Economía

2.2. El contraste entre políticas económicas: neoliberalismo vs. capitalismo de Estado

El momento histórico a partir del cual se puede contrastar la estrategia de desarrollo de China, con las políticas económicas latinoamericanas es la década de los 80. El final de la Guerra Fría tuvo consecuencias distintas en ambos casos. En el caso de China, como vimos en el capítulo anterior, inicia una política de liberalización controlada de la economía, con un énfasis en el fortalecimiento de su base productiva.

El resultado de estas reformas fue un crecimiento promedio del 10% de su economía, la intensificación de la explotación de su mano de obra y una creciente necesidad de importar materias primas para la consolidación de su base productiva, así como para la consolidación de su presencia política en la región asiática. Otra de las consecuencias fue la pronta aparición de una élite económica-política y una significativa estratificación social, producto de la explotación laboral que caracteriza cualquier desarrollo capitalista (Arrighi, 2007).

Por otra parte, ya apuntamos que China funda su política exterior en la invocación a su pasado imperial y al principio de armonía social. Estas referencias han tenido efectos en su relación Latinoamérica, en el sentido que hay lecturas ambivalentes sobre su expansión. Por un lado, se tiende a pensar en china como “el benigno globalista, que intenta cooperar con América Latina en igualdad de condiciones para el beneficio mutuo” y, por otra parte, se lo considera como “el imperio más nefasto, persiguiendo sus intereses nacionales a expensas del socio latinoamericano más débil” (Kostschwar, 2014: 203).

El problema con la primera propuesta es que tiende a una lectura más idealista de la geopolítica de las relaciones Sino-Latinoamérica. En este sentido, coincidimos con Andrew Fischer cuando señala que el concepto de periferia para el análisis de la geopolítica contemporánea tiene vigencia, pues “refleja ciertas asimetrías y restricciones comunes que continúan estructurando el retraso y la subordinación del Sur global en el orden mundial actual, incluso a pesar de los cambios y variaciones monumentales, y sin negar la importancia de la agencia del Sur” (Fischer: 2015:704).

En lo que respecta a Latinoamérica, las décadas de los 90 y 80 marcaron el inicio de las políticas de ajuste estructural neoliberal, impuestas en el marco del Consenso de Washington. Estas políticas significaron el repliegue del rol del Estado en la economía, la liberalización de ésta y la priorización en la exportación de materias primas y productos agrícolas, considerados ventajas comparativas en el marco del nuevo orden mundial que se preveía (Arrighi, 2007; Kotschwar, 2014; Paus, 2009).

Esto supuso el colofón de la mayoría de los intentos industrializadores que caracterizaron el periodo de sustitución de importaciones, propuesto por la CEPAL en los años 60 y 70, a la luz de los análisis de intelectuales como Raúl Prébisch. En contrapartida, los gobiernos de Latinoamérica “redujeron el rol del Estado en la economía, como productor, regulador y fomentador del desarrollo” (Paus, 2009: 420). En el caso de países como Venezuela, Bolivia o Ecuador, esto supuso enfatizar en la explotación y exportación de recursos naturales, así como la privatización de estos sectores. Mientras que para la Latinoamérica estas políticas supusieron una ventaja en el corto plazo (permitieron alivianar sus deudas y estabilizar sus economías), también sirven para explicar la desigualdad con la que tiene lugar el intercambio con China en el presente. En este sentido, Arrighi citando a Joseph Stiglitz señala que: “el éxito chino se debía precisamente a no haber renunciado al gradualismo, en favor de las terapias de choque propugnadas por el llamado Consenso de Washington” (2007: 22). Latinoamérica, por su parte, optó por el camino opuesto y se entregó a estas terapias de choque.