Washington reformula su política exterior ante la amenaza china

El presidente chino Xi Jinping, en el centro, y los miembros del Comité Permanente del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de China.

MAYA KANDEL (MEDIAPART)

La campaña de mitad de mandato ha entrado en su recta final, y el volumen de propaganda política está batiendo récords. Entre anuncios contra la inmigración, a favor del aborto y el aumento de la delincuencia, surge un tema internacional: China.

El lunes 10 de octubre, China también estuvo en el centro del debate entre los dos candidatos al Senado en Ohio, la elección más vigilada del país y que podría determinar la mayoría en las elecciones de noviembre. Y el miércoles, el consejero de Seguridad Nacional Jake Sullivan desveló por fin la estrategia de la administración Biden: en el centro de esta esperada Estrategia de Seguridad Nacional (NSS), de nuevo China.

Por qué China está omnipresente en la publicidad de la campaña de mitad de mandato

China es el único tema internacional que aparece en muchos anuncios de campaña. Es un tema de política exterior cuyas dimensiones internas afectan a los votantes, ya sea la deslocalización de fábricas, el origen de Covid o el trato a los uigures que confeccionan su ropa; es también un tema que une a un público americano cada vez más hostil a Pekín.

En esta campaña, el tema está especialmente presente en los estados del llamado Rust Belt, el cinturón del óxido, ese antiguo corazón manufacturero que ha caído en picado desde los años de Reagan y la globalización acelerada con Clinton. Ese Rust Belt lo forman también los Estados pivote decisivos de las últimas elecciones presidenciales, con Pensilvania, Wisconsin y Michigan. Allí se dan algunas de las más disputadas campañas de estas elecciones intermedias. 

La campaña para el Senado de Ohio es una de las más vigiladas, por varias razones. Van muy igualados y podría determinar el control de esa cámara. Está siendo muy observada sobre todo porque enfrenta al representante demócrata Tim Ryan, congresista desde 2013, un progresista social (más que cultural) respaldado por Alexandria Ocasio-Cortez, a JD Vance, autor del best seller Hillbilly Elegy (Una oda americana), respaldado por Trump y el ala MAGA (Make America Great Again) del partido, y financiado por Peter Thiel, multimillonario de Silicon Valley y uno de los mayores contribuyentes a la campaña de los candidatos MAGA.

En Hillbilly Elegy, que Netflix llevó a la pantalla, Vance relata su infancia en el corazón de los Apalaches, una instantánea del Rust Belt y de todos los males de esa América blanca y rural de las antiguas regiones industriales (hablo de su libro en este artículo sobre el tribalismo). Su evolución política es igualmente fascinante, ya que inicialmente era anti-Trump y luego se convirtió en un cruzado del MAGA. Sus vínculos con los conservadores estadounidenses más radicales, los Conservadores Nacionales de Yoram Hazony, son más preocupantes.

Ohio, que antes era un Swing State (violeta/demócrata), es decir, donde las fuerzas están muy igualadas y el resultado puede resultar determinante en las elecciones presidenciales, es ahora un Estado cada vez más republicano (rojo): votó dos veces a Obama y luego dos veces a Trump. Las encuestas muestran a los dos candidatos al Senado empatados. También es un Estado nostálgico de su glorioso pasado manufacturero, aunque éste se haya ido marchitando desde la década de 1980.

La competencia económica China, la defensa de Taiwán y la dimensión militar fueron planteadas durante el debate Vance-Ryan de principios de semana, un hecho notable e incluso excepcional para un debate entre dos candidatos al Senado. En lo único que coincidieron fue en que la Chips Act, la ley de semiconductores aprobada este verano, era una excelente noticia para Ohio y para garantizar que Estados Unidos dejara de depender de China o de la situación de Taiwán.

Biden acudió además a Columbus para celebrar con toda pompa la aprobación de la ley y el "regreso del Medio Oeste Industrial" (Industrial Midwest is back). Ohio será la sede de la primera planta de semiconductores en el marco de la política industrial de la Ley Chips, y se está construyendo otra en Arizona con ayuda de Taiwán.

Los semiconductores son uno de los productos más estratégicos de este siglo y, sin embargo, Estados Unidos, que en los años 90 producía el 40% de los semiconductores de todo el mundo, ahora sólo produce el 12%, y no los más avanzados, para los que sólo los taiwaneses tienen la tecnología.

La nueva estrategia nacional de Biden

Nunca antes un documento de estrategia internacional había tratado tanto de política industrial, de prioridades internas y del papel del Estado en la economía, y por supuesto de China. No es de extrañar que ésta sea la tercera administración que mira hacia Asia y hace de China su prioridad.

Las políticas de Biden sobre China recoge elementos de las políticas de Obama, pero se construye sobre todo con el legado de Trump. La invasión rusa de Ucrania no distrae la atención, sino todo lo contrario: los ocho meses de guerra, la "asociación ilimitada" entre Pekín y Moscú anunciada dos semanas antes de la invasión rusa en febrero de 2022, las dimensiones económicas del conflicto, todo ello tiene consecuencias para las políticas de la administración Biden sobre China y también explican las palabras del presidente sobre Taiwán.

Los tres elementos de las políticas de Biden sobre China

El legado de Trump, en primer lugar: la presidencia de Trump se construyó sobre el rechazo de los "errores de dos décadas de política exterior de Estados Unidos" y su base ideológica, la creencia de que el libre comercio y la inclusión de rivales en el sistema internacional los convertiría en copartícipes responsables e incluso, idealmente, en democracias liberales. El nuevo documento de estrategia confirma este fracaso, ya desde la introducción firmada por el presidente Biden: "El período posguerra fría ha terminado".

Trump estaba obsesionado con el déficit de EEUU con China, y por eso había iniciado una guerra comercial. Pero le gustaba Xi, como todos los líderes autoritarios, e incluso había encontrado muy aceptable sus políticas sobre los uigures. El Covid lo cambió todo al torpedear su reelección, y en los últimos meses de su administración se aceleraron las medidas anti chinas soltando a sus halcones y asesores más ideológicos sobre China, como Mike Pompeo. En cuanto a Taiwán, Trump, que en un principio no entendía nada, coincidió con los argumentos chinos al principio de su mandato tras las "explicaciones" de Xi Jinping.

Otro elemento importante es el trabajo de redefinición de la política exterior emprendido por los demócratas para entender su derrota ante Trump y la crisis de la política exterior americana. Parte de la respuesta demócrata a la elección y las políticas de Trump ha sido volver a poner la política exterior al servicio de los americanos, enfatizando los vínculos entre la política exterior y la interior como una realidad contemporánea.

El actual director de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, fue uno de los autores de un informe publicado dos meses antes de las elecciones de 2020, y que ha alimentado la administración desde entonces, sobre la necesidad de considerar las consecuencias internas de la política exterior y los vínculos entre ambas, para hacer "una política exterior que funcione también para las clases medias".

Biden no quiere cambiar China, lo que quiere es ganar la competencia económica y tecnológica. Aunque su administración ha mantenido el grueso de los impuestos implantados por Trump, también acaba de tomar medidas más drásticas y selectivas sobre los semiconductores y sus componentes hacia China, para frenar también los avances chinos en este ámbito, y mantener a Estados Unidos y sus aliados por delante, empezando por los maestros en esta materia que son precisamente los taiwaneses.

La guerra en Ucrania es el tercer factor esencial para entender la evolución estratégica actual. La invasión rusa supuso un shock para Washington, la revelación de la autonomía estratégica europea (no en el buen sentido), y un cambio total de la visión estadounidense de la relación China-Rusia. También explica por qué Biden repitió cuatro veces que EE.UU. defendería a Taiwán en caso de un ataque chino: la invasión rusa demostró que la disuasión no ha funcionado y se le acusa de haber "anunciado con demasiada antelación" que EE.UU. no enviaría sus soldados a defender Ucrania.

Sobre Taiwán repitió sin embargo lo contrario. En el Congreso, el shock también explica la inesperada votación este verano de varias leyes de política industrial, sobre semiconductores y el clima, así como el debate actual de una nueva ley sobre Taiwán, que representaría un dramático punto de inflexión. No se aprobará, pero los elementos relativos a la entrega de armas se añadirán sin duda al proyecto de ley del presupuesto del Pentágono y, por tanto, se votarán.

Pero la NSS desvelada el miércoles, el documento de estrategia oficial que detalla la posición americana, expresa el compromiso de Estados Unidos con el statu quo en Taiwán. Reitera el interés de EE.UU. en la paz y la estabilidad del estrecho de Taiwán, reafirma que EE.UU. no apoya la independencia de la isla, respeta la política de "una sola China" y se opone a cualquier cambio unilateral del statu quo.

Esto plantea otro problema: mientras que Washington considera que Pekín está cambiando el statu quo con sus agresivas declaraciones y acciones militares en el estrecho de Taiwán y, más ampliamente, en toda la región, China considera que es Estados Unidos quien está cambiando la situación con sus agresivas medidas económicas.

Un consenso y muchas preocupaciones

China sigue siendo la principal preocupación de los americanos y la prioridad estratégica del país, pero el consenso se detiene ahí, y algunos se preocupan por los riesgos de un enfrentamiento militar.

Un reciente estudio del Pew Research Center indica que el 76% de los estadounidenses tienen una visión negativa de China. Esta visión negativa es aún más frecuente en el Congreso, donde es compartida por casi todos los congresistas. Este consenso facilita y orienta la política actual, y responde a otra de las prioridades de Biden: el deseo de consolidar la estrategia estadounidense a largo plazo, cada vez más socavada por la polarización política que ha provocado que se pasen de una administración a otra los compromisos internacionales, como hemos visto en los últimos 20 años en materia de clima y con Irán, y más recientemente en lo que respecta a la OTAN y Rusia.

Esta polarización, que se ha extendido a la política exterior, socava la credibilidad de Estados Unidos en el extranjero y la confianza de sus socios y aliados; también influye en las percepciones y los cálculos de sus adversarios, lo cual es peligroso y multiplica los riesgos. El antagonismo con China es uno de los pocos asuntos verdaderamente bipartidistas en Washington en la actualidad, lo que permite crear una estrategia a largo plazo. Sin embargo, aunque hay consenso sobre esa rivalidad, hay muchos matices en cuanto a la naturaleza y lo que está en juego en esta competición. Y aunque existe ese consenso sobre la dimensión tecnológica y la política industrial, hay preocupación por los riesgos de la escalada militar.

Jessica Chen Weiss, profesora de la Universidad de Cornell, estuvo un año y medio en el Centro de Planificación del Departamento de Estado hasta el pasado agosto. En un artículo de Foreign Affairs publicado este verano, describe su preocupación por que la competencia con China "consuma toda la política exterior" y arrastre a Estados Unidos a una nueva guerra.

Stephen Wertheim, director de investigación en el think tank Quincy Institute antes de incorporarse a la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, señaló lo mismo el mes pasado: que esta visión de la relación bilateral más importante como una competición sin cuartel y un juego de suma cero podría llevar a un enfrentamiento militar, debido a las fuerzas nacionalistas y antidemocráticas de ambos países, mientras que China y EE.UU. tienen retos comunes que podrían resolver juntos (clima, pandemia, evitar la guerra nuclear).

Bernie Sanders escribió lo mismo el año pasado en Foreign Affairs, preocupándose también en general, como algunos en la izquierda demócrata, de que esta nueva Guerra Fría pueda volver a inflar el presupuesto militar a expensas de otros gastos. El límite de estas posiciones es que a veces es el adversario quien elige la guerra, como ha demostrado recientemente Putin.

La opinión norteamericana también está dividida sobre Taiwán. Un estudio realizado en agosto de 2022 por el Chicago Council on Global Affairs, un think tank que analiza las opiniones de los estadounidenses en materia de política exterior, mostró que, en caso de invasión china de Taiwán, una gran mayoría apoyaría las sanciones diplomáticas y económicas (76%) y el envío de armas a Taiwán (65%); pero el 60% sería contrario a enviar tropas para defender la isla.

En un momento en que Estados Unidos acaba de salir de su "guerra interminable" en Afganistán, es dudoso que la opinión pública esté entusiasmada con una nueva guerra, especialmente contra China. Este es el quid de la cuestión, ya que los juegos de guerra llevados a cabo por los think tanks y el Pentágono muestran importantes pérdidas para Estados Unidos en caso de conflicto directo con China a causa de Taiwán.

Mis interlocutores americanos me recordaron la reacción de la opinión pública tras Pearl Harbor o, más cercano, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001: los adversarios de Estados Unidos subestiman la reacción y la movilización de la opinión pública estadounidense en caso de ataque. Pero en este último caso, más reciente, el país fue golpeado en su propio suelo, de forma espectacular. Sobre todo, Estados Unidos ha cambiado profundamente en 20 años; se ha desunido profundamente.

Incluso los militares han perdido el respeto unánime que antes tenían entre la población desde Trump. Y el clima político podría ser aún más tóxico después de las elecciones de medio mandato, que abrirán inmediatamente la campaña presidencial de 2024. También en este sentido, volviendo a Ohio, el resultado de la carrera senatorial será crucial para la evolución del Partido Republicano, la mayoría en el Senado y el futuro del país. Pero pase lo que pase, los semiconductores se fabricarán aquí.

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Traducción de Miguel López

 

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