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INTRODUCCIÓN El Sistema Monetario Internacional comprende una serie organizaciones, normas, reglas, acuerdos e instrumentos, que está estructurado para facilitar las relaciones monetarias entre países; es decir, los pagos y cobros derivados de las transacciones económicas internacionales. Puede decirse, que empieza a existir un Sistema Monetario Internacional cuando se pasa de relaciones económicas bilaterales a una estructura que, además de reunir el carácter de internacional, es susceptible de acuerdos o imposiciones más o menos multilaterales. El patrón cambio oro es un sistema monetario por el cual se fija el valor de una divisa en términos de una determinada cantidad de oro. El emisor de la divisa garantiza poder devolver al poseedor de sus billetes, la cantidad de oro en ellos representada. Este sistema se implantó en Bretón Woods, cuando surgió el Fondo Monetario Internacional (FMI). Las divisas que garantizaban el cambio al oro fueron el dólar y la libra esterlina. Este sistema dio lugar a una estabilidad relativa y duradera, de 1944 a 1971. La mayoría de las economías del mundo se desarrollaron, por lo que esa etapa se conoce en la historia como la "Edad de oro". La vigencia del patrón oro, que imperó durante el siglo XIX como base del sistema financiero internacional, terminó a raíz de la Primera Guerra Mundial, de forma que ya no se utiliza en ningún lugar del mundo. Suiza fue el último país en abandonarlo en 1998 El Sistema Monetario Europeo (SME) fue un sistema que aspiraba a facilitar la cooperación financiera y la estabilidad monetaria en la Unión Europea. El SME entró en vigor en marzo de 1979 como respuesta a las alteraciones causadas en las economías europeas por la fluctuación de los tipos de cambio en las crisis del petróleo y el colapso de los acuerdos de Bretón Woods en la década de los 70. Su objetivo era triple: conseguir la estabilidad económica, superar las repercusiones de la interdependencia de las economías de la UE y ayudar al proceso a largo plazo de la integración monetaria europea. SISTEMA MONETARIO INTERNACIONAL El sistema monetario internacional (SMI) es el conjunto de instituciones, normas y acuerdos que regulan la actividad comercial y financiera de carácter internacional entre los países. El SMI regula los pagos y cobros derivados de las transacciones económicas internacionales. Su objetivo principal es generar la liquidez monetaria (mediante reserva de oro, materias primas, activos financieros de algún país, activos financieros supranacionales, etc,) para que los negocios internacionales, y por tanto las contrapartidas de pagos y cobros en distintas monedas nacionales o divisas, se desarrollen en forma fluida. ESTRUCTURA Las cuatro principales funciones del sistema monetario internacional son: Ajuste (corregir los desequilibrios reales medidos por las balanzas de pagos que afectan a las relaciones entre las divisas) Liquidez (decidir los productos de reserva, formas de crearlos y posibilidad de cubrir con ellos los desequilibrios en una balanza de pagos) Gestión (repartir y atender competencias, más o menos centralizadas en organizaciones como el actual Fondo Monetario Internacional y los bancos centrales de cada país) Generar con las tres anteriores confianza en la estabilidad del sistema. Las funciones derivadas o secundarias de todo sistema son: Asignar el señoreaje de las divisas (las ganancias por la emisión de dinero o diferencias entre el coste de emisión y el valor del dinero) Acordar los regímenes de tipo de cambio. Esta última función (los mecanismos por medio de los cuales se fijan los tipos de cambio) es el factor más discutido y variable; concretamente, en las últimas décadas se ha discutido en torno a tres modelos: un sistema de tipos de cambio flexibles, en el que los precios de cada divisa son determinados por las fuerzas del mercado, un sistema de tipos de cambio fijos, y otro sistema mixto de tipos de cambio 'dirigidos', en el que el valor de algunas monedas fluctúa libremente, el valor de otras es el resultado de la intervención del Estado y del mercado y el de otras es fijo con respecto a una moneda o a un grupo de monedas. PRINCIPIOS Un Sistema Monetario Internacional empieza a existir cuando se pasa de relaciones económicas bilaterales a una estructura que, además de reunir el carácter de internacional, es susceptible de acuerdos o imposiciones más o menos multilaterales. De ahí que todos los imperios hayan tenido un SMI incipiente, e incluso que algunos emperadores antiguos concibieran como resultado la idea de una moneda única e incluso mundial. Carlomagno, cuando introdujo el sistema monetario (libra, sueldo y dinero) en su Imperio (hacia el año 800 D.C) albergaba la posibilidad de ir extendiéndolo a otros países, lo mismo le había sucedido al Emperador Diocleciano, en el siglo III, cuyo modelo inspiró el carolingio. Pero las únicas divisas que se han aproximado a ese objetivo antes del actual dólar norteamericano han sido el real de a ocho de plata español y la libra esterlina durante el tiempo del patrón oro, desde mediados del siglo XIX hasta 1931, año en que Londres abandonó definitivamente el sistema moneda mundial. Por tanto, y al margen de algunos antecedentes más teóricos que prácticos como los comentados durante el imperio romano, el carolingio o el español (baste recordar que en su momento de máximo apogeo la economía y las exportaciones españolas no llegaron a representar durante su imperio ni siquiera el 2% al que se aproximan actualmente), la necesidad de un SMI sólo se hizo realmente evidente cuando se empezaron a dar dos condiciones: un elevado grado de internacionalización de la economía y la aparición del papel moneda como medio de pago. Ambas se manifiestan ya con claridad hacia 1870, momento en que se empieza a desechar como medio de pago el uso de los bienes y a generalizar la utilización del papel moneda. Es entonces cuando se extiende la idea de que resulta indispensable contar con unas reglas de valoración de las distintas monedas, e incluso cuando empiezan a independizarse las decisiones gubernamentales que en siglos pasados configuraban los sistemas monetarios nacionales y el funcionamiento de un sistema monetario realmente internacional. NECESIDAD DE UN SMI La necesidad de un SMI se deriva de que las transacciones internacionales (comercio, transferencias, inversiones, etc) se realizan con diferentes monedas nacionales, ligadas por tanto a la realidad económica de cada país y a la confianza que ello genera en los demás, cuyas medidas son los precios relativos o tipos de cambio de cada moneda. Las operaciones entre las monedas que se utilizan como contrapartida de dichas transacciones reales o financieras se realizan en el mercado de cambios. Los diferentes tipos dependen de la oferta y de la demanda de cada moneda, reguladas a su vez por las intervenciones de los diversos bancos centrales que controlan las fluctuaciones de cada divisa. La demanda de cada moneda depende de los extranjeros que desean usarla para comprar o invertir en la economía donde se utilice, mientras que la oferta procede de los agentes nacionales que quieren operar en el exterior. Un descenso del precio de mercado de una moneda es una depreciación; un aumento una apreciación, aunque en una economía o subsistema donde existen tipos de cambio oficiales (es el caso en un régimen de cambios fijos), una bajada se denomina devaluación, mientras la subida se llama revaluación. OBJETIVOS 􀂃 Internos Maximizar el crecimiento de la renta a largo plazo Conseguir la estabilidad interna (precios) y externa (balanza por c/c) 􀂃 Internacionales: Garantizar las libertades en el movimiento de bienes y servicios, capitales y factores Facilitar ajustes internos o Impedir la propagación desequilibrios internacionales CARACTERÍSTICAS DE UN BUEN SISTEMA MONETARIA INTERNACIONAL (SMI): Ajuste: Ante necesidades inevitables de ajuste del sector exterior de un país y la existencia de costes de ajuste el SMI debe permitir a los países que mantengan o restauren su equilibrio externo a través de políticas que (1) minimicen los costes económicos del ajuste (en términos de desempleo o inflación, por ejemplo) y (2) distribuyan ese coste de forma equitativa entre todos los países. Liquidez: Que el SMI garantice un nivel y crecimiento adecuado de las reservas o medios de pago internacional de que disponen los países para financiar sus operaciones internacionales y paliar desequilibrios externos temporales (que exigen habitualmente financiación en lugar de políticas de ajuste). También en el caso de desequilibrios externos permanentes la disponibilidad de medios internacionales de pago (reservas) permite a las autoridades mayor maniobrabilidad para escoger entre distintas políticas de ajuste. Confianza: El SMI debe tener mecanismos contra la ocurrencia de crisis de confianza o mecanismos de actuación satisfactoria ante dichas crisis. Se hace referencia a crisis de confianza en determinadas monedas que pueden provocar una desestabilización importante en los tipos de cambio HISTORIA DEL SISTEMA MONETARIO Desde 1870 hasta la actualidad, se han utilizado diversos esquemas organizativos del SMI a partir de las seis funciones definidas en el segundo párrafo de este artículo. Los tipos de SMI resultante han sido básicamente tres, habiéndose reimplantado elementos de los tres para un segundo periodo: el patrón oro entre 1880 y 1914 y entre 1925 y 1931; el régimen de flotación dirigida entre 1918 y 1925, y nuevamente desde 1973 hasta la actualidad; y el sistema de Bretton Woods, articulado institucionalmente en torno al FMI y operativo desde 1946 hasta 1973, aunque sus principales instituciones y algunas de sus normas perviven en la actualidad. Los principales rasgos diferenciadores de cada modelo radican en la mayor o menor flexibilidad de los tipos de cambio resultantes, así como en el mecanismo de ajuste asociado a cada uno y en el funcionamiento de las instituciones de decisión y supervisión. EL PATRÓN ORO En los años del patrón oro (1870-1914 y 1925-1931), la clave del SMI radica en el uso de las monedas de oro como medio de cambio, unidad de cuenta y depósito de valor. Los bancos centrales nacionales emitían moneda en función de sus reservas de oro, a un tipo de cambio fijo, pues expresaban su moneda en una cantidad fija de oro, aunque a su vez pudieran establecer cambios con la plata o algún otro metal. Esto estimulaba el desequilibrio inicial entre países que tenían oro y los que no lo tenían; aunque con el tiempo el sistema tendió a ajustarse. La cantidad de dinero en circulación estaba limitada por la cantidad de oro existente. En un principio, el sistema funcionaba: la masa monetaria era suficiente para pagar las transacciones internacionales, pero a medida que el comercio y las economías nacionales se fueron desarrollando, se volvió insuficiente para hacer frente a los cobros y pagos. Si las exportaciones de un país eran superiores a sus importaciones, recibía oro (o divisas convertibles en oro) como pago, y sus reservas aumentaban provocando a la vez la expansión de la base monetaria. El aumento de la cantidad de dinero en circulación corregía automáticamente el desequilibrio haciendo crecer la demanda de productos importados y provocando inflación, lo que encarecía los productos nacionales reduciendo sus exportaciones. Si el comercio exterior del país era deficitario, la disminución de las reservas de oro provocaba contracción de la masa monetaria, reduciendo la demanda interior de bienes importados y abaratando los productos nacionales en el exterior. Pero el sistema tenía también serios inconvenientes. El país cuyo déficit exterior provocaba contracción de la masa monetaria sufría una fuerte reducción de su actividad económica, generalizándose el desempleo. Los países con superávit podían prolongar su privilegiada situación "esterilizando el oro", impidiendo que el aumento en sus reservas provocase crecimiento en la circulación monetaria e inflación. De ahí que los principales países abandonaron el patrón oro durante la primera Guerra Mundial, para financiar parte de sus gastos militares imprimiendo dinero. A consecuencia de la guerra, la fuerza de trabajo y la capacidad productiva se redujeron considerablemente, lo que hizo subir los precios. El recurso generalizado al gasto público para financiar la reconstrucción provocó procesos inflacionistas, agravados por aumentos de la oferta monetaria. La vuelta al patrón oro tras la guerra agravó la situación de recesión mundial, aunque en el periodo de entreguerras, por la aparición relativa de la potencia estadounidense, tras 1922 se otorgó junto al oro un papel importante tanto a la libra como al dólar, consagradas como instrumentos de reserva internacional, si bien las devaluaciones de ambas y el retorno al proteccionismo impidieron que el patrón resistiera. Los resultados se habían manifestaron en inestabilidad financiera, desempleo y desintegración económica internacional. Ya en 1931, como moneda convertible en oro a efectos de transacciones entre los Bancos centrales, sólo quedó el dólar. Funcionamiento del sistema patrón oro Al mismo tiempo que se ponen en práctica las ideas librecambistas, el patrón oro se dibuja como el mecanismo más apto para mantener el equilibrio interior y exterior. Concretamente va a ser en 1844, con la concesión del privilegio de emisión del Banco de Inglaterra cuando el sistema, que ya se venía utilizando, adquiere sus máxima eficacia. Técnicamente el patrón oro necesitaba nada más que dos requisitos para su funcionamiento: Todo el país que lo establezca debe mantener el valor de su unidad monetaria igual a una cierta cantidad de oro. Debe igualmente permitir la libre exportación e importación de oro. La primera de estas condiciones se puede cumplir de tres maneras que han tenido importancia histórica. El país en cuestión puede comprometerse a acuñar monedas y a cambiar billetes por oro y viceversa, cuando los particulares lo exijan. Este es el sistema utilizado por Inglaterra, y la mayor parte de los países, hasta 1914 y ha recibido el nombre de patrón oro clásico. El país puede comprometerse a cambiar oro en billetes y viceversa, pero solo por encima de una cantidad mínima y en múltiplos de la misma. Este es el “patrón lingotes oro”, y el caso más famoso de su aplicación fue la “Gold Act” inglesa de 1925. El país en cuestión puede mantener su paridad comprando y vendiendo divisas de otros países que mantengan el patrón oro en una de las dos formas anteriores. Respecto al segundo requisito mencionado al principio -libertad de importación y exportación de oro- hay algo importante que decir. Es la condición necesaria para que el patrón oro tenga un carácter internacional. Sin libertad de transporte de oro, podrían existir una serie de países que mantuvieran un sistema fundado en el patrón oro pero no existiría propiamente patrón oro porque ya que no habría una relación indirecta fija entre las distintas divisas. Quizás esta es la consecuencia más importante del sistema llamado patrón oro: al establecer la paridad de cada divisa en términos de oro se viene, indirectamente, a fijar una relación de las distintas divisas entre sí. Es esto lo que hacía del patrón oro un sistema internacional y no una simple suma de sistemas nacionales. Ese sistema internacional de patrón oro gozaba, además a juicio de los clásicos, de una formidable ventaja: poseía un mecanismo intrínseco de equilibrio. LOS AÑOS DE ENTREGUERRAS, 1918-1939 Los países abandonaron el patrón-oro durante la Primera Guerra Mundial y financiaron parte de sus masivos gastos militares imprimiendo dinero. Además, la fuerza de trabajo y la capacidad productiva se redujeron bruscamente a causa de la guerra. Como resultado de esto, los precios subieron en todas partes al concluir la guerra en 1918. Algunos países experimentaron un inflación desbocada cuando sus gobiernos intentaron ayudar al proceso de reconstrucción a través del gasto público. Estos gobiernos financiaron sus compras simplemente imprimiendo el dinero que necesitaban, tal y como habían hecho anteriormente durante los periodos de guerra. El resultado de todo ello fue un fuerte aumento en las ofertas monetarias y en los niveles de precios. La hiperinflación alemana El episodio más destacado en cuanto inflación del periodo de entre guerras fue la hiperinflación alemana, durante la cual el índice de precios de Alemania creció desde un nivel de 262 en enero de 1919 a un nivel de 126,160,000,000,000 en diciembre de 1923, lo que representa ¡un factor multiplicador de 481.5 miles de millones!. El tratado de Versalles de después de la Primera Guerra Mundial, impuso a Alemania una pesada carga en cuanto a pagos por reparaciones de guerra a los aliados. En lugar de aumentar los impuestos para hacer frente a esos pagos, el gobierno alemán hizo funcionar sus máquinas de imprimir billetes. La inflación se aceleró dramáticamente en enero de 1923 cuando Francia, tomando como excusa el retraso en el cumplimiento de los acuerdos de Versalles, envió sus tropas al corazón de la zona industrial de Alemania, el Ruhr. Los trabajadores alemanes fueron a la huelga para protestar por la ocupación francesa, y el gobierno alemán respaldó esta actuación emitiendo más dinero para poder pagarles. En un año, el nivel de precios se multiplicó por 452,998,200. En esas condiciones, la gente no deseaba tener dinero alemán por lo que éste se volvió prácticamente inútil. La hiperinflación terminó hacia finales de 1923, cuando Alemania llevó a cabo una reforma monetaria, obtuvo un cierto alivio en sus gravosas reparaciones y se orientó hacia un presupuesto público equilibrado. El retorno hacia el patrón-oro Los Estados Unidos volvieron al patrón oro en 1919. A principios de los años veinte, algunos países suspiraban, cada vez más, por la relativa estabilidad financiera de la era del patrón-oro. En 1922, en una conferencia en Génova, Italia, un grupo de países, que incluía a Gran Bretaña, Francia, Italia y Japón, acordaron la vuelta al patrón-oro y la cooperación entre bancos centrales para alcanzar los objetivos internos y externos. Dándose cuenta de que la oferta de oro podía resultar inadecuada para satisfacer las necesidades de reservas internacionales, la conferencia de Génova propuso un patrón de cambios-oro parcial, en el que los países más pequeños pudieran mantener como reservas las monedas de los países grandes cuyas reservas internacionales consistirían únicamente en oro. En 1925, Gran Bretaña volvió al sistema de patrón-oro, estableciendo una equivalencia igual a la de antes de la guerra. Su ministro de Hacienda, Winston Churchill, un adalid de la vuelta a la antigua paridad, argüía que cualquier desviación respecto al precio del periodo de la preguerra podría socavar la confianza mundial en la estabilidad de las instituciones financieras británicas, que habían desempeñado el liderazgo en las finanzas internacionales durante la época del patrón-oro. Aunque el nivel de precios de Gran Bretaña había estado cayendo desde la guerra, en 1925 todavía era más elevado que en la época del patrón-oro de la preguerra. Para retornar el precio de la libra de oro a su nivel anterior, el Banco de Inglaterra se vio obligado a aplicar políticas monetarias restrictivas, que contribuyeron a crear un fuerte desempleo. La depresión que acompañó el retorno al patrón-oro en Gran Bretaña había sido pronosticada por Keynes y otros, pero tenía precedentes. Con más de un siglo de anterioridad, el retorno de Gran Bretaña al patrón-oro con la paridad que prevalecía antes de las guerras napoleónicas había originado también una recesión sostenida y profunda. En ambos casos, la vuelta a un tipo de cambio, que había quedado obsoleto por los aumentos de precios ocurridos durante la guerra, representaron una reevaluación de la libra frente a las otras monedas, cosa que desvió la demanda hacia los productos no británicos. El estancamiento de Gran Bretaña en los años veinte, aceleró la decadencia de Londres como centro financiero líder en el mundo. El debilitamiento económico de Gran Bretaña resultó un problema para la estabilidad del restaurado patrón-oro. En línea con las recomendaciones de la conferencia de Génova, muchos países mantenían reservas en forma de libras depositadas en Londres. Sin embargo, las reservas británicas de oro eran limitadas y el persistente estancamiento económico del país no contribuía a inspirar confianza en su capacidad de hacer frente a sus obligaciones exteriores. El comienzo de la Gran Depresión en 1929, fue acompañado de bancarrotas bancarias en todo el mundo. Gran Bretaña se vio obligada a abandonar el oro en 1931, cuando los tenedores internacionales de libras (incluyendo varios bancos centrales) perdieron la confianza en el compromiso de mantener el valor de la moneda y comenzaron a convertir sus depósitos de libras en oro. EL SISTEMA DE BRETTÓN WOODS Y EL FONDO MONETARIO INTERNACIONAL En julio de 1944, los representantes de cuarenta y cuatro países se reunieron en Bretton Woods, New Hampshire, para redactar y firmar los artículos del acuerdo del Fondo Monetario Internacional (FMI). A pesar de que continuaba la guerra, los estadistas de los países aliados estaban preocupados por las necesidades económicas del mundo de la posguerra. Recordando los desastrosos acontecimientos económicos del periodo de entreguerras, confiaban en diseñar un sistema monetario internacional que pudiera llegar a promover el pleno empleo y la estabilidad de los precios, a la vez que permitiera a cada país conseguir el equilibrio externo sin imponer restricciones al comercio internacional. El sistema creado en Bretton Woods establecía unos tipos de cambio fijos en relación al dólar y un precio invariable del dólar en oro, 35 dólares la onza. Los países miembros mantenían sus reservas principalmente en forma de oro o dólares, y tenían el derecho de vender sus dólares a la Reserva Federal a cambio de oro al precio oficial. El sistema era, pues, de patrón de cambio-oro, en el que el dólar era la principal moneda de reserva. En la terminología, el dólar es la “moneda enésima”, en términos de la cual se definían los tipos de cambio de las restantes N-1 monedas. Los propios Estados Unidos raramente intervinieron en el mercado de cambios. Generalmente, los otros N-1 bancos centrales intervenían cuando era necesario realinear los tipos de cambio entre sus monedas, mientras que los Estados Unidos eran los responsables, en teoría, de mantener fijo el valor del dólar frente al oro. Los Estados Unidos, que fijaban el precio del oro en dólares, se comprometían a comprar y vender el oro que se le ofreciese o demandase a ese precio. Las demás monedas fijaban sus tipos de cambio con respecto al dólar. Los bancos centrales nacionales que se sumaron a los 44 iniciales se comprometían a intervenir en los mercados de divisas para mantener el tipo de cambio de su moneda. Si las compras de mercancías de su país era superiores a las ventas, esa economía demandaba más divisas que la cantidad de moneda nacional demandada por los extranjeros. Eso presionaba hacia la depreciación de la respectiva divisa, y el banco central debía intervenir para evitar la fluctuación en los tipos de cambio, vendiendo divisas de sus reservas a cambio de su moneda. La solución era sólo válida a corto plazo, porque las reservas de divisas eran limitadas. Si las causas del déficit por cuenta corriente permanecían a largo plazo, el país debía devaluar. Cuando las dudas sobre la estabilidad de una moneda generaban expectativas de devaluación (o reevaluación), la oferta (o la demanda) de esa moneda en los mercados de divisas presionaba con tanta fuerza que obligaba al reajuste. Y al confirmarse las expectativas, los especuladores obtenían pringues beneficios, por lo que el sistema incentivaba la especulación. Pero el problema más grave fue que la expansión del comercio internacional requería una gran liquidez que no podía seguir dependiendo de los Estados Unidos. Objetivos y estructura del FMI Los artículos del acuerdo del FMI estaban fuertemente influidos por la experiencia acumulada entre las dos guerras mundiales sobre la inestabilidad financiera y del nivel de precios, el desempleo y la desintegración económica internacional. Los artículos del acuerdo intentaban evitar una repetición de esos hechos mediante una mezcla de disciplina y flexibilidad. La disciplina más importante en temas monetarios, fue la obligación de que los tipos de cambio fueran fijos respecto del dólar, el cual, a su vez, lo sería respecto del oro. Si un banco central, distinto de la Reserva Federal, llevaba a cabo una excesiva expansión monetaria, perdería sus reservas internacionales y, al final, sería incapaz de mantener la paridad de su moneda frente al dólar. Dado que un gran crecimiento monetario en los Estados Unidos conduciría a la acumulación de dólares por parte de los bancos centrales de los otros países, la misma Reserva Federal restringiría su expansión monetaria a causa de la obligación de respaldar los nuevos dólares por oro. El precio oficial de la onza de oro a 35 dólares servía como último freno a la política monetaria estadounidense, dado que ese precio aumentaría si se crearan demasiados dólares. En cualquier caso, los tipos de cambio fijo se consideraban un recurso para imponer la disciplina monetaria en el sistema. De manera acertada o no, la experiencia de entreguerras había convencido a los artífices del FMI de que los tipos de cambio flotantes eran una causa de inestabilidad especulativa y que perjudicaban el comercio internacional. La experiencia de entreguerras, también había demostrado que los países no estarían dispuestos a mantener el libre comercio y los tipos de cambio fijos a costa de desempleo nacional a largo plazo. Después de la experiencia de la Gran Depresión, los países se sentían responsables del mantenimiento del pleno empleo. Así que el acuerdo del FMI incorporó la flexibilidad suficiente como para permitir que los países consiguieran su equilibrio externo de una manera ordenada, sin sacrificar los objetivos internos o el tipo de cambio fijo. Dos características importantes de los artículos del acuerdo del FMI permitieron la flexibilidad en el ajuste externo: 1.- La posibilidad de prestar dinero del FMI. El FMI estaba dispuesto a prestar divisas a sus miembros para ayudarles a salir del bache durante los periodos en los que sus cuentas corrientes estuviesen en déficit, y en los que una política de ajuste monetario o fiscal hubiese tenido un efecto perjudicial sobre el empleo nacional. Un fondo común de oro y divisas, aportado por los países miembros, proporcionaba al FMI los recursos necesarios para llevar a cabo estas operaciones de préstamo. ¿Cómo funcionaban los préstamos del FMI? Cuando un nuevo país entraba a formar parte del fondo, se le asignaba una cuota que determinaba tanto su contribución al fondo común de reservas como su derecho a utilizar los recursos del FMI. Cada miembro aportaba una cantidad de oro de valor igual a un cuarto de su cuota. Las restantes tres cuartas partes correspondían a aportaciones en su propia moneda nacional. Cualquier miembro estaba autorizado a utilizar su propia moneda para comprar, temporalmente, oro o divisas en una cuantía igual a su aportación en oro. Se podían pedir prestados más oro y divisas (por encima de ese límite), pero sólo bajo el control estricto de las políticas macroeconómicas del prestatario por parte del fondo. El nombre de ese control sobre las políticas de los países miembros, que eran fuertemente prestatarios de los recursos del fondo, era el de condicionalidad del FMI. 2.- Paridades ajustables. A pesar de que los tipos de cambio de cada país eran fijos, podían cambiarse -devaluarse o revaluarse respecto del dólar- si el FMI estaba de acuerdo en que la balanza de pagos del país estaba en una situación de “desequilibrio fundamental”. El término “desequilibrio fundamental” no estaba definido en los artículos del acuerdo, pero con eso se quería decir que se apoyaría a los países que sufrieran cambios internacionales permanentemente adversos en la demanda de sus productos. Sin una devaluación, un país en esa situación experimentaría un mayor desempleo y un mayor déficit en su cuenta corriente hasta que el nivel de precios interno cayera lo suficiente como para reinstaurar el equilibrio interno y externo. Devaluar, en cambio, podría mejorar simultáneamente el empleo y la cuenta corriente, evitando un largo y doloroso proceso de ajuste durante el cual las reservas internacionales podrían agotarse. Recordando la experiencia británica de la sobrevaloracion de su moneda a partir de 1925, los fundadores del FMI incorporaron la flexibilidad (con la esperanza de que no fuera utilizada muy a menudo) de variar los tipos de cambio. Esta flexibilidad estaba prohibida, sin embargo, a la “moneda enésima” del sistema de Bretton Woods, esto es, al dólar de los Estados Unidos. La convertibilidad Así como la aceptabilidad general de la moneda nacional elimina los costos del trueque dentro de una economía, el uso de las monedas nacionales en el comercio internacional hace que la economía mundial funcione más eficientemente. Para promover el comercio multilateral, los artículos del acuerdo del FMI instaban a sus miembros a hacer convertibles sus monedas nacionales lo más pronto posible. Una moneda es convertible si puede ser usada libremente en transacciones internacionales por ciudadanos de cualquier país. El dólar estadounidense y el canadiense se hicieron convertibles en 1945. Esto significaba que un residente canadiense que adquiriese dólares de los Estados Unidos, los podía usar para hacer compras en los Estados Unidos o podía venderlos al Banco de Canadá, el cual, a su vez, tenía el derecho de venderlos a la Reserva Federal a cambio de oro (a un tipo de cambio fijo dólar / oro). La no convertibilidad general haría extremadamente difícil el comercio internacional. Por ejemplo, un ciudadano francés podía ser reacio a vender productos a un ciudadano alemán a cambio de marcos no convertibles, porque estos marcos sólo podrían ser usados de acuerdo con las restricciones impuestas por el gobierno alemán. Sin un mercado de francos no convertibles, al ciudadano alemán le sería imposible obtener moneda francesa para pagar los productos franceses. La única manera de comerciar sería, en este caso, a través del trueque, es decir, del intercambio directo de productos por productos. Los artículos del FMI exigían la convertibilidad sólo respecto a los movimientos de la cuenta corriente: se permitía explícitamente a los países restringir las transacciones de capital, siempre que permitieran el libre uso de sus monedas en las transacciones registradas en la cuenta corriente. La experiencia de 1918 a 1939 había llevado a los gestores de la política económica a ver a los movimientos de capital privado como un factor esencial de la inestabilidad económica, y temían que los movimientos especulativos de hot money entre las fronteras nacionales pudiesen sabotear su objetivo de libre comercio basado en los tipos de cambio fijos. Al insistir en la convertibilidad de solo las transacciones corrientes, los diseñadores del sistema de Bretton Woods esperaban facilitar el libre comercio, al mismo tiempo que evitaban la posibilidad de que los flujos de capital privados pudieran endurecer las restricciones externas, a las que se enfrentaban los administradores de la economía. La mayoría de los países europeos no reinstauraron la convertibilidad hasta finales de 1958, siguiéndoles Japón en 1964. Alemania también permitió la convertibilidad de buena parte de sus movimientos de capital en 1958 a pesar de que esto no era necesario de acuerdo con los postulados del FMI. Antes de esa fecha, la Unión Europea de Pagos había funcionado como banco de compensación de las monedas europeas no convertibles, realizando algunas de las funciones de un mercado de divisas y facilitando, de esa manera, el comercio intraeuropeo. La Gran Bretaña había hecho un “primer intento de convertibilidad” en 1947, pero tuvo que retirarse ante las grandes pérdidas de reservas internacionales. La temprana convertibilidad del dólar estadounidense, junto con su posición especial dentro del sistema de Bretton Woods, hizo que fuese la moneda clave de la posguerra mundial. Debido a que los dólares eran libremente convertibles, gran parte del comercio internacional se hacía con dólares y exportadores e importadores mantenían dólares en sus cuentas para transacciones. Efectivamente, el dólar se convirtió en moneda internacional -medio de cambio universal, unidad de cuenta y depósito de valor. También contribuyó a que el dólar fuera la moneda dominante, la fortaleza de la economía estadounidense en relación con las devastadas economías de Europa y Japón: los dólares eran atractivos porque con ellos podían comprar muchos bienes y servicios, que sólo los Estados Unidos estaban en disposición de ofrecer y los bancos centrales, naturalmente, encontraron ventajoso mantener sus reservas internacionales en forma de activos rentables en dólares. Caida del sistema de Bretton Woods Con las nuevas condiciones de movilidad creciente de los capitales privados, los déficit y los superávit de la balanza por cuenta corriente se volvieron más importantes. Un país con un déficit grande y persistente en su cuenta corriente podía estar en una situación de “desequilibrio fundamental” según los artículos del acuerdo del FMI y, como resultado de ello, estar maduro para devaluar su moneda. La sospecha de una devaluación inminente podía, a su vez, causar una crisis en su balanza de pagos. Cualquiera que mantuviese depósitos en libras durante una devaluación de la libra, por ejemplo, sufriría una pérdida, dado que el valor de los activos en libras disminuiría de repente en el montante de la variación del tipo de cambio. Si la Gran Bretaña tuviese un déficit en su cuenta corriente, los poseedores de libras se pondrían nerviosos y cambiarían su riqueza a otras monedas. Para mantener el tipo de cambio de la libra frente al dólar, el Banco de Inglaterra debería comprar libras y suministrar los activos extranjeros que los participantes en el mercado desearan poseer. Esta pérdida de reservas exteriores, si era suficientemente grande podía forzar a una devaluación al dejar al Banco de Inglaterra sin reservas suficientes para mantener el tipo de cambio. De manera similar, países con grandes superávit en su cuenta corriente, eran vistos por el mercado como candidatos a la revaluación. En este caso, sus bancos centrales se verían desbordados por las reservas oficiales resultado de vender la moneda nacional en el mercado de divisas para evitar su apreciación. Un país en esta posición se enfrenta al problema de tener un crecimiento incontrolable de su oferta monetaria, situación que podría empujar al alza el nivel de precios y alterar el equilibrio interno. Las crisis de las balanzas de pagos se hicieron más frecuentes y más fuertes durante los años sesenta y comienzos de los setenta. Un record en el déficit de la balanza comercial británica a principios de 1964, condujo a un periodo de especulación intermitente contra la libra que complicó la política económica británica hasta noviembre de 1967, cuando la libra fue finalmente devaluada. Francia devaluó el franco y Alemania revaluó el marco en 1969, después de ataques especulativos similares. Estas crisis se convirtieron en tan importantes a principios de los setenta que, de hecho, colapsaron la estructura de tipos de cambio fijos de Bretton Woods. Los acontecimientos que condujeron al colapso del sistema los veremos más adelante en este mismo apartado. La política monetaria de los Estados Unidos contribuyó, sin duda, a la inflación en el extranjero, por su efecto directo sobre los precios y sobre la oferta monetaria. Ayudó a hacer naufragar el sistema de tipos fijos al colocar a los responsables de la política económica extranjeros ante la alternativa de escoger entre éstos o la inflación importada. Además, la política fiscal estadounidense que hizo necesaria la devaluación del dólar, también ayudó a la inflación en el extranjero al proporcionar mayores incentivos a los flujos de capital especulativos que abandonaban el dólar. La política fiscal de los Estados Unidos de los últimos años sesenta debe ser considerada como una causa adicional de la caída del sistema de Bretton Woods. De esta manera, el colapso del sistema de Bretton Woods se debió, en parte, al desequilibrio macroeconómico de los Estados Unidos, pero también fue debido al hecho de que la herramienta clave de la política de desviación del gasto necesario para el equilibrio interno y externo -esto es, ciertos ajustes del tipo de cambio- inspiraba ataques especulativos, que hacían que tanto el equilibrio interno como el externo fueran progresivamente más difíciles de conseguir. Los artífices del sistema de Bretton Woods habían tenido la esperanza de que su miembro más poderoso vería mas allá de sus objetivos puramente nacionales y adoptaría políticas dirigidas al bienestar de la economía mundial en su conjunto. Cuando a mediados de los años sesenta, los Estados Unidos se mostraron incapaces de soportar esta responsabilidad, el sistema de tipos de cambios fijos se deshizo. El fin del régimen de cambios fijos En efecto, como el dólar era el mayor instrumento de la liquidez internacional, ya desde los años cincuenta y en el transcurso de la década de los sesenta aparecieron los problemas de liquidez que hicieron necesario crear como nuevo instrumento de reserva a partir de 1969: los Derechos Especiales de Giro emitidos por el FMI. Pero el problema paso a ser que no todos los países tenían igualdad de derechos y obligaciones, lo que unido a los propios problemas norteamericanos (malas cosechas, efectos inflacionistas de la guerra de Vietnam, necesidad de devaluar el dólar, etc.) llevó a los EEUU a suspender en 1971 la convertibilidad del dólar en oro, dando lugar a ajustes cambiarios que llevaron a la ruptura de uno de los principales pilares del SMI surgido en Bretton Woods, a consecuencia de la falta de liquidez y de confianza, así como de la necesidad de un ajuste cambiario. Durante un par de años más el SMI siguió teniendo formalmente al dólar como patrón, hasta que en 1973 se decidió permitir la libre flotación de las monedas en los mercados de divisas. La situación no ha cambiado desde entonces. Lo ocurrido en las más de tres décadas posteriores confirma que era inevitable la pérdida de referencia del oro y del dólar, pues los EEUU han incurrido en persistentes déficit por cuenta corriente, hasta el punto de convertirse en mayor deudor mundial que la suma de todos los demás países en vías de desarrollo y con problemas de balanza de pagos que les han llevado a incrementar también considerablemente la deuda, lo que ha causado desde principios de los años ochenta periódicos episodios de suspensiones de pagos y consiguientes renegociaciones e impagos de la deuda. Pero el sistema ha sobrevivido gracias a las sucesivas reformas del FMI y, sobre todo, a que EEUU ha encontrado siempre crédito para mantener su hegemonía económica, tecnológica, cultural, militar e incluso política, primero con los superávit europeos (sobre todo alemanes), luego con los de Japón, y desde los años noventa en que ambas economías han atravesado también problemas con otros países asiáticos, tarea financiadora a la que en los últimos años se han sumado China (cuyas reservas rondan los 800.000 millones de dólares) e incluso recientemente la India (cuyas reservas llevan camino de los 200.000 millones de dólares). Por eso el euro, el yen, el yuan (cuya revaluación reclaman desde hace años sin éxito los EEUU),y ahora la rupia india, han erosionado la hegemonía del dólar. El régimen de flotación Entre tanto, e instalado el mundo desde los años setenta en un patrón fiduciario, las reformas instrumentadas en el SMI desde el FMI no acabarían en la de los DEG de 1969 para mantener tipos fijos. En 1975 hubo acuerdos para el aumento de las cuotas del FMI un 32,5%, abolición del precio del oro y reajuste de las reservas de oro y en 1978 hubo que pasar de tipos de cambio fijos a flexibles o múltiples, con el fin de desmonetizar el oro, que desaparece como activo de reserva, mientras que en 1992 el FMI se dota del poder de suspender los DEG a los países que no cumplen sus obligaciones. De ahí que el FMI, surgido con los objetivos centrales de regular el funcionamiento del SMI y ayudar a los países pobres con problemas en balanza de pagos, haya tenido que reajustarse en función de los problemas de cada etapa, para encajar los desafíos del derrumbe del sistema de paridades de Bretton Woods, las crisis del petróleo en los setenta, la crisis de la deuda de los años ochenta y las perturbaciones de los mercados asiáticos emergentes en la década de 1990, el colapso de las economías estatistas de Europa oriental y ahora los problemas de los países pobres muy endeudados (FMI, Libro 45 de Organización y operaciones financieras del FMI, Fondo Monetario Internacional, 2001). Hoy lo integran 184 países con cuotas por valor de 312.000 millones de dólares (al 31 de agosto de 2005) y préstamos pendientes de reembolso por 71.000 millones a favor de 82 países, de los cuales 59 reciben préstamos por 10.000 millones en condiciones concesionarias. Mientras que algunas voces claman por su desaparición, siguen siendo necesarias funciones que se le atribuyeron al nacer como fomentar la cooperación monetaria internacional, facilitar la expansión y el crecimiento equilibrado del comercio internacional, fomentar la estabilidad cambiaria, coadyuvar a establecer un sistema multilateral de pagos y poner a disposición de los países miembros con dificultades de balanza de pagos (con las garantías adecuadas) los recursos de la institución. El penúltimo presidente, el español Rodrigo Rato, ha propuesto algunas reformas para atender la necesidad de dar una nueva orientación al asesoramiento que a sus miembros, nuevos rumbos en sus tareas de supervisión para corregir desequilibrios, la mejora de su función en las economías emergentes (prevención de las crisis y respuesta a las mismas), más eficaz participación en los países de bajo ingreso. y la actualización del propio Gobierno del FMI, sin olvidar el Fortalecimiento de las capacidades. El SMI hoy y en el futuro Las dudas sobre si esto será suficiente permanecen, mientras el valor de los intercambios diarios de divisas, multiplicado por cien en quince años, será al menos trescientas veces mayor que el del comercio mundial en el espacio de 30 años. Igualmente, los intercambios de activos financieros, que habrán pasado de cinco billones de dólares en 1980 a 83 billones hacia el año 2000 (tres veces el PIB de la OCDE), aumentarán todavía más. Las transacciones en bonos del Estado habrán pasado en el mismo intervalo de 30.000 millones a ocho billones de dólares, y los créditos bancarios internacionales de 24 billones de dólares a 50 billones hacia el año 2005. En conclusión, sin una moneda universal2 o moneda internacional3 cuyo advenimiento aporte soluciones duraderas a la actual economía de casino, en cualquier momento puede aparecer una enorme crisis financiera que mine el crecimiento mundial mucho más de lo que lo hizo en etapas pasadas. Ya en 1987, The Economist planteó que, hacía el año 2017, debería haber una moneda mundial,,4 por ejemplo el Fénix (ave mitológica que siempre renace de sus cenizas), pasando por un período de zonas meta, con tipos de cambio en una banda estrecha para estabilizar los cambios entre las cinco divisas que en las próximas décadas tendrán economías con cuotas similares y podrán disputarse la hegemonía del SMI: dólar, euro, yen, yuan, y rupia