LA OBEDIENCIA EN CLARA DE ASÍS.

Fray Luis Humberto Ríos Cano, Ofm.[1]

En la kénosis de Cristo se nos muestra el modelo perfecto de la obediencia. El Hijo acepta el deseo del Padre y se encarna por la acción del Espíritu Santo en el seno de María que viene a ser la discípula fiel de Dios quien con un fiat logra dar la respuesta total de obediencia a la voluntad divina.

Cuando se habla de Francisco de Asís se evoca o se deduce el calificativo “El otro Cristo” y más de algún autor al estar frente a Clara sostienen que es “la otra María” por su entrega total a vivir el Evangelio[2].

Clara de Asís es casi siempre vista como maestra de espiritualidad, como la santa, la fundadora, la figura que muestra el rostro femenino del carisma franciscano, etc. Pero para que ella lograra todo lo anterior fue necesario que partiera de una base sólida, común a todo ser humano: lo antropológico y psicológico, que apenas se deja ver en sus escasos, pero ricos escritos, en algunos relatos de su vida y, claro está, con el sabor propio de la escritura del siglo XIII.

Lo anterior se puede decir que está contenido en lo referente a los consejos evangélicos o votos religiosos que Clara deja como herencia. Sin embargo, es necesario observar que en cuanto a la pobreza y a la castidad es más denso lo escrito, y que son muchos los esfuerzos por conocer a la santa desde la perspectiva espiritual. Ella misma nos lo enseña en el privilegio pauperitas (TestCl. 42-43; Proc. III, 14,32), así como la mística esponsal y en la virginidad fecunda de sus cartas.

En cuanto a la obediencia, Clara hace unas pequeñas precisiones en su Regla y en su Testamento, aunque cabe decir que los escritos antes mencionados son de corte legislativo, inclusive las cuatro cartas a Inés de Praga y la quinta atribuida que tiene por destinataria a Ermentrudis de Brujas, son respuesta a peticiones de las remitentes, y no son otra cosa que recomendaciones prácticas para la vida de las Damas Pobres. Con esto, podemos decir que la obediencia en Clara está ya implicada en su vida y en la de sus hermanas, en sus escritos y en su espiritualidad. Creo que ella misma no hace tanto hincapié en dicha obediencia, al menos en forma explícita, porque de alguna manera la da por supuesta, pues el seguimiento de Cristo necesariamente requiere de la obediencia.

Históricamente se sabe que la obediencia desde muy antiguo es inmanente a la vida consagrada. La primera forma de vida religiosa se remonta a la edad apostólica, es el monaquismo; el monje (solo) se apartaba del mundo para dedicarse al servicio de Dios en una vida austera de oración; anacoretas y cenobitas no hacían votos determinados, sino sólo una profesión conocida como propositum, professio, pactum, conventio, votum… cuyo contenido era realizar el evangelio en su forma de vida.

Con san Benito, el gran patriarca y legislador del monacato de Occidente, la obediencia toma gran importancia, a ella dedica todo el capítulo quinto de su regla; es una obediencia que no admite dilación en razón de santo servicio que han profesado”[3]. Ya con su hermana santa Escolástica, las benedictinas conforman la profesión religiosa que consistía en tres votos: obedientia, stabilitas loci (permanencia de lugar) y conversio morum (conversión de vida y costumbres).

Francisco y Clara en un principio debieron conocer esta regla, y claro está que no era lo que regularía la vida evangélica a la que fueron llamados. Después Clara sería obligada a profesar la regla de san Benito y en este momento fue que recibió el título de abadesa, que se conservaría en la Orden que ella instituyó. Ellos (los santos de Asís) y sus hijos no profesarían en el monacato benedictino.

La primera “dama pobre” necesita algo nuevo, en su momento será su propia regla. Lo que importa es observar que la obediencia es algo importante para ella. Quizá esto es lo más relevante que sobrevivirá del monacato en la vida clareana: se pasa de la estabilidad de lugar a la itinerancia, del apartamiento del mundo al valor primordial del testimonio, del poseer en común a la pobreza de lo individual y fraterno, de una obediencia sin dilación a una obediencia que tendrá como valor principal a la persona.

1. LE PROMETÍ OBEDIENCIA

1.1 Nivel psico-racional o espiritual

“Una vez que el altísimo Padre celestial, poco después de la conversión de nuestro beatísimo padre Francisco, se dignó, por su misericordia y gracia, iluminar mi corazón para que, a ejemplo y según la doctrina, hiciese yo penitencia, voluntariamente le prometí obediencia juntamente con las hermanas que el Señor me había dado a raíz de mi conversión” (TesCl, 24-25).

Estas líneas del testamento de Clara nos trasportan a aquella noche del domingo de Ramos de 1212, en el que la hija mayor de los Favarone se fuga de casa a la pequeña iglesia de santa María de los Ángeles, y tras dejar los vestidos y la vida del mundo en manos de Francisco, promete vivir el evangelio en obediencia.

Esta promesa va dirigida al mismo Cristo, ya que es a él a quién va a seguir, a quién va a servir, a quién va a amar. Esto nos indica que el motor de todo este proyecto es, pues, un fin trascendente: Dios. Clara tiene bien claro que toda su vida va a cobrar sentido en Dios. No es que lo demás no le importe, pero es que lo demás sólo llega a su plenitud en Dios. Siguiendo el esquema de Joyce Ridick[4], estamos frente al nivel psico racional o psico-espiritual de la persona, en este caso Clara.

Clara es, pues, “sierva de Cristo”, con ello confirma lo anterior. En sus cartas nos lo muestra en la parte inicial con el saludo:

TestCl 6:    “Yo Clara, servidora, aunque indigna de Cristo, y de las hermanas pobres…”

1Cta 1:       “Clara inútil servidora de Cristo y de las damas encerradas…”

3Cta 1:       “Clara, humilde e indigna esclava de Cristo, e indigna servidora de sus siervas que moran en el monasterio de San Damián de Asís…”

5Cta. 1:      “Clara de Asís, humilde servidora de Cristo…”

El hecho de que Clara rinda obediencia como sierva a Cristo, denota que su existencia ha cobrado un sentido: seguir a Cristo. Esto lo logrará sólo haciendo lo que Cristo mismo hizo, de ahí que sirva a sus hermanas, lo cual implica una dimensión personal trascendente (nivel psico-racional) y otra que se desprende de ésta, también personal, pero dirigida a las hermanas (nivel psico-social) que es enfatizada en el carisma clareano, en la fraternidad; es pues una obediencia activa y responsable:

  • Activa porque es concretizada en los hechos: servir a las hermanas que lo necesitan.
  • Responsable porque Clara es conciente de todo cuanto implica el ser obediente

Se trata de un servicio fraterno, fruto de una experiencia gozosa de libertad, que necesariamente exige a la persona una madurez física, psíquica y espiritual; así se facilitará integrarse a una fraternidad donde se puede realizar el proyecto personal en consonancia con la voluntad de Dios.

2. SIERVA DE LAS HERMANAS

2.1 Nivel psico-social

2.1.1 Sierva de las hermanas

“Clara, humilde e indigna servidora de las hermanas…” (2Cta 1). En el apartado anterior, hemos visto cómo Clara parte del nivel psico racional y se dirige hacia una dimensión social. Este texto de la segunda carta nos lanza automáticamente hacia las hermanas en una actitud de servicio.

Todo el proceso de canonización está salpicado de testimonios de la madre Clara que sirve: lava los pies, enciende las lámparas, cuida de las enfermas, vierte lagrimas, consuela a las tristes; todo porque considera a cada hermana de igual dignidad, aunque sea abadesa, ya que se encuentra en la misma dinámica de seguimiento de Cristo. Todo esto lo expresará ella misma en su regla cuando habla de la función de la abadesa.

2.1.2 El servicio de abadesa

“Y la elegida (abadesa) considere qué carga ha tomado sobre sí y a quién ha de rendir cuenta de la grey que se le ha encomendado. Esmérese también en ser la primera no tanto por el oficio cuanto por las virtudes y santas costumbres, para que las hermanas, estimuladas con su ejemplo, le obedezcan más por amor que por temor” (RegCl IV, 9-10).

Clara está segura que el gobierno del monasterio es un servicio, y es conciente de todo lo que esto implica; la abadesa se debe a la fraternidad y ésta a la primera, es decir, es un servicio reciproco. Por su parte, la abadesa ha de tener muy en cuenta que es responsable de la observancia en la vida de la fraternidad. ¿No es acaso esto una obediencia? Claro que sí, por el simple hecho de ser ella (la abadesa) la responsable de tal encomienda, por tener en sí la capacidad de optar por lo mandado o tornar de rumbo.

“No tenga preferencias particulares, no sea que, amando más a unas que a otras, acabe escandalizando a todas” (RegCl IV,11). La “plantita de Francisco” tiene muy presente que el ser humano se enfrenta al otro en una relación, y que si ésta no es bien manejada, sobre todo en lo referente a la autoridad, aparecen problemas que ponen en peligro la vida de la fraternidad. De aquí la exhortación a mantenerse imparcial haciendo un buen discernimiento el lo relativo al servicio de la fraternidad.

Pero Clara no olvida que es una dinámica de dos partes que son recíprocas, y por eso exhorta a las hermanas súbditas: “Y por su parte las hermanas súbditas recuerden que por Dios renunciaron a sus propios quereres. Por eso quiero que obedezcan a su madre, según espontánea y voluntariamente prometieron al Señor a fin de que la madre, viendo la caridad, humildad y unidad que mutuamente se profesan” (TestCl 67). Clara apela a la libertad de la persona que “voluntariamente” prometió al señor obedecer cuanto se profesa en la regla.

Sin embargo, no acaba todo aquí. También invita a la abadesa a no mandar nada contrario al alma de las hermanas ni a la profesión, y a las súbditas a ser vigilantes para no obedecer si algo les fuera mandado en contra de la voluntad divina (cf. RegCl IX 1-5). Esto requiere que cada hermana se sienta responsable del papel que juega, y sobre todo, del don de Dios que ha recibido y que exige responsabilidad.

La autoridad es, pues, para Clara, un seguimiento de Cristo siervo, el Hijo del hombre que vino a servir y no a ser servido (cf. Mt 20,28). Este servicio se expresa siendo artífices de comunión, en la admonición y corrección de las hermanas, en la fiel custodia del carisma recibido y de las hermanas confiadas, promoviendo la corresponsabilidad y la colaboración en todos los miembros de la fraternidad, lo cual implica apertura y reconocimiento del otro, renuncia a la autosuficiencia y trabajo en colaboración[5].

2.1.3 Lavó los pies

“Luego echa agua en un lebrillo y se pone a lavar los pies a los discípulos y a secarlos con una toalla con que estaba ceñido” (Jn. 15,3).

  • Lavar los pies era un rito de purificación que se hacía antes de ponerse a la mesa, nunca a media comida.
  • Lavar los pies era un servicio que a veces se hacía para mostrar acogida, deferencia y hospitalidad. De ordinario corría a cargo de un esclavo no judío.
  • Lavar los pies era un rasgo familiar de cariño. La esposa lavaba los pies al marido, los hijos e hijas al padre.

Entonces este no es un servicio prestado a quien se encuentra en apuro, un acto de compasión exigido por la necesidad. Es un acto de afabilidad que excluye toda forma de condescendencia y servilismo[6].

“Fue tanta humildad que lavaba los pies a las hermanas (…) y se los besaba” (Proc II,3; III,9). Clara como Cristo lava los pies. Ella lo hace a las hermanas cuando vuelven de pedir limosna, de entregar un trabajo o de hacer una compra, pues en la ciudad han sido maltratadas. Lo hace no para comprar cariño o amor, sino como un acto de ternura donde expresa su disponibilidad para dar la vida por y a las hermanas, en lo cotidiano y lo extraordinario de la fraternidad de san Damián.

También nos habla de una “sumisión” a la Iglesia que pone de manifiesto que para la realización del ideal habrá que estar en comunión con Cristo cabeza y con Cristo cuerpo. Se trata de  estar en una actitud de escucha y aceptación a la voz de la Iglesia que orienta el camino de seguimiento de Cristo.

Todo esto ayuda a comprender que la vida de la fraternidad implica la donación de sus miembros en una forma madura, donde se ve al otro como igual, donde la disponibilidad en la vida diaria hará realidad la respuesta total y radical para continuar en el proceso de formación continua inherente  a toda vocación.

Donde creo que mejor se expresa el hecho de la promesa de obediencia y que envuelve toda la visión de Clara en lo que respecta al tema, es en las lacónicas pero sustanciosas palabras de todo el capítulo primero de su regla:

“La vida de la Orden de Hermanas Pobres, instituida por el bienaventurado Francisco, es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad.

Clara, sierva indigna de Cristo y plantita del beatísimo padre Francisco, promete obediencia y reverencia al señor Papa Inocencio y a sus sucesores canónicamente elegidos, y a la Iglesia romana. Y así como en el principio su conversión, a una con sus hermanas, prometió obediencia al bienaventurado Francisco, de la misma manera promete a sus sucesores guardar de modo inviolable idéntica obediencia. Y las demás hermanas estén siempre obligadas a obedecer a los sucesores el bienaventurado Francisco, a la hermana Clara y a las demás abadesas, que, canónicamente elegidas, le sucedieran” (RegCl 1).

3. ¿HERMANO ASNO? NO, ESPEJO DE CRISTO

3.1 Nivel psico-físico

Francisco considera las cosas necesarias al cuerpo para su servicio, sin embargo él llama al cuerpo el “hermano asno”, aunque suene un tanto peyorativo, en su concepción un poco dualista no es necesario darle reposo al cuerpo (2Cel 166.129; LM 5,4), sin perder de vista que en su regla deja apertura a los hermanos en lo referente a los ayunos y los vestidos para que se tomen los debidas precauciones (RegB V; II,15).

Clara por su parte tiene una visión diferente, el cuerpo es un templo consagrado a Dios con el que se esforzará para hacerse merecedora de “las bodas con el gran Rey”[7] (LegCl 6). Desde esta perspectiva, podemos encontrar algunos detalles en su regla y alguna anécdota de los relatos de su vida, en los cuales Clara nos ofrece una delicada presteza a atender el nivel físico de la persona.

3.1.1 Los vestidos

“Y la abadesa las proveerá con discreción de vestiduras, ateniéndose a las condiciones de personas y lugares, tiempos y frías regiones, como vea que lo aconseja la necesidad” (RegCl II,17). Clara sabe que toda vocación la vive únicamente una persona y que ésta tiene un cuerpo que tiene en sí unos mecanismos naturales que inevitablemente se han de obedecer. Menciona como primer condicionamiento las necesidades propias de la persona: se le debe respetar en su individualidad, en su resistencia o en sus limitantes; después se refiere a lo agreste del clima, mitigando el uso de un hábito que no admita variación. Clara es flexible y quiere que sus hermanas también lo sean. Es tan rica y amplia su visión, que incluso cuando describe el hábito, maneja la posibilidad de usar una capa pequeña (la manteleta) para realizar el trabajo más cómodamente (cf. RegCl II,16).

3.1.2 Las necesidades

“Y sobre todo procure (la abadesa) atenderlas (a las hermanas) con las limosnas que Dios les diere según la necesidad de cada una” (TestCl 64). Las limosnas, queda estipulado, han de servir para cubrir las necesidades de las hermanas. Aquí estamos hablando de las necesidades corporales, ya que es obvio que lo espiritual y lo fraterno no lo solucionarán directamente con los bienes materiales. Las limosnas están encaminadas a facilitar la vida de la fraternidad, lo cual, a su vez, implicará el cuidado del sentido oblativo de la vida clareana. Clara es muy objetiva y realista, sabe que todo el proyecto personal está fundamentado, y en cierta forma supeditado, a un nivel corporal, que sirve como cimiento del edificio espiritual.

3.1.3 Los ayunos

Pareciera que llegamos a un momento escabroso y quizás a una dicotomía. Clara recomienda el cuidado y la atención a las necesidades, mientras que ella se entrega a una vida de penitencia, que a juzgar de algunos, raya en los excesos. Sin embargo, está la anécdota en la que viendo lo crudo de los ayunos que practicaba, Francisco y el Obispo de Asís le mandan suspenderlos y tomar como mínimo una onza de pan (unos 50 gramos) al menos tres días por semana[8], en razón del detrimento de la salud y las fuerzas de “la Plantita”; hecho que sucedió necesariamente antes de 1226, año de la muerte de Francisco. Por otra parte, vemos en la regla aprobada en 1253, aparece en el capítulo tercero una interesante recomendación en cuanto al ayuno: “Las jovencitas, las débiles y las que sirven fuera del monasterio, sean dispensadas con misericordia, según pareciera a la abadesa. Con todo, en tiempo de manifiesta necesidad no están obligadas las hermanas al ayuno corporal” (RegCl. III,10-11).

Ella necesitó del otro para reflejarse y hacerse conciente de la importancia de no olvidar nuestro sustento biológico y colocarlo en el justo lugar que le corresponde.

CONCLUSIÓN

Habiendo recorrido los diferentes aspectos de la obediencia en los escritos de Clara de Asís, reconocemos y confirmamos la importancia de este consejo evangélico, tanto para ella como para su orden y, desde luego, para la vida consagrada en general.

La obediencia es parte esencial de toda consagración que envuelve, guía y protege la vocación a la que se ha sido llamado. Esta vocación exige a sí misma un detallado camino para su realización, el cual sólo lo encuentra en la obediencia.

La santa de Asís, “Plantita” de Francisco, nos enseña que para vivir el evangelio hay que ser espirituales, fraternos, humanos y obedientes. La construcción de la fraternidad exige el ejercicio del amor mutuo, la caridad cristiana y el esfuerzo personal. Es cierto que existen canales que se establecen para conducirnos (Regla, Constituciones, Estatutos…) y que éstos sólo tienen como fin facilitar la realización personal y vocacional, haciendo notar que responden a un tiempo y necesidades, y más en el fondo, a la persona misma.LA OBEDIENCIA EN CLARA DE ASÍS


[1]   Fr. Luis Humberto Ríos es estudiante del tercer año de Filosofía en el Instituto Francisco de Filosofía de Zapopan.

[2]   Cf. M. V. Triviño, Clara ante el espejo, Madrid 1991, p. 533-539; La vía de la belleza, Madrid 2003, p. 143-164;  D. Brunelli, Clara de Asís, camino y espejo, Madrid 2002, p. 119-165.

[3]           N. Núñez, Regla de San Benito, México 1998, p. 71-73.

[4]   Cf. J. Ridick, Un tesoro en vasijas de barro, Madrid 1988, p. 125-13.

[5]   Cf. J. Rodríguez Carballo, Clara de Asís y de hoy, Roma 2004, p. 23-24.

[6]  M.-V. Triviño, La vía de la belleza, Madrid 2003, p. 266.

[7]   Recordemos que Clara utiliza un lenguaje esponsal en toda su espiritualidad.

[8]   C.-A., Lainati – M del C. Bravo, Santa Clara de Asís, Oñate 1993, p. 63-64.

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