Pasó el sufragio universal, volvamos al deber cívico

Jordán Abud

Posiblemente ya estemos todos más tranquilos. Pasó la euforia, la expectativa y la propaganda. De manera que ahora, tal vez, se podrá pensar mejor. Que nadie nos acuse entonces de poner palos en la rueda, porque lo planteamos en el plazo más distante posible de la próxima ficción democrática, es decir a horas de la última quiniela electoralera.

No es tan complejo el planteo: que tengamos un concepto positivo de los malos, que aprobemos moralmente a los ineptos para gobernar es preocupante. Pero el nacionalismo católico siempre denunció algo anterior que está en la base de la elección de este o aquel candidato. Y es que hacerlo bajo la forma de sufragio universal es una farsa intrínseca y un engaño en sí mismo. Nos referimos, en expresión de Genta, a la expresión de la democrática voluntad general que se concreta en la despótica voluntad de una mayoría accidental, consagrada por el sufragio en este día de hoy y que mañana será revocada por otra mayoría accidental. A esta forma contrahecha de participación es que no le reconocemos ninguna legitimada moral ni entidad como modo de involucramiento genuino en la cosa pública.

Concentremos pues el punto en la denuncia del sufragio universal, insistiendo una vez más: lo que parece no entenderse es que no sólo descreemos, desaconsejamos, huimos de la posibilidad de que personajes con nombre propio gobiernen la Argentina. En rigor, la objeción es de otro orden. No se trata sólo de votar o no a un candidato que aparece, para sorpresa y espanto, como una solución política para estos tiempos de ruina y anarquía. Se trata de una incorrección política mayor aún, que el mundo no perdona y que constituye un pecado denunciado por laicos y prelados: atreverse a repudiar el dogma democrático en sus constitutivos esenciales. En el marco de las reglas que el mismo sistema impone, el “deber cívico” consiste en concurrir a los comicios domingueros, elegir la papeleta correcta, depositarla cuidadosamente en la urna y que tal acto patriótico quede debidamente documentado para posteriores trámites o movimientos civiles. Haciendo esto, damos por satisfecho el compromiso con la Patria. Y además, con el deseo profundo y sincero de parte de los organizadores de que el ciudadano sienta orgullo por tal solemne acto y en lo posible recuerde la fecha de su primera votación, más que la de su bautismo. Que no falten fotos y suspiros de satisfacción.

Enmarquemos un tanto la cuestión. Hace bien Vittorio Messori en recordar que “la ´Declaración universal de derechos humanos´ de las Naciones Unidas, en 1948, confirma y hace explícito en el artículo 21: ´la voluntad del pueblo es el fundamento de la autoridad de los poderes públicos. Esta voluntad tiene su expresión en elecciones honestas que deben realizarse periódicamente, con sufragio universal y voto secreto´” (…) “Se considera ilegítima y arbitraria cualquier autoridad que no derive expresamente del pueblo a través del voto”. Sirva al menos de pincelada histórica para imaginar de qué raíces brota este curioso “dogma”.

Pero vamos al punto, para quien pueda interesarle. Hay motivos de orden antropológico y moral, de orden sociológico y comportamental, pedagógicos, de explicación estratégico-revolucionaria para descubrir detrás del sufragio universal su intrínseca contradicción e incompatibilidad con la búsqueda del bien común. A tal punto que la consigna bien podría ser: cumpla con su deber cívico, denuncie el sufragio universal. O bien: el verdadero fraude electoral es el sufragio universal.

Podríamos extendernos en este análisis, pero reparemos simplemente en un puñado de consideraciones, enseñadas una y mil veces por nuestros maestros. A efectos didácticos, podríamos agruparlas en cuatro:

1- El sufragio universal es una caricatura del patriotismo.

De orden pedagógico, decíamos, porque ¿cuál sería el patriotismo y la participación cívica que se propone al pedir que se ponga un papelito, en un cuarto oscuro y de modo anónimo, con el supuesto candidato a quien además, por razones obvias no se conoce más que por alguna publicidad provisoria y generalmente ficticia? ¿No es demasiado equiparar el deber ciudadano con un acto tan circunstancial y ajeno a lo propiamente humano? Porque convengamos que no se sabe qué y a quién se vota, ni constituye como tal un acto voluntario sino compulsivo. Ignorancia y coacción son dos notas del sufragio universal obligatorio, que poco hacen por sacar del ciudadano lo mejor de sí en pos del bien común. Todo lo contrario a la noción de virtud está contenido en el acto del sufragio universal (deliberación y voluntariedad, esencialmente) ¿No es verdadera convocatoria patria poner más bien los brazos y la voluntad, la inteligencia y los esfuerzos al servicio de la Nación desangrada? ¿No conlleva una subestimación intrínseca reducir a todo argentino a la cualidad de votante eventual según calendario electoral? ¿No es decadente reducir el acto de justicia filial con nuestra patria a una fila improvisada entremezclada de truculencias y aguardando por encontrarse en un “cuarto oscuro” con una lista que desconoce casi en su totalidad y que llaman “lista sábana”? Imposible pensar en algo más reñido con la épica y la poesía.

2- El sufragio universal propone e incentiva la masificación

Razones sociológicas decíamos, porque la masa despierta las más bajas pasiones, el hombre indiferenciado y en montones es rehén de lo inferior y en la medida que el individuo sea rebajado a un número y sumergido en una totalidad sin rostro e indistinta, no es posible esperar de él más que pérdida de señorío y nobleza. El sufragio universal promueve el anonimato, la anulación de las diferencias, el comportamiento en rebaño y tantos fenómenos más, no estudiados en primer lugar por la doctrina social de la Iglesia sino por la misma sociología. No lo dice sólo el nacionalismo católico, también lo dice el mundo: “En política, el liberalismo cree que el votante sabe lo que le conviene. Por tanto, defiende las elecciones democráticas (…) Los referéndums y las elecciones tienen siempre que ver con los sentimientos humanos, no con la racionalidad humana. Si la democracia fuera un asunto de toma de decisiones racionales, no habría ninguna razón para conceder a todas las personas los mismos derechos de voto o quizá ningún derecho de voto. Existe evidencia sobrada de que algunas personas están más informadas y son más racionales que otras, y en especial cuando se trata de cuestiones económicas y políticas específicas”. Lo dice el mismísimo Yuval Harari, tributario y símbolo de lo peor de nuestros tiempos. La demagogia, por definición, apela a lo más bajo y animalesco para lograr la captación de adhesión y consenso. Es lógico que si la Verdad es destronada por la mayoría, la política será mutada en demagogia.

Parte de la clave está aquí: cruzado este modo falaz de participación con el mito de la voluntad popular como vox Dei -lo cual es una afrenta a la potestad divina-, se afianza la pesadilla. Genta también lo denunciaba como parte de la gran farsa liberal: resulta que el hombre individual es falible, pero en masa no yerra. En “El asalto terrorista al poder”, que es, como sabemos, una cuidadosa recopilación de sus postrimeras clases, se extrañaba irónicamente: aún aquellos que admiten que cada hombre personalmente es un pecador, cuando consideran el conjunto de los hombres que integran, pongamos así, un pueblo, una noción, ese conjunto ya es inmaculado. Y todo lo que ese conjunto obra numéricamente, como expresión de la mayoría, como voluntad de la mayoría, es infalible. Castellani también lo resumía al señalar los tres mitos del liberalismo: la soberanía del pueblo, la infalibilidad de la voluntad general, y el gobierno por asambleas, cámaras y constituciones inventadas o artificiales.

3- El sufragio universal es el modo tiránico de enmarcar cuantitativamente la participación en la cosa pública.

Dice Antonio Caponnetto que “el sufragio universal es la creencia en la infalible soberanía de las multitudes omniabarcadoras, informes y heterogéneas, que otorgarían su poder al ungido por mayoría cuántica. Visión según la cual todos poseen iguales derechos participativos y representativos, sin más exigencias prácticas para erigirse en gobernantes, que la de alzarse con el favor de las masivas papeletas electorales, cifra y epítome de toda legitimidad política” *.

Por el sufragio universal rige la ley lisa y llana del quantum, no hay distinción cualitativa de ningún tipo, y las voluntades se cuentan y amontonan como quien se dedica a las matemáticas o, peor aún, a la suerte quinielera. De hecho, hoy la política no se vincula a la virtud sino a los algoritmos y las estadísticas. Y cuando llegan los tiempos electorales, en lugar de evocar gestas y héroes todos arriesgan porcentajes y pronósticos como si fueran a apostar por el número ganador probando suerte. Es que quien acepta las reglas de juego del sistema deberá conceder que el valor de la verdad lo dé el recuento fríamente matemático de votos y los cálculos aritméticos. Como si el valor de verdad en las redes lo diera la cantidad de seguidores, lo cual, como casi todos sabemos, es ridículo. El sufragio universal (en rigor, todo el dogma democrático) está erigido sobre el reino de la cantidad, que es radicalmente subversivo e indigno de la condición humana. Si hay algo que desborda y trasciende las estadísticas y los pronósticos matemáticos es la libertad humana, sobre la que asientan las grandes decisiones de la vida.

Otro logro descomunal de la revolución es convertir lo que constituye una afrenta al honor en un motivo de orgullo patrio y personal. Nada más deplorable que ver al argentino bienintencionado salir orgulloso del cuarto oscuro, cuando lo que acaba de suceder es más bien una vejación a la propia honra. El hombre es convertido en dígito, y agradece por ello. No podemos conceder que se mute la soberanía política por la soberanía popular. Aquella es una conquista del sacrificio y de la sangre, pero -dice Genta- la hemos cambiado, a pesar de que la historia documenta que esa soberanía política ha sido conquistada por la sangre de los soldados, de las generaciones que han dado su esfuerzo, su vida, su sangre, para lograrla. ¡Y todo a cambio de la falsa soberanía que surge de las urnas y de los votos!

4- Por lo anterior, el sufragio universal anula toda distinción, consolidando el triunfo masónico en su ideario antinatural de igualdad.

Que todos tienen derecho a opinar y decidir sobre todo es una demagogia descomunal. No resiste el menor análisis y repugna a cualquier organización social sensata. No a la democracia, claro. Nadie sensato aceptaría que indistintamente todos se inmiscuyan en todo. Para construir un puente se recurrirá a los ingenieros, para armar planes educativos a los pedagogos, cuánto más para lo atinente a la conducción de los pueblos. Decía Castellani que los gobiernos democráticos fingen que hacen opinar de grandes cuestiones nacionales para que no opinen del precio de las papas. Cada uno a lo suyo. En su Esencia del liberalismo, el cura recuerda que el gobierno es más suave y más feliz -según enseña el Aquinate- cuando todos tienen alguna parte en él en la medida de su capacidad. Pues bien, se nos ocurren pocas cosas que contraríen más a esa diferencia de dones y limitaciones que el sufragio universal.

Y recordaba el querido Genta: “El Estado anula aparentemente en el plano político todas estas diferencias de nacimiento, de fortuna, de condición, de cultura, de profesión, de conducta; considera al hombre como un ente abstracto y lo hace miembro imaginario de una imaginaria soberanía, copartícipe por igual de la soberanía popular; esto es, lo reduce al uno vacío e indiferente del sufragio universal, secreto y obligatorio”. Y en otra oportunidad protestaba diciendo: “todos somos o nos suponemos, en cuanto ciudadanos de una democracia, con autoridad suficiente para juzgar o decidir sobre los asuntos de Estado, en el gobierno de la República, sin haber estudiado ni aprendido especialmente el arte de la política y sin haber tenido jamás maestros de prudencia”.

Por el sufragio universal, son arrastradas como por un huracán todas las distinciones que conforman un pueblo: ni dones, ni proporción, ni capacidad, ni mérito, ni responsabilidad. Todo es amputado por la guillotina dulce del sufragio universal y su modo amorfo, indiferenciado y anónimo de participación.

Cuánta razón tenía Meinvielle cuando decía: “Nada más deplorable y opuesto al bien común de la nación, que la representación a base del sufragio universal. Porque el sufragio universal es injusto, incompetente, corruptor”. Aquello de que un buen político es un hombre ético, parece hoy de una sutileza filosófica por la cual se quiebran lanzas. Al igual que su contracara: hay que salir a recordar que un mentiroso, un ladrón, un perverso, un avaro, no está en condiciones de gobernar a los demás pues no lo hace ni en su propia vida.

No se confunda el argentino, la causa de la ruina en la que estamos y nos hundimos cada día no es el caponnettismo, es este sistema perverso ante el cual no queremos abrir los ojos. La artificialidad representativa no tiene su raíz en el nacionalismo católico sino en los partidos políticos, la denigración de los argentinos que se ven humillados una y otra vez mientras ven pasar cíclicamente a los mismos saqueadores disfrazados de políticos no se debe a los “escupeasados” de siempre, se explica básicamente por la farsa del sufragio universal. La causa por la cual las leyes que azotan nuestra patria nos condenan como nación, se denomina soberanía popular, no negacionismo. A veces se trata de seguir en la línea de la denuncia porque sólo es cuestión de animarse a llegar a las conclusiones que cuadren. La hipocresía es no acabar el silogismo que se impone con el envión de las evidencias. Parece que el veneno de la revolución cultural es tan letal que intoxica en su inteligencia aún al propio denunciante.

El mismo Castellani calificaba a la democracia como “la más triste de las mentiras, la mentira que ya no engaña a nadie”. Y tal vez esto sea lo penoso. Sí, sigue engañando, con necedad culpable. Nos doblegamos ante la farsa con sumisión intelectual, y en definitiva es lo que se nos pide: ser honestos ante la luz.

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*Aprovechamos aquí para la siguiente sugerencia: en cuanto al sufragio universal, quien quiera encontrar el desarrollo de los fundamentos, la documentación pertinente, la contextualización histórica, las distinciones necesarias y el magisterio respectivo tiene a disposición los libros de nuestro querido amigo y maestro Antonio Caponnetto: La perversión democrática (recientemente reeditada), La democracia. Un debate pendiente. Tomos I y II, y Democracia y Providismo. Se podrá compartir o no, discrepar o no, apreciar o no, incluso entender o no. Pero todo supone una medida anterior: leerlos.