Monarquía visigoda

Recaredo, el primer rey católico de Hispania

Reccared I Conversión, by Muñoz Degrain, Senate Palace, Madrid

Reccared I Conversión, by Muñoz Degrain, Senate Palace, Madrid

Conversión de Recaredo. Este óleo de Antonio Muñoz Degrain, de 1888, muestra el momento en que el rey visigodo Recaredo hace profesión de fe católica en el III concilio de Toledo de 589.

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No creemos que se oculte a vuestras santidades cuánto tiempo padeció Hispania bajo el error de los arrianos y cómo, poco después de la muerte de nuestro padre, habiendo sabido vuestras beatitudes cómo nosotros nos habíamos unido a la santa fe católica, creemos que se produjo en todas partes un inmenso y eterno gozo». Con estas palabras, dirigidas a los prelados reunidos en el III concilio de Toledo, en 589, el rey Recaredo celebraba el triunfo del catolicismo en el reino visigodo. Convertido él mismo apenas dos años antes, con esa declaración ponía fin a la «herejía» arriana que los godos habían traído consigo a su llegada a España, a principios del siglo V. Es el acontecimiento por el que la figura de este soberano ha pasado a la historia de España. Pero la importancia de su reinado va más allá de este hecho capital. 

Recaredo nació hacia el año 565. Era el segundo hijo de la unión entre Leovigildo y Teodosia, cuyo primogénito era Hermenegildo. A la muerte de su madre, Leovigildo se casó en segundas nupcias con Gosvinta, viuda de un rey anterior y mujer de fuerte carácter e influencia. Corregente primero con su hermano mayor Liuva, a la muerte de éste Leovigildo asumió el gobierno en solitario y asoció al trono a sus dos hijos como consortes regni. 

San Gregorio, de Juan de Nalda (Museo del Prado)

San Gregorio, de Juan de Nalda (Museo del Prado)

Gregorio Magno, su pontificado, entre 590 y 604, supuso un renacimiento de la autoridad papal. Arriba, Gregorio I en una pintura ano´nima del siglo XVI. Museo del Prado, Madrid.

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En esos años los destinos de ambos príncipes se separaron. Hermenegildo parece haber residido siempre en Sevilla ejerciendo el gobierno de la Bética. Ésta era una provincia muy romanizada y refractaria al poder visigodo, y el príncipe primogénito no tardó en encarnar la resistencia frente al poder de su propio padre. Recaredo, por su parte, parece haber seguido fielmente a Leovigildo en sus campañas militares en Sarabia, la Orospeda o Vasconia. Estaba junto a él en 579, cuando el primogénito se rebeló contra su progenitor y se convirtió al catolicismo. El alzamiento corría el riesgo de convertirse en guerra civil, y Leovigildo, tras pacificar las regiones del norte, se dirigió hacia el sur para aplastar la rebelión de su hijo, al que finalmente apresó. 

Recaredo Tremis Liberri

Recaredo Tremis Liberri

Monedas acun~adas bajo el reinado de Recaredo (586-601), en Co´rdoba.

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La muerte de Hermenegildo en prisión en 585 convirtió a Recaredo en heredero único del trono. Su padre, ocupado en la conquista del reino suevo, lo envió a la Septimania, región del sureste de Francia en torno a Narbona que formaba parte del reino visigodo. Allí debía hacer frente a la amenaza de Gontrán, rey de Burgundia (en torno a la actual Borgoña), cuyas tropas habían sitiado Nîmes y ocupado Carcasona gracias a la traición. Recaredo llegó a la región al mando de un contingente godo de auxilio y pasó al contraataque, derrotando ante las murallas de Carcasona a las fuerzas burgundias, que huyeron dejando tras de sí a cinco mil camaradas en el campo de batalla. No detuvo ahí su ofensiva, sino que en un fulgurante avance tomó las fortalezas de Ugernum y Caput Arietis –en la frontera del Ródano– y asoló la región de Toulouse. El príncipe había demostrado su valía militar ante los francos en una campaña que los cronistas hispanos calificaron de contundente victoria para las armas de Toledo. 

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Coronación de Recaredo, acuarela de Carlos Mendoza realizada en 1880

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Al año siguiente, su padre falleció y Recaredo ocupó el trono, sin que las facciones nobiliarias que se disputaban el poder mostraran una oposición abierta. Sin embargo, a buena parte de esa nobleza goda no le debió de agradar demasiado la instauración de un principio de sucesión dinástica de padre a hijo, contraria al principio electivo por el que hasta entonces se había regido el Reino de Toledo. Del mismo modo, a los obispos arrianos tampoco debió de complacerles la conversión al catolicismo del nuevo rey, abjurando del tradicional arrianismo germánico. Fue así como enseguida se produjeron una serie de conspiraciones contra el nuevo rey, hasta cuatro consecutivas. En ellas intervinieron también católicos, lo que excluye que la religión fuera su única causa. 

Revueltas y represión 

La primera de estas conjuras se produjo en el año 587. Sunna, obispo arriano de Mérida, y los condes lusitanos Segga y Vagrila tramaron el asesinato de Masona, obispo católico de la misma sede, y de Claudio, duque de la provincia, con el fin de privar al nuevo monarca de apoyos fundamentales y usurpar el trono. El complot no tuvo éxito porque uno de los conspiradores, Viterico, lo denunció ante el dux Lusitaniae, quien llevó el caso a Recaredo. La decisión fue bastante magnánima para la crueldad habitual entre los visigodos: a Segga le amputaron las manos y se le exilió a la Gallaecia, a Vagrila se le confiscaron las propiedades y a Sunna, tras rechazar ofertas por su conversión, se le exilió a Mauritania, donde siguió predicando el arrianismo hasta encontrar el martirio. Al año siguiente, Uldila, probablemente obispo arriano de Toledo, y la poderosa Gosvinta, la viuda de Leovigildo, también pretendieron acabar con el monarca, pero fueron descubiertos. El primado tomó la vía del exilio mientras que la antigua reina murió en oscuras circunstancias; en palabras del cronista Juan de Bíclaro, Gosvinta, «siempre hostil a los católicos, entregó su vida». 

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San Pedro de la Nave. Esta iglesia de origen visigodo, situada en la provincia de Zamora, fue reconstruida en tiempos de la monarquía astur.

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Justo antes del III concilio de Toledo, Granista y Vildigerno, condes de la Septimania, decidieron sublevarse también contra Recaredo. Es significativo que el obispo de Narbona, Ataloc, de religión arriana, les aconsejara pedir ayuda al antiguo enemigo de Recaredo, el rey burgundio Gontrán, católico, en una muestra de que el credo tenía una importancia relativa frente a los intereses políticos y territoriales. Las tropas burgundias comandadas por Boso y Antestio ocuparon Carcasona, pero fueron derrotadas vergonzosamente por Claudio: el cronista Juan de Bíclaro compara la victoria de las fuerzas de Recaredo a la de Gedeón contra los madianitas en la Biblia y relata que tan sólo 300 soldados arrasaron a un ejército de nada menos que 70.000 hombres. Aunque las cifras no son creíbles, sino más bien un alarde propagandístico, lo cierto es que Granista y Vildigerno murieron en combate y Ataloc falleció poco después de muerte natural. La frontera con Burgundia quedó estabilizada y se puso freno a las ansias expansionistas de su rey. Para los godos de la época, todo ello evidenciaba que Recaredo gozaba de una sanción divina. 

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Baptisterio Arriano. Este mosaico decora la cu´pula del baptisterio erigido en Ravena, a inicios del siglo VI, por el rey ostrogodo Teodorico, quien ejercio´ la regencia en el reino hispanogodo.

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Finalmente, en el año 590, Argimundo, acaso duque de la Cartaginense, encabezó una trama cortesana para acabar con la vida de Recaredo, que otra vez fue descubierta. Los cómplices del dux fueron ajusticiados, mientras que el líder sufrió una suerte peor: «Fue primero interrogado con látigos y luego le arrancaron el cuero cabelludo como signo de vergüenza; a continuación, le cortaron la mano derecha y lo exhibieron por todo Toledo montado en un asno, como un ejemplo para todos de que los siervos no debían desafiar a sus amos». Tanto la humillación pública como la amputación de la diestra tenían como objetivo incapacitar al reo para gobernar, eliminándose a un enemigo político sin matarlo. Y así como estos castigos eran habituales y conocidos en el mundo antiguo, la decalvatio parece ser una forma de punición propiamente visigoda. 

Recaredo el conciliador 

Pese a este rigor, Recaredo se esforzó por atraerse a la nobleza, tanto la goda como la hispanorromana, y al episcopado, arriano y católico. Así, devolvió las propiedades confiscadas por Leovigildo e instituyó los seniores Gothorum, asamblea del consejo real que reunía a los aristócratas visigodos más poderosos. Gracias quizás a estas medidas, después de 590 las fuentes no documentan sedición alguna contra su poder. Isidoro de Sevilla, en su Historia de los godos , destaca el contraste entre la política de Leovigildo y la de su hijo: «Las provincias que su padre conquistó con la guerra, él las conservó con la paz, las administró con equidad y las rigió con moderación». 

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Primer y segundo concilio de Toledo, de 397 y 527, convocados por Teudis y Recaredo respectivamente. Biblioteca Nacional, Madrid.

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Pacificar el reino godo significaba resolver también el problema religioso. El rey se había convertido personalmente al catolicismo en 587, poco después de acceder al trono, bajo los auspicios de Leandro, arzobispo de Sevilla, y desde ese mismo instante se propuso lograr que el pueblo godo adoptara el catolicismo. A lo largo de dos años, el rey movió sus piezas y logró convencer a la mayoría de nobles y obispos germánicos, garantizándoles sus privilegios si se convertían al catolicismo. Así, los antiguos obispos arrianos mantuvieron su estatus en la Iglesia católica sin tener que ordenarse de nuevo. Eso sí, los elementos recalcitrantes fueron excluidos y purgados, como también se castigó a los responsables del trágico destino de Hermenegildo. 

El nuevo Constantino 

Despejado así el camino, se celebró el III concilio de Toledo en 589. El reino visigodo tomó a partir de entonces un nuevo rumbo marcado por la entente entre Iglesia y Estado. La propaganda política del régimen se encargó de presentar a Recaredo como un nuevo Constantino, el emperador que permitió el triunfo de la Iglesia católica en el Imperio a partir del edicto de Milán del año 313. Todo ello en contraste con Leovigildo, a quien las Vidas de los padres de Mérida calificaban de «padre pérfido». Incluso Hermenegildo fue «olvidado» –Juan de Bíclaro e Isidoro de Sevilla lo consideraban como un usurpador y no un mártir–, para conceder el mérito de la conversión al catolicismo de la gens Wisigothorum únicamente a Recaredo. 

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La capital de los visigodos Atanagildo, en torno a 555, estableció la capital del reino hispanogodo en Toledo, donde se mantendría durante hasta la conquista musulmana.

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Recaredo falleció el 21 de diciembre del 601. Más allá de su capital reforma religiosa, su reinado se caracterizó por asumir el legado de Leovigildo: la unidad territorial de la península Ibérica y la instauración del principio de sucesión dinástica. Pero, en este aspecto, su política tuvo escaso efecto, ya que su hijo Liuva II tan sólo pudo reinar un par de años antes de ser depuesto y asesinado por un grupo de conspiradores encabezado por Viterico, el mismo que había abortado con su traición la primera sublevación contra Recaredo. Volvía así el morbus Gothorum, «el mal de los godos»: la usurpación violenta del trono.