La influencia de la pintura renacentista italiana se dejó sentir en España sobre todo en cuestiones formales y no tanto en la temática de las obras, siendo escasos los ejemplos de mitologías y desnudos. Además, el importante peso que había tenido la pintura flamenca en el gusto de los comitentes, nunca se perdió del todo. Es decir, que se aceptó el arte a la italiana, pero se mantuvo un cierto apego a la realidad frente a la belleza ideal italiana.

En Andalucía el repaso por la pintura renacentista habría que comenzarlo con Alejo Fernández, cuya obra ilustra muy bien el paso de lo medieval a la nueva estética. Su producción comenzó en Córdoba, donde vivió algo más de una década, y, aunque no quedan muchas obras de esta etapa inicial, el Cristo atado a la Columna del Museo de Bellas Artes de Córdoba es bastante ilustrativo de cómo fue asumiendo ciertos matices italianizantes. Fernández fue llamado a Sevilla en 1508 por el cabildo catedralicio y pasó a trabajar en la magna empresa del retablo mayor hispalense, adquiriendo fama inmediata y grandes clientes. Entre las obras de este periodo destaca el retablo de la Virgen de los Navegantes, ejecutado para la capilla de la Casa de la Contratación entre 1530 y 1534. Tuvo muchos discípulos e imitadores, entre otros, los Fernández de Guadalupe, Juan de Zamora o su propio hijo Alejo.

Frente a los iniciales titubeos estilísticos, durante el segundo tercio del siglo XVI, coincidiendo con el reinado del emperador Carlos V, se afianzó un indiscutible vocabulario clásico que dejaba a un lado los resabios flamencos. Un año clave para este proceso fue el de 1526, cuando Diego de Sagredo publicó sus Medidas del Romano, primer libro publicado en lengua romance en Europa. Además, es por estos momentos cuando vuelven de Italia artistas como Siloé, Berruguete y Machuca, trayendo consigo un conocimiento directo del arte italiano. Pero la nueva moda no solo fue introducida por artistas españoles formados en Italia, sino que también llegaron artistas nórdicos que tuvieron un importante papel en este sentido, como el neerlandés Fernando Sturm, establecido en Sevilla y activo en toda la baja Andalucía, que dejó obras en ciudades como Osuna y Arcos de la Frontera. De su catálogo destacamos el retablo de la Capilla de los Evangelistas de la Catedral de Sevilla. Pedro de Campaña, por su parte, era flamenco y sabemos que estuvo trabajando en Bolonia en 1529 para luego pasar a Sevilla. Estuvo al servicio de la catedral hispalense desde 1537 y volvió a su país en 1563. Según nos cuenta Palomino, fue un verdadero humanista que dominó también la arquitectura y la escultura, además de poseer conocimientos de matemáticas y astronomía. Entre sus obras más destacadas está el Descendimiento de la catedral, procedente de la capilla funeraria de Fernando de Jaén (1547), que demuestra sus dotes para la composición.

Cabe señalar que Andalucía fue la región española que más abiertamente se abrió a la pintura rafaelesca hacia mediados del siglo, lo cual se percibe  no solo en la obra del ya citado Pedro de Campaña, sino también en la de otros autores como Luis de Vargas. De Vargas las primeras noticias que tenemos se las debemos a Pacheco, quién lo calificó como “luz de la Pintura, y padre dignísimo della en esta patria suya de Sevilla”. Se formó con su padre, Juan de Vargas, y pasó a Italia donde estuvo la mayor parte de su vida, volviendo en 1553 cuando iba a cumplir 50 años. Falleció a los 72 años en 1568. El conocimiento que tenemos de su obra se basa en tres pinturas, la Adoración de los Pastores (1555), la Generación temporal de Cristo (1561), llamado popularmente “La Gamba” por el atrevido escorzo de la pierna de Adán que se sitúa en primer plano, y la Piedad de Santa María la Blanca (1564).

En lo que respecta a Andalucía oriental, la figura de mayor brillo es la de Pedro Machuca, artista toledano que también marchó a Italia, donde se estima que estuvo entre 1512 y 1520 trabajando junto a artistas de la talla de Miguel Ángel y Rafael. Al regresar pasó primero por Jaén, donde pintó y doró el retablo catedralicio de la Virgen de la Consolación, del que solo se ha conservado la pintura de la Virgen de la Cinta. Más tarde, se asentó en la Granada imperial, donde desarrolló el famoso proyecto del Palacio de Carlos V. En su faceta como pintor, Machuca se mostró buen conocedor de Rafael y de Correggio. Contrató varias obras para el retablo de la Santa Cruz de la Capilla Real, junto a Jacopo Florentino, y, en la recta final de su vida, llevó a cabo una frenética actividad para diversos templos de la provincia.

En otro orden de cosas, debemos tener en cuenta el gran número de pintores italianos que desde inicios del siglo XV trabajaron en la Península Ibérica, siendo significativo el caso de Julio Aquiles y Alejandro Mayner, que llegaron a España bajo el mecenazgo de Francisco de los Cobos para trabajar en su palacio de Valladolid. Estos artistas introdujeron novedosos aspectos técnicos e importantes soluciones pictóricas e iconográficas, dejando lo mejor de su obra conocida en el Peinador de la Reina de la Alhambra, cuyas estancias se decoraron a base de grutescos y motivos naturalistas de inspiración clásica entre 1534 y 1546. Además, fueron una importante referencia para muchos artistas posteriores de Granada y Jaén, entre los que destacan Gaspar Becerra, Antonio Aquiles y Antonio Sánchez Ceria. Más adelante, durante el reinado de Felipe II, en el último tercio de siglo XVI, continúa el flujo de artistas italianos que se instalan en Andalucía como Arbiasa, Pérez de Alesio y los hermanos Juan Bautista y Francisco Peroli. El ambiente artístico del momento está dominado por el Manierismo, coincidiendo en Sevilla con el magisterio de Francisco Pacheco, que, además de sus enseñanzas, dejó su famoso tratado y una interesante colección de retratos de pintores españoles.

Finalmente, sobre el cambio de paradigma estético hay que tener en cuenta la llegada a territorios andaluces de obras tan significativas como la Oración en el Huerto (entre 1499-1504) de Botticelli o el Varón de Dolores que se atribuye a Perugino, ambos donados a la Capilla Real de Granada por la reina Isabel I. Y es que las pinturas italianas tuvieron muy buena acogida en las colecciones de los nobles y potentados, como los duques de Alcalá, Osuna o Santisteban, por citar algunos ejemplos conocidos. También algunos templos se convirtieron en receptores de pintura italiana, como Santa María de la Mesa de Utrera donde aún se conserva la tabla de Bernardino Luini de la Virgen con el Niño, San Sebastián y San Roque (h. 1521). La llegada de esta pintura se ha vinculado con la familia Montes de Oca que tenía estrechos vínculos con Italia. Por su parte, en el Palacio de Viana de Córdoba se puede admirar una Santa Catalina atribuida a Federico Barocci, ya en la estela del Manierismo. Para concluir, conviene señalar que la escuela veneciana también tuvo su cuota de representación en las colecciones andaluzas, siendo destacable la colección que formó Melchor Maldonado, caballero veinticuatro de Sevilla y tesorero de la Casa de la Contratación, que llegó a reunir alrededor de 54 obras entre las que había seis pinturas originales de Tiziano.

 

Autor: Adrián Contreras Guerrero


Bibliografía

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