Este artículo se publicó en su primera versión en DIÀLEGS. Revista de Estudis Politics i
Socials, Vol. 14, Núm. 54, pp. 57-78, 2011, ISSN 1138-9850, bajo el título: “Ecologia i
Parla”.
Heidegger, Taylor, Naess y Nagarjuna sobre ecología, percepción y
lenguaje
Resumen
En este artículo abordamos la estrecha relación que el filósofo canadiense estableció entre
la concepción heideggeriana del lenguaje y nuestro modo de habitación en el mundo.
Contrastamos las nociones de diversas ecofilosofías: la “ecología superficial” y la Ecología
profunda, tal como estas fueron articuladas por el filósofo noruego Arne Naess. Finalmente,
contrastamos el posicionamiento de Heidegger con la noción de Nagarjuna de sunyata.
Palabras clave: Heidegger, Ecología Profunda, Budismo Mahayana, Charles Taylor, Arne
Naess.
Heidegger, Taylor, Naess and Nagarjuna about Ecology, Perception and Language
Abstract
In this article we take into consideration the close relation established by the Canadian
Philosopher Charles Taylor between the heideggerian notion of language and our habitation
in the world. We contrast these notions with diverse eco-philosophies: the “shallow
ecology” and the Deep Ecology, as they were identified by the Norwegian Philosopher
Arne Naess. Finally, we contrast Heidegger’s position to Nagarjuna’s notion of sunyata.
Keywords: Heidegger, Deep Ecology, Mahayana Buddhism, Charles Taylor, Arne Naess.
JUAN MANUEL CINCUNEGUI
Universitat Autònoma de Barcelona
1
1. Introducción
La filosofía de Heidegger se caracteriza por antisubjetivista y antihumanista. Esta
caracterización la alinea con el importante movimiento de protesta ecológica que apunta al
irreflexivo crecimiento de la sociedad tecnocapitalista.
En general, los problemas medioambientales suscitan dos tipos de reacciones. Por un
lado, una condena de la tecnología como tal. Por el otro, una condena al uso perverso que
realiza el hombre de la misma. A esto es necesario sumar dos posiciones. La que hace
referencia a las consecuencias que la tecnología en general o su uso perverso tiene para el
hombre. Y aquella otra que juzga imperativo limitar nuestro dominio de la naturaleza, pero
no en vista de nuestras propias aspiraciones de florecimiento, sino en vista de los derechos
inherentes de la propia naturaleza. Esta posición es la que se conoce como “Ecología
Profunda”.
En 1972, el filósofo noruego Arne Naess distinguió el ecologismo superficial y la
ecología profunda.
Según Naess, una de las características distintivas de la ecología
profunda es el reconocimiento del valor inherente de la diversidad ecológica y cultural y de
todos los seres vivientes. Sobre la base de este principio básico, los activistas
comprometidos con los cambios sociales están motivados por el cuidado por los seres
humanos, otros seres vivientes, y la naturaleza. De acuerdo con este movimiento, el sistema
económico vigente amenaza con destruir la diversidad y la belleza del mundo. Sin
embargo, como ha indicado Naess, una persona que desea vivir de manera sabia comprende
que los problemas medioambientales no pueden reducirse a cuestiones meramente técnicas,
sino que deben tomar en consideración también la relevancia personal y local, es decir, la
dimensión comunitaria y la dimensión global del problema. Como han señalado Alan
Drengson y Bell Devall, la dimensión global introduce el siguiente matiz en la cuestión:
“¿Cómo enfrentará la familia humana, diversa, viviendo en tan diferentes culturas y
lugares, la necesidad de trabajar conjuntamente para acabar con la violencia, el
mejoramiento de la justicia social y la promoción de paz y armonía con la naturaleza?”1
De acuerdo con Naess, los adherentes del movimiento ecológico superficial no
cuestionan suficientemente el asunto, y se contentan con enfocar el problema desde la
1
DRENGSON & DEVALL (2008), pp. 25-6.
2
perspectiva de los intereses humanos, estrechos y con una perspectiva a corto o mediano
plazo. Para ello realizan modificaciones aquí y allá sobre los sistemas construidos, sin
profundizar en la crítica a los métodos fundamentales de los mismos, sus valores y
propósitos. Eso significa, abandonar cuestiones como las que conciernen a la naturaleza de
nuestras relaciones entre los humanos y de nosotros como humanos en relación con otros
seres. Para aquellos comprometidos con el movimiento ecológico superficial no es
necesario realizar cambios básicos en nuestro estilo de vida, lo cual convierte al discurso de
este movimiento en el estándar que se despliega desde el ámbito institucional, cuya
significación se deriva de las orientaciones mecanicistas y sistémicas dirigidas al control
que se aplica sobre el mundo humano y natural. Como indican los autores citados:
El movimiento ecológico superficial es antropocéntrico, es decir, tiene un sistema de
valores que prima a los humanos. Los principios del movimiento de ecología profunda
enfatizan específicamente el respeto hacia el valor intrínseco de todos los seres (desde
microbios hasta elefantes y humanos) y aprecia todas las formas de diversidad biológica y
cultural. El movimiento ecológico superficial es más evidente en la gobernanza de las
naciones desarrolladas, donde se apoyan una mezcla de medidas superficiales con un
servicio de boquilla a los valores profundos como la biodiversidad2.
De acuerdo con Zimmerman, el medioambientalismo radical conocido con el nombre
de “Ecología Profunda” ha sido fundamentalmente influenciado por el pensamiento de
Heidegger y el Budismo Mahayana. La tesis central de la ecología profunda es que sólo una
transformación del antropocentrismo y el dualismo naturaleza-humanidad pueden salvar a
la biósfera de la destrucción. De acuerdo con Zimmerman, el movimiento puede ilustrarse
con el eslogan “deja que los seres sean”. Esto viene acompañado de una suerte de
fenomenalismo ontológico en el que el “ser” es equivalente al “aparecer” o “ser
manifiesto”. De acuerdo con Zimmerman, este fenomenalismo no es necesariamente
subjetivista. Las apariencias no están restringidas ni son dependientes de la conciencia
humana. En línea con el pensamiento heideggeriano, el ecólogo profundo Arne Naess
señala que nuestra experiencia cotidiana del ser está modelada por “gestalts” que organizan
los contenidos concretos de los fenómenos. Naess niega la existencia de “cosas”, si nos
2
Ibíd.
3
referimos a ellas como objetos sólidos, permanentes y autónomos. Las cosas concebidas de
este modo son meras construcciones para lidiar con aquello que se encuentra en constante
cambio y con aquello que internamente constituye los fenómenos de nuestra experiencia.
Según Naess, no existe una división ontológica última entre el yo y la naturaleza. El
crecimiento de la conciencia respecto a la propia insustancialidad trae consigo una creciente
identificación con todos los fenómenos. Dice Zimmerman:
Las personas” y el “entorno” son entidades abstractas, funciones de la actividad
intelectural discriminativa que proyecta esquemas interpretativos sobre contenidos
concretos, esto es, sobre el juego de los fenómenos. Para Naess y Heidegger, la idea
científica de la naturaleza como una totalidad de materia-energía tiene validez únicamente
mientras no se realicen afirmaciones ontológicas absolutas de ello3.
La ontología fenomenalista sostiene que la existencia humana es una modalidad de
luminosidad que caracteriza los fenómenos. La conciencia humana lleva esta luminosidad
cósmica a la autoconciencia. El budismo, Heidegger y Naess, de acuerdo con Zimmerman,
atribuyen a la existencia humana el rol especial de aprehender el juego vacío, infundado de
los fenómenos. Los humanos existen de manera más apropiada cuando su apertura
luminosa se encuentra liberada de la conciencia “egótica” dualista.
Es en este sentido, según Taylor, que la posición heideggeriana, en cierto sentido sui
generis, guarda cierto parentesco con la ecología profunda. La idea corre por estas líneas:
algo que se encuentra más allá de lo humano demanda nuestro cuidado, nos llama; pero la
fuente, contrariamente a lo que suponen los adherentes de la ecología profunda, no puede
ser identificada de manera estricta con la naturaleza o con el universo4.
Taylor divide su estrategia argumentativa en dos fases. En la primera, intenta
clarificar la noción de habla que formula el Heidegger tardío. En la segunda, y a partir de lo
dicho sobre el lenguaje, intenta ilustrar de qué modo nuestra condición lingüística resulta
relevante desde el punto de vista ecológico.
2. Antisubjetivismo radical
3
4
ZIMMERMAN (2006)
TAYLOR (1995), pp. 100-1.
4
Con respecto a lo primero, Taylor cree que el antisubjetivismo heideggeriano en lo
que respecta al lenguaje, lo es de manera radical. No sólo se opone al instrumentalismo
como hicieran sus predecesores expresivistas, sino que lleva su apuesta hasta el punto de
invertir el rol que adscribimos usualmente al habla.
En la concepción corriente, el lenguaje es concebido exclusivamente como una
herramienta que tenemos a nuestra disposición. Para Heidegger, en cambio, no son los seres
humanos los que actúan como hablantes del habla, sino que es la propia habla que habla.
Dice Heidegger:
Por ello nos detenemos a pensar: ¿Qué hay del habla misma? Por ello preguntamos:
¿Cómo adviene el habla en tanto que habla? Contestamos: El habla habla. ¿Es seriamente
una respuesta? Lo es, probablemente; siempre y cuando se esclarezca lo que significa
hablar5.
Y más adelante continúa:
El hombre habla en cuanto Corresponde al habla. Corresponder es estar a la escucha.
Hay escucha en la medida en que hay pertenencia al mandato del silencio […] Lo que
importa no es proponer una nueva visión acerca del habla. Todo consiste en aprender a
morar en el hablar del habla. Para ello se precisa una comprobación constante de sí y de
hasta dónde somos capaces de lo que es propio a la Correspondencia: la anticipación de la
retención […] Porque: El hombre habla sólo en cuanto que Corresponde al habla. El habla
habla. Su hablar habla para nosotros en lo hablado6.
En una primera lectura – nos dice Taylor – la fórmula heideggeriana resulta oscura,
sin embargo, él está convencido que es posible acceder a su sentido adoptando una
perspectiva que tome en consideración el trasfondo de pensamientos acerca del lenguaje.
Sobre la base de una interpretación expresivista es posible captar la originalidad del
pensamiento de Heidegger en esta cuestión. .
Taylor reconoce que sobre los escritos del llamado “primer Heidegger” podría
ponerse en entredicho el ascendente expresivista, pero no parece pausible poner en duda
esta consideración en lo que respecta al pensamiento posterior a 1949, cuando se produce
su
5
6
“giro” (Die Kehre). El Heidegger de esta segunda etapa parece comprometido
HEIDEGGER (2002), p. 10.
Ibíd., p. 24.
5
enteramente con un ataque a las nociones instrumentalistas del lenguaje. En su lugar,
formula su pensamiento a partir de la noción de Lichtung, o claro del bosque.
Una de las pruebas de que el pensamiento heideggariano es tributario del movimiento
expresivista inaugurado por Herder, pero superador del mismo, lo encontramos en la
siguiente diferencia. Mientras que el modelo herderiano aun se presenta en términos de
“reflexión”, lo cual conlleva claras resonancias mentalistas, Heidegger prefiere esforzarse
por extirpar de su vocabulario toda referencia al marco epistemológico, enfatizando una
terminología que denote el rol del lenguaje como aquello que abre o permite el acceso a lo
significativo, es decir, al lenguaje en su función reveladora. Dice Taylor, “aquí está claro
que el lenguaje es visto como la condición de que el mundo sea desvelado. El
desocultamiento no es intrapsíquico, sino que se da en el espacio entre los seres humanos;
y, de hecho, ayuda a definir el espacio que los humanos comparten”7.
Pero además, según Taylor, esta deriva del pensamiento heideggariano tiene
antecedentes que pueden rastrearse incluso en un ensayo temprano de 1935, “Der Ursprung
des Huntswerkes” (“El origen de la obra de arte”)8 en el cual se pone de manifiesto el
influjo expresivista en su pensamiento. En dicha ocasión, Heidegger señala una importante
distinción entre las proposiciones descriptivas y la obra de arte en lo que concierne a la
cuestión de la “corrección”. Mientras que en las primeras la “corrección” puede
establecerse exclusivamente en términos “representacionalistas”, en la obra de arte, la
corrección no puede ser, al menos primariamente, de este tipo. Además, en línea con otra
de las aportaciones originales del expresivismo de Herder y Humboldt, Heidegger nos dice
que en una obra arquitectónica como un templo griego se ponen de manifiesto las
relaciones patentes que son el mundo de ese pueblo histórico.
Sin embargo, Heidegger va aun más lejos, no sólo pretende una superación del
subjetivismo, sino que además pretende que esta superación sea radical. Ahora ya no son
los humanos los que hablan, sino que es el propio lenguaje, el habla en sí, la que habla por
medio del anthropos. La idea central que se esconde detrás de esta afirmación enigmática es
que a través del lenguaje ocurre el desocultamiento a los humanos.
7
8
TAYLOR (1995), p. 112.
HEIDEGGER (2003)
6
Ahora bien, Heidegger reconoce que el Lichtung (claro del bosque) no es un
acontecimiento exclusivo del anthropos. Los animales no humanos también pueden tener su
desocultamiento y revelación. Pero el modo en el cual ese desocultamiento y revelación
acontece es muy diferente en uno y otro caso. Lo que diferencia es justamente el habla, que
a nosotros nos ofrece un mundo de cosas con valor, un mundo en el cual las cosas se
presentan con una dignidad que es desconocida en el mundo de los animales no humanos.
Las cosas, dice Taylor, se muestran con mayor o menor importancia al anthropos, como
bienes o metas dignas de ser perseguidas9.
Pese a la insistencia de Heidegger por distinguirse y superar a Aristóteles en lo que
respecta a su modo de concebir al hombre, Taylor sostiene que las posiciones de los dos
filósofos son afines en estas cuestiones. La razón en la insistencia de Heidegger por superar
la definición clásica gira en torno a la asunción del proyecto expresivista al que él mismo se
adscribe. Sin embargo, como ha insistido Taylor, es posible pensar la fórmula del estagirita
en términos semejantes, no sólo como una afirmación explicativa o descriptiva de la
naturaleza humana, sino más bien como una fórmula que incluye dentro de sí una
referencia implícita al árete del anthropos, sobre la vida auténtica que estamos llamados a
encarnar. Dice Aristóteles:
9
TAYLOR (1995), p.. 113. Vease GRAY (2002). Existen importantes objeciones en torno a esta cuestión que
deben abordarse a partir de una dilucidación de las raíces biológicas de la identidad humana, y los tránsitos
entre el mundo prelingüístico y lingüístico. Por un lado, las objeciones que se fundan en el sesgo humanista
que aun inspira hipotéticamente a Heidegger pese a sus explícitas pretensiones antihumanistas y
antisubjetivistas. Para el filósofo británico John Gray, el modo en el cual Heidegger articula la distinción
entre el hombre y los animales no humanos, a los que considera “pobres de mundo”, contradice el supuesto
rechazo al antropocentrismo del que hace gala en su Carta al humanismo. De acuerdo con Heidegger, ese
antropocentrismo habría sido dominante en la filosofía occidental, al menos desde los presocráticos en
algunas versiones, e incluso desde el origen mismo del propio pensar filosófico, en otras versiones. Sin
embargo, de acuerdo con Gray, cuando Heidegger insiste que los animales no humanos son meros existentes,
cuya única actividad frente a su entorno es reactiva, a diferencia de los humanos que son hacedores de mundo,
no hace más que enfundarse la vestidura de ese antropocentrismo que pretende rechazar.. Según Gray,
cambiar nuestro objeto de atención del hombre al “ser” no implica necesariamente una superación de la
tradición antropocéntica de Occidente. Para Gray, el rechazo de Heidegger se articula sobre las líneas
directrices del teísmo y la esperanza cristiana. Todo lo viviente se juzga en Heidegger a partir del punto de
vista exclusivo de las relaciones con los seres humanos. Las diferencias que establece entre las criaturas vivas
no suponen nada en su esquema en comparación con la diferencia de estos respecto a las personas.
Alasdair MacIntyre (1999) ofrece una crítica paralela sobre la noción heideggeriana de “pobreza de mundo” y
argumentos convincentes en relación con la importancia de revisar y corregir los modelos antropocéntricos de
la tradición filosófica occidental tomando en consideración las importantes aportaciones empíricas de los
expertos y aquellas otras personas que pueden dar testimonio de la vida animal basados en su interacción con
los mismos.
7
Puesto que los fines son manifiestamente más de uno, y elegimos entre ellos a uno
por causa de otro... es obvio que lo mejor es lo último... Sencillamente, es último lo elegible
por sí mismo siempre y nunca por causa de otra cosa. Y una cosa así parece ser, sobre todo,
la felicidad, pues ésta la elegimos siempre por ella misma y nunca por otra cosa... Quizá sea
obvio que hay acuerdo en llamar a la felicidad “el bien supremo”, pero persiste el deseo de
que se explique todavía más claramente qué cosa es. Y, claro, esto quizá sería posible si se
toma en consideración la función del hombre... Pues... parece que el bien y lo correcto
residen en la función, así parecería también para el hombre, si es que hay una función de
éste... ¿Y cuál podría ser, entonces, ésta? Porque la vida es obviamente común con las
plantas y se busca lo específico: hay que descartar, entonces, la vida nutritiva y del
crecimiento. A continuación le seguiría la vida sensitiva, mas parece que también ésta es
común al caballo y al buey y a todo animal. Queda, entonces, la vida activa del elemento
que posee razón... entonces el bien humano es una actividad del alma conforme a la virtud,
y si las virtudes son más de una, conforme a la mejor y más completa-. Y – todavía más –
en una vida completa, pues una sola golondrina no hace verano, ni tampoco un solo día: y
así ni un sólo día ni un corto tiempo hacen al hombre feliz ni próspero10.
Aun así, cabe la tentación de concebir esta dimensión constitutiva del lenguaje en
términos puramente subjetivistas, como algo que tenemos en nuestro poder y, por ello,
como algo que está en nosotros ejercitar. Desde esta perspectiva, nos dice Taylor, el
desocultamiento sería aquello que nosotros efectuamos. Heidegger cree que esta deriva es
la que ha adoptado la cultura y la tradición occidental. Y a partir de esta premisa, Heidegger
reordena la historia de la filosofía y la cultura poniendo especial énfasis en los modos en los
que ha sido entendido el Lichtung (claro del bosque) en cada época.
Taylor cree que uno de los aspectos cruciales en la filosofía de Heidegger es no
confundir el Lichtung con ninguno de los entes que se muestran en él. Por otro lado, el
Lichtung tampoco debe ser explicado por medio de los entes, ni como algo que los entes
causan, ni como una propiedad de los mismos, ni como algo en los que estos se basan. En
algunos momentos, nos dice Taylor, Heidegger pensó que algunos presocráticos habían
evitado esa deriva por medio de su concepción, pero con Platón el curso de la cultura
occidental se tuerce de modo definitivo, puesto que la noción platónica de la Idea sitúa al
Lichtung entre los entes11. Dice Taylor:
10
ARISTÓTELES (2000), Libro I, 7, págs. 57-61.
Véase, HEIDEGGER, Martin, Wegmarken, Frankfurt: Klostermann, 1976. Traducción castellana: Hitos,
Madrid, Alianza, 2001. Con respecto al artículo de 1931-32 y 1940, “La doctrina platónica de la verdad”
quisiéramos apuntar las siguientes cuestiones. Para el Platón de Heidegger, el anthropos en su condición
ordinaria se encuentra atrapado en una situación de â-paideusía. Encadenado a los engaños de sus propias
11
8
Puede decirse que Platón daba una explicación óntica del claro del bosque y, en un
sentido obvio, no es subjetivista. Pero Heidegger considera que nos pone en la pendiente
del subjetivismo. Quizás porque el acto de situar ónticamente el claro del bosque refleja un
camino hacia su captación, hacia un ejercicio de control intelectual: que en su total
funcionamiento emergerá en la voluntad de poder”12.
El relato de Heidegger sobre la historia de la filosofía gravita alrededor de dos figuras
capitales contrapuestas que establecen los extremos de la deriva metafísica de nuestra
civilización. Por un lado, la visión óntica del Lichtung introducida por Platón. Por el otro, la
afirmación Nietzscheana de la voluntad de poder13. Entre estos dos gigantes, Heidegger
rastrea el sendero oculto cuyos hitos son las transformaciones llevadas a cabo, primero por
creaciones humanas. La Paideía es el proceso a partir del cual el hombre se resiste a su esclavitud, y busca
aquello esencial que hace posible todo lo que es. Ese proceso de formación, no se origina voluntariamente,
sino que el prisionero, el hombre sin formación, debe ser forzado a iniciar su tránsito hacia la luz. Ese proceso
implica, fundamentalmente, dos cuestiones. La primera es disciplinar la mirada en el aspecto de los entes,
aquello que aparece como resplandor de las ideas, pero que a su vez oculta esa idea que hace posible toda
aparición. En segundo lugar, la disciplina del mirar hacia lo más arduo, lo más dificultoso, que es el mirar
hacia el sol, que a su vez implica retornar hacia lo más esencial de uno mismo, a lo solar de la propia mirada,
a la propia naturaleza solar del mirar.
Pero el proceso de formación, la Paideía no llega a su fin con la visión de la idea de las ideas, porque el
propósito, la intención última del Platón de Heidegger es “política”, es la actividad del hombre en la Polis. El
hombre no puede conformarse con la develación de lo oculto. Al reconocer su propio itinerario, al reconocer
el estado de esclavitud en el que se encontraba sumido y la mano invisible que le ha conducido forzando su
voluntad hacia el exterior de la caverna, y tomando en consideración el estado miserable de los compañeros
aun cautivos, inicia el camino de regreso al fondo de la caverna.
Allí el filósofo corre el peligro de olvidar lo visto. Por ello, debe hacer memoria a través de lo ente, de la
sombra, de lo que oculta la suprema de las ideas: las sombras le dicen, a modo de inferencia, lo desoculto que
es condición de posibilidad de su propio aparecer. Pero aun así, el filósofo debe recuperar la maestría de lo
relativo, so pena de ser malinterpretado por los conciudadanos de la ciudad de las penumbras, o incluso peor,
a riesgo de ser asesinado a causa de ello. Hay, por lo tanto, una verdad de lo absoluto, de lo supremo, de la
idea de las ideas, y una verdad de lo relativo, de la apariencia. De modo tal que, aquellos extremos que en un
primer momento habían aparecido como irreconciliables: la luz y la oscuridad, ahora vienen a ser
perfectamente compatibles, cooriginarios, como el verso y reverso de una moneda.
Heidegger, sin embargo, sostiene que en el símil de la caverna, que tiene lugar en el diálogo platónico
dedicado a la ciudad justa, se antepone la Polis por sobre la verdad entendida como desocultamiento, y por lo
tanto, debe hacer de la Idea, señora absoluta, capaz de ofrecer respuesta a la pregunta acerca de lo correcto y
lo incorrecto. Esta ambigüedad inicial, dará como resultado con el correr de los siglos, como último reflejo, la
doctrina de la verdad como mentira, que es la última torsión iniciada con la relocalización de lo verdadero, no
en lo ente mismo, sino en el hombre.
12
TAYLOR (1995), p. 114.
13
En el ensayo de 1943 titulado: “La frase de Nietzsche 'Dios ha muerto'”, Heidegger nos dice que si
volvemos la vista a la historia de la metafísica occidental veremos que lo ente, el ser, es decir, lo estable, ha
pasado siempre por ser lo verdadero. Sin embargo, la esencia de la verdad ha sufrido múltiples
transformaciones, modificándose o relocalizándose una y otra vez. La verdad ha sido entendida como
desocultamiento, como coincidencia del conocimiento y su objeto, como certeza (como disposición y
aseguramiento de lo representado). En lo que respecta Nietzsche, ser, ente y verdad, es aquello fijado dentro
de la voluntad a fin de asegurar su conservación. Vease HEIDEGGER (2003)), p. 178.
9
Aristóteles y luego una serie de estadios intermedios, cada uno más subjetivista que el
anterior, hasta llegar a la comprensión moderna del Lichtung que lo explica a partir del
poder del sujeto, es decir, el de la representación. Dice Taylor:
El subjetivismo moderno ontifica el claro del bosque de forma opuesta a la del
platonismo. Ahora las cosas aparecen porque hay sujetos que las representan y toman
actitudes hacia ellas. El claro del bosque es el hecho de la representación, que sólo tiene
lugar en las mentes, en los esfuerzos del sujeto, o en su uso de las diversas formas de
figuración, incluido el lenguaje”14.
Sin embargo, cada uno de estos extremos desvirtúa la naturaleza del Lichtung. El
modo platónico lo hace al mantener en la oscuridad el rol del anthropos en el
desocultamiento. Es nuestro ser-en-el-mundo el que permite que el Lichtung ocurra. La
teoría representacionalista, por su parte, aunque afirma la relevancia del hombre, es incapaz
de reconocer que el Lichtung no ocurre exclusivamente dentro de nosotros, o aun más, que
no es de nuestra exclusiva hechura. Todos nuestros quehaceres, nos dice Taylor, suponen
un desvelamiento anterior de las cosas en el lenguaje.
Según Taylor, la posición de Heidegger se diferencia de las anteriores (el platonismo
y el subjetivismo) debido a la evitación de cualquier modo de ontologización, lo cual
conlleva una tercera posición que los extremos no parecen siquiera capaces de imaginar.
Dice Taylor: “Dasein-related but no Dasein-centered” (“Relativa al Dasein pero no Daseincéntrico”)15.
14
TAYLOR (1995), p. 115.
Véase GARFIELD (1995). Esta discusión en torno a la desontologización, y una definición de lo dado que
esquiva los dos extremos ordenados epocalmente en el relato Heideggeriano a partir de la ilustración
paradigmática de Platón y Nietszche tiene un claro paralelismo con la discusión budista acerca del sunyata.
De acuerdo con el Budismo Mahayana, la superación de toda forma de dualismo es una condición necesaria
para la emancipación del sufrimiento que trae consigo la experiencia de un mundo dividido de manera
intrínseca entre sujeto-objeto. La noción de anatma, cuya tesis es la ausencia de existencia inherente de todos
los entes, se articula paralelamente y sobre el argumento de que todas las cosas surgen simultáneamente en un
juego de radical interdependencia. Esta causación de radical interdependencia (pratityasamutpada) conlleva
dos refutaciones. En primer lugar, niega la existencia inherente de las entidades relativas: sujeto y objeto no
sólo no pueden existir de manera independiente en el contexto del nudo epistémico en el cual sujeto-objeto
son relativos ineludibles de la actividad cognoscitiva, sino que tampoco pueden tener una existencia
ontológica independiente. En segundo lugar, niega la mera existencia de los entes sin los cuales no habría
lugar para manifestación alguna. En este sentido, lo manifiesto, la experiencia, no necesita demostración
alguna. No es lo dado en cuanto tal lo que está puesto en cuestión (algo que sólo puede ocurrir en el contexto
de una cultura filosófica radicalmente subjetivizada), sino el estatuto o modo de existencia de lo manifiesto.
De acuerdo con las enseñanzas de Nâgârjuna, fundador de la filosofía Madhyamika, los dos extremos a
superar son, por lo tanto, el eternalismo que propone la existencia sustancial de ciertas entidades, en
15
10
De acuerdo con Taylor, Heidegger encontró en la tradición expresivista el trasfondo
que necesitaba para desarrollar su posición. En particular, Taylor señala la noción del
símbolo que propusieron las filosofías de la fase romántica, a fin de ilustrar los
antecedentes de su posición. Para estos autores, el símbolo era simultáneamente
manifestación y creación. Es decir, algo que en parte debía encontrarse y en parte llevarse a
cabo. Eso significa que en estas filosofías conviven, por un lado, una versión que se
asemeja a la antigua y medieval sobre el logos óntico (en este sentido, el símbolo
manifiesta una realidad o un orden que se encuentra más allá del sujeto), pero que al mismo
tiempo, y de manera inextricable, necesita para mostrarse de una adecuada expresión
humana (en este sentido, el símbolo es creación). Un ejemplo de ello lo hemos visto en la
filosofía hegeliana. Dice Taylor:
Podemos entender, pues, que la misma idea de expresión nos puede conducir a la
tercera manera de localizar el claro del bosque. Nos proporciona una noción del claro del
bosque relacionada con el Dasein. En este punto, esta tercera posición está en la misma vía
que la concepción moderna estándar. Sin embargo, no sitúa simplemente el claro del
bosque en nuestro interior como representación, sino que lo sitúa en un nuevo espacio
constituido por la expresión. Y, en ciertas versiones, puede reconocer que lo que constituye
este espacio no es simplemente nuestra actividad”16.
Ahora bien, si pensamos en el espacio de expresión como aquel que abren los
interlocutores en su actividad conversacional, por ejemplo, vemos que ese espacio no puede
identificarse ni con el espacio físico (que pertenece a la categoría moderna de la materia), ni
con el espacio psíquico (que pertenece a la categoría moderna de la mente). Desde este
punto de vista, el movimiento de la fase romántica resulta fundamentalmente
desontologizador. La expresión, en este caso, entendida como aquello que se encuentra y se
realiza en una conversación, se da exclusivamente entre los hablantes, y por lo tanto, no
puede localizarse en el mero espacio de exterioridad física. Por otro lado, tampoco puede
ubicarse en el dominio mental, porque necesita de algo como un espacio público de
contraposición a los fenómenos empíricos transitorios que son calificados de meras apariencias; y el nihilismo
que en su intento por refutar el extremo eternalista sostiene la ausencia de la mera existencia afirmando la
nulidad de todo lo ente. Dice Nâgârjuna: “Todo lo que sea una coemergencia de modo dependiente/ Esto es
explicado como vacuidad/Esto, ser una designación dependiente/ Es en sí mismo el camino medio […] Algo
que no sea un surgimiento dependiente/ Tal cosa no existe./ Por lo tanto una cosa no vacía/ No existe.”
16
TAYLOR (1995), p. 116.
11
comunicación. Esto es evidente en el caso de Hegel, aunque éste se encuentra aun
pesadamente influido por la antigua ontoteología y la gran cadena del ser como base de
justificación de las manifestaciones del espíritu17.
Sin embargo, el giro expresivista no conduce necesariamente al final del
subjetivismo. La tesis central del expresivismo en torno a la cuestión de la naturaleza del
poder expresivo posibilita diversas alternativas. Por un lado, como ocurre con Hegel, la
expresión puede ser entendida como “llevar a la manifestación” una identidad. Pero, al
mismo tiempo, esa identidad puede ser entendida como algo que se encuentra más allá del
yo finito, como una manifestación del espíritu cósmico. Pero también cabe la posibilidad de
hacer del espacio de expresión algo creado de manera exclusiva por los propios sujetos.
Otro aspecto a tener en cuenta es la cuestión en torno al “quién” de la expresión. De
nuevo, tenemos una diversidad de opciones en este sentido. Por un lado, podemos entender
el “quién” en relación con un ente individual. Esta primera opción, de acuerdo con Taylor,
ha quedado más o menos desacreditada en la tradición expresivista. La segunda opción
consiste en entender el “quién” como un locus en el contexto de una comunidad de habla.
Esta es la opción más extendida. Afirma que los hablantes encuentran su identidad en el
proceso de formación que implica su relación con los otros miembros de un espacio
preexistente de expresión. Los hablantes, desde esta perspectiva, son simultáneamente
criaturas y creadores del espacio expresivo. Son criaturas en cuanto sólo adquieren su
identidad en el seno del espacio expresivo, pero al mismo tiempo, una vez han alcanzado su
plena membrecía en la conversación, contribuyen a su formación. La tercera opción
pretende negar enteramente el “quién” de la expresión a partir de la noción de que los
interlocutores son meros “artefactos” del propio espacio abierto por la expresión. Una
versión de esta tercera teoría, nos dice Taylor, es la que defiende Derrida, a quien Taylor
atribuye un falso antisubjetivismo. La teoría derridiana, según Taylor, es la imagen
especular del subjetivismo, obtiene su plausibilidad de la implausibilidad de su contrincante
en el debate, pero no es un candidato convincente para responder a la cuestión planteada.
Para Taylor, la visión humboldtiana es la auténticamente antisubjetivista.
La posición derridiana malinterpreta enteramente la posición heideggeriana. Lo cual
es comprensible, especialmente, si tomamos en consideración que los derroteros
17
Ibíd., p. 117.
12
posheideggerianos se encuentran a merced de tentaciones a las que resulta fácil sucumbir.
Una de esas tentaciones es la que concibe el espacio de expresión en términos
exclusivamente creacionistas. Esta solución parece particularmente atractiva en vista del
intento de Heidegger por evitar toda ontologización del Lichtung. Para las doctrinas cuya
deriva se orienta hacia el creacionismo, el Lichtung es interpretado en términos puramente
subjetivistas, como ocurre en el caso mentado de Derrida (“il n'y a pas de hors-texte”), y
esto es así, entre otras cosas, porque los autores como Derrida reaccionan negativamente a
las interpretaciones “manifestacionistas” de sus antepasados (por ejemplo Hegel,
Schopenhauer o Nietzsche), para quienes el espacio de expresión debía necesariamente
basarse en algún tipo de postulado óntico firme. Para Hegel era el Espíritu absoluto; para
Schopenhauer, la voluntad; para Nietzsche, la voluntad de poder. Para todos ellos,
prescindir completamente de una postulación óntica hubiera implicado, en última instancia,
apostar por una noción del espacio expresivo entendido como una hechura exclusiva del
sujeto.
La novedad heideggeriana en este caso es que, al introducir la cuestión del Lichtung,
altera las alternativas en las cuales se debatía hasta entonces la tradición. Dice Taylor:
Pero, ¿en qué basamos entonces esta concepción manifestacionista, si ya no podemos
recurrir a apoyos ónticos de tipo familiar? En una interpretación del propio espacio de
expresión. Dicho de otra forma, el propio claro del bosque, o el propio lenguaje,
debidamente traído a la luz, nos mostrará cómo tomarlo. Heidegger se mueve siempre para
recuperar lo que está oculto, no sólo en algún punto distante, sino en el mismo evento de la
desocultación”18.
De todo esto se desprende una visión del lenguaje como revelador de un mundo,
cuyos rasgos, objetos, bienes, emociones y relaciones se despliegan como un gestalt en el
que se pone de manifiesto como en un símbolo, la identidad del anthropos en todas sus
facetas. El círculo que abre el lenguaje está dotado de su propio telos. En hilo de
continuidad con la noción aristotélica de areté, Taylor interpreta la excelencia o perfección
del lenguaje como la prescripción a la debida desocultación de aquello que se pone de
manifiesto a través de la ciencia, la literatura, la filosofía y otras artes. Cada una de estas
disciplinas actualiza su excelencia en consonancia con el objeto al cual dirige su atención.
18
Ibíd., pág. 120.
13
La ciencia lo define en términos de representación de un objeto independiente; pero en el
caso de las emociones, por ejemplo, el lenguaje se ve compelido a participar, además de en
la clarificación de las mismas, en su efectuación. Esto lleva a Taylor a leer la obra de
Heidegger como la de un realista intransigente.
3. Salvar la tierra
Este desocultamiento o revelación que el lenguaje realiza sobre los entes mentados es
sobre aquello que en el Lichtung encuentra su locus de manifestación. Pero el propio
Lichtung se encuentra comprometido con el telos mentado. No sólo los entes están
llamados a ser aprehendidos de modo no distorsionado, también el Lichtung debe salir a la
luz de manera auténtica. Sin embargo, como apunta Heidegger, hay una tendencia a
distorsionar nuestra comprensión del Lichtung que, en principio, está determinada por el
destino de nuestra tradición occidental, que se aboca de manera cada vez más radicalizada a
la aprehensión del lenguaje como mero intrumento, desembocando finalmente en la
reducción de todo al rol de reserva al servicio de la voluntad de querer, lo cual conlleva la
cerrazón a la luz del Lichtung19. Dice Taylor:
En la noción heideggeriana de que la total movilización de cada cosa como posición
de reserva amenaza la esencia humana, queda clara que este desocultamiento de segundo
orden es parte del telos del lenguaje. Ya que esto es sólo la etapa siguiente en una línea
aristotélica de argumentación: “El ser humano es en su naturaleza dado al lenguaje”. De
modo que lo que va en contra del telos del lenguaje, va contra la esencia humana”20.
Para Heidegger, la amenaza que se cierne sobre el hombre no le viene directamente
de “los efectos posiblemente mortales de las máquinas y los aparatos de la técnica”21. La
verdadera amenaza consiste en aquello que ya se encuentra en la esencia del hombre como
la posibilidad de que le sea negado el acceso a lo más originario, y “de que este modo le sea
19
HEIDEGGER (2001). En el artículo “La cosa”, dice Heidegger: “¿Cuándo y cómo llegan las cosas como
cosas? No llegan por las maquinaciones del hombre. Pero tampoco llegan sin la vigilancia atenta de los
mortales. El primer paso hacia esta vigilancia atenta es el paso hacia atrás, saliendo del pensamiento que sólo
representa, es decir, explica, y yendo hacia el pensamiento que rememora.”
20
TAYLOR (1995), p. 121.
21
HEIDEGGER (2001), “La pregunta por la técnica”, p. 26.
14
negado experienciar la exhortación de una verdad más inicial”22. De este modo, la
distorsión aparece, primariamente, no en la tecnología en cuanto tal, sino en la cerrazón que
el anthropos experimenta ante el lenguaje del desocultamiento.
Lo que distingue, sin embargo, las nociones de Aristóteles y de Heidegger son lo
suficientemente relevantes como para que Taylor dé cuenta de ellas. En el primer caso, la
esencia del anthropos se deriva del examen “biológico” de un ser que se distingue
específicamente a partir del uso que realiza del logos. En el caso de Heidegger, es el propio
Lichtung el que lleva a la luz lo distintivo. En el modo en que el lenguaje abre el claro a ese
ente, se pone de manifiesto la posibilidad que la propia develación del Lichtung forme parte
de la naturaleza del telos del ente en cuestión. El Lichtung, nos dice Heidegger, no es un
artefacto del hombre, puesto que toda nuestra actividad siempre nace en el nido del propio
lenguaje. Sin embargo, como ya hemos visto, el Lichtung no puede darse sin nosotros.
De esta noción del lenguaje como revelador de un mundo se deriva una ética. Si
superamos las concepciones formalistas que dominan la filosofía moderna, en favor de una
ética que ponga atención al ser en contraposición al deber ser, la noción de sentido o
significación resulta crucial. Desde esta perspectiva, el sentido de nuestras vidas comporta
también nuestro desempeño en la aseguración de la ocurrencia del Lichtung, protegiendo y
manteniendo dicha ocurrencia.
La develación del Lichtung, sin embargo, no es como la del resto de los entes. El
Lichtung no es un ente entre otros entes. Por ello, su desocultación sólo puede acontecer en
las propias entidades, cuando las cosas se revelan a sí mismas como las “cosas” que son, y
no simplemente como objetos presentes o reservas disponibles.
En su ensayo titulado “Construir, Habitar, pensar”23 Heidegger ofrece una
explicación de la revelación de las cosas como tales a través de su noción de “cuaternidad”
en la que incluye a los seres mortales y divinos, a la tierra y al cielo24. El ejemplo elegido es
22
Ibíd.
HEIDEGGER (2001), “Construir, habitar, pensar”.
24
HEIDEGGER (2001), “La cosa”, p. 131. Dice Heidegger:
23
“Haciendo cosa, la cosa hace permanecer a los Cuatro unidos – tierra y cielo, los divinos y los
mortales – en la simplicidad de su Cuaternidad, una Cuaternidad que está unidad desde sí misma.
La tierra es la entrañante (la que porta) que construye, la que fructifica alimentando, abrigando aguas
y roquedos, vegetales y animales.
Cuando decimos tierra, estamos pensando ya en los otros Tres desde la simplicidad de los Cuatro.
15
una humilde jarra en el mundo campesino que aún permanece intacto por la tecnología
moderna. Aquí, la cosa “jarra” se convierte en recordatorio de las prácticas en las cuales
juega su rol. En la jarra se congregan las prácticas humanas. Con ella se vierte el vino en la
mesa, que es además lugar de encuentro entre los hombres. En su entorno los hombres
realizan sus bienes inconmensurables, que Heidegger llama “divinos”. Con la jarra se
realiza la libación, pero también se desoculta el compañerismo y se ponen de manifiesto los
valores de convivialidad. Pero la jarra ha sido formada y modelada por el uso humano,
emergiendo del fondo de un vasto dominio informe, en el que potencialmente aguardan
todas las formaciones futuras. Lo formado es siempre dependiente de lo informado, puesto
que en ello encuentra su sostenimiento. La jarra depende de la tierra. Pero además, la jarra
y todas las actividades que en ella se congregan, junto a la tierra desde donde ha emergido,
está abierta a fuerzas cósmicas más allá del dominio de lo formable: el cielo, el día y la
noche, las tormentas y las inundaciones o su benigna ausencia.
Heidegger nos dice que en las cosas se reúne y mora la cuaternidad. Cuando esto
ocurre, el Lichtung se desoculta sin distorsión. Ser entre las cosas de un modo tal que estas
puedan revelarse como tales y de ese modo desocultar el Lichtung de manera auténtica, es
lo que Heidegger denomina “habitar”. Dice Heidegger:
Pero el residir cabe las cosas no es algo que esté simplemente añadido como un
quinto elemento al carácter cuádruple del cuidar del que hemos hablado; al contrario: el
residir cabe las cosas es la única manera como se lleva a cabo cada vez de un modo unitario
la cuádruple residencia en la Cuaternidad. El habitar cuida la Cuaternidad llevando la
esencia de ésta a las cosas. Ahora bien, las cosas mismas albergan la Cuaternidad sólo
El cielo es la marcha del sol, el curso de la luna, el fulgor de los astros, las estaciones del año, la luz
y el crepúsculo del día, la oscuridad y la claridad de la noche, la bondad y la inclemencia del tiempo, el paso
de las nubes y la profundidad azul del éter.
Cuando decimos cielo, estamos pensando ya en los otros Tres desde la simplicidad de los Cuatro.
Los divinos son los mensajeros de la deidad, los que dan señales de ella. Es del prevalecer oculto de
esta deidad de donde aparece el dios en su esencia, que lo sustrae a toda comparación con lo que es presente.
Cuando nombramos a los divinos, estamos pensando ya en los otros Tres desde la simplicidad de los
Cuatro.
Los mortales son los hombres. Se llaman los mortales porque pueden morir. Morir quiere decir: ser
capaz de la muerte en cuanto muerte. Sólo el hombre muere. El animal termina. No tiene a la muerte como
muerte ni delante ni detrás de él. La muerte es el cofre de la nada, es decir, de aquello que desde ningún punto
de vista es algo que simplemente es, pero que, a pesar de todo, esencia, incluso como el misterio del ser
mismo. La muerte, como cofre de la nada, alberga en sí lo esenciante del ser. La muerte, como cofre de la
nada es el albergue del ser. A los mortales los llamamos ahora mortales, no porque su vida terrena termine
sino porque son capaces de la muerte como muerte. Los mortales son los que son como los mortales,
esenciando en el albergue del ser. Ellos son la relación esenciante con el ser como ser.”
16
cuando ellas mismas, en tanto que cosas, son dejadas en su esencia. ¿Cómo ocurre esto? De
esta manera: los mortales abrigan y cuidan las cosas que crecen, erigen propiamente las
cosas que no crecen”25.
“Abrigar y cuidar” lo que crece y lo que no crece. Los objetos hechos por nosotros,
las cosas vivas y la propia tierra. De este modo, Taylor nos recuerda que en la noción de
Cuaternidad, adelantada por Heidegger, está implícito el mandato de salvar la tierra. Eso
significa vivir entre las cosas de tal modo que permita a la Cuaternidad manifestarse, lo
cual sólo puede llevarse a cabo por medio del lenguaje. Para ello, necesitamos esforzarnos
por alcanzar una expresión auténtica, por medio del pensar auténtico y la obra de arte.
Por el contrario, cuando nos desviamos del vivir entre las cosas y abandonamos la
formulación en la que ellas se desocultan, y las identificamos como objetos que existen
independientemente de todo contexto, y por ello susceptibles de estudio científico, nos
deslizamos a un tipo de vida en la cual las cosas son aniquiladas a favor de los meros
objetos que la tecnología convierte en reserva.
El lenguaje, por lo tanto, tiene su propio telos que dicta un modo de expresión, una
cierta manera de formular las cosas que puede ayudarnos a restaurar la “cosidad” de las
cosas. Las entidades reclaman de nosotros un lenguaje que las desoculte como cosas, es
decir, un lenguaje que no sea mera arbitrariedad, mera convención, a fin de asegurar la
disponibilidad de nuestros propósitos. De allí que Heidegger nos diga, ahora de manera
menos enigmática de lo que ocurría al comienzo, que no somos nosotros, sino el propio
lenguaje, el que debería estar al control26.
De acuerdo con Taylor, la filosofía heideggeriana tiene, pese a toda la deriva negativa
que puede endilgársele, una relevancia particular para la política moderna. La comprensión
del lenguaje a la que apunta, junto a su concepción de la esencia de lo humano, puede
resultar la base para una política ecológica que escape del modelo procedimental de las
éticas modernas, enfocado exclusivamente en el cálculo de nuestro florecimiento y
supervivencia como criterio ético último. La filosofía heideggeriana puede ayudarnos a
articular una “ecología profunda”, en la cual el lenguaje, en su labor de desocultamiento,
ponga de manifiesto y nos conmine a reconocer lo que las cosas tienen de significativo en sí
25
26
HEIDEGGER (2001), “Construir, habitar, pensar”, p. 112.
TAYLOR (1995), p. 124.
17
mismas, lo cual implica una apuesta incompatible con la postura instrumentalista que
nuestra civilización, ahora abocada al dominio planetario, ha impuesto sobre el ente. No se
trata únicamente de sopesar las consecuencias que la destrucción de las tierras vírgenes o de
las selvas tropicales conllevan para nosotros los humanos. Se trata de reconocer que
nuestros propósitos no son simplemente humanos. Dice Taylor:
Nuestros fines están fijados por algo a lo que estamos supeditados y esto deberíamos
entenderlo. De modo que una auténtica comprensión de nuestros propósitos nos tiene que
llevar más allá de nosotros mismos... Adecuadamente entendido, el “pastor del ser” no
puede ser un adepto triunfalista de la razón instrumental. Por este motivo aprender a morar
entre las cosas puede también equivaler a “rescatar la tierra”27.
Como ha indicado Smith, el antisubjetivismo de Heidegger respecto al lenguaje se
encuentra en línea de continuidad con la visión ontológica de Hegel. Sin embargo, una
diferencia crucial acerca a Taylor al primero, en detrimento del segundo. La visión
ontológica hegeliana pretendía demostrar que la subjetividad humana no estaba alienada de
la naturaleza. La propia naturaleza, cuando era correctamente comprendida, era una
manifestación del Espíritu. Heidegger persigue un propósito semejante, fundado en la
convicción de que el Lichtung en el cual el anthropos habita es un orden de significación
llamado a ser revelado. Pero a diferencia de Hegel, quien para lograrlo se impuso la tarea
de un reencantamiento ontológico, Heidegger apuesta a la superación de la oposición entre
ser y significación por medio de una reflexión en torno a la naturaleza del poder
expresivo28.
Esto hace de Heidegger una fuente irrenunciable para la articulación de una
antropología filosófica en la cual la definición del anthropos como animal poseedor de
logos, no sólo hace referencia a lo distintivo del hombre en cuanto especie animal, sino
también a lo que el logos implica como revelador de un mundo por nosotros habitado. Un
mundo que es a un mismo tiempo y de modo ineludible, lo manifiesto y lo creado, lo
descubierto y lo inventado por nosotros, como símbolo que nos permite orientarnos en la
búsqueda y descubrimiento de aquello a lo que estamos llamados a ser.
27
28
Ibíd., p. 126.
SMITH (2002), pp. 85-6.
18
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