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Historia de la Cultura Ecuatoriana


José María Vargas (O.P.)



Cubierta de la obra

Portada de la obra



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ArribaAbajoIntroducción

Hace muchos años me dejé impresionar por la lectura de las Reflexiones sobre la Historia del Mundo de Jacob Burckhardt. En su afán de comprender la realidad histórica, insinuaba el estudio de la Religión, la Cultura y la Política, tres factores principales, cuya eficiencia y mutuas relaciones, permitían adivinar las causas secretas que determinan el proceso y cambio de la Historia. El mismo Burckhardt aplicó este criterio a su Historia del Renacimiento Italiano.

Desde entonces acá se han aumentado los puntos de vista para abarcar la realidad histórica, se han utilizado nuevos métodos de interpretación, se ha organizado una historiología. Sobre todo, se ha impuesto el término Cultura, como el más adecuado para traducir el proceso de la Historia, tanto que hoy en día la llamada Historia Universal se ha convertido en Historia de la Cultura. ¿Cuál es, en este caso, el significado de la palabra Cultura? Un sentido, de origen germano, entiende como el conjunto de individuos que a lo largo del tiempo, en un espacio determinado, han poseído una misma concepción de la vida. Historia de la Cultura sería, según esto, el proceso histórico de un pueblo, juzgado por sus creaciones espirituales. Otro sentido, de origen francés,   —8→   entiende por cultura el conjunto de hechos de un pueblo, que pueden ser comprendidos por el historiador en testimonios, es decir, en hechos presentes significativos. Como es fácil comprender, estos dos sentidos se interfieren y completan. La Cultura histórica de un pueblo implica su cultura espiritual reflejada en la objetividad de los hechos humanos.

Ahora bien, ¿qué es lo que confiere al hecho humano su significación histórica? Supervivencia. El hecho pasado perdura en el presente en cuanto moldea nuestro ser y nuestro ambiente. Y a los hechos poseedores de relación hacia el futuro les llamamos testimonios, que permiten al historiador forjar la Historia subjetiva.

Morfología de la Cultura se denomina ahora el estudio de las formas culturales en que se manifiesta un pueblo. Descubrir en testimonios fehacientes las creaciones espirituales de un país en su proceso evolutivo es trazar su Historia, en el mejor sentido de esta palabra.

El compuesto humano señala la jerarquía de las formas que determinan su realce. Maritain reduce a un triple aspecto el fin natural del hombre. El primero es el dominio sobre la naturaleza y la conquista de la autonomía para la humanidad, en cumplimiento de las palabras que se leen en el Génesis: «Y Dios los bendijo diciendo: Creced y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla, y reinad sobre los peces del mar, y las aves del cielo y toda creatura viviente que se mueve sobre la tierra». (I, 28).

Lamartine formuló en palabras sencillas este primer número del programa de la vida humana: «Nuestro deber primero, vivir y hacer en lo posible feliz la vida de los que nos rodean».

Esta primera etapa de dominio de la naturaleza física provoca la investigación y desarrollo de las ciencias naturales y la técnica, que contribuyen a la economía de la vida humana.

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El segundo aspecto es el desarrollo de las actividades inmanentes o espirituales, que florecen en los varios grados de conocimiento, desde las ciencias del espíritu hasta la filosofía y la actividad creadora del arte.

El tercer aspecto abarca la manifestación de todas las potencialidades de la naturaleza humana.

Sobre este orden natural, compenetrándose con él y elevándolo, se ofrece el orden sobrenatural, fuente de nuevas manifestaciones de realce, que culminan en la Teología.

Desde la sugestión de Burckhardt pensé en la posibilidad de interpretar el proceso histórico del Ecuador al través de las manifestaciones culturales. La idea se ofrecía tanto más halagadora y necesaria, cuanto que nuestro máximo historiador, el excelentísimo señor González Suárez, había consagrado el último tomo, como mero apéndice de su Historia General, al aspecto de la Cultura.

Lecturas, observación de testimonios, apuntes marginales, meditaciones, han ido convirtiéndose lentamente en el presente volumen, que lleva un título, acaso pretencioso, pero sugerente.

Los hechos de realce cultural ecuatoriano aparecen en la educación del pueblo, en las manifestaciones de arte, en el aporte a los conocimientos científicos, en las obras literarias, en la conciencia de su vida histórica. En estos testimonios puede apreciarse el proceso evolutivo del pueblo ecuatoriano en su afán de realce cultural. La Cultura histórica del Ecuador, los hechos, perpetuados en testimonios perviven en el presente, constituyen un patrimonio colectivo, modelan el ambiente en que se van sucediendo las generaciones. Al tiempo se le ha comparado con un río. El instante que pasa se conecta con el presente y éste con el futuro en conexión ininterrumpida, como las gotas de agua de una   —10→   corriente. En la de la Cultura van sumándose tributos de nuevas formas que acrecientan el caudal para las generaciones del porvenir.

En la Historia de la cultura no hace falta dividir su proceso por edades. Puede la Política advertir un cambio social con el hecho de la Independencia. La Cultura sigue su camino, indiferente a cuanto no implique una manifestación de formas nuevas.

El método de ordenar la relación al compás del tiempo ha dado por resultado una aparente disgresión hacia aspectos que se completan tan sólo en el conjunto. Un índice de materias facilitará al lector la comprensión de los factores que han intervenido en la integración de nuestra cultura.

El libro es un ensayo que estimulará a los ecuatorianos al estudio de la historia de la Patria.





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ArribaAbajoCapítulo I

Primeras manifestaciones de realce cultural



ArribaAbajo La Primera Generación de Quito

Fueron 204 españoles que se inscribieron en el primer padrón, como vecinos y fundadores de la ciudad de Quito. Este número determinó el urbanismo primitivo, planificación del espacio habitable, donde cada conquistador tuvo un lugar señalado por el Cabildo. Ya en esta distribución primera se valorizó el mérito de los ciudadanos en la organización social. A quienes habían servido con plata y persona se les asignó doble solar en la urbe, estancia de cultivo en el campo, y título de encomienda sobre indios tributarios. Estos capitanes de a caballo fueron normalmente los designados para funcionarios de la administración civil. Los demás, de conquistadores se convirtieron en profesionales de todas las actividades sociales. Para ellos el Cabildo fue señalando el arancel de su trabajo. Se organizaron en gremios para mejor satisfacer las urgencias de la vida colectiva, como albañiles, carpinteros, curtidores, zapateros, herreros, silleros, sastres y plateros.

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No consta en el padrón de fundadores el nombre de mujer alguna. El 4 de marzo de 1542, el capitán Alonso Hernández, Procurador por el Cabildo de Quito ante la Corte, hizo presente al Emperador que «muchos vecinos de Quito encomenderos estaban casados en España y tenían, sus mujeres e hijos y algunos de ellos estaban amancebados con las indias». En consecuencia, consiguió una cédula real que mandaba a los que eran casados trasladasen sus mujeres a Quito en el plazo de tres años. Rodrigo Núñez de Bonilla y Alonso Bastidas hicieron venir de Méjico a sus novias, María de la Cueva e Isabel de la Cueva, que habían formado parte del cortejo de doncellas nobles que don Pedro de Alvarado trajo a la Nueva España en compañía de su mujer doña Beatriz de la Cueva. Gonzalo Días de Pineda casó con doña Beatriz, hija de Pedro de Puelles. Diego de Torres contrajo matrimonio con Isabel de Aguilar. Pedro Martín Montanero desposó con María Jaramillo. De estos enlaces de padres españoles nacieron los primeros criollos quiteños. A propósito de estos matrimonios cabe recordar el episodio narrado por Garcilaso de la Vega. Cuando llegó don Pedro de Alvarado a Huahutimallan con las doncellas destinadas a los conquistadores, se hicieron fiestas de presentación y regocijo. «En una de ellas acaeció, que mirando un sarao que había, las damas miraban la fiesta desde una puerta que tomaba la sala a la larga. Estaban detrás de un antepuerta, por la honestidad y por estar cubiertas. Una de ellas dijo a las otras: "Dicen que nos hemos de casar con estos conquistadores". Dijo otra: "¿Con estos viejos podridos nos habíamos de casar? Cásese quien quisiere, que yo, por cierto, no pienso casar con ninguno de ellos. Dolos al Diablo: parece que escaparon del infierno, según están estropeados: unos cojos y otros mancos, otros sin orejas, otros con un ojo, otros con media cara y el mejor librado la tiene cruzada una y dos y más veces". Dijo la primera: "No hemos de casar con ellos por su gentileza, sino por heredar los indios que tienen, que, según están viejos y cansados, se han de morir presto, y entonces podremos escoger el mozo que quisiéramos en lugar   —13→   del viejo, como suelen trocar una caldera vieja y rota por otra sana y nueva"».

Esta previsión femenina se convirtió en realidad. Además de los ya mencionados, Catalina Calderón, viuda de Alonso de Castro, casó con Diego Sandoval; Beatriz Díaz de Pineda, con Juan de Illanes y después con Francisco de Campos; Isabel de Aguilar, con Rodrigo de Paz; María Jaramillo, con Alonso de Paz. Algunos criollos huérfanos heredaron la encomienda de sus padres: algunas viudas traspasaron la herencia a sus segundos maridos.

La estadística de encomenderos de la Relación de 1573, anota a muchos ya difuntos y detalla los nombres de los herederos que estaban en tutela. A estos les convenía el nombre de CRIOLLOS, hijos de padres españoles, pero nacidos en suelo americano.

No pocos encomenderos y conquistadores habían mezclado su sangre con la nobleza incaica. Diego de Sandoval, antes de casarse en Popayán con mujer española, dio su mano en Quito a una coya, hija de Huayna Cápac. Rodrigo de Salazar se casó con Ana Pella, hija de Mango Inga. Diego de Gutiérrez Medina se desposó con Isabel Atabalipa, hija de Atahualpa. Diego Lobato aceptó por su mujer a Isabel Jarapalla, cuzqueña, una de las más distinguidas mujeres de Atahualpa. El Cabildo de Quito, del 4 de diciembre de 1540, aceptó por Alguacil Mayor de la Ciudad, a Francisco Pizarro, hijo natural de Gonzalo Pizarro. Estos matrimonios legítimos de español con indias procrearon a los llamados MESTIZOS, que llevaban consigo la hibridez de sangre. En esta clase hay que hacer intervenir a casi todos los fundadores de la ciudad que comenzaron a ejercer la artesanía. La Relación de 1573 cita, como caso de excepción, el de un albañil González que cambió de posición social, casándose con la viuda del encomendero Antón Díaz.

Fuera de estos mestizos, nacidos de matrimonio, había muchos otros de enlace ilegítimo, que componían la naciente sociedad. El elemento indígena constituía el núcleo más abundante de la población. La Relación anónima de 1573 anota, refiriéndose   —14→   a toda la Provincia: «Habrá en esta Provincia más de treinta mil indios casados y todos bien tratados sus personas, porque se visten de ropa de algodón y lana y como hay tantas ovejas de Castilla, se aprovechan de la lana para sus vestidos, aunque la mayor cantidad de ropa es de algodón que siembran en tierra caliente y es su rescate en esta ciudad». De este número había muchas familias indígenas establecidas en la ciudad, cuyos matrimonios habían sido ya bendecidos por la Iglesia.

De 1534 a 1552 había tiempo suficiente para formar la primera generación, compuesta de criollos, mestizos e indios, que reclamaban la atención educativa de la nueva sociedad organizada.




ArribaAbajo Colegio de San Juan Evangelista

Juan Griego fue el primer maestro que enseñó a leer y a escribir a criollos y mestizos, a costa de los padres de familia. Como su gentilicio lo indica, fue originario de Grecia. Se estableció en Quito a raíz de la conquista. Asentó plaza de mercader y se comprometió a enseñar las primeras letras. Más tarde, para sacarlo de Quito, se le acusó de haber intervenido en la rebelión de Gonzalo Pizarro. En su defensa pudo alegar el testimonio de fray Jodoco Ricke, fray Pedro Gocial y de algunos de sus discípulos. Estos manifestaron que su maestro les adiestró en lectura y escritura en la Catedral, que a falta de sitio adecuado, sirvió de iglesia y de escuela1.

Con la venida del ilustrísimo señor Díaz Arias a Quito se sintió la necesidad de una casa de escuela aparte.

Reclamado el local por el Obispo y de acuerdo con él, se hicieron   —15→   cargo de la enseñanza los padres de San Francisco, desde 1551. De la etapa inicial de esta nueva docencia hay un testimonio de Alonso Trelles, funcionario real que pasó por Quito en enero de 1552, que dice: «La instrucción y doctrina de los naturales de esta tierra he visto que se hace muy bien mediante el cuidado que el Obispo y los Religiosos de la Orden de san Francisco que en esta Provincia residen se pone [...] Es la doctrina en la iglesia y monasterio y en los pueblos principales de indios hay frailes que con gran voluntad y buen ejemplo entienden en esto. El postrero día de Pascua de Navidad que ahora pasó vi bautizar en el Monasterio de San Francisco cien muchachos poco más o menos; todos ellos saben muy bien la doctrina cristiana y hay otros muchos que saben leer y escribir y según sus principios y el buen entendimiento que la gente de esta tierra tiene, se cree que han de aprovechar mucho, como haya perseverancia con el cuidado y diligencia que al presente».

Del texto de este dato hay que subrayar el aprecio de la capacidad mental que demostraba esta primera generación de quiteños. A esta sazón vino como custodio del Convento de San Francisco, el padre Francisco de Morales, espíritu organizador que fundó el primer centro de enseñanza, con el nombre de Colegio de San Juan Evangelista. Después de cinco años de funcionamiento de este plantel, el padre Morales levantó una información, el 3 de julio de 1557, ante el gobernador Gil Ramírez Dávalos, con el objeto de obtener una ayuda económica para continuar la obra de la educación de la niñez quiteña. De la respuesta que dieron los testigos, se deducen los detalles de la organización de este primer Colegio.

Estaba destinado de preferencia a los naturales, luego a los pobres mestizos y españoles huérfanos, «o de otra cualquiera generación que sean». Los profesores eran de ordinario dos religiosos que enseñaban, respectivamente, el arte de la gramática y el arte de canto llano y órgano y a leer y a escribir a todos los alumnos. La enseñanza era gratuita. Aparte de este alumnado, había   —16→   en Quito muchos hijos de españoles que habían quedado huérfanos, a los cuales se podía dar educación si la autoridad civil ayudaba a la economía del plantel2.

Desde el principio esta iniciativa franciscana halló la voz de aliento tanto del Virrey como del Obispo. Fray Francisco de Morales escribió al respecto a Carlos V, el 13 de enero de 1552: «para hacer esto tenemos, por la gracia de Nuestro Señor y diligencia de Vuestra Alteza, todo el favor acá posible con el virrey don Antonio de Mendoza y con el Obispo de Quito, el cual, como verdadero Obispo, en persona cada fiesta doctrina los indios cuyo pastor es, y en todo lo demás que a su oficio toca, ninguno pudiéramos desear, ni más cuidadoso ni más religioso»3. Cosa de seis años duró el Colegio de San Juan Evangelista merced al heroico esfuerzo de los padres franciscanos. Pero la obra no podía continuar sin respaldo económico. El padre Morales, durante su custodianía, pudo darse cuenta de que aumentaban los alumnos con el proceso de los grados y crecían los gastos de parte de la Comunidad.

Uno de los testigos afirmó que los religiosos tenían que imponerse privaciones para poder sostener el Colegio.

La información de julio de 1557 era un reconocimiento de la labor realizada y un reclamo de ayuda para continuar la obra. Debió verificarse esta probanza de común acuerdo entre el padre Morarles y Gil Ramírez Dávalos. Era el requisito legal para justificar las inversiones del tesoro real. Antes de ausentarse de Quito, procuró el padre Morales dejar asegurada la vida del Colegio por él fundado, al iniciar el gobierno de la Custodianía franciscana de Quito.



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ArribaAbajoEl Colegio de San Andrés

El cambio de nombre del Colegio franciscano se debió posiblemente al deseo de interesar, a favor del plantel, al virrey don Andrés Hurtado de Mendoza. Al fundar la ciudad de Cuenca, Ramírez Dávalos impuso ese nombre en homenaje al mismo Virrey, que había nacido en Cuenca de España. En una probanza posterior se alude al Acta de fundación del nuevo Colegio reorganizado, a nombre del Virrey. Había, además, una razón más profunda. A la Corte de Carlos V había llegado una queja de los padres de San Francisco de que tanto el obispo Díaz Arias, interesado al principio en el Colegio, como el Cabildo de Quito, querían intervenir en la dirección interna del plantel como también en el cambio de lugar de la enseñanza. Mediante cédula de 13 de septiembre de 1555, el Emperador tomó por su cuenta el patronazgo y conservación del Colegio, declarándolo Colegio de patronato real4. El cambio de nombre significó, pues, la transformación del Colegio particular de San Juan Evangelista en el Colegio oficial de San Andrés.

El Marqués de Cañete, no bien llegado a Lima (29 de junio de 1556), había asignado por dos años seiscientos pesos en tributos vacos al Colegio Franciscano de Quito5. La encomienda vacante había sido de Martín Aguirre. Como más tarde el Conde de Nieva concedió la encomienda a Francisco Ponce, ordenó que los trescientos pesos señalados para el Colegio se tomasen de los fondos de la hacienda real. La subida de Felipe II al trono redundó también en beneficio del Colegio. Con este motivo se hizo gracia de la vida a un esclavo negro llamado Francisco, condenado a muerte por haber militado en las banderas del insurgente Hernández Girón. Se sacó a remate al negro y se hizo de él Sebastián de Santisteban por la cantidad de trescientos ochenta pesos,   —18→   que fueron asignados a la economía del Colegio de San Andrés6. Además de estas entradas oficiales, no faltaban donativos de los vecinos y una que otra manda de personas interesadas en la marcha del Colegio.

Desde el establecimiento del plantel, desempeñó el cargo de administrador Álvaro Camión, quien figura en el cobro de las entregas periódicas que hacían los mayordomos de las Cajas Reales. Él dio después testimonio fehaciente de la forma de inversión de los fondos del Colegio.




ArribaAbajo Profesorado y Alumnado

El padre Morales en su calidad de Custodio y personaje de visión e influjo social, dio los pasos legales para la fundación del primer Colegio y luego para su reorganización como plantel oficial. Mas el peso de la enseñanza sobrellevaron sus hermanos de hábito y profesores de fuera.

A la cabeza de ellos estuvo fray Jodoco Ricke, con el dinamismo mesurado y eficaz de su carácter flamenco. A él se debió la construcción del local y la orientación práctica de la enseñanza. Protagonizándole en la acción conjunta del magisterio, se dijo de él que «enseñó (a los indios) a arar con bueyes, hacer yugos, arados y carretas [...] la manera de contar en cifras de guarismo y Castellano [...] a leer y escribir [...] y tañer los instrumentos de música, tecla y cuerdas, sacabuches y cheremías, flautas y trompetas y cornetas y el canto de órgano y llano»7. Se le tuvo por astrólogo y profeta, por la previsión de los efectos que de la enseñanza habían de redundar en la organización social.

Junto a fray Jodoco estaba su compatriota fray Pedro Gocial,   —19→   a quien llama fray Pedro Pintor, el Obispo Lizárraga8. Efecto de su enseñanza fue el que los alumnos salieran «perfectos pintores y escritores y apuntadores de libros».

Al lado de estos religiosos hay que colocar al maestro indígena Jorge de la Cruz Mitima y a su hijo Francisco Morocho, quienes, desde 1548, dirigieron la construcción del templo y convento franciscanos. El simple ejercicio de la obra de albañilería, previos el labrado de la piedra, la hornada de ladrillos, las proporciones de la mezcla y el trabajo constructivo, era una enseñanza práctica a la curiosidad natural de los alumnos.

De los padres dedicados al profesorado constan los nombres de fray Francisco Morillo y fray José de Villalobos, que enseñaban Gramática y a leer y escribir a los estudiantes.

De fuera del convento se mencionan los nombres de Becerra, profesor de canto; Andrés Lazo, maestro de canto y tañido de chirimías, flautas y tecla; el Bachiller Agustín Vega, profesor de Gramática; al que sucedieron Alarcón, Baltasar Núñez y el bachiller Ovando. A todos estos se les pagaba de los fondos del Colegio.

El alumnado lo formaban en su mayoría los indios, luego los mestizos y los criollos huérfanos. Inspirados por la Religión, los Franciscanos procuraron en su Colegio fomentar la compenetración de las clases sociales, que daría a la ciudad de Quito un sentido de comprensión y convivencia respetuosa. Diez años habían transcurrido de la inauguración del Colegio de San Andrés y pudo ya ponerse en evidencia el resultado de la enseñanza. Cuando en 1568, fray Juan Cabezas de los Reyes consiguió que la Audiencia de Quito secundara la obra docente del plantel franciscano, pudo presentar un grupo selecto de indios capacitados para el magisterio. Bajo la dirección de fray Juan de Obeso, se comprometieron Diego Gutiérrez, indio natural de Quito para la enseñanza de canto, escritura y tañido de tecla y flautas; Pedro Díaz, nativo de   —20→   Tanta, para canto llano, órgano, lectura, escritura, y tañido de flautas y chirimías; Juan Mitima, indio de Latacunga, para canto y tocado de sacabuches; Cristóbal de Santa María, natural de Quito, para canto, lectura y tañido de instrumentos. A estos maestros de enseñanza ordinaria se les dieron por ayudantes a Juan Oña, natural de Cotocollao; Diego Guaña, indio de Conocoto; Antonio Fernández, nativo de Guangopolo y Sancho, natural de Pizoli. Este hecho demuestra la atención que en la enseñanza se dio a la clase indígena, cuya capacidad se puso de relieve al cabo de tan poco tiempo. Además, hay que destacar el acierto del apostolado franciscano en elegir para internos del Colegio a los hijos de los caciques. Estos alumnos ya formados debían ser los mejores auxiliares de los Doctrineros, en la obra de cultura y evangelización del indio. Como prueba de la eficacia de este método se cita el caso del indio Cristobalico, natural de Caranqui, que enseñó a sus padres la doctrina cristiana y los trajo a Quito para que se bautizasen, consiguiendo que Bartolomé Ruiz hiciese de padrino. Al mismo respecto viene bien el testimonio del obispo fray Reginaldo de Lizárraga, que recibió la tonsura del obispo Díaz Arias. «El sitio del Convento, dice, es muy grande, en una plaza de una cuadra delante del, a donde incorporado con el convento tenían [...] un Colegio, así lo llamaban, do enseñaban la doctrina a muchos indios de diferentes repartimientos, porque a la sazón no había tantos sacerdotes que en ellos pudiesen residir como ágora; demás de les enseñar la doctrina les enseñaban también a leer, escribir, cantar y tañer flautas; en este tiempo las voces de los muchachos indios, mestizos y aún españoles eran bonísimas; particularmente eran tiples admirables. Conocí en este Colegio un muchacho indio llamado Juan, y por ser bermejo de su nacimiento le llamaban Juan Bermejo, que podía ser tiple en la capilla del Sumo Pontífice; este muchacho salió tan diestro en el canto de órgano, flauta y tecla, que ya hombre le sacaron para iglesia mayor, donde sirve de maeso de capilla y organista: deste he oído decir que llegando a sus manos las obras de Guerrero, de   —21→   canto de órgano, maeso de capilla de Sevilla, famoso en nuestros tiempos, le enmendó algunas consonancias, las cuales venidas a manos de Guerrero conoció su falta»9.

De los mestizos educados en el Colegio de San Andrés, algunos de ellos aspiraron al sacerdocio. El ilustrísimo señor fray Pedro de la Peña informó que había ordenado hasta ocho candidatos, que llegaron, por su conducta y competencia, a ser los mejores ministros de la Iglesia quiteña de la segunda mitad del siglo XVI.




ArribaAbajoReorganización del Colegio en 1568

El éxito del Colegio en la segunda etapa de su acción dependió en gran parte de la ayuda económica del Gobierno. La muerte del Conde de Nieva ocasionó el desempeño interino del mando por parte del licenciado García de Castro, Presidente de la Audiencia de Lima, quien suspendió al Colegio de Quito la subvención de los trescientos pesos con que se le favorecía. Al mismo tiempo la creación de la Audiencia de Quito dio margen a una nueva organización de la forma total del Gobierno político. De hecho quedó el plantel privado de fondos para pago de profesores y gastos en el sustento de los internos y en el material didáctico. En consecuencia hubo el Colegio de decaer en su marcha y correr el peligro de extinguirse y casi desaparecer.

Ventajosamente fue nombrado, en 1565, Guardián del Convento de Quito el padre fray Juan Cabezas de los Reyes, quien asumió la tarea de rehabilitar el Colegio. El 15 de noviembre escribió a Felipe II, dándole a conocer la situación lamentable del plantel hasta hacía poco floreciente y suplicando su regia intervención ante la Audiencia, recientemente establecida en Quito. Esta petición surtió su efecto. El 10 de febrero de 1567, el Rey despachó desde Madrid una cédula, en que ordenaba a la Audiencia   —22→   de Quito le informase sobre el asunto y entretanto diese al Colegio la ayuda que juzgase conveniente. A esta circunstancia se debió la probanza que hizo el padre Cabezas de los Reyes el 5 de abril de 1568, que consiguió que el 29 del mismo mes y año la Audiencia destinara, a la reanudación de la marcha del Colegio, la cantidad de cuatrocientos pesos.

De esta suma se destinaron cien pesos para cartillas, libros de lectura, papel, tinta y libros de canto; otros cien para sostenimiento de los internos y los doscientos restantes para el pago a los profesores. Esta vez el magisterio estuvo en casi su totalidad a cargo de los indios formados en el mismo Colegio. El 29 de mayo de 1568 se firmó el contrato entre el padre de los Reyes y diez maestros indígenas, que reemplazaron a los profesores españoles.

El prospecto que se redactó para esta nueva etapa de enseñanza consultaba todos los detalles de una reorganización completa. Ante todo el ideario del plantel. No podía justificarse el dominio español sino por la conversión de los indios. Ahora bien, «en cuarenta leguas alrededor de la ciudad, había más de veinte diversidad de lenguas y muchos de estos indios no entendían la lengua general de estos reinos». Para atender esta realidad, no había mejor medio que concentrar en el Colegio a indios seleccionados de las diversas provincias, para educarlos a fin de que pudiesen servir de auxiliares del Doctrinero y maestro de sus respectivos núcleos familiares. La enseñanza debía proporcionárselos en quichua y también en castellano, para mejor comprensión de la doctrina cristiana y facilidad de transmisión a los demás indios.

En treinta y cuatro años que habían pasado desde la conquista, con su secuela de luchas civiles entre españoles y maltrato a los indios, no se podía disimular el recelo y retraimiento que guardaban los naturales contra los españoles conquistadores. Había que darles «a entender a los señores naturales desta tierra como el Rey por lo mucho que les quería hacía este Colegio para que sus hijos aprendiesen a leer y fuesen hombres. De este modo   —23→   se les quitaría mucha parte del odio y tomarían amor con su Majestad viendo que en el dicho Colegio les enseñaban a sus hijos». De acuerdo con este ideal se formuló tanto el orden de materias como el horario de enseñanza.

Internos y externos se reunían a la salida del sol para iniciar las clases. Comenzaban con la recitación en voz alta de la Doctrina Cristiana y luego los que ya sabían leer rezaban a coros el Oficio de la Virgen hasta nona. En seguida se distribuían a las clases para estudiar, según los días de la semana, catecismo, lectura, escritura, canto, gramática, rudimentos de latín y tañido de instrumentos. A las nueve, al son de campana, se alzaban de las clases y acudían todos a la iglesia a oír la Misa, en que se ejercitaban a acolitar y practicar el canto. Concluida la Misa, salían los externos a almorzar en sus casas y los internos en el comedor del Convento.

El horario de la tarde comenzaba a mediodía con la recitación de la Doctrina y el rezo coral de Vísperas y Completas del Oficio de la Virgen. Luego se repartían los alumnos a las aulas para proseguir el estudio de las materias como en la mañana. El día escolar se cerraba con el canto de la Salve a la puesta del sol. Según las inclinaciones de los alumnos, observa el informe «se les ha enseñado en el dicho Colegio a muchos indios muchos oficios como son albañiles y carpinteros y barberos y otros que hacen texa e ladrillos y otros plateros e pinteros de donde ha venido mucho bien a la tierra y otras cosas así necesarias para su salvación como a su pulicía»10. Mientras funcionaba el Colegio, fray Jodoco dirigía la construcción de la iglesia y el tramo principal del Convento. Al mismo tiempo abría el acueducto que desde el sitio Las llagas del Pichincha avanzaba hasta el convento para provisión de agua propia a la pila, huerta y dependencias de la casa. El mismo fray Jodoco fue el constructor del reloj que señalaba las horas y un hermano lego armó los primeros   —24→   órganos para las iglesias de la ciudad. El Colegio de modo casi espontáneo se convirtió, pues, en centro de enseñanza primaria y en escuela de artes y oficios.

En la probanza de 1568 atestiguaron el éxito social del Colegio, no sólo los principales señores de Quito, sino el arcediano Rodríguez de Aguayo y el prior de Santo Domingo, fray Domingo de Valdés.




ArribaAbajoFin del Colegio

La última etapa del Colegio duró trece años. Desde 1551 a 1581 habían transcurrido tres decenios en que los padres de San Francisco sostuvieron el plantel a costa de labor heroica. La ayuda de las cajas reales era escasa y dependía de la voluntad no siempre favorable de los funcionarios. A la escasez económica se sumó la actitud de los Obispos, que reclamaban la asistencia de los indios a la iglesia Catedral y el reemplazo en las Doctrinas de los padres Franciscanos con elementos del clero secular. Además, a partir de 1568, el obispo de la Peña había distribuido las parroquias y doctrinas de la Diócesis de Quito, señalando a los Franciscanos treinta y siete en el callejón interandino. Este servicio religioso requería personal que naturalmente debía salir del Convento Máximo. Quizá se deba a esto la resolución de los Comisarios de deshacerse de la obligación del Colegio que demandaba personal estable en Quito.

Se explica de este modo el alcance de la siguiente carta escrita el 28 de febrero de 1581 a Felipe II por el licenciado Diego de Ortegón. «En el Convento de San Francisco desta ciudad estaba fundado un Colegio de indios por orden y mandato de Vuestra Majestad, en que eran enseñados a leer, escribir, cantar y tañer y otras buenas artes, doctrina y policía y los frailes de San Francisco lo han dexado agora en estos días por causas y motivos que para ello tuvieron. Y porque tan buena obra no cese esta   —25→   Audiencia lo encargó a los religiosos de la Orden de San Agustín desta ciudad, los cuales la aceptaron y tomaron a su cargo y la posesión de él, por estar más desocupados que los de San Francisco ni otra Orden. Halo contradicho el Obispo pidiendo se pasase este Colegio a la iglesia mayor desta ciudad y pretende ocurrir a suplicarlo a Vuestra Majestad. Vuestra Majestad será servido mandar se deniegue al Obispo esta su pretensión y se confirme lo hecho por la Audiencia; porque de tener este Colegio a cargo de los religiosos que está dicho se esperan muchos buenos frutos como se ve y se ha visto en las doctrinas de naturales que tienen a cargo los religiosos y la falta que hay en la de los clérigos y lo mismo habría en lo del Colegio si clérigos lo tuvieran a su cargo»11.

El traspaso del Colegio de San Francisco a San Agustín, no tuvo más alcance que el cambio de asignación de ayuda de parte de las cajas reales. La entrega se hizo por inventario, en que no constaban sino tres chirimías, cinco cartapacios de música con motetes del maestro sevillano. Francisco Guerrero, ocho cartapacios de manuscritos, nueve vestidos de bayeta para danzas y una caja de libros de romance y cartillas para niños.

La falta de documentos no permite apreciar la labor docente de los padres Agustinos en el Colegio, que de hecho no tuvo continuidad. Al contrario los padres de San Francisco prosiguieron en dar cabida en su convento a los indios que a él acudían como a hogar de confianza, por haber recibido ahí su educación primera y por tener ahí organizadas sus cofradías y entierros. Todavía en 1582 el padre Luis Martínez y en 1585 el padre Juan de Alcocer representaban al Rey el interés que el Convento de San Francisco ponía en instruir a los indios, que no se resignaban a abandonar a padres que los habían formado a costa de tanto sacrificio.

La realidad en el fondo fue que después de dos generaciones   —26→   había cambiado el ambiente de la vida pública. La personalidad enérgica del señor de la Peña organizó la administración de la Diócesis, de acuerdo con las normas del Concilio de Trento. La creación de la Audiencia limitó muchas atribuciones al Cabildo y representó de cerca la autoridad del Rey. Comenzó a tomarse conciencia del sentido de nacionalidad, con el elemento étnico fusionado, merced a la educación que había proporcionado el Colegio de San Andrés. La acción benéfica de los padres de San Francisco debía hacerse presente en adelante en la administración de las doctrinas, donde pudieron continuar aunque en menor escala, su labor de rehabilitación del indio





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