflexiones, en el año 1807, elabora dos documentos básicos
para comprender la filosofía y el funcionamiento interno de estas Juntas de Vacuna.
Uno se titula Reglamento para perpetuar en las Indias la Vacuna, del estableci-
miento de una Junta Central y la Casa de Vacunación Pública. Otro se titula Regla-
mento para que se propague y perpetúe en España el precioso descubrimiento de la
Vacuna. En ambos escritos aparece el sentir de Balmis acerca de la salud pública
después de la experiencia expedicionaria.
En 1807, medio año después de su llegada a Madrid, Balmis estructura la insti-
tución sobre la que pivotará la difusión y el mantenimiento del preservativo frente a
la viruela, tanto en la Península como en América. Estos documentos se diferencian
en la adaptación que Balmis plantea de la Juntas de Vacuna en los diferentes terri-
torios que a principios del siglo XIX constituyen la dilatada monarquía hispánica.

JUNTAS DE VACUNA: CREACIÓN Y ESTABLECIMIENTO


La responsabilidad directa de la creación de las Juntas de Vacuna era del direc-
tor de la Expedición. Cuando la expedición se dividió, esta responsabilidad y la
capacidad de creación de Juntas fue derivada a Salvany para su actuación en Amé-
rica meridional. También tenía poder para fundar las Juntas cualquier miembro de la
Expedición al que se le hubiera transferido esta competencia. Ejemplo de esta trans-
ferencia de competencias fue la creación de Juntas realizadas por el ayudante Pastor
cuando fue comisionado por Balmis para llevar la vacuna a Guatemala desde la
península de Yucatán.
Desde el principio, las Juntas de Vacuna tienen como objetivo primario la pro-
pagación de la vacuna con la mayor rapidez, con la mayor fiabilidad, con la mayor

–212–
amplitud. Rapidez significa ser inmediato a la demanda. Fiabilidad significa mover
un fluido en óptimas condiciones. Amplitud significa ser enviado a los confines de
los territorios gobernados por ella.
Balmis creó y estableció todas las Juntas de Vacuna en América siguiendo el
modelo de la primera Junta de Vacuna creada en Ultramar: la Junta de Caracas. Bal-
mis había creado con anterioridad un proyecto de Junta de Vacuna y Reglamento de
Vacunación en Canarias. Pero estos documentos no fueron tomados como modelo en
Ultramar por estar pensados y creados con exclusividad para el territorio canario.
El contenido de los Reglamentos lo podemos dividir en dos grandes partes; una
económica y otra facultativa. La económica se encarga de abordar los temas de
infraestructura y recursos humanos de mantenimiento. La facultativa se ocuparía de
los asuntos sanitarios: periodicidad de las vacunaciones; a quién van dirigidas las
vacunaciones; control de los vacunados (evolución y posibles anomalías).
El reglamento es el documento que normaliza la actividad de las Juntas de Vacu-
na, estructura la composición de las mismas y jerarquiza las relaciones existentes
entre las diferentes Juntas de Vacuna.
Se adelanta la idea de lo que hoy son los puestos de vacunación en las campa-
ñas. El concepto Junta de Vacuna responde a dos elementos. Por un lado, con este
nombre se designa a la casa en que se realizan las vacunaciones (edificio). Por otro
lado, con este nombre se determina al conjunto de personas que ejercen las vacuna-
ciones (facultativos). Esta dualidad conceptual nos lleva a error y el uso ambiguo del
concepto en los documentos provoca falta de precisión en la exposición de las ideas.
Las Juntas de vacunación se establecieron en función a tres criterios que condi-
cionan la organización de las mismas y el desarrollo de sus competencias. Primero,
determinan el modo de distribución de la vacuna y los medios humanos y económi-
cos que se emplearán para distribuirla por los diferentes territorios. Segundo, reali-
zan las vacunaciones, y eligen y forman a los vacunadores. Y, tercero, se establecen
en los puntos geográficos estratégicos que poseen el fluido vacuno y los distribuyen
a los que carecen de él. El fin último de estas Juntas es crear una opinión pública
favorable a la vacunación.
Aunque inicialmente la vacuna se deposite en salas dentro de Hospitales, Hos-
picios y Casas de Expósitos, se tenderá a establecer la Junta de Vacuna y el centro
de vacunaciones en una casa destinada exclusivamente a este fin. El local elegido
para realizar la vacunaciones tiene que estar separado de la actividad hospitalaria. El
motivo es la opinión pública. No se debía vincular la vacuna a la idea de muerte y
enfermedad, que reinaba en los hospitales. Se prefiere un local vinculado a la acti-
vidad civil (Casas Consistoriales) o un local vinculado a la actividad eclesiástica
(Palacio Arzobispal). Este local tendría una doble función. Por un lado, se celebra-
rían las sesiones públicas de vacunación. Por otro lado, se celebrarían las conferen-
cias periódicas de los socios de la Junta de Vacuna.

–213–
El local debía estar acondicionado para este efecto. Primariamente, el local
debía ser decente y cómodo. Por otro lado, tenía que estar protegido por un portero
con sueldo que mantuviese el aseo y la limpieza.
La casa destinada a la vacunación y a albergar las reuniones de la Junta de Vacu-
na debe estar situada en el centro de la ciudad, y ser muy cómoda y decente, para
que el público concurra sin el temor tedio a recivir el veneficio que se les dispensa-
rá gratuitamente. Este edificio tendría un cartel publicitario para diferenciarle de los
demás de la zona. Tendría sobre la puerta un letrero brillante, que diga, Casa de
Vacunación Pública1. Para el perfecto funcionamiento era necesario que todo el
mundo supiese dónde se ubicaba este edificio dentro de la ciudad.
Para conseguir este fin, en muchas poblaciones la Casa de Vacuna se estableció
cerca y vinculada a una parroquia. Para periodizar las vacunaciones, la Junta de
Vacuna se sirvió del libro registro de bautismos hasta 1869.
La gestión de las Juntas no era muy compleja pero necesitaba la actuación de
mucha gente. La organización de las sesiones públicas recaería sobre el secretario
(organización) y el portero (ejecución). En las sesiones públicas era necesaria la par-
ticipación de los facultativos que realizaban las vacunaciones.

CLASIFICACIÓN DE LAS JUNTAS EN FUNCIÓN A SU JERARQUÍA


La organización de las Juntas de Vacuna conformaba una urdimbre interrelacio-
nada y compleja. Esta red se iniciaba en la Corte, donde está ubicada la Junta Supre-
ma de Sanidad. De esta institución sanitaria dependían directamente las Juntas Cen-
trales que residían en las capitales de provincia (en España) y en las capitales de
audiencia (en América). A las Juntas Centrales estaban vinculadas las Juntas Subal-
ternas que se establecían en las ciudades más pobladas de cada territorio.
En América las Juntas Centrales y las Juntas Subalternas se diferencian en
aspectos esenciales. Uno es el volumen de personas sobre el que repercuten sus deci-
siones. Otro es la amplitud del territorio sobre el que afectan sus disposiciones y
medidas. Y, por último, es la capacidad política que tienen las autoridades locales
para decidir las resoluciones que tomar o tomadas.

LOCALIZACIÓN DE LAS JUNTAS DE VACUNA


JUNTA SUPREMA DE SANIDAD Corte
JUNTAS CENTRALES o Capitales de Provincias o
JUNTAS PROVINCIALES Capitales de Audiencias
JUNTAS SUBALTERNAS Grandes poblaciones

1
Artículos de la instrucción para el establecimiento de la Casa de Vacunación Pública en la ciudad de México. Elabo-
rados por el Conde de la Cadena, fechados en Puebla de los Ángeles el 27 de octubre de 1804. AGI : IG, 1558-A.

–214–
El nexo que une una Junta Central con sus Juntas de Vacuna Subalternas es el
ámbito geográfico en el que se establecen. La vinculación gravita sobre el poder
político que se ejercía sobre la población en la que estaba establecida la Junta Sub-
alterna (RAMÍREZ, 2002, p. 184).
En consecuencia, para valorar el éxito de la vacuna contra la viruela, era nece-
sario la creación de una urdimbre sanitaria que lo permitiera. Era necesario unificar
criterios y disposiciones y generalizar posturas y acciones. Es necesaria una institu-
ción que centralice: la Junta Suprema de Sanidad. De esta institución metropolitana
dependían todas las Juntas de Vacuna (en primera instancia las centrales y en segun-
da instancia las subalternas).

Juntas Centrales
Una de las labores esenciales de cualquier Junta de Vacuna Central es la creación
de documentos que sensibilizasen a la población. Esta sensibilización debía estar
encaminada a crear una opinión pública favorable a la vacuna. La Junta de Vacuna de
Madrid, con Ignacio María Ruiz de Luzuriaga, y la de La Habana, con Tomás Romay,
fueron las más activas. Ejemplo de la creación documental favorable a la vacuna es
un Informe sobre los medios mas oportunos para propagar prontamente el descubri-
miento prodigioso de la Vacuna2. Este documento, elaborado por Ruiz de Luzuriaga
y fechado en diciembre de 1803, destaca por ser claro, concreto y conciso.
En las Juntas estaban representadas las autoridades civiles y eclesiásticas. En
contados casos existe la participación de las autoridades militares. La medida pre-
ventiva no fue impuesta por la fuerza, sino por la propaganda.
En las Juntas de Vacuna había diferentes calidades de miembros. Unos con cargo
honorífico. Otros con cargos administrativos. Y otros con cargos sanitarios. Gene-
ralmente, el cargo honorífico era privativo del presidente de las Juntas de Vacuna,
que salía del grupo de principales de la población en la que se estableciese la Junta.
Este cargo de servicio a la colectividad llevaba asociado un reconocimiento social.
El secretario era miembro administrativo. Su función era controlar el correo y la
correspondencia entre las Juntas del mismo nivel y las superiores.
Los miembros sanitarios no eran generalmente facultativos (médicos y ciruja-
nos). En la mayoría de la Juntas este papel lo ocupaban personas sensibilizadas con
la operación de vacunar que se habían formado en la técnica vacunal. Eran los encar-
gados de realizar las operaciones, valoraban el éxito o fracaso de las mismas, y eran
los que tomaban la linfa madura de los vacunados con anterioridad.

2
Según dice en el inicio está inspirado en Ruiz de Luzuriaga y en el Reglamento del Rey de Prusia, en Informe de D.
Ignacio María Ruiz de Luzuriaga, fechado en Madrid el 21 de diciembre de 1803. El documento consta de cuatro
folios sin numerar, no tiene autor, ni fecha. Archivo de la Real Academia de la Medicina de Madrid, Fondo siglo
XVIII, Legajo 11, documento n.º 700.

–215–
Las operaciones debían ser totalmente gratuitas y en algunos casos a los más
pobres se les asignaba una pequeña gratificación económica por dejarse vacunar.
Las Juntas de Vacuna, de uno u otro tipo, no generaban ingresos. Su actividad
era considerada filantrópica y humanitaria. Por este motivo ninguno de los miem-
bros, del tipo que fuese, tenía asignado un salario. Y su trabajo en la Junta de
Vacuna carecía de remuneración. Esta falta de lucro hace que el entusiasmo se
pierda con el paso del tiempo. Para mitigar este proceso, era recomendable que
las Juntas se renovasen. Al menos una vez al año se cambiaban la mitad de sus
miembros, con el fin de que no se agotasen los ánimos y no se quemasen las
inquietudes.
Esto fue en la teoría. En la práctica algunos facultativos, al ser considerados
esenciales en la estructura de la Junta y al no poder funcionar el sistema sin ellos,
recibieron un sueldo y eran contratados a tiempo completo y con exclusividad para
realizar esta labor sanitaria.
Los gastos de las Juntas de Vacuna se generaban por tres causas. Por un lado,
provocaban gastos las gratificaciones que se asignaban a los vacunadores que reali-
zaban las operaciones. Otra causa de gasto era el derivado del transporte del fluido
vacuno a los diferentes territorios. Y otra causa es la generada por el consumo de los
bienes fungibles tanto de las operaciones (lancetas, cristales, lienzos de algodón...),
como de las secretarías (papel, tintas, plumas...).
Si la Junta tiene un carácter filantrópico, ¿de dónde se sacaba el dinero para
financiar estos gastos? La normativa dice que los gastos generales deberán ser pre-
supuestados y satisfechos anualmente de los fondos públicos. Este mecanismo era
muy lento. Las burocracias locales idearon una serie de planes de arbitrios para
financiar las Juntas Centrales sin necesidad de contar con la aprobación de la Coro-
na para realizar cualquier movimiento financiero. Este sistema de financiación de las
Juntas es muy variado y adaptado a cada realidad territorial.
La solución más flexible es la creación de planes de arbitrios para financiar las
Juntas de Vacuna, tanto centrales como subalternas. Estos planes necesitaban la
aprobación real para su creación, pero no necesitaban el beneplácito de la Corona
para cualquier movimiento financiero posterior.
La financiación ideada en el plan de arbitrios resultaba escasa para cubrir los
gastos que se generaban en las diferentes Juntas. Como solución se buscó abrir una
suscripción de contribuyentes. Cuando esta medida tampoco cubre los gastos, los
fondos municipales y las cajas de comunidad de los Cabildos se hacen cargo de los
gastos que se deriven de la actividad propia de la Juntas de Vacuna.
Los miembros de la Junta celebraban sesiones una vez al mes con carácter perió-
dico y a la hora más conveniente para los participantes en ella. Estas sesiones reci-
bían el nombre de conferencias. En estas reuniones se trataban los asuntos relacio-
nados con la vacunación. Examinaban los vacunados en las semanas anteriores, la

–216–
cantidad y la calidad de los granos vacunos. Realizaban estadillos de vacunados y
de las incidencias consecuentes de la vacunación...
Una semana antes de celebrar las sesiones de la Junta se realizaba la sesión de
vacunación pública en algún local de las Casas Consistoriales o en el Palacio del
Obispo. A las sesiones de vacunación debían asistir por turnos rotativos al menos dos
socios de cada Junta con el objeto de supervisar las operaciones que se realizasen.
Los responsables últimos del éxito de la campaña vacunal eran los facultativos
locales. Sobre ellos recae el éxito de la perpetuación y propagación del fluido vacu-
no. Estos facultativos fueron formados directamente por los miembros de la Real
Expedición Filantrópica de la Vacuna a través de las Cartillas de Vacunar.

Juntas Subalternas
Las Juntas Subalternas deben ser un fiel reflejo de las Juntas Centrales. Las sub-
alternas están controladas por la Central y a ella deben rendir cuentas, a ella también
deben recurrir en las dificultades y a ella deben solicitar el fluido vacuno cuando se
les agote.
Estas Juntas se establecerán en todas las cabezas de partido siempre bajo la pro-
tección y control de la Junta de Vacuna Superior. De este modo la vacunación esta-
ba de algún modo controlada por la ley, ya que el presidente de la Junta Subalterna
de Vacuna era el Teniente y Justicia Mayor. Su labor se limitaba a avisar, advertir o
amonestar para favorecer la difusión y la propagación del fluido vacuno.
El presidente de las Juntas Subalternas también se encargaba de poner en cono-
cimiento de la Junta Central las noticias que se derivasen del hecho de vacunar. Ade-
más era el encargado de elaborar las listas de vacunados y estadillos con carácter
periódico y remitirlos a la Junta Central.
En primera instancia, la Junta Subalterna sirve de mediador entre la Junta Cen-
tral, establecida en las capitales, y los territorios más alejados de ellas. Para conse-
guir este objetivo, desde las Juntas Subalternas, se formarán expediciones con el
menor coste posible para trasladar el fluido y de este modo propagar la vacuna de
forma consecutiva y dendrítica.

ESTRUCTURA DE LAS JUNTAS DE VACUNA EN AMÉRICA

JUNTA CENTRAL DE VACUNA

JUNTA SUBALTERNA JUNTA SUBALTERNA


JUNTA SUBALTERNA

–217–
El modo de transportar la vacuna siempre será de brazo a brazo. Cuando se deba
enviar el fluido de una ciudad a otra, el transporte se efectuará por medio de un niño
vacunado, que siempre irá acompañado de un facultativo local. El proceso será el
siguiente:

niño sin vacunar


+ facultativo

A B

niño vacunado
facultativo instruido

A) es el pueblo que necesita la vacuna


B) es el pueblo que tiene la vacuna

Estas expediciones regionales y puntuales surgen de la necesidad de una pobla-


ción que reclama la llegada de la vacuna. En la mayoría de los casos están financia-
das desde la población que solicita la vacuna por medio de una suscripción popular
realizada entre los vecinos. Aporta más el que está más sensibilizado hacia la vacu-
na y el que está mejor situado económicamente.
De todas estas expediciones realizadas desde las Juntas Subalternas y controla-
das por la Junta Central se debía dar informes. Todas las decisiones que se tomen
tienen que contar primero con la aprobación de la Junta Central para poderse llevar
a efecto. Por otro lado, las Juntas Subalternas necesitan la aprobación de la Junta
General de la Sociedad Patriótica de Amigos del País.
Todas las Juntas deben llevar asociado un reglamento que controle y regule el
procedimiento que se tenía que seguir para mantener y perpetuar la vacuna.

DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA DE LAS JUNTAS

El objetivo de todas las Juntas de Vacuna era muy amplio : mantener la linfa acti-
va y aplicarla en las mejores condiciones y en el mayor número de pobladores posi-
ble. Este objetivo tan general se convierte en específico cuando se ve sometido a las
condiciones geográficas, políticas, humanas y económicas de cada región. En con-
secuencia, la teoría es una cosa ; en la práctica el objetivo general debe adaptarse a
las necesidades de las poblaciones en las que se instalan tanto las Juntas Centrales
como las Juntas Subalternas.

El primer modelo de Junta de Vacuna se estableció en Canarias. Este experi-


mento fue creado a propósito para el archipiélago y no pudo servir de pauta para
otras ciudades. Será el modelo venezolano el que se replicará. En Caracas se crean

–218–
las directrices que deban seguir el resto de las Juntas que se establezcan en el conti-
nente americano. Todas las Juntas Centrales de Vacuna se crearon directamente por
la Real Expedición en cada uno de los territorios por los que pasó. Estas institucio-
nes guardianas de la salud pública son creadas, organizadas y estructuradas en fun-
ción de las instrucciones elaboradas directamente por Balmis.
La labor de estas Juntas de Vacuna creadas en época virreinal se mantuvo hasta
la independencia de las colonias con la función para la que fueron establecidas. El
libertador Bolívar requiere un envío de fluido vacuno para la vacunación de sus tro-
pas en 18233. En España la red sanitaria no se creó con tanto esmero, reconocimiento
y prestigio, lo que provocó que la estructura se fuera debilitando progresivamente y
hubiera desaparecido a la vuelta de Fernando VII4. Han desaparecido las Juntas pero
continúa la necesidad de luchar contra la viruela. Fruto de esta realidad es la obra del
médico Felix González, titulada Discurso médico-político sobre el Estado de aban-
dono en que se halla la práctica de la vacuna, y los medios que pudiéramos emple-
ar en España para hacerla permanente, hasta la extinción del contagio de la virue-
la (RAMÍREZ, 1999, p. 421-452; RAMÍREZ, 2002, pp. 179-203).
La realidad inmediata a la Expedición vacunal y los sucesos políticos de la Gue-
rra de Independencia manifiestan que las instituciones creadas y los recursos huma-
nos puestos al servicio de la lucha contra la viruela no habían dado los resultados
esperados.

Firma de Manuel Julián Grajales.

3
Archivo General de Cuenca, Ecuador. Correspondencia de Simón Bolívar, año 1823.
4
De orden del Rey paso a manos de V. m. el proyecto de D. Felix González para que se formen Reales Juntas de vacu-
nación; a fin de que V. m. informe lo que le parezca sobre este particular, en Carta del Duque de San Carlos dirigi-
da a Ignacio Jáuregui, fechada en el Palacio de Madrid el 20 de agosto de 1814. Archivo de la Real Academia de
Medicina de Madrid, Fondo siglo XIX, documento n.º 1.486.

–219–
XI
Balmis celebrado

Sesión apologética dedicada al Dr. D. Francisco Xavier de Balmis y


Berenguer, biografía realizada por Eduardo Moreno Caballero
(Valencia, 1885).

–221–
Los personajes que adquieren cierta relevancia histórica suelen recibir honores
o condecoraciones; a veces, y con un poco de suerte, en vida, otras, las más, a pos-
teriori. En sus países o ciudades de origen, en los lugares donde desarrollaron sus
gestas, se honra su recuerdo y para perpetuarlo se da nombre a una plaza o una calle.
Las hojas del calendario se encargan de recordar que ha llegado el tiempo de cele-
brar, siempre con cifras sonoras, múltiplos del 10, el 100 o el 1.000, las fechas
emblemáticas, el día de la vida o de la muerte o algún instante en la obra del home-
najeado. Un indicador de la notoriedad, merecida o no, de un personaje es también
su presencia mediática. Las huellas que en los medios de comunicación de cada
época rememoran sus hazañas.
Balmis tiene un papel central en esta revisión, que coincide y celebra junto a
otras, el bicentenario de la Expedición que capitaneó. En este capítulo final hemos
querido repasar, a vuelapluma, el modo en que su figura ha sido considerada.

ENTRE CONTEMPORÁNEOS
La vida de Balmis tuvo mucho que ver con el Pox, con el great-pox o sífilis y
con el small-pox o viruela. Eran los males de la época, traídos o llevados en barco,
con el Atlántico de por medio como mero espectador. Balmis era conocido en las
dos orillas. En sus viajes hacia el oeste llevaba niños y remedios contra la viruela,
en los de vuelta hacia el este, plantas y remedios contra la sífilis.
Si te reclama o escribe la Casa Real y los Virreyes de Indias es que interesas por
algo. Aunque sea entre la clase médica, intelectual o funcionarial. No fue, en apa-
riencia, un personaje popular entre las masas, un icono tipo Jenner. Salía, no obs-
tante, en los papeles.
Las primeras veces, estrenada la cuarentena, en 1794, con ocasión de la polémi-
ca sobre el agave y la begonia. Noble disputa que mantiene con su colega Piñera,
sobre la potencia de estas plantas en la terapia de la sífilis, recibiendo eco los 14 de
marzo y octubre de ese año en la Gaceta de Madrid1.

1
“... resolvió enviar a España a la Lic. D. Francisco Xavier Balmis con una competente de raíces de ambos vege-
tales para presentarlas a los pies de S. M, suplicando encarecidamente se mandase hacer los experimentos con-
venientes. [...]. En esta demostración se hace con exactitud y verdad la de los sucesos que progresivamente se
fueron reconociendo en los enfermos a quienes se administraron dichos vegetales, impugnando a continuación de
cada una de las observaciones, las que ha dado al publico el Dr. D. Bartolomé Piñera y Siles. [...]. La impresión
se ha ejecutado con todo esmero en buen papel y letra nueva de hermosa fundición. Un tomo en 8.º mayor. Vén-
dese encuadernado a 26 reales en las Librerías de Barco, carrera de S. Jerónimo, y de Aguilera, calle de Atocha,
donde se encuentran también las estampas sueltas para adorno de gabinetes a 5 reales cada una”.

–223–
Trasladado su interés hacia la viruela, le editan en 1803 los quinientos ejempla-
res del libro de Moreau, que ha traducido en un tiempo récord y que se llevará en la
Expedición. Cuando llegan a Tenerife solicita una reimpresión que le mandarán a
Veracruz. Es su segunda publicación en un tiempo en que editar libros no era nada
corriente. Su visibilidad en el entorno científico está, por tanto, probada.
También hay noticias publicadas sobre la salida de la Expedición, en Gaceta de
Madrid de 5 agosto y 27 diciembre de 1803. La llegada se recoge en un Suplemen-
to de la misma publicación, el 14 de octubre de 1806. Se narra el besamanos de Bal-
mis al Rey2, los acontecimientos del viaje y se hacen votos para la pronta vuelta de
los expedicionarios que aún quedaban en América3. En diciembre de 1806, el poeta
Manuel José Quintana escribe un texto poético A la Expedición Española exaltando
con énfasis la hazaña:
Luz que se extingue ya: Balmis, no tornes,
No crece ya en Europa
El sagrado laurel con que te adornes
Quédate allá, donde por fin recibas
El premio augusto de tu acción gloriosa
Un pueblo, por ti inmenso, en dulces himnos
Levantará tu nombre al alto cielo
Y aunque en los sordos senos
Tú ya durmiendo de la tumba fría
No los oirás, escúchalos al menos
En los acentos de la musa mía
Balmis obtuvo, pues, reconocimiento por su gesta y, desde una perspectiva
mediática, suficiente valoración. El propio Jenner elogió sus trabajos. Su muerte
pasó, sin embargo, inadvertida, excepto para él mismo.

LA MELANCOLÍA DEL OLVIDO


Es frecuente que los años inmediatos a la desaparición de un personaje conlle-
ven cierto olvido. No es de extrañar que ocurriera lo mismo con Balmis. No tuvo
herederos directos que airearan su gesta, ni se creó una fundación que llevara su
nombre, como ocurrió con Jenner. Era un insigne y creativo funcionario que hizo su
trabajo. Cuando es recordado en aquellos momentos, hay un tinte de melancolía. La
vierten sus compañeros o sus jefes, los que estuvieron próximos a él. Ejemplo de

2
“El domingo 7 de Septiembre próximo pasado tuvo la honra de besar la mano al Rey nuestro Señor Dr. D. Fran-
cisco Xavier de Balmis, Cirujano honorario de su Real Cámara, que acaba de dar la vuelta al mundo con el único
objeto de llevar a todos los dominios ultramarinos de la Monarquía Española, y a los de otras diversa Naciones,
el inestimable don de la Vacuna, S. M se ha informado con el más vivo interés de los principales sucesos de la
expedición, mostrándose sumamente complacido de que las resultas hayan excedido las esperanzas que se con-
cibieron al emprenderla...”

–224–
ello son las memorias de Godoy, exiliado él mismo y olvidado. Cuando Carlos IV
es forzado a abdicar, Godoy es encarcelado, tiene solo 41 años y le quedarán por
delante 43 años de vida triste. No se respetó el testamento de la ex reina que lo deja-
ba como heredero universal; su esposa legítima quedó en España y no quería nada
con él. Solo le acompaña en su exilio Pepita Tudó, con la que se casa en 1829. Su
situación económica es apurada y edita sus memorias en francés y castellano4. Aun-
que se le rehabilita como duque de Alcudia y de Sueca (1847), nunca regresará a
España. Muere en París donde es enterrado en el cementerio Père Lachaise, en octu-
bre de 1851. Al hablar de sus recuerdos, hundido en su propia pena, cita la gesta de
Balmis en ese tono lastimero del que lo fue todo y se siente nada. “¡Y, sin embargo,
todo se ha olvidado! ¡Las empresas pacíficas no tienen gran sonido en los anales de
los pueblos. Gloria se llama, devastarlo todo y atormentar los hombres, de este
género de laureles se provee mejor la historia y a estos malvados triunfos se levan-
tan los monumentos y se prodigan los aplausos de las gentes!”.5
Mesonero Romanos, que lo visita en París, recoge en sus Memorias de un
sesentón (1880), nota de la expedición que le transmite Godoy como gran logro6.
Anastasio Chinchilla también cita en su Historia de la Medicina Española (1846)
que “... Balmis y sus compañeros han sido los médicos que más servicios han
hecho a la humanidad y que más gloria reportaron al buen nombre español”.
Aunque no hay, en apariencia, celebración pública del primer centenario del
nacimiento de Balmis (1853), no está tan claro que fuera un “gran olvidado”. Se
corresponde más bien esa imagen con la melancolía colectiva, con la depresión por
la caída del Imperio, con el pesimismo que embarga a los españoles cuando nos ins-
talamos en la autocomplacencia por la pérdida de algo. Un higienista como Pedro
Felipe Monlau7, cita que “... se realizó el atrevido pensamiento de una expedición
marítima de facultativos hábiles, dirigida por el médico honorario de cámara doc-
tor don Francisco Javier de Balmis. Es memorable por todo extremo una empresa
tan loablemente concebida, y con tan feliz éxito llevada á cabo. [...] Nueve años
duró el viaje, pero costó la vida á la mayor parte de expedicionarios que, con su
generoso sacrificio, legaron una página de oro á la historia patria”.
Lo cierto es que uno de sus jefes (Godoy), un escritor (Mesonero), un salubris-
ta (Monlau) o un historiador (Chinchilla), lo recuerdan y más aún, el mismo año en

3
“Se espera que el Subdirector, y los tres compañeros destinados al Perú para conducir el mismo don, no tardarán
en restituirse desde Buenos Aires, después de que hayan concluido su giro por este Virreinato, el de Lima, y los
distritos de Chile y Charcas...”.
4
GODOY M. Memorias Críticas o Apologéticas, para la historia del Reinado del Sr. D. Carlos IV de Borbón,
Madrid, 1836.
5
DÍAZ DE YRAOLA G. La vuelta al mundo de la Expedición de la Vacuna, Escuela de Estudios Hispano-Ameri-
canos, Sevilla, 1948, p. 112.
6
DÍAZ DE YRAOLA G. La vuelta al mundo de la Expedición de la Vacuna, Escuela de Estudios Hispano-Ameri-
canos, Sevilla, 1948, p. 114.
7
FELIPE MONLAU P. Elementos de Higiene Pública, 3.ª ed, Madrid, 1871, pp. 618-9.

–225–
que Pasteur ensaya por primera vez la vacuna antirrábica, el médico y abogado
Moreno Caballero escribe la biografía de Balmis, que lee en la sesión inaugural del
Instituto Médico Valenciano correspondiente al 18 de noviembre de 1885. Aunque
al comienzo de su discurso refiere que la hija de un anatómico contemporáneo de
Balmis a la que se ha dirigido, no lo recuerda, esto no es óbice para insistir en el
supuesto olvido. La hija de un colega no tiene por qué recordar a los que fueron
compañeros de su padre. Moreno Caballero hace un excelente relato biográfico que
ensalza la figura de Balmis y que aún hoy es una referencia obligada.

¿RECUPERANDO LA MEMORIA?
Como se ha visto, en el ambiente científico y cultural, el espíritu del trabajo de
Balmis no deja de tener presencia. Fue un atrevido pensamiento lo que inspiró aquel
método de transporte de la vacuna, brazo a brazo, que luego tuvo sus detractores, ya
que se decía que de aquella manera se podía transmitir alguna enfermedad, como la
sífilis. Curiosa paradoja, Balmis trae de América un remedio contra la sífilis y lleva
la vacuna mediante un método que pone en riesgo de contraer dicha enfermedad.
No hay una memoria recuperada porque nunca se llegó a perder. En los inicios
del siglo XX, cada vez que se evocan las gestas de la vacunación se hace referencia
a él. Quizá lo que se ha querido transmitir es que no persistió su recuerdo a nivel
popular y que cuando lo fue entre los intelectuales, estos lo mencionaban como
“olvidado” o “maltratado por la historia”.
Las vacunas, desde finales del XIX, despiertan al conocimiento de la gente.
Antes de Pasteur, solo eran una forma intuitiva de luchar contra una única enferme-
dad, después de él se convierten en un instrumento preventivo sistematizado y apli-
cable a otras infecciosas. El relativo olvido de Balmis tiene que ver con la propia
práctica de la vacunación antivariólica, que en determinados momentos cayó en des-
uso para desesperación de los higienistas del momento que observaban las sucesivas
epidemias y las bajas coberturas vacunales.
Así, en los Datos históricos acerca de la vacuna en España8 (1903), nuevamen-
te se recuerda a Balmis, con la persistente idea del gran desconocido: “Inmortal Bal-
mis. El vate no ha sido profeta: desconocido sigue Balmis y casi olvidado Quinta-
na. Acostumbrados al culto de la medianía y hechos al encumbramiento de la inep-
titud, más nos duele que nos extraña el olvido del que llevó al continente america-
no el virus preservativo de la viruela, siendo le apóstol de la nueva medicina edifi-
cada sobre el descubrimiento de Jenner [...] y rindamos a la memoria de Balmis los
homenajes debidos á su abnegación”. Pesado Blanco9 en 1904, también lo recuerda

8
Publicado por la Dirección General de Sanidad en Madrid y prologado por Cortezo.
9
PESADO BLANCO S. Cf. La viruela y la vacunación y revacunación como medio de evitarla, Madrid, 1904.

–226–
“célebre por el espíritu altamente humanitario que la impulsa y por los provecho-
sos resultados que obtiene; memorable para la ciencia; gloriosa para España...”.
Su ciudad natal, Alicante, celebra el Primer Centenario del fallecimiento de Bal-
mis, hecho recogido en los diarios de la época como bien puede observarse en la
excelente página web de la Fundación Dr. Balmis10.
Aquel febrero de 1919, el Colegio de Médicos organiza, a través de los doctores
Albero y Sánchez Sanjulián, una sesión conmemorativa (miércoles, día 12), a la que
asisten numerosos colegiados y donde se decide crear un premio anual que llevará
el nombre del Dr. Balmis. Nunca llegó a ser concedido. El Ayuntamiento de Alican-
te celebra otros actos (domingo, día 16) al que asisten ilustres doctores y profesores
de Madrid y Alicante. Descubren una lápida, labrada por Vicente Bañuls, en la plaza
que lleva hoy su nombre y luego asisten a un almuerzo en el Casino donde se glosa
su figura. Posteriormente, en el Teatro Principal, hay un mitin sanitario donde inter-
vienen Cortezo, Recasens, Juarros y Francos Rodríguez. Obviamente, en sus diser-
taciones se ensalza la obra de Balmis.
Recogemos las palabras de otro ilustre alicantino, Francisco Figueras Pacheco,
en las páginas de El Día: Diario liberal, fechadas el 15 de febrero:
“Acaba de cumplirse el centenario de la muerte del doctor Balmis. Nuestro Ayun-
tamiento, fiel a sus tradiciones de honrar la memoria de todo Ilustre alicantino,
le dedicará mañana una de las calles de la población, y el mismo día, en el mee-
ting sanitario que debe celebrarse en el Teatro Principal, habrá palabras de
admiración y gratitud para aquel médico eminente. El doctor Balmis en la medi-
cina, como Jorge Juan en las matemáticas, el abate Andrés en la literatura, y tan-
tos otros hombres insignes nacidos en tierras de Levante, consagró, dentro y fuera
de nuestra Patria, el triunfo de la mentalidad española. Pero este título, con ser
preclaro, no es el que cimienta más hondamente la gloria de nuestro comprovin-
ciano. Su mayor prestigio descansa en las meritísimas empresas que acometió y
llevó a cabo, extendiendo la vacuna por los más remotos países, pedazos unos de
nuestra patria e independientes otros de la bandera bicolor.
Y el altruismo de Balmis en tal concepto, no se detuvo ante la condición de
extranjería, ni tampoco, y esto es aun mucho más grande, ante la circunstancia
de que los beneficios fueran nuestros enemigos, y así se dio el caso verdadera-
mente sublime de que los indígenas de algunas islas de Filipinas en guerra enton-
ces con España, rindiesen sus armas ante la generosidad de un enemigo que les
llevaba la salud y la vida. Si el nombre de Marrón será imperecedero por sus des-
cubrimientos científicos, más lo será por las victimas que ha librado del furor de
las olas. Si Balmis, como sabio es digno de admiración general, como bienhechor
de la humanidad, merece gratitud eterna”.

En el mismo diario, el lunes 17 de febrero, Francos Rodríguez escribía:

10
La página web es [http://www.balmis.org] creada por el Club Rotary de Alicante, cuya información ha sido reco-
pilada por el historiador José Luis Duro Torrijos.

–227–
“Alicante ha dedicado a la memoria de don Francisco Javier Balmis el testimo-
nio de admiración que el insigne médico merecía, no sólo por su ciencia sino por
el santo amor que tuvo a la patria española y por el abnegado cariño que brindó
siempre a sus conciudadanos. Balmis, médico de cámara del Rey don Carlos IV,
con grandes méritos profesionales conquistados en la Corte; traductor en 1803
del Tratado histórico y práctico de la vacuna escrito en francés por J. Moreau,
ocupando una alta posición social, supo un día que el monarca deseaba llevar a
lejano lugares donde aun ejercía imperio nuestra Nación, recursos que comba-
tieran el duro azote de la viruela [...] En 1803, el 30 de Noviembre, zarpó de la
Coruña la corbeta María Pita bajo el mando del teniente de fragata don Pedro
del Barco, llevando a bordo diez médicos escogidos a los cuales dirigía el ilustre
doctor Balmis con el fin de propagar por el mundo la vacunación contra la virue-
la, descubrimiento entonces reciente del inmortal Jenner y que era combatido por
recelos, ignorancias y preocupaciones nacidas y alentadas por la incultura. A los
médicos acompañaba en la expedición 25 niños con sus madres y nodrizas –
según cuenta Godoy en sus memorias– con el fin de practicar las inoculaciones
de brazo a brazo sin prejuicio de haber hecho preparaciones de linfa y de reco-
ger pústulas desecadas para aprovechar ambas cosas en nuevas inoculaciones.
En el interesante libro escrito por el médico militar doctor Castillo y Domper,
acerca de la Real Expedición Filantrópica se niega que a los niños embarcados
en la María Pita les acompañan sus madres y nodrizas que hubieran representa-
do escurrir impedimento. Lo cierto fue que Balmis autor del Reglamento y Derro-
ta de la expedición se puso al frente de ella, llevando en su compañía, cirujanos
expertos y elementos auxiliares de toda confianza y de la mayor competencia. [...]
Cayeron bendiciones sobre el médico alicantino, muchas ciudades le nombraron
regidor honorario, alentado por su amor a la humanidad, siguió la tarea sin des-
vanecerse por las glorificaciones, ni deprimirse por las contrariedades. [...] De
ella trajo una rica colección de ejemplares de botánica recogida en los países
recorridos, y una colección magnífica de dibujos, también de plantas exóticas y
un diccionario chino-español. Balmis es una verdadera gloria española. Reunió
su persona el valor científico, el cariño a la Patria y el puro sentimiento altruis-
ta. Le inspiró la fe en la inteligencia, el amor a la tierra donde vivía y el fervor
que todos los hombre de buena voluntad deben sentir por sus semejantes. [...] Así
al llegar a Alicante, hombres consagrados a defender la Sanidad pública han
querido asociarse al homenaje de la ciudad en memoria de Balmis, regociján-
dose de que un pueblo entero celebre fiestas en honor a quién fue famoso por
combatir contra los enemigos de la salud. El acto celebrado ayer, tiene una alta
significación educativa porque nunca como en estos momentos es necesario,
excitar a los españoles para que cuiden de la raza, para que contengan el des-
plome que en ella se advierte. Las estadísticas delatan un mal colectivo que es
preciso corregir. He aquí porqué una vez más los alicantinos han tenido el buen
acuerdo de realizar un acto en consonancia con elevadísimos y trascendentales
intereses. El centenario de Balmis no solo representa recuerdos para un bene-
mérito de España, sino excitación a todos, dirigida para que se preocupen de la
vida física, sin la cual no pueden pasar de irregulares o decadentes las vidas de
la idea y del sentimiento”.

Resulta así mismo simpática la noticia sobre la colocación de la lápida conme-


morativa, publicada en el mismo diario:
“Abriendo marcha la Guardia Urbana y formando la Banda Municipal y todas

–228–
las comisiones llegadas de los pueblos, más la casi totalidad de los médicos ali-
cantinos, se ha dirigido el Ayuntamiento bajo mazas, por las calles de Altamira,
Constitución, Calatrava, Isabel II y Cid, a la llamada Plaza de Torrent donde se
ha colocado una artística lápida que da desde ayer al lugar, el nombre de Plaza
del Doctor Balmis.
Debió la comitiva hacer su ruta por la calle del Triunfo a la de San Fernando,
siguiendo por Isabel II, Francos Rodríguez y Canalejas, pero se hizo desviar por
evitar la molestia al Señor D. Antonio Bono que vive en la penúltima de las nom-
bradas”.

Afortunadamente y sin molestar al señor Bono, por aquél entonces alcalde de la


ciudad, la lápida fue y Balmis quedó celebrado.
Una celebración puede llevar a otra y, aprovechando la conmemoración del cen-
tenario de la muerte de Jenner, la Real Academia de Medicina11, en solemne sesión
de 25 de marzo 1923, rememora también a Balmis. Lo hace Mariscal en su discurso:
“... pero ninguno como... Balmis, á quien, después de su inventor, debe más el
mundo los beneficios de la vacuna, al propagarla en fabulosa expedición por las
Américas y Oceanía. Mas... tate, tate, folloncicos, como diría Cervantes, reserva-
da queda para mejor pluma, y preparado está ya el Cide Hamete Benengeli que
nos ha de hinchar las medidas al narrar ésta que es una de las más grandes y
memorables hazañas que registra la historia de la humanidad, y digna de paran-
gonarse con la expedición de los Argonautas ó los viajes de Hannon, de Nearco,
de Colón, y de Magallanes y Elcano”.

Pittaluga en el suyo “... y lo había dedicado con estas mismas palabras senci-
llas : A las madres de familia, y había escrito un prólogo admirable, lleno de cien-
cia y henchido de entusiasmo, y en él decía encarándose con los hipercríticos y los
escépticos...”.
El actor José Isbert lee la oda de Quintana, Amalio Gimeno dedica a la Expedición
todo su discurso e incluso el ministro Salvatella dice: “evocando la figura de Balmis
se evoca á España. ¡Ésa es España! Tendrá, como todos los pueblos, defectos; pero
tiene un alma tan grande, que sabe expandirse y extenderse por todo el mundo...”.
Hay que convenir que el supuesto pesimismo pertenece al pasado y que Balmis
supera en protagonismo a Jenner, aunque bien es cierto que jugaba en casa.

EL MITO DE JADRAQUE
Un hito importante en los estudios sobre Balmis es la publicación de Díaz de
Yraola en 1948, de nuevo, una referencia central sobre la historia de la expedición.

11
Discursos leídos en la solemne sesión celebrada en la Real Academia Nacional de Medicina el día 25 de marzo
de 1923, bajo la Presidencia de S. M. el Rey, para conmemorar el Centenario de la muerte de Eduardo Jenner,
descubridor de la Vacuna. Por Mariscal, Pittaluga, Tello, Marañón, Gimeno y Ministro de Instrucción Pública, El
Siglo Médico, Madrid, 1923.

–229–
Prologada por Marañón, éste escribe una muy citada alusión al espíritu ilustrado que
inspiró el viaje: “el verdadero sentido de la gesta de Balmis y Salvany no está, sin
embargo, en lo que tiene de proeza hispánica, sino en su representación, arquetípi-
ca, del espíritu del siglo XVIII. Sus tres grandes creaciones, el hombre sensible, la
ilustración y la filantropía se acercaron al ideal de lo que debe ser la sociedad
humana, mucho más que todas las otras tentativas de los hombres de antes y des-
pués. La participación de España en ese espíritu de siglo, fue admirable y no ha sido
estudiada todavía”12.
Marañón contribuye a perpetuar el mito del médico de Jadraque, tal como ya
había hecho en el discurso que pronunció en la Real Academia veinticinco años atrás.
Refiere en el prólogo: “una de las primeras reacciones de vacunación en masa, reco-
gida escrupulosamente, que llegó y allí fue recibida y alabada con todos los honores,
la firmaba... pues el médico de Jadraque. ¡hay que pensar lo que era Jadraque, en
plena Alcarria montañosa, con sus pobres casas devastadas, una y otra vez, durante
la guerra de Sucesión! Y unos años más tarde, es otro médico español, Balmis, el que
tiene la idea de recorrer la América, de arriba abajo y si era posible –y lo fué– el
Asia, propagando al vacuna”. Y como dejó dicho en su discurso:“ fué en este pue-
blo insignificante, donde un cirujano rural practicó por primera vez en nuestro país
y una de las primeras en el mundo entero, las experiencias de variolización que pre-
cedieron al descubrimiento de la vacuna. Imaginemos qué formidable energía para
inculcar uno á uno, en aquellos cerebros á la vez simples y desconfiados, el conven-
cimiento de un sacrificio peligroso hasta decidirles á prestar su brazo á la inocula-
ción de una enfermedad repugnante. [...] Este español insigne logró inocular á
muchos individuos é hizo una estadística tan instructiva, que del propio Londres fué
solicitada por conducto de nuestro embajador”.
Angolotti13, tomando como referencia a Joseph Amar14 y al propio Marañón, per-
petúa, en 1976, el anonimato del inoculador de Jadraque y en este caso lo cita como
¡veterinario! e incluso como ¡precursor de Jenner!: “¿cabe preguntar si el éxito del
buen albéitar consistió en que utilizaba pústulas de la viruela vacuna cincuenta
años antes de Jenner?”.
Timoteo O´Scanlan15, en su excelente obra (1784) sobre la inoculación también
hace mención del de Jadraque: “hallándose en Londres por los años de 1770 ó

12
DÍAZ DE YRAOLA, G. La vuelta al mundo de la Expedición de la Vacuna, prólogo de Gregorio Marañón, Escue-
la de Estudios Hispano-americanos, CSIC, Sevilla, 1948.
13
ANGOLOTTI CÁRDENAS, E. Datos para la viruela en España. Rev. San. Hig. Pub, 1976; 50, pp. 485-98.
14
AMAR Y ARGEDAS, J. Instrucción curativa de las viruelas, dispuesta para los facultativos y acomodada para
todos. Imp. Joachim Ibarra, Madrid, 1774.
15
O’SCANLAN, T. Práctica moderna de la inoculación, con varias observaciones y reflexiones fundadas en ella,
precedidas por un discurso sobre la utilidad de esta operación, y un compendio histórico de su origen, y de su
estado actual, particularmente en España; con un catálogo de algunos inoculados. Imp. Hilario Santos, Madrid,
1784, pp. 113-4.

–230–
1773 de embajador de España el difunto príncipe de Maserano, escribió al duque del
Infantado le enviase algún documento justificativo, con que pudiese hacer constar en
Inglaterra que hacía mucho tiempo que se conocía la inoculación de las viruelas en
el lugar de Jadraque. En efecto, el duque hizo tomar por mano de escribano público
varias declaraciones á los vecinos ancianos de aquel lugar, y por ello se vino en
conocimiento, que un cirujano que debía haber leído el uso que se hacía de la ino-
culación en algunas partes de Europa, había comenzado a practicarla mas de cua-
renta años antes del en que se hacía la averiguación, y con buen suceso, y que desde
entonces no había casi ningún padre que no hiciese inocular a sus hijos. El duque
del Infantado envió al embajador este instrumento, y le presentó al caballero Prin-
gle, médico de la reina de Inglaterra y presidente de la sociedad real de Londres,
para que le leyese en una de sus juntas”. Probablemente de esta fuente reprodujeron
tanto Hernández Morejón16 como Rico-Avello17 la historia que ha perdurado más de
doscientos años, un enigma al que cabe poner nombre, una noticia de Gaceta que
sitúa en 1730 aquellas primeras inoculaciones en España, llevadas a cabo por el médi-
co titular de Jadraque, D. José Sánchez de Caseda (RAMÍREZ, 1999).
Pero como una noticia lleva a otra y de Balmis hablamos, en los escritos tanto
de Moreno Caballero como de Díaz de Yraola, se cita la partida (víspera de san
Pedro de 1775) del puerto de Cartagena, con solo 22 años, de un joven cirujano “que
no hizo la carrera per saltum; sino á sangre y fuego como la hacen los héroes”18.
Balmis recibía así su bautismo de fuego como cirujano militar en la desgraciada
expedición militar sobre Argel, que comandó el general O’Reilly. Curiosamente,
O´Scanlan cita en la obra antes señalada (O’SCANLAN, p. 119) que dos hijos del
Excelentísimo Señor Conde de O’Reilly fueron inoculados por un médico del Regi-
miento de Hibernia. Balmis es, por tanto, compañero de otros cirujanos militares,
hábiles en efectuar inoculaciones. Sin duda esa experiencia (RAMÍREZ, 1999, p.
243) constituyó un valor añadido para su meritaje como jefe de la expedición. Qui-
zás esa práctica lo señala, no como un “recién llegado” a la viruela que traduce el
libro de Moreau, sino como un experto que efectúa ese atrevido pensamiento de ino-
cular, al modo de Jenner, vaca-persona, en un primer paso y, al modo de los inocu-
ladores, brazo a brazo, en el segundo. Encontrando así el medio de transporte, una
cadena humana portadora del “virus vaccíneo”.

AL OTRO LADO DEL ATLÁNTICO


La otra orilla parece haber sido más generosa en el recuerdo. Es lógico que sea

16
HERNÁNDEZ MOREJÓN, A. Historia bibliográfica de la Medicina en España. Imp. de la Viuda de Jordán e
Hijos, Madrid, 7 vols, 1842-47.
17
RICO-AVELLO, C. “La expedición de Balmis”. XV Congreso Internacional de Historia de la Medicina. Madrid-
Alcalá de 22-29 de septiembre 1956, pp. 1-2.
18
MORENO CABALLERO, E. Sesión apologética dedicada al Dr. D. Francisco Xavier de Balmis y Berenguer.
Discurso leído en la inaugural del Instituto Médico Valenciano. Imp. de Ferrer de Orga, Valencia, 1885.

–231–
Busto de Balmis donado por el Rotary Club de México al de Alicante y que estos cedieron al Ayuntamiento.
Actualmente preside el Salón de Grados de la Facultad de Medicina de la UHM (Tuells, 2002).

Escultura de Acisclo Manzano por la que A Coruña rinde


El escultor José Gutiérrez trabajando en la obra sobre homenaje a Balmis. Inaugurada el 30-11-2003 en el Paseo
Balmis que nunca llegó a ser (1982). del Parrote. (Foto cedida por El Correo Gallego).

–232–
así. El objetivo balmisiano tenía por población diana a aquellas gentes. La efectivi-
dad de su programa observaba como indudables beneficiarios a los habitantes de
Ultramar. Luchar contra la enfermedad y establecer un sólido sistema organizacio-
nal que implantase la práctica, eran sus fines. El reconocimiento está, pues, justifi-
cado.
Avenidas, hospitales o premios honoríficos avivan su recuerdo. La ciudad de
México ha dado su nombre a una avenida en la Colonia de los Doctores, la Acade-
mia Nacional de Medicina otorga anualmente el premio Dr. Francisco Xavier de
Balmis al mejor trabajo científico en el campo de la salud pública.
En 1955, Fernández del Castillo19 concluye otra obra excelente en la que refleja
su pasión por Balmis y en la que refiere conmemorar el 2.º centenario del naci-
miento de nuestro personaje, el 150 aniversario de la introducción de la vacuna en
México y la erradicación de la viruela en aquel país. La Secretaría de Salubridad y
Asistencia instituye, el 5 de agosto de 1974, la medalla al mérito en enfermería que
porta el nombre de Isabel de Cendala y Gómez, la Rectora de la Casa de Expósitos
de A Coruña, convertida en sagaz y pionera cuidadora. Ejemplo éste, de recuerdo a
miembros del colectivo que integró la Expedición.
En 1983, la misma institución, al conmemorar el XL Aniversario de su funda-
ción, coloca en el jardín de su edificio central el busto de Francisco Xavier de Bal-
mis, al lado de los doctores José María Rodríguez, Alfonso Pruneda e Ignacio Chá-
vez, rindiendo constante homenaje a estos insignes personajes que tanto hicieron por
la salud del pueblo de México.
Sesiones de sociedades científicas o filantrópicas, de colegios de médicos, pla-
cas conmemorativas y hermanamiento con las ciudades de La Coruña y Alicante
entregando en ésta última un busto de Balmis a su Ayuntamiento en 1984, se han
venido sucediendo en las últimas décadas, certificando un vivo recuerdo.

UN RINCÓN DE ALICANTE
La pequeña plaza que, desde 1919, lleva el nombre de Balmis en Alicante, ha
soportado durante años curiosas peripecias. De manera recurrente, en los últimos
treinta años, se ha convertido en un lugar citado para vindicar la memoria del médi-
co viajero. No se tiene constancia de que Balmis volviera a su ciudad natal desde
que inició su carrera como cirujano. Por el vínculo familiar con su hermana Micae-
la y sus sobrinos, debió tener noticias de la ciudad. Su hermana y cuñado aparecen
censados en la casa familiar (plaza de la Fruta, hoy plaza de Santa Faz).

19
FERNÁNDEZ DEL CASTILLO F. Los viajes de Don Francisco Javier Balmis. 2.ª ed. Sociedad Médica Hispa-
no Mexicana, México, 1985.

–233–
A través de los medios de comunicación algunos ciudadanos, periodistas, intelec-
tuales, han solicitado se rinda con mayor afecto y notoriedad el homenaje que le debe
la ciudad a uno de sus hijos predilectos. La carta de opinión firmada por Andreu Cre-
mades, Balmis Olvidado20, que reproducimos, refleja ese sentimiento. Tres elementos
y una paradoja marcan el devenir de lo acontecido en relación al notable alicantino. En
primer lugar, la propia plaza que lleva su nombre, lugar de encuentro balmisiano que
no ha recibido el trato urbanístico que se merecía y que ha pasado por momentos de
dejadez, en ocasiones rocambolesca. Desde la desaparición de la fuente que la ador-
naba y que se encontró refrescando a los habitantes de otra localidad21, hasta la remo-
delación que la dejó asimilada a un mini-parque Güell, bastante fallido. Fernando Gil
escribía en el diario Información el 19/1/1980: “En el antiquísimo arrabal de San fran-
cisco, está la plaza del Doctor Balmis. Es tan pequeña que la placa metálica que la
rotula no debería decir plaza, sino placita o plazoleta.... Por eso, por su reducidas
dimensiones, quizá nadie repare en ella... ha sido objeto de múltiples inquietudes
municipales en las últimas décadas: –Vamos a arreglar la plaza de Balmis– decían los
munícipes en 1920. Y plantaban un árbol. En 1930, sometida a otra cirujana acción,
colocaban una fuente en el centro, con dos grifos para que los vecinos pudieran lle-
nar los cántaros con el agua de La Alcoraya. Diez años después, otra mejora: plan-
taron dos árboles y así hasta nuestros días. Desaparecieron los amagos de jardinería,
por supuesto que fue eliminada la instalación griferil... continúa el piso, el mal lla-
mado pavimento, como siempre, intransitable... parece que se han acabado las ideas,
se supone que la capacidad de imaginación está sensiblemente deteriorada y aquí
empieza y termina el larguísimo peregrinaje burocrático y politiqueril promovido por
hombres de ayer y continuado por hombres de hoy...”.
El segundo elemento es la estatua que no llegó a ser. En octubre de 197822, el

20
Andreu Cremades i Moll, Información, 8/7/1981: “El 25 de octubre de 1972, hablaba de Balmis, un olvidado. El
29 de enero de 1978 apareció la decidida intención municipal de erigir un monumento al inmortal médico y natu-
ralista, confirmada de forma particular y con sincera evidencia, por el genial escultor alicantino Gutiérrez. Yo vi
los dibujos del singular proyecto, apenándome posteriormente, las ignoradas circunstancias que todo dejó en ilu-
sionado deseo. Los escritos en Prensa local aparecidos los días 6 y10 de agosto de 1978 reincidían en la preten-
sión olvidada, no ya sólo de Balmis, sino también de Miguel Hernández... ¿Por qué cuando cundieron los apa-
rentes propósitos de realizar el monumento a Balmis, no lo hicieron quienes entonces pudieron? No dudo de invo-
luntarios impedimentos, como tampoco ahora, nadie debe impacientarse, ni nadie dudar ante súbitos silencios.
En oportuna posibilidad, el monumento ansiado por todos, será en la plaza de Balmis, símbolo recordatorio del
universal sabio alicantino”.
21
Información, 14/9/1983: “La ciudad recuperará próximamente la antigua fuente de la plaza de Balmis, que des-
apareció de su ubicación en 1978 y que ahora se encuentra en un punto apartado de la partida La Cañada. La
localización de la fuente se ha realizado de forma fortuita y ha dado lugar a que la comisión de urbanismo ini-
cie los trámites para reintegrarla a su colocación original. La pista sobre su actual emplazamiento fue ofrecida
por un técnico municipal”.
22
Información, 25/10/1978: “Por adjudicación directa del Ayuntamiento, el escultor Pepe Gutiérrez Carbonell rea-
lizará un monolito conmemorativo dedicado al médico naturista alicantino Francisco Javier Balmis. El alcalde,
Ambrosio Luciáñez, comunicó personalmente la buena nueva al escultor que según manifestó, ilusionado y satis-
fecho se va a poner manos a la obra, hoy mismo para que este lista lo antes posible. “En tres meses, la acabo”,
concretó. El monumento constará según el proyecto aprobado de un basamento de forma rectangular, realizado
en piedra caliza aburjardada. Tendrá un 1.90 metros de altura, 1.35 de base y 0.90 de anchura. En una de las
aristas de la base irá incrustado un cuerpo cilíndrico de 0.70 metros de altura, donde se ubicará la leyenda voti-
va: “Alacant a Francesc Xavier Balmis”. Sobre el pedestal descansará el grupo escultórico compuesto por dos
figuras, hombre y niño, alusión plástica a la obra benefactora de nuestro ilustre paisano”.

–234–
alcalde Luciáñez, encargaba al escultor José Gutiérrez un monumento conmemora-
tivo dedicado a Balmis, “estará terminado en tres meses” declaró el artista. En junio
de 1982, la Permanente Municipal aprobó la reducción del monolito para ajustarlo
a las dimensiones de la plaza y en diciembre del mismo año, un titular decía: “José
Gutiérrez trabaja a tope en el monumento a Balmis”, añadiendo que “la estructura
quedará colocada a primeros del mes próximo”. Ya podía contemplarse la maqueta
diseñada para simbolizar el acto vacunal, con dos figuras, un varón y un niño, en
actitud de recibir la vacuna. En ¡abril de 1989! Otro titular indicaba: “finalizada la
obra-homenaje a Balmis. A falta de fundirla en bronce”23. Habían pasado once años
y Gutiérrez mantenía la ilusión por verla ubicada. Falleció sin ver cumplido su
deseo. Maquetas y bocetos siguen esperando.
El busto de Balmis donado en 1984 a la ciudad y que había viajado desde Méxi-
co tampoco tuvo mejor suerte y hasta el año 2000, no ha sido expuesto pública-
mente.
La pequeña paradoja queda expresada con dos noticias, la primera en 1978 y
titulada: “Homenaje de Méjico al doctor Balmis”, decía, “Con ocasión del acto
Inaugural, el domingo último, del III Congreso Iberoamericano y XLHI Nacional
de Urología, el profesor Francisco Romero Aguirre, catedrático de la facultad de
medicina de Zaragoza, recibió la medalla Francisco Díaz, de la Fundación Puig-
vert. Y más tarde, en el curso de una recepción ofrecida a los congresistas por el
Ayuntamiento de Alicante y la Diputación, celebrada en la antigua fortaleza del
castillo de Santa Bárbara, la representación mejicana de la Sociedad Hispano-
Mejicana hizo entrega al alcalde de la ciudad, Ambrosio Luciáñez, de una placa
conmemorativa de la hazaña del alicantino universal doctor Francisco Javier Bal-
mis, que será colocada en el monumento que Alicante se propone levantar al glo-
rioso médico”.
La segunda, reseñaba el 13 de mayo 1984: “Homenaje a Balmis en la plaza de
su nombre” y decía: “Portadores de un busto de Francisco Javier de Balmis, médi-
co alicantino venerado en Hispanoamérica, llegaron ayer a nuestra ciudad un
numeroso grupo de miembros de la Sociedad Médica Hispano-Mexicana de Méxi-
co, pertenecientes al Club Rotario de México, con el fin de rendir tributo en su tie-
rra a quién, entre otros méritos, logró erradicar de México la viruela el pasado
siglo. La insigne figura de este alicantino, casi un desconocido en su tierra, ha
sido motivo en México de reconocimiento y homenaje en numerosas ocasiones:
numerosas calles, aulas universitarias, centros clínicos, ostentan su nombre con
orgullo. Su inmensa labor sanitaria en México logrando la erradicación de la

23
Alfredo Aracil, Información, 8/4/1989.“La figura alusiva al homenaje al doctor Balmis, que irá fundida en bron-
ce, cuenta con una altura de 1.20 metros, sobre un pedestal de piedra de 1.10x1.10x0.80 metros. En la parte tra-
sera de la obra podrá leerse el siguiente texto: “Francisco Javier Balmis. Médico y naturista nacido en Alican-
te en 1753, que dirigió la expedición de la vacuna, enviada por Carlos IV a Hispanoamérica, Asia y África en
1803”.

–235–
viruela al transportar él mismo la vacuna antivariólica desde nuestro país, es motivo
de orgullo para los mexicanos. Ayer, en la plaza que Alicante le ha dedicado, junto a
la calle Canalejas, los visitantes del pueblo hermano y una importante representación
de la ciudad encabezada por el alcalde, le rindieron homenaje. A continuación se
celebró un vino de honor en el Ayuntamiento donde provisionalmente se ha colocado
el busto a la espera del proyecto escultórico que el escultor alicantino Pepe Gutiérrez
esta culminando para instalar en la misma plaza de Balmis. El busto se instalará en
el Colegio de Médicos. Francisco Xavier de Balmis nacido en nuestra en el año 1753,
desarrollo una importante labor médica en nuestro país llegando a ser médico de la
Casa Real de Carlos IV. Su filantropía le condujo a otras tierras en las que combatió
la enfermedad. Especialmente la viruela. Murió en 1820, prácticamente en la miseria
después de toda una vida dedicada a los demás.
Resulta curioso que la consecuencia inmediata de la primera visita de congre-
sistas (1978), además de entregar una placa y recordar a Balmis, desencadenara la
decisión de erigir la estatua que no fue y que la segunda (1984), trajera el busto que
no estuvo. A pesar de los escritos de numerosos alicantinos, los amigos de Balmis
en la otra orilla, refuerzan su memoria.
Afortunadamente, el busto donado por el Club Rotary de México, en 1984, fue
entregado en un acto al que asistieron autoridades académicas, municipales y repre-
sentación médica, en junio de 2000, por el Club Rotary de Alicante a la Facultad de
Medicina de la Universidad Miguel Hernández y preside su salón de grados.

EL EJE DEL BICENTENARIO


Con ocasión del Bicentenario de La Expedición de la Vacuna, la celebración de
Balmis empieza a tener una distinta magnitud. La creación de una Comisión Nacional
Organizadora del Bicentenario de la “Real Expedición Filantrópica” por Real Decre-
to de 17 de febrero de 2003, ha supuesto la implicación de numerosas organizaciones
científicas y culturales, públicas y privadas, en la coordinación de un programa de acti-
vidades conmemorativas. Un eje conformado por la línea transversal A Coruña-
Madrid-Alicante, que está dando ya sus frutos. Actos y publicaciones, con el patroci-
nio de gran variedad de entidades interesadas en Balmis, se están sucediendo, aquí y
allá. La ciudad de Alicante, en actos realizados en mayo de 2003, se ha sumado acti-
vamente a estos eventos, como ocurre en otros lugares que tienen una deuda de grati-
tud hacia un pionero de la vacunología. En A Coruña se ha puesto en marcha (noviem-
bre 2003) la exposición «Vacunas para todos», reviviendo la gesta científica y que
recorrerá otros lugares. En una balconada de la Casa del Hombre, Domus, de los
Museos Científicos Coruñeses se han instalado 22 placas con los nombres de los niños
y en el Paseo del Parrote una escultura de Acisclo Manzano homenajea a Balmis.
La puesta en marcha de la Fundación Dr. Balmis, promovida por el Club Rotary
de Alicante en 2003 y la visibilidad obtenida a través de Internet mediante su pági-
na web, fomentará, sin duda, el conocimiento del médico viajero.

–236–
Queda por ver la traducción del impacto que la adhesión a esta coyuntura, pro-
duzca en tiempos sucesivos. Mejicanos, coruñeses, madrileños, alicantinos, tiner-
feños, filipinos, limeños, cantoneses o santafecinos, saben que la aventura no ha
hecho más que empezar y que el viaje dura tres años, o quizás siete, o quizás vein-
te, o cincuenta, dependerá de la fuerza con que soplen los vientos y de la maestría
de la tripulación.

–237–
XII
De la azarosa diseminación hasta
el final del azote

Real Cédula de 21 de abril de 1805 ordenando que en los hospitales de


las Capitales de España se dispusiera lo necesario para la vacunación.

–239–
Veíamos en el capítulo dedicado a Jenner, cómo éste fue capaz de recoger una tra-
dición popular y verificarla de manera científica. Su modelo abrió un camino, aunque
resultara imperfecto. Era lógico; hay que entender los problemas prácticos que supo-
nía efectuar con precisión la técnica. Había que cuidar bien el modo de recoger la
materia vacunal, asegurarse de que no se contaminara, evitar que fuera de mala cali-
dad y conservarla adecuadamente. El virus vacuno era, por otra parte, escaso.
En ocasiones, los resultados de la vacunación hacían dudar de su eficacia o pare-
cía demasiado peligrosa por sus efectos secundarios. El riesgo de inocular junto con
la vacuna otras enfermedades como la sífilis o la hepatitis, era una realidad. Otra
duda estribaba en saber si la vacuna precavía para siempre de las viruelas; Jenner
creía que sí, pero se equivocaba. ¿Era entonces necesario revacunar?
Recordemos que en aquella época no se conocían los agentes patógenos, nadie
había aislado un virus o una bacteria. Con el paso del tiempo y la adquisición de
experiencia se fueron resolviendo las dudas. Se sistematizó la producción de vacu-
na obteniéndola a partir del cultivo en los propios animales. Así pues, la vacuna ani-
mal que evitaba la transmisión de la sífilis, la introducción de medidas de desinfec-
ción del instrumental junto a las cada vez más depuradas técnicas de conservación,
mejoran notablemente la confianza en la vacunación.
Los numerosos trabajos que, durante la segunda mitad del XIX, ocuparon a los
vacunadores, se centran en tres aspectos: elaboración de estadísticas para probar la
efectividad de la vacunación y su impacto sobre la enfermedad, discusión acerca de
la conveniencia o no de la revacunación y debate entre el uso de la vacuna jenneria-
na frente a la animal.
En el contexto de aceptabilidad social, la vacunación pasará por una etapa ini-
cial, en la que se da a conocer entre la clase médica, calando de inmediato a las cla-
ses influyentes de la sociedad, autoridades políticas, religiosas o intelectuales. El
pueblo será el sujeto pasivo receptor de la medida, que es impuesta o aconsejada de
manera vertical. La aceptación se verá influida por distintos factores: la apreciación
de su eficacia como técnica segura, las oleadas epidémicas de la viruela, las obje-
ciones o resistencias a su aplicación lideradas por los grupos anti-vacunistas y la
actividad legisladora oficial promulgando intervenciones.

–241–
DESDE JENNER HASTA PASTEUR
La vacunación es, técnicamente, un método inoculatorio. Supone un continuo de
la variolación, que se llevaba practicando más de setenta años en Inglaterra cuando
Jenner ensaya su modelo. Él mismo practicó variolizaciones durante su vida profe-
sional, como ya se ha visto. A resultas de su hallazgo se desarrollan diferentes
modos de practicar la vacunación. Ahora no se trataba de tomar materia de las pús-
tulas de un enfermo de viruela y transferirla al brazo de otra persona (variolación),
sino de tomarla de pústulas de vaca con viruela-vacuna e inocularla al brazo del indi-
viduo que se pretendía vacunar (vacunación). Resulta comprensible que los inocu-
ladores que adoptan el nuevo método de Jenner fueran variolizadores expertos. Los
modos de practicar la técnica vacunal son perfeccionados por el propio Jenner, Sut-
ton, Pearson o Woodville, que “hace picaduras introduciendo horizontalmente dos
o tres líneas la punta de lanceta humedecida con el pus”.
El transporte y conservación de la vacuna constituía otro problema. Había que
llevarla a los sitios donde no se conocía. Es notable la aportación de Balmis utili-
zando durante su largo viaje a los niños como portadores, pero no fue práctica que
se generalizase. Ciertamente, Jenner había preconizado que era necesario tomar el
material de la vaca y luego ir transfiriéndolo a los niños de “brazo a brazo”. Pero no
siempre se tenía a mano una vaca a la que extraerle la vacuna y además se corría el
riesgo de vehicular en el “brazo a brazo” otras infecciones. A lo largo del siglo XIX
se usó inicialmente el sistema de hilas impregnadas de materia vacuna tal como se
hacía con la variolación. Posteriormente, se conservó la vacuna en cristales de vidrio
y más tarde en la punta de lancetas de plata o en agujas de marfil, siempre dejando
secar la linfa. Los establecimientos o servicios nacionales dedicados a la vacunación
hacían preparaciones que remitían a los médicos vacunadores utilizando los crista-
les o las agujas. Sin embargo, era difícil mantener un buen estado de conservación
cuando se enviaba, por vía terrestre o marítima, a lugares lejanos. No siempre resul-
taban satisfactorios los envíos ya que la vacuna perdía su eficacia. A finales de siglo
se introduce una apreciable mejora, el uso de tubos capilares rellenos de vacuna
mezclada con glicerol como conservante, impedía su descomposición y alargaba el
período de almacenamiento de la vacuna.
En paralelo a la solución de los problemas técnicos se produce la difusión del
método jenneriano. La acción centrífuga originada en Inglaterra se irradia por Euro-
pa y América en un tiempo récord. Trasciende por encima de las diferencias políti-
cas entre países, muchos de ellos enzarzados en guerras expansionistas. Los médi-
cos se van comunicando el método y lo aplican en su ciudad, región o país. Con-
vencen a los políticos y en la medida en que estos muestran su entusiasmo o apoyo,
la propagación se hace más o menos rápida.
Por Inglaterra se extiende pronto la vacunación y no sólo en las grandes ciuda-
des, sino también por los pueblos. Se crean hospitales o centros para vacunar a los
pobres y también se vacuna en consultas privadas. Jenner calculó que en 1801, los

–242–
vacunados ingleses eran más de 100.000. La ventaja de este país, cuna de la vacu-
nación, era contar con una más amplia trayectoria de variolación, lo que constituía,
sin duda, un elemento facilitador.
Los ingleses, por otra parte, no descuidan sus posesiones fuera del país. Dos
médicos, Marshall y Walker, son enviados durante el mes julio de 1800, en una expe-
dición que va a recorrer el Mediterráneo. Jenner la apoya y les consigue pasaje en el
Endymion. En septiembre introducen la vacunación en Menorca, en octubre en
Gibraltar y en diciembre en Malta. Con la bendición de la Iglesia Católica vacunan
también en Nápoles y Palermo. Marshall manifiesta, en una carta a Jenner, su sor-
presa porque en estas ciudades la gente acudía a vacunarse en procesión. Hombres,
mujeres y niños recorriendo las calles, tras un sacerdote portando una cruz, camino
del hospital. (BOWERS, 1981).
La vacunación llega enseguida al continente. Entre sus activos promotores se
encuentra Jean de Carro (1770-1856), médico suizo que había estudiado en Edim-
burgo y ejercía en Viena con notable prestigio. Al tener noticia de la vacunación jen-
neriana escribe a Marcet, antiguo profesor suyo y amigo a su vez de Jenner, solici-
tándole linfa. Marcet, que se hallaba en Londres y había practicado algunas vacuna-
ciones, le remite unos cristales de vidrio con hilas impregnadas. Carro vacuna a fina-
les de agosto de 1799 a un niño vienés, hijo de un colega. Será la primera vacuna-
ción efectuada en el Imperio Austro-Húngaro. Su importante labor de difusión faci-
lita la primeras vacunaciones efectuadas en Alemania, Polonia y Hungría. Tiene
buenos contactos en toda Europa y contagia su entusiasmo a otros colegas que se
van adhiriendo al método. En Frankfurt, Munich, Berlín, Leipzig o Breslau (aquí las
practica Friese en diciembre de 1800) se cuenta pronto con centenares de vacuna-
dos.
En cierta ocasión, Jean de Carro es invitado a un banquete que organiza en Viena
un miembro del gobierno inglés. Allí conoce a los padres de Lady Elgin, esposa del
embajador inglés en Constantinopla. Les habla del beneficio que produce la vacuna
en los niños. Éstos trasmiten los comentarios a su familia con excelente resultado:
los Elgin solicitan a Carro que les envíe linfa vacunal a la ciudad otomana. En
diciembre de 1800 se efectúan allí las primeras vacunaciones. El éxito anima a los
Elgin, que estimulan a los médicos franceses, ingleses e italianos que ejercían en
Constantinopla, a realizar un programa vacunal a gran escala. Lady Elgin retoma la
antorcha que enarbolara Lady Mary Wortley-Montagu. Esta vez y casi cien años
después, la historia se repite pero en sentido contrario. Una mujer inglesa, también
esposa del embajador inglés, llevará al harén turco la nueva medida preventiva que
sustituye a la variolación: “a pesar de los prejuicios de los turcos, siempre enemigos
de las innovaciones, se introdujo en el serrallo por el Dr. Roini, médico del Gran
Señor, que efectuó vacunaciones con permiso de su Alteza”. (BOWERS, 1981). Si
una había llevado a Inglaterra la variolación desde Turquía, la otra contribuyó a
popularizar la vacunación inglesa en Constantinopla. La actividad promotora de los
Elgin también llega a Grecia. Durante las vacaciones de 1802 llevan linfa a Salóni-

–243–
ca; en un año se vacunan un millar de niños. Cassigiti, médico ateniense, también
adopta la medida en su ciudad. Lord Elgin apremiaba además, para que se vacuna-
ra a todos los viajeros de paso por Constantinopla y con destino hacia Asia.
No acaban aquí las consecuencias de aquella conversación vienesa de Carro. En
1799, un primer intento de Jenner para llevar linfa a Bombay en un barco de la Com-
pañía de Indias fracasa. Lord Elgin y Hartford Jones, un inglés residente en Bagdad,
diseñan un trayecto alternativo mucho más corto. Tienen éxito; vía terrestre desde
Constantinopla, Bagdad, Basora y por mar a través del golfo Pérsico, la vacuna llega
a Bombay. El 14 de junio de 1802, el doctor Helenus Scotts practica a Anna Dus-
thall la primera vacunación en el subcontinente indio. Pero solicitan a Carro que les
envíe más linfa, quieren ampliar el número de vacunados1.
Entra en escena el varesino Luigi Sacco (1764-1836), médico establecido en
Milán y considerado el más entusiasta vacunador italiano, autor de “Osservazioni
pratiche sull´uso del vajuolo vaccino come preservativo del vajuolo umano” (1809).
Sacco había recibido muestras de linfa remitidas por Carro, con las que hizo inocu-
laciones de vacuna en Lombardía desde el 1800. Ese mismo año observa en un reba-
ño de vacas suizas un brote de viruela vacuna. Extrae linfa de sus pústulas y consi-
gue organizar un sistema estable de almacenamiento y producción de vacuna. De esa
manera empieza a vacunar masivamente en su país (llegó a ser director general de
la vacunación) efectuando junto a sus colaboradores y de acuerdo con sus estadísti-
cas, más de un millón de vacunaciones. Será Luigi Sacco el que, atendiendo la peti-
ción de Carro, remita cientos de muestras de linfa a los ingleses que las esperaban
en Bombay.
Todo el sur de la India, Hyderabad, Mysore, la costa de Malabar hasta Madrás
pudo recibir vacuna. Las autoridades británicas hicieron vacunar mediante el brazo
a brazo a sus tropas en Lahore y el Punjab. La población hindú mostró, no obstan-
te, serias resistencias a la medida. En mayo de 1803, el gobernador inglés de Bom-
bay agradece en una carta a Hartford Jones y a Lord Elgin sus esfuerzos por intro-
ducir la vacunación en la India y Ceilán.
En Suiza, los primeros experimentos se ejecutaron en Ginebra, con hilas impreg-
nadas de humor vacunal remitidas por Carro desde Viena, pero no obtuvieron resul-
tado alguno. Louis Odier (1714-1817), reputado médico ginebrino, escribe entonces
a Pearson pidiéndole hilas nuevas. Las recibe en mayo de 1800 y en pocos meses
vacuna con éxito a 1500 personas. La prefectura del departamento de Leman se
implica, difundiendo una instrucción con el fin de propagar la vacuna.
El liderazgo de la Emperatriz rusa María Fedorovna, como difusora de la vacu-
nación en su país, fue notable. Ya se ha citado que en prueba de agradecimiento
envió un anillo de diamantes a Jenner, también mandó otro a Friese, el médico pru-

1
BOWERS, JZ. The Odyssey of Smallpox vaccination. Bull Hist Med; 55:17-33. 1981.

–244–
siano que había remitido desde Breslau la vacuna. El primer niño vacunado en
Moscú en octubre de 1801, fue un huérfano que, a cambio de una dacha y una pen-
sión vitalicia, tuvo que soportar que lo rebautizaran como Vaccinof.
El paso de la vacuna desde Inglaterra a Francia, a pesar de los conflictos entre
los dos países, es inmediato. Las autoridades médicas y civiles se interesan por el
hallazgo de Jenner. Tanto en la Escuela de Medicina de París (Comité Central de la
Vacuna) como en la Academia Médica del Louvre (Comité de la Vacuna del Lou-
vre), se crean comisiones para averiguar con exactitud los hechos practicados por los
médicos ingleses. El Comité Central de la Vacuna se pone en marcha gracias al
impulso del Duque Larochefoucault de Liancourt, que había podido observar en
Inglaterra los efectos del nuevo preservativo y abre una suscripción para costear los
gastos de los experimentos que se proponían hacer en Francia. Se nombra presiden-
te a Thouret, Director de la Escuela de Salud y que había practicado inoculaciones.
Forman parte del mismo: Husson, Colon, Delaporte, Delaroche, Guillotin, Halle y
el célebre Pinel, entre otros.
Deciden enviar a Inglaterra al médico de la Emperatriz Josefina, Antoine Aubert,
para que aprenda la técnica con William Woodville en el Hospital para la Viruela de
Londres. Aubert convence a Woodville para que le acompañe a París y efectúan allí
las primeras vacunaciones 1800, tras unos experimentos en Boulogne. Aubert,
Colon, Colladon vacunan en la capital, Husson en Reims y así, en diversas ciudades
como Burdeos, Nantes, Anvers, Laval, se abren establecimientos para vacunar.
El decidido apoyo de Napoleón, vacunando a sus ejércitos y reglamentándola
mediante un decreto, fue muy importante. El Emperador da el espaldarazo definiti-
vo al método cuando, en mayo de 1811, ordena a Husson que vacune a su propio
hijo, que ostentaba el título de Rey de Roma y que solo contaba 52 días de edad2.
En Norteamérica ya se ha citado la inicial experiencia de Benjamín Watherhou-
se. Hubo una anterior y muy puntual a cargo de John Clinch, amigo de la infancia
de Jenner y que ejercía como médico y reverendo en la remota isla de Terranova. Un
sobrino de Jenner le llevó hilas impregnadas de materia vacunal con las que efectuó
unas cuantas vacunaciones en el ámbito familiar que, para muchos investigadores,
constituyen las primeras del continente.
El periplo de la vacuna en el resto de América, estrechamente relacionado con
la gesta de Balmis, ya ha sido comentado. El último país del mundo en introducir la
práctica de la vacunación fue Japón, en 1849.
Una consecuencia directa de la paulatina adopción del método vacunal, fue la
decisión que los países iban tomando en forma de decretos o recomendaciones
para legislar sobre sus condiciones de uso y/o, posteriormente, sobre su obligato-
riedad.

2
BAZIN, H. The Eradication of Smallpox. Academic Press, 2000.

–245–
Los primeros en instar a sus ciudadanos a la vacunación, declarándola obligato-
ria, son Bavaria (1807), Dinamarca (1810), Noruega (1811), Rusia y Bohemia
(1812), Suecia (1816), Hanover (1821) o Luxemburgo (1842) y entre los últimos, en
concordancia con el tardío momento de su introducción, Japón (1885). Mención
especial merecen los ingleses, que no la hicieron universal (1840), libre (1841) y
finalmente obligatoria hasta 1853, así como los franceses, que pese al impulso dado
durante el periodo napoleónico, decaen luego en su uso y solo la hacen obligatoria,
añadiéndole una posterior revacunación, en 1902.
Paralelamente a la propagación de la vacuna y a las medidas legislativas subsi-
guientes, se producen brotes epidémicos en los distintos países. Las pandemias de
1824-29, la de 1837-40, que fue terrible en Europa y la de 1870-71 son las más sig-
nificativas.
Mediado el siglo (1841-1850), Negri, médico napolitano, resuelve el problema
de la transmisión “brazo a brazo” del virus de la viruela vacuna, que a veces propa-
gaba la sífilis y la hepatitis. Cuando faltaba vacuna era preciso obtener nuevas cepas
y la enfermedad natural del ganado no se producía en todas partes. Negri decide
pasar material de vacuna de un animal a otro e inocular después a las personas a par-
tir del ganado infectado. El descubrimiento de Negri sienta las bases para un sumi-
nistro más abundante de vacuna. Coincide en su hallazgo con el de Cheyne, que en
1850 aporta su método para conservar la linfa mezclada con glicerol. Los institutos
de vacunación, creados para producir y distribuir vacuna, comienzan a proliferar por
toda Europa, en ocasiones serán financiados por la iniciativa privada y, en otras, por
la administración pública o sanitaria y por instituciones médicas.
Los primeros informes estadísticos sobre el impacto de la vacunación entre los
países empiezan a elaborarse. Mostraban una clara tendencia al descenso en la
morbi-mortalidad por viruela, aquellos que primero habían adoptado la medida o
legislado sobre su obligatoriedad.
La influencia de los anti-vacunistas fue también un elemento destacable. En
1869 se crea la Primera Liga Anti-Vacunal en Leicester y poco después en Gran Bre-
taña se opta por no forzar la vacunación, permitiendo que no se administrara a los
que ofrecían resistencias ideológicas.
Los adversarios de la vacuna utilizaban argumentos como que: ¡¡iba contra la
voluntad divina!!, ¡¡era una enfermedad de la civilización!!, ¡¡era un problema de
sociedades, las despóticas como la prusiana era lógico que la hicieran obligatoria,
pero no así Inglaterra, país con tradición de libertad democrática!!, ¡¡tenía su origen
en supersticiones populares!!, podía transmitir la sífilis, podía ocasionar la muerte,
¡¡era un negocio para los servicios de salud!! o ¡¡empobrecería todavía más a los
pobres, al no controlar su demografía!! Muchos de ellos son totalmente falsos o
arcaicos (BAZIN, 2000; NAVARRO, 1991). A todos ellos vendrían a añadirse pos-
teriormente las epidemias de encefalitis postvacunal, que aparecieron en 1922, prin-
cipalmente en Inglaterra y Holanda, lo que motivó que ambos países y Estados Uni-
dos también dejaran la vacunación al arbitrio de sus ciudadanos.

–246–
Otro ejemplo de diversidad en el nivel de vacunación entre países, es el de la
guerra franco-prusiana de 1870, que coincide con la tercera pandemia del siglo.
Los dos ejércitos sufrieron muchas bajas por viruela. Sin embargo, los alemanes
que vacunaban a sus soldados cada siete años y contaban con 800.000 soldados,
de los que padecieron la enfermedad 8463, tuvieron un total de sólo 459 muertes
(un 5.4%). Frente a ellos los franceses, con un millón de hombres armados, pade-
cieron 125.000 casos de enfermedad y 23.740 muertos (tasa del 18.7%) (HOP-
KINS, 2002).
A pesar de las guerras, los científicos hacen su trabajo y entre 1865-1885 se
construye una nueva forma de considerar el origen de las enfermedades transmisi-
bles, la teoría microbiana. Francia y Alemania, dos países en continua rivalidad,
serán el escenario de los descubrimientos de esa disciplina que modifica las ideas
sobre las causas de la enfermedad. Los seguidores de Louis Pasteur (1822-1895) la
llamaron microbiología y los de Robert Koch (1843-1910) bacteriología. Ambos
contribuyen decisivamente a desarrollar ideas o postulados que se aplicarán al des-
cubrimiento de vacunas. Mientras Koch defendió la necesidad de hallar siempre la
causa necesaria (una relación de ausencia tal que, no habiendo microbio, no se pro-
duce el padecimiento), Pasteur se preocupó por desvelar la causa suficiente (relación
de presencia de microbio/enfermedad tal que, dado el microbio, existe la enferme-
dad) (RODRÍGUEZ OCAÑA, 1992).
Pasteur generaliza el término vacunación a un proceso aplicable a distintas
enfermedades y lo expone, como homenaje a Jenner, durante su comunicación pro-
nunciada en Londres (1881). Pasteur alcanza su mayor popularidad al emplear con
éxito una vacuna contra la rabia en 1885. Poco después y por suscripción popular,
se inaugura el Instituto de investigación que lleva su nombre (1888). En años suce-
sivos se descubrirán las vacunas contra la fiebre tifoidea (1896), cólera (1896), peste
(1906), tuberculosis (1908-1921) o difteria (1928). Han pasado casi cien años desde
el hallazgo de Jenner, se inicia el siglo XX y la viruela deja de ser la única enfer-
medad combatible mediante vacunación.

PROPAGACIÓN DE LA VACUNA EN ESPAÑA DURANTE EL XIX.


En 1800, como hemos visto, Careno entregó su traducción latina de la obra de
Jenner a Carlos IV. En diciembre de ese mismo año, Francesc Piguillem (1770-
1826) recibe linfa de París y vacuna a tres niños en Puigcerdá. El éxito anima a dis-
tintos médicos españoles para la realización de nuevos ensayos vacunales. Vicente
Mitjavilla, Francisco Salvá y Juan Smith siguen su ejemplo en Cataluña. Desde allí
se exporta a Aranjuez y Madrid donde vacunan Ignacio de Jáuregui, médico de la
Familia Real, e Ignacio María Ruiz de Luzuriaga. En el área vasco-navarra, un ter-
cer núcleo de vacunadores lo constituyeron Lope García de Mazarredo (Bilbao),
Salvador Bonor, José Antonio de Irizar y Vicente Lubet (San Sebastián) y Diego de

–247–
Bances y Vicente Martínez (Navarra)3. En apenas un año se vacunan varios miles de
personas.
Desde el primer momento aparecen numerosas publicaciones sobre la vacuna-
ción y, cómo no, se reproduce el debate entre partidarios y detractores. Animados
por un espíritu filantrópico, los vacunistas traducen obras, en su mayoría del fran-
cés, y editan folletos animando a la vacunación.
El primer texto sobre la vacuna en España, El compendio de la Vaccina o
Vacuna, de autor anónimo, fue editado en Barcelona (1799). Le siguen dos tex-
tos de Francesc Piguillem publicados en 1801, su traducción del Ensayo de Fran-
çois Colon4 y las Cartas a la Señora5. Éste último, dirigido y en agradecimiento
a la madre de los primeros niños que vacunó. Inaugura así en España el género
epistolar como una forma de difundir los beneficios de la vacuna. Buen conoce-
dor de la medicina europea, había completado sus estudios en Montpellier, llegó
a ocupar la cátedra de Clínica Médica en la Universidad de Barcelona. En las seis
Cartas de que consta su obra, cita a Colon y a otros vacunadores, exhorta a las
autoridades a que difundan el invento de Jenner y dice que en sólo cinco meses
en el Principado catalán se habían protegido contra la viruela más de tres mil per-
sonas (OLAGÜE, 1995).
En 1801 se publican también las obras de Juan Smith, de origen irlandés y
conocido del inoculador O’Scanlan, Progresos de la vacina en Tarragona, la de
Pedro Hernández en Madrid Origen y descubrimiento de la Vaccina, traducción de
una obra de Chaussier y la Breve instrucción sobre la vacuna, otra traducción de
un opúsculo francés editado por el Comité Central de la Vacuna parisino. Segui-
rán dos folletos franceses traducidos por Lope García de Mazarredo (Bilbao) y
Ascagorta (Madrid).
Tras ese periodo inicial, continúan la misión propagadora numerosos médicos,
entre los que destaca Salvá y Campillo con sus Avisos sobre viruela y vacuna,

3
OLAGÜE G ASTRAIN, M. Propaganda y Filantropismo: los primeros textos sobre la vacunación jenneriana en
España (1799-1800). Medicina e Historia, 56; 6-28, 1995.
4
François Colon (1764-1812), cirujano del hospital de Bicêtre, fue miembro del Comité Central de la Vacuna en
París y autor del Ensayo sobre la inoculación de la vacuna o forma de preservar para siempre y sin peligro la
viruela, 1800. Activo seguidor del método jenneriano, practicó numerosas vacunaciones, entre ellas la de su pro-
pio hijo, el 8 de agosto de 1800, en París. Proporcionó a Piguillem el material vacunal para que iniciase las vac-
unaciones en Puigcerdá.
5
PIGUILLEM, F. La Vacuna en España o cartas familiares sobre esta nueva inoculación escritas a la Señora, 1801.
Imp. Dalmau, reed. del Col.legi de Metges, Girona, 1979.
6
Antonio Hernández Morejón, médico titular de la villa de Beniganim, autor del manuscrito Discurso sobre el
preservativo de las viruelas, la vacunación y sus progresos en el valle de Albayda y otros parajes del reino de
Valencia; (1802), fue introductor de las vacunaciones en Valencia, donde se dice que llevó a practicar más de 7000.
Se ocupa en su obra del origen de la vacuna y de su introducción en España, alaba los experimentos de Jenner y
menciona la adopción del remedio en las naciones a despecho de opositores. Demuestra las bondades del cow-pox
con propias observaciones, combate algunos principios y termina deseando se extienda la vacuna por toda la
península merced a la protección de Carlos IV

–248–
(1803), Antonio Hernández Morejón6 en Valencia o los Avisos de Juan Puig7 en
Gerona (1803). El mismo año, el médico de Mahón, Rafael Hernández Mercadal, en
su Dictamen para cortar de raíz la epidemia de viruelas que reinaba en aquella loca-
lidad, propuso la vacunación como único medio de exterminar el mal y evitar gas-
tos, molestias y prácticas inconvenientes. Merece significación especial por su
impacto y difusión, comentada en otro capítulo, la traducción que efectúa Balmis
sobre el Tratado de Moreau de la Sarthe.
En las siguientes décadas no cesa la producción científica y divulgadora, como
“los escritos de Félix González en 1814, favorables a la mayor difusión de la vacu-
na, abogando, para ello, por la creación de juntas filantrópicas de vacunación cons-
tituidas por las autoridades y proponiendo la reglamentación de la práctica y con-
servación de la linfa, ideas adoptadas en aquel año por la superioridad, el Informe
imparcial de Ruiz de Luzuriaga (1817) o el libro Ideas acerca de la vacunación en
que su autor, Antonio María de la Higuera (Cádiz, 1830) pedía una ley que obliga-
se a los padres de familia, tutores, jefes de establecimientos de instrucción primaria,
para que tuviesen vacunados o hiciesen vacunar a los clientes a determinada edad,
que creasen centros administrativos en las capitales para vigilar estos servicios, cas-
tigar, premiar, metodizar y facilitar la vacunación como en naciones ilustradas.
Manuel Gil y Albéniz, médico titular de Cascante, en el informe oficial que tituló
Observaciones prácticas sobre la vacunación (1831), no sólo se declaró partidario
de su propiedad preventiva contra las viruelas, también aseveró que el procedimien-
to había mejorado la salubridad de la comarca y aumentado el número de sus habi-
tantes” (VIDAL CASERO, 1993).
En esta ocasión y a pesar de las críticas al método, el Protomedicato no fue tan
taxativo y ofreció menos resistencias. La administración tomó parte activa en pro de
la nueva vacuna y en la Gaceta de Madrid se anunciaron cuantas novedades se iban
produciendo. La Real Cédula de 21 de abril de 1805 ya ordenaba que “en todos los
hospitales de las capitales de España se dedique una sala para conservar el fluido
vacuno, y comunicarlo a quantos concurran a disfrutar de este beneficio y gratui-
tamente a los pobres”8. La circular que la desarrolla indicaba que los hospitales eran
los encargados de conservar el fluido vacuno, los cirujanos ayudados por practican-
tes de realizarla y debían observar el curso de los individuos vacunados y dar parte
bimensual de los incidentes y anomalías observados para comunicarlo a los profe-
sores de la provincia. Alerta sobre la mala práctica de algunos curanderos y obliga
a denunciarla. Para los médicos rurales habían dispuesto unos frascos, que debían
estar herméticamente cerrados, y que eran remitidos a petición de aquellos. Final-

7
PUIG y MOLLERA, J. Aviso importante sobre los casos extraordinarios de viruelas, legítimas, sobrevenidas
mucho tiempo después de la vaccina verdadera, y tentativas para precaverlas; con otras reflexiones dirigidas a
perfeccionar la práctica de la Vacuna, Imp. de Fermín Nicolau en la Corte Real, Gerona, 1803.
8
Datos históricos acerca de la vacuna en España, leyes y decretos contra la viruela, vacunación obligatoria.
Madrid, Imp. Católica, La Prensa de Madrid, 1903, con prólogo de C.M. CORTEZO.

–249–
mente, recomienda a los Capitanes Generales el fomento de esta práctica beneficio-
sa a la humanidad, a los prelados y párrocos que persuadan a los feligreses y admi-
tan la práctica de la vacunación y se excita la caridad de los pudientes para sufragar
los gastos de la vacunación en las clases menesterosas.
De este modo se comienza a extender la vacunación por toda la geografía, super-
visándola los médicos más preeminentes de cada región que se comunicaban los
resultados, sea a través de textos como los antes citados, sea en reuniones científi-
cas.
En 1815 (Real Orden de 14 de agosto) y 1817 (Circular de 8 de julio) se articu-
lan o ratifican las anteriores disposiciones. Coincidiendo con la pandemia de los
años treinta, se prohíbe la asistencia de los niños a la escuela sin estar vacunados
(R.O. del 30 de noviembre de 1833).
En 1855 se promulga la primera Ley de Sanidad (Ley Orgánica de Sanidad del
28 de noviembre) que dedica un capítulo a la vacunación y hace recaer la responsa-
bilidad de practicarla en las instituciones o autoridades: “Art. 99. Los Ayuntamien-
tos, los Delegados de Medicina y Cirugía y las Juntas de Sanidad y Beneficencia
tienen estrecha obligación de cuidar sean vacunados oportuna y debidamente todos
los niños”.”Art. 100. Los gobernadores civiles tendrán especial cuidado de recla-
mar del Gobierno, cuando sea preciso, los cristales con vacuna que necesiten y que
distribuirán entre las corporaciones benéficas para que sean inoculados gratuita-
mente los niños de padres pobres”. La vacuna queda establecida de una manera ver-
tical, quedando el ciudadano como receptor pasivo de la medida preventiva (NAVA-
RRO, 1991).
Desde 1851 el Instituto Médico Valenciano, entidad privada, había creado la
Comisión Central de Vacunación con objeto de organizar y aplicar la vacuna gratui-
tamente a los indigentes en Valencia. Hasta 1880, esta institución fue el principal
suministrador de vacuna en España, repartiendo pedidos a Gobernadores civiles,
Alcaldes, Academias de Medicina, Dirección General de Beneficencia y Sanidad e
incluso a la reina Isabel II (CAMPOS, 2001).
Por Real Decreto y siendo Ministro de Fomento Manuel Ruiz Zorrilla, el 24 de
julio de 1871 se crea el Instituto Nacional de Vacuna. En el preámbulo se “recuer-
da la gloriosa tradición de España iniciada con la expedición marítima de 1803. Y
dice que “además de los Institutos de vacunación de Berlín, Viena, Nápoles, Milán,
París, Londres y S. Petersburgo...”, “... que han hecho inmensos beneficios...” y
“que en Nápoles se ha prohibido, cursar ninguna solicitud ni expediente, cuyos inte-
resados no presenten la papeleta de vacuna” (NAVARRO, 1991). Se le hacía depen-
der directamente de la Academia de Medicina, lo que interfirió los planes que ésta
tenía de crear uno propio. Tampoco faltaron reticencias del Instituto valenciano, el
mayor distribuidor de vacuna hasta ese momento, ni de algunos médicos deseosos
de fundar sus propios centros de vacunación. La respuesta oficial fue una Real
Orden de diciembre de 1872 que determinaba “que no es necesaria la autorización

–250–
del Gobierno para establecer Institutos de vacunación a los médicos, por ser indus-
tria libre y lícita para los Profesores de la ciencia de curar”9.
Durante el año 1873, el gobierno de la República intentó activar el Instituto de
Vacunación trayendo vacuna de Nápoles y París con el fin de conservarla y reprodu-
cirla. Así mismo se dispuso “la obligatoriedad de la vacunación y revacunación de
cuantas personas estén bajo la inmediata dependencia de las autoridades civiles en hos-
picios, colegios, establecimientos penales, y aún en los hospitales... Así como a todos
los individuos del Ejército y Armada, aún los que se hallen en funciones de guerra”.
A la vez que se multiplican los institutos privados de vacunación, había tres en
Barcelona (Letamendi y Giné), dos en Madrid (Pino, Valdivieso y González Araco
y el muy acreditado de la ternera del doctor Balaguer), y otros en La Coruña, Gra-
nada, Santander o Valencia (RICO-AVELLO, 1955), se suceden órdenes y regla-
mentos (en 1875 y 1876) intentando reorganizar la producción, investigación y acti-
vidad práctica en materia vacunal.
La situación en España, durante los años finales del siglo XIX, respecto a la
viruela, se caracteriza por:
1.- Persistencia de oleadas epidémicas concurrentes con las europeas, que pro-
ducían de 5.000 a 6.000 muertes por año, en los momentos de recrudecimiento de
los brotes (1879, quinquenio 1888-1892).
2.- Incumplimiento generalizado de las medidas preservativas de aislamiento,
desinfección o cuarentena. Erráticas y contradictorias instrucciones eran dadas por
los médicos o las autoridades civiles de los pueblos donde ocurrían epidemias, sin
mantener un patrón común de actuación.
3.- Escasez de datos centralizados y falta de perspectiva general para abordar los
brotes. No había informes sobre cobertura vacunal, ni se comunicaba la incidencia
de casos con la rapidez necesaria para adoptar medidas preventivas. No es hasta
1885 (RO de 5 de enero), cuando se organizan las estadísticas sanitarias y se inclu-
ye a la viruela entre las enfermedades sometidas a vigilancia epidemiológica.
4.- Resistencias de la población al acto vacunal. Motivadas por la insuficiente
explicación proporcionada por la clase médica a dos preguntas clave: ¿la vacuna
transmite la sífilis? y ¿por qué es necesaria la revacunación? Como consecuencia se
fomentó entre las clases populares una serie de creencias erróneas con resultado de
rechazo o indiferencia hacia la vacuna.
5.- Dispersión en las directrices científicas, originadas por la división de la clase
médica entre vacunistas y antivacunistas, a lo que hay que añadir la práctica de la
vacunación por colectivos paramédicos (comadronas, barberos, sangradores). La

9
Datos históricos acerca de la vacuna en España, leyes y decretos contra la viruela, vacunación obligatoria.
Madrid, Imp. Católica, La Prensa de Madrid, 1903, con prólogo de C.M. CORTEZO.

–251–
ausencia de criterios comunes contribuyó a generar más confusión entre los recep-
tores de la vacuna y a que padecieran efectos secundarios como consecuencia de la
mala práctica.
6.- Las condiciones del acto vacunal. Había una vacuna de “pago” y una para
pobres. Un amplio abanico desde el médico que vacunaba en su gabinete o institu-
to, a los que lo hacían en servicios para pobres (Casas de Socorro), hasta los colec-
tivos no médicos. Aún tratándose del mismo producto, en muchos lugares se practi-
caba en precaria situación higiénica y por personal no suficientemente preparado,
para los que solo constituía una oportunidad más de negocio. El uso de la glicerina
como conservante y reductor de la contaminación bacteriana, mejoró la efectividad
y evitó muchos efectos indeseables.
7.- Deficiencias en el control institucional. Las autoridades siempre iban a
remolque de los acontecimientos, promulgando decretos al ritmo de los brotes epi-
démicos y mostrando una improvisación que fue muy criticada. Monlau señala que
“en 1866 fueron vacunados 222.595 niños quedando sin vacunar 329.428 y añade
que con alguna diligencia por parte de las autoridades, éstos también lo hubieran
sido”10. Rico-Avello también muestra su desencanto ante las secuencias de disposi-
ciones reiterando lo mismo: “todo un triste ejemplo y la confirmación de lo poco que
se cumplen leyes y reglamentos”. Prueba de ello son los decretos de 1891, “desde
1815 hasta 1888, han sido numerosas las Reales órdenes, Decretos y Leyes, que se
han dictado sobre el particular, y deseando dar cierta unidad y cohesión a lo legis-
lado y preparar elementos para lo provenir se propone un Decreto en doce artícu-
los en que...”, y 1893, recordando, de nuevo, “la obligación de que sean vacunados
oportuna y debidamente todos los niños”. Respecto a la consolidación de una enti-
dad capacitada para investigar, se promulga en 1899 (R.D. de 28 de octubre), un
decreto cuyo preámbulo recuerda que:
“los adelantos en las ciencias biológicas, coinciden en el carácter casi constante
de su origen, o cuando menos, en su relación estrecha con al Bacteriología, y que
desde los descubrimientos que ha generalizado el genio inmortal de Pasteur a las
aplicaciones prácticas realizadas por Lister, Koch, Behring y Yersin, puede decir-
se que la atención de los higienistas, de los Médicos y de los agricultores se
reconcentra de modo casi exclusivo en el estudio de los seres microscópicos..”
Y en la parte dispositiva:
“se declaran disueltos los actuales Instituto Central de Bacteriología e Higiene y
el Instituto de Vacunación del Estado, creando en su lugar un Instituto de Suero-
terapia, Vacunación y Bacteriología con la denominación de Alfonso XIII, divi-
diéndolo en tres secciones: de análisis bacteriológico, de sueroterapia y obten-
ción de sueros y vacunas, de inoculaciones”11.
Con esta medida quedó cerrado el siglo.

10
FELIPE MONLAU, P. Elementos de Higiene Pública, 3.ª ed; Madrid, 1871, p. 621.
11
Datos históricos acerca de la vacuna en España, leyes y decretos contra la viruela, vacunación obligatoria.
Madrid, Imp. Católica, La Prensa de Madrid, 1903, con prólogo de C.M CORTEZO.

–252–
LA ELIMINACIÓN DE LA VIRUELA EN ESPAÑA
La situación en los primeros años del siglo XX no difiere mucho. Durante el pri-
mer decenio, España ocupa el segundo lugar entre los países europeos por número de
casos, con un total de 37.000 defunciones, detrás de Rusia (400.000) y por delante de
Italia (18.000), Portugal (14.000) y Francia (11.000). En contraste, países como Ale-
mania (386), Austria (312), Suecia (35), Noruega (35) y Dinamarca (13) tenían en ese
mismo período un aceptable control sobre la enfermedad (HOPKINS, 2002).
El gobierno de Antonio Maura, vista la situación epidémica, promulga en 1903
un Real Decreto, recogido en la publicación del Ministerio de la Gobernación Datos
históricos acerca de la vacuna en España, leyes y decretos contra la viruela, vacu-
nación obligatoria, que prologa el entonces Director General de Sanidad, Carlos
María Cortezo. El artículo 6.º declara que “será obligatoria la vacunación y reva-
cunación, con arreglo al art. 99 de la ley de Sanidad, en tiempos de epidemia o
recrudecimiento de la endemia, a saber, desde que en el distrito municipal exista
pluralidad de enfermos variolosos o las defunciones por viruela pasen de 1 por
1000 los fallecidos”. Como ha señalado Navarro (1991), la promulgación de este
decreto fue facilitada por nuestro mimetismo con la administración francesa, que
había tomado un año antes la misma medida legislativa.
A pesar de las dificultades, la vacunación empieza a extenderse de forma masi-
va, ayudada por el establecimiento de delegaciones provinciales de Sanidad. En
1909, se ordena vacunar a todos los empleados del Estado, Provincia o Municipio y
que se interese de las grandes empresas la vacunación de su personal. Sin embargo,
los brotes persisten, ocurren en Badajoz (1917), Ciudad Real y Madrid (1918),
Valencia, Bilbao, Santander, Pamplona y Ciudad Real (1919) y Valladolid, Almería
y Guipuzcoa (1920). La mortalidad por viruela en España alcanza entre 1900-09 un
total de 41.827 defunciones, que se reducen a casi la mitad durante la siguiente déca-
da, 24.512 (1910-19) y a 9.727 en la tercera (NAVARRO, 2002).
VIRUELA (050/1975). Mortalidad (1900-1975) y Tasas /100.000 h.
Años N.º Tasa Años N.º Tasa Años N.º Tasa Años N.º Tasa Años N.º Tasa

1900 6.497 3.5 1915 1.770 0.9 1930 4 X 1945 2 X 1960 0


1901 5.250 2.8 1916 2.110 1.0 1931 8 X 1946 1 X 1961 2 X
1902 5.590 3.0 1917 2.565 1.2 1932 6 X 1947 1 X 1962
1903 4.699 2.5 1918 2.969 1.4 1933 2 X 1948 1 X 1963
1904 2.859 1.5 1919 3.623 1.7 1934 5 X 1949 2 X 1964
1905 2.740 1.4 1920 3.285 1.5 1935 3 X 1950 2 X
1906 4.342 2.3 1921 2.097 1.0 1936 2 X 1951 0
1907 3.234 1.7 1922 1.325 0.6 1937 6 X 1952 0
1908 2.796 1.4 1923 525 0.2 1938 6 X 1953 0
1909 3.965 2.0 1924 1.217 0.6 1939 609 0.2 1954 0
1910 2.103 1.1 1925 849 0.4 1940 977 0.4 1955 0
1911 1.512 0.8 1926 112 0.5 1941 176 0.1 1956 0
1912 2.516 1.3 1927 162 0.7 1942 31 X 1957 0
1913 3.100 1.5 1928 153 0.7 1943 – 0 1958 0
1914 2.244 1.1 1929 2 X 1944 3 X 1959 0

–253–
Como puede observarse en la tabla12, a partir de 1926 el declive de la viruela es
evidente, consiguiéndose una situación de pre-erradicación en 1929. Solo habrá un
repunte de la viruela en 1939-41, durante los años inmediatos al final de la Guerra
Civil (1936-39). Ese rebrote, como ha señalado Angolotti, “fue inesperado y afectó
sobre todo a adultos y viejos, rara vez a niños”13.

VACUNACIONES CONTRA LA VIRUELA (1945-1985)

La ley de bases de Sanidad de 1944 declaró la obligatoriedad de las vacunacio-


nes contra la viruela y difteria, incluyéndolas entre las enfermedades de declaración
obligatoria. Acorde con los progresos en la vacunación, a finales de los años cua-
renta deja de ser endémica y a partir de 1955 no se dan más casos de viruela en Espa-
ña, por lo que se consideró erradicada14.
En 1961, se produjo la reintroducción de la viruela en España. El caso de una
niña procedente de la India, país endémico en aquellos momentos y con vigilancia
activa de viruela, originó un brote intrahospitalario. Pasaron ocho días entre el ini-
cio de síntomas y la sospecha de viruela seguida de su ingreso en el Hospital del
Rey. Se confirmaron 17 casos (doce de ellos entre el personal del propio hospital, en
donde se estableció un cordón sanitario, con total aislamiento) y se detectaron tres

12
NAVARRO GARCIA, R. Análisis de la Sanidad en España a lo largo del siglo XX. Instituto de Salud Carlos III.
Ministerio de Sanidad y Consumo, Madrid, 2002.
13
ANGOLOTTI CÁRDENAS, E. Datos para la viruela en España. Rev. San. Hig. Pub, 1976; 50, pp. 485-98.
14
Gráficas sobre vacunaciones practicadas (1945-85) y morbilidad ( 1949-61), tomadas de NAVARRO GARCIA,
R. Análisis de la Sanidad en España a lo largo del siglo XX. Instituto de Salud Carlos III. Ministerio de Sanidad
y Consumo, Madrid, 2002.

–254–
VIRUELA. Morbilidad (1949-1961)

años

fallecimientos (dos en enfermos del Hospital del Rey diagnosticados de reacción


vacunal y una niña de 7 meses por encefalitis post-vacunal). Como consecuencia del
brote se administraron más de un millón y medio de vacunas entre la población
madrileña15.
Fue la última incursión de la viruela en España y la única vez que se llegó a ais-
lar el virus en la Escuela Nacional de Sanidad, por el Dr. Enrique Nájera que for-
maba parte del equipo del Dr. Pérez Gallardo, pionero de la virología en España.

PROGRESOS HACIA LA ELIMINACIÓN (1900-1967)


El panorama mundial de la viruela en los inicios del siglo XX muestra una situa-
ción de endemia bastante generalizada, con aparición de brotes epidémicos en paí-
ses afectados por situaciones específicas (guerras, pobreza, insuficientes coberturas
vacunales) y con propagación desigual de la variedad major (más grave) o minor
(benigna) según cada continente.
En el continente europeo persisten los brotes y Rusia encabeza el número de
defunciones (400.000 muertes durante el primer decenio sobre una población total
de 134 millones) junto a los países mediterráneos. Algunos países, sin embargo, ya
han dejado de ser endémicos, Islandia (desde 1872), Suecia (1895), Noruega (1898),
Dinamarca (1901), Holanda (1900), Irlanda (1907).

15
BES, 2002 vol. 10, n.º 14, pp. 137-148.

–255–
El impacto de la vacunación sobre la mortalidad por viruela tiene relación direc-
ta con la más temprana o tardía implementación de la actividad vacunal en cada país.
McKeown, que ha estudiado los cambios en la mortalidad de determinadas enfer-
medades transmisibles, demostró que se producía un constante descenso de la
misma desde comienzos de siglo. En su opinión no sólo era un efecto de los avan-
ces médicos (antibióticos, sulfamidas, vacunas) sino de mejoras ambientales o
sociales (alimentación, potabilización agua, etc.). Sin embargo, para el caso de la
viruela, reconoce el incontestable efecto de la vacuna en su eliminación.
Cambios en la mortalidad por viruela en Inglaterra y Gales (McKeown, 1976)

Los desplazamientos humanos (civiles y militares) y la situación de pobreza ori-


ginados tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918) o la Revolución Bolchevique
(1917) producen un recrudecimiento de la morbi-mortalidad en ese período. Segui-
damente, la década de los años veinte contempla una cesación de la endemia en la
mayor parte del continente. Curiosamente, en esa época se introduce en Inglaterra la
variola minor (alastrim) procedente de Estados Unidos, que será endémica en ese
país durante veinte años. Esta forma benigna se propaga por otros países (Alemania,
Suiza, Finlandia, Holanda, España o Portugal). Los brotes de alastrim se producían,
en ocasiones, junto a los de variola major (Portugal, España en 1936). Al final de los
años treinta, la viruela sólo era endémica en estos dos países.
Tras la Segunda Guerra Mundial (hubo brotes en Francia, Italia o Grecia) la
viruela deja de ser endémica en Europa (España, 1948 y Portugal, 1953 son los
últimos en despedirla) y solo se producirán casos importados. Fenner señala los
numerosos territorios coloniales que algunos países europeos tenían en lugares

–256–
endémicos, como fuente de casos. Desde 1951 hasta 1971 se reportaron en 49 oca-
siones, un total de 958 casos importados en una veintena de países, la mayoría pro-
cedentes de Asia (como el brote español de 1961). Inglaterra, por su relación con
la India, fue de los más afectados; en el invierno de 1961, cinco viajeros proceden-
tes de Pakistán introdujeron la viruela, contagiando a un total de sesenta y dos per-
sonas de las que murieron veinticuatro. Hubo que suministrar 5,5 millones de dosis
de vacuna y se estima que el coste de la operación ascendió a cuatro millones de
dólares.
En Norteamérica alternaron los brotes epidémicos de viruela major y minor en
las primeras décadas del siglo y cuando, a partir de 1952, dejaron de ser zona endé-
mica, también tuvieron casos importados, sobre todo de países sudamericanos (Bra-
sil). La eliminación en América del Sur se produjo durante los años 50-60: Chile
(1954), Venezuela (1956), Uruguay (1957), Bolivia y Paraguay (1960), Ecuador
(1963), Colombia (1965), Perú y Argentina (1966), y muy tardíamente Brasil, en
1971.
Oceanía ha sido el continente menos afectado por la viruela. Fenner señala que
no debe considerarse que en Australia y Nueva Zelanda fuera endémica nunca.
Algunos brotes importados, sobre todo el de alastrim de 1913, pero dada su lejanía,
la aplicación de vacunas y las fuertes medidas de cuarentena que imponían ante
cualquier sospecha, nunca se vieron seriamente expuestos a la enfermedad.
En África, dada la poca cobertura vacunal, la viruela no dejó de ser endémica
hasta los años 60 y 70. Las epidemias se sucedieron en todas las décadas, con un
componente estacional (estación seca) y gran número de víctimas. Solo en los paí-
ses del norte tuvieron una eliminación en época similar a los últimos europeos,
Marruecos, Libia y Egipto, todos en 1948.
En Asia, con dos países de la extensión de China y la India, la viruela tuvo el
mayor foco de casos del siglo. Las estadísticas de muchos países resultan bastante
incompletas. Filipinas (1949), Japón y Sri Lanka (1951), Corea (1954), Vietnam
(1959), Malasia (1960) o China (1961) fueron eliminado la endemia, el resto del
continente tuvo que esperar.

EL ESFUERZO DE LA OMS HASTA LA ERRADICACIÓN


La Organización Mundial de la Salud (OMS) nace en 1948 y desde su primera
Asamblea manifiesta interés por la lucha contra la viruela.
Tras analizar en 1958 el problema, la OMS insiste, al año siguiente, en la crea-
ción urgente de programas especiales para conseguir la erradicación de la viruela en
aquellos países donde aún era endémica. Sólo unos pocos alcanzan el objetivo.
En 1966, la XIX Asamblea Mundial de la Salud comprueba que los esfuerzos
habían sido insuficientes. Un total de treinta países eran claramente endémicos,

–257–
IMÁGENES DE LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LA VIRUELA (O.M.S./Fenner, 1988)

Rahima Banu, niña de tres años de la Isla de Bhola, Poster de la O.M.S. ofreciendo una recompensa
Bangladesh. Último caso de viruela major en Asia por encontrar un caso de viruela (1978).
(16 de octubre de 1975).

Ali Maow Maalin, último caso de viruela en el mundo (26 La revista World Health de la O.M.S. dedicó un número
de octubre de 1977). completo celebrando la erradicación (mayo, 1980).

–258–
existía una infra-notificación alarmante; un total de 135.000 casos declarados por 42
países cuando la cifra real se estimó en torno a los tres millones y la enfermedad
afectaba a tres continentes, Asia, África y Sudamérica. Así pues, decidió promover
un programa intensivo, costeado por la propia OMS y solicitando ayudas comple-
mentarias a los países miembros. La campaña, dirigida desde Ginebra por Donald
Henderson, se basó en conseguir altas tasas de cobertura en cortos plazos de dos a
tres años, organizando sistemas de notificación y vigilancia de los focos de enfer-
medad.
La planificación estratégica suponía tres etapas:
1.- Fase de ataque o de vacunación en masa en zonas donde menos del 80% de
la población presentaba cicatrices de primovacunación.
2.- Fase de consolidación, cuando hay más de 80% de la población con cicatri-
ces y menos de 5 casos de viruela por 100.000, vacunación de mantenimiento a los
recién nacidos y operaciones de vigilancia.
3.- Fase de mantenimiento en zonas exentas de viruela pero con países limítro-
fes endémicos.
Los progresos fueron dispares, lentos en ocasiones y muy rápidos en otras:
África occidental y central la erradicaron en 1970, Brasil en 1971, Indonesia en
1972, los países de África oriental y austral en 1973. El gran esfuerzo de las cam-
pañas realizadas en el subcontinente indio consiguieron su objetivo entre 1973 y
1975 y, finalmente en el cuerno de África, los últimos países en erradicarla fueron
Etiopía en 1976 y Somalia en 1977.
Las claves del éxito en la campaña de erradicación pivotaron en tres elementos:
1.- Producción en grandes cantidades de vacuna activa, de la cepa Lister, per-
fectamente conservable tras liofilización mediante la técnica de Collier. La vacuna
podía soportar altas temperaturas sin perder actividad.
2.- Uso de una aguja bifurcada para multipunciones, descubierta por Rubin en
1960, fácil de esterilizar, barata y con la que un inoculador podía practicar hasta
1.500 vacunaciones diarias.
3.- Búsqueda activa de casos mediante vigilancia intensiva y contención de bro-
tes periféricos. Táctica desarrollada por Foege en Nigeria, al descubrir un caso se le
aislaba y desinfectaban sus fómites, posteriormente se realizaba una encuesta bus-
cando los casos primarios del brote y vacunando “en anillo” a familiares, visitantes y
contactos. Así mismo casa por casa y poblado a poblado en un radio de ocho kiló-
metros de la zona afectada. Esto suponía operaciones de rastreo que llevaban a cabo
equipos de indígenas, mostrando carteles identificativos de los signos enfermedad y
preguntando en mercados, escuelas, tiendas, poblados alejados por posibles casos.
Dos años después de haber logrado la erradicación mediante la aplicación de los
programas y transcurrido el periodo de vigilancia, las comisiones evaluaron su efec-

–259–
–260–
Países que notificaron casos de viruela en 1967 (O.M.S. 1980)

Países que notificaron casos de viruela en 1976 (O.M.S. 1980)

–261–
tividad, haciendo especial hincapié en la capacidad de los servicios de salud del país
para detectar la continuación de la transmisión variólica. Para ello contaban con un
sistema de encuestas para detectar signos de cicatrices faciales de viruela (cinco o
más cicatrices profundas correspondían a un caso viejo), así mismo valoraban el
conocimiento entre la población acerca de las recompensas ofrecidas por la notifi-
cación de casos de la enfermedad. En ocasiones llegaron a ofrecer recompensas eco-
nómicas para descubrir casos. En la India se pagaban miles de rupias y el famoso
cartel de la OMS ofreciendo 1.000 dólares de recompensa “puso precio a la cabeza
de la viruela”. Se llevaron a cabo grandes campañas publicitarias con diverso mate-
rial (carteles, folletos), vigilancia de los casos de varicela para evitar confusiones y
registros de rumores (investigación de presuntos casos).
En países africanos y asiáticos hubo que impedir que se practicara la varioliza-
ción, aún se hacía de manera tradicional, ya que era una fuente importante de bro-
tes. Hubo también casos de ocultación de brotes o casos por parte de sanitarios loca-
les temerosos de ser acusados de realizar mal su trabajo.
El 16 de octubre de 1975 se dio el último caso de variola major en el mundo.
Lo padeció la niña de tres años Rahima Banu natural de la isla de Bhola en Bangla-
desh. El 26 de octubre de 1977, Ali Maow Malin, un cocinero de veintitrés años del
hospital de Merca que había estado empleado temporalmente en el programa de
vacunación, tuvo fiebre alta y una erupción cutánea típica por lo que fue aislado
rigurosamente y se procedió a vacunar a 54.777 personas del entorno durante los dos
meses siguientes. La vigilancia activa se extremó en la región. Maalin se había con-
tagiado catorce días antes por dos pacientes ingresados en el hospital. Se trataba de
una variola minor. El 17 de abril de 1978, Henderson recibió un telegrama en Gine-
bra: “Finalizada la búsqueda, ningún caso descubierto, Ali Maow Maalin es el últi-
mo enfermo conocido de viruela en el mundo”. El coste total de la campaña había
ascendido a un total de 300 millones de dólares, bastante menos de lo que se gasta-
ba anualmente en vacunar.
En 1978 se instituyó la Comisión Mundial para la Certificación de la Erradica-
ción de la Viruela, con el fin de reexaminar las actividades precedentes a la certifi-
cación y aconsejar programas complementarios para certificar la erradicación en
cada país. Así mismo consideró también el posible reestablecimiento de la infección
a partir de virus conservados en laboratorios o procedentes de reservorios naturales
o animales. Todos los casos de fuga de virus conservados en laboratorios han sido
eficazmente contenidos. Pese a que no se han hallado pruebas de la existencia de un
reservorio animal de virus de la viruela, desde 1970 se han descubierto en África
occidental y central 45 casos de una enfermedad humana parecida provocada por
una especie concreta de orthopoxvirus llamados virus de la viruela de los monos; no
obstante , desde el punto de vista genético, no se piensa que puede dar lugar a la pro-
pagación de epidemias.
En diciembre 1979, la Comisión Mundial concluyó que se había logrado la erra-
dicación mundial de la viruela, enunciando varias recomendaciones que debía adop-

–262–
tar la OMS tras la posterradicación. Entre ellas se encuentra: la interrupción de la
vacunación antivariólica, la constante vigilancia de la enfermedad en los monos de
África occidental y central, la supervisión de las reservas de virus, el control de
supuestos nuevos brotes, el mantenimiento de una reserva internacional de vacuna
liofilizada controlada por la OMS , y diversas medidas para mantener una reserva de
conocimientos de experto en laboratorios y epidemiología de las infecciones con
poxvirus en el hombre16. El Dr. Halfdan Mahler, Director General de la OMS, presi-
dió la XXXIII Asamblea que declaró la Erradicación Global de la Viruela el 8 de
mayo de 1980. El libro Smallpox and its Eradication de Fenner, Henderson, Arita,
Jezek y Ladnyi, editado por la OMS en 1988, narra con minuciosidad los esfuerzos
realizados país por país durante aquella campaña que derrotó definitivamente a la
viruela.

EL DÍA DESPUÉS
Hace veintitrés años que la viruela fue vencida. Dejó de ser noticia durante
mucho tiempo, excepto por circunstancias de laboratorio. Cuando la OMS empezó
a solicitar en 1973 la eliminación de las reservas de virus vivos, 76 laboratorios en
el mundo tenían existencias. Ese año hubo un brote en Inglaterra, cuando una joven
técnica que presenciaba una inoculación de cultivo de virus variólico en embrión de
pollo, enfermó de viruela y, al ser hospitalizada, contagió a dos personas que visita-
ban a un pariente en el mismo hospital y que murieron.
En 1976 todavía quedaban 33, y en 1977 la OMS decidió que sólo los conser-
varan bajo estrictas medidas de seguridad, cuatro de sus centros de referencia, en
Estados Unidos, Rusia, Holanda e Inglaterra. No obstante, en 1978 algunos países
se resistían a destruir el virus y aún los conservaban 19 laboratorios.
Janet Parker, de cuarenta años de edad, fotógrafa médica del Departamento de
Anatomía de la Facultad de Medicina de Birmingham, enfermó de viruela el 11 de
agosto de 1978 y murió el 11 de septiembre. Trescientas personas que habían teni-
do proximidad con ella fueron puestas en cuarentena, entre ellas su madre, Helen
Witcomb, de 70 años, que desarrolló la enfermedad aunque se recuperó. El padre de
la fotógrafa, de 73 años, murió también, al parecer de un brusco e inexplicable ata-
que al corazón el 5 de septiembre. En el Departamento de Microbiología, dos pisos
más abajo del despacho de Janet Parker, tenía su laboratorio el profesor Henry
Samuel Bedson, famoso virólogo que estudiaba el grupo de los orthopoxvirus.
Sometido también a cuarentena domiciliaria, el 1 de septiembre puso fin a su vida,
quizá sintiéndose culpable de una posible fuga del virus, tenía 49 años y dejó espo-
sa y tres hijos. Solo hacía unos meses que se tenía la noticia de la erradicación de la

16
LA ERRADICACIÓN MUNDIAL DE LA VIRUELA. Informe Final de la Comisión Mundial para la Certificación
del a Erradicación del a Viruela, Ginebra, diciembre 1979. OMS, Ginebra, 1980.

–263–
viruela y pudo sentirse responsable del brote. Nunca se supo el verdadero origen del
contagio.
Sucesivas recomendaciones de la OMS, en 1990, 1993 y 1994 consiguieron que,
finalmente, sólo se conservaran clones de DNA del virus variólico en dos lugares: el
Centro para el Control de Enfermedades de Atlanta en Estados Unidos y el Centro
Estatal de Investigación en Virología de Novosibirsk, en Siberia, Rusia. Poniendo
como fecha para su destrucción el 30 de junio de 1999, que fue aplazada nuevamente
hasta 2002.
La visibilidad de la viruela, reducida a las discusiones sobre la conservación
segura del virus y a las demoras sobre su eliminación en los laboratorios, ha cobrado
una repentina y lamentable actualidad desde que emergió la posibilidad de ser utili-
zada como arma biológica. En Estados Unidos, tras ser golpeados por un acto terro-
rista se instauró una precaución defensiva a finales de 2001. Producción de vacuna y
planes desde la administración para proteger a grupos determinados de población
(sanitarios, militares etc.), avalancha de documentación generada por centros oficia-
les como el CDC e hipertrofia de noticias catastrofistas. La campaña de vacunación
a militares estadounidenses que fue iniciada, tuvo que ser suspendida por las reac-
ciones adversas producidas. Se publican nuevos estudios sobre la posible duración de
la memoria inmune de la viruela. El riesgo del bioterrorismo ha puesto de nuevo en
la agenda mediática a la viruela, como si el fantasma que se creía desaparecido, vol-
viera, resistiéndose a quedar relegado, para despertar miedos atávicos.

Acta oficial del certificado de la erradicación total de la


viruela en el mundo (9 diciembre 1979).

–264–
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Índice Onomástico

–271–
A B
Abad – 111. Balaguer – 170, 177.
Abascal, virrey – 163, 165, 190, 192. Ballhorn – 130.
Abraha – 43, Balmes – 111.
Abu Saleh Al-Mansur – 45, Balmis, Antonio – 170.
Abulcassis – 44. Balmis Bas, Antonio – 169.
Addison – 100. Balmis y Berenguer, Francisco Javier – 9, 11, 12, 62, 82,
Agnivesha – 37. 115, 116, 133, 140, 143, 145, 146, 147, 149, 150, 151,
Aguirre Urreta, Roque de – 191. 153, 154, 155, 167, 169, 170, 171, 172, 173, 174, 175,
Ahrón de Alejandría – 44, 51. 177, 178, 179, 180, 181, 182, 185, 186, 187, 189, 192,
Albero – 227. 193, 195, 199, 200, 201, 203, 204, 206, 207, 208, 211,
Alberto, príncipe – 135. 212, 223, 224, 225, 226, 227, 228, 229, 230, 231, 233,
Al Mayusi – 44. 234, 235, 236, 242, 245, 249.
Al-Mutamid – 44. Balmis Berenguer, Micaela – 169, 233.
Al-Razi – 44, 51, 77. Baltasar Carlos – 58.
Bances, Diego de – 133, 177, 248.
Al-Saffahus – 44.
Banks, Joseph – 123, 124, 128, 130.
Al-Walid – 44. Banu, Rahima – 258, 262.
Al-Wathik – 44. Bañuls, Vicente – 227.
Alejandro Magno – 38. Barge, Mary – 127.
Alfreda – 52. Barlow – 77.
Alfredo el Grande – 52. Baron, J. – 134, 135.
Alvarado, Fernando – 71. Barquet, N. – 60, 89, 99, 101.
Alvarez Rico – 31. Bartholin, Thomas – 92,
Amar, virrey – 154, 157. Bartolache, José Ignacio – 115.
Amar y Arguedas, José – 109, 112, 230. Battini – 108,
Amherst, Jeffrey – 81. Bazin, H. – 95, 102, 128, 134, 245, 246.
Andrés, abate – 227. Bedson, Henry Samuel – 263.
Ángel – 180. Behring – 252.
Anglicus, Gilbertus – 25, 52. Belem, fray Rafael – 161.
Angolotti Cárdenas, E. – 62, 73, 79, 230, 254. Belomo – 133.
Angulema, conde – 50. Benavente, fray Toribio de – 71, 72, 73, 75, 78.
Aponte, N. – 114. Benítez Gálvez – 111.
Aquitania, Próspero de – 22. Berenguer Nicolini, Luisa – 169.
Aracil, Alfredo – 235. Berkeley, conde de – 124, 131.
Arboleya – 133. Bernoulli –107.
Arita, I. – 23, 25, 29, 263. Berzi – 107.
Arnaco, Joaquín Miguel de – 160, 161. Bharadvaja – 37.
Bhowa, Mian – 54.
Arnuwandas II – 36. Blett, Peter – 131,
Ascargorta – 248. Bobadilla, Francisco de – 69.
Ashburn – 75. Boerhaave – 121.
Aubert, Antoine – 133, 245. Bolaños, Basilio – 154, 155, 157, 158, 159, 161, 165,
Austrigilda – 51. 186, 187.
Avenches, Marius de – 15, 21, 25, 50. Bolívar, Simón – 219.
Avenzoar – 44, 51. Bonilla y Bonilla, G. – 85, 88, 90.
Averroes – 44, 51. Bono, Antonio – 229.
Avicena – 44, 47, 51. Bonor, Salvador – 247.
Avilés, virrey – 159, 160, 161, 163. Boromaraja IV – 55.

–273–
Botella – 111. Colón, Bartolomé – 69.
Bouger – 107. Colón, Cristóbal – 68, 229.
Bouquet, Henry – 81. Colón, Diego – 69.
Boven – 188. Colon, François – 133, 245, 248.
Bowers, J.Z. – 243, 244. Colladon – 245.
Boyle – 56. Collier – 259.
Boylston, Zabdiel – 104, 105, 113. Constantinus Africanus – 23, 24, 25, 47.
Brahman – 37. Conti, abate – 97, 100.
Branciforte – 115. Conti, príncipe de – 58.
Buist – 31. Cook, James – 123, 124.
Burcot – 54. Cooper, James Fenimore – 133.
Burrus, E. – 80. Cortés, Hernán – 70, 71, 73, 75.
Butrón, Alejandro de – 188. Cortezo, C.M. – 227, 249, 251, 252, 253.
Corvisart – 134.
C Cossío, Francisco Antonio de – 203.
Caballero, José Antonio – 140, 142, 153, 154, 155, 163, Coult – 89.
195, 200, 201, 204. Cremades i Moll, Andreu – 234.
Caballero y Góngora – 115. Cremona, Gerardo de – 45.
Cadena, conde de la – 214. Cromwell – 56.
Calder Marshall, William – 135. Cruttwell, R. – 124.
Campomanes, conde de – 111, 112. Cuitláhuac – 71, 76, 77.
Capdevila, Antonio – 110, 111. Cullen – 121.
Capdevilla – 188.
Carboney Mora, C. – 29. D
Careno, Aloisio – 133, 134, 247. D’Alembert – 107.
Carlos I – 56, 58. Davids – 133.
Carlos II – 58. Davison – 27.
Carlos II el Hechizado – 58. De la Higuera, Antonio María – 249.
Carlos III – 80, 112, 173. Del Barco, Miguel – 80.
Carlos, infante – 113. Del Barco, Pedro – 178, 228.
Carlos IV – 5, 62, 113, 115, 134, 154, 173, 174, 177, Del Carpio, Pablo José – 164, 191.
178, 225, 228, 247, 248. Delaporte – 245.
Carlos V – 25, 73. Delaroche – 245.
Carlos VIII – 52. D’Entrecolles, Père – 93.
Carolina, princesa – 99, 112. Descartes – 121,
Carondelet, barón de – 158, 159. Dimsdale, Thomas – 109, 111, 112, 129.
Carro, Jean de – 133, 243, 244. Dhanvantari-Divodasa – 37.
Casa-Cagigal, marqués de – 146. Díaz, Francisco – 235,
Casal, Gaspar – 109. Díaz de Yraola, Gonzalo – 145, 225, 229, 230, 231.
Cassigiti – 244. Díaz del Castillo, Bernal – 70, 71, 73, 75, 77.
Castillo y Domper – 228. Díez Canseco – 42.
Castro, Ramón de – 143, 145. Dixon, C.W. – 92.
Celis Salazar, H. – 29. Dodard – 101, 102.
Cejudo – 155. Domingo, P. – 60, 89.
Cervantes – 229. Dong Ji – 39.
Cevallos, Pedro – 178, 179. Douglas, William – 104, 105.
Channing – 46. Duro Torrijos, José Luis – 169, 170, 227.
Charaka – 37. Dunning, Richard – 130, 131.
Charibert – 51. Dusthall, Anna – 244.
Chaussier – 248. Duvrac, Louis – 102.
Chávez, Ignacio – 233.
Chen Wenzhong – 39. E
Cheyne – 246. Eborin, conde – 50.
Chien Wu – 39. Echandi – 111.
Chilperico – 51. Ecuyer, capitán – 81.
Chimalpahin – 77. Egina, Pablo de – 24.
Chinchilla, Anastasio – 225. Egremont, lord – 130.
Chisvell, Sarah – 97, 99. Eguía, Francisco de – 72.
Chuvin, Pierre – 90, 91, 94, 99, 100. Elcano – 229.
Clavijero – 80. Elgin, lady – 243.
Clinch, John – 245. Elgin, lord – 244.
Cline, Henry – 124, 128. Eller – 101.
Clodoveo – 51. Ellerker – 111.
Colladon – 133. Esparrallosa, Juan – 110, 111.

–274–
Espejo, E. – 42. Grajales, Manuel Julián – 154, 155, 157, 158, 159, 161,
Espinach, Juan – 160. 162, 165, 186, 187, 192.
Granado, Santiago – 165.
F Gregorio de Tours – 50, 51.
Favart – 109. Guarnieri – 108.
Favrod, J. – 22. Guell – 111.
Federico el Grande – 116. Güemes Pacheco, Juan Vicente -175.
Feijoo, padre – 112, 115. Guevara y Vasconcelos, Manuel – 147.
Felipe II – 54. Guillermo II de Orange – 58.
Felipe IV – 58. Guillotin – 245.
Felipe V – 58, 62, 211, 212. Guntram – 51.
Fenner, F. – 23, 25, 29, 36, 39, 53, 61, 79, 85, 89, 256, Gutiérrez – 171.
257, 263. Gutiérrez Carbonell, José – 234, 235, 236.
Fernández, Pedro – 112, 113. Gutiérrez Robredo, Antonio – 149, 151, 153, 186, 187,
Fernández del Castillo, F. – 173, 233. 192, 193.
Fernando IV – 60.
Fernando VII – 181, 219. H
Fielding, Mary – 95. Hahn – 40.
Figueras Pacheco, Francisco – 227. Halle – 245.
Finsen, Niels – 25, 27. Halsband – 100.
Flores, José – 116, 143, 171, 177. Haly Abbas – 23, 24, 47.
Flórez, Manuel José – 173. Hamete Benegeli, Cide – 229.
Foege – 259. Hannon – 229.
Fracastoro, Girolamo – 53. Hastings, Mary – 54.
Francisco de Paula, infante – 113. Havers, Clopton – 93.
Francisco I – 54. Heberden – 109.
Francos Rodríguez – 227. Hecquet – 102.
Frank, Johann Peter – 122. Hemming, J. – 70.
Franklin, Benjamín – 105, 107. Henderson, D.A. – 23, 25, 29, 262, 263.
Friese – 133, 243, 244. Hernández, Miguel – 234.
Fu-lin – 60. Hernández, Pedro – 133, 177, 248.
Hernández Mercadal, Rafael – 249,
G Hernández Morejón, Antonio – 177, 231, 248, 249.
Gabriel, infante – 113. Hertz, Gabriel – 94.
Galeno – 23, 24, 42, 45. Hicks – 124, 127.
Gales, princesa – 97, 103. Higgins – 62.
Gálvez, Bernardino de – 172. Himilcón, general – 42.
Gandallana, Domingo – 154. Hipócrates – 23, 24, 40.
Gandoger – 111. Hoffman – 121.
García de Aguilar, Rafael – 153. Holinsed – 27.
García de Mazarredo, Lope – 247, 248. Holwell – 37.
García Sánchez, F. – 29. Home, Everard – 124, 125.
García Tejado, A. – 42, 89, 90, 91, 92. Hopkins, D. – 19, 23, 25, 27, 35, 36, 37, 38, 41, 50, 52,
García Vázquez, Andrés – 109. 54, 55, 58, 81, 99, 104, 109, 247, 253.
Gardner – 128. Huayna Cápac – 79.
Garrison – 46. Hume – 121.
Gatti, Angelo – 108, 111, 112. Hunter, John – 121, 123, 124, 125.
Geers, condesa de – 107. Hunter, William – 123.
Gibson, Charles – 30. Husson – 134, 245.
Gil, Fernando – 234.
Gil, Francisco – 42, 89, 115. I
Gil y Albéniz, Manuel – 249. Ibn Imram – 44.
Gilabert, Ramón – 170. Ibn an Nafis – 44.
Gimbernat, Antonio – 113, 185. Ibn Masawayh – 44.
Gimeno, Amalio – 135, 229. Ibn Sina – 44.
Giraldo Jaramillo – 192. Indra – 37.
Gloucester, duque de – 58. Infantado, duque del – 231.
Godin – 107. Ingenhousz – 129.
Godoy, M. – 115, 175, 225, 228. Irízar, José Antonio – 247.
Gokomyo – 60. Isabel I – 25, 52, 53.
Gómez Pereira – 56. Isabel II – 193.
González, Félix – 219, 249. Isabel de Borbón – 192.
Gorman, Miguel – 110, 111, 115. Isbert, José – 229.
Gorraiz Beamont y Montesa, Vicente F. – 90, 112. Ivan IV – 54.

–275–
J Lockhart – 77.
Jacobo I – 58. Locke – 56, 121.
Jacobo II – 58. López de Gómara, Francisco – 71, 73, 75.
Jáuregui – 133. Lorain – 92, 109.
Jáuregui, Ignacio – 219, 247. Lothar – 51.
Jefferson, Thomas – 133. Low, Sampson – 130.
Jen Tsung – 86. Lozano Pérez, Rafael – 154, 155, 157, 158, 161, 186,
Jenner, Catherine – 127. 187.
Jenner, Edward – 9, 11, 28, 51, 88, 92, 108, 109, 113, Lubet, Vicente – 247.
116, 117, 122, 123, 124, 125, 127, 128, 129, 130, Luciáñez, Ambrosio – 234, 235.
131, 133, 134, 135, 136, 139, 175, 176, 223, 224, Ludlow – 122.
226, 228, 229, 230, 231, 241, 242, 243, 244, 245, Ludlow, Daniel – 124.
247, 248. Luis I – 62.
Jenner, Henry – 127. Luis XIV – 58.
Jenner, Robert – 128. Luis XV – 61, 62, 109.
Jenner, Stephen – 122, 124. Luis XVI – 109.
Jesty, Benjamín – 131. Luisa Francisca – 58.
Jezek – 263. Luzuriaga, José de – 111.
Jones, Hartford – 244. M
Jorge Juan – 107, 139, 227.
José I – 61, 180. Macaulay – 28.
Josefina – 245. Macgowan – 85.
Joyce, James – 27. Magallanes – 229.
Juarros – 227. Mahler, Halfdan – 263.
Juliano el Apóstata – 24. Maitland, Charles – 99, 104.
Jurin, James – 101. Malborough, duque – 105.
Justiniano – 42, 50. Maow Maalin, Alí – 36, 258, 262.
Justiniano de los Desamparados, fray Lorenzo – 159. Marañón, Gregorio – 135, 229, 230.
Marcet – 243.
K Marco Aurelio – 42,
Kangsi – 87. María Amalia, infanta – 113.
King, S.L. – 121. María Ana – 58.
Kingscote, Catherine – 125, 135. María Cristina – 192.
Kirakofe, J.B. – 30. María de Inglaterra – 58.
Klaunig – 94. María Fedorovna – 244.
Klein, J. – 27. María Luisa – 113, 177.
Ko Hung – 39, 49. María Teresa, emperatriz – 108.
Koch, Robert – 247, 252. María Victoria, infanta – 113.
Kraggenstiern – 89, 94. Mariscal, N. – 51, 134, 135, 229.
Kübler, P. – 20, 37, 42, 57. Martínez, Vicente – 177, 248.
Martínez de Galinsoga, Mariano – 175.
L Martínez Llorens, Antonio – 182.
La Condamine, Charles Marie de – 102, 107, 109, 112, Martínez Sobral, Francisco – 113.
113, 115. Martínez Zulaica – 157, 207.
La Coste – 101, 102. Marr, J.S. – 30.
Labrador, Pedro – 181. Marshall – 133, 243.
Lacaba, Ignacio – 113. Maserano, príncipe de – 231.
Ladnyi – 263. Massey, Edmund – 100.
Laín Entralgo, P. – 121. Mataseco, Josefa – 182.
Lammert – 57. Mather, Cotton – 103, 104, 105, 113.
Larochefoucault de Liancourt, duque – 245. Mather, Samuel – 104.
Las Casas, Bartolomé de – 68, 69, 71, 75. Mayorga, Martín de – 80, 115.
Las Casas, Pedro de – 68, 69. Maura, Antonio – 253.
Lastres – 185, 190, 191. McCaa, R. – 72, 77.
Ledingham – 31. McKeown – 256.
Leibniz – 121. Medeiros, Francisco Ignacio de – 165.
Lettsom – 130, 133. Menós de Llena, Jaime – 42.
Leung, A.K. – 87, 88. Mercado, Luis – 56,
Lincoln, Abraham – 63. Merino de Uruñuela – 56,
Lind, James – 121. Mertens, Carlos – 51,
Lister, John – 93. Mesonero Romanos – 225,
Lister, Martín – 93, 129, 252, 259. Miller, G. – 92, 93,
Littman – 41. Milman, Francis – 134,
Livi-Bacci, M. – 68, 69. Misra, Bhava – 55.

–276–
Mitjavilla, Vicente – 247. Paredes Borja– 159.
Monlau, Pedro Felipe – 42, 225, 252. Parker, Janet – 263.
Moctezuma – 70, 71, 76. Parrilla – 193.
Monlau – 252. Parry, C.H. - 124, 127, 128.
Monro – 111. Paschen – 31.
Montero – 111. Pascual, José – 111.
Montoya, Gaspar de – 110. Pasteur, Louis – 131, 226, 242, 247, 252.
Monzón – 133. Pastor, Antonio – 149, 153, 186, 187.
Moore, J. – 19, 44, 99. Pastor Balmis, Francisco – 149, 150, 153, 186, 187, 193.
Moreau de la Sharte – 11, 140, 177, 224, 228, 249. Pavel – 134.
Morel, Esteban – 115. Pavía, Francisco de – 169.
Moreno, Joseph Antonio – 199, Pearson – 129, 130, 131, 242, 244.
Moreno Caballero, E. – 171, 173, 174, 226, 231. Perdomo, N. – 114.
Moseley – 130. Pérez de Escobar – 42.
Moulin, A.M. – 15, 41, 86, 87, 88, 90, 91, 92, 93, 94, 99, Pérez Gallardo, 255.
100, 102, 131. Pérgamo, Oribasius de – 24.
Moxo, Benito – 161. Pesado Blanco, S. – 42, 226.
Moziño – 139. Petit – 111.
Mugía – 171. Phipps, James – 128, 135.
Muhámmad – 43. Pierotti – 108.
Muñoz – 133. Pierrepont, Mary – 95.
Muñoz, Manuel Calixto – 158. Piguillem, Francisco – 133, 177, 247, 248.
Muñoz Camargo, Diego – 71. Pinel – 245.
Mutis, José Celestino – 115. Pinilla – 112.
Mytayna, Carlos – 188. Piñera y Siles, Bartolomé – 174, 223.
N Pío VI – 174.
Piquer, Andrés – 109.
Nagassi – 60. Pittaluga – 135, 229.
Nájera, Enrique – 255. Pizarro, Francisco – 79.
Napoleón – 134, 245. Plana – 111,
Narváez, Pánfilo de – 69, 72, 73. Ponte, Juan Nicolás de – 114.
Navarro García, R. – 51, 58, 246, 250, 253, 254. Pontiac – 81.
Nearco – 229. Pope, Alexander – 97, 100.
Needham, J. – 19.
Negri – 246. Portillo, Pascual – 201.
Nelmes, Sarah – 128. Pott, Percival – 123.
Nie Jiuwu – 87. Prajapati – 37.
Nieto Antúnez – 195. Pringle – 231.
Nogués – 180. Procopio – 42.
Núñez de Haro y Peralta, Alonso – 173. Prowacek – 31.
Pruneda, Alfonso – 233.
O Puig y Mollera, Juan – 177, 249.
Odier, Louis – 131, 133, 244. Pylarini, Giacomo – 92, 94, 104.
Olagüe Gastrain, M. – 248.
Oliver, Daniel – 133. R
Oller – 133, 146. Ramírez – 29, 31, 109, 114, 116, 143, 150, 151, 157,
Onésimo – 104. 158, 160, 165, 172, 174, 181, 185, 195, 199, 205,
O’Reilly, conde de – 110, 170, 231. 215, 219, 231.
Orleáns, Alençon de – 54. Ramsés V – 36.
Orleáns, Carlos de – 54. Recasens – 227.
Orleáns, Luisa Isabel de – 62. Regoly-Merei – 36.
Ortega, Pedro – 149, 153, 186, 187. Reina Victoria – 135.
O’Scanlan, Timoteo – 107, 110, 111, 112, 113, 230, 231. Requena, Francisco – 143.
O’Sullivan, Bartolomé – 110, 111. Rhazes – 24, 42, 44, 45, 46, 49, 57.
Ovando, Nicolás de – 69. Richter, P. – 24, 44.
Ovidio – 53. Rico-Avello, C. – 170, 171, 191, 231, 251, 252.
Ozanam, J.A.F. – 40. Riera – 109.
Rodney, almirante – 171.
Q Rodríguez, José María – 233.
Qian Yi – 39. Rodríguez de Romo – 115, 116.
Quevedo y Villegas, Francisco de – 55, 56. Rodríguez Ocaña – 247.
Quintana, Manuel José – 135, 224, 229. Roini – 243.
Romay, Tomás – 133, 149, 215.
P Romero Aguirre, Francisco – 235.
Paré, Ambroise – 54. Rubín de Celis, M. – 89, 101, 111, 259.

–277–
Rubio, Francisco – 110, 112. Tucker, J.B. – 19, 52.
Ruffer – 36. Tudó, Pepita – 225.
Rufus – 38. Tuells, 232
Ruiz de Luzuriaga, Ignacio M.ª – 110, 133, 177, 215, 249.
Ruiz Zorrilla, Manuel – 250. U
Ulloa, Antonio de – 107.
S Unanúe, José Hipólito – 190.
Sacco, Luigi – 133, 244. Urbina, Luis – 110.
Sahagún, fray Bernardino – 71, 75, 76, 77.
Salvá y Campillo, Francisco – 90, 110, 111, 112, 133, V
247, 248. Vaccinof – 245.
Salvany y Lleopart, José – 142, 143, 145, 149, 154, 155, Vaghata – 38, 49.
157, 158, 159, 160, 161, 162, 164, 165, 186, 187, Valdés – 56.
188, 189, 190, 191, 192, 201, 230. Valois, Isabel de – 54.
San Carlos, duque de – 219. Vázquez de Ayllón, Lucas – 72.
Sánchez Caseda, José – 109, 231. Velasco y Canencia, P. – 32.
Sánchez Sanjulián – 227., Venegas y Saavedra, Francisco Xavier – 181.
Santpons, Francisco – 110, 111. Verges – 147, 157.
Savater – 100. Vernaci, Juan – 204.
Scotts, Helenus – 244. Vernet, J. – 45.
Sebastiani – 180. Vidal Casero, M.C. – 20, 21, 31, 32, 37, 40, 42, 44, 46,
Sendales y Gómez, Isabel – 12, 149, 186, 187, 193, 203, 51, 57, 249.
233. Vidat, Lorenzo – 149.
Sepúlveda – 78. Villa, Juan de – 179.
Serna – 180. Villalba, J. – 51, 54.
Serna, Juan de la – 192. Vollgnad, Heinrich – 92.
Serrano, Manuel – 109, 110, 133.
Serret, R. – 85. Voltaire – 102, 103, 105, 107.
Sese – 139. W
Shakespeare – 27.
Shunzi – 87. Wagstaffe – 100.
Sículo, Diodoro – 41. Walker – 243.
Siegbert de Glembours – 50. Wall, Ricardo – 112.
Sigiberto – 51. Wang Tan – 86.
Simmons – 129. Waqidi – 43.
Sloane, Hans – 99. Waterhouse, Benjamín – 133, 245.
Smith – 193. Watts, S.H. – 68, 82.
Smith, Juan – 247, 248. Werlhoff – 40.
Smith, M.M. – 31, 69. Wickman –134.
Socorro, marqués del – 114, 172. Willan – 50, 130.
Someruelos, marqués de – 149, Williams – 134.
Somolinos d’Ardois, G. – 72, 76, 80, 115. Witcomb, Helen – 263.
Soriano, Gerónimo – 56. Wise – 37.
Spinoza – 121. Worcester, obispo – 105.
Stahl – 121. Woodville, William – 130, 134, 242, 245.
Stromeyer – 130. Woodward – 104.
Suhsruta – 37. Wortley Montagu, Edward – 95, 99.
Suppiluliumas I – 36. Wortley Montagu, Mary – 90, 91, 94, 95, 97, 98, 99,
Sutton – 94, 111, 115, 129, 242. 100, 103, 104, 243.
Sutton, Daniel – 108.
Sutton, Robert – 108. Y
Swift, Jonathan – 100. Yan Xiaozhong – 39.
Sydenham, Thomas – 49, 56, 121. Yazid – 44.
Yersin – 252.
T York, duque de – 130.
Tametomo – 25, 26. Yrigoyen, Miguel Antonio de –154.
Tato Puigcerver, J.J. – 56, Ysla, conde de – 178.
Tejada Manso de Zúñiga – 25, 57, Yung-Hui – 39.
Tello, J. – 88, 135, 229,
Thouret – 245, Z
Timoni, Emanuele – 89, 92, 94, 99, 102, 104, 105. Zhang Lu – 87, 88.
Tissot – 111. Zinsser – 41, 50.
Toro, marqués de – 114. Zhang Yan – 88.
Tronchin, Theodore – 107. Zhu Chungu – 87, 88.
Tucídides – 40, 41. Zubillaga, F. – 80.

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