2. Estando el hombre rico entre
tormentos […], gritó:
Padre Abraham, ten piedad y
manda a Lázaro que moje en
agua la punta del dedo y me
refresque […] porque me
torturan estas llamas.
Abraham le contestó:
Hijo, recuerda que recibiste
tus bienes en vida, y Lázaro
males […] Entre nosotros se
abre un abismo inmenso para
que no puedan cruzar…
Lc 16, 19-31
3. El Dios de la tradición judía es sensible: se
conmueve ante el sufrimiento del pobre y se
indigna con el rico que vive en la abundancia sin
mirar a los necesitados. Es un Dios con corazón,
que se desposa con la humanidad y se
compromete.
4. La parábola del hombre rico y el pobre Lázaro evoca el
abismo que se abre entre los países ricos y los más pobres.
Estos países, como Lázaro, recogen miseria a los pies de los
poderosos que, a menudo, han alcanzado su riqueza
explotándolos sin escrúpulos.
5. Hay un riesgo: hacer una lectura marxista de este
evangelio. El dinero y el capital, en sí, no son malos. Lo que
es bueno o malo es el uso que hacemos de ellos.
Se trata de poner los bienes materiales al servicio de
todos, especialmente de los más pobres. Así lo entiende la
Iglesia en sus obras de caridad y en sus misiones.
6. La fe coherente no se
limita a la oración y a la
celebración
comunitaria.
Pasa por la generosidad
económica.
¿Es coherente nuestra
vida diaria con nuestra
fe?
No podemos separar
nuestra fe de lo que
vivimos y expresamos.
7. Muchos afirman que la pobreza es un problema
de los políticos. Pero los gobiernos no pueden
resolver todos los problemas del mundo.
8. Muchas revoluciones han comenzado desde la
base social. No se han fraguado en las cúpulas
del poder. Es en una sociedad inquieta,
responsable y emprendedora, donde germinan
las semillas del cambio.
9. Con nuestro enorme potencial, los cristianos
podríamos cambiar el mundo… Pero nos
adormecemos y dejamos que se cometan abusos
y atropellos. No podemos conformarnos
pensando que es el gobierno quien debe poner
solución. El cambio es de abajo arriba.
10. Hemos de actuar como si todo dependiera de
nosotros, pero con la confianza de que todo,
finalmente, depende de Dios. (S. Ignacio)
El mal no es irremediable. La mirada de Jesús
cambió muchas vidas. También nosotros, en
nuestro pequeño obrar, día a día, podemos
provocar cambios a nuestro alrededor.
11. Id a las periferias, dice el Papa Francisco.
A los arrabales de la existencia, más allá de
nuestras cómodas fronteras del bienestar.
Que no haya más un “ellos”, sino un nosotros.
12. La imagen del hombre rico abrasándose
es sobrecogedora. Su tortura es la del que se
encierra en sí mismo y vive centrado en su
propio deseo. Vivir así nos quema. Pensar
solo en uno mismo nos reduce a cenizas. Nos
arrebata la alegría y el sentido de vivir.
Nos convierte en polvo.
13. El infierno del egoísmo quita más vidas que
las armas.
El ego inflamado destruye la plenitud
humana: este es el abismo insalvable, el
precipicio entre el mal y el bien, el infierno de
la soledad, la falta de norte y valores.
14. Sólo Dios puede salvar este abismo
infranqueable.
Abramos nuestro corazón y dejemos que Él
penetre en nuestro interior.
Abramos nuestras manos y tendámoslas a los
demás.
Así construiremos Reino del Cielo en este
mundo.