Las 13 obras más perturbadoras de la historia del arte
D. R.Cabeza de Medusa (1597). Caravaggio. Galería de los Uffizi (Florencia)
El cuadro de Caravaggio nos muestra la cabeza recién cercenada de este monstruo mitológico chorreando sangre y con una expresión horrorizada que casi provoca piedad. No sólo porque lo acaban de asesinar, sino también porque podemos interpretar esa mirada de espanto y las serpientes de su pelo como una certera alegoría del bad hair day: esa pesadilla contemporánea.
D. R.Las pinturas negras (1819-1823). Francisco de Goya. Museo del Prado (Madrid)
La imagen brutal del dios Saturno devorando a su propio hijo es la más conocida de esta serie de catorce pinturas en las que Goya representó un amplio repertorio de monstruosidades. Esto incluye aquelarres demoniacos, procesiones de brujas, diablos voladores, parcas implacables y rostros grotescamente deformados. No todo el mundo sabe que originalmente decoraban las paredes domésticas del pintor aragonés, opción de interiorismo que sólo podemos calificar como radical.
D. R.La isla de los muertos (1880-1886). Arnold Böcklin. MET (Nueva York) y otros
Ser uno de los artistas favoritos del Adolf Hitler es un mérito bastante dudoso, aunque suficiente para hacer entrar a Böcklin en esta selección. Por lo demás, La isla de los muertos, del que su autor realizó cinco versiones (una de ellas perdida) , es un cuadro inquietante. Una barca con dos personas a bordo llega a una isla aparentemente desierta, sembrada de cipreses. El terror a la muerte adopta la forma de un peñasco que parece que va a engullir al viajero y, por extensión, al espectador.
D. R.La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo (1991). Damien Hirst. Colección privada
De cómo somos incapaces de concebir la propia muerte aunque sepamos que tarde o temprano nos alcanzará es de lo que trata esta obra que se vendió hace una década por unos 10 millones de dólares para escándalo de muchos. En perfecta coherencia con su tema, el tiburón sumergido en formol se deteriora con el tiempo, y ya ha sido necesario reemplazarlo al menos una vez.
D. R.La pesadilla (1781). Johan Heinrich Füssli. Detroit Institute of Arts (EEUU) y otros
En las cuatro versiones que existen de este cuadro, una mujer está inconsciente en su dormitorio mientras un pequeño monstruo permanece sentado sobre su pecho y un caballo contempla la escena desde detrás de una cortina. Entre las interpretaciones que se le han dado encontramos pesadillas demoniacas, violaciones espectrales o alegorías de la parálisis del sueño, una angustiosa patología que el propio Füssli pudo padecer.
D. R.Amor y dolor / Vampiro / Mujer vampiro (1893-1918). Edvard Munch. Munch Museum (Oslo) y otros
Munch era bastante pesimista en cuanto a las relaciones entre los sexos (digamos que sufría una acusada misoginia, el pobrecito) , y aunque él aseguró aquí sólo pretendía representar a una mujer besando a un hombre en el cuello, resulta inevitable pensar que la mujer en cuestión es una vampira en plena incursión arterial. “El amor duele”, parece decirnos Munch. O también: “son todas unas chupasangres”.
D. R.Dante y Virgilio en el Infierno (1850). William Adolphe Bouguereau. Museo d’Orsay (París)
Bouguereau fue un pintor academicista de gran éxito en su tiempo pero que hoy nos parece más bien blando, por no decir kitsch. Y en esta ocasión logró una obra no tan aterradora como extrañamente erótica, donde unos condenados de cuerpos esculturales parecen dispuestos a pasar del odio al amor en cualquier momento. O quizá es que nosotros somos muy mal pensados, que también.
D. R.In ictu oculi (1671). Juan de Valdés Leal. Hospital de la Caridad (Sevilla)
Uno de los grandes temas del Barroco fue que cualquier logro que alcancemos no vale gran cosa, ya que de todos modos nos vamos a morir. Semejante moralina malrollera se concretó en montones de obras donde los cráneos y otros huesos humanos (“vanitas”) compartían espacio junto a velas consumiéndose, frutas pudriéndose o libros y riquezas en revoltijo, en referencia a lo poco que vale todo lo material y lo rápido que pasa el tiempo. Tan rápido como un abrir y cerrar de ojos, que es como podríamos traducir el título de este cuadro. Vivir en el siglo XVII no debió de ser una fiesta, precisamente.
D. R.Visión del Apocalipsis (1608-1614). El Greco. MET (Nueva York)
Nada menos que el fin del mundo. Eso es lo que aquí representó el pintor cretense con esos cielos relampagueantes, esas telas retorcidas y esas figuras humanas de proporciones adulteradas. “Ya que se acaba el mundo, exigimos que nuestros verdugos paguen por lo que han hecho”, claman los mártires en medio del estruendo.
D. R.Gárgolas y quimeras de Notre-Dame de París (siglos XIII y XIX). Autores desconocidos. París
En el gótico tenían por costumbre rematar los extremos de los caños que servían para evacuar el agua de los tejados de las catedrales con esculturas que representaban seres monstruosos. Quizá las más conocidas sean las de la catedral de Notre-Dame aunque, como todo el edificio, en realidad son en su mayor parte obra de un arquitecto del XIX llamado Viollet-le-Duc, quien llenó las cornisas de monstruitos que parecen contemplar París desde las alturas.
D. R.El cíclope (1898). Odilon Redon. Museo Kröller-Muller, Otterlo (Holanda)
La monstruosidad también puede resultar algo muy tierno: Polifemo, el cíclope enamorado de la ninfa Galatea, nos parece aquí totalmente inofensivo y hasta simpático. Pero las apariencias engañan ya que, según el poeta griego Ovidio, aplastó con una piedra al pastor Acis, amado de Galatea. Porque no hay monstruo más terrorífico que el amor no correspondido.
D. R.Fragmentos anatómicos (1818). Théodore Géricault. Museo del Louvre (París)
Si les sorprende la afición de los directores de cine franceses contemporáneos por el gore más brutal, hace doscientos años Géricault se les adelantó con unos cuadros de miembros humanos cortados. Y lo más terrible de todo es el making of: el pintor obtenía los fragmentos de cadáveres reales de una morgue y los llevaba a su estudio, en pleno proceso de descomposición, para poder pintarlos del natural. No queremos ni pensar cómo debía oler aquel estudio.
D. R.Las tentaciones de San Antonio (1512-1516). Matthias Grünewald. Museo de Unterlinden en Colmar (Francia)
El motivo del monje tentado por visiones demoniacas ha inspirado a muchos artistas, desde El Bosco hasta Dalí. Menos conocido, pero igual de imaginativo y aterrador, es uno de los paneles del tríptico de Issenheim, donde el sufrido santo es rodeado de criaturas que parece encarnaciones freudianas avant la lettre. Una de ellas, incluso, llega a agarrarlo de los pelos. No es de extrañar que a los surrealistas les encantara Grünewald.
